Shogo se levantó poco después de las diez de la noche.
Shuya había estado vigilando a Noriko, que seguía descansando en la camilla. Shuya cruzó a tientas la habitación, casi totalmente a oscuras, y entró en la sala de espera.
—Prepararé café —dijo Shogo cuando levantó la mirada y vio a Shuya. Luego avanzó por el pasillo. Parecía haber tenido un buen sueño.
Shuya regresó a la sala de reconocimiento, donde encontró a Noriko levantada y sin la manta.
—Deberías descansar un poco más —dijo Shuya.
Noriko asintió.
—Sí… —Luego murmuró—: ¿Puedes preguntarle a Shogo si va a hervir un poco más de agua y si puede darme un poco de agua caliente?
Noriko estaba sentada en el borde de la cama, con las manos en las rodillas. La luz de la luna se colaba por los resquicios que dejaba la cortina de la ventana. La muchacha tenía la barbilla hundida en el pecho y parecía como si estuviera mirándose un costado.
—Claro, pero ¿para qué?
Noriko titubeó un poco y contestó:
—He sudado mucho y solo quiero lavarme un poco. A lo mejor es demasiado pedir.
—Oh, no… —contestó Shuya, y asintió rápidamente—. Sin problemas. Iré a decírselo. —Y salió de la estancia.
Shogo estaba calentando agua en la cocina a oscuras. La punta del cigarrillo entre sus labios refulgió en rojo, y la llama de un carbón bajo el cazo se asemejaba a una extraña luciérnaga a punto de eclosionar.
—Shogo —dijo Shuya. Shogo se volvió. El negativo enrojecido de su cigarrillo trazó una línea antes de desvanecerse—. Noriko pregunta si podría disponer de un poco de agua caliente. Dice que un cazo sería suficiente…
—Ah. —Shogo no le dejó continuar. Se quitó el cigarrillo de la boca. Shuya pudo distinguir cómo sonreía a la tenue luz de la luna procedente de la ventana—. Claro. Un cazo o un cubo entero, lo que quiera.
Cogió agua del cubo con un pocillo y lo añadió al cazo que estaba al fuego. Repitió la operación cinco veces. Dejó que una leve llama siguiera calentando el agua hasta el punto de ebullición. Shuya creyó percibir cómo ascendía un leve vapor del cazo.
—Es una chica —dijo Shogo.
Resultó que Shogo no era tan «lento» como Shuya. Sabía por qué Noriko pedía agua caliente.
Shuya permaneció en silencio e, inesperadamente, Shogo continuó parloteando.
—Quiere ponerse guapa para estar contigo.
Luego expulsó una bocanada de humo.
Shuya permaneció callado, pero al final preguntó:
—¿Te ayudo?
—No. —Al parecer estaba negando con la cabeza. Entornando los ojos, Shuya vio tres tazas y una cafetera ya preparada con un filtro sobre la mesa. También había una bolsa de té para Noriko. Shuya se dio la vuelta para marcharse.
—Eh —lo llamó Shogo.
Shuya levantó la ceja.
—¿Qué? De repente estás muy parlanchín.
Shogo se rio para sus adentros.
—Comprendo cómo te sientes por lo de Yoshitoki, pero no olvides los sentimientos de Noriko.
Shuya volvió a quedarse callado. Luego decidió hablar. Por alguna razón, había un matiz de disgusto en su tono de voz.
—Lo sé.
—¿Tienes novia? —preguntó Shogo.
Shuya se encogió de hombros.
—Qué va.
—Entonces, ¿cuál es el problema? —Shogo seguía mirando hacia la ventana, fumando su cigarro—. No es malo que lo quieran a uno.
Shuya volvió a encogerse de hombros. Luego le preguntó:
—¿Tú tienes a alguien?
Su cigarro se iluminó con un brillante fulgor. No dijo nada. El humo se dispersó lentamente por toda la estancia.
—Es secreto, ¿eh?
—No… —Shogo comenzó a hablar, pero luego se quitó el cigarrillo de la boca y lo arrojó al cubo de agua—. Agáchate, Shuya… —murmuró y se puso en cuclillas.
