El faro de la isla de Okishima era antiguo pero sólido y resistente. Daba al norte, con su torre de diecisiete metros de altura, y las dependencias del farero, en un edificio de ladrillo de un solo piso, se habían construido como un anexo, en la parte sur. La estancia más grande de la vivienda, que servía tanto de cocina como de salón, estaba pegada a la torre, y un poco más allá estaba la despensa y el baño. A un lado se abrían dos dormitorios, uno grande y otro pequeño, junto con otra despensa, justo al lado de la entrada principal. Un pasillo recorría un lateral del edificio y conectaba todas las estancias. (Shuya estaba descansando en el dormitorio pequeño, junto a la entrada.)
En un rincón de la cocina-salón, que por lo menos era tan grande como un aula, había una mesa pequeña que parecía fuera de lugar. Yuko Sakaki (la estudiante número 9) estaba sentada en uno de los taburetes que había alrededor de la mesa, recostada sobre la superficie blanca de la mesa, como si estuviera echando una siesta. Al contrario que las otras cinco chicas, ella había vagado por toda la isla durante interminables horas, así que una sola noche en el faro difícilmente podría haber aliviado su cansancio. No era de extrañar. Tenía razones para no haber pegado ojo durante toda la noche anterior.
El grupo de Yukie Utsumi utilizaba aquella estancia como sus dependencias habituales, y también dormían allí. Alguien tenía que mantenerse en guardia en lo alto del faro, pero, aparte de la que se quedara arriba, Yukie había ordenado que todas se mantuvieran juntas y unidas.
Justo detrás de Yuko, Haruka Tanizawa (la estudiante número 12) y Chisato Matsui (la estudiante número 19) estaban muy ocupadas preparando las conservas en la cocina, donde el carbón estaba prendido en el lugar en el que debía arder el gas, que no funcionaba. Con sus 172 centímetros de altura, Haruka era central en el equipo de voleibol. Ella y Yukie, que era sacadora, formaban un dúo genial. Tenía el pelo corto, así que la visión de la jugadora junto a la pequeña Chisato, con su pelo largo, semejaba la de una pareja. La comida era un estofado aderezado con verduras en lata. En un lateral, clavadas al marco de las ventanas —con cristales esmerilados—, había unas planchas de madera que encontraron en el almacén. La turbia luz del cielo cubierto se colaba entre los resquicios de las planchas. En cuanto llegaron, Yukie y las chicas inmediatamente sellaron todas las entradas y salidas desde el interior de la casa. (La entrada principal fue designada como entrada-salida primaria, y allí encontraron a Yuko, pero ahora estaba taponada con una barricada de mesas y muebles.)
Yuko tenía una clara visión del otro lado de la estancia, donde había un escritorio, con un fax y un ordenador. A la izquierda, Satomi Noda (la estudiante número 17) estaba sentada en un sofá colocado contra la pared, mientras que la mesa que había estado enfrente del sofá se encontraba ahora formando parte de la barricada de la entrada principal. Junto con Yukie, Satomi era una estudiante modélica, y aunque siempre daba la impresión de ser una muchacha gélida, ahora parecía agotada, mientras se quitaba las gafas de montura metálica y se restregaba los ojos soñolientos.
A la izquierda del sofá, la puerta de la cocina conducía al pasillo, que a su vez llevaba a la entrada principal. En un extremo de la estancia, había una puerta que conducía a la base del faro. Yuka Nakagawa (la estudiante número 16) estaba allí arriba, supuestamente montando guardia. Yuko aún no había hecho guardia, pero Yukie le había dicho que como el faro daba al mar y como había solo un estrecho camino que venía desde el embarcadero (todo el resto eran montañas), no era muy difícil montar guardia. Yukie estaba ahora en el dormitorio que había junto a la entrada, donde mantenían encerrado a Shuya Nanahara.
Shuya Nanahara.
Yuko sintió que volvía a invadirle el temblor del miedo. Junto a esa sensación, se apoderó de ella la imagen que tenía grabada en la mente. La cabeza abierta. El hacha sangrienta arrancada de aquella cabeza. Y el chico que sujetaba aquella hacha.
Era una imagen sobrecogedora. Y aquel chico… Shuya Nanahara, estaba ahora en el faro, el mismo edificio en el que se encontraba ella. Eso era…
«No, todo irá bien, todo irá bien, todo irá bien…».
Intentando evitar los temblores, permanecía atónita mirando el tablero blanco de la mesa e hizo un esfuerzo por convencerse de que «se está muriendo, seguramente no se podrá ni levantar, con todas esas heridas que tiene y lo mucho que ha sangrado».
Alguien le dio unas palmaditas en el hombro, y ella levantó la mirada.
Haruka Tanizawa se sentó a su lado, miró fijamente a Yuko y le preguntó:
—¿Has podido dormir algo?
