77

Shogo Kawada (el estudiante número 5) se recostó en el mullido sofá del barco. Se dejaba mecer ligeramente con el vaivén de las olas.

El camarote era bastante espacioso, teniendo en cuenta que se trataba de un pequeño barco patrullero. El techo era bajo, pero la estancia debía de tener un par de metros cuadrados. Había una mesita baja en el medio y dos sofás a cada lado, y Shogo estaba sentado en el más alejado de la puerta.

Como el camarote estaba por debajo de la cubierta, no tenía ventanas, así que no podía ver nada del exterior, pero debían de ser más de las ocho y media de la tarde, por lo menos. Las luces amarillas del techo brillaban en el cenicero de cristal. Pero, de todos modos, Shogo ya no tenía tabaco.

Una vez que se desactivaron todas las zonas prohibidas, cuando concluyó el juego, Shogo obedeció las instrucciones de Sakamochi y se dirigió a la escuela. Enfrente de la puerta estaban todavía los cadáveres de Yoshio Akamatsu y Mayumi Tendo, y en el interior del aula, los cuerpos de Yoshitoki Kuninobu y Fumiyo Fujiyoshi, y nadie los había tocado.

Le quitaron al final el collar metálico y, después de filmar la pieza para los informativos, unos soldados lo escoltaron al puerto. Había dos barcos atracados allí. Uno para el vencedor y el otro era un navío de transporte para recoger a los soldados acantonados en la escuela. La mayoría de los soldados embarcaron en ese navío. Solo los tres que estaban en el aula durante la clase de instrucción del juego que impartió Sakamochi se unieron a este para embarcar en el navío con Shogo. Al día siguiente, una peonada de subcontratados se ocuparía de retirar los cadáveres de los estudiantes desperdigados por la isla. Los altavoces y los ordenadores de la escuela también se desmantelarían en cuestión de días. Por supuesto, los programas informáticos y los datos del juego ya habían sido eliminados de los ordenadores. Este procedimiento era idéntico al que se llevó a cabo en el Programa del instituto del distrito segundo de Kobe, diez meses antes.

Y ahora Shogo estaba allí esperando. Se encontraban ya al sur de Okishima. La patrullera estaba regresando directamente al puerto de Takamatsu, pero el otro barco de transporte naval probablemente variaría su rumbo y se dirigiría hacia la base militar.

El picaporte del camarote giró con un chasquido metálico. El soldado que hacía guardia delante de la puerta —aquel tío tan vulgar llamado «Nomura»—, miró dentro y luego se apartó. Se presentó allí Kinpatsu Sakamochi. Entró con una bandeja con dos tazas de té y preguntó:

—¿Te he hecho esperar mucho, Shogo? —dijo mientras entraba en la habitación. Nomura cerró la puerta.

Sakamochi se adelantó hacia él, con sus cortas piernecillas. Puso la bandeja en la mesa.

—Aquí tienes. Es té. Toma todo el que quieras —dijo, y cogió un sobre muy delgado, del tamaño de una carta normal, que traía bajo el brazo, y se sentó en otro sofá, enfrente de Shogo. Tiró el sobre encima de la mesa, y luego se atusó la larga melena, colocándosela por detrás de las orejas.

Shogo le echó un vistazo de reojo al sobre, con cierta indiferencia, y comenzó a hablar mientras clavaba la mirada en Sakamochi.

—¿Qué quiere? Me gustaría que me dejara en paz. Estoy cansado.

—Siempre igual —dijo Sakamochi llevándose una taza a los labios, con un gesto de desagrado—. Deberías ser más educado con los adultos. Tuve un estudiante una vez que se llamaba Kato. Solía incordiarme constantemente, pero ahora que ha crecido es bastante respetable.

—Yo no soy uno de tus cerdos.

Sakamochi abrió los ojos como si estuviera desconcertado, pero enseguida volvió a sonreír.

—Vamos, vamos, Shogo… Solo quería mantener una agradable charla contigo.

