Casi estaba todo a oscuras, pero junto a la ventana, aprovechando la tenue luz de la luna, Shinji volvió a tirar aquello que tenía en la mano al suelo. El sonido del objeto al golpear el suelo quedó amortiguado por la gruesa manta doblada, pero entonces se oyó un leve estallido junto a un campanilleo.
Shinji lo recogió enseguida del suelo y luego embutió el pequeño objeto de plástico entre los pliegues de la manta. El sonido se detuvo.
—Venga, vamos —dijo Yutaka. Había estado observando a Shinji, pero este le hizo un gesto para que se mantuviera tranquilo. Repitió la prueba de nuevo.
¡Pop! ¡Ting!
Volvió a hacer los mismos ruidillos. Shinji lo recogió y se quedó pensando.
¿Estaba todo correcto? Si aquello no funcionaba en el momento preciso, todos los cuidadosos preparativos no habrían servido para nada. Una prueba más…
—Tenemos que darnos prisa… —repitió Yutaka, y el rostro de Shinji casi se encendió de furia, pero consiguió contenerse.
—De acuerdo —dijo, aunque no estaba completamente convencido, y dio por concluidas sus probaturas. Desenganchó el cable que conectaba la batería y el minimotor utilizado para las pruebas y comenzó a despegar la cinta aislante de plástico que unía el motor a la batería.
Shinji y Yutaka habían regresado a la Asociación Cooperativa de Agricultores de Takamatsu Norte, Delegación de la Isla de Okishima.
Junto con la escuela y la cooperativa de pescadores del puerto, puede que fuera uno de los edificios más grandes de la isla. La nave, por supuesto sin iluminar y envuelta en la oscuridad, era del tamaño de una pista de baloncesto, y por allí había alguna maquinaria y equipamientos agrícolas, incluidos un tractor y una cosechadora, dispersos por todo el local. Había también una furgoneta, sin una rueda y apoyada en un gato, esperando para ser reparada. En una esquina había sacos con distintos tipos de fertilizantes. (El peligroso nitrato de amonio estaba apilado más allá, almacenado en unos armarios grandes con una débil cerradura que Shinji había reventado). Las paredes de ladrillo tenían al menos cinco metros de altura, y había una especie de galería que recorría la pared norte, donde se almacenaban más fertilizantes, insecticidas y otros suministros. En la pared de enfrente había una escalerilla metálica que descendía desde ese segundo piso, y bajo las escaleras estaba la gran puerta corredera de la nave. Junto a esta, en un rincón, había una especie de oficina que aprovechaba las dos paredes. La oficinilla tenía la puerta abierta y allí dentro se atisbaba el mobiliario propio de un lugar así, y se recortaban las sombras de un escritorio y de un fax.
Tender el sedal por el sector G-7, donde se encontraba la escuela, resultó ser un lío de mil demonios. Primero, Shinji ató el extremo del sedal a la copa de un árbol alto que había detrás de la roca a la que se habían subido. Luego cogió el otro extremo y comenzó a caminar entre los árboles, pero entonces se levantó un fuerte viento allí arriba, de modo que resultó dificilísimo guiar los globos-bolsas de basura. Tuvieron que subir a los árboles por lo menos en diez ocasiones para desenredar el sedal. Encima, dado que el enemigo podía acechar en cualquier escondrijo, en la oscuridad, Shinji tuvo que vigilar a Yutaka, de modo que la empresa resultó agotadora.
Pero después de tres horas largas consiguieron tender el sedal. Cuando oyeron el tiroteo ya eran más de las once de la noche. Oyeron también una explosión, pero no podían permitirse el lujo de inmiscuirse en aquel embrollo, así que regresaron a la cooperativa agrícola. Para entonces, el tiroteo ya había cesado.
Al final, Shinji comenzó a fabricar el detonador eléctrico, pero esto también resultó bastante laborioso. No contaba con las herramientas apropiadas y, además, el aparato requería de una gran precisión. La corriente eléctrica tenía que activar el aparato en el momento del impacto contra la escuela, pero al mismo tiempo tenían que asegurarse de que no fuera tan sensible para activarse en medio del traslado a través de la cuerda, por un golpe de viento o un nudo.
Pero, bueno, al final Shinji se las arregló para fabricarlo, utilizando para las pruebas un motor que le había quitado a una maquinilla eléctrica en vez de emplear el detonador. Fue precisamente al empezar los ensayos cuando se dio el comunicado. La única que había muerto era Hirono Shimizu (la estudiante número 10), a quien Shinji había visto inmediatamente después de que comenzara el juego. Pensó que Hirono habría muerto después de un intenso tiroteo, pero en cualquier caso, Sakamochi había anunciado algo más apremiante, al menos para él y Yutaka. El sector F-7, donde se encontraba el saliente desde el que habían estado oteando la escuela, sería declarado zona prohibida a la una de la madrugada.
No era de extrañar que Yutaka estuviera tan impaciente. Si no podían entrar en aquella zona, todos los preparativos se quedarían en nada. Sería el final también para ellos. Shinji no quería quedarse en una situación en la que, después de una inteligente jugada, se quedara justo a un movimiento del jaque mate, y solo para caer en la trampa fatal.
Shinji sacó rápidamente el detonador eléctrico de la cápsula encadenada a su navaja. Conectó los dos cilindros —el exterior metálico brilló con un oscuro fulgor— y despellejó el aislante plástico del cable. Entonces, utilizando cinta aislante, aseguró primero el pequeño muelle que serviría como interruptor eléctrico, y luego cogió el cable que partía del detonador y lo unió al cable de la carga. Envolvió en cinta aislante una y otra vez la conexión para estar completamente seguro. A continuación, conectó la batería a un condensador tomado del flash de una cámara. Con el fin de que el detonador resultara absolutamente fiable, necesitaba que se aplicara un voltaje alto. Conectó los cables también a ese aparato. Para prevenir cualquier detonación accidental, decidió que colocaría el último cable del detonador en lo alto de la montaña, donde uniría con cinta aislante el extremo del cable a la batería.
—Ya está.
Shinji se incorporó y luego se guardó el aparato de detonación en el bolsillo.
—Andando. Es la hora.
