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Kaori Minami (la estudiante número 20) se incorporó cuando oyó aquel leve crujido. Procedía de la arboleda que se encontraba a los pies de la colina del norte, ligeramente hacia el este de la región central de la isla. En el mapa estaba encuadrada en el sector F-8.

Se aferró con fuerza a su arma. La pistola era una pequeña SIG-Sauer P230 9 mm automática. Parecía incluso grande en las pequeñas manos de Kaori.

Sin darse cuenta, Kaori se iba mordiendo el labio. Había estado escuchando el mismo ruidillo una y otra vez casi desde que había encontrado aquel escondite. Y cada vez que lo oía, se sentía aterrorizada… luego sentía un profundo alivio cuando se daba cuenta de que aquellos ruidillos solo los causaban el viento o algún pequeño animal (¿un gato callejero asilvestrado, tal vez?). Pero eso no menguaba su terror. Se mordía y se cortaba el labio, que ahora estaba cubierto de heridas que se habían convertido en costras. «Puede… puede que esta vez sea un enemigo. Un enemigo… seguro…». Alguno de sus compañeros de clase la atacaría. Las imágenes de los cadáveres de Yoshio Akamatsu y de Mayumi Tendo acudieron con gran viveza a su mente.

Y cuando ella abandonó la escuela, oyó una voz procedente de los bosques que tenía delante. Era la voz de la delegada de clase, Yukie Utsumi. Luego vio otras figuras junto a Yukie en la oscura arboleda. Llamándola desde lo oscuro, Yukie le gritó en un susurro, pero con voz claramente audible:

—¡Kaori! ¡Ven con nosotras! ¡Solo somos chicas! ¡Ven, estarás a salvo con nosotras!

Pero… ¿cómo iba a atreverse? ¿Cómo podía fiarse de nadie en aquellas circunstancias? Si se quedaba con ellas, tendría que estar vigilando constantemente sus espaldas. Kaori corrió en dirección opuesta al lugar de donde procedía la invitación de Utsumi, y ahora estaba allí, sola. ¿Y aquello que se oía… era el ruido de un enemigo aproximándose?

Aguardó durante un rato, sujetando la pistola con ambas manos, pero el ruido cesó.

Esperó un poco más. El ruido había desaparecido.

Kaori dejó escapar un suspiro de alivio. Se dejó caer de rodillas y se acurrucó entre los arbustos. Las hojas que le rozaban las mejillas la irritaban, así que cambió de posición. Con la palma de las manos, se frotó la cara allí donde las hojas la habían tocado. Las espinillas ya la habían incordiado lo suficiente. No quería que su cara se llenara de sarpullidos por alguna ortiga. Aunque fuera a morir pronto, no quería que le ocurriera aquello.

Sintió que un escalofrío recorría su espalda. «¿Morir? ¿Voy a morir? ¿Será posible que de verdad vaya a morir?».

El solo pensamiento de morir fue suficiente para conseguir que su corazón latiera desbocado. Se sentía como si fuera a sufrir un infarto.

«¿Voy a morir? ¿Voy a morir?». Igual que un reproductor viejo de CD, incapaz de saltar una imperfección del disco, aquellas reiterativas palabras saltaban una y otra vez y se repetían en el interior de su cabeza. «¿Voy a morir?».

Kaori se aferró desesperadamente a aquella especie de relicario de plata que llevaba alrededor del cuello, por debajo del uniforme. El guardapelo se abrió, y un rostro brillante y alegre, con el pelo largo, sonrió a Kaori.

Mientras permanecía concentrada en su joya, el pulso de Kaori consiguió ralentizarse poco a poco y volver a su ritmo normal.

Era una foto de Junya Kenzaki, del grupo pop Flip Side. Era el miembro del grupo que tenía más éxito entre las chicas. Aquel guardapelo especial solo estaba al alcance de los miembros del club de fans. Kaori estaba orgullosa de saber que ella era la única estudiante de su escuela que tenía uno. (Por supuesto, en nuestros días, a la mayoría de las chicas eso le importaba un bledo. Además, los guardapelos pop estaban pasados de moda. Pero Kaori no pensaba así.)

