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Para entonces la zona ya casi estaba en la más absoluta oscuridad, pero gracias a la luna, casi llena, el collado en el que se encontraban ofrecía unas amplísimas vistas sobre el océano. Las islas del Mar Interior de Seto parecían flotar en las negras aguas, pero no había en absoluto luces de barcos por los alrededores, debido a la prohibición gubernamental de pasar por la zona. Las patrulleras tampoco estaban a la vista porque vigilaban con las luces apagadas.

Shinji había visto aquello antes, pero desde una posición más baja, cuando salió de la escuela. Por supuesto, no era ni el momento ni el lugar para hablar de unas bonitas vistas.

—Vale, muy bien… —murmuró Shinji; se metió la pistola en el cinturón y fue el primero en subir por la roca. Luego le ofreció la mano a Yutaka, que estaba sin aliento, tras haber subido la colina (y por la amenazadora tensión de ser atacados en la oscuridad), pero consiguió agarrar la mano de Shinji y se esforzó por subir la roca.

Se tumbaron boca abajo y miraron hacia abajo desde el risco.

Oscuras manchas de bosques se esparcían a sus espaldas y, por delante, una parpadeante lucecilla temblaba en el edificio de la escuela, donde estaba Sakamochi. Apenas se distinguía un leve resplandor, debido a que las ventanas se habían sellado con aquellas planchas metálicas. El edificio estaba aproximadamente cien metros más abajo de donde estaban mirando los chicos. El sector de la escuela, G-7, seguía prohibido, así que les volarían la cabeza si se acercaban más, pero por ahora se encontraban a una distancia segura. Utilizando marcas de navegación con su brújula y el mapa antes de que se pusiera el sol, Shinji consiguió establecer con cierta precisión la disposición del terreno. La escuela, en el sector G-7, estaba junto al límite del sector F-7, donde Shinji y Yutaka se encontraban en ese momento, y según el mapa, la distancia más corta al límite era aproximadamente de ochenta metros. Además, en el comunicado de las seis de la tarde en el que se dijeron las zonas prohibidas, ni el F-7 ni el H-7, que rodeaban la escuela, estaban incluidos.

Aquello le recordó el aviso de Sakamochi, según el cual a Sho Tsukioka lo habían cazado en una zona prohibida. Era un incordio, un marica («Vamos, Shinji, salgamos a dar una vuelta»), y aunque precisamente en ese momento Shinji no se podía ocupar de nadie más, lo sintió un poco por Sho, cuya cabeza probablemente habría saltado por los aires con la bomba. Se preguntó dónde habría ocurrido.

También sintió una punzada de remordimiento por la muerte de Takako Chigusa. Era la chica más guapa de la clase (de acuerdo con el gusto de Shinji, claro), y aún más, había sido amiga de Hiroki Sugimura desde la más tierna infancia. Contrariamente a lo que pensaba la mayoría de la clase —que eran pareja—, Hiroki y Takako no salían juntos (el propio Hiroki se lo había contado a Shinji). En todo caso, aquel comunicado debió de haber sido una verdadera conmoción para Hiroki.

«Hiroki… ¿dónde demonios estás?».

Shinji decidió concentrarse en el presente. Examinó cuidadosamente la escuela que tenían allá abajo y la orografía circundante. Tendrían que lanzar una cuerda desde donde se encontraban, hacia la escuela, y pasarla a la zona del otro lado. Ahora que tenía delante una vista general de la zona, se dio cuenta de la gran distancia que tendrían que cubrir.

Observando la débil luz que se escapaba por las rendijas de las ventanas selladas con planchas metálicas, Shinji pensó: «Maldita sea…». Allí era donde estaban Sakamochi y sus hombres. Era la hora de cenar. Perfectamente podían estar comiendo fideos udon fritos. (Pensó en el udon frito porque era su comida favorita. Su tío solía hacérsela cuando acogía a Shinji en su pequeña casa de una sola estancia, y eso era lo que deseaba de mala manera comer en ese momento). Cabrones.

Shinji y Yutaka ya tenían lo que necesitaban.