Shuya le obedeció un tanto nerviosamente. ¿Iba a atacarles alguien? A cada momento estaba más tenso.
—Ve con Noriko. Pero sin hacer ruido —Shogo murmuraba de nuevo. Shuya ya se dirigía a la sala de reconocimiento, donde estaba Noriko.
Noriko todavía estaba allí, soñolienta, sentada en el borde de la cama. Shuya le hizo una indicación para que se agachara. Debió entender de inmediato, porque bajó de la cama en un suspiro. Él le tendió la mano para ayudarla a trasladarse a la cocina. De camino, en el pasillo, miró hacia la puerta de la entrada, pero no había nadie tras el cristal de la puerta.
Shogo ya había reunido las mochilas, donde había metido botellas rellenas de agua y otros objetos, y ahora estaba arrodillado junto a la puerta de atrás, con la recortada en las manos.
—¿Qué pasa? —le preguntó Shuya en un susurro. Shogo levantó la mano izquierda para que se callara. Shuya no volvió a abrir el pico.
—Hay alguien ahí fuera —susurró Shogo—. Saldremos por la puerta que no utilicen para entrar.
Lo único visible en la oscuridad era la brillante llama del carbón bajo el cazo. Dada la ubicación de la encimera, no podría verse desde el exterior.
Shuya oyó unos golpecitos que procedían de la entrada principal. La puerta no se abriría, porque había un palo que la trancaba. El cristal estaba roto, así que la persona que hubiera allí fuera tenía que haberse dado cuenta por fuerza de que alguien había entrado en el edificio y que probablemente todavía estaría ocupado.
Se produjo un sonido como de una conversación en voz baja, pero luego cesó. Parecía como si la persona se hubiera dado por vencida.
Shogo gruñó:
—Maldita sea, vamos a tener problemas como tenga intención de prenderle fuego a esto.
Permanecieron quietos y en silencio, pero ya no se oía ningún ruido. Entonces Shogo les hizo una indicación para que se dirigieran a la entrada principal. Puede que hubiera oído algún ruido.
Iban casi arrastrándose por el pasillo.
A medida que avanzaban, Shogo, detrás de los otros dos, alargó la mano hacia Shuya, que iba delante. Se detuvieron. Shuya se volvió y miró a Shogo por encima del hombro.
—Está de nuevo en la entrada principal. —E hizo un gesto hacia atrás—. Vamos por la trasera.
Así que regresaron hacia la cocina por el pasillo.
Shogo se detuvo otra vez antes de entrar en la cocina.
—Maldita sea, ¿por qué…? —murmuró.
La persona que había en el exterior estaba volviendo otra vez corriendo a la puerta de atrás.
Nuevamente se hizo el silencio. Shogo levantó la recortada. Con Noriko entre él y Shogo, Shuya también empuñó la SIG-Sauer que horas antes había pertenecido a Kaori Minami. (Le había dado la Smith & Wesson a Shogo. Shuya decidió quedarse con la pistola que tenía más balas.)
De repente, el silencio se rompió. Desde el exterior una voz exclamó junto a la ventana de la cocina.
—¡Soy Hiroki! —dijo—. No estoy luchando. Responded, eh, ¡vosotros tres! ¿Quiénes sois?
Sin ninguna duda era la voz de Hiroki Sugimura (el estudiante número 11), que junto a Shinji Mimura era uno de los pocos compañeros en los que Shuya confiaba.
—Pero ¿qué…? —farfulló Shuya—. Esto es increíble…
Había sido un golpe de suerte. Nunca se imaginó que se toparía con Hiroki. Shuya y Noriko se miraron. Ella parecía aliviada.
Shogo detuvo a Shuya cuando este pretendía levantarse.
—¿Qué?
—Ssh. No levantes la voz.
Shuya observó asombrado la severa expresión de Shogo y contestó a su gesto con un exagerado encogimiento de hombros y sonrió.
—No te preocupes. Pongo la mano en el fuego por él. Podemos confiar totalmente en Hiroki.
