—Baja —dijo Shogo.
Escrutaba cuidadosamente toda la zona mientras sujetaba en alto su recortada. Cargando con Noriko a su espalda, Shuya obedeció. La zona era una umbría bajo un gran olmo. Seguramente para entonces ya debían de haber cubierto dos tercios de la distancia que les separaba del consultorio médico. Estarían tal vez en los alrededores del sector F-6 o F-7. Si habían tomado la dirección correcta (Shogo iba guiándolos, así que no podían estar muy lejos), el edificio de la escuela pronto aparecería delante de ellos, a su derecha.
Alejándose de la orilla, primero cruzaron por el sector C-4. Luego siguieron hacia el este rodeando las estribaciones de la montaña septentrional. Moverse en pleno día resultó ser bastante difícil. Avanzaban un poco y luego tenían que detenerse para coger resuello. Y cuando debían atravesar una zona de densa vegetación, Shogo lanzaba unas cuantas piedras para asegurarse de que no había nadie escondido por allí. Les había llevado más de media hora llegar adonde estaban.
La respiración de Noriko aún era muy irregular.
Shuya volvió la cabeza hacia atrás, igual que hacen los padres con los niños pequeños a los que llevan a la espalda, y le dijo:
—Ya casi estamos, Noriko.
—M… m… —musitó la joven.
—Muy bien, andando —dijo Shogo—. Ahora vamos a ir hasta aquel árbol que hay allí.
—Entendido.
Shuya se puso en marcha y avanzó por aquel terreno suave y herboso que debía de haber sido el prado de una granja. Shogo iba a su lado, sujetando las pertenencias de los tres en la mano izquierda y la recortada en la derecha, indicando las direcciones con un gesto de la cabeza. El cañón de la recortada apuntaba en la misma dirección que su cabeza.
Llegaron a un árbol pequeño y se detuvieron. Shuya inspiró profundamente.
—¿Estás bien, Shuya?
Este esbozó una sonrisa.
—Noriko no pesa nada.
—Podemos tomarnos un descanso.
—No —dijo Shuya negando con la cabeza—. Quiero llegar allí lo antes posible.
—De acuerdo —dijo Shogo, pero Shuya parecía inseguro. A lo mejor se estaba comportando como un idiota. Siempre acababa sacando conclusiones erróneas, equivocándose al evaluar los detalles importantes.
—Shogo.
—¿Qué?
—¿Esta señal en el mapa indicará de verdad una clínica?
Shogo desvió la mirada.
—Creo que tú has sido el único que ha dicho que lo era.
—No, eso fue…
Shuya estaba apesadumbrado, pero Shogo añadió inmediatamente.
—No te preocupes: es una clínica. Lo he comprobado.
—¿Sí?
—Ajá, estuve dando vueltas toda la noche por la isla antes de encontraros. Debería haber tenido la previsión de coger algunas medicinas más. No pensé que las necesitara.
Shuya dejó escapar un suspiro de alivio. Luego se culpó por no obrar correctamente. Debería ser más consciente y prudente. O de lo contrario, acabaría consiguiendo solo que lo mataran a él y a Noriko.
Incluso mientras hablaban, Shogo estaba buscando el siguiente punto de destino.
—Muy bien…
Entonces escucharon el disparo. Shogo se quedó petrificado. Se agachó nervioso y escrutó con la mirada toda la zona. Shuya había sido demasiado optimista al confiar en que pudieran llegar a las instalaciones de la clínica sin ningún obstáculo.
Pero no había nadie a la vista.
Shuya observó a Shogo, que estiró el brazo izquierdo como para protegerlos y miró hacia su izquierda, hacia donde se encaminaban. Había una suave pendiente que conducía a un grupo de pinos altos, aproximadamente a diez metros, que impedían ver qué había más allá. ¿Pretendería Shogo que se adentraran allí?
Shuya finalmente dejó escapar el aire que había contenido.
—Vale… —dijo Shogo con un susurro—. Nosotros no somos el objetivo.
Shuya decidió no sacar su pistola y, aún cargando con Noriko, dijo:
—Ya se acabó.
Shogo asintió en silencio. Entonces los disparos continuaron. Dos. Y tres. El tercero, por alguna razón, pareció sonar con más potencia que los dos primeros. Luego hubo otro más. Fue un sonido más amortiguado.
—Una pelea a tiros —murmuró Shogo—. Parece que están muy animados.
Ahora que sabían que estaban a salvo, Shuya se sintió aliviado, pero siguió mordiéndose el labio.
Fueran quienes fueran, estaban intentando matarse unos a otros, a tiros. De hecho, aquello estaba ocurriendo muy cerca. Y lo único que él estaba intentando era quedarse quieto, esperando a que acabara. Aquello era simplemente intolerable…
La imagen del hombre de negro cruzó su pensamiento. «Muy bien, y tú serás el próximo, y tú. Afortunadamente, señor Nanahara, su hora aún no ha llegado».
Dándole la espalda a Shuya, Shogo dijo, como si pudiera leerle los pensamientos (¿no había dicho alguna tontería sobre algo de leer los pensamientos los días de buen tiempo?):
—Espero que no estés pensando en detenerlos, Shuya.
