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Cinco horas habían transcurrido desde que se cortó la conexión a internet del Macintosh PowerBook 150 con un aviso en forma de alarma. Shinji Mimura se desplazó a un documento en una de las ventanas del monitor del 150, que ahora se había reducido a un procesador de textos.

Había manipulado el teléfono, había comprobado las conexiones y había reiniciado el sistema una y otra vez, pero el monitor gris siempre respondía con el mismo mensaje. Al final, después de desconectar el módem y el teléfono, llegó a la conclusión de que su móvil se había estropeado y no funcionaba en absoluto. Sin una línea telefónica no podría tener acceso a su ordenador de casa. Y, naturalmente, llamar a todas las chicas con las que había salido y lloriquear diciendo que estaba a punto de morir, pero tú eras la que más quería… eso ni se lo planteaba. Todavía creía que podía llegar al fondo de aquello y consideró prescindir de su móvil… pero entonces se detuvo.

Un escalofrío recorrió su espinazo.

Ahora entendía por qué no podía marcar ya ningún número. El Gobierno había conseguido localizar la línea de comprobación usada por el técnico de la DTT, el número utilizado para el teléfono especial con la falsa «segunda ROM» que tan laboriosamente había fabricado. Le habían cortado todas las conexiones, incluida esa. La cuestión era cómo lo habían conseguido… Su pirateo era perfecto. De eso estaba seguro.

Solo se le ocurría que el Gobierno hubiera podido descubrir su pirateo a través de algún método ajeno a su sistema informático de seguridad interna, su sistema de alarma y otros sistemas manuales de control. Y ahora que lo sabían…

En el momento en que Shinji se dio cuenta de lo que pasaba, se llevó la mano al collar que rodeaba su cuello.

Ahora que el Gobierno lo sabía, no sería de extrañar que la bomba estallara…, ¿no? Probablemente también se cargaran a Yutaka.

Gracias a aquella constatación, el suministro gubernamental de agua y pan que tenían para comer le supo aún peor.

Cuando Yutaka vio que Shinji apagaba el ordenador, le pidió una explicación. Este solo contestó:

—No está bien. No sé por qué, pero no funciona. A lo mejor se ha estropeado el teléfono.

Desde ese momento, el ánimo de Yutaka se entristeció aún más, y volvió a su postura cabizbaja de la mañana. Aparte de algunos disparos ocasionales y breves intercambios, todo permaneció en silencio. El gran plan de huida de Shinji que había hipnotizado a Yutaka se había derrumbado totalmente.

Pero…

«Se arrepentirán de no haberme matado ya. Ya lo creo…».

Se lo pensó un poco, y luego rebuscó en los bolsillos de su pantalón y sacó la vieja navaja de bolsillo que llevaba siempre consigo desde que era un crío. Había un pequeño tubito unido al llavero de la navaja. Shinji examinó con detenimiento aquel tubo.

Su tío le había regalado aquella navaja hacía muchos años. Y el tubito era, como el pendiente de su oreja izquierda, otro recuerdo de su tío. Como Shinji, su tío lo había llevado encadenado a una pequeña navaja que siempre portaba encima.

El tubo, del tamaño de un pulgar, con su junta de goma bajo la tapa, era en realidad una cápsula a prueba de agua utilizada por los soldados. Se empleaba normalmente para guardar un papelito con el nombre, el tipo de sangre y la historia clínica, con el fin de que se supiera en caso de que el portador sufriera alguna herida. Otros lo utilizaban como caja de cerillas. Hasta la muerte de su tío, Shinji supuso que su tío también guardaba algo parecido en el tubito. Pero después del fallecimiento, cuando abrió el tubo, Shinji encontró algo completamente distinto en su interior. De hecho, la cápsula cilíndrica en sí misma parecía fabricada en una aleación especial y contenía otros dos cilindros más pequeños dentro. Shinji los sacó. No tenía ni idea de que estaban allí. De lo único de lo que estaba casi seguro era que aquellos artefactos funcionaban combinados el uno con el otro.

