Entre los arbustos, con su manta sobre los hombros, Noriko encogió las rodillas y, abrazándolas, bajó la mirada. Todavía era muy de noche y los insectos zumbaban igual que un fluorescente cuando está a punto de estropearse.
El comunicado de Sakamochi, a medianoche, se produjo justo después de que llegaran a su lugar de acampada. Anunció la muerte de Hirono Shimizu (la estudiante número 10), que había matado a Kaori Minami y había huido de Shuya —aunque Noriko no lo había visto con sus propios ojos—, y comunicó la prohibición de estar en otras tres zonas. A la una de la madrugada, la F-7; a las tres de la madrugada, la G-3; y a las cinco, la E-4. El sector donde se encontraban Noriko y Shogo, el C-3, todavía estaba libre. El nombre de Shuya no se había mencionado, pero…
Unos diez o veinte minutos después, se produjo un tiroteo lejano de nuevo y, luego, el traqueteo mortal de aquella ametralladora. El corazón de Noriko se paralizó. Los ruidos continuaron.
No podía olvidarlo. Era inconfundible: era el sonido de la ametralladora de Kazuo Kiriyama. A no ser que hubiera otros que tuvieran el mismo tipo de arma. En todo caso, aquello era suficiente para que Noriko no dejara de preguntarse si Kazuo habría dado caza finalmente a Shuya.
Sin embargo, antes de que Noriko pudiera comunicarle sus aprensiones a Shogo, se oyó una terrible explosión. La granada de mano que tuvieron que sortear cuando se enfrentaron a Kiriyama no fue nada en comparación con aquello. Y luego se produjo el débil sonido de la ametralladora, una o dos veces. Después, la isla volvió a sumirse en el silencio.
Incluso Shogo pareció sorprenderse por aquella explosión. Estaba tallando una especie de flecha con la navaja cuando de repente se detuvo y dijo:
—Voy a ir a echar un vistazo. No te muevas de aquí… —Y se alejó entre los arbustos. Regresó inmediatamente y le dijo—: Hay un edificio en llamas en la parte oriental de la isla.
Noriko comenzó a plantear una pregunta.
—¿Puede ser que…?
Pero Shogo negó con un gesto y añadió:
—Está bastante al sur de donde se encontraba Kiriyama. Y Shuya huyó en dirección a las montañas, así que no puede ser él. Vamos a esperarlo aquí.
Noriko se sintió aliviada de momento. Pero casi había pasado una hora entera desde entonces, y Shuya no había regresado.
Noriko levantó la muñeca hacia la luz de la luna que brillaba en el cielo y se filtraba a través de las ramas de los arbustos, y miró el reloj. Era la una y doce minutos de la madrugada. Había estado repitiendo aquel gesto como si fuera un ritual.
Luego escondió la cabeza entre las rodillas.
Una imagen horrible se representó en su imaginación. El rostro de Shuya. Su boca entreabierta y los ojos perdidos, mirando al vacío, como cuando cantaba «Imagine» (Shuya decía que era un clásico) durante uno de los descansos en la sala de música, lejos de la vigilancia de los maestros. Pero su rostro tenía un gran punto negro en la frente, como los que llevan los hindúes. De repente, un líquido rojo comenzó a supurar por aquel punto. Aquel punto negro y grande no era en realidad más que un profundo agujero muy oscuro. La sangre brotaba de su cerebro mientras cantaba la canción de John Lennon, cubriendo su rostro como grietas que van abriendo la lisa superficie de un cristal.
Noriko tembló y sacudió la cabeza, procurando alejar de su mente aquella imagen. Levantó la mirada hacia Shogo, que estaba apoyado en el tronco de un árbol, fumando un cigarrillo. Había un arco artesanal a su lado y varias flechas clavadas en el suelo.
—Shogo.
Parecía solo una silueta en la oscuridad. Se quitó el cigarrillo de la boca y apoyó su muñeca derecha sobre la rodilla doblada.
—¿Qué pasa?
—Shuya ya debería estar aquí.
Volvió a ponerse el cigarrillo en los labios. Las ascuas de la colilla refulgieron, iluminando débilmente su rostro tranquilo. Noriko se impacientó. El rostro de Shogo volvió a las sombras y un humo blanquecino iluminó aquella parte de los arbustos.
—Ajá.
Aquel tonillo sosegado la enojó sobremanera. Pero, luego, Noriko se obligó a recordar que había sido él quien la había salvado, a ella y a Shuya, en varias ocasiones, así que se contuvo.
—Debe de haberle ocurrido algo.
—Probablemente…
—¿Qué quieres decir con «probablemente»?
Aquella silueta levantó los brazos. La luz brillante del cigarrillo se movió rápidamente.
—Tranquila. Eso era de todas todas la ametralladora de Kazuo. A menos que le hayan dado una idéntica a algún otro. Y dado que la explosión ha ocurrido en el mismo lugar, es evidente que Kazuo estaba peleando con otras personas, además de Shuya. Él ha conseguido escapar. Estoy seguro.
—Pero entonces… ¿por qué no…?
—Probablemente esté escondido en alguna parte —la interrumpió Shogo—. O puede que se haya perdido.
Noriko hizo un gesto de contrariedad.