Este contuvo la respiración y luego farfulló:
—No…
Su prioridad ahora era llevar a Noriko a la clínica. Si se enredaban en un combate con otros, acabarían arriesgando sus propias vidas.
Entonces, de repente, Noriko le dijo desde atrás:
—Shuya…
Tenía una fiebre tan alta que podía sentirla a través de la espalda. Prácticamente solo susurraba.
Shuya volvió la cabeza y vio los ojos perdidos de Noriko justo por detrás de su hombro.
—Déjame aquí… —dijo al final—. Tenemos que intentar… tenemos que asegurarnos… quien sea…
Sus palabras se entrecortaban con los jadeos de su respiración, pero él sabía qué estaba intentando decir. ¿Y si alguien que no quería participar, en otras palabras, un inocente, estaba a punto de caer asesinado en aquellos momentos? En realidad, ese podía ser el caso de cualquiera de los bandos que estaban intercambiando balazos.
La zona en la que estaban era una pendiente que caía directamente desde las montañas del norte donde Yukiko Kitano y Yumiko Kusaka habían sido asesinadas. Pero no habían estado oyendo una ametralladora. Por lo tanto, ninguno de los bandos que estaban en combate en aquel momento preciso las había matado a ellas. ¿Pero y si el asesino de Yukiko y Yumiko había oído aquellos disparos? Podía salir de cualquier parte en cualquier momento.
Se oyeron más intercambios de disparos. Y luego, silencio otra vez.
Shuya apretó los dientes. Rápidamente depositó a Noriko en el suelo. La apoyó contra el tronco de un árbol, en el lugar donde estaban apostados, para que descansara.
Shogo se volvió.
—Oye, no irás a…
Shuya lo ignoró y le dijo a Noriko:
—Voy a echar un vistazo.
Sacó su Smith & Wesson y le dijo a Shogo:
—Cuida de Noriko.
—Oye… oye…
Desde luego, oyó a Shogo, pero ya se había alejado.
Escaló la loma con mucha precaución, vigilando cualquier movimiento a uno y otro lado, y se adentró en el bosque de coníferas.
Había una vegetación muy densa bajo los árboles. Shuya se adentró en la maleza. Puso cuerpo a tierra y avanzó sobre las largas y afiladas agujas que se le clavaban por todas partes.
Más disparos. Shuya al final alcanzó el borde del bosque y lentamente asomó la cabeza.
Había un viejo edificio de una sola planta con un techo a dos aguas, una típica granja. A su izquierda había un camino sin pavimentar. Una escarpadura montañosa rodeaba la propiedad más abajo, y la zona de arriba estaba cubierta por un denso bosque. Y más arriba incluso, se veía la plataforma de vigilancia de la montaña septentrional donde Yumiko y Yukiko habían sido asesinadas.
La granja quedaba a la izquierda de Shuya. Hirono Shimizu (la estudiante número 10) estaba agachada contra la pared, delante del edificio. Hirono estaba mirando más allá del huerto, a lo que parecía ser un cobertizo donde se guardan los aperos de labranza, justo al lado del camino de la entrada. Shuya pudo adivinar la figura de una chica en el cobertizo. Las dos estaban separadas por menos de quince metros y ambas tenían pistolas en la mano.
No tenía ni idea de cómo habían acabado disparándose la una a la otra. Era posible que una de ellas hubiera ido a buscar a la otra, pero Shuya estaba casi seguro de que ese no era el caso. Probablemente se habían topado la una con la otra, y como ninguna de las dos podía confiar en su compañera, habían acabado disparándose…
Todas aquellas suposiciones probablemente se basaban en la opinión favorable que le merecían las chicas, pero en cualquier caso no podía quedarse sentado y dejar que se mataran. Tenía que detenerlas.
Mientras Shuya intentaba imaginar cómo afrontar la situación, Kaori asomó la cabeza por la entrada del cobertizo y disparó a Hirono. Manejaba el arma como un crío jugando con una pistola de agua, pero a diferencia de lo que pasaba en el juguete, lo que sonó fue un disparo y un pequeño casquillo metálico voló en el aire. Hirono respondió con dos disparos. Esta agarraba la pistola bien, y sus casquillos no salieron volando. Una de sus balas impactó contra una viga del cobertizo, que estalló en polvo de serrín. Kaori inmediatamente escondió la cabeza.
Desde donde se encontraba, Shuya podía observar perfectamente a Hirono, y vio cómo abría el cargador cilíndrico del revólver para extraer los casquillos. Tenía la mano izquierda empapada en sangre. Puede que Kaori la hubiera herido en el brazo, pero se las arregló para recargar la pistola rápidamente con aquella mano. Y volvió a apuntar a Kaori.
Todo aquello ocurrió en cuestión de segundos, pero justo antes de que estuviera a punto de actuar, Shuya se sintió otra vez abrumado por la sensación de estar atrapado en una pesadilla. Kaori Minami adoraba a los ídolos del pop, y a menudo hablaba de sus estrellas favoritas con sus amigas, o compartía una foto que había hecho en un concierto, con una emoción desbordante. Y luego estaba Hirono Shimizu, que solía andar con Mitsuko Souma, así que seguramente era la que tenía la culpa. Pero ambas eran estudiantes de tercer curso en el insti, y ambas tenían cualidades encantadoras. Y ahora las dos se estaban disparando una a la otra. En serio, con balas reales. Obviamente.
