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La clínica era un edificio antiguo, pequeño, de una sola altura. Las paredes de madera se habían vuelto negras, y el techo de tejas de pizarra estaba tan ajado por los años que las esquinas se habían tornado blanquecinas. Al igual que el cobertizo en el que Kaori Minami había muerto, el dispensario se encontraba en las estribaciones de las montañas septentrionales, al final de un estrecho camino sin pavimentar. Habían dejado atrás la montaña, pero estaban seguros de que aquel camino estrecho de la entrada conducía a la carretera pavimentada que recorría la orilla oriental de la isla. Había una furgoneta aparcada enfrente del edificio. A lo mejor era el vehículo que utilizaba el médico para desplazarse a las visitas. Al otro lado de la furgoneta estaba el océano.

El sol de la tarde resplandecía en el mar. El color del océano era completamente distinto al que tenían las aguas turbias y mugrientas que lamían los diques de cemento del puerto de Shiroiwa. Era un maravilloso azul brillante con tonos verdes. Apenas había olas, y los destellos de luz aumentaban en la distancia. Otras islas parecían flotar en el Mar Interior de Seto, y era como si estuvieran cerca, pero esto probablemente se debía, como le dijeron en cierta ocasión a Shuya, a la ilusión óptica que produce un acortamiento de la distancia cuando no hay referencias. Pero por lo menos debían de estar a cuatro o cinco kilómetros.

En cualquier caso, ya habían llegado a la clínica. Era un milagro que hubieran conseguido llegar allí sin resultar heridos. Habían abandonado de inmediato la zona en la que había muerto Kaori. No oyeron ningún disparo tras ellos. De acuerdo con el mapa, habían cubierto una distancia de menos de dos kilómetros, pero Shuya, que había ido cargando con Noriko y estaba preocupado por un posible ataque, se encontraba increíblemente cansado. Quería echar un vistazo para comprobar que no había nadie en la zona de la clínica en cuanto fuera posible, para que no solo Noriko, sino también él mismo pudieran descansar.

Pero algo llamó la atención de Shuya.

Había un barco flotando en el mar en calma. Era probable que se tratara del guardacostas que había mencionado Sakamochi. Pero por alguna razón había tres barcos juntos allí. Sakamochi había dicho que habría un barco en cada punto cardinal, al norte, al este, al oeste y al sur, y en la zona oeste efectivamente solo habían visto uno. ¿Qué significaba aquello?

Aún cargando con Noriko, Shuya asomó la cabeza entre las hojas de un árbol y le dijo a Shogo:

—Hay tres barcos.

—Sí —contestó Shogo—. El pequeño es un guardacostas. El grande es el barco que transportará a los soldados que están en la escuela de regreso a su base. El que está en el medio es el que llevará al ganador del juego. El vencedor sale en ese navío. Es el mismo modelo que el del año pasado.

—Entonces, ¿el Programa de la prefectura de Hyogo también tuvo lugar en una isla como esta?

—Ajá —asintió Shogo—. La prefectura de Hyogo también tiene costas que dan al Mar Interior de Seto. Al parecer, los programas que tienen lugar en las prefecturas que se encuentran en torno al Mar Interior de Seto se celebran siempre en islas. Entiéndeme, hay al menos mil islas en este pequeño mar…

Shogo le dijo luego que esperara y descendió la ladera hacia la clínica con la recortada sin el seguro puesto. Se agachó y examinó primero la furgoneta. Luego se acercó al edificio y lo rodeó. Cuando volvió a la fachada, examinó la entrada y la puerta corredera. Parecía estar cerrada, así que Shogo le dio la vuelta a la recortada e hizo añicos el cristal esmerilado de la ventana con la culata. Luego metió la mano por la abertura, desatrancó la puerta y entró en el edificio.

Tras observar cómo hacía todo aquello, Shuya inclinó su cabeza hacia atrás para hablar con Noriko, que descansaba en su espalda.

—Noriko, ya estamos —dijo Shuya, pero la chica solo pudo farfullar un quejido. Su respiración era aún muy débil.