Shogo se recostó en el sofá y cruzó las piernas. Permaneció callado mientras descansaba la cabeza sobre una mano.

—¿Por dónde empezamos…? —Sakamochi dejó su taza y se frotó las manos. Sus ojos centellearon—. ¿Sabías que teníamos un juego de apuestas basado en el programa, Shogo?

Shogo entrecerró los ojos como si estuviera mirando algo asqueroso.

—No me sorprendería —dijo entonces—. Sois unos paletos horteras.

Sakamochi volvió a sonreír.

—Yo aposté por Kazuo. Veinte mil yenes. Teniendo en cuenta mi sueldo, un montón. Pero he perdido. Por tu culpa.

—Vaya por Dios —dijo Shogo en un tono carente de cualquier compasión.

Sakamochi sonrió de nuevo. Luego dijo:

—Ya te conté que podíamos saber dónde estaba cada uno por los collares, ¿no?

La respuesta era obvia. Shogo ni siquiera contestó.

Sakamochi se quedó mirándolo fijamente.

—Estuviste con Shuya y Noriko durante todo el juego, ¿no? Y los traicionaste al final. ¿Así acabó todo, no?

—¿Y qué? —contestó Shogo—. En este maravilloso juego no hay restricciones morales, ¿no? No me haga reír. No me puede criticar por eso.

El rostro de Sakamochi lució una amplia sonrisa. Se echó hacia atrás el pelo, tomó un sorbito de té y se volvió a frotar las manos. Hablaba como si estuviera compartiendo un secreto.

—Oye, Shogo. Se supone que no debería contarte esto, ni a ti ni a nadie, pero te diré la verdad… Esos collares cuentan con unos micrófonos, así que podemos oír todo lo que dicen los estudiantes durante el juego. ¿A que eso no lo sabías?

Shogo, que parecía tan indiferente en sus respuestas, finalmente pareció interesado. Frunció el ceño y adelantó el labio inferior, como si aquello tuviera para él algún interés.

—¿Cómo coj… cómo iba a saberlo? —dijo—. Así que lo habéis oído todo, habéis oído cómo los engañé…

—Sí, exactamente —asintió Sakamochi—. Pero hubo una cosa no muy agradable, Shogo. No. «Aunque consiguiéramos acabar con Sakamochi, estoy seguro de que al Gobierno le traería sin cuidado. Es prescindible». Dijiste eso. Ser un instructor del Programa es un trabajo muy respetable. No todo el mundo puede hacerlo.

Ignorando las quejas de Sakamochi, Shogo preguntó:

—¿Por qué me está contando todo esto?

—Oh… no sé —contestó Sakamochi—. Dada tu maravillosa actuación, no he podido evitar contártelo.

—Menuda mierda.

Shogo apartó la mirada, pero Sakamochi prosiguió.

—Una maravillosa actuación, pero… —Shogo volvió a mirarlo—. Hay algo que aún no pillo.

—¿El qué?

—¿Por qué no disparaste a esos dos justo después de que matarais a Kazuo? Podrías haberlo hecho, ¿no? Eso es lo único que no pillo.

—Ya se lo dije a ellos —replicó Shogo sin titubeos—. Lo único que quería es que le echaran el último vistazo al lugar de donde eran. Un regalito para ellos antes de mandarlos al infierno. Puede que no se lo crea usted, pero soy un tío muy legal. En fin, gané gracias a ellos.

Sakamochi seguía sonriendo.

—Hummm… —murmuró, y se llevó la taza a los labios. Se reclinó en el sofá con la taza en las manos, y añadió—: Oye, Shogo, conservamos información del Programa del instituto del segundo distrito de Kobe… —observó fijamente a Shogo, quien clavó su mirada en él y permaneció en silencio—. Y por lo que sé de esa información, nada indica que tuvieras ninguna relación especial con Keiko Onuki.