La rosca de uno de los cilindros encajaba perfectamente en el otro. La razón por la que se mantenían separados era que podía ser peligroso conectarlos. Y una vez que descubrió para qué servían, después de estrujarse el cerebro (no era de extrañar que estuvieran separados… de lo contrario, no podrías llevarlos encima), no tenía ni idea de por qué su tío los llevaba consigo dondequiera que fuese. No tenían ningún objetivo particular. O tal vez como el pendiente que llevaba Shinji, su tío simplemente lo llevaba para acordarse de alguien. En cualquier caso, era otro recuerdo de su tío para Shinji.

Shinji giró la chirriante tapa y la abrió. No lo había hecho desde que muriera su tío. Sacó los dos cilindros y se los puso en la palma de la mano. Luego abrió el sello del más pequeño.

Lo habían rellenado de algodón para que fuera a prueba de golpes. Había una especie de trozo de metal amarillento bajo el algodón.

Tras examinarlo, volvió a meter ambos cilindros en el más grande y cerró la tapa de rosca. Había pensado que si alguna vez tenía que utilizarlo, sería después de escapar de la isla y reventar el sistema informático de la escuela. Podría haber resultado útil después de haberse preparado y atacado a Sakamochi y los otros… Pero ahora mismo… eso era lo único que tenía.

Abrió la hoja de la navaja. El sol ya se había inclinado hacia el oeste, y los arbustos que se reflejaban en el acero plateado tenían un aspecto amarillento y oscuro. Entonces sacó un lápiz del bolsillo de su abrigo escolar. Era el que todos habían utilizado para escribir la frase «Nos mataremos los unos a los otros», antes de que comenzara el juego. Como solía utilizarlo para marcar las zonas prohibidas e ir tachando los nombres de los compañeros muertos, ya tenía la punta roma, Shinji afiló el lápiz con su navaja. Luego sacó el mapa de otro bolsillo y le dio la vuelta, con la cara en blanco.

—Yutaka.

Este había estado todo el rato allí sentado, abrazándose las rodillas y mirando al suelo. Levantó la vista: tenía los ojos brillantes.

—¿Se te ha ocurrido algo? —preguntó.

Shinji no estaba seguro de por qué aquella pregunta de Yutaka le fastidió. Debió de ser el tono de voz o a lo mejor el sentido de sus palabras. A Shinji le apeteció gritar: «¡Menuda mierda! ¡Estoy aquí estrujándome las meninges intentando idear un plan para escapar y lo único que haces tú es estar ahí sentado tocándote los cojones! Me juraste que ibas a ir a por ellos por lo que le hicieron a Izumi Kanai, pero ni te has movido. ¿Te crees que esto es un restaurante de comida basura y que yo soy la cajera? A ver: ¿con qué quiere las patatas fritas el señor?».

Pero Shinji se contuvo.

La mejillas redondas de Yutaka parecían hundidas y sus pómulos sobresalían extrañamente. Era normal. Debía de sentirse agobiado por la presión de aquel juego que en cualquier momento podía acabar para ellos.

Desde que era solo un crío, Shinji siempre había sido el mejor deportista de la clase. (Aquello cambió en su segundo año de insti, cuando se encontró con Shuya Nanahara y Kazuo Kiriyama. Podía batirlos en baloncesto, pero no estaba seguro de derrotarlos en otros deportes). Su tío lo había llevado a escalar montañas desde que era un muchacho, y se sentía muy seguro en cualquier competición que requiriera fuerza y resistencia. No había nadie que tuviera la constitución de El Tercer Hombre. Yutaka era un mal deportista, y cuando llegaba el invierno generalmente desaparecía. Seguramente el cansancio había hecho mella en él y probablemente también le había nublado el pensamiento.

Entonces fue cuando Shinji se dio cuenta de algo importante. ¿No era evidente que aquella leve incomodidad hacia Yutaka era también un indicativo de su propio cansancio? Por supuesto, dado que sus posibilidades de supervivencia estaban bastante cerca de ser cero, resultaría muy extraño que no estuviera agobiado y agotado.

No.

«Tengo que andarme con ojo. Si esto fuera un partido de baloncesto, te sentirías mal por perder… pero en este juego eso significa morir».