Shogo negó con un gesto y dijo:
—¿Cómo sabe que somos tres?
Eso no se le había ocurrido a Shuya. Lo pensó mientras observaba a Shogo. Pero no tenía ni idea. De todos modos, no importaba. Lo importante era que Hiroki estaba allí. Lo único que quería ahora era volver a verle la cara.
—A lo mejor nos vio entrar aquí, desde lejos. Por eso no sabe quiénes somos.
—¿Y por qué ha tardado tanto en venir, entonces?
Shuya lo consideró de nuevo.
—Probablemente se lo pensó y meditó si debía averiguar quiénes se escondían aquí o no. De todos modos, podemos confiar en Hiroki. Pongo la mano en el fuego por él.
Shuya ignoró a Shogo, que puso una cara como si no estuviera convencido. Levantó la voz y la dirigió hacia la ventana.
—¡Soy Shuya, Hiroki! ¡Estoy con Shogo Kawada y Noriko Nakagawa!
—¡Shuya! —contestó una exclamación de alivio—. Déjame entrar. ¿Por dónde puedo pasar?
Antes de que Shuya pudiera responder, Shogo alzó la voz:
—Soy Shogo. Ve por la entrada principal. Pon las manos detrás de la cabeza y no te muevas. ¿Entendido?
—Shogo… —Shuya estaba a punto de protestar, pero Hiroki inmediatamente contestó—: Entendido. —Lo que parecía ser la parte superior del cuerpo de Hiroki cruzó frente a la ventana de cristal esmerilado.
Shogo se inclinó para mirar a través del hueco de cristales rotos. Con la recortada en la mano, tiró fuerte del palo que trancaba la puerta y la abrió.
Hiroki Sugimura estaba allí de pie, con las manos en la nuca. Era ligeramente más alto que Shogo, pero más delgado. El pelo, ondulado como el de Shuya, le caía hasta la mitad de la frente. Su mochila estaba en el suelo, a sus pies, y por alguna razón había un palo de un metro y medio en el suelo.
Era verdad. Shuya se frotó los ojos, como si fuera un milagro. El rostro de Shuya consiguió que Hiroki sonriera.
—Tengo que cachearte.
—Adelante, Shogo.
Shogo no prestó atención a las protestas de Shuya y se adelantó, con la recortada en ristre. Fue por detrás de Hiroki y primero comprobó que no tenía nada en las manos, a la altura de la nuca. Luego pasó la mano derecha por encima del abrigo escolar de Hiroki.
Su mano se detuvo en un bolsillo.
—¿Qué mierdas es eso?
—Adelante, sácalo —dijo Hiroki aún con las manos entrelazadas tras la cabeza—. Pero me lo tienes que devolver.
Shogo lo sacó. Era del tamaño y la forma de una libreta gruesa, pero estaba confeccionada con plástico y metal. Lo que parecía una pantalla reflejaba la luz de la luna. Después de manipularlo durante un buen rato, Shogo dijo «Ajajá»; caminó un poco con aquel objeto en la mano y luego volvió a mirar la pantalla a la luz de la luna. Asintió y volvió a dejarlo en el bolsillo de Hiroki. Luego escudriñó cuidadosamente los pantalones de Hiroki a la altura de la pantorrilla. También comprobó que no hubiera nada raro en su mochila y al final declaró:
—Vale. Siento todo esto. Ya puedes bajar las manos.
Hiroki separó las manos, y cogió su mochila y el palo. Al parecer, aquel palo era su arma.
—Hiroki… —Shuya estalló en sonrisas—, vamos, entra. Tenemos café. ¿Quieres un poco?
Hiroki asintió un poco dubitativo mientras cruzaba la entrada. Shogo echó un vistazo fuera y luego volvió a trancar la puerta.
Hiroki permanecía inmóvil. Con la espalda apoyada en el zapatero, que estaba lleno de zapatillas de andar por casa, Shogo miró fijamente a Hiroki. Los cañones de la Remington apuntaban al suelo, pero Shuya se percató de que el dedo de Shogo todavía estaba colocado sobre el gatillo y se sintió ligeramente disgustado. Hizo todo lo posible para que no se diera cuenta, sin embargo.