Yutaka asintió. Solo por si acaso, Shinji metió todo el material, incluidos los alicates de electricista y más cable, en la mochila, y luego cogió varios hatillos de cuerda que habían dispuesto y se los echó a los hombros. Miró al suelo. Allí estaba: una lata de gasolina llena con una mezcla de gasolina y nitrato de amonio. Para añadirle oxígeno, embutió dentro material aislante lleno de aire y bien doblado. Lo habían cerrado con la tapa, pero al lado tenía otro de goma que funcionaba como boquilla del detonador estaba unida a él con un cable de plástico que colgaba del asa.
Entonces miró el reloj. Eran las 12:09. Todavía tenían mucho tiempo.
Muy bien. Estaba temblando de nerviosismo. Les había costado un montón, pero ya tenían todo lo que necesitaban. Enlazarían todas las cuerdas de que disponían. Uno de los extremos quedaría fijo en el sector H-7, asegurado por el peso de una roca. El otro cabo se ataría al extremo del sedal. Largarían cuerda y la dejarían allí. Luego rodearían la escuela, subiendo hasta las laderas de F-7. Allí tomarían el sedal que habían atado a lo alto del árbol y lo recogerían en un carrete enseguida. La cuerda, unida al sedal, iría entonces directamente hacia ellos. Luego procederían a colocar la polea, enhebrando la cuerda, y colgarían allí la bomba. Después tensarían la cuerda y la asegurarían a un árbol. Finalmente, sería cuestión de lanzar la bomba hacia la escuela: sería coser y cantar, desde luego. ¡A divertirse! ¡Vamos allá! ¡Hagámoslo de una vez!
Una vez que hubieran dañado los ordenadores de la escuela, o la corriente eléctrica o el cableado, el equipo de Sakamochi imaginaría que había un fallo en el sistema. No… dado el poder de los explosivos que iban a utilizar, todos los ordenadores… no, en realidad saltaría por los aires la mitad de la escuela. Luego cogerían los neumáticos que ya habían escondido detrás de una roca en F-7 y correrían hacia la costa occidental, escapando por mar tal y como habían planeado. Si podían confundir al Gobierno enviando una falsa señal de SOS utilizando su radiotransmisor y alcanzar la isla más próxima, Toyoshima, en menos de media hora, como habían calculado, podrían coger un barco. (Shinji tenía experiencia con los botes a motor. Realmente había aprovechado toda la sabiduría que le había ofrecido su difunto tío). Entonces probablemente podrían huir hacia Okayama, y con fortuna arribar a una orilla apartada para ser libres. Luego podrían coger un tren de mercancías en dirección al campo. O podrían agenciarse un coche birlándolo. Después de todo, tenían una pistola. Robar coches. Guay.
Shinji observó la Beretta M92F trabada en su cinturón. Había pensado que podrían darle esquinazo al Gobierno enviando la señal de SOS falsa, pero por si los descubrían en el mar, había llenado varias botellas de cocacola con su mezcla especial de nitrato de amonio con gasolina y las había metido en su mochila. Pero sin un detonador, aquellas botellas eran básicamente cócteles molotov. Si los descubrían, lo mejor sería nadar hacia las patrulleras y subir a bordo para pelear. Si todo iba bien, podrían apoderarse de las armas de sus enemigos, y si podían manejar el barco, podrían buscar una manera de escapar. Pero tendrían que tener una suerte extraordinaria para que aquello sucediera.
Estaba un poco preocupado. Había estado corriendo por toda la isla con su Beretta pero, pensándolo bien, no había disparado con ella ni una sola vez. Su tío ni siquiera tenía una pistola, así que nunca había aprendido a manejarlas.
Pero Shinji intentó quitarse aquellas ideas de la cabeza. Él era El Tercer Hombre, Shinji Mimura. Sin problemas. La primera vez que cogió una pelota de baloncesto de verdad y lanzó un tiro libre, la clavó.
—Shinji —dijo Yutaka.
Este levantó la mirada.
—¿Listo?
—No —dijo Yutaka lastimosamente. Y entonces empezó a escribir algo en su cuaderno de notas.
Shinji lo leyó a la luz de la luna, junto a la ventana. No encuentro la polea.
Shinji le lanzó una mirada a su amigo. A juzgar por su aspecto, se estaba volviendo loco. Yutaka de repente retrocedió.
Yutaka estaba encargado de la mitad de las cuerdas y de la polea. Desde que Shinji había cogido la polea del pozo, Yutaka se había encargado de ella, llevándola hasta la cooperativa y guardándola en algún sitio.
Shinji volvió a dejar en el suelo sus hatillos de cuerdas y la mochila. Comenzó a buscar por allí de rodillas. Yutaka hizo lo mismo.
Tantearon en la oscuridad, mirando al otro lado del tractor y por debajo del escritorio de la oficina, pero no pudieron encontrarla. Shinji se puso en pie y volvió a mirar su reloj. Ya eran casi las doce y cuarto.
Al final, decidió sacar la linterna de la mochila. Procuró hacer pantalla con la mano para ocultar la luz y la encendió.
Hizo todo lo posible para impedir que la luz se viera desde el exterior, pero el interior de la nave agrícola se iluminó con un leve fulgor amarillo. Shinji observó el rostro preocupado de Yutaka y entonces descubrió la polea por encima del hombro de su amigo. Estaba en el suelo, junto a la pared, justo un poco más allá de donde alcanzaba la luz de la luna que se derramaba por la ventana. Estaba a menos de un metro de la mochila de Yutaka, en el suelo.
Shinji le hizo una señal a su amigo y apagó rápidamente la linterna. Yutaka cogió de inmediato la polea.
—Lo siento, Shinji —dijo Yutaka disculpándose.
Este forzó una sonrisa.
—Andando, Yutaka.
Entonces se volvió a echar al hombro la cuerda y la mochila. Cogió la lata de gasolina. Tenía bastante confianza en su fortaleza, pero todos los objetos a la vez resultaban bastante pesados. Solo tenía que cargar con la cuerda parte del camino, pero la lata de veinte litros tendría que llevarla hasta el otro extremo, hasta la cima de la colina. Y, además, tenían que darse prisa.
Yutaka cogió su hato de cuerdas. La pesada carga le hacía parecer una tortuga llevando a cuestas su concha. «Bueno, Shinji va igual», pensó. Cruzaron la nave hacia la puerta corredera. Esta estaba abierta aproximadamente unos diez centímetros, dejando que entrara una leve rendija de pálida luz de luna azul.
