Yoshimi Yahagi (la estudiante número 21) esperó hasta que su reloj marcara las diez de la mañana y luego, temerosamente, asomó la nariz por la puerta trasera de la casa. Se encontraba en el extremo sur de la zona residencial de la isla, así que estaba lejos de la casa donde había sido asesinada Megumi Eto, pero de todos modos Yoshimi no tenía ni idea de que ella había muerto allí. Simplemente había escuchado su nombre en la comunicación de aquella mañana.
Estaba más preocupada por el anuncio que se había hecho aquella mañana de las zonas prohibidas. A las once de la mañana todos los collares que se encontraran en el sector H-8 explotarían. Y daba la casualidad de que la casa en la que había pasado la noche se encontraba en el sector H-8. El ordenador no atendería a las súplicas para que esperara un poco.
La puerta trasera de la casa daba a un estrecho callejón que discurría entre varias viviendas. Yoshimi sujetó bien, con las dos manos, la pesada pistola automática que le había correspondido (un Colt 45 Government Model), y amartilló el percutor con el pulgar. Controló rápidamente los alrededores. No había nadie en el callejón, ni a un lado ni a otro.
Aunque, en calidad de miembro de la banda de Mitsuko Souma, se la consideraba una delincuente, el rostro redondo de Yoshimi conservaba rasgos infantiles. En ese momento, de todos modos, estaba brillando con un sudor frío. Solo hacía una o dos horas que había visto desde una ventana del segundo piso a Yumiko Kusaka y a Yukiko Kitano pidiéndole a todo el mundo que se unieran a ellas. Y luego, lo de la ametralladora. No cabía la menor duda. Los asesinatos iban a continuar. No todo el mundo se iba a esconder, como ella. Había gente deseando cargarse a sus compañeros de clase. Y era imposible predecir de dónde iban a salir.
Salió de la casa y prudentemente avanzó de puntillas hacia su derecha, con la espalda casi apoyada contra la pared de la vivienda en la que había estado escondida. Luego giró hacia el sur, en la esquina, y vio una explanada que tendía hacia una ligera cuesta. Aquella suave loma estaba cubierta con zonas de hierba y se extendía hasta las montañas del sur. En esa zona, las casas no estaban tan apiñadas como en la parte residencial del norte. Decidió que lo mejor sería dirigirse a las montañas del sur. Allí estaría a salvo por el momento.
Yoshimi se echó al hombro la mochila, comprobó que no había nadie por los alrededores y luego corrió hasta los pequeños matorrales de la explanada.
Llegó en cuestión de segundos. Sujetando el arma con las dos manos, apuntó a derecha e izquierda, pero por allí no había nadie.
Yoshimi ya estaba jadeando tras aquella breve carrera. Tenía mucho camino por delante, sin embargo, para salir del sector H-8. En realidad puede que estuviera ya fuera de los límites, pero en el suelo no había ninguna raya blanca trazada que los delimitara. Lo mejor era adentrarse en una zona de seguridad. De lo contrario, podía volar por los aires. Había puntos azules en el mapa que indicaban edificios, y aquel grupo particular de casas estaba tachonado con tantos puntos que no tenía ni idea exactamente del lugar en el que se encontraba. El sector limítrofe se encontraba al final de ese núcleo de viviendas.
A Yoshimi le entraron ganas de llorar. Si al menos no hubiera pertenecido a la banda de Mitsuko Souma, podría haber encontrado a alguien. Sí… alguna buena chica en la que pudiera confiar y con la que afrontar la situación. Pero nadie se fiaba de ella. Bueno, había hecho algunas cosas feas con Mitsuko Souma y con Hirono Shimizu. Robar a las compañeras… y a veces aterrorizarlas. Nadie la creería aunque dijera que no tenía intención de hacer daño a nadie. Irían a por ella en cuanto la vieran.