—¿Onuki? Ya lo dije, eso me lo inventé —le interrumpió, pero Sakamochi alzó la voz sobre él y añadió:

—¡Como les…! Como les dijiste a Shuya Nanahara y a Noriko Nakagawa, solo viste a Onuki un par de veces… La primera vez solo un momento y la segunda, antes de que ganaras, cuando ella ya estaba muerta. Incluso de acuerdo con las conversaciones grabadas, tú ni siquiera llegaste a pronunciar su nombre. Ni una sola vez. ¿No te acuerdas de eso?

—¿Cómo me voy a acordar? Es lo que dije… no había nada entre ella y yo. Me oíste, ¿no?

—Pero la cosa es, Shogo, que la segunda vez que la viste, te quedaste allí durante dos horas.

—Eso fue una casualidad. Era un buen sitio para esconderse y descansar. Por eso me acuerdo bien de su nombre. Ya te lo dije, murió de un modo espantoso.

Con la sonrisa aún dibujada en su cara, Sakamochi asintió, ajá, ajá, ajá…

—Y otra cosa… durante las dieciocho horas que duró aquel juego… bastante rápido, la verdad, seguramente porque la zona era muy pequeña, en fin, durante esas dieciocho horas no cruzaste palabra con nadie. Me refiero, ni para decir cosas como «¡Alto!». o «¡No te voy a atacar!».

—Bueno, fue así, sin más —le interrumpió Shogo—. Es una bobada.

Sakamochi sonrió, ignorando la afirmación de Shogo.

—Así que no tengo ni idea de cómo afrontaste el juego la primera vez. Te moviste mucho, pero…

—Fue mi primera vez. No sabía bien cómo se debía jugar.

Sakamochi asentía, ajá, ajá. Reprimió una sonrisa como si quisiera ocultar lo mucho que disfrutaba. Dio un sorbito al té y devolvió la taza a la mesa. Luego levantó la mirada y dijo:

—Por cierto, ¿y esa foto? Me gustaría echarle un vistazo, si no te importa.

—¿Foto?

—Vamos, se la enseñaste a Nanahara y Nakagawa, ¿no? Dijiste que era una foto de Onuki. Déjame verla. En realidad era una foto de alguien llamado Shimazaki, ¿no?

Shogo torció el gesto.

—¿Por qué debería enseñártela?

—Vamos, simplemente enséñamela. Soy tu instructor. Por favor. Vamos, por favor —dijo Sakamochi y se inclinó hacia la mesa.

Shogo se inclinó hacia un lado de mala gana y al final buscó en el bolsillo de atrás. Levantó las cejas y volvió a mostrar la mano. Estaba vacía.

—Ha desaparecido —dijo—. Se me debe de haber caído en alguna parte cuando luchábamos con Kazuo.

—¿Caído?

—Ajá. Es verdad. Se me cayó la cartera. Bueno, de todos modos no la necesito.

De repente, Sakamochi estalló en carcajadas. Mientras se reía, dijo:

—Ya, entiendo… —se sujetó el estómago, se dio palmadas en los muslos y siguió riéndose.

Shogo lo observó perplejo y luego lo miró de reojo. Volvió la vista al techo de aquel camarote sin ventanas.

A pesar del aislamiento de las paredes de los barcos patrulla, oía un débil aunque claro zumbido. Decididamente no era el sonido del motor del barco.

El sonido se hizo cada vez más y más fuerte, y cuando llegó a un cierto punto, comenzó a disminuir. Casi se había detenido por completo.

Shogo hizo una mueca de desagrado.

—¿Qué? ¿Te molesta eso, Shogo? —Sakamochi dejó de reírse. Aún conservaba aquella siniestra sonrisa en su cara, de todos modos—. Era un helicóptero. —Volvió a alargar la mano para coger su taza de té y de un trago la vació. Puso la taza de té vacía en la mesa—. Se dirige hacia la isla en la que habéis luchado.

Shogo frunció el ceño, aunque esta vez su gesto parecía denotar otra preocupación. Pero a Sakamochi le traía sin cuidado. Se recostó con arrogancia hacia atrás en el sofá y cambió de asunto.