—Lo siento mucho, Shinji —repitió Yutaka.
—Está bien, no te preocupes. Tú solo asegúrate de hacer bien las cosas a partir de este momento.
Shinji se pasó la lata de gasolina a la mano izquierda, apoyó la derecha en la pesada puerta metálica y la deslizó para abrirla. La pálida luz se derramó por toda la nave.
Enfrente de la puerta, a un lado del aparcamiento, había una granja con varias casas. Y más allá de esa zona había otro núcleo de casas, que podían verse a pesar de la oscuridad.
A su izquierda, Shinji vio un pequeño cobertizo, al final de la propiedad; allá a lo lejos estaba la escuela y, por encima, como si estuviera protegiéndola, la cortada a la que se dirigían ellos. Había algunos árboles justo junto a una casa de dos pisos, enfrente de la escuela. Habían planeando atar la cuerda al árbol más alto de aquel grupo. El sedal lo habían asegurado junto a una acequia que pasaba al lado del árbol. Así el sedal pasaba junto a la escuela y subía directamente hasta el centro de la cortada, donde estaba la roca desde la cual lanzarían la polea, haciendo rapel, hacia la escuela, cubriendo una asombrosa distancia de trescientos metros.
«No creo que este plan salga bien. De todos modos, me pregunto si este sedal podrá arrastrar la cuerda hasta la cima de la loma sin romperse».
Shinji inspiró profundamente y luego, después de pensarlo bien, decidió decir algo. No importaba mucho ya que le oyeran decir aquello.
—Yutaka.
Este miró a su amigo.
—¿Qué?
—Puede que nos maten. ¿Estás preparado?
Durante unos instantes, Yutaka permaneció en silencio. Pero luego contestó rápidamente.
—Sí, estoy preparado.
—Vale.
Shinji agarró de nuevo con fuerza la lata de gasolina y estuvo a punto de esbozar una sonrisa. Una sonrisa que se le congeló cuando vio algo por el rabillo del ojo.
Avistó la cabeza de alguien, saliendo entre las casas de la granja que había junto al aparcamiento.
—¡Yutaka!
Shinji agarró a su amigo por el brazo y retrocedió corriendo hacia la nave de la cooperativa, colándose por la gran puerta corredera. Yutaka se trastabilló un poco, debido en parte al peso de la cuerda, pero se las arregló para ir tras él. Para cuando se encontraron a salvo y protegidos por la puerta metálica, Shinji ya estaba con la pistola en ristre y apuntando a aquella figura amenazante.
La sombra chilló…
—¡N… no dispares! ¡Shinji! ¡Por favor, no dispares! ¡Soy yo! ¡Keita!
Shinji se percató de que efectivamente era Keita Iijima (el estudiante número 2). Keita, en términos generales y relativos, era un tipo amigable y solía andar con Shinji y Yutaka. (Después de todo habían sido compañeros de clase desde primero). Pero Shinji no se sintió aliviado ante la posibilidad de que alguien se uniera a ellos. No: le parecía que aquello era más bien un problema. Fue entonces cuando se percató de que no le había dado mucha importancia a la posibilidad de que otros se les unieran hasta este momento. «Maldita sea, ¿por qué ahora?».
—Es Keita, Shinji. Vamos, es Keita.
Shinji pensó que la entusiasta voz de Yutaka sonaba un tanto inapropiada.
Keita se levantó despacio y avanzó hacia las instalaciones de la cooperativa. Llevaba la mochila en la mano izquierda y lo que parecía un cuchillo de cocina en la derecha.
—Vi la luz —dijo temerosamente.
Shinji hizo rechinar sus dientes. Debió de ser cuando utilizó la linterna, aquella única vez, para buscar la polea. Shinji se lo recriminó a sí mismo. ¿Cómo había sido tan torpe de meter así la pata, arriesgándose a utilizar aquella linterna?
—Así que me acerqué y vi que erais vosotros… —continuó Keita—. ¿Qué estáis haciendo? ¿Qué lleváis ahí? ¿Cuerdas? Dejad… dejadme que vaya con vosotros…
Sabiendo que sus conversaciones estaban siendo controladas, Yutaka frunció el ceño y miró a Shinji, asombrándose de que este aún no hubiera bajado la pistola.
—Shin… Shinji… ¿qué pasa?
Shinji hizo un movimiento con la mano para indicarle a Yutaka que no diera ni un solo paso adelante.
—Yutaka. No te muevas.
—¡Eh! —exclamó Keita, con voz temblorosa—. ¿Por qué me estás apuntando?
Shinji inspiró profundamente y le dijo a Keita:
—Ni te muevas.
Podría asegurar que Yutaka se estaba poniendo cada vez más nervioso.
La lastimera cara de Keita Iijima pudo verse claramente a la luz de la luna cuando dio un paso adelante.
—¿Por qué? ¿Por qué no me dejáis? ¿Te has olvidado de quién soy, Shinji? Dejadme ir con vosotros.
Shinji amartilló la pistola. Click. Keita Iijima se detuvo. Aún estaba a una buena distancia, como a seis u ocho metros.
—No te acerques a nosotros —dijo Shinji lentamente—. No podemos dejar que nos acompañes.
Yutaka chilló justo a su lado:
—Pero ¿por qué, Shinji? Podemos fiarnos de Keita…
Shinji negó con la cabeza. Entonces pensó: «Hay una cosa que tú no sabes sobre nosotros, Yutaka».
No era gran cosa. En realidad, era un incidente trivial.
Había ocurrido en segundo, al final del segundo trimestre, en marzo. Shinji fue a Takamatsu con Keita Iijima a ver una peli (no había cines en Shiroiwa). Se suponía que Yutaka también iba a ir, pero tenía gripe o algo así.
Y entonces fue cuando Shinji se topó con tres estudiantes mayores, unos matones, en un callejón trasero de la calle principal, cerca del centro comercial. Shinji y Keita ya habían visto la película, así que fueron a dar una vuelta por las librerías y las tiendas de discos. (Shinji compró unos libros extranjeros de informática. Una verdadera sorpresa. Aunque eran libros técnicos, el Gobierno prohibía estrictamente los occidentales, así que era difícil encontrarlos). Después ya se encaminaban hacia la estación de trenes cuando Keita se dio cuenta de que se le había olvidado comprar su tebeo favorito y regresó solo a la librería.