Shinji negó con la cabeza.

—¿Qué pasa? —preguntó Yutaka.

Shinji levantó la mirada hacia él, forzando una sonrisa.

—Nada. Eh, solo quería echarle un vistazo al mapa. ¿Vale?

Yutaka se acercó a Shinji.

—¡Eh…! —dijo Shinji levantando la voz—. ¡Tienes un bicho en el cuello!

Yutaka se llevó las manos al cuello.

—Ya lo tengo —dijo Shinji, sujetándolo, y aproximándose a Yutaka. Clavó la mirada en la nuca de su amigo… pero estaba buscando otra cosa.

—Vaya, se ha movido —dijo Shinji y se colocó detrás. Volvió a examinarle el cuello.

—¿Lo tienes?

Mientras escuchaba la voz chillona de Yutaka, Shinji se acercó para mirar más de cerca.

Luego sacudió ligeramente la nuca de Yutaka. Aplastó un bicho imaginario con la suela de la zapatilla y (fingiendo) lo cogió del suelo y luego (volviendo a fingir) se deshizo de él.

—Lo pillé —dijo. Ahora estaba frente a Yutaka y añadió—: Parecía un pequeño ciempiés.

—Joder, tío… —Yutaka se frotó la nuca y miró al lugar donde (presuntamente) Shinji había tirado el bicho, con una mueca de asco.

Este esbozó una leve sonrisa y dijo:

—Bueno, vamos, echemos un vistazo al mapa.

Yutaka lo miró y luego frunció el ceño cuando vio que el mapa estaba por el envés.

Shinji agitó el dedo para llamar su atención y garabateó en el envés del mapa. Lo que escribía no se veía muy bien. Varias letras diminutas y torcidas aparecieron en un extremo del papel.

Pueden oírnos.

El rostro de Yutaka se retorció y preguntó:

—¿En serio? ¿Cómo puedes saberlo?

Shinji rápidamente le puso la mano en la boca a su amigo. Yutaka lo entendió y asintió.

Shinji retiró la mano y dijo:

—Simplemente lo sé. Sé un montón sobre insectos. Ese en concreto no era venenoso.

Y luego, para estar seguro, volvió a garabatear:

Finge que miras el mapa. No digas nada que pueda hacerles sospechar.

—Bueno, ahora que el ordenador ha fallado, ya no hay nada que podamos hacer —dijo Shinji, proporcionando a sus espías otro comentario falso. Y luego escribió: Oyeron mi explicación y me cortaron la conexión del Mac. La jodí. Saben que algunos de nosotros vamos a resistir, así que controlan nuestras conversaciones. Debería haberlo imaginado.

Yutaka sacó el lápiz de su bolsillo y escribió bajo los garabatos de Shinji. Su letra era mucho más clara que la de su amigo.

¿Cómo pueden utilizar un parato de audición en una isla tan grande? Había comprendido lo que quería decirle su amigo, aunque lo del «parato de audición» sonaba raro. Bueno, daba igual. Tampoco era un ejercicio de redacción.

—Creo que deberíamos buscar a los otros. Nosotros solos no podemos hacer mucho. Así que… —dijo Shinji mientras se tapaba ligeramente el collar con el dedo. Yutaka abrió mucho los ojos y asintió.

Entonces, Shinji volvió a escribir: He comprobado tu collar. No parece que tenga cámara. Solo control de audio. No creo que haya cámaras por aquí. A lo mejor satélites, pero las ramas de los árboles en los bosques nos ocultarán. No pueden ver lo que estamos haciendo ahora. La redacción tampoco era uno de los fuertes de Shinji.

Yutaka volvió a observarlo atónito y luego miró hacia el cielo. Las ramas de los árboles se balanceaban, ocultándoles completamente el cielo azul.

Entonces, de repente, el rostro de Yutaka se petrificó como si se hubiera dado cuenta de algo. Agarró el lápiz y escribió en el envés del mapa: El Mac dejó de funcionar porque tú me lo contaste. ¡Si no hubiera sido por mí, lo habrías conseguido!