—Oye, Shogo. Hablemos un poco sobre los collares. Bueno, ya sabes, se les denomina actualmente «Guadalcanal núm. 22». Eso no importa. En fin, ¿no le contaste a Shuya que no se podían quitar del cuello? —Viendo que Shogo no contestaba, Sakamochi continuó—: De hecho, tu teoría era correcta en todos sus extremos. Cada unidad está equipada con tres sistemas distintos, así que, aunque alguno de ellos tenga un mínimo margen de error, con tres sistemas, solo uno entre un millón puede fallar. En realidad, las posibilidades de quitárselo son nulas. Bueno, eso fue lo que dijiste. Nadie ha podido escapar de esos collares. Cualquier intento de quitarlos hará que se produzca la detonación, matando a su portador. Es muy raro que alguien lo intente, de todos modos.

Shogo permanecía en silencio.

—La cosa es… —dijo Sakamochi inclinándose hacia delante—, la cosa es que pensé que esta vez debía ponerme en contacto con el laboratorio de armas de las Fuerzas Armadas. ¿Y sabes qué? —Miró a Shogo—. Me dijeron que ese collar podía desactivarlo cualquiera con unos mínimos conocimientos de electrónica, utilizando unos transistores elementales, como los que tienen las radios, por ejemplo. Eso dando por supuesto que conoces cómo es el dispositivo interno de los circuitos en el interior del aparato.

Shogo permaneció quieto, pero como Sakamochi seguía mirándolo fijamente, de repente dijo con un tono de voz vacío y extraño, como si lo que iba a decir se le hubiera ocurrido en aquel momento.

—No lo pillo. ¿Quién iba a tener esa información?

Sakamochi sonrió y asintió.

—Sí, bueno. En fin, si recibiéramos la información de que el collar se había desactivado, obviamente se transmitiría también una señal informándonos de la muerte del portador, ¿no? En otras palabras, si hubiera algún estudiante que pudiera desactivar ese collar, sobreviviría sin un rasguño. Lo único que tendría que hacer sería esperar a que acabara el juego y, una vez que los militares abandonaran las instalaciones, podría tener tiempo suficiente para escapar. Bueno, eso es exactamente lo que le dijiste a Shuya Nanahara: dijiste que una vez que el juego acabara, llegaría una subcontrata de limpieza, pero al día siguiente. Así que habría mucho tiempo entre una cosa y otra. Además, dada la época del año en la que estamos, el agua no está demasiado fría para nadar…

Sakamochi le dedicó a Shogo una mirada inquisitiva, pero este solo respondió con un gruñido. El instructor volvió a recostarse en el sofá.

—Es una locura. Se supone que los circuitos del collar son alto secreto, ¿no? ¿Cómo es posible que un chico de instituto sepa algo de ellos?

Sakamochi contestó:

—Sin embargo, podría ser. —Shogo observó atentamente a Sakamochi—. Mira, tengo toda la información, incluidas tus grabaciones y los detalles sobre el dispositivo Guadalcanal. En circunstancias normales, no me habría ocupado de toda esta mierda. Me habría quedado alucinado, impresionado ante tu inteligencia. Esta vez, sin embargo, me puse en contacto con el Cuartel General del Dictador y con las Fuerzas Especiales de Defensa antes de que empezara el juego. Me refiero, el día 20.

Shogo observó a Sakamochi.

—Me dijeron que alguien había hackeado el sistema operativo central del Gobierno en marzo. —Se detuvo. Y luego añadió—: Por supuesto, el hacker pensó que había conseguido hacerlo sin dejar rastro. Era increíblemente hábil, y aunque dio con el administrador mientras estaba saboteando el sistema, consiguió borrar su contraseña de acceso antes de salir. Pero…

Sakamochi se detuvo otra vez. Shogo se mantuvo en silencio.