Tras cinco minutos largos, Shogo asomó la cabeza por la entrada y le hizo una señal a Shuya para que se acercara. Este descendió con cuidado el desnivel de dos metros, para no perder el equilibrio, y se aproximó al edificio.

Un cartel vulgar y mugriento, con las huellas y los destrozos propios de haber estado a la intemperie, colgaba justo junto a la entrada; allí se leía CLÍNICA MÉDICA DE LA ISLA DE OKISHIMA. Shuya se acercó a Shogo, que vigilaba con la recortada en ristre. Entró, seguido por este, que cerró la puerta con firmeza.

Junto a la entrada, había una pequeña sala de espera. A la izquierda había un gran sofá verde con una manta blanca, sobre una alfombra ajada de color beis. El reloj de la pared continuaba impasible con su tictac y estaba a punto de marcar las tres. La estancia de la derecha parecía ser la sala de reconocimiento.

Shogo atrancó la puerta de salida con un palo de escoba y luego le hizo una señal a Shuya:

—Ahí dentro.

Aunque se suponía que debían descalzarse al entrar, Shuya no se quitó las zapatillas y se metió en la sala de la derecha. Había un escritorio de madera enfrente de la ventana y lo que parecía ser el sillón del médico, de piel negra. Había un taburete bajo de plástico verde delante. Aunque la clínica era pequeña, todavía estaba impregnada de ese olor a desinfectantes y esterilizantes propio de esos lugares.

Al otro lado de una ligera cortinilla verde enmarcada por un bastidor metálico, había dos camas. Shuya llevó a Noriko a la más cercana y la depositó con cuidado allí. Pensó que podía quitarle el abrigo escolar que llevaba, pero al final se lo dejó puesto.

Después de que Shogo corriera y cerrara rápidamente las cortinas, dijo «mantas» y le dio a Shuya dos, finas y marrones, que estaban dobladas en dos pequeños cuadrados. Shuya las cogió y, después de pensarlo un poco, extendió una de ellas en la otra cama. Luego trasladó a Noriko allí y extendió la otra sobre su compañera. Comprobó que la manta le llegaba más arriba de los hombros. Shogo estaba revolviendo en el armario gris del despacho, donde probablemente se guardaban las medicinas.

Shuya se agachó junto a Noriko y le apartó el pelo de las mejillas, pasándoselo por detrás de las orejas. La muchacha parecía adormilada. Tenía los ojos cerrados y continuaba respirando con dificultad.

—Joder… —murmuró Shuya—. Noriko, ¿estás bien?

La chica lo miró con los ojos turbios, mientras profería algunos murmullos. Puede que estuviera débil por la fiebre alta, pero su mente estaba lo suficientemente clara como para responder.

—¿Qué tal un poco de agua?

Noriko apenas pudo asentir con la cabeza. Shuya sacó una botella nueva de agua de la mochila que Shogo había dejado tirada en el suelo y arrancó el precinto. La incorporó un poco y ayudó a beber. Shuya le secó el agua que se le había derramado por las comisuras de los labios con el envés de la mano.

—¿Ya? —le preguntó Shuya, y Noriko hizo un gesto afirmativo. Luego la volvió a tender y le hizo una señal a Shogo—. ¿Hay medicamentos?

—Espera —replicó Shogo. Había empezado a revolver en otro armario más pequeño, y sacó una caja de cartón. La abrió y leyó las instrucciones. Parecía ser lo que andaba buscando. Extrajo algo semejante a un pequeño botellín y una ampolla. La botella estaba llena de un polvo blanco.

—¿Es para tomar? —preguntó Shuya.

—No, es para inyecciones —contestó Shogo.

Shuya estaba un poco sorprendido.

—Pero ¿tú sabes utilizar eso?

Shogo abrió el grifo que había en la parte de atrás de la sala. No salió agua, como esperaba, y Shogo chasqueó la lengua. Sacó la botella de agua de su mochila y se lavó las manos. Luego colocó una aguja en una jeringuilla y extrajo el contenido de la ampolla.

—No te preocupes, ya he hecho esto antes.

—¿De verdad? —Shuya se sentía como si siempre le estuviera haciendo esa misma pregunta a Shogo.