«Oh, Junya. Estoy bien, estoy bien, ¿o no? Tú me proteges, tú me proteges, ¿verdad?».

Creyó que Junya Kenzaki le estaba hablando. «Todo va bien. Por supuesto que vas a estar bien. ¿Quieres que te cante tu canción favorita, «Galaxy Magnum»? La respiración de Kaori se tranquilizó un poco. Luego, le preguntó a la foto:

—Dime, Junya. ¿Debería haberme ido con Yukie? Me pregunto si eso me habría salvado la vida. No, imposible.

Una lágrima rodó por las mejillas de Kaori.

¿Cómo era posible que estuviera ocurriendo aquello? Quería ver a su mamá. Quería ver a su papá. Quería ver a su hermana y a los buenos de sus abuelos. Quería darse un baño, ponerse crema maquilladora para ocultar sus espinillas, y luego sentarse en el cómodo sillón de su comedor mientras se tomaba a sorbitos su tazón de cacao y miraba un vídeo de un programa de televisión donde salían los Flip Side… aunque había visto ese programa ya un montón de veces.

—Junya, ayúdame. Por favor… Me parece que me voy a volver loca.

Y en el mismo momento en que se oyó decir aquellas palabras en voz alta, Kaori sintió como si de verdad estuviera a punto de perder el juicio. Se le estaba yendo la cabeza. De repente sintió náuseas y ganas de vomitar. Y empezó a llorar desesperada.

De repente oyó otro crujido a sus espaldas, y su cuerpo se estremeció. Aquel ruido había sido mucho más fuerte que los otros.

Con los ojos anegados en lágrimas, se volvió.

Había un chico mirándola a través de los arbustos. Era Hiroki Sugimura (el estudiante número 11). ¡La estaba acechando!

Kaori estaba completamente aterrorizada y demasiado aturdida como para pensar cuando levantó el arma y apretó el gatillo. Sus muñecas sintieron el retroceso cuando sonó el estallido del disparo. Un cartucho dorado voló por los aires, y los rayos del sol se reflejaron en él mientras brillaba entre las ramas de los arbustos.

Hiroki ya había desaparecido en lo más profundo del bosque. Los crujidos y susurros continuaron durante un rato y luego desaparecieron.

Kaori estaba temblando. Todavía mantenía en alto la pistola. Luego agarró sus pertenencias y corrió en dirección opuesta a la que había tomado Hiroki. Mientras ella corría, su mente se desbocaba. Estaba segura de que Hiroki Sugimura estaba intentando matarla. ¿Por qué, si no, habría estado allí acechando sin decir nada? Hiroki Sugimura probablemente no tenía una pistola. «Vio que yo sí la tenía y salió corriendo aterrorizado. Si no lo hubiera visto… y le hubiera disparado, ese Hiroki Sugimura probablemente me habría clavado un cuchillo en el pecho o algo. ¡Un cuchillo! Tengo que andarme con cuidado. Tengo que dispararle a cualquiera que se cruce en mi camino. Sin piedad. O de lo contrario… acabaré muerta… ¡muerta!».

«Oh… no… No soporto esto ni un minuto más. Quiero irme a casa. Tomar un baño. Crema para las espinillas. ¡Cacao! Vídeo. Flip Side. Junya. Sin piedad. Dispara. ¡Dispara! Cacao. Junya. ¡Crema! ¡Para las espinillas! Sin piedad, Junya».

Las lágrimas se derramaban a borbotones por las mejillas de Kaori. La tapa del relicario permanecía abierta sobre su pecho, y la alegre cara de Junya Kenzaki oscilaba violentamente de un lado a otro, y de arriba abajo.

«Sin piedad, Junya. ¡Me van a matar! Dispara. Mamá. ¡Hermanita! Papá. ¡Dispara! ¡Dispara! Hay un nuevo disco…».

Kaori estaba perdiendo el juicio.

QUEDAN 25 ESTUDIANTES