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Unos susurros. El ruido de alguien moviéndose. Incluso fue capaz de discernir que aquel leve sonido era el de alguien intentando desesperadamente contener el aliento. Pero al final, Mitsuko Souma (la estudiante número 11) acabó oyendo el ruido de un líquido corriendo entre la hierba. Podría jurar que había alguien meando entre los arbustos de los alrededores. (A menos que hubiera algún perro todavía en la isla). Se acercaba el amanecer. Levantó la mirada y vio un débil azul comenzando a teñir el cielo oscuro.

Después de toparse con Hiroki y de arreglárselas para huir de él, Mitsuko decidió que lo primero que necesitaba era una pistola. Se había cruzado por casualidad con Megumi Eto, a la que se había cargado, y, tras oír que Yoshimi Yahagi y Yoji Kuramoto se estaban peleando, los había matado y había conseguido hacerse con una pistola. (Si hubiera tenido una desde el principio, habría regresado a la escuela y habría matado a todos los que hubieran ido saliendo, uno tras otro). Una vez que la tuvo, pudo moverse con plena seguridad por toda la isla, y por eso le resultó tan fácil matar a Takako Chigusa, que acababa de pelearse con Kazushi Niida. (Se la habría ventilado de todos modos. Así tendría más cuidado la próxima vez.)

Pero ahora estaba desarmada. Había tenido que utilizar el cuchillo de Megumi Eto y, por tanto, lo había perdido; lo único que llevaba en la mano ahora era la hoz que le habían entregado al principio del juego. Tenía que conseguir una pistola porque no era la única que había decidido emplearse a fondo en el juego. Por ahí andaba el asesino de la ametralladora, que había matado a Yumiko Kusaka y a Yukiko Kitano. Había oído cómo disparaba la metralleta una vez más, solo treinta minutos antes.

Por supuesto, gracias a ese asesino, ella no había tenido que matar a muchos de sus compañeros de clase. Simplemente dejaría a este que se ocupara de ellos. Ella solo mataría cuando le resultara sencillo. De hecho, tras la medianoche, cuando oyó la ametralladora y se produjo aquella explosión, decidió que lo mejor sería evitar aquella zona. ¿Una pistola contra una ametralladora? Quedaría fuera de juego en un momento. Así que decidió trasladarse hacia algún lugar donde ver la zona a distancia, y había acabado topándose con Hiroki Sugimura y persiguiéndolo. Le pareció que le resultaría fácil cargárselo, pero…

Era muy probable que acabara teniendo que arrebatarle la ametralladora a aquel asesino. No tener una pistola sería una enorme desventaja. Si tenía que olvidarse de enfrentarse a una ametralladora solo con una pistola, la idea de utilizar solo una hoz era una locura.

Por supuesto, podría haber perseguido a Hiroki, pero pensaba que sería muy problemático intentar arrebatarle la pistola. Sus destrezas en las artes marciales o lo que fuera aquello no eran ninguna broma. Aún le dolía la mano derecha del golpe que le había dado con el palo. Y la próxima vez que la viera no tendría piedad y le dispararía.

Así que Mitsuko se había desplazado hacia el oeste por la carretera que cruzaba de parte a parte la isla y luego se había adentrado en las espesuras de las montañas septentrionales, intentando encontrar a alguien. Ya habían pasado aproximadamente tres horas.

Y ahora, por fin, daba con alguien que estaba haciendo ruido.

Con mucha precaución, Mitsuko se abrió paso a través de los arbustos, hacia la arboleda cercana… No debían oírla.

La espesura se abría en un claro diminuto, casi del tamaño de un mantel, en un extremo de la arboleda. La espesura se cernía a uno y otro lado, y en el claro había un chico con el abrigo del colegio, dándole la espalda. Miraba nerviosamente a la derecha y a la izquierda mientras continuaba aquel ruidillo acuoso entre la hojarasca.

Probablemente tenía miedo de que alguien lo atacara en esa situación. Mitsuko estaba segura de que se trataba de Tadakatsu Hatagami (el estudiante número 18). Estaba en el equipo de béisbol. Nada excepcional, un tío mediocre. Era alto y bien proporcionado, y su careto era normalito. Sus aficiones eran… bueno, la verdad es que ella no tenía ni idea, y además no tenía ningún interés en averiguarlo ahora.

La cuestión crucial era que, mientras Tadakatsu estaba en sus asuntos, Mitsuko se había percatado de que tenía algo asido firmemente en su mano derecha.

Era una pistola. Era un modelo bastante grande, un revólver. Una vez más, Mitsuko esbozó aquella sonrisa de ángel caído.

Tadakatsu aún no había acabado. Debía de llevar allí bastante rato. Continuaba mirando a derecha e izquierda mientras vaciaba la vejiga.

Mitsuko sacó su hoz con la mano derecha, callada pero rápidamente. Tadakatsu tendría que utilizar las dos manos para subirse la cremallera de los pantalones. Aunque intentara usar solo una, sería vulnerable.

«Tiene toda la pinta de ser tu final. ¿No mataban así a no sé quién en una serie de detectives?».

