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El rostro de Shogo se enterneció mientras añadía…

—Incluso me dieron una tarjeta autografiada del Dictador. Qué honor. Parecía que un niño hubiera garabateado unas cosas allí, aunque no recuerdo detalles de lo que decía, porque la tiré al contenedor de papel para reciclar.

En grave contraste con la voz amable de Shogo, Shuya inspiró profundamente. Era verdad que cualquier estudiante de tercer año de instituto podía ser reclutado para el Programa, pero ¿cómo era posible que acabaras participando dos veces seguidas? Desde luego, si no hubiera sobrevivido la primera vez, no podría haber estado presente en la segunda, pero incluso así… ¡una nueva selección era tan improbable como ganar la lotería! Pero ahora todo cobraba sentido y se entendía por qué Shogo parecía controlar tan bien el juego, por qué había notado la presencia del gas y, claro, todas las cicatrices que cubrían su cuerpo… pero si todo aquello era verdad, era simplemente monstruoso.

—Es… —farfulló Shuya—. Es monstruoso.

Shogo se encogió de hombros.

—El juego se celebró en julio, pero como yo sufrí graves heridas, estuve hospitalizado durante mucho tiempo. Eso, sin embargo, me permitió tener tiempo para estudiar un montón de cosas, incluido todo ese rollo sobre este país… pero solo mientras estuve postrado en la cama. Las enfermeras y los equipos del hospital fueron realmente muy generosos y me traían libros de la biblioteca. Supongo que el hospital fue mi escuela durante ese tiempo. En cualquier caso, esa es la razón por la que acabé repitiendo todo mi tercer año otra vez. Pero…

Shogo los observó.

—Pero tengo que decir… que ni siquiera yo esperaba volver a acabar en este juego otra vez.

Pues claro. Shuya recordó la conversación que habían tenido poco antes… en realidad, ya hacía tres horas. Cuando Shuya le había preguntado: «¿Has matado a alguien antes de Kyoichi?»., él le había contestado: «Bueno, esta vez es el primero».

En ese momento Noriko le preguntó:

—Entonces, los que han sido nominados… —Reprimió la pregunta, pensando quizá que estaba sonando más bien como si aquello fuera un concurso cinematográfico—. Entonces, ¿los que han participado una vez no quedan exentos para siempre?

Shogo sonrió.

—Me temo que no, porque yo estoy aquí. Por lo que nos han dicho, las clases se eligen al azar, por ordenador, ¿no? La experiencia que tengo me da alguna ventaja, pero me temo que el ordenador no me excluyó. Así que aquí tenemos otro ejemplo de presunta y falsa igualdad.

Shogo hizo pantalla con las manos en torno al mechero y se encendió otro cigarro.

—Ahora ya sabéis por qué detecté el olor a gas. Por no mencionar… —y se señaló la marca sobre su ceja izquierda— esta cicatriz.

—¿Cómo han podido…? —dijo Noriko, como si estuviera a punto de llorar—. Es absolutamente horrible.

—Vamos, Noriko —dijo Shogo, esbozando una sonrisa—. Ahora tengo la posibilidad de salvaros.

Shuya le ofreció la mano a Shogo.

—¿Qué significa eso? No sé leer el futuro en la palma de la mano.

Shuya sonrió y negó con la cabeza. Y luego dijo:

—Lamento haber desconfiado de ti. Chócala. Estaremos juntos hasta el final.

Shogo contestó:

—De acuerdo.

Estrechó la mano de Shuya. Noriko sonrió aliviada.

QUEDAN 27 ESTUDIANTES