Antes de ocultarse en aquella casa, la noche anterior, había visto a otra chica avanzando en dirección contraria, abandonando la zona residencial. ¿Era Kayoko Kotohiki (la estudiante número 8)? A lo mejor se había escondido al principio en la zona residencial y luego se lo había pensado mejor y se había largado de allí. (Aquella decisión había resultado ser excelente, porque aquel lugar se había convertido en la primera zona prohibida del juego). Había sido una oportunidad perfecta para contactar con alguien, dada la ocasión y la proximidad, pero al final Yoshimi no se había atrevido a llamarla.
¿Y qué habría pasado con Mitsuko Souma e Hirono Shimizu? Era verdad que eran muy malas… pero eran sus amigas, después de todo. Si las encontrara, ¿se fiarían de ella? ¿Y podría Yoshimi fiarse de ellas? Pues no, seguramente no.
Atribulada y desesperada, volvió a pensar otra vez en el rostro de un muchacho. Era el mismo en el que había estado pensando desde que había comenzado el juego. El único que había dicho que no le importaba que estuviera con Mitsuko Souma, que de todos modos le caía bien. La besó tiernamente en la cama y la avisó con cariño: «No te metas en líos». Era el chico que le había hecho creer que efectivamente podía cambiar.
Cuando salió de la escuela, la noche anterior, pensó que tal vez ese chico estaría esperándola. Pero, claro, allí fuera no había nadie. Solo estaban los cadáveres de Mayumi Tendo y Yoshio Akamatsu, tendidos en el suelo. La cuestión era que si te quedabas dando vueltas por allí, acabarías como ellos. (No tenía ni idea de dónde se habría metido el asesino.)
«¿Dónde estará ahora? A lo mejor ya es demasiado tarde…».
Yoshimi sintió que el alma se le caía a los pies. Los ojos se le llenaron de lágrimas.
Se secó los ojos con la manga de su trajecito de marinero y avanzó entre los arbustos. Tenía que avanzar un poco más.
Sosteniendo aún la pistola, Yoshimi buscó un nuevo refugio. Ahora había varios árboles altos reunidos a su derecha, con un denso herbazal por todas partes.
Echó a correr otra vez por el campo abierto. Se arañó la cara con una rama pequeña cuando resbaló al entrar en el matorral. Se incorporó lentamente y miró a su alrededor. No podía ver bien a través del denso bosque de arbustos, pero no había nadie a la vista.
Yoshimi volvió a agazaparse mientras se arrastraba a través de los matorrales. Muy bien, muy bien… no había nadie por allí.
Alcanzó el límite del matorral. Ahora, delante de ella, se extendían las praderas de la montaña del sur. Los árboles y un denso bosque de lo que parecía ser bambú le proporcionarían un montón de lugares en los que esconderse. «Muy bien, muy bien: eso es. Lo único que tengo que hacer es llegar ahí…».
De repente, oyó un crujido a sus espaldas. Su corazón se sobresaltó.
Yoshimi se agachó, sujetando el Colt 45 entre las manos, y lentamente se volvió. Los cabellos de la nuca se le erizaron.
Pudo atisbar un retazo de un chaquetón escolar negro moviéndose entre los árboles, aproximadamente a diez metros de donde se encontraba ella. Abrió los ojos, aterrorizada. Había alguien allí. ¡Alguien!
Yoshimi apretó los dientes para contener el miedo y agachó la cabeza. Su corazón latía con violencia.
Oyó otro crujido.
Hacía solo un momento no había nadie en el matorral. Alguien había venido detrás de ella. ¿Por qué? ¿Estaba siguiéndola?
Yoshimi palideció.
No, no necesariamente. Puede que simplemente estuviera trasladándose, igual que ella, para salir de la zona prohibida. Si la hubieran visto, podrían haber ido detrás de ella. Pero nadie la había visto todavía. Entonces, ¿lo mejor sería dejarlo pasar? «Tú no te muevas: simplemente, no te muevas».
