Shuya Nanahara (el estudiante número 15) se despertó de repente.
Vio el azul del cielo enmarcado entre brillantes hojas verdes y se levantó. Más allá de la hierba y los arbustos que lo rodeaban se encontraba la imagen familiar del instituto de Shiroiwa, bañado por el cálido sol. Varios estudiantes estaban en el campo de deportes, con la ropa de deporte. Puede que estuvieran jugando al fútbol. Podía oír cómo se reían y se divertían.
Él estaba en el jardín, en un extremo del patio. Veía las grandes hojas de un magnolio que se mecían por encima de su cabeza. Allí era donde a veces se echaba una siestecilla, a la hora de comer o cuando se saltaba una clase.
Se levantó y se palpó el cuerpo.
No tenía heridas, en absoluto. Había briznas de hierba que se habían prendido en su abrigo. Se las sacudió.
Un sueño…
Shuya hizo un gesto de desagrado, todavía medio asombrado y medio adormecido. Entonces lo supo con toda certeza…
Todo había sido un sueño. ¡Todo!
Se secó el cuello con la mano. Lo tenía húmedo de sudor. Estaba empapado, como si hubiera tenido una pesadilla.
«¡Qué pesadilla tan horrible! ¡Un juego para matarse unos a otros! ¡Nos seleccionaban para el Programa!».
Entonces se dio cuenta. ¿Los estudiantes en el estadio? ¿Clase de gimnasia?
Comprobó la hora. Las clases de la tarde ya habían empezado. ¡Se había quedado dormido!
Rápidamente abandonó el jardín y corrió hacia el edificio de la escuela. Hoy. Hoy es… volvió a mirar el reloj mientras corría y comprobó que era jueves.
Los jueves a primera hora de la tarde tenía literatura. Menos mal. Le gustaba la literatura y llevaba muy bien la clase. Además, su profesora, Kazuko Okazaki, le caía muy bien. Así que lo único que tenía que hacer era disculparse humildemente y entrar.
Literatura. Su disciplina preferida. Clase. La señora Okazaki.
Aquellas palabras cruzaron su mente levantando una oleada de nostalgia.
A Shuya le gustaba la literatura de verdad. Aunque las narraciones y los textos de los manuales estaban repletos de eslóganes a mayor gloria de la República o de cualquier otra estúpida basura ideológica, Shuya conseguía descubrir las palabras que le gustaban. Estas eran sencillamente tan importantes para él como la música. Porque el rock no funcionaba sin letras.
Hablando de palabras, Noriko Nakagawa, la mejor en la clase de literatura, escribía una poesía maravillosa. Comparados con las letras de canciones que él luchaba por inventar, sus versos eran mucho más precisos y brillantes. Podían entenderse por un lado como versos dulces y amables, y ásperos y duros por otro. Él pensaba que representaban la naturaleza de las chicas en general. Pues claro, Yoshitoki Kuninobu estaba colgado por Noriko, lo único que quería decir es que a él le llamaba la atención esa faceta de esa chica.
Aquellas ideas consiguieron hacerlo volver en sí… «Oh… esto significa que Yoshitoki está vivo». Comprendiendo lo ridículo que había sido todo el sueño, estuvo a punto de llorar de alivio y corrió deprisa hacia la escuela. «¡Qué tonto! No puedo creerme que haya soñado que Yoshitoki se moría…
»¿Y cómo he podido pensar que acababa con Noriko? Eh, espera un momento, ¿cuándo dejé de llamarla Noriko-san? ¡Qué presuntuoso he sido en ese estúpido sueño!», pensó. Habían estado muy unidos en ese sueño. «Entonces, ¿eso significa que siento algo por ella, más allá de admirar su poesía? Huy, huy… eso significa que acabaré peleándome con Yoshitoki. Eso es un problema».
Sin embargo, aquel pensamiento tan tonto le hizo reír.
Shuya entró en el edificio de la escuela, ahora casi en completo silencio porque había clase en todas las aulas. Subió corriendo las escaleras. El aula de tercero B estaba en la tercera planta. Subía los peldaños de dos en dos.
Llegó al tercer piso y giró hacia el pasillo. La segunda aula era tercero B.
Shuya se detuvo ante la puerta durante un instante, intentando pensar en alguna excusa que presentarle a la señora Okazaki. Se había mareado un poco… no, se había desmayado. Y por eso había tenido que tumbarse un poco y descansar. ¿Le creería, si siempre había gozado de una perfecta salud? Yoshitoki se encogería de hombros, a punto de echarse a reír, y alguien como Yutaka Seto diría algo como «Me apuesto a que estaba durmiendo». Shinji Mimura se reiría por lo bajo e Hiroki Sugimura, con los brazos cruzados, miraría con una media sonrisa divertida. Noriko le dedicaría a Shuya una sonrisa mientras se rascaba la cabeza. «Vale, tengo que asumirlo. Así que lo mismo me da si resulta vergonzoso».
Shuya agarró con la mano el picaporte de la puerta, puso una cara lo más lastimera que pudo y la abrió delicadamente.
Justo antes de adoptar la postura que se suponía que debía poner, le asaltó una peste asquerosa.