Shinji pinchó el hombro de su amigo con el dedo y le sonrió. Luego garabateó: No pasa nada. Debería haber tenido más cuidado. Los collares podrían haber estallado en el momento que nos oyeron, pero fueron “misericordiosos” y nos dejaron vivir.

Yutaka se tocó la nuca, con los ojos atónitos. Miraba asombrado a Shinji, y entonces apretó los labios y asintió. Este le devolvió la indicación.

—Me pregunto dónde lo tendrán…

Estoy escribiendo mi plan aquí. Finge la conversación. Simplemente sígueme la corriente.

Yutaka asintió y luego respondió rápidamente:

—Humm… pero no estoy seguro de que podamos confiar en nadie.

Estupendo. Shinji sonrió. Yutaka le devolvió la sonrisa.

—Es verdad. Pero creo que podemos confiar en Shuya. Quiero intentar ponerme en contacto con él.

Si el ordenador hubiera funcionado podríamos haber salvado a los otros, pero lo único que podemos hacer ahora es preocuparnos de salvarnos nosotros mismos. ¿Estás de acuerdo?

Yutaka se lo pensó y luego escribió: ¿No buscamos a Shuya?

No. Ya no podemos permitirnos el lujo de preocuparnos por los demás.

Yutaka se mordió el labio, pero al final asintió.

Shinji le devolvió el gesto. Si mi plan funciona, el juego se estancará. Puede que eso le dé a los otros una posibilidad de escapar.

Yutaka asintió dos veces, brevemente.

—¿Tú crees que todo el mundo está escondido en la montaña, como nosotros? ¿O algunos se habrán escondido en las casas?

—Puede ser…

Shinji estaba pensando lo que iba a escribir a continuación cuando Yutaka escribió: ¿Cuál es el plan?

Shinji asintió y cogió el lápiz: «He estado esperando que ocurriera algo desde esta mañana». Yutaka inclinó la cabeza, con su lápiz en el suelo. El anuncio de que el juego ha sido cancelado. Todavía estoy esperando.

Yutaka lo miró sorprendido e inclinó la cabeza, totalmente desconcertado. Shinji lo miró con una sonrisa.

Cuando conseguí acceder al sistema informático de la escuela, encontré todos sus programas principales. Y las aplicaciones de búsqueda. Luego, antes de descargarlas, las infecté con un virus.

Yutaka, en silencio, formó con los labios la palabra «¿virus?». «Oye, Yutaka, ¿qué tal si me lo explicas?».

Shinji escribió: El virus entrará en el sistema informático de la escuela si buscan archivos o copias de seguridad. Generará un destrozo monumental en el sistema y paralizaría el juego.

Impresionado, Yutaka asintió varias veces con la boca abierta. Shinji sabía que era una pérdida de tiempo, pero lo escribió de todos modos: Yo diseñaba virus. Es guay. Para un ordenador es como tener pie de atleta, pero cien veces peor.

Yutaka consiguió reprimir sus ganas de reír, pero mostró su mejor sonrisa.

Destruiré todos los datos y solo verán un bucle de un tío cantando el himno de los Estados Unidos. Los voy a volver locos.

Yutaka se sujetaba el estómago, haciendo todo lo posible por no reírse, y se apretaba la boca con la mano. Shinji también hacía todo lo posible por no estallar en carcajadas.

Ahora que me han descubierto, a lo mejor no encuentran el sistema operativo. Entonces tendrían que parar el juego. Pero no lo han hecho. Así que solo han hecho comprobaciones de rutina. No han activado los ficheros infectados.

—¿Por qué no vamos en su busca entonces?

—¿No es peligroso?

—Sí, pero tenemos una pistola.

Mi plan: hacer que activen los ficheros. Eso pondrá en marcha el virus.

Shinji cogió el portátil y le enseñó a Yutaka el documento que había estado investigando. Era un archivo de 42 líneas. Los datos de la descarga se habían interrumpido, pero de todos los archivos copiados, aquel era el más importante de todos. El texto horizontal. Cada fila comenzaba con un listado en la izquierda, desde M01 a M21, seguido por F01 a F21, sucesivamente. Cada listado iba acompañado de un número de diez dígitos que recordaban un número telefónico, todos en sucesión también. Al final, había unos números que parecían ser sucesiones aleatorias de dieciséis dígitos. Una diminuta coma se había insertado entre aquellos tres listados. El nombre del archivo en la cabecera resultaba críptico: guadalcanal-shiroiwa3b.