—El sistema central del Gobierno posee una excelente seguridad. Tiene otro sistema secreto de acceso que registra cada operación. Por supuesto, habitualmente no se monitorea ese sistema, y el administrador no pensó que hubiera nada anormal. Por eso tardaron tanto en descubrirlo. Pero lo hicieron. Sí, ya lo creo que lo descubrieron.

Shogo apretó los labios y clavó la mirada en Sakamochi. Pero la nuez en su garganta denotaba que estaba tragando saliva. Aquel movimiento apenas lo habría percibido nadie.

—Mire… —dijo Shogo—. Es verdad que uno de los obreros de la subcontrata me contó lo de que iban recogiendo los muertos y eso. Estuve tomando unas copas con él en un bar. Simplemente salió el tema. Y el instructor de nuestro último juego nos dijo que el Programa casi nunca tarda en concluir todo el tiempo que se ha previsto… Puede usted preguntarle a él.

Sakamochi se restregó la mano derecha bajo la nariz y miró fijamente a Shogo.

—¿Por qué me cuentas eso? No te he preguntado nada de eso.

La nuez de Shogo volvió a moverse arriba y abajo. Esta vez se movió claramente.

Sakamochi intentó ocultar unas risillas.

—Al parecer algunos de los datos hackeados contenían información sobre el Programa. Concretamente, las especificaciones técnicas del collar Guadalcanal. ¿Para qué querría alguien esa información inútil? Me refiero, ¿qué sentido tiene? Aunque el hacker se dedicara a difundirlas, el Gobierno simplemente podría diseñar otro collar nuevo, y ahí se acabaría todo. No ha habido señal de que eso haya sido así, por ahora. Pero tal vez podemos suponer esto: el intruso solo pretendía acceder a esa información, costara lo que costara. ¿No crees?

Shogo no contestó. Sakamochi suspiró y cogió el sobre que había dejado sobre la mesa. Lo agitó con una mano y sacó el contenido. Las colocó una al lado de otra, enfrente de Shogo.

Eran dos fotos. Ambas eran en blanco y negro, e impresas en papel B5. Una de ellas no tenía nada de contraste, así que era difícil decir qué había en ella, pero en la otra claramente se veía un camión y tres puntos negros dispersos alrededor. Dado que era un camión visto desde arriba, los puntos negros eran obviamente cabezas.

—¿Lo ves, no? —dijo Sakamochi—. Estos sois vosotros tres hace solo unas horas. Justo después de matar a Kazuo. Son fotografías tomadas por satélite. Habitualmente no hacemos este tipo de cosas. Pero quiero que le eches un vistazo a la otra fotografía. ¿Lo ves? A que no puedes distinguir casi nada, ¿eh? Pero en realidad es una foto de una montaña. Se tomó cuando le disparaste a los otros dos, a Shuya y a Noriko. No había mucha luz, y está oscura porque estabais escondidos en el bosque. No se puede ver nada.

Se quedó en silencio. El barco se balanceó un poco, pero Shogo y Sakamochi permanecieron mirándose sin pestañear, completamente quietos.

Entonces Sakamochi inspiró profundamente y una vez más se echó la melena por detrás de las orejas. Esbozó una sonrisa y dijo con una voz extrañamente amigable:

—Dime, Shogo. He estado vigilando muy de cerca este juego desde el mismísimo principio. ¿Entendido? Después de que dispararas a Shuya Nanahara y a Noriko Nakagawa, Nanahara tardó cincuenta y cuatro segundos en morir, mientras que Nakagawa acabó tardando un minuto y treinta segundos en morir. Deberían haber muerto al instante si les hubieras disparado a bocajarro. Así que… ¿puedes explicarme ese lapso de tiempo que tardaron en morir?

Shogo estaba callado, pero… fuera consciente o no, tenía muy apretadas las mandíbulas.