—Eh, tú, ¿tienes pasta? —le preguntó uno de aquellos matones. Era por lo menos un palmo más alto que Shinji, que con sus 172 centímetros era incluso bajito para el baloncesto.
Shinji se encogió de hombros.
—Creo que tengo 2.571 yenes.
El que había preguntado miró a los otros dos como diciendo: «¡Patético!». Entonces se inclinó para decirle algo al oído a Shinji, al que le desagradó profundamente su cercanía. Puede que fuera porque se dedicara a esnifar disolvente o por culpa de alguna droga que estuviera de moda por aquel entonces… En cualquier caso, las encías de aquel tipo estaban podridas y su aliento era apestoso. «Lávate los dientes, colega».
—Suéltalos —dijo aquel tío—. Vamos, ya.
Shinji mostró un gesto de exagerada sorpresa y dijo:
—Oh, así que sois mendigos… Entonces seguro que os contentaréis con veinte yenes. Os daré algo más si os ponéis de rodillas y me lo pedís por compasión.
El tío aquel, con un hueco entre sus dientes, pareció sorprendido, mientras los otros dos sonreían.
—Todavía estás en el insti, ¿no? Deberías aprender a respetar a tus mayores —dijo aquel tío, y agarró a Shinji por el hombro. Y luego le dio un rodillazo en el estómago. Shinji tensó los músculos del abdomen para encajar el golpe. No le dolió mucho. Solo fue un rodillazo de mierda. Aquellos tíos nunca se atreverían con alguien de su misma edad.
Shinji apartó tranquilamente a aquel tipo y luego le dijo:
—¿Qué ha sido eso? ¿El abrazo del oso?
Aquellos tíos seguro que no sabían ni lo que era un oso. Pero el tío al que le faltaban un par de incisivos parecía irritado por el tonillo de Shinji, y su careto feo y afilado se retorció.
—¿Y esto, qué? —y le dio un puñetazo a Shinji en la cara. Aquello tampoco le dolió mucho, aunque le sangró el labio.
Shinji se llevó los dedos a la boca para comprobar la herida. Le picaba un poco. Retiró los dedos y vio que había sangre en ellos. Bah, no era nada.
—Vamos, danos tu cartera.
Shinji, aún mirándose la mano, esbozó una sonrisa. Levantó la vista. Cuando sus ojos se encontraron, el tipo al que le faltaban los dientes pareció intimidado.
—Has empezado tú —dijo Shinji con aire burlón, y entonces, con el movimiento de un gancho, le arreó con el libro de tapa dura en la boca sucia a aquel gilipollas. Le pareció que se le rompían los dientes mientras la cabeza se le caía hacia atrás.
La pelea terminó en diez segundos. Por supuesto, las enseñanzas de su tío también incluían lecciones de lucha. Fue una cosa de nada.
Lo que no fue trivial fue lo otro.
Mientras observaba a los curiosos que se habían quedado mirando a aquellos tres matones tirados por el suelo, Shinji dirigió la vista a la librería y vio a Keita en la sección de cómics. En realidad ya había comprado el libro por el que había vuelto. Parecía que andaba curioseando por allí sin mucho interés, y cuando Shinji lo llamó, él solo dijo: «Ah, lo siento. Me acordé de que había otro libro que quería». Luego abrió los ojos como un tonto y le preguntó qué le había pasado en el labio.
Shinji se encogió de hombros y contestó:
—Volvamos a casa.
Sin embargo, sabía que Keita había doblado la esquina y que se había escaqueado al ver a los tres matones rodeando a Shinji. Este pensó en aquel momento que Keita podría haber ido a llamar a la policía. (Bueno, de todos modos, dado lo ocupados que estaban en reprimir a los civiles en vez de a los criminales, eso tampoco hubiera solucionado nada). «Ah, vaya, así que te acordaste de que querías otro libro. Ya, entiendo».
Gracias a aquel incidente, el viaje de vuelta en tren a Shiroiwa-cho no resultó precisamente muy divertido.
Keita probablemente pensó que Shinji podía apañárselas él solito con los tres estudiantes mayores sin ningún problema. Y estaba en lo cierto. Keita probablemente no quería salir malparado al meterse en una pelea. Y, bueno, vale, Shinji podía entender que aquellos matones se quedaran con la cara de Keita si este llamaba a la policía. Buah. Y Keita no hizo amago de disculparse ante Shinji. A veces es necesario mentir para que el mundo siga girando.
Esas cosas pasan. Como solía decir su tío, no se puede culpar a los cobardes de su vocación para esconderse. Son incapaces de sentirse responsables de nada.
Pero la cubierta del libro que Shinji había comprado quedó destrozada. Y encima, el borde estaba manchado con la saliva de aquel tipo y marcado con sus dientes. Aquello sí que le jodió a Shinji. Cada vez que abriera aquel libro, recordaría aquel careto asqueroso. Y encima —y podían llamarlo un maniático por eso—, odiaba que los libros estuvieran rotos o sucios. Siempre los forraba cuando los leía.
Su tío también le dijo esto: «Si no te gusta lo que ves, tendrás que enfrentarte al responsable. Para compensar».
Así pues, a partir de entonces, a modo de castigo, Shinji decidió mantener las distancias con Keita. No era un castigo muy severo. Después de todo, no era como si decidiera que fueran enemigos. A los dos les iría mejor así.
En fin, una historia sin importancia. Y nunca le había contado el incidente a Yutaka.
Pero tal vez trivializar una historia como aquella, en el juego que se traían entre manos, podía arrastrar a alguno a la muerte. «No se trata de venganza, tío. Esto es lo que tú llamabas el Mundo Real. Simplemente no puedo ser amigo suyo».
—Es verdad… —En respuesta a la afirmación de Yutaka, Keita Iijima abrió los brazos. Tenía el cuchillo de cocina en la derecha y en la hoja se reflejaba la luna—. Creía que éramos amigos.
Shinji aún se negó a bajar el martillo de su pistola.
Viendo que Shinji se mostraba inflexible, Keita pareció como si fuera a estallar en lágrimas. Arrojó el cuchillo de cocina al suelo.
—¿Lo ves? No quiero luchar. ¿Lo ves ya?
Shinji negó con la cabeza.
—No. Largo.
El rostro de Keita se inflamó de rabia.
—¿Por qué? ¿Por qué no confías en mí?