Aunque no estaba señalada en el mapa (pues aparecía solo como un punto azul), Shinji consiguió encontrar una cooperativa agrícola cerca de la carretera que cruzaba la isla de parte a parte. El edificio tenía un viejo cartel que decía: ASOCIACIÓN COOPERATIVA DE AGRICULTORES DE TAKAMATSU NORTE, DELEGACIÓN DE LA ISLA DE OKISHIMA. (Yutaka estaba sorprendido de que Shinji hubiera descubierto todo aquello de la isla en la que se encontraban). No se trataba de una cooperativa agrícola normal. No tenía verdaderas oficinas, ni había ningún cajero automático. Allí solo había un tractor, una cosechadora y una trilladora abandonados en el interior de una nave que parecía un almacén. El único equipamiento distinto que encontraron era un escritorio arrimado a una esquina. Bueno, da igual, lo importante es que fue allí donde encontraron el nitrato de amonio. Afortunadamente se encontraba en buen estado, y no se había humedecido nada. Y además, no habían necesitado sacar gasolina de los coches. Habían encontrado toda la que necesitaban y más en los surtidores de gasolina.

La polea la cogieron del pozo que había junto a la casa en la que Shinji había encontrado el Macintosh PowerBook 150, un poco al este de la cooperativa.

El otro objeto importante era la cuerda. Si pensaban lanzar una cuerda que atravesara todo el sector G-7, necesitarían al menos trescientos metros. Además, tendrían que tenderla con la suficiente distensión para que Sakamochi y sus hombres no se enteraran, así que necesitarían incluso más. No iba a ser fácil encontrar una cuerda tan larga. En la cooperativa agrícola había cuerda, pero toda junta apenas alcanzaba los doscientos metros de longitud —a lo mejor se utilizaba en un invernadero o algo así— y era demasiado delgada (de menos de tres milímetros de grosor) como para que pudiera resultar útil y fiable.

Sin embargo, afortunadamente, consiguieron encontrar lo que parecía ser un garaje privado cerca del puerto, en la costa sur junto con la zona residencial, donde se guardaban útiles de pesca. Esa zona también estaba prohibida ahora. A pesar de que los cabos marineros estaban muy ajados por la exposición a los elementos, y pese a su enorme grosor y peso, y aunque tenía más de trescientos metros, Shinji y Yutaka consiguieron deshacerla en dos, transportarla y esconderla en la cooperativa agrícola.

Dejando todo el material a buen recaudo, partieron hacia donde se encontraban ahora, a los pies de la montaña norte, en un saledizo rocoso.

Shinji observó fijamente la oscuridad. Las estribaciones montañosas se extendían hasta la escuela, hacia el norte y el oeste. A la izquierda de la escuela, los bosques orientales se extendían ascendiendo por la parte norte de la zona residencial hasta la orilla del mar. Más allá de la escuela había unos campos de arroz. Había pequeñas arboledas aquí y allá, y entre unas y otras se veían algunas casas. Un poco más allá de las granjas, Shinji apenas podía distinguir la nave de la cooperativa agrícola, donde habían dejado todo su material. Inmediatamente a su izquierda, desde donde se encontraban, la zona se iba abigarrando paulatinamente con hileras de tejados que se extendían hasta el límite de la zona prohibida y se adentraban en la zona residencial.

Yutaka le dio unos golpecitos en el hombro a Shinji. Este lo miró, y vio cómo sacaba su libreta estudiantil y comenzaba a escribir algo.

Antes de que empezaran el trabajo, Shinji había advertido a Yutaka con otro mensaje: no debían dar ninguna pista hablando. Después de todo, si Sakamochi y sus hombres descubrían que volvían a intentar algo raro, Shinji estaba seguro de que no dudarían en volarles la cabeza vía control remoto.

Ya había analizado por qué Sakamochi había decidido no detonar su collar y el de Yutaka. Probablemente se debía a que era más interesante «para el juego» que los estudiantes lucharan los unos con los otros todo lo posible. Shinji tenía una teoría que guardaba relación con un rumor que había oído tiempo atrás: que los oficiales de alto rango del Gobierno hacían apuestas con este juego. Si eso era verdad, entonces estaba seguro de que él, alero estrella del instituto de Shiroiwa, El Tercer Hombre, debía de ser uno de los favoritos. Una razón más que suficiente por la que Sakamochi simplemente no pudiera cargárselo. Esa era la hipótesis de Shinji. Por el contrario, Yoshitoki Kuninobu y Fumiyo Fujiyoshi serían jugadores irrelevantes. O, para decirlo claramente, nadie había apostado nada por ellos.

Con todo, aunque eso fuera verdad (dado lo cabrón que era el puto Kinpati Sakamocho), mientras aquel tío estuviera al mando del juego, podría volarles las cabezas en cualquier momento. Shinji solo podía rezar para que eso no ocurriera hasta que consiguieran bombardear la escuela. Por supuesto, a Shinji aquello le ponía de los nervios. La sola idea de que alguien que no fuera él mismo tuviera tanto control sobre sí le resultaba asquerosa y vomitiva, pues había aprendido de su tío a ser completamente independiente en todos los aspectos de su vida.