Hubo otro crujido allí cerca, de nuevo. La persona se estaba moviendo otra vez. En cuclillas, Yoshimi pudo ver entre la densa hojarasca una figura moviéndose entre los árboles. Al revelar su perfil, se movió de derecha a izquierda. «Ah, bien: sí, no se dirige hacia mí…».
Cuando ya suspiraba aliviada, de repente vio algo que casi no pudo creer…
La figura se había adentrado lo suficiente en la arboleda como para poder verla. Los ruidos gradualmente se hicieron más distantes.
No podía estar equivocada. ¿Estaba alucinando por el miedo? No, no podía ser eso.
Yoshimi se incorporó y, encorvada, se dispuso a seguir la pista del ruido. Avanzando varios metros, miró hacia la figura que hacía crujir las ramas entre las sombras de la densa hojarasca. En su estrecho campo de visión, fue capaz de discernir de nuevo aquel abrigo escolar.
Yoshimi se puso las dos manos en el pecho. Si no hubiera sido por la pistola que llevaba en las manos, habría parecido que estaba rezando. En realidad, Yoshimi estaba rezando, sin duda. Si había un dios que hubiera desencadenado aquel milagroso devenir de los acontecimientos, ella le estaba dando las gracias. Yoshimi no tenía creencias religiosas especialmente firmes, pero no importaba cuál fuera el dios que hubiera ejecutado el milagro. Ella le estaba agradecida. «Ay, Dios mío, ¡gracias! ¡Te adoro!».
Yoshimi exclamó mientras se incorporaba:
—¡Yoji!
Yoji Kuramoto (el estudiante número 8) tembló durante un instante y luego se volvió lentamente. El muchacho tenía un rostro de aire latino. Sus ojos, de grandes pestañas, se abrieron como platos y luego recuperaron su tamaño normal. Durante un mínimo segundo, su rostro adquirió una mortal palidez, pero ella estaba convencida de que era su mente la que le estaba jugando aquellas malas pasadas. Entonces, aquel rostro esbozó una sonrisa. La sonrisa del chico que la quería más que a nada en el mundo.
—Yoshimi…
—¡Yoji!
Sujetando la mochila y su Colt 45 en la mano, Yoshimi corrió hacia Yoji, con los ojos anegados en lágrimas.
Yoji acogió a Yoshimi en sus brazos, cariñosamente, pero también con voluntad tranquilizadora en el diminuto espacio del bosque.
Entonces, sin decir una palabra, Yoji la besó en los labios. La besó en los ojos. Y en la punta de la nariz también. Así era como siempre la besaba Yoji. Puede que no fuera lo más apropiado, dadas las circunstancias, pero ella estaba en éxtasis.
Después de besarla, la miró y le dijo:
—Así que estás viva… Estaba muy preocupado por ti.
Uno en brazos del otro, Yoshimi contestó:
—Yo también, yo también… —Las lágrimas se derramaron por las comisuras de sus ojos y resbalaron por sus mejillas.
Cuando Yoji salió del aula, antes que ella, le había lanzado una mirada: Yoshimi estuvo a punto de llorar cuando lo vio partir. Ella había salido después, y luego había caído la noche. Y había estado aterrorizada todo aquel tiempo, hasta ese momento. Pero ahora estaba con una persona a la que pensaba que no volvería a ver viva otra vez.
—Es… es un milagro —dijo Yoji, un poco dubitativo, como si estuviera conmocionado.
—Sí, lo es, lo es… No puedo creerlo. Pensé que no nos volveríamos a ver. En este horrible…
Yoji enterró cariñosamente sus manos en el pelo de Yoshimi mientras ella lloraba.
—Ahora todo va a ir bien. Estaremos juntos, sin importar lo que pueda suceder.
Las palabras de Yoji sonaron tranquilizadoras; las lágrimas volvieron a brotar de los rasgados ojos de Yoshimi. «Las reglas solo permiten que haya un superviviente, pero prefiero quedarme con el que más amo. Había no sé qué respecto a un límite de tiempo, pero nos quedaremos juntos hasta que se acabe. Si alguien nos ataca, Yoji nos protegerá. Ay, Dios, dime que no estoy soñando».
