56

—Por eso creo que tenemos que buscar a otros compañeros de clase —dijo Yuichiro y se detuvo, mirando a Mitsuko. Ya había roto el día, y la muchacha pudo ver que Yuichiro tenía la cara sucia de tierra.

Estaban los tres sentados juntos entre los matorrales. Por supuesto, las manos de Mitsuko estaban atadas con el cinturón, y la hoz estaba prendida de la parte de atrás de los pantalones de Yuichiro. Tadakatsu Hatagami estaba profundamente dormido. Aún tenía el revólver en la mano… En realidad lo tenía atado a la mano con un pañuelo.

Después de ocuparse de aquellos dos, Tadakatsu fue el único que insistió en hacer turnos para dormir.

—Estoy de acuerdo en intentar encontrar a otros, pero durmamos un poco. Hemos estado en vela todo este tiempo. Perderemos cualquier capacidad de raciocinio. —Una vez que Yuichiro se mostró de acuerdo, Tadakatsu añadió—: Primero dormiremos tú o yo. Y luego ya podrá hacerlo Mitsuko.

Y Yuichiro contestó:

—Yo puedo dormir más tarde. —Y así fue como se decidió el orden.

Sujetando la pistola (debería habérsela entregado a Yuichiro, que se iba a quedar de guardia, pero Tadakatsu ni siquiera lo mencionó, ni su amigo protestó), Tadakatsu se tumbó y se quedó dormido en cuestión de segundos.

Mitsuko tenía una idea aproximada de cómo había sucedido todo. Tadakatsu no había dormido en absoluto hasta que encontró a Yuichiro, y probablemente tampoco lo había hecho después de unirse en la aventura. ¿Por qué? Porque probablemente temía que Yuichiro pudiera atacarlo por sorpresa. Y aunque la presencia de Mitsuko pudiera ser bastante más amenazadora que Yuichiro, ahora que la muchacha estaba con ellos, aunque Tadakatsu durmiera, Mitsuko y Yuichiro tendrían que estarse vigilando mutuamente mientras él tuviera un arma y permaneciera atento. Al final había cogido el sueño. (Por supuesto, Mitsuko tampoco había dormido nada, pero eso no tenía ninguna importancia en su caso. Era mucho más dura que la mayoría de los muchachos de instituto normales.)

Yuichiro y Mitsuko permanecieron en silencio durante un rato, pero luego él le contó cómo había acabado uniéndose a Tadakatsu.

Resultaba que Yuichiro tampoco se había movido durante todo el día anterior, pero entonces, suponiendo que resultaría más seguro hacerlo por la noche, había comenzado a deambular por la isla. «Por supuesto —pensó Mitsuko—, eso podía salir bien o mal. Podías conseguir que no te vieran por la noche, pero eso también significaba que te resultaría más difícil localizar a tus enemigos. Pero, claro, si estabas en un sitio peligroso y tenías que salir pitando, la noche era lo mejor». Yuichiro había encontrado a Tadakatsu solo dos horas antes de que Mitsuko se hubiera topado con la pareja. Los dos habían intentado pergeñar un plan para huir de la isla, pero no habían llegado a ninguna conclusión, y entonces Tadakatsu se había detenido a hacer un pis, pero como estaba tardando tanto, Yuichiro se preocupó y fue a mirar que no pasara nada. Y así fue como sorprendió a Mitsuko.

—Estaba muy asustado al principio, y pensé que no podría confiar en nadie. Pero luego me di cuenta de que la mayoría de nosotros simplemente querríamos escapar.

Yuichiro se detuvo y le echó una mirada a Mitsuko. El otaku de tercero B, Yuichiro Takiguchi, evitaba el contacto visual directo en sus conversaciones. Siempre miraba al suelo. Sin embargo, dado el modo como le hablaba, Yuichiro no parecía desconfiar en absoluto de Mitsuko. Por alguna razón.

Y por eso ella fingió parecer un tanto aliviada y le preguntó:

—Así que a Tadakatsu le dieron esa pistola.

—Sí —asintió Yuichiro.

—¿No te dio miedo juntarte con Tadakatsu? —«Vale, ahora actúa incluso más relajada y háblale con más intimidad…».—. No, quiero decirte incluso ahora. No se separa de la…

Yuichiro sonrió.

—Bueno, en primer lugar, Tadakatsu no me disparó en ningún momento ni nada. Eso sí, me apuntó con el revólver. Fuimos compañeros de clase en primaria. Así que lo conozco bastante bien.

—Pero… —Mitsuko consiguió que su cara pareciera ligeramente pálida—. Pero tú viste cómo murieron… Yumi… Yumiko Kusaka y Yukiko Kitano. Algunos sí que están jugando a esto. ¿Cómo puedes estar seguro de que Tadakatsu no es uno de ellos? —Se encogió de hombros y luego añadió—: Si sospecha incluso de mí…

Yuichiro apretó los labios y asintió repetidas veces.