El tintineo acuoso se hizo escaso e intermitente. Se detuvo… y luego otro poco, y luego se paró por completo. Tadakatsu otra vez miró nervioso a su alrededor y luego rápidamente empezó a subirse la cremallera.

Para entonces Mitsuko ya se había deslizado subrepticiamente por detrás de él. Ya tenía su nuca a la vista, con aquella especie de pelo pincho… Mitsuko levantó la hoz.

Oyó en ese momento que alguien exclamaba tras ella: «¡Eh!»., y Tadakatsu se dio repentinamente la vuelta, igual que la propia Mitsuko. Ella, por supuesto, bajó la hoz enseguida y se volvió para ver quién estaba a su espalda.

Era Yuichiro Takiguchi (el estudiante número 13). Era más bajito que Tadakatsu y tenía una carita mona, muy aniñada. Tenía en la mano derecha lo que parecía ser su arma, un bate de aluminio, y miraba a Mitsuko boquiabierto.

Tadakatsu vio a Mitsuko allí y también dijo:

—¡Eh! —Y luego murmuró—: Maldita sea… —y apuntó a la muchacha con su revólver.

Viendo que la aparición de Yuichiro no le sorprendía, Mitsuko sospechó que ambos estaban juntos. Mitsuko se maldijo. Tadakatsu se había alejado de Yuichiro solo para hacer un pis. «¡Cómo puedo haber sido tan estúpida de no comprobarlo! Venga, sois chicos: ¿es que no podéis mear uno al lado del otro?».

Aquel no era ni el sitio ni el lugar para darles una charlita. El revólver de Tadakatsu (que aunque no tenía ya mucha importancia, era un Smith & Wesson M19 .357 Magnum) estaba apuntando directamente al pecho a Mitsuko.

—¡Tadakatsu! ¡No lo hagas! —dijo Yuichiro, con la voz temblorosa, probablemente debido a la repentina aparición de la joven y a su temor de ver morir a alguien tan de cerca. Tadakatsu parecía que estaba dispuesto a apretar el gatillo en cualquier momento, pero su dedo índice se detuvo una fracción de milímetro antes de que el martillo saltara.

Con la pistola aún apuntando a Mitsuko, Tadakatsu miró por encima de la muchacha a su compañero Yuichiro.

—¿Porqué? ¡Iba a matarme! ¡Mira! ¡Una hoz! ¡Tiene una hoz en la mano!

—No… no… —Mitsuko balbuceaba como si sus palabras se le hubieran atragantado. Se aseguró de que su voz sonara muy aflautada y temblorosa, y por supuesto, no olvidó parecer que se estremecía de temor. Una vez más, la gran actriz tenía ocasión de lucir sus talentos. «¡Miradme, miradme ahora!».

—Yo… yo…

Pensó en dejar caer la hoz, pero decidió no hacerlo, porque resultaría más natural conservarla en la mano.

—Solo iba a llamarte. Entonces yo… yo… me di cuenta de que estabas haciendo pis, y por eso yo… —Mitsuko humilló la mirada y consiguió ruborizarse—. Por eso…

Tadakatsu no bajó el arma.

—¡Estás mintiendo! ¡Pretendías matarme!

La mano que sostenía el revólver estaba temblando. Consiguió contenerse y no dispararle porque nunca lo había hecho. Cuando la vio, probablemente le habría pegado un tiro como un acto reflejo, pero ahora que Yuichiro había intervenido, había tenido tiempo para pensar y dudar. Y eso significaba que saldría malparado.

—¡No lo hagas, Tadakatsu! —le rogó su amigo Yuichiro—. ¿No te he dicho que lo mejor es unirnos a más gente?

—Tienes que estar de broma… —dijo Tadakatsu con un gesto displicente—. De ningún modo pienso ir con esta zorra. ¿No sabes a quién tenemos delante? —dijo—. Podría ser perfectamente la que hubiera matado… a Yumiko y a Yukiko.

—No… no… Yo nunca lo haría… —Mitsuko consiguió que sus ojos rebosaran de lágrimas.

—Mitsuko no tiene una ametralladora —dijo Yuichiro, desesperado—. Ni siquiera tiene un arma de fuego.

—¡Eso no lo sabemos! ¡Puede que se haya desprendido de ella una vez que se le hayan acabado las balas!

Yuichiro se quedó callado durante unos instantes, pero luego añadió:

—Tadakatsu, no deberías gritar tanto… —Su voz tenía un tono muy distinto ahora. Era tranquilo y amable. Tadakatsu abrió la boca ligeramente, como si aquello le hubiera cogido desprevenido.

Mitsuko estaba también un poco sorprendida. Yuichiro Takiguchi estaba metido en el anime. Era el otaku[9] de su clase, pero ahora resultaba bastante digno.

Yuichiro hizo un gesto de desaprobación.

—No deberías sospechar de todo el mundo indiscriminadamente —añadió, como si estuviera regañando a Tadakatsu—. Piénsalo. Mitsuko podría haberte buscado porque realmente confía en ti.

—Pero entonces… —Tadakatsu frunció el ceño. Su revólver todavía apuntaba a Mitsuko, pero la tensión de su dedo en el gatillo parecía remitir claramente—. Entonces… ¿qué sugieres que hagamos?