¿Qué es eso?, escribió Yutaka.

Shinji asintió: Son los números asignados a nuestros collares.

Yutaka asintió aterrado, como si dijera un gran «¡oh!». Así que M01 era «estudiante masculino número 1» (Yoshio Akamatsu) y F01 «estudiante femenina número 1» (Mizuho Inada, aquella chica tan rara).

Los collares son como teléfonos móviles. Cada uno tiene un número y una contraseña. Usan los números para hacerlos estallar. Así que

Shinji se detuvo y miró a Yutaka.

Así que si los ficheros están infectados con el virus, ya no tendremos que preocuparnos por que los vuelen. El virus se seguirá expandiendo. Si van a las copias de seguridad, no podrán pararlo. Si lo reprograman todo para detener el virus, entonces tendremos un problema, pero, aun así, dispondremos de algún tiempo.

—¿Y qué te parece si tiramos piedras a algunos sitios para ver si alguien sale corriendo?

—Espera, ¿y si es una chica? Podría gritar. Eso podría ser peligroso, no para nosotros, sino para ella. Quiero decir… suponiendo que no sea mala.

—Ya.

¿Cómo vas a conseguirlo?

¿Viste al salir de la escuela una sala para los soldados de las Fuerzas Especiales de Defensa?

Yutaka asintió.

Los ordenadores están allí, ¿te acuerdas?

Yutaka abrió los ojos como platos mientras negaba con la cabeza. No se acordaba.

Shinji se rio para dentro. Yo pude echarle un vistazo. Tienen una hilera de ordenadores en una consola y un servidor grande. Había algún mandamás allí, con una enseña. ¿O se dice «insignia»? Olvídalo. Llevaba un pin en su uniforme. Era un técnico. El ordenador dirige todo el juego. Lo único que tenemos que hacer es atacar la escuela, así pensarán que nosotros vamos a explotar; no se me ocurre otro modo de anular sus datos. Si conseguimos los materiales necesarios, podemos volar todo el ordenador.

Shinji dejó de escribir. Movió las manos con el exagerado movimiento de un mago. Luego escribió en el mapa:

Bomba en el colegio. Huida por mar.

Los ojos de Yutaka estaban a punto de salírsele de las órbitas. Esbozó en silencio la palabra «bomba».

Shinji sonrió.

—A lo mejor deberíamos buscar algunas armas. Este tenedor es bastante inútil.

—Ajajá. Sí.

Necesitamos gasolina. Hay una gasolinera en el puerto, pero no podemos llegar allí. De todos modos hay bastantes coches por aquí. Puede que tengan combustible; como mínimo, tendrán aceite. También necesitamos fertilizante.

Yutaka frunció las cejas, desconcertado. ¿Fertilizante?

Shinji asintió e intentó escribir el nombre del fertilizante preciso, pero no sabía cómo se escribía. Era un fallo de la enseñanza de la lengua. Bueno, daba igual: lo que importaba era la fórmula molecular.

Nitrato de amonio. Si lo encontramos, podemos hacer una bomba con gasolina.

Shinji sacó su navaja y el tubo que estaba enganchado a ella a modo de llavero. Se lo mostró a Yutaka.

Esto es un detonador. Demasiado complicado explicar por qué tengo uno. Simplemente lo tengo.

Yutaka parecía pensativo. Luego escribió:

¿Tu tío?

Shinji sonrió y asintió. Yutaka lo sabía porque su amigo siempre estaba para arriba y para abajo con su tío.

Yutaka escribió:

¿Cómo vamos a bombardear la escuela? No podemos acercarnos. ¿Haciendo un tirachinas gigante con árboles?

Ja, ja. Shinji sonrió. No. No es necesario. Por desgracia no tenemos un cargamento de bombas. Solo tenemos un detonador, así que únicamente tendremos una oportunidad. Cuerda y polea.