Yoshimi recordó todo lo que había ocurrido entre ellos desde que conoció a Yoji en segundo, cuando se convirtieron en compañeros de clase. Recordaba aquel día de otoño, tan especial, cuando se tropezaron en la calle y decidieron ir al cine. Luego, la Navidad, con el pastel de fresas que pidieron y compartieron en un café, el beso de aquella noche, el día de Año Nuevo, vistiendo un kimono de gala para la primera visita al templo. (La papeleta de la suerte que sacó ella decía solo «Buena suerte», mientras que la de él decía «Muy buena suerte», así que Yoji le dio su papel a ella). También recordaba aquel inolvidable sábado, el 18 de enero, la noche que pasó en casa de Yoji.
—¿Dónde has estado? —le preguntó Yoshimi.
Yoji señaló un grupo de casas:
—En una casa de allí. Pero ya sabes, este collar… si me quedaba allí, se supone que explotaría. Así que…
Yoji parecía muy serio, pero Yoshimi pensó que aquello tenía una parte divertida. ¡Lo importante era que estaban juntos! Ella se había estado preguntando dónde podría estar él desde que había comenzado el juego, para al final descubrir que estaba justo a su lado.
—¿Qué pasa?
—Yo también estaba escondida en una de esas casas. Probablemente estábamos al lado uno del otro, en casas contiguas.
Ambos se echaron a reír. Yoshimi se dio cuenta de lo maravilloso que era compartir unas risas con alguien a quien amabas. Alguien podía considerarlo trivial, pero no: era un asunto esencial. Y ahora podía disfrutarlo otra vez.
Yoji dejó lentamente que Yoshimi se apartara. De repente, su mirada reparó en la mano derecha de la chica. Yoshimi, al darse cuenta de que todavía sostenía la pistola, estalló en risas:
—¡Ja, ja, ja…! Se me había olvidado…
Yoji también sonrió.
—Bonita pistola. Mira lo que me han dado a mí…
Le mostró lo que tenía en la mano. Ella ni siquiera se había dado cuenta. Al observar más de cerca, vio que era una daga, como las que se pueden encontrar en los anticuarios. La tira de cuero enrollada en torno al mango estaba ya muy raída, y la funda ovalada había adquirido unos matices de color azul verdoso, y, tal como Yoji reveló al extraer la daga de la funda, la hoja estaba punteada de óxido. Yoji devolvió la daga a la funda y se la enganchó en el cinturón.
—Oye, déjame echarle un vistazo a eso… —dijo Yoji.
Yoshimi le entregó la pistola.
—Quédatela. No creo que a mí me sirva de mucho.
Yoji asintió y cogió el Colt 45. La sujetó por la empuñadura y comprobó el seguro. Presionó el cargador, revelando la primera bala de la cámara. Aún estaba amartillada.
—¿Tienes balas para la pistola?
El cilindro del cargador estaba repleto. Yoshimi asintió, sacó la caja de balas de la mochila y se la entregó. Yoji la cogió con una mano y la abrió hábilmente con el pulgar para comprobar el contenido. Luego se las metió en el bolsillo de su uniforme escolar.
Entonces, de repente… Yoshimi no podía creer lo que estaban viendo sus ojos. No comprendía nada de lo que estaba ocurriendo… como si estuviera viendo algún desconcertante truco de magia, mientras observaba las manos de Yoji.
Él la estaba apuntando con el Colt 45.
—¡Yoji!
Después de repetir su nombre, comprobó que Yoji se había convertido en una persona diferente.
Tenía el rostro crispado: las pestañas de sus ojos, su larga nariz aguileña, sus anchos labios… cada parte de su cara era igual que antaño, pero jamás había visto aquella expresión en la que dejaba ver los dientes apretados en su boca torcida.
La boca torcida escupió aquellas palabras.
—Lárgate. ¡Vete de aquí!