—Eso sí es verdad. Pero si simplemente nos quedamos sin hacer nada, acabaremos muriendo. Es mejor intentarlo. Puedo acabar como Yumiko y Yukiko, pero creo que podríamos conseguir que otros se nos fueran uniendo poco a poco.

Miró a los ojos durante un instante a Mitsuko y luego bajó la vista. Parecía incluso más retraído de lo habitual, tal vez porque no estaba acostumbrado a mirar a la cara a una chica tan de cerca. (Probablemente tenía razón en su apreciación, y, encima, tenía que habérselas con la chica más guapa de la clase.)

—No podemos culpar a Tadakatsu por quedarse con esa pistola. Está completamente aterrorizado y fuera de sí.

Mitsuko ladeó la cabeza y esbozó una sonrisa.

—¡Qué bueno eres!

Yuichiro la miró de reojo.

Aún luciendo su mejor sonrisa, Mitsuko añadió:

—Tienes que ser valiente para ser capaz de empatizar con los demás de ese modo.

Yuichiro volvió a humillar la mirada, aún con más timidez, se pasó la mano derecha por su pelo revuelto, y dijo:

—No creo… —Y luego, sin atreverse a mirarla, añadió—: Así que… ¿se le podría culpar de algo por sospechar de ti? De verdad que creo que está aterrorizado. No confía en nadie.

«No confía en nadie». La frase realmente le llamó la atención a Mitsuko, y sonrió.

—Supongo que no puede evitarlo —dijo entonces, como si estuviera suspirando—. Tengo mala fama. Probablemente tú tampoco confías en mí.

Yuichiro calló y luego se volvió hacia la muchacha. Esta vez la miró durante un poco más de tiempo. Y después dijo:

—No. —Y bajó la vista al suelo—. Bueno, es decir, incluso desconfío de Tadakatsu si lo pienso bien. Es decir… —Arrancó algunas briznas de hierba que había junto a sus zapatos. Desmenuzó las hojas, húmedas con el rocío de la mañana, en diminutos fragmentos—. Es decir, sí… Bueno, no he oído muchas cosas positivas de ti. Pero en esta situación todo eso es irrelevante. En fin, a veces es la gente respetable la que acaba estallando por el estrés. —Tiró al suelo las hierbas desmenuzadas, junto a sus pies. Luego levantó la vista y miró a Mitsuko—. No creo que seas una mala persona.

Ella ladeó la cabeza.

—¿Por qué?

A lo mejor era porque lo estaba mirando, pero Yuichiro apartó sus ojos, de nuevo nervioso.

—Bueno… —dijo titubeando—, es por tu mirada.

—¿Mi mirada?

Aún con la mirada humillada, Yuichiro comenzó a arrancar más hierba.

—Siempre tienes esa mirada que da miedo.

Mitsuko forzó una sonrisa. Intentó encoger los hombros, pero aquello no funcionó porque el cinturón que le sujetaba las muñecas estaba muy tenso.

—Ya…

—Pero… —La hierba quedaba partida en mitades, en cuartos, en octavos—. A veces tu mirada parece realmente triste y amable.

Mitsuko observó su rostro y escuchó sin contestar.

—En fin —dijo, volviendo a arrancar hierba—. Siempre he pensado que no eras tan mala como todo el mundo decía. Y aunque hubieras hecho cosas malas, estoy completamente seguro de que las hiciste porque no pudiste evitarlo, porque había alguna razón y que tú no tuviste culpa alguna.

Acabó tartamudeando, con una vocecilla tímida y tensa, como si estuviera confesándole su amor a una chica. Luego añadió:

—Simplemente no soy tan estúpido para no entender que existen esas razones.

Mitsuko suspiró profundamente. Por supuesto, estaba pensando: «Chico, eres un ingenuo, Yuichiro». Pero entonces sonrió y le dio cordialmente las gracias. Incluso ella misma se sorprendió de la amabilidad que dejó traslucir su voz. Por supuesto, era una pose deliberada, pero a lo mejor la razón de que sonara demasiado auténtica para ser fingida era que había una mínima porción de verdadero sentimiento en sus palabras.

Pero solo una mínima porción.

—¿Y qué me dices de ti? —le preguntó entonces Yuichiro—. ¿Qué has estado haciendo hasta ahora?

—Bueno… —contestó Mitsuko. Se movió un poco y sintió cómo el rocío de la hierba empapaba su piel a través de la falda—. He estado huyendo todo el rato. Ya sabes, alejándome de los tiroteos. Por eso… por eso, cuando vi a Tadakatsu estaba tan asustada… pero también estaba cansada y asustada de estar sola, y pensé en buscar a alguien. Pensé que alguien al menos entendería… Pero la verdad es que no puedo asegurar que fuera la mejor idea. Simplemente no lo sé…

Yuichiro asintió de nuevo. La miró de reojo otra vez y luego apartó la vista.

