Shuya corrió hacia él, lo cogió por el brazo derecho y lo levantó. Noriko también corrió en su dirección, y sujetó su brazo izquierdo, por el otro lado.
Exhausto y sin fuerzas, el cuerpo de Shogo parecía muy pesado. Fue entonces cuando Shuya se dio cuenta de que la espalda de Shogo estaba empapada. Había un diminuto agujero por debajo del cuello. Era el disparo de Kazuo. El tiro que le había pegado. Shogo les aseguró que no había sido nada. ¿Por qué no quiso curárselo inmediatamente? ¿O es que sabía que era fatal? ¿O lo obvió para que Shuya y Noriko pudieran subir a bordo?
En sus brazos, el cuerpo de Shogo fue resbalando poco a poco, y cayó sentado.
—Tengo sueño. Dejadme dormir —dijo.
—¡No, no, no, no! —gritó Shuya—. ¡Te llevaremos al hospital más cercano!
—No digas tonterías… —dijo Shogo entre risas, y se tumbó a su lado, como los dos soldados que estaban tendidos en una esquina.
—Por favor —Shuya se arrodilló y le puso una mano en el hombro—. Por favor, levántate.
—Shogo… —Noriko estaba llorando.
—¡Noriko! —le recriminó Shuya—. ¡No llores, Noriko! ¡Shogo no puede morir!
—Shuya. No te enfades con ella por nada… —le amonestó Shogo cariñosamente—. Tienes que ser amable con tu chica. —Y luego añadió—: Además, lo siento, pero me voy a morir…
El rostro de Shogo estaba cada vez más pálido. Por contraste, la cicatriz sobre su ceja izquierda había adquirido un tono rojizo oscuro y parecía la estampa de un ciempiés.
—Shogo…
—No… no estoy seguro todavía… —dijo Shogo, y su cabeza comenzó a temblar. Pero continuaba moviendo los labios—. No estoy seguro de si iré con vosotros, pero… pero… quiero agra… quiero agradeceros que…
Shuya no hacía más que negar con la cabeza. Miraba estupefacto a Shogo. No podía decir nada.
Shogo levantó su mano temblorosa.
—Adiós…
Shuya le cogió la mano.
—Noriko… dame la tuya…
Conteniendo las lágrimas, Noriko le cogió la mano.
Shuya se dio cuenta de que efectivamente Shogo se estaba muriendo. No: ya lo sabía, pero ahora lo estaba asumiendo. ¿Qué otra cosa podía hacer? ¿Qué podría decir? Y entonces supo…
—Shogo…
Los soñolientos ojos de este se volvieron de Noriko a Shuya.
—¡Acabaré con este puto país por ti! ¡Acabaré con él, maldita sea!
Shogo sonrió. Se le cayó la mano que sujetaba Noriko sobre el pecho. La muchacha la recuperó y la apretó con fuerza.
Shogo cerró los ojos. Parecía que volvía a sonreír. Entonces comenzó a murmurar…
—Te… te… lo dije, Shuya… No tienes… no tienes que… hacerlo. Olví… olvídate de eso… Vosotros… vosotros dos solo… solo… tenéis que intentar… vivir… por… favor. Igual que aquí… confiando el uno en el otro… ¿De acuerdo?
Shogo dijo todo aquello y luego inspiró profundamente. Sus ojos seguían cerrados.
—Eso es lo que quiero —concluyó.
Y ya. Shogo dejó de respirar. La débil luz amarilla del techo de la cabina se reflejó en su pálido rostro. Parecía tranquilo y en paz.
—¡Shogo! —gritó Shuya. Aún tenía que decirle algo—. ¡Verás a Keiko! ¡Serás feliz con ella! ¡Serás…!
Demasiado tarde. Shogo ya no podía oír nada. Pero su rostro parecía extraordinariamente tranquilo.
—¡Maldita sea…! —Los labios de Shuya temblaban de ira, igual que sus palabras—. ¡Maldita sea…!
Con las manos de Shogo entre las suyas, Noriko lloraba.
Shuya también puso su mano sobre las de Shogo. Un pensamiento le cruzó la mente. Buscó en los bolsillos de Shogo y encontró el reclamo para aves. Lo metió en la mano derecha de Shogo y se la cerró para que quedara bien sujeto. Y luego rompió a llorar.