Yoshimi no entendía qué quería decir.
Yoji pareció furioso.
—¡He dicho que te largues de aquí!
Aún confusa y perpleja, Yoshimi tartamudeó:
—¿Por qué?
Como si estuviera harto de ella, Yoji exclamó:
—¿Acaso esperas que me quede con una zorra como tú? ¡Lárgate, zorra!
Algo en el interior de Yoshimi comenzó a derrumbarse, primero lentamente, luego como un colapso repentino.
—¿Por qué? —dijo Yoshimi con voz temblorosa—. ¿Es que… es que he hecho algo malo?
La pistola aún estaba apuntándola. Yoji escupió hacia un lado.
—Déjame en paz. Hasta yo sé que eres una guarra. Sé que la policía te ha arrestado. Y encima, te has acostado con tíos que podrían ser tu padre. ¡Eso también lo sé! ¿Esperas que confíe en una zorra como tú?
Yoshimi permanecía boquiabierta mientras clavaba su mirada en el rostro de Yoji.
Pero todo lo que decía era verdad. Había sido arrestada en varias ocasiones por robar, y la policía se la había llevado una vez por delante por chantajear a una estudiante del insti. Y luego estaba lo de la prostitución. Hacía algún tiempo Yoshimi se había acostado con tíos de mediana edad que le había presentado Mitsuko Souma. El dinero le venía bien, ella no era la única que lo hacía y en aquella época de su vida estaba muy harta de todo. Así que vestir como no lo había hecho nunca, actuar como una adulta y estar con hombres que parecían bastante generosos a su manera… no parecía mala cosa. Yoshimi había dado por supuesto que Yoji estaba al tanto de todo aquello.
Desde que había empezado a salir con él aquel día de otoño, había puesto fin a todas aquellas historias. Por supuesto, continuó siendo amiga de Mitsuko Souma y de Hirono Shimizu. No es que se hubiera convertido en una alumna modélica, pero había dejado de prostituirse y hacía todo lo posible por no meterse en líos. Y estaba convencida de que Yoji le perdonaba todo aquello y que la quería de todos modos.
«Eso es lo que había creído todo este tiempo…».
Una lágrima resbaló por la mejilla de Yoshimi.
—Ya… ya no hago eso. —Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos incontrolablemente—. Quería ser… quería ser buena para ti, Yoji.
Yoji la miró como si sus palabras hubieran surtido algún efecto en él. Pero luego aquella cruel expresión volvió a su rostro.
—¡Embustera! ¡Deja de fingir que lloras!
Yoshimi lo miró con los ojos muy abiertos, anegados en lágrimas. Las palabras brotaban a tropezones.
—¿Entonces… entonces por qué saliste conmigo?
Yoji replicó inmediatamente:
—¡Vamos… me pareció que una guarra como tú sería una tía fácil! ¡Lárgate de aquí! ¡Zorra!
De repente, impulsada por alguna fuerza indescriptible, Yoshimi se lanzó hacia Yoji. Pudo ser porque ya no podía soportar los insultos de Yoji, o tal vez porque no podía tolerar el hecho de que Yoji estuviera apuntándole con una pistola.
—¡Cállate! ¡Por favor, cállate! —le gritó, e intentó arrebatarle la pistola de la mano.
Yoji rápidamente la esquivó y la empujó hacia un lado. La mochila se le resbaló a Yoshimi del hombro hasta la mano y cayó de espaldas sobre la hierba.
Yoji la sujetó allí.
—¿Qué demonios estás haciendo? Maldita zorra, ¡querías matarme! ¡Te mataré, zorra!
Yoji apuntó la pistola a la cabeza de Yoshimi mientras esta se aferraba frenéticamente a su muñeca derecha con las dos manos. Él inmediatamente se cambió la pistola de una mano a otra y la sujetó con fuerza. La mano de Yoji se movió lentamente hacia la muchacha. ¡Hacia su frente! Yoshimi sintió con fuerza los latidos de su corazón.