—Shinji…
—Cierra el pico, Yutaka.
El rostro de Keita se petrificó. Se quedó callado y añadió con voz temblorosa:
—¿Es por lo que hice aquella vez, Shinji? ¿Cuando salí huyendo? ¿Es por eso que no te fías de mí?
Shinji le apuntó a la cabeza sin decir palabra.
—¡Shinji! —exclamó Keita de nuevo, y su voz sonó patética. Estaba prácticamente sollozando—. Siento mucho aquello, Shinji. Lo siento muchísimo…
Shinji apretó los labios. Se preguntaba si Keita estaría siendo sincero o si fingía. Pero entonces rechazó la idea. «No estoy solo. También estoy arriesgando la vida de Yutaka». Había un aforismo que al parecer atribuían al ministro de Defensa de no sé qué sitio: «Tenemos que defendernos de acuerdo con las fuerzas de nuestros enemigos, no de acuerdo con sus intenciones». Era cerca de la una de la madrugada.
—Shinji, ¿qué está pasando…?
Este sujetó a Yutaka con la mano y lo retiró hacia atrás.
Keita avanzó un poco.
—Por favor, tengo mucho miedo. Por favor, dejadme estar con vosotros…
—¡No te acerques más! —gritó Shinji.
Keita Iijima hizo un gesto de desesperación con aquel rostro tan triste y dio un paso adelante. Se estaba aproximando demasiado a Shinji y a Yutaka.
Shinji apuntó al suelo y apretó el gatillo por primera vez. El casquillo salió volando de la Beretta y trazó un brillante arco a la luz de la luna, y una nube de polvo se levantó a los pies de Keita, que pareció asombrado ante aquella acción, como si fuera un extraño experimento de química.
Pero entonces empezó a caminar otra vez.
—¡Quieto! ¡Quieto, ya!
—¡Por favor, dejadme ir con vosotros…! ¡Por favor!
Como una marioneta, Keita avanzaba torpemente hacia ellos. Izquierda, derecha, izquierda…
Shinji hizo rechinar sus dientes. Si Keita iba a sacar algo, aparte del cuchillo, lo haría con la mano derecha.
«¿Tienes buena puntería? ¿Seguro? Esta vez no será una amenaza».
Desde luego.
No había tiempo que perder. Shinji amartilló el arma de nuevo.
Sintió que se le resbalaba el dedo.
Una décima de segundo antes del estallido, Shinji se dio cuenta, repentinamente, de que estaba sudando. Estaba sudando por la tensión.
Todo ocurrió en un instante. Keita Iijima se dobló por la mitad, adelantando la parte superior de su cuerpo, como si le hubieran dado un golpe en el estómago. Extendió los brazos como un lanzador de peso antes de tirar la bola y luego, doblando las rodillas, cayó de espaldas. Incluso en la oscuridad, Shinji pudo ver claramente la sangre salpicando por todas partes desde el agujero que tenía en la parte derecha de su pecho, como una pequeña fuentecilla. Todo aquello sucedió en un instante.
—¡Shinji! ¡Qué has hecho! —gritó Yutaka mientras corría hacia Keita. Se arrodilló a su lado y colocó las manos sobre su cuerpo, boquiabierto y asombrado. Luego, tras dudar durante un instante, le tocó el cuello. Tenía el rostro muy pálido—. Ha muerto.
Shinji permaneció petrificado, todavía sosteniendo la pistola en la mano. Le pareció que era incapaz de pensar, pero lo hacía. «Vaya mierda», y su voz retumbó en el interior de su cráneo. Aunque parezca irrelevante, la voz retumbaba igual que cuando uno habla solo en la ducha.
«Vaya mierda. Se supone que eras El Tercer Hombre, Shinji Mimura, que nunca fallaba un disparo. El alero estrella del insti de Shiroiwa, Shinji Mimura, ¿eh?».
Shinji se repuso y avanzó unos pasos. Como si de repente se hubiera convertido en un cíborg, sentía que su cuerpo le resultaba demasiado pesado. Un día, Shinji Mimura se despertaría y descubriría que en realidad era Terminator. Genial.
Avanzó lentamente hacia el cadáver de Keita Iijima.
Yutaka le lanzó una mirada furibunda.
—¿Por qué, Shinji? ¿Por qué tenías que matarlo?
Allí, inmóvil y de pie, Shinji contestó:
—Pensé que tendríamos problemas si Keita tenía otra arma, además del cuchillo. Le apunté al brazo. No tenía intención de matarlo.
Al oír aquello, Yutaka examinó con más detenimiento el cadáver de Iijima. Como para confirmar su teoría, miró también en la mochila del estudiante muerto.
—¡No tenía nada! —dijo—. ¿Cómo has podido hacer esto, Shinji? ¿Por qué no confiaste en él?
Shinji de repente se sintió vacío. Pero era necesario. «Eh, tío, ¿a que no he hecho nada malo, verdad? ¿A que no?».
Shinji bajó la mirada hacia Yutaka sin decir una palabra. Pero… sí, no importaba lo que hubiera sucedido: tenían que darse prisa. No podían permitirse que sus fallos los condujeran al fracaso.
Pero justo antes de que pronunciara aquellas palabras, algo cambió en el rostro de Yutaka.
Sus labios temblaron.
—Oh, no, Shinji… —dijo—. No me digas que tú…
Shinji no tenía ni idea de a qué se estaba refiriendo su amigo.
—¿Que yo qué? —preguntó.
Yutaka rápidamente retrocedió. Se apartó de Shinji y balbució entre sus labios temblorosos.
—Shinji, ¿no harías eso con la idea de…?
Los labios de Shinji se tensaron. Se aferró a la Beretta con la mano izquierda.
—¿Me estás diciendo que disparé a Keita para disponer de más tiempo? Eso es…
Yutaka negó frenéticamente con la cabeza. Luego retrocedió lentamente.
—No, no… Todo este plan…
Shinji frunció el ceño y miró atónito a Yutaka. «Yutaka, ¿adónde quieres llegar?».
—Toda esta historia sobre nuestra huida, era solo… era…
Yutaka era incapaz de hablar con sensatez y coherencia, pero Shinji, cuya CPU mental era increíblemente rápida, comprendió al final lo que Yutaka estaba pensando.
«No, por Dios, no puede ser…».
Pero… ¿qué otra cosa podía ser?