«Tengo que hacer algo ya».
Shuya se incorporó y disparó su Smith & Wesson al aire. «Ah, genial, ahora me pongo a jugar a ser el sheriff…»., pensó por un momento. Pero sin dudarlo, gritó:
—¡Alto!
Hirono y Kaori se quedaron heladas y entonces las dos se volvieron hacia Shuya.
—¡Dejadlo ya! ¡Estoy con Noriko Nakagawa! —Creyó que lo mejor sería no mencionar el nombre de Shogo, de momento—. ¡Podéis confiar en mí!
Cuando dijo aquello, se dio cuenta de lo patéticas que habían sonado sus palabras. Pero no encontró otra manera de decirlo.
Hirono fue la primera en apartar la mirada de Shuya y volverse hacia Kaori. Y esta estaba embelesada mirando a Shuya.
Shuya se dio cuenta en aquel momento de que Kaori se había adelantado y se asomaba por la puerta… Estaba a merced de la otra en ese momento.
Lo que ocurrió a continuación le recordó un accidente de tráfico del que había sido testigo en cierta ocasión. Ocurrió una tarde de otoño antes de que hubiera cumplido los once años. Quizá el conductor se había quedado dormido o algo. Perdió el control de su camión, embistió contra el guardarraíl, se subió a la acera y atropelló a una niña pequeña que volvía a casa andando de la escuela, igual que Shuya, que iba detrás de ella. Fue increíble, pero la cartera, que llevaba a la espalda, se le desprendió de los hombros y voló por el aire, trazando una trayectoria distinta a la del cuerpo de la cría. La niña aterrizó en la acera antes que la cartera, cayendo sobre su espalda. Detenida por un muro de cemento, se arrastró por la acera y luego se quedó allí inmóvil. La sangre dejó un rastro de más de un metro de largo en la parte de abajo del muro de cemento.
Todo pareció… desde el momento en que el camión se salió de la calzada y embistió a la niña, como si todo sucediera a cámara lenta. Cualquiera hubiera podido decir qué iba a ocurrir, pero no hubo nadie que lo hiciera. Eso fue lo que le pareció a Shuya.
Hirono apuntó y disparó a Kaori, que había bajado completamente la guardia. Dos disparos seguidos. El primero le dio a Kaori en el hombro, haciéndola girar media vuelta hacia la derecha. El segundo le dio en la cabeza. Shuya vio cómo una parte de la cabeza le reventaba, desde la base del cráneo por la izquierda.
Kaori se derrumbó enfrente de la puerta del cobertizo.
Hirono volvió la mirada a Shuya.
Luego se giró y salió corriendo, hacia el oeste, por donde habían venido Shuya y sus compañeros. Corrió hacia los bosques y desapareció de su vista.
—¡Maldita sea!
Shuya gruñó. Después de algunas dudas, corrió hacia el cobertizo, donde se había derrumbado Kaori.
Esta estaba tendida de espaldas, con las piernas todavía dentro del cobertizo, que solo albergaba un decrépito tractor. Su cuerpo permanecía retorcido mientras la sangre fluía por la comisura de sus labios, mezclada con la que le caía de la cabeza y las heridas del hombro, y se reunía en un charco, en el suelo de cemento del cobertizo. Unas diminutas partículas del polvo que había en el suelo empezaron a flotar en la superficie del charco. Sus ojos estaban inmóviles y fijos, mirando al cielo. Una fina cadena de oro colgaba de su trajecito de marinero, en el suelo, y el guardapelo dorado que colgaba de él parecía como una isla en un lago de sangre. Un famoso cantante, un ídolo pop, seguía sonriendo alegremente en su interior.
Shuya estaba temblando cuando se arrodilló a su lado.
«Joder, tío… qué demon… esta cría… ya no podrá hablar de sus ídolos pop. Ya no podrá ir a sus conciertos. Si hubiera tenido más cuidado… a lo mejor no la habrían matado…».
Oyó un ruido y se dio la vuelta. Era Shogo, sujetando a Noriko con un brazo mientras salían del bosque.
Shogo dejó a la chica allí y corrió hacia donde estaba Shuya.
La expresión en el gesto de Shogo parecía decir: «¿Lo ves? Ya te lo dije», pero no pronunció ni una sola palabra. Simplemente cogió la pistola de Kaori y su mochila, y luego, como si se le hubiera ocurrido de pronto, se agachó y le cerró los ojos con los pulgares a la muchacha. Luego le dijo a Shuya:
—Tenemos que irnos. Deprisa.
Sabía que era peligroso. Cualquiera —sobre todo el asesino de la ametralladora— podría haber oído los disparos y presentarse por sorpresa.
Sin embargo, la mirada de Shuya permaneció clavada en el cadáver de Kaori hasta que Shogo lo cogió del brazo.
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