Este rompió el sello del botellín e inyectó el contenido de la jeringuilla en él, llenándolo con el líquido de la ampolla. Después de quitar la jeringuilla, cogió el botellín y lo agitó con fuerza. Luego volvió a clavar la jeringuilla para extraer la mezcla.

Después de preparar otra jeringuilla del mismo modo, se acercó a ellos.

—¿Saldrá bien? —preguntó Shuya de nuevo—. ¿Y las contraindicaciones o la sobredosis o…?

—Eso es lo que voy a comprobar ahora. Tú solo haz lo que te digo. Levántale la manga a Noriko.

Inseguro en aquella situación, Shuya levantó un lado de la manta y enrolló las mangas del abrigo y del traje de marinero de Noriko. Tenía un brazo muy delgado y su piel oscura y saludable de antaño se había tornado ahora increíblemente blanca.

—Noriko —le dijo Shogo—, ¿has tenido alguna vez alergia a algún medicamento?

La chica negó con la cabeza ligeramente.

—Bueno. De todos modos voy a comprobarlo.

Shogo sujetó el brazo de Noriko con la palma de la mano, luego cogió un algodón empapado en desinfectante y humedeció la zona entre la muñeca y el codo. Insertó lentamente la aguja, inyectando solo una pequeña cantidad del líquido. Se formó un pequeño cardenal en aquella zona de la piel. Shogo cogió otra jeringuilla y efectuó una nueva incisión.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Shuya.

—Una de ellas es medicina de verdad. Si ambas tienen el mismo aspecto dentro de quince minutos, no tendremos que preocuparnos por efectos colaterales. Eso significará que probablemente podremos utilizar la medicina. Pero…

—¿Pero…?

Shogo rápidamente sacó otra botella más grande de la caja de cartón. La colocó en una mesita auxiliar, preparó otra jeringuilla y miró a Shuya.

—No es fácil diagnosticar la septicemia. Para ser sincero, no estoy seguro si esto es una forma de septicemia o solo un resfriado. Los antibióticos son muy potentes, y por eso estoy probándolos, pero el hecho es que mi experiencia y mis conocimientos son muy limitados, así que meterle esa jeringuilla podría ser muy arriesgado. Por otra parte…

Sujetando la mano de Noriko, Shuya esperó que continuara.

Shogo se tomó un respiro.

—Si está sufriendo septicemia, tendríamos que tratarla lo antes posible. De lo contrario, podría ser demasiado tarde.

Transcurrieron los quince minutos rápidamente. Entretanto, Shogo volvió a comprobar su pulso y a tomarle la temperatura. El termómetro marcaba 39 grados. No era de extrañar que apenas pudiera mantenerse en pie.

Shuya no podía diferenciar en absoluto entre las marcas de las dos jeringuillas, Shogo también pareció llegar a la misma conclusión, así que cogió la jeringuilla más grande.

Agachándose lentamente, Shogo le preguntó:

—Noriko, ¿estás despierta?

La chica murmuró una especie de «sí» en respuesta con los ojos cerrados.

—Te seré sincero. No sé si tienes septicemia o no. Creo que probablemente sí.

Noriko asintió ligeramente. Tal vez había sido capaz de escuchar y comprender la conversación que Shogo y Shuya habían mantenido unos minutos antes.

—De acuerdo… adelante.

Shogo asintió y clavó la jeringuilla, esta vez profundamente. Inyectó el líquido y retiró la aguja. Luego le esterilizó otra vez el brazo con el algodón y le dijo a Shuya.

—Sujeta esto.

Shogo cogió la jeringuilla vacía y se la llevó al fregadero para dejarla allí. Luego volvió.

—Ahora va a dormir. Vigílala durante un rato. Si te parece que tiene sed, puedes darle toda la botella.

—Pero es que… —dijo Shuya.

Shogo movió la cabeza.

—No te preocupes. Hay un pozo detrás del edificio. Siempre que la hirvamos, podemos beber todo el agua que queramos.

Shogo abandonó la sala. Shuya se volvió hacia Noriko. Con la mano derecha presionando el algodón y con la izquierda sujetando cariñosamente la mano de Noriko, se quedó observándola detenidamente.

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