Buscó con la mirada y abrió totalmente la puerta.
La primera cosa que vio fue a alguien tendido en la tarima.
La señora Okazaki.
No, no era la señora Okazaki. Era su entrenador, Masao Hayashida. Y no tenía cabeza. Solo había una masa informe allí donde solía tenerla. A un lado estaba un trozo de sus gafas.
Shuya apartó sus ojos del cadáver del señor Hayashida y volvió la mirada al resto de la clase.
Los pupitres y las sillas estaban alineados como siempre.
Lo raro era que sus compañeros estaban despanzurrados y esparcidos sobre los pupitres.
El suelo estaba cubierto de sangre y un hedor mareante inundaba el aire.
Después de permanecer inmóvil durante un instante, Shuya buscó inmediatamente a Mayumi Tendo… y se dio cuenta de que tenía clavada en la espalda una flecha plateada, como una antena de radio. La punta le salía por el estómago y la sangre goteaba por su falda hasta el suelo.
Shuya dio unos pasos hacia delante. Sacudió el cuerpo de Kazushi Niida. El cadáver de este se volvió con un espasmo, mostrándole el rostro.
Shuya sintió que un escalofrío le recorría la espalda. Los ojos de Kazushi ya no eran más que dos agujeros oscuros y sanguinolentos. Sangre y una especie de sustancia viscosa, como de clara de huevo, supuraban de aquellos cuévanos. También tenía una especie de barrena con un gran mango clavada en la boca.
Shuya gritó y corrió hasta el sitio de Yoshitoki Kuninobu. Tenía tres agujeros en la espalda, cada uno con la apariencia de una flor de sangre. Cuando Shuya intentó incorporarlo, la cabeza de Yoshitoki se derrumbó sobre su hombro. Sus ojos saltones miraban estúpidamente el techo.
¡Yoshitoki!
Shuya había gritado. Entonces miró a su alrededor desesperadamente.
Todo el mundo estaba despanzurrado en sus mesas o tendido en el suelo.
La garganta de Megumi Eto estaba rajada y abierta como un melón troceado. Yoji Kuramoto tenía clavada una hoz en la cabeza. La cabeza de Sakura Ogawa estaba despachurrada como una fruta madura. De Yoshimi Yahagi solo quedaba media cabeza. Y en la de Tatsumichi Oki había un hacha clavada, y tenía la cara abierta por la mitad, aunque las dos partes eran asimétricas como una nuez partida. El estómago de Kyoichi Motobuchi parecía el cubo de basura de una fábrica de salchichas. Tadakatsu Hatagami tenía el rostro completamente aplastado y lleno de sangre. Hirono Shimizu tenía la cara hinchada y negra, y su lengua, azul y del tamaño de una babosa marina, colgaba por un lateral de su boca, totalmente abierta. El cuerpo de El Tercer Hombre, Shinji Mimura, estaba como un colador, acribillado a balazos.
En definitiva, todos estaban muertos.
Algo captó la atención de Shuya. Shogo Kawada… aquel gélido estudiante nuevo que habían trasladado al insti y que no gozaba de muy buena reputación, tenía profundas puñaladas por todo el pecho. Tenía los ojos medio abiertos y estaban clavados en el suelo. Tenía la mirada vidriosa y perdida.
Shuya inspiró profundamente y buscó el sitio de Noriko Nakagawa. Debería de estar justo detrás de Yoshitoki, así que tendría que haberla visto ya. Sin embargo, por alguna razón, era como si los asientos de sus compañeros de clase estuvieran girando enloquecidos a su alrededor. Al final consiguió localizar a Noriko.
Todavía seguía derrumbada encima de su pupitre.
Shuya corrió hacia ella e intentó incorporarla.
La cabeza se le cayó. Separada del cuerpo, la cabeza hizo un ruido seco al golpear el suelo y luego rodó por un charco de sangre, hasta que se detuvo, mirando hacia arriba, directamente hacia Shuya. Sus ojos estaban llenos de resentimiento. «Creí que dijiste que me salvarías, Shuya. Pero al final me han matado. Yo te quería de verdad, además. De verdad que te quería».
Con los ojos clavados en el rostro de Noriko, Shuya se echó las manos a la cabeza boquiabierto. Le pareció que se volvía loco.
Podría asegurar que estaba brotando un alarido feroz en sus entrañas.
De repente, vio algo blanco.
Cuando fue consciente físicamente de que su cuerpo se encontraba en posición horizontal, su visión se enfocó, y Shuya se dio cuenta al final de que era un techo. A su izquierda vio una luz fluorescente.
Alguien le tocó el pecho cariñosamente.
Se dio cuenta también de que le costaba mucho trabajo respirar. Su mirada se fijó en la mano, fue subiendo por el brazo hasta el hombro y finalmente descubrió la silueta de una chica con su traje escolar de marinero y el pelo recogido en una coleta. Era la delegada de clase, Yukie Utsumi (la estudiante número 2), que le sonreía cariñosamente.
—Parece que ya te has despertado. Qué alivio… —dijo.
QUEDAN 14 ESTUDIANTES