Estaba tomándose un descanso mientras hacía la comida. Chisato Matsui parecía estar comprobando las instrucciones de preparación de un paquete de comida en conserva. (Chisato, en realidad, había estado llorando calladamente toda la mañana. Haruka Tanizawa le había susurrado que era porque en el comunicado de las seis habían anunciado la muerte de Shinji Mimura. Hasta ese momento, Yuko ni se había enterado de que Chisato estuviera colgada por Shinji Mimura. Todavía tenía los ojos rojos.)
Yuko forzó una sonrisa y contestó.
—Sí, un poco.
Eso estaba bien. Mientras estuviera con aquellas cinco amigas, estaría bien. Se encontraba a salvo allí. Aunque esa seguridad expirara cuando su tiempo se agotara. Aún así…
Haruka planteó la cuestión.
—¿Qué decías sobre lo de ayer?
—Oh… —sonrió Yuko—. No pasa nada, ya está todo bien.
Sí, ya estaba todo bien. Ni siquiera quería pensar en ello. Solo que los recuerdos lanzaban escalofríos por su espalda. Pero, en fin, Shuya Nanahara seguramente no podría volver a levantarse. Así que todo estaba bien. Perfectamente.
Haruka sonrió con gesto de duda.
—Entonces… ¿todo bien?
Cuando descubrieron a Shuya Nanahara inconsciente delante del faro, el día anterior, Yuko se opuso vehementemente a meterlo en casa. Explicó (bueno, más bien gritó) lo que había visto… El cráneo de Tatsumichi Oki abierto como un coco. Y contó cómo Shuya Nanahara le había arrancado el hacha, y lo peligroso que era, y cómo intentaría matarlas a todas si lo dejaban vivir.
Yuko y Yukie estuvieron a punto de pelearse, pero entonces Haruka y las otras insistieron en que no podían dejar que alguien se muriera de aquel modo, así que metieron a Shuya dentro. Yuko se quedó mirando, con el rostro pálido, mientras las otras cargaban con Shuya ensangrentado. Era como si estuvieran recibiendo en casa y con todos los parabienes al monstruo extraño y aterrador que te acosaba en las peores pesadillas de tu infancia. Eso era exactamente lo que parecía.
A medida que pasaba el tiempo, Yuko se convenció de que Shuya se estaba muriendo. Después de todo, probablemente no podría sobrevivir a semejantes heridas. Saber que iba a morir, claro, no era muy agradable, pero en cualquier caso no movió ni un dedo. En lo único que insistió, por el contrario, fue en que se cerrara con llave la habitación en la que lo metieran.
Haruka pronunció la misma pregunta que se habían planteado varias veces el día anterior.
—Dices que viste cómo Shuya mataba a Tatsumichi, pero tuvo que ser en defensa propia, ¿no?
Eso era cierto. Ella había estado escondida entre los arbustos cuando escuchó aquellos golpetazos. Cuando se asomó a mirar, lo único que vio con sus propios ojos en realidad fue a Shuya arrancándole el hacha de la cabeza a Tatsumichi Oki. Y luego salió corriendo de allí.
En otras palabras, como decía Haruka (que se basaba en la propia descripción de Yuko), esta solo había visto la resolución de la confrontación. Era muy probable que Shuya hubiera actuado en defensa propia. En todo caso, no importaba cuántas veces Haruka y Yukie se lo dijeran: Yuko era incapaz de verlo de ese modo. No, simplemente rechazaba esa idea.
«¿Qué quieres decir con “probable”? Yo vi aquella cabeza abierta. Vi a Shuya Nanahara sujetando aquel hacha. El hacha ensangrentada. Chorreando sangre».
Sus pensamientos giraban y giraban en torno a aquella escena. Yuko ya no podría ver a Shuya Nanahara desde una perspectiva razonable nunca más. Era como un desastre natural, como una inundación o un tornado. En el momento en que Yuko comenzaba a pensar en Shuya, aquella escena y su miedo simplemente borraban toda consideración razonable al respecto. Lo único que conservaba en su cabeza era un axioma que era casi visceral: Shuya Nanahara era peligroso.
Yuko tenía sus razones. Le horrorizaba la violencia. No podía soportarla. El solo hecho de escuchar a una compañera hablar en clase de una peli violenta —¿había sido Yuka Nakagawa? «Sí, bueno, era divertida, pero nada del otro mundo. Tendría que haber sido un poco más gore, ¡ja ja ja…!».—, conseguía ponerla enferma hasta el punto de tener que ir al botiquín del insti.
Probablemente aquello guardaba relación con el recuerdo de su padre. Aunque no era su padrastro —era su padre de verdad—, bebía muchísimo y maltrataba a su madre, a su hermano mayor y a la propia Yuko. Ella era demasiado pequeña en aquella época, así que no entendía por qué aquel hombre hacía aquello. Nunca fue capaz de preguntarle a su madre por qué se comportaba de aquel modo. Ni siquiera quería recordarlo. Bueno, a lo mejor no había ninguna razón en absoluto. No lo sabía. En todo caso, cuando su padre fue apuñalado hasta la muerte por la mafia yakuza por culpa de unas deudas de juego —Yuko todavía estaba en primero—, se sintió más aliviada que afligida. Es más, desde entonces, ella, su madre y su hermano habían llevado una vida muy apacible. Podían incluso invitar a los amigos a casa. Con su padre muerto, por fin se sintieron seguros.