Hiroki observó de nuevo a Shuya y a Noriko, y luego lanzó una mirada hacia Shogo. Fue entonces cuando Shuya se dio cuenta de que Hiroki estaba confuso, no tanto por él y por Noriko, sino porque se hubieran aliado con Shogo.
Shogo fue quien planteó el tema.
—Shuya: Hiroki parece que quiere preguntar si os va bien estando conmigo o qué.
Hiroki sonrió levemente a Shogo y dijo:
—No, solo estaba pensando que era una extraña combinación. Shuya jamás estaría contigo si estuvieras siendo agresivo. Puede ser muy tonto en algunas cosas, pero no en eso.
Shogo respondió con una sonrisa, aunque siguió manteniendo el dedo en el gatillo. En cualquier caso, Hiroki y Shogo ya habían acabado sus presentaciones.
—Ah, vamos, Hiroki… —le dijo Shuya con una sonrisa.
Entonces Noriko le dijo:
—Vamos, entra. No es nuestra casa, así que no voy a disculparme por el desbarajuste que hay aquí dentro…
Entonces Hiroki sonrió, pero permaneció en la entrada. Shuya apartó a Noriko un poco con la mano y luego señaló el pasillo.
—Vamos, adelante. Nos tendremos que ir pronto, pero aún tenemos un poco de tiempo. Te daremos una fiesta de bienvenida.
Pero Hiroki aún permaneció allí inmóvil. Shuya se dio cuenta de que había olvidado comentarle un detalle importante. Puede que se sintiera aturdido porque él hubiera empleado la palabra «fiesta» en una situación semejante.
—Hiroki, podemos salir fuera cuando queramos. Shogo solo está ayudándonos.
Los ojos de Hiroki se abrieron un poco.
—¿De verdad?
Shuya asintió. Pero entonces bajó la mirada y luego volvió a observar a sus amigos.
—La cosa es que… —dijo, y movió la cabeza, contrariado—, es que hay algo de lo que tengo que ocuparme.
—¿Algo? —dijo Shuya frunciendo el entrecejo—. ¿Por qué no entras primero y…?
En vez de aceptar la invitación, le preguntó:
—¿Habéis estado juntos todo este tiempo?
Shuya lo pensó y luego negó con la cabeza.
—No. Bueno, Noriko y yo sí. Y luego…
Entonces recordó lo que había ocurrido aquella mañana. Solo había transcurrido un instante desde que la imagen del cráneo abierto de Tatsumichi Oki le asaltara, y de nuevo sintió que un escalofrío recorría su columna vertebral.
—Bueno… Han pasado un montón de cosas… el caso es que acabamos juntándonos con Shogo.
—Ya —asintió Hiroki y luego dijo—. Oye, ¿habéis visto a Kotohiki?
—¿Kotohiki? —repitió Shuya. Kayoko Kotohiki (la estudiante número 8). ¿La única que, aunque estuviera en la ceremonia del té, parecía más divertida que elegante?
—No —Shuya negó también con la cabeza—. No la hemos visto, pero… —Pensó en Shogo y lo miró, pero este también negó con la cabeza.
—Yo tampoco la he visto —dijo.
Por supuesto, Kayoko Kotohiki tenía que estar en la isla. Y como su nombre no había salido a relucir en los comunicados de Sakamochi, tenía que estar viva. A menos que la hubieran matado después de las seis de la tarde.
Una vez más, Shuya se dio cuenta de que estaba dejando morir a la mayoría de sus compañeros de clase, y se sintió fatal.
—¿Y por qué preguntas por Kotohiki? —preguntó Noriko.
—Ah… —Hiroki hizo un gesto de contrariedad—. No es nada importante. Gracias. Lo siento, pero tengo que irme.
Le lanzó a Shuya una mirada de despedida y se dio la vuelta para marcharse.
—¡Espera, Hiroki! —exclamó Shuya para detenerlo—. ¿Dónde vas? Te he dicho que estás a salvo con nosotros, ¿no te lo he dicho?