—Casualidad —consiguió decir al final—. Yo habría dicho que murieron inmediatamente, pero…

—Basta —le cortó Sakamochi, y añadió con voz imperiosa—: Vamos a acabar ya con esto. —Miró a los ojos a Shogo y asintió, como si le estuviera advirtiendo de algo—. Shuya Nanahara y Noriko Nakagawa están todavía en esa isla. Y están vivos, ¿no? Están escondidos en las montañas. Fuiste tú el que hackeó el sistema central del Gobierno. O uno de tus amigos. Sabes cómo desactivar el collar. Sabías que podíamos monitorizar vuestras conversaciones, así que nos ofreciste esa actuación de radionovela fingiendo que disparabas a esos dos. Y entonces les quitaste los collares. ¿No estoy en lo cierto? Yo no diría que fue una actuación muy buena, la verdad. Porque todavía estás a mitad de la representación.

Shogo observó a Sakamochi. Hizo una mueca de dolor mientras apretaba las mandíbulas.

Sakamochi seguía sonriendo.

—¿No les entregaste unos papeles con unos puntos de reunión? Y se supone que os reuniríais allí más adelante, ¿no es así? Bueno, pues puedes irte olvidando de eso. Ese helicóptero que acabas de oír va a rociar la isla con gas venenoso. Es un compuesto letal de gas mostaza desarrollado recientemente y llamado «Victoria del Gran Oriente Asiático número 2». Las patrulleras todavía están en sus posiciones. Nanahara y Nakagawa están acabados.

Mientras clavaba la mirada en Sakamochi, Shogo hurgó con los dedos en el reposabrazos de piel sintética. Sakamochi volvió a inspirar profundamente y se hundió en el sofá. Se echó hacia atrás la melenilla.

—No hay precedentes de esto. En fin, hablando estrictamente, tú no eres el vencedor. Pero uno de los funcionarios de la comisión del Ministerio de Educación para la que trabajo apostó un montón de dinero por ti. Así que he decidido hacer esta trampilla. Si decido que de todos modos tú eres el ganador, eso favorecerá mi carrera. De acuerdo con los registros sonoros, tú serás quien mataste a esos dos. ¿Estás contento, Shogo?

Shogo estaba indeciblemente tenso, como si estuviera a punto de comenzar a temblar de un momento a otro. Pero cuando Sakamochi levantó las cejas con un gesto interrogativo, Shogo apartó la mirada y bajó la vista.

—No… no sé… de lo que me está hablando… —dijo. Y abrió y cerró nerviosamente el puño varias veces. Volvió a buscar con la mirada a Sakamochi y entonces, nerviosamente, añadió—: ¿Y por qué están rociando la isla con gas? Eso solo sirve para malgastar el dinero de los impuestos.

Sakamochi no pudo evitar una risilla complaciente.

—Ya veremos. —Y luego añadió—: Ya está bien. —Sacó una pequeña pistola automática de debajo de su chaqueta y apuntó a Shogo. El muchacho abrió los ojos espantado—. He decidido ocuparme de ti como un asunto interno. Tienes ideas peligrosas. Creo que si dejamos vivir a alguien como tú, eso iría en contra de los intereses de nuestro país. Hay que sacar las manzanas podridas del cesto. Y cuanto antes, mejor. Digamos que acabaste muriéndote debido a las heridas del juego. ¿Y qué va a pasar luego? Oh, no te preocupes. Si da la casualidad de que tienes amigos, también acabaremos cazándolos. No necesitamos interrogarte.

Shogo apartó lentamente la mirada de la pistola y observó a Sakamochi.

—Usted… —dijo. Ahora le estaba enseñando los dientes. Sakamochi esbozaba una sonrisa—. ¡Maldito cabrón!

Shogo aulló de indignación y desesperación, mezclado con una buena dosis de temor ante todo lo que no comprendía. Lo único que deseaba era agarrar a Sakamochi por el cuello. Pero la pistola lo mantuvo en su sitio. Lo único que podía hacer era apretar los puños sobre los muslos.

—¿No tiene… no tiene hijos? ¿Cómo puede aceptar estar al mando de este puto juego?