Pero todavía tenía pesadillas con él. Su madre, sangrando, golpeada con un palo de golf… porque aunque eran pobres, aquel era el único objeto caro que había en la casa. Su hermano, golpeado con un cenicero, y a punto de perder un ojo. Y ella misma, sufriendo quemaduras de cigarrillos, paralizada de miedo. Su madre, que intentaba intervenir, nuevamente golpeada…
A lo mejor todo aquello tenía alguna relación con el temor hacia el herido de la habitación cerrada, o tal vez no. En cualquier caso, Yuko estaba absolutamente convencida de que Shuya Nanahara era peligroso.
—¿Sí o no? —había preguntado Haruka con vehemencia, pero sus palabras se perdieron en el aire. Un escalofrío recorrió todo el cuerpo de Yuko cuando tuvo aquella visión: todas, incluida ella misma, las seis, tendidas en el suelo, con sus cráneos hendidos por la mitad, y Shuya Nanahara sonriendo con un hacha en la mano.
«No, no… Todo va a ir bien… Shuya Nanahara no va a durar mucho…».
—Sí —dijo y, levantando la mirada, asintió. En realidad, no tenía ni idea de lo que estaba diciendo Haruka. Pero, en todo caso, mientras Shuya no se recuperara, no había razón para desestabilizar al grupo. Haruka parecía estar buscando algún indicio que demostrara que estaba convencida.
—S… sí. Solo soy yo, que estaba un poco cansada.
Aquello pareció tranquilizar a Haruka.
—Shuya es un buen chico —dijo—. No hay muchos por ahí como él.
Yuko miró a Haruka como si fuera una momia expuesta en un museo. Ella había pensado lo mismo también, hasta pocas horas antes. Shuya parecía extraño, pero de todas todas había algo muy atractivo en él. De hecho, hasta ella había pensado que era muy guay. Pero cualquier recuerdo de esos sentimientos se había perdido por el camino en los últimos dos días. Tal vez sería más preciso decir que la escena del cráneo partido de Tatsumichi Oki había conseguido difuminar para siempre cualquier otro recuerdo que tuviera.
«¿Qué? ¿Qué me estás diciendo, Haruka? ¿Que es bueno? ¿De qué demonios estás hablando?».
Haruka clavó su mirada en los ojos de Yuko con un aire de duda, pero añadió:
—Bueno, pues si se levanta, no te metas con él, ¿vale?
Yuko estaba aterrorizada. No era posible que pudiera levantarse, de ningún modo.
«Pero… si… si eso llegara a ocurrir…».
Pero una parte de sus facultades racionales aún estaban lo suficientemente vivas para asentir y asegurar que se encontraba bien y que no habría ningún problema, si eso acontecía.
—Bueno. Eso me parece mucho mejor.
Haruka mostró su conformidad, se volvió hacia Chisato sin levantarse y dijo:
—Vaya, ¡huele bien!
Junto con el vapor, el olor del estofado que bullía en la olla comenzó a dispersarse por la estancia.
Chisato se volvió y dijo con su voz bajita y aflautada:
—Sí, tiene muy buena pinta. Seguro que sale mejor que la sopa de ayer.
Había estado llorando por Shinji Mimura durante mucho rato, pero para entonces al parecer ya se había recobrado un poco. Incluso Yuko se dio cuenta de ello.
Justo entonces se abrió la puerta del pasillo. Era Yukie Utsumi. Como era habitual, conservaba su perfecta postura, y caminaba con seguridad y confianza en sí misma. Tras la llegada de Yuko, Yukie siguió manteniendo el liderazgo del grupo, pero parecía un poco cansada. Incluso se notaba un poco más nerviosa desde que habían metido a Shuya en la casa. (Ello se debía en efecto a que estaba tan feliz por ver a Shuya como preocupada porque sus heridas podrían resultar finalmente fatales. Pero aquello estaba más allá de la percepción de Yuko). A ella le pareció que había transcurrido mucho tiempo desde la última vez que vio a Yukie tan vital; ahora traía el rostro resplandeciente.
Yuko sintió como si una apisonadora estuviera triturándole la columna vertebral. Tenía un mal presentimiento.
Yukie se detuvo allí mismo, se puso en jarras y miró a todas las chicas que había en la estancia. Luego, con mucha gracia, puso las manos en torno a su boca, haciendo como de megáfono, y soltó:
—Shuya Nanahara se ha despertado.
Haruka y Chisato gritaron de alegría mientras Satomi se levantaba emocionada del sofá.
Pero Yuko palideció.
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