Hiroki le devolvió la mirada a su amigo. Había un gesto triste en sus ojos, pero ya no tenía aquel antiguo rastro de ironía humorística. Seguramente era la mirada que todos sus mejores amigos compartían. Yoshitoki Kuninobu (fallecido, maldita sea), y por supuesto Shinji Mimura, y… al parecer, también Shogo Kawada.
—Tengo que ver a Kayoko Kotohiki por una cosa. Así que debo irme.
Por una cosa. ¿Qué demonios podía ser, en esa situación en la que andar rondando por ahí incrementaba exponencialmente las posibilidades de caer asesinado? Al final, Shuya dijo:
—Espera. No puedes irte, no sin armas de verdad. Es demasiado arriesgado. ¿Y cómo vas a encontrarla?
Hiroki se mordió el labio inferior. Entonces se sacó del bolsillo aquel objeto que parecía una especie de terminal móvil y se lo enseñó a Shuya.
—Esto es el «arma» que me habían metido en la mochila. Aquí el profesor Kawada podrá explicarlo. —Y se señaló el cuello mientras sostenía el aparato con la mano. Los collares plateados alrededor de los cuellos de Shuya, Noriko y Shogo estaban brillando—. Este aparato al parecer detecta a cualquiera que lleve estos collares. Cuando hay alguien cerca, aparece una señal en la pantalla. Pero es imposible saber a quién pertenece cada collar.
Shuya al final averiguó la solución a las preguntas que le había planteado Shogo en la cocina. Gracias a aquel aparato, Hiroki había sido capaz de saber que había tres personas allí dentro y detectar sus movimientos. Igual que el ordenador de la escuela monitorizaba sus posiciones, podía detectar la posición de cualquiera que llevara un collar, aunque, como decía Hiroki, no se pudiera saber de quién se trataba.
Hiroki volvió a meterse el aparato en el bolsillo.
—Nos vemos…
Estaba a punto de marcharse cuando se detuvo de repente.
—Oh, una cosa más… Cuidado con Mitsuko Souma —añadió. Le lanzó a Shuya y a Shogo una mirada grave—. Está jugando en serio. De los demás, no sé, pero sé con toda seguridad que ella sí.
—¿Te has enfrentado a ella? —preguntó Shogo.
Hiroki lo negó con la cabeza.
—No. Yo no, pero Taka… Takako Chigusa me lo dijo antes de morir. Mitsuko la mató.
De repente, Shuya recordó que efectivamente Takako ya estaba muerta. Después de oír cómo Sakamochi anunciaba su muerte, había estado preocupado por el efecto que aquel suceso causaría en Hiroki, pero Shuya estaba tan contento de verlo que incluso había olvidado aquel terrible hecho.
Hiroki y Takako Chigusa habían sido muy amigos. Durante algún tiempo, Shuya llegó a pensar que efectivamente estaban saliendo. Pero cuando en cierta ocasión le preguntó por casualidad, Hiroki se rio para sus adentros y dijo: «Ella es especial. Nos conocemos desde que éramos críos. Ya sabes, el escondite y esas cosas. Y cuando nos peleábamos, yo era el que acababa llorando». Por supuesto, Takako Chigusa era una atleta prodigiosa y bastante agresiva, pero pensar que podía con Hiroki, que ahora medía más de 1,80 y era un experto en artes marciales —solo unos días antes, Shuya había visitado por primera y única vez su casa, e Hiroki, a regañadientes, le había mostrado cómo podía partir en mil pedazos un trozo de madera de pino con la mano— simplemente sonaba ridículamente divertido.
Pero ahora Takako Chigusa estaba muerta. Y dado cómo lo acababa de describir Hiroki, él estaba allí cuando ella había muerto.
—Entonces, ¿estabas con ella? —preguntó Noriko calladamente.
—Solo al final, al final… —dijo con un gesto de pena—. Yo… cuando salimos de la escuela, yo me escondí por allí cerca, esperándola. Pero cuando Yoshio regresó, me distraje y perdí la pista de Takako. Luego, como me puse a buscarla, acabé perdiendo toda posibilidad de unirme a ti, Shuya, o a Shinji.