—Por supuesto que tengo niños —replicó Sakamochi sin inmutarse—. ¿Sabes?, me gusta pasármelo bien, así que vamos a intentar ir a por el tercero.

Shogo no le rio el chiste y, en vez de eso, exclamó:

—Entonces, ¿cómo puede aceptar esto? ¡Uno de sus hijos podría acabar en este juego en el futuro! ¿O es que los hijos de los funcionarios de alto rango como usted están exentos?

Ofendido, Sakamochi negó con la cabeza.

—Eso es ridículo. ¿Cómo puedes decir eso, Kawada? Has leído los Requisitos del Programa, ¿no? No hay excepciones. Naturalmente, yo he hecho mis movimientos y eso. Utilizando a mis contactos, he metido a mi chico en una escuela de prestigio. Soy un buen hombre. Pero ser un buen hombre también significa que tenemos que cumplir con ciertas normas… oh, ya entiendo, ¿no fuiste capaz de enterarte de eso, eh? La agenda de alto secreto también tenía información sobre el Programa. Ya te lo digo: este país necesita el Programa. La cosa es que no es un experimento en absoluto. Vamos, ¿por qué piensas que le damos a los noticieros locales la imagen del vencedor? Por supuesto, los televidentes pueden sentir lástima por el vencedor, pensando que el pobre estudiante probablemente ni siquiera quería participar en el juego, pero no tuvo más opción que luchar contra los otros. En otras palabras, todo el mundo acaba pensando que uno no puede confiar en los demás, ¿entiendes? Eso aniquila cualquier esperanza de unión entre la gente para dar un golpe de Estado contra el Gobierno. Y así la República del Gran Oriente Asiático y sus ideales vivirán para la eternidad. Naturalmente, todo el mundo debe tener la posibilidad de morir por el bien de este noble objetivo. Yo he transmitido esta sabiduría a mis chicos. Mi chico mayor está en segundo ahora, y siempre me está diciendo que sacrificaría su vida por la República.

Las mejillas de Shogo comenzaron a temblar.

—Está usted loco —dijo—. ¡Está desequilibrado! ¿Cómo puede estar a favor de todo eso? —Estaba a punto de sollozar—. Se supone que un Gobierno está para cubrir las necesidades de su pueblo. No debemos ser esclavos de nuestro propio sistema. ¡Si piensa usted que este país es lógico, es que no está en sus cabales!

Sakamochi lo dejó terminar. Y luego dijo:

—Oye, Kawada. Todavía eres un crío. Creo que tuvisteis algunas conversaciones al respecto, allí, en la isla, pero quiero que lo pienses un poco más. Este es un país maravilloso. Es el país más próspero del mundo. Bueno, puede que no tengáis posibilidad de viajar mucho al extranjero, pero nuestros productos industriales son de lo mejorcito. Los medios de comunicación gubernamentales dicen la verdad cuando aseguran que nuestra renta per cápita es la mayor del mundo. La cosa, sin embargo, es que esta prosperidad solo es el resultado de unificar a la población bajo un poderoso Gobierno central. Siempre es necesario un cierto grado de control. De otro modo, nos convertiríamos en un país tercermundista, como el Imperio americano. ¿Lo sabes, no? Ese país es una turbamulta de problemas de todo tipo, como drogas, violencia y homosexualidad. Están viviendo de sus glorias del pasado, pero solo es cuestión de tiempo que acaben colapsando.

Shogo permaneció en silencio, apretó los dientes y luego dijo calladamente:

—Déjeme decir una cosa.

Sakamochi levantó una ceja.

—¿Qué? ¿Adelante?

—Ustedes pueden llamarlo prosperidad, pero… —la voz de Shogo sonó cansada, pero todavía con una digna firmeza— siempre será una impostura y una farsa. Y eso no cambiará aunque me mate. Está condenado usted a ser un farsante. No lo olvide.

Sakamochi se encogió de hombros.