Yutaka estaba acusando a Shinji de no tener ninguna intención de escapar de la isla, de haber planeado todo aquello para participar en el juego de Sakamochi. Por eso le había pegado un tiro a Keita.
El rostro de Shinji mostró un ademán de absoluta desesperación. Podía haberse quedado boquiabierto durante años ante aquella revelación.
Entonces, recobrándose, gritó:
—¡No seas idiota! ¿Por qué demonios iba a estar contigo si fuera así?
Yutaka estaba temblando, negando con la cabeza.
—Es… es…
Yutaka ya no dijo nada más, pero Shinji de todos modos lo entendió. Probablemente quería decir que lo estaba utilizando para sobrevivir, por ejemplo, teniéndolo de vigilante para así poder dormir.
«Espera, espera un segundo, yo utilicé el portátil para joder a Sakamochi, e incluso cuando eso falló, se me ocurrió este otro plan. Así que estás diciendo que como soy listo estaba jugando con el móvil y con el portátil para ganarme tu confianza y que mi intención oculta era utilizar la gasolina y el fertilizante para protegerme y ganar el juego. Que como solo tenía una pistola, un explosivo especial me vendría de perilla para sobrevivir en este juego. Que justo antes de llevar a cabo nuestro plan de bombardear la escuela, yo te iba a decir: “Bah, no, no lo vamos a hacer”. Y que te diría “Esto no va a funcionar”, igual que te dije eso mismo con lo del ordenador. Oye, mira, espera un segundo, ¿y entonces qué hacemos con el sedal que hemos colocado junto a la escuela? ¿Me estás diciendo que quería montar un negocio de móviles en esta isla donde todos los circuitos telefónicos se han cortado? ¿O me estás diciendo que era otra farsa? ¿O que tengo un plan que tú ni siquiera puedes sospechar?
»Cuando te dije que te ayudaría, después de que prometieras vengarte de la muerte de Izumi Kanai, lloraste. ¿Mi respuesta fue también una farsa?
»Esto es demasiado, Yutaka. Lo que quiero decir es que una vez que se desatan las sospechas, ya no hay modo de detenerlas. Pero estás yendo demasiado lejos. Esto es absurdo. De verdad, es de risa. Más divertido que tus chistes. A lo mejor estás perdiendo el control por el cansancio».
Eso era lo que Shinji pensaba en un nivel racional. Y si pudiera haber examinado cada explicación paso a paso, Yutaka se habría dado cuenta de que sus sospechas no eran más que tonterías. Pero, en realidad, nada de lo que se le ocurría a Shinji se correspondía con las sospechas de Yutaka. Podría haber sido un simple caso de cansancio unido a la conmoción de haber sido testigo de la muerte de un amigo íntimo, y que todo ello diera lugar al nacimiento de una sospecha en lo más recóndito del cerebro de Yutaka. Pero salió a la superficie porque lo que había en primer lugar, allí, en su cerebro, era una sospecha sobre Shinji. Y la idea de que Yutaka sospechara de él nunca se le había pasado por la cabeza a Shinji.
De repente, el agotamiento que sintió fue excesivo. Un motor de doce cilindros turbo en uve. «Este nivel de agotamiento es de primera división, colega. Lo más de lo más, tío».
Shinji le puso el seguro a la Beretta y se la lanzó a Yutaka. Este dudó, pero la cogió.
Agotado, Shinji se apoyó con las manos en las rodillas.
—Si no confías en mí, pégame un tiro, Yutaka. No me importa: tú solo pégame un tiro. —Poniéndose en cuclillas, añadió—: Disparé a Keita para protegerte, Yutaka. Maldita sea.
Yutaka de repente lo miró con aire de no comprender nada. Entonces, casi al borde de las lágrimas, balbuceó:
—Oh. Oh… —Y corrió hacia Shinji.
Le puso la mano en el hombro a Shinji y comenzó a sollozar ruidosamente. Shinji seguía mirando al suelo, con las manos apoyadas en las rodillas. Se dio cuenta de que también tenía los ojos llenos de lágrimas.
En algún lugar, en lo más profundo de su mente, se estaba diciendo: «Venga, venga… ¿no tienes otras cosas más importantes de las que ocuparte? Mirad lo vulnerables que sois, discutiendo de este modo. ¿Habéis olvidado que estáis rodeado de enemigos? Si quieres llorar de verdad, mirad el reloj: ya vais muy tarde…». La voz que resonaba en su cabeza le recordaba a la de su tío.
Pero Shinji tenía los nervios demasiado destrozados, los músculos demasiado agotados y las emociones demasiado devastadas por las sospechas de su amigo para tener en cuenta aquellas advertencias.
Simplemente lloraba. «Yutaka, estaba intentando protegerte. ¿Cómo pudiste desconfiar de mí? Yo me fiaba de ti… pero luego… a lo mejor a Keita Iijima le pasó lo mismo. ¡Qué horrible resulta que no se fíe de ti alguien en quien confías plenamente! He hecho algo horrible…».
En medio de aquellas emociones devastadoras de tristeza, agotamiento y arrepentimiento, Shinji oyó un traqueteo que sonaba como si estuvieran tecleando una vieja máquina de escribir.
Una décima de segundo después, sintió como si le estuvieran pellizcando el cuerpo con miles de tenacillas ardientes.
Las heridas eran mortales, pero el dolor consiguió que Shinji recuperara la consciencia. Yutaka, que tenía la mano apoyada en el hombro de Shinji, cayó al suelo. En un extremo del aparcamiento de la cooperativa se perfilaba una silueta con el abrigo de la escuela. Sostenía un arma… algo bastante más grande que una pistola. Parecía más bien una especie de artilugio metálico. Shinji se dio cuenta de que le habían alcanzado… «Con balas, pues claro, maldita sea…»., con balas que habían salido del cuerpo de Yutaka.
Sentía el cuerpo ardiendo y rígido —«El tío me está acribillando a balazos, joder»—, pero instintivamente Shinji cayó hacia su izquierda y cogió la Beretta que Yutaka había dejado caer. Apuntó a la silueta de Kazuo Kiriyama (el estudiante número 6) y le disparó varias veces al estómago.
Sin embargo, Kazuo Kiriyama se escondió a su izquierda antes de que le alcanzaran los disparos. Entonces, junto a un traqueteo ensordecedor, sus manos se iluminaron intermitentemente como en un concurso de fuegos artificiales.