Shuya asintió en varias ocasiones. Así que Hiroki había estado frente a la escuela hasta que Yoshio Akamatsu había regresado. Probablemente estaba escondido en el bosque. Era peligroso, por supuesto. Pero eso solo demostraba lo importante que era Takako para Hiroki.
—Pero… —añadió Hiroki— al final la encontré. Sin embargo… demasiado tarde. —Al decir aquello, bajó la mirada. Su gesto de pesar le obligaba a negar con la cabeza continua y desesperadamente. Sin decirlo, Shuya comprendió que cuando Hiroki había encontrado a Takako, esta ya se estaba muriendo.
Shuya pensó en contarle cómo Yoshio Akamatsu había matado a Mayumi Tendo y cómo casi acaba también con él mismo, pero todo aquello era irrelevante en ese momento. Yoshio Akamatsu también estaba muerto, además.
—No sé qué decir, salvo que lo siento mucho —dijo Noriko.
Hiroki sonrió un poco y lo agradeció con un gesto.
—Gracias.
—De todos modos —dijo Shuya—, ¿por qué no entras? Lo hablaremos. ¿A qué viene tanta…?
Iba a decir «prisa», pero se contuvo. Si Hiroki quería ver a Kayoko Kotohiki mientras ambos estuvieran con vida, ¿qué podía hacer, sino tener prisa? Sin embargo, mientras que la relación de Hiroki con Takako Chigusa era muy clara, Shuya no tenía ni idea de por qué era tan importante para él encontrar a Kayoko Kotohiki. Pero, en cualquier caso, mientras estaban allí plantados hablando, podía estar jugándose la vida con alguien, o incluso podía estar muriéndose. Incluso podía estar ya muerta.
Hiroki sonrió. Parecía que sabía lo que Shuya estaba pensando.
Este se humedeció los labios. Miró de reojo a Shogo y luego dijo:
—Si insistes —miró a Hiroki—. Iremos a buscarla contigo.
Pero Hiroki se negó de plano. Señaló con un gesto de la barbilla a Noriko.
—Ella está herida. Demasiado peligroso. No.
A Shuya aquella situación le resultaba insoportable.
—Pero puedes salvarte con nosotros. ¿Cómo vamos a encontrarte otra vez si te vas?
Una vez que se separaran, sería casi imposible volverse a encontrar de nuevo.
—Hiroki.
Era Shogo. Todavía sujetaba su recortada, pero ya no tenía el dedo en el gatillo. Hiroki se volvió hacia él y Shogo sacó algo pequeño de su bolsillo con la mano abierta. Se lo llevó a la boca, mordió el extremo metálico y sopló. Imitó el gorjeo de un pájaro. Era un sonido alto, brillante y alegre, como de un petirrojo o de un carbonerillo.
Shogo se quitó la mano de la boca y Shuya se dio cuenta de que aquel aparato era… ¿un señuelo para pájaros? Olvidemos por qué tenía aquello, de momento: era uno de aquellos aparatos que imitan los gorjeos de los pájaros cuando cantan.
—Encuentres a Kayoko Kotohiki o no —le dijo Shogo—, si quieres vernos, haz una hoguera en algún sitio y quema madera verde para que haga mucho humo. Haz dos hogueras. Por supuesto, lárgate de allí en cuanto las hagas, porque llamarán mucho la atención. Y asegúrate de que no provocas un incendio. Cuando veamos eso, nosotros haremos esta llamada cada quince minutos durante unos quince segundos. Intenta encontrarnos buscando este sonido.
Y señaló el señuelo.
—Este sonido es tu billete para salir de aquí. Si acudes a su llamada, podrás subirte a nuestro tren.
Hiroki asintió.
—De acuerdo. Lo haré, gracias.
Shogo sacó su mapa. Lo desdobló y se lo entregó, junto con su lápiz, a Hiroki.
—Vale, siento entretenerte, pero necesito que me señales aquí dónde mataron a Takako. Y si has visto a alguien más, necesito saber en qué lugares.