Mientras miraba las débiles luces de la escuela, hizo un gesto de contrariedad. No había modo de llevar a cabo el plan.

Recordó lo que una vez le había dicho su tío: «No te preocupes porque las cosas parezcan imposibles. Haz todo lo que puedas aunque tus posibilidades de éxito sean solo de un uno por ciento».

Yutaka acabó de escribir su mensaje y se lo entregó a Shinji. Este lo giró para leerlo y examinó lo escrito a la luz de la luna.

No hay modo de tender esa cuerda enorme por ahí. Además, no la tenemos aquí. ¿Qué vamos a hacer?

Aún no le había explicado eso. Habían estado demasiado ocupados buscando todos los materiales. Shinji le hizo un gesto de paciencia, le cogió el lápiz y escribió en el cuaderno estudiantil: Sedal. Traje sedal. Lo tenderemos hasta la otra parte y ataremos allí la cuerda. Luego arrastraremos hasta aquí la cuerda tirando del sedal justo antes de ejecutar nuestro plan.

Le devolvió el cuaderno a Yutaka. Tras leer la nota, este miró a Shinji y asintió, como si se conformara con aquella explicación. Luego escribió: ¿Vas a atar una piedra al sedal y a lanzarla por encima del territorio prohibido?

Shinji negó con la cabeza. Yutaka abrió mucho los ojos, sorprendido. Luego, después de pensarlo un poco, volvió a escribir: ¿Vas a hacer un arco y una flecha y lanzar el sedal hasta el otro lado o qué?

Shinji volvió a negar con la cabeza. Cogió la libreta y comenzó a garabatear: Eso podría funcionar. Pero ni siquiera yo puedo lanzar una piedra a trescientos metros. Y no puedo permitirme el lujo de fallar. Si la piedra diera en la escuela, estaríamos jodidos. Y si el sedal se enganchara en algún sitio y acabara rompiéndose… No: tengo un plan mejor.

Yutaka no cogió su lápiz esta vez, y solamente miró a Shinji como diciendo: «¿…?». Shinji cogió el cuaderno y añadió: Lo primero, ataremos el sedal a un árbol, aquí. Luego bajaremos la montaña y lo llevaremos al otro extremo. Lo tensaremos cuando estemos en el otro lado.

Yutaka lo leyó, pero lanzó a su amigo una mirada escéptica. Escribió rápidamente: No puedes hacer eso. Se enganchará en los árboles. En cualquier sitio por en medio

Shinji sonrió.

No podía culpar a Yutaka por que dudara. El camino que habían recorrido estaba lleno de árboles, grandes y pequeños. Incluso aunque se las arreglaran para extender el sedal esquivando la zona G-7 y consiguieran tensarlo más tarde, el alambre podría engancharse con cualquier cosa. Acabaría siendo una extraña obra de arte contemporáneo al aire libre. «Esta instalación artística es gigantesca. Pero a partir de los cinco metros resulta un poco incomprensible. La obra reflexiona sobre el delicado equilibrio entre la naturaleza y la industrialización humana posmoderna…».

Encima, el sector G-7 estaba lleno de un denso dosel de vegetación boscosa que rodeaba la escuela. A menos que uno fuera un gigante de cien metros de alto, tendría que talar todos los árboles si quería que el sedal se acercara a la escuela al tensarlo. (Y aquello no era uno de aquellos vídeos que le había enseñado su tío, una película con antiguos efectos especiales donde el superhéroe salva el mundo luchando contra monstruos mientras destruyen por completo la ciudad… Ya no se hacían pelis como aquellas). Era así de evidente. Y por eso Yutaka decía que era imposible.

Pero Shinji extendió los brazos con elegancia (dado que estaban tumbados boca abajo, el efecto no fue demasiado llamativo), y escribió: ¿Y qué me dices de un globo publicitario, Yutaka?

Yutaka leyó la nota y frunció el ceño. Shinji le hizo una indicación a su amigo para que abandonaran el saledizo rocoso y le siguiera. Una vez que se sentaron tras la roca, empezó a revolver en su mochila. Sacó todo lo que tenía dentro y lo ordenó pulcramente en el suelo.

Media docena de botes de gas, varios carretes de sedal de cientos de metros (que era todo lo que había encontrado en la cooperativa agrícola), cinta adhesiva y una caja de bolsas de basura de plástico, negras.