—Si insistes en que no podemos confiar en ella, haremos turnos para vigilarla. Quiero decir, si le dijéramos que se largara, podría atacarte más adelante, cuando tuviera ocasión.

«Bueno, bueno, de verdad que estoy impresionada. Es perspicaz y razonable. Es decir, dejando aparte que esté planteando o no un buen argumento… (En realidad, el único planteamiento inteligente por su parte sería pegarme un tiro ya)».

Tadakatsu se humedeció los labios un poco.

—Vamos. Necesitamos más gente de nuestro lado. Y después tenemos que pensar algún modo de salir de aquí. Cuando pasemos algún tiempo con ella sabremos si podemos confiar, ¿de acuerdo? —insistió Yuichiro, y al final Tadakatsu asintió, aunque seguía mirándola con suspicacia.

—Bueno, vale… —dijo con voz cansada.

Fingiendo que se sentía aliviada, Mitsuko relajó sus músculos. Se frotó los ojos con la mano para aclararse la vista de sus fingidas lágrimas. Yuichiro dejó escapar un suspiro de alivio.

—Tira esa hoz… —le dijo Tadakatsu, y Mitsuko inmediatamente la dejó caer al suelo. Luego dedicó fingidas y nerviosas miradas a los dos muchachos.

—Cachéala, Yuichiro… —dijo Tadakatsu. Mitsuko le devolvió la mirada a Tadakatsu, con los ojos muy abiertos, como si no entendiera. Luego miró a Yuichiro, que permanecía inmóvil y asombrado. Tadakatsu lo repitió. Apuntó con la pistola a la muchacha—. Date prisa. No seas tan mojigato. Es una cuestión de vida o muerte. Ya lo sabes.

—Bueno, vale… —Yuichiro dejó el bate en el suelo y a regañadientes avanzó hacia la muchacha. Se plantó al lado de Mitsuko.

—Deprisa —insistió Tadakatsu.

—Ajá…

Sus dignos modales habían desaparecido. Había regresado a su yo habitual, un infantilizado otaku.

—Pero…

—¡Date prisa!

—Hum… bueno… —farfulló Yuichiro—. Lo siento, Mitsuko, de verdad. De verdad que no quiero hacer esto, pero tengo que hacerlo… —Y recorrió con sus manos ligeramente el cuerpo de Mitsuko. Incluso con la brumosa luz del amanecer, la muchacha podría haber jurado que Yuichiro tenía la cara como un tomate. Qué mono. Por supuesto, ella tampoco se olvidó de comportarse como si aquello le resultara tremendamente embarazoso.

Después del cacheo, Yuichiro levantó las manos.

—Mira también debajo de la falda —dijo Tadakatsu.

—Tadakatsu… —protestó Yuichiro, pero su colega hizo un gesto de inflexibilidad.

—No estoy diciendo que le eches un polvo. Lo único que quiero es que no me maten.

Así que Yuichiro se puso aún más colorado y dijo:

—Ah, ya… Bueno, me pregunto si querrías levantarte la falda un poquito…

«Oh, Dios mío, esperemos que ahora no te dé un ataque al corazón, muchachito».

Pero Mitsuko solo contestó con una tímida y meliflua vocecita:

—Bu… bueno… —Y tímidamente se levantó la falda hasta que casi se le vio la ropa interior. ¡Joder!, aquello se estaba convirtiendo en uno de aquellos vídeos para adultos titulados ¡Especial Fetichismo! ¡Con verdaderas chicas de instituto!

«En realidad, he participado en uno de esos…».

Después de comprobar que Mitsuko no llevaba nada escondido, Yuichiro dijo:

—Ya… ya está…

Tadakatsu asintió y concluyó:

—Muy bien, Yuichiro: ahora quiero que le ates las manos con tu cinturón.

Este le lanzó a su amigo otra mirada de verdadera incomodidad, pero Tadakatsu se negó a discutirlo, apuntando a la muchacha con el arma.

—Estas son mis condiciones. Si no puedes aceptarlas, entonces le pegaré un tiro ahora mismo.

Yuichiro miró a Mitsuko y luego a su compañero, y se humedeció los labios. Entonces Mitsuko le dijo a Yuichiro:

—Adelante, está bien.

Yuichiro miró a Mitsuko, pero luego asintió, se quitó el cinturón y le sujetó las manos a la muchacha.

—Lo siento, Mitsuko —dijo.

Tadakatsu aún estaba apuntando a la joven, y le dijo a su amigo:

—No tienes por qué ser educado con ella. —Pero Yuichiro pareció ignorar sus advertencias mientras rodeaba amablemente las muñecas de Mitsuko con su cinturón, sin decir palabra.

Mientras le ofrecía inocentemente las manos al muchacho para que las atara, Mitsuko estaba pensando en la suerte que había tenido, a pesar de la situación, de que la hubieran descubierto justo antes de que utilizara la hoz. (También había tenido la precaución de limpiar de sangre la hoz. Eso se llamaba suerte.)

«Y ahora, ¿cuál será mi próximo movimiento?».

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