Para entonces Shinji ya había empezado a correr hacia la nave de la cooperativa. Los tiros que Shinji sintió en la parte derecha de su barriga, en su hombro izquierdo y en el pecho fueron mucho más dolorosos que los que acababa de sufrir un momento antes. Se le cayó la Beretta de las manos. Se tambaleó durante unos instantes, pero luego se agachó y avanzó a rastras, adentrándose por la puerta corredera semiabierta. Una andanada de balas silbó a su alrededor, y justo cuando pensaba que ya se había librado de ellas, le atravesaron sus zapatillas de baloncesto. Esta vez Shinji forzó una mueca de angustia por el dolor que le recorría el cuerpo.
Pero no tenía tiempo que perder. Agarró la lata de gasolina que estaba en la oscuridad, junto a la puerta corredera, y se retiró a la oscuridad, hacia donde estaban el tractor y la cosechadora, prácticamente arrastrándose sobre el brazo y la pierna izquierdos. Arrastraba la lata de gasolina con la otra mano.
Le estaba saliendo sangre por la boca. Al menos tenía diez balas en el cuerpo. Y a pesar del agudo dolor que sentía en el pie derecho, reunió valor para echarle un vistazo al trozo de zapatilla de baloncesto que había volado por los aires, y pensó: «Supongo que ya no podré volver a jugar. Es imposible. Y aunque pudiera, ya nunca estaré en primera línea. Se acabó mi carrera en las pistas de básquet».
Pero Shinji estaba más preocupado por Yutaka. ¿Estaría vivo todavía?
«Kazuo…». Shinji tosió sangre cuando intentó apretar los dientes. «Así que has decidido jugar a esto, pedazo de cabrón. Ven a por mí, si quieres. Yutaka no puede moverse, pero yo sí. Ya tendrás ocasión de ocuparte de él después. Primero ven a por mí. Vamos, bonito, ven a por mí…».
Como si respondiera a sus deseos, Shinji vio por debajo del tractor una silueta recortada en el azulado vano de pálida luz de luna que se adentraba por la puerta corredera.
Entonces, al tiempo que se oía el atronador traqueteo de la ametralladora, fogonazos luminosos como flashes de una cámara fotográfica iluminaron la nave y las balas se repartieron por todo el espacio. Algunos trozos de maquinaria agrícola saltaron por los aires hechos pedazos, y la ventana bajo la que se encontraba Shinji se quebró en añicos.
Todo se detuvo. Se había quedado sin balas. Pero Kazuo seguramente metería otro cargador.
Shinji agarró un destornillador que tenía cerca y lo tiró a su izquierda. Hizo un sonido metálico y rodó por el suelo de cemento.
Creyó que Kazuo dispararía a ese sitio, pero las balas trazaron un arco alrededor del destornillador. Shinji se agachó aún más, confiando en que las balas no lo alcanzaran. Los disparos se detuvieron otra vez. Shinji levantó la vista.
Ahora estaba seguro de que Kazuo estaba en el interior de la nave.
«Muy bien… —pensó Shinji, y sus labios empapados en sangre esbozaron una sonrisa—. Estoy aquí… Ven aquí…».
Shinji levantó la lata de gasolina con la mano derecha y la colocó sobre su estómago. Se arrastró más atrás con el brazo y la pierna izquierdos, intentando por todos los medios no hacer ningún ruido. Su espalda se golpeó con fuerza con algo parecido a una caja metálica, y luego continuó apartándose a rastras. No hizo todos sus movimientos en absoluto silencio. Kazuo supo entonces que se estaba escondiendo en algún lugar oscuro de aquella parte. La sangre que estaba perdiendo era una sentencia de muerte.
Kazuo se puso en cuclillas, y escrutó varios vehículos agrícolas y la furgoneta, al tiempo que se acercaba a Shinji.
Shinji inspeccionó lo que tenía a su alrededor. Apenas podía distinguir las trazas de la galería superior en el lado contrario de la nave, igual que las escaleras metálicas que conducían a ella desde el suelo. Si estuviera en condiciones, podría haberse escondido allí y haber saltado sobre su enemigo desde arriba. Pero eso ya no era posible.
Había una carretilla junto a una pared. Tenía cuatro ruedas pequeñas y se utilizaba para acarrear utensilios de labranza. La oficina de la esquina estaba tras la carretilla, y al lado había una salida. La puerta corredera, abierta por completo, era lo bastante grande para que pasara un coche, pero la salida que estaba junto a la oficina era solo para personas y estaba cerrada.
«Esa puerta… La cerré yo mismo, junto con todas las ventanas y todas las demás puertas. ¿Cuánto tiempo me llevaría desatrancarla?».
No tenía tiempo para pensarlo mucho… Shinji arrastró su cuerpo hasta la carretilla. Una vez que llegó allí, metió dentro la lata de gasolina y abrió la tapa. Luego introdujo la pieza de goma que colgaba del cordel plástico.
Sacó el detonador que tenía en el bolsillo. Tenía los dedos entumecidos —probablemente debido a las heridas—, pero al final consiguió despegar la cinta aislante de la batería, dejando al aire un cable pelado que colgaba del tubo detonador, Shinji lo conectó al extremo del cable del condensador y quitó el aislante de la batería. En cuanto escuchó el débil y agudo rumor que indicaba la carga del condensador, rápidamente arrancó la cinta aislante del interruptor y metió el tubo detonador bien dentro de la tapa de goma de la lata de gasolina. Dejó el resto de los aparatos, incluido el aparato de carga, la batería y el circuito encima de la lata de gasolina. No tuvo tiempo para comprobaciones. Veía ya los pies de Kazuo a la derecha de una trilladora.
Sus posibilidades de éxito eran escasas. «Pero ahora que Yutaka y yo estamos heridos, ya no hay modo de que podamos subir la montaña. Así que tengo un regalito especial para ti, Kazuo».
Shinji le dio una patada a la carretilla lo más fuerte que pudo. Cuando esta se desplazó entre el resto de equipamiento agrícola, él se volvió hacia la puerta de salida sin detenerse siquiera a comprobar si la carretilla se dirigía a donde estaba Kazuo.
Desatrancó la puerta en dos décimas de segundo. Incluso utilizó su pierna derecha, con sus dedos mutilados, para golpear la puerta y salir del edificio.