Yoshimi manoteó como pudo y gritó desesperada.
—¡Yoji! ¡Por favor! ¡Por favor, no lo hagas, Yoji!
Yoji no dijo nada. Sus ojos inyectados en sangre centellearon en su rostro. Bajó el brazo mecánicamente, como una máquina. Cinco centímetros… cuatro… tres… El cañón ya le acariciaba el pelo. Dos centímetros más y…
Aunque Yoshimi estaba aterrorizada por la pena y el miedo, una idea le cruzó la mente en aquel momento.
Ahora lo comprendía todo. No hubiera querido, pero resultó que la persona que adoraba era solo una ilusión. Sin embargo…
Sin embargo, era una ilusión maravillosa. Con Yoji pensó que podía empezar de nuevo. Fue él quien le procuró aquella ilusión. Sin Yoji nunca habría creído que pudiera ocurrir.
«Oh, aquella vez que comimos helado en la única hamburguesería que había en Shiroiwa». Ella tenía helado en la nariz y Yoji dijo: «Estás muy bonita». Incluso ahora, Yoshimi creía que él había sido sincero.
«Te quería».
Yoshimi, de repente, relajó los brazos. Yoji amartilló el arma y colocó el cañón sobre su frente. Tenía el dedo listo para apretar el gatillo.
Yoshimi miró fijamente a Yoji, y calladamente le dijo:
—Gracias, Yoji. Fui muy feliz estando contigo.
Los ojos de él se abrieron cuanto daban de sí, y permaneció petrificado, como si de repente se hubiera dado cuenta de algo importante.
—Adelante, mátame.
Yoshimi sonrió cariñosamente y cerró los ojos.
Apuntándole con la pistola, Yoji comenzó a temblar.
Yoshimi esperó pacientemente a que la bala ardiendo le perforara el cráneo, pero la pistola no disparó.
Bien al contrario, escuchó la voz apagada de él pronunciando su nombre.
—Yoshimi…
Ella volvió a abrir lentamente los ojos.
Se topó con los de él. A través de la fina película de sus lágrimas, vio cómo la mirada que tenía delante era, sí, la de su amado Yoji. Reflejaban un enorme arrepentimiento y una profunda culpabilidad.
«Ah…
»Ahora empieza a comprender… Yoji… ¿Es verdad?».
¡ZUMMP…! Fue un ruido agradable, pero un poco extraño, amortiguado.
Al mismo tiempo, el dedo de Yoji apretó el gatillo. Pero solo fue un accidente, el resultado reflejo de su dedo. El disparo explotó como un petardazo e hizo gritar a Yoshimi, pero poco antes Yoji había apartado el cañón de su cara, y la bala se alojó en el tapiz de hierba en el que reposaba su cabeza. Una diminuta nube de polvo se levantó en el aire.
El cuerpo sin vida de Yoji se desplomó sobre Yoshimi. Y allí se quedó, inmóvil.
Mientras intentaba librarse de él, vio la sonrisa de una persona por encima de los hombros de Yoji. Era su vieja compañera de crímenes, Mitsuko Souma.
Yoshimi no tenía ni idea de lo que estaba ocurriendo. Lo único que sabía era que la sonrisa de aquel angelical, adorable y hermoso rostro le resultaba absolutamente aterradora.
Mitsuko le preguntó a Yoshimi si se encontraba bien y, agarrándola de la mano, la sacó de debajo del cuerpo de Yoji.
Yoshimi se tambaleó entre los arbustos y miró el cadáver de Yoji. Una hoz extremadamente afilada estaba clavada en su nuca. (¡Una hoz! Como cualquiera de las chicas de ciudad de Shiroiwa, Yoshimi nunca había visto una hoz real.)
Olvidándose de momento de la hoz, Mitsuko se lanzó inmediatamente a por el Colt 45, que aún estaba en la mano de Yoji. Los músculos del cadáver se habían contraído, así que tuvo que liberarlo dedo por dedo. Pero el revólver al fin quedó en sus manos, y sonrió.