Yutaka abrió la boca como si quisiera decir «oh».

No podemos acercarnos a la escuela, pero podemos ir a la zona elevada que está al lado de ella.

Shinji le dio la vuelta al mapa y le indicó con el dedo dicha zona a Yutaka. Luego lo volvió a girar.

Podemos llevar de la montaña al llano… no, no, error. Tenemos que llevar cuerdas desde el llano a la montaña. Unos 300 m. Tensar fuerte para que podamos lanzar la bomba por la polea. Entonces la soltaremos cuando esté en lo alto de la escuela. Es mi Supermate Especial.

Impresionado de nuevo, Yutaka asintió con entusiasmo.

—Lo mejor sería encontrar las armas durante el día.

—Sí, yo también lo creo. Eso será más fácil que encontrar a alguien.

Pongámonos manos a la obra. Hay una polea en un pozo que vi. Cogeremos la gasolina de los coches. ¿El fertilizante y la cuerda? No sé. ¿Podremos encontrar una cuerda tan larga?

Ambos se quedaron en silencio, pero entonces Yutaka escribió rápidamente:

Busquémosla.

Shinji asintió.

Podemos acabar con Sakamochi y los soldados. Pero lo que tenemos que conseguir es que piensen que sus datos están dañados para que activen el programa de reserva y se infecte todo. Entonces se señaló el collar y escribió: Esto no nos matará.

¿Y luego escaparemos por mar?

Shinji asintió con la cabeza.

Pero es que yo no sé nadar. Y miró a Shinji con un gesto de temor.

Este interrumpió la escritura de Yutaka y apuntó: Luna llena esta noche. Utilizaremos la corriente de la marea. Según mis cálculos, la corriente nos llevará a unos 6-7 km/h. Si nadamos rápido tardaremos menos de 20 min en alcanzar la isla más cercana.

La admiración de Yutaka fue indescriptible en sus ojos cuando de repente negó con un gesto vigorosamente.

¿Y las patrulleras qué?

Shinji pareció tenerlo controlado.

Puede que nos descubran, pero como el juego está controlado por ordenador, supongo que estarán mirando las musarañas. Un barco en cada punto cardinal es una castaña. Su debilidad. Una vez que los ordenadores se caigan, ya no sabrán dónde estamos. Las patrulleras solo podrán darnos caza con sus propios medios. Si tienen satélites, las cámaras no podrán vernos por la noche. No tendremos que preocuparnos por que nos vuelen las cabezas. Tendremos una oportunidad de escapar.

No será fácil.

Tengo otra idea.

Shinji rebuscó en su mochila y sacó un pequeño transmisor. Era otra de las cosas que había encontrado en una casa.

Puedo customizarlo un poco para que sea más potente. No es difícil. En el mar enviaremos un SOS. Podemos decir que nuestro barco ha volcado o algo así.

El rostro de Yutaka resplandeció. Algún barco nos recogerá.

Shinji negó con un gesto: No. El Gobierno vendría a por nosotros, así que les daremos una localización falsa. Escaparemos en dirección contraria.

Yutaka sacudió la cabeza y luego escribió.

Shinji, eres tremendo.

Shinji hizo un gesto de falsa humildad y sonrió.

—Pues muy bien —dijo mirando el reloj. Ya eran las cuatro de la tarde.

—Nos pondremos en marcha en cinco minutos.

—Ajá.

Shinji estaba agotado de tanto escribir a mano, una tarea a la que no estaba muy acostumbrado. Dejó el lápiz e hizo unos ejercicios de flexión con los dedos. Como un archivo de correos electrónicos de un PC, el envés del mapa estaba lleno de letras. (Habría preferido comunicarse con el portátil, pero Yutaka no sabía teclear.)

Al final, volvió a coger el lápiz y añadió:

No es un gran plan. Nuestras posibilidades son escasas. Esto es lo único que se me ha ocurrido.

Se encogió de hombros y se quedó mirando a su amigo.

Yutaka le dedicó una cariñosa sonrisa y escribió:

¡Vamos a por ello!

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