26

Shuya, Noriko y Shogo acabaron trasladándose aproximadamente cien metros al suroeste de su posición previa. Para cuando Shogo hubo preparado de nuevo el sedal de alarma en torno a los arbustos, ya eran las nueve de la mañana. El sol ya estaba alto en el cielo y el aire olía como los bosques en mayo. El mar, que podía verse de vez en cuando a medida que avanzaban entre los árboles, centelleaba con un azul brillante. Las islas aparecían dispersas por todo el Mar Interior de Seto. Si estuvieran de excursión, aquel sería un lugar maravilloso.

Pero no estaban de excursión. Cada barco que pasaba rodeando la isla a una enorme distancia, parecía diminuto, como un punto en la lejanía, y el más cercano era la patrullera gris que se ocupaba de la zona occidental. Incluso aquel barco se encontraba bastante lejos, pero Shuya pudo distinguir la ametralladora colocada en su proa.

Una vez que Shogo dispuso el sedal de alarma, resopló profundamente y se sentó frente a Shuya y Noriko. Una vez más, se colocó la recortada entre las piernas.

—¿Qué pasa? Estáis muy callados —preguntó Shogo.

Shuya levantó la mirada hacia él. Titubeó un poco, y luego dijo:

—¿Por qué harían eso?

—¿Te refieres a Yumiko y Yukiko? —replicó Shogo, levantando las cejas.

Shuya asintió. Y después de titubear un poco, avanzó:

—Me refiero… resultaba muy obvio. Podrían haber sospechado que ocurriría eso. Es decir… según las reglas de este juego… —suspiró— se supone que nos tenemos que matar los unos a los otros.

Shogo se puso otro cigarrillo en los labios y lo encendió con su mechero de plástico.

—Parecían muy amigas. ¿No estaban en el mismo grupo religioso?

Shuya asintió. Eran unas chicas muy normales, pero siempre había algo que las separaba del resto de las muchachas, como Noriko y la facción neutral en la que estaba Yukie Utsumi y sus amigas. Shuya pensaba que se debía a su religión.

—Pertenecían a un grupo religioso sintoísta llamado Iglesia Halo. Tienen una iglesia junto al río Yodo, al lado de la autopista estatal según te diriges al sur.

Shogo resopló y sugirió algo:

—A lo mejor lo hicieron por eso. Ya sabes… «Ama al prójimo», y todo eso.

—No, no creo —dijo Noriko—. No estaban muy comprometidas con eso… especialmente Yumiko. Decían que en realidad no lo compartían, que era solo una cuestión social…

Shogo murmuró algo.

—Ya, entiendo… —y bajó la mirada. Luego prosiguió—: En fin, los buenos no siempre se libran, y este juego no es una excepción. Puede que sean los irresponsables quienes terminen ganando. Pero yo respeto a cualquiera que actúa de acuerdo con su conciencia, incluso a riesgo de morir y ser repudiado por todo el mundo. —Se les quedó mirando fijamente—. Intentaron creer en sus compañeros de clase. Seguro que pensaban que si podían reunirnos a todos, al final podríamos salvarnos. Yo las elogiaría por eso. Nosotros no podemos hacerlo.

Shuya inspiró profundamente. Y luego asintió.

—Sí… —Un poco después, Shuya levantó la mirada de nuevo hacia Shogo—. Yo no creo que tú seas nuestro… enemigo. Así que quiero confiar en ti.

Noriko se unió a esta declaración.

—Yo también. Yo no creo que seas una mala persona.

Shogo ladeó con timidez la cabeza y sonrió.

—Tengo que deciros una cosa: no sirvo para ligar.

Shuya le devolvió la sonrisa. Y luego dijo:

—Entonces, ¿por qué no nos lo cuentas? Vale, si no puedes decirnos cómo vamos a escapar, está bien. Pero… ¿por qué no? ¿Es por si encontramos a otra gente y nos vamos de la lengua? ¿Es porque no podemos confiar en los demás? ¿O es solo porque no confías en nosotros?

—Deja ya el interrogatorio. No soy tan listo…

—No te creo.

Shogo apoyó los codos en las rodillas, se sujetó la barbilla y miró hacia un lado como si se lo estuviera pensando. Después volvió a mirarlos a