Shinji cogió uno de los botes de gas y se lo enseñó a Yutaka. Era de color azul con letras rojas y brillantes que decían: «¡Cambiavoz!». Bajo el extraño nombre del producto, se podía leer: «¡Con esto serás el rey de la fiesta!». ¡Vaya!, y más abajo aún había un dibujo de un pato —Shinji reconoció al personaje— que se parecía bastante a un personaje de Walt Disney. Se adjuntaba una especie de silbato junto a la lata del Cambiavoz.

Shinji escribió: Recordé que había visto estos botes en la casa donde encontré el PowerBook. ¿Sabes lo que es?

Antes de coger la polea, Shinji se había metido en una casa a recoger aquellas latas de gas. ¿Para qué demonios querría el dueño de aquella casa esas cosas? Las carpetas y ficheros del PowerBook le habían dado alguna pista. Dados los nombres que tenían las carpetas, como «Ciencias - 5.°» o «Tercer trimestre. Calificaciones», el propietario del ordenador debía de ser un maestro de primaria. Sí, probablemente era uno de los profesores de la escuela que Shinji pretendía hacer saltar por los aires.

Yutaka se llevó la mano al cuello y abrió la boca. Shinji asintió.

Exacto. Este gas te pone la voz como la de un pato. Es helio. Y solo una está un poco gastada. Así que estas latas todavía están llenas de gas.

Yutaka todavía no parecía muy convencido. Shinji pensó que debía hacerle una demostración en vivo, pues eso eliminaría todas las dudas de un plumazo, así que abrió el paquete de bolsas de basura y sacó una. La abrió, metió la válvula de la lata en ella (por donde se suponía que se tenía que aspirar) y selló la bolsa con cinta aislante. Luego presionó la válvula y la bolsa comenzó a hincharse.

Con el dedo presionando la válvula, Shinji pensó: «Esto sería mucho más divertido con condones. Pero aunque tuviéramos condones, serían un poco demasiado pequeños. ¿Eh? ¿Me he traído algunos? Bueno, a ver, es decir… se supone que estamos en un viaje de estudios. Cualquier cosa puede ocurrir, ¿o no? Echaste a lavar la ropa, ¿pero los cogiste? Sí, seguro que sí, todavía debo tenerlos. Bueno, uno nunca sabe cuándo puede necesitarlos. No entremos en detalles».

Después de llenar la bolsa, Shinji retorció el borde cuando sacó la lata de gas y selló la abertura con cinta aislante. Cogió un carrete de sedal y lo ató a un extremo de la bolsa. Luego quitó la cinta inferior para liberar la lata. Solo para estar seguro, dobló el borde otra vez y volvió a sellarlo con más cinta.

La bolsa de basura comenzó a ascender. Se elevó hasta que el sedal estuvo tan tirante que parecía que se iba a llevar el carrete entero… pero se detuvo justo a la altura de las cabezas de Shinji y Yutaka.

—¿Ves? —dijo Shinji en voz alta. Yutaka probablemente se había dado cuenta de lo que estaba pasando mientras Shinji estaba trabajando con la lata de gas. Ya había asentido varias veces.

Shinji ató otro trozo de sedal de otro carrete a la base del que ya pendía del globo. Solo para estar seguro, fijó los dos sedales con cinta aislante. Con el par de sedales en ambas manos, movía el globo como si este fuera caminando con un par de piernas. Luego señaló un árbol cercano y movió los hilos. Sí, en otras palabras, eran las piernas de un gigante. «Demasiado frágiles para destruir una ciudad y, en estos momentos, incluso más pequeñas que yo, pero…».

Yutaka pareció comprender por fin. Asintió dos veces, convencido. Luego movió los labios sin decir nada, parecía como si estuviera diciendo: «Increíble, Shinji». O a lo mejor: «Imposible sin ti». Bueno, eso daba igual.

Shinji cogió la libreta y escribió: Haremos uno o dos globos más, y los juntaremos. Pero aún no sé cuánto sedal pueden arrastrar. Y también hay que contar con el viento. A por ello.

Yutaka lo leyó y asintió.

Shinji lanzó una mirada al cielo. Las bolsas eran negras, así que, incluso aunque hubiera luna, Sakamochi y sus hombres no las verían. Y en aquel momento tampoco había mucho viento. Pero nunca se sabe lo que puede ocurrir en el cielo.

Entonces dijo:

—Démonos prisa.

Shinji le hizo una seña a Yutaka para que sujetara el primer globo y sacó otra bolsa de basura.

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