Hiroki levantó las cejas ligeramente cuando cogió el mapa. Lo extendió encima de la mesita del zapatero, bajo la ventana iluminada por la luna, y sujetó el lápiz.
—Déjame tu mapa. Yo señalaré los lugares donde sabemos que hay cadáveres —dijo Shogo. Hiroki dejó de marcar y le entregó su mapa. Ambos comenzaron a hacer señales uno junto al otro.
—Traeré un poco de café… —dijo Noriko, y se desprendió del brazo de Shuya. Avanzó cojeando por el pasillo, apoyándose en la pared.
—¿Te dijo Takako si Mitsuko tenía una ametralladora? —preguntó Shogo mientras escribía.
—No —contestó Hiroki sin levantar la vista—. No me dijo nada de eso. Lo que sé es que le dispararon varias veces. No fue solo una bala.
—Ya.
Mientras los dos seguían con la labor, Shuya le contó cuál había sido el destino de Yoshio Akamatsu, Tatsumichi Oki y Kyoichi Motobuchi. Hiroki movió la cabeza resignadamente mientras continuaba marcando lugares.
Shogo ya había acabado de hacer señales en el mapa de Hiroki. Indicó un punto con el dedo y explicó:
—Aquí es donde fue asesinada Kaori Minami. Shuya vio escapar a Hirono Shimizu. Puede que lo hiciera en defensa propia pero de todos modos, deberías andarte con cuidado.
Hiroki hizo un gesto de asentimiento. Entonces, inesperadamente, dijo:
—Yo también vi a Kaori. —Y señaló el mapa—. Antes del mediodía. Me disparó, pero creo que más bien lo hizo porque estaba aterrorizada.
Shogo hizo un gesto como si lo entendiera perfectamente, y se intercambiaron los mapas.
Noriko salió al pasillo, caminando dubitativamente y sujetando una taza. Shuya se acercó y se la cogió. Le ofreció el café a Hiroki, que lo olió, lo sopló ligeramente y luego lo probó.
—Gracias —dijo mientras le daba un sorbo. Luego dejó la taza en el suelo, junto al umbral de la puerta. Casi lo había dejado entero.
—Nos vemos.
—Espera. —Shuya se sacó la SIG-Sauer del cinturón. Con la culata apuntando a Hiroki, se la ofreció. También sacó otro cartucho del bolsillo.
—Si insistes en marcharte, coge esto, ¿vale? Tenemos una recortada y otra pistola.
La primera pistola era de Kyoichi Motobuchi, y la Smith & Wesson ahora la tenía Shogo. El hecho de que Shuya se deshiciera de la SIG-Sauer reduciría notablemente su capacidad armamentística, pero Shogo no intervino.
De todos modos, Hiroki negó con la cabeza.
—Vosotros lo necesitáis, Shuya. Lo mejor que puedes hacer es proteger bien a Noriko. No puedo coger esta pistola. Incluso aunque alguien me atacara, no podría utilizarla. —Inclinó la cabeza y luego observó detenidamente a Shuya y a Noriko. Esbozó una ligera sonrisa y luego añadió—: Siempre me pregunté por qué vosotros no estabais saliendo.
Luego saludó a los dos con un gesto y abrió cuidadosamente la puerta de la entrada.
—Hiroki —lo llamó Noriko. Su voz era muy débil—. Ten cuidado.
—Lo tendré. Gracias. Y toda la suerte del mundo, chicos.
—Hiroki —dijo Shuya, aunque tenía un nudo en la garganta—. Nos volveremos a ver. Te lo prometo.
Hiroki saludó y se fue. Shuya sujetó a Noriko, y salieron hasta la puerta principal para ver a Hiroki, que rápidamente se aprestaba a subir la pendiente de la montaña.
Sin decir una palabra, Shogo le hizo un gesto a Shuya y a Noriko para que regresaran y cerraran la puerta.
Shuya inspiró profundamente y se volvió. Apenas se distinguía el vapor que todavía ascendía de la taza que Hiroki había dejado en el suelo, junto a la puerta.
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