—Creo que hiciste lo correcto.

Mitsuko sonrió y dijo:

—Yo también lo creo.

Entonces sus miradas se encontraron y se sonrieron.

—Muy bien… —dijo Yuichiro—. Lo siento. Se me ha olvidado. Debes de tener sed. Has perdido tu mochila, ¿no? Seguramente no has bebido agua desde hace un montón de tiempo.

Lo cierto es que se había dejado la mochila atrás cuando se peleó con Hiroki Sugimura. Ahora tenía mucha sed. Asintió.

—¿Te importaría darme un poco de agua?

Apartando la mirada, Yuichiro asintió y alargó la mano para coger la mochila. Sacó dos botellas de agua y, después de compararlas, escogió la botella entera y precintada, y dejó la otra. Rompió el precinto de la botella nueva.

Mitsuko levantó las dos manos atadas con el cinturón. Yuichiro estaba a punto de darle la botella, pero entonces se detuvo. Echó una mirada a Tadakatsu, que todavía parecía profundamente dormido, por su respiración, y luego miró la botella que tenía en la mano.

Entonces dejó la botella a un lado, junto a su pierna.

«Eh, ¿qué te pasa, chico? ¿No me vas a dar un trago? ¿Has decidido no mimar a la prisionera porque eso podría enfadar al sargento Hatagami?».

Yuichiro le cogió las manos sin decir palabra, las levantó y empezó a manipular el cinturón que sujetaba sus muñecas. Comenzó a desatarlo.

—Yuichiro… —dijo Mitsuko como si estuviera sorprendida (y efectivamente lo estaba)—, ¿estás seguro de que esto está bien? Tadakatsu se va a poner hecho una furia.

Concentrándose en sus muñecas, Yuichiro contestó:

—No pasa nada. Yo tengo la hoz. Además, ¿cómo vas a poder beber con las manos atadas así? —Yuichiro se atrevió a mirar otra vez a Mitsuko.

Ella sonrió afectuosamente y le dio las gracias, haciendo que se sonrojaran sus mejillas mientras ocultaba su mirada.

El cinturón quedó desatado. Mitsuko se frotó las muñecas, pues, aunque el cinturón no estaba muy apretado, su piel era muy delicada.

Yuichiro le ofreció la botella de agua a Mitsuko, quien la cogió, tomó dos sorbitos breves y delicados, y le devolvió la botella.

—¿Ya está? —preguntó el muchacho, y dejó de ajustarse el cinturón—. Puedes beber lo que quieras. Si se nos acaba, siempre podemos coger más en algún pozo.

Mitsuko rechazó la idea con un gesto.

—Oh, no. Ya está bien.

—Vale.

Yuichiro cogió la botella. Tras meterla en la mochila, se pasó el cinturón por las trabillas del pantalón.

—Yuichiro —dijo Mitsuko, y él levantó la mirada.

Ella rápidamente extendió sus manos y le cogió cariñosamente las suyas al muchacho. Yuichiro pareció tensarse, y no porque sospechara que hubiera otros motivos, sino simplemente porque una chica le estaba cogiendo la mano.

—¿Qu… qué…?

Mitsuko sonrió cariñosamente. Abrió sus labios, bellamente formados, y con gran delicadeza dijo:

—Me alegro de estar con una persona como tú. Tenía tanto miedo que he estado temblando todo este tiempo… pero ahora sé que estoy a salvo.

Yuichiro pareció esbozar una sonrisa. Su boca tensa tembló un poco y al final consiguió farfullar:

—Sí, estás a salvo.

Parecía como si quisiera retirar la mano, pero Mitsuko se negó a soltarla, apretándola fuerte. Yuichiro apenas podía hablar y su voz resultaba nerviosa, pero al final consiguió decir algo.

—Yo te protegeré, Mitsuko. —Y añadió—: También contamos con Tadakatsu. Estaba un poco cansado y nervioso, pero una vez que se tranquilice, comprenderá que de ninguna manera tú puedes ser nuestra enemiga. Entonces, los tres podremos ir a buscar al resto de la clase. Y así podremos dar con alguna manera de salir de aquí.

Mitsuko le dedicó una cálida sonrisa.

—Gracias. Eso me alivia mucho.

Apretó fuerte la mano de Yuichiro. El muchacho se ruborizó aún más y apartó la mirada.

—Uf… Mitsuko —dijo—. Sabes… ¿sabes que… eres realmente muy guapa?

Ella levantó las cejas.

—No. ¿De verdad?

Yuichiro asintió repetidamente. Más que asentir, parecía estar temblando, presa de una insoportable tensión. Aquello hizo que Mitsuko sonriera, y de repente se dio cuenta de que su sonrisa no tenía otro motivo más que la sonrisa misma.

Bueno, casi.

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