—Puede que esté herido. O algo peor…
Notó un escalofrío que recorrió su columna vertebral. No pudo continuar. La imagen de Shuya con aquella especie de telaraña escarlata en su cara y la boca semiabierta volvió a golpearle la imaginación de nuevo. Puede que Shuya hubiera podido escapar de Kazuo, pero quizá estuviera gravemente herido. Tal vez se estuviera muriendo en esos mismos instantes. Y aunque no fuera ese el caso, ¿qué pasaría si lo atacara algún otro mientras iba corriendo desesperado hacia la montaña? ¿O qué pasaría si se hubiera golpeado y hubiera quedado inconsciente en alguna parte? ¿Y si se había metido en una zona prohibida? Puede que Shuya se hubiera adentrado en las montañas del norte, que estaban en el sector F-7, justo al norte de la escuela. Ese sector era zona prohibida desde la una de la madrugada, y ya habían pasado veinte minutos de esa hora, lo cual significaba…
Volvió a hacer un gesto de desesperación. No podía ser. Shuya no podía morir, porque era como un profeta con su guitarra. Siempre era amable con todo el mundo y muy comprensivo con las dificultades de los demás. Pero nunca perdía aquella fabulosa sonrisa. Era muy honesto, y absolutamente transparente e inocente, pero también firme. «Es como mi ángel de la guarda. ¿Cómo puede morir una persona como él? No es posible que haya… Y sin embargo…».
—Puede que sí y puede que no —concluyó Shogo tranquilamente.
Noriko volvió a girar la muñeca y comprobó la hora en su reloj otra vez, con un gesto nervioso. Movió la pierna dolorosamente y se acercó poco a poco a Shogo. Apretó fuerte la mano izquierda de este, que la tenía apoyada en las rodillas, con las dos manos.
—Por favor. ¿No podemos…? ¿No podemos ir a buscarlo? ¿No quieres venir conmigo? No puedo hacer esto sola. Por favor.
Shogo no contestó nada. Solo levantó la mano izquierda ligeramente, consiguiendo que Noriko retirara las suyas, y le dio unos golpecitos tranquilizadores en el brazo.
—No podemos. Y aunque insistas en ir sola, no te dejaré. Shuya me pidió que cuidara de ti. Ha corrido un gran riesgo para ayudarnos a escapar. No quiero echar a perder lo que hizo por nosotros.
Noriko se mordió el labio inferior y lo miró detenidamente.
—No me mires así. Me lo estás poniendo muy difícil —dijo Shogo, rascándose la cabeza con la mano que sostenía el cigarrillo, y añadió—: Te importa Shuya, ¿no?
Asintió. Sin dudar.
Shogo hizo un gesto de comprensión y dijo:
—Entonces, respeta sus deseos.
Ella volvió a morderse el labio, pero luego bajó la mirada e hizo un ademán de resignación.
—De acuerdo. Solo podemos esperar, entonces, ¿no?
—Exactamente.
Permanecieron en silencio durante un rato, pero luego Shogo le preguntó:
—¿Tú crees en el sexto sentido?
El tema de conversación le resultó un poco inesperado a Noriko y abrió sorprendida los ojos. ¿Estaba intentando distraerla?
—Bueno… un poco. Pero, la verdad, no lo sé… —contestó la muchacha—. ¿Y tú?
Shogo apagó la colilla en el suelo. Y luego dijo:
—No, en absoluto. Bueno, no creo que eso tenga ninguna importancia. Todo ese rollo sobre fantasmas, la vida del más allá, los poderes cósmicos, el sexto sentido, la adivinación del futuro, los poderes psíquicos… son solo bobadas que únicamente creen aquellos que no pueden enfrentarse a la realidad sino negándola. Lo siento. Dijiste que creías un poco. Aunque solo es mi opinión. Pero…
Ella lo miró a los ojos.
—¿Pero?
—Pero a veces… sin ningún motivo aparente, estoy seguro de cosas de las que no debería tener la completa seguridad. Y por alguna razón nunca me he equivocado en esas ocasiones.
Ella permaneció en silencio y lo miró atentamente.
—Shuya está vivo —dijo al final—. Volverá. Lo sé.
El rostro de Noriko se relajó de repente. Puede que hubiera dicho aquello para consolarla, pero aunque así fuera, a Noriko le emocionó el esfuerzo de Shogo.
—Gracias —le dijo—. Eres muy amable, Shogo.
Él se encogió de hombros.
—Solo te digo lo que siento. —Y luego añadió—: Shuya es un tío con suerte.
Ella lo miró con un gesto de duda.
—¿Eh?
—Tiene suerte de que alguien lo quiera tanto.
Ella sonrió un poco.
—Lo has entendido mal.
—¿El qué?
—No es correspondido. A Shuya le gusta otra. Yo no soy nada comparada con ella.
—¿En serio?
Noriko bajó la mirada y asintió con resignación.
—Ella es realmente increíble. No sé cómo describirla. Es muy interesante y guapa. Estoy celosa, pero entiendo perfectamente que se sienta atraído hacia ella.
Shogo hizo un gesto de incomprensión.
—No sé. —Hizo funcionar varias veces su encendedor, prendió otro cigarrillo y al final añadió—: Creo que ahora eres tú la que le importa.
Ella se negó a admitirlo.
—Oh, no.
—Cuando vuelva —dijo Shogo con una sonrisa—, deberías decírselo. Dale una colleja, por hacértelo pasar tan mal.
Noriko sonrió otra vez.
Shogo expulsó el humo.
—Y ahora, túmbate. Todavía no estás completamente recuperada. En cuanto te tumbes, podrás dormir un rato. Me quedaré en vela toda la noche. Si Shuya aparece, le diré que despierte a la princesa con un beso.
—Ajá… —Noriko sonrió y asintió—. Gracias.
Aún permaneció sentada allí otros diez minutos. Luego se envolvió en la manta y se tumbó.
Sin embargo, no pudo dormir.
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