Yoshimi observó el cuerpo sin vida de Yoji. Estaba temblando violentamente. Incontrolablemente. En un segundo, como en un flash, había perdido a alguien sumamente importante para ella. Era como la sensación que tuvo cuando, de niña, se le había caído accidentalmente un precioso adorno de cristal y se había hecho pedazos en el suelo. Pero… Yoji era bastante más precioso que un adorno de cristal.
Yoshimi pareció recuperar la consciencia y observó a Mitsuko (la había estado mirando todo el rato, en realidad, pero era incapaz de procesar la información visual), que había procedido a pelearse con la hoz con el fin de extraerla del cráneo de Yoji. Agarró el mango con ambas manos y trató de moverlo con violencia para extraerlo, agitando la cabeza de Yoji de un lado a otro en el intento.
—¡No…!
Yoshimi gritó y empujó a Mitsuko a un lado. Esta cayó de espaldas sobre la hierba, dejando al aire sus bien torneadas piernas por debajo de la falda tableada hasta los muslos.
Yoshimi protegió el cuerpo de Yoji. La hoz todavía estaba clavada en su cráneo. Las lágrimas de la muchacha cayeron sobre el cadáver. El muerto parecía decirle: «Moverme no me revivirá. No me muevas. Tengo una hoz clavada en la cabeza. Joder, tío, esto duele…».
Yoshimi sintió en el pecho todo el peso de los remordimientos. Se sentía como si se estuviera ahogando, como si el mundo estuviera a punto de apagarse. Pensó en la culpable de aquel asesinato, y su mirada llena de lágrimas se volvió con ferocidad hacia Mitsuko. Si las miradas pudieran matar, aquella lo habría hecho. A Yoshimi no le importaba en absoluto aquel juego ni quiénes podían ser sus amigos o sus enemigos. Si había alguien a quien podía considerar su peor enemiga en ese momento, esa era Mitsuko Souma, que había matado a su amor.
—¿Por qué lo has matado? —Y sus palabras sonaron huecas en su interior. Se sentía como si se hubiera convertido en una bolsa vacía con forma humana. Pero las palabras brotaban sin cesar. El cuerpo humano podía hacer cosas muy raras—. ¿Por qué? ¿Por qué lo has matado? ¡Es horrible! ¡Es absolutamente espantoso! ¡Eres malvada! ¿Por qué has tenido que matarlo? ¿Por qué?
Mitsuko retorció la boca en un gesto de enojo.
—Te iba a matar. Te salvé la vida.
—¡No! ¡Había conseguido que me comprendiera! ¡Eres una malvada! ¡Te mataré, te mataré! ¡Yoji me entendía!
Mitsuko sacudió la cabeza y se encogió de hombros, apuntándole con el revólver del 45. Los ojos de Yoshimi se abrieron atónitos.
Y entonces Yoshimi escuchó el seco petardazo otra vez. Sintió su frente como si la aplastara un coche. Y ya.
Yoshimi Yahagi cayó sobre el cadáver de su amado Yoji Kuramoto y quedó inmóvil. La bala del 45 le había reventado la parte posterior de su cráneo. Pero la boca permanecía abierta como si estuviera a punto de gritar, y la sangre salió a borbotones por ella. Empapó la chaqueta escolar de Yoji, formando una mancha oscura.
Mitsuko bajó el humeante Colt 45 y se encogió de hombros de nuevo. Había planeado utilizar a Yoshimi para protegerse de balas ajenas.
Se inclinó sobre la cabeza medio reventada de Yoshimi y le susurró al oído:
—Estoy segura de que te comprendía… —Había un extraño revoltijo de sesos gelatinosos y grisáceos, con sangre, en la oreja—. Lo maté porque me pareció que, después de todo, acabaría matándote.
Y luego, se inclinó otra vez sobre la cabeza de Yoji con la intención de arrancarle la hoz del cráneo.
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