—¿Ya has acabado tu discurso? —Le estaba apuntando con la pistola. Shogo apretó los labios y miró a Sakamochi, ignorando el arma. Parecía dispuesto a afrontar las consecuencias.

—Hasta nunca, Kawada —dijo Sakamochi, asintiendo como si se estuviera despidiendo formalmente. Su dedo comenzó a apretar el gatillo cuando…

¡RATATATATATATAT…!

Una ráfaga de ametralladora sonó reproduciendo el sonido de una desvencijada y violentísima máquina de escribir.

El dedo de Sakamochi se detuvo en el gatillo. Miró hacia la puerta durante una décima de segundo… lo suficiente para distraerse. Cuando volvió a mirar al frente, Shogo estaba a dos palmos de su nariz. Aunque había una mesa entre ellos, solo estaba a unos centímetros de él. Se había movido rápidamente, como un mago, como si se hubiera teletransportado.

El sonido de la ametralladora continuaba en el exterior del camarote.

La mano izquierda de Shogo sujetó la pistola de Sakamochi. El instructor pareció paralizado y miró al rostro a Shogo, que ahora estaba a una pulgada de su cara. Su pelo largo estaba desbaratado y despeinado. No intentó deshacerse de la mano de Shogo. Simplemente miró al muchacho con la boca cerrada.

De nuevo, el sonido de la ametralladora.

Se abrió la puerta.

—¡Nos atacan! —dijo Nomura, que se quedó paralizado cuando vio la situación e intentó levantar el rifle.

Sujetando aún la mano derecha de Sakamochi con su izquierda, Shogo se abrazó al instructor como si estuvieran bailando un tango. Cuando se volvió, apretó el dedo índice de Sakamochi y comenzó a disparar. Tres disparos acribillaron a Nomura justo por encima del corazón. Lanzó un gruñido y se derrumbó. El sonido de los disparos era ahora bastante más fuerte, puesto que la puerta estaba abierta.

Shogo volvió a mirar a los ojos a Sakamochi. Sus cuerpos aún estaban entrelazados, pero consiguió lanzar el puño contra el mentón del instructor.

Sakamochi escupió sangre y sus ojos se clavaron en Shogo. La sangre le brotaba de los labios, goteando sobre su barbilla y luego cayendo al suelo.

—Te lo dije, todo esto es malgastar el dinero de los impuestos —dijo Shogo y retorció el puño de Sakamochi hacia su barbilla. El instructor apartó la mirada del muchacho. Luego volvieron a girar…

Shogo se apartó del instructor, y Sakamochi se derrumbó en el sofá. Ahora se le veía perfectamente la garganta. Un pequeño palito marrón salía de su tráquea como un extraño aditamento. Cerca del final, se veía un logo dorado: HB. Era uno de aquellos lápices que todos, incluidos Shogo y Shuya, habían utilizado para escribir: «Nos mataremos los unos a los otros», pero Kinpatsu Sakamochi probablemente no lo sabía.

Después de observar a Sakamochi allí tendido, Shogo cogió la pistola y se la remetió en el cinturón. Pasó por encima de Nomura, que estaba tendido boca arriba, y cogió también su rifle. Cogió varios cargadores del cinto del soldado y salió del camarote. Abrió las dos puertas que había en el pasillo, pero allí solo había unas literas. No había nadie dentro.

Las ametralladoras cada vez se oían más cerca. Un soldado apareció tambaleándose por las escaleras, hacia el estrecho corredor. Era el soldado llamado Kondo, y ya estaba muerto. Tenía una pistola en la mano pero no llevaba más armamento… a lo mejor pensaba que estaba a salvo ahora que el juego había acabado.

Shogo rodeó el cadáver de Kondo, subió las escaleras y miró fuera.

Allí estaba Shuya Nanahara (el estudiante número 15), sujetando la Ingram M10, junto a Noriko Nakagawa (la estudiante número 15). Ambos clavaron sus miradas en él. Estaban empapados.