Las paredes de bovedillas de la nave estallaron de repente a su espalda con una explosión que sacudió toda la isla en su profunda oscuridad. El sonido de la granada de mano de Kazuo que temporalmente había dejado sordo a Shuya no fue nada en comparación con esta explosión. Shinji pensó para sí: «¡Vaya, al diablo mis tímpanos!».
Su cuerpo maltrecho se vio lanzado al suelo por la onda expansiva de la explosión, y se despellejó la frente con la tierra. Miles de fragmentos y esquirlas volaron por todas partes. Sin embargo, Shinji se las arregló para mirar atrás rápidamente y ver, justo donde antes estaba la pared de la nave, la camioneta saltando por los aires. Probablemente debido a su situación, elevada sobre los gatos hidráulicos, el estallido la había golpeado con una presión increíble, elevándola hacia arriba. Giró lentamente en el aire lleno de pedazos de cristal, tejas y cemento. Shinji sintió cómo todos aquellos escombros caían también sobre su cuerpo, mientras la camioneta volaba por los aires. Trazó un arco increíble y fue a estrellarse en medio del aparcamiento. Dio otra media vuelta de campana y se detuvo, completamente boca abajo. La parte trasera estaba prácticamente irreconocible, retorcida en un amasijo como un hatillo de harapos, y la rueda que no tenía neumático de algún modo seguía allí, dando vueltas y más vueltas.
Llovían escombros. Inmersa en una nube de humo, la nave de la cooperativa había quedado reducida a un esqueleto. Solo una parte de los muros permanecía aún en pie, junto con su correspondiente galería superior. Pero esa parte estaba completamente al aire y se veía a través de la humareda. La mayor parte del tejado había volado por los aires, y la maquinaria, incluidos los vehículos agrícolas, estaban dispersos y volcados. Aun en la oscuridad, Shinji podía asegurar que estaban chamuscados. Atisbó incluso varias llamas brillantes. Quizá algo estaba ardiendo. La puerta por la que había huido Shinji apenas estaba unida a los restos de la pared por las bisagras de abajo. Se inclinaba hacia él, como si le estuviera haciendo reverencias. La oficina, con sus paredes de separación, se había evaporado sin dejar rastro. Bueno, en realidad, aún se veía el escritorio, incrustado en la pared que había escapado a la destrucción, aplastado por la cosechadora que se había desplazado hacia esa parte por la explosión.
Algo debía haber volado muy alto porque, completamente a destiempo que el resto de los escombros, había una cosa que estaba cayendo entre el humo con un agudo sonido metálico. De todos modos, Shinji apenas podía oírlo.
Casi de inmediato, Shinji se vio luchando por quitarse de encima los escombros de las paredes y otras inmundicias. Observando las ruinas del edificio, jadeó.
Sí, la bomba casera estaba bien hecha. Con aquella fuerza destructiva con seguridad habría volado por los aires la escuela.
Pero todo eso ya era historia. Lo importante ahora era que se había ventilado al enemigo que iba a por él. Y… más urgente todavía era…
—¡Yutaka…!
Farfulló su nombre cuando por fin pudo incorporarse, apoyado sobre su rodilla derecha entre los escombros. En cuanto abrió la boca, la sangre le brotó entre los dientes y sintió una increíble punzada de dolor recorriéndole desde el pecho hasta el estómago. Era un milagro que aún siguiera con vida. A pesar del dolor que sentía, alargó los brazos, se apoyó en la pierna derecha y luego estiró la otra. De algún modo consiguió ponerse de pie. Shinji estaba mirando hacia la zona del aparcamiento donde Yutaka estaba tendido cuando vio que la puerta de la camioneta volcada —debía de estarse desprendiendo—, se abría y se cerraba con un ronco chirrido. (Podía oírlo débilmente. Al parecer estaba volviendo a recuperar el oído.)
Kazuo Kiriyama venía caminando por allí. Sostenía lo que parecía ser un artilugio metálico en la mano derecha y parecía como si no le hubiera ocurrido nada.
«Pero…».
A Shinji le pareció que debía reírse. Seguramente estaba esbozando una sonrisa con sus labios empapados en sangre.
«Seguro que estás bromeando…».
Pero entonces Kazuo disparó. Esta vez Shinji recibió una andanada parabólica y frontal de balas de 9 mm y se tambaleó hacia atrás sobre los escombros. Se topó con algo que lo detuvo por la espalda. En realidad no necesitaba saber qué era, pero pensó que era el frontal de una furgoneta que había en la nave. Esta también había salido volando por la explosión y la parte trasera se había estampado contra un poste de teléfonos de madera, que ahora estaba torcido por el impacto. Había otra cosa que parecía que se había estampado en el parabrisas y había dejado en el cristal un estallido que recordaba la figura de una tela de araña.
Rodeado por las brillantes llamas que aún ardían entre los escombros del edificio, Kazuo permanecía allí quieto, tan tranquilo. Luego, más allá, Shinji vio a Yutaka tumbado de bruces, medio enterrado en escombros. A su lado estaba Keita Iijima, tumbado de espaldas, con el rostro mirando hacia él.
Pensó: «Kazuo, maldita sea, así que al final me has ganado».
Pensó: «Lo siento, Yutaka. Bajé la guardia solo un instante».
Pensó: «Tío, vaya una mierda, ¿eh?».
Pensó: «Ikumi: enamórate y sé feliz. Al parecer yo no voy a poder… al parecer…».
La ametralladora Ingram de Kazuo Kiriyama restalló otra vez y Shinji ya no pudo pensar nada más. Las balas le destrozaron la corteza cerebral. Junto a su cabeza, el parabrisas rajado de la furgoneta estalló ahora en mil pedazos. La mayoría de los cristales cayeron en el interior del vehículo, pero algunos de los trozos más pequeños se derramaron como una niebla cristalina sobre el cuerpo polvoriento de Shinji.
Shinji cayó lentamente hacia delante, de bruces. Se levantó una nubecilla de polvo con el golpe. Apenas transcurrieron treinta segundos hasta que todo su cuerpo quedó sumido en la muerte. El recordatorio de su amado tío —el pendiente de la oreja, compartido con la mujer que amaba— ahora estaba manchado con la sangre que le salía por el oído reflejando el fulgor de las llamaradas rojas de la cooperativa.
Y así fue como murió el muchacho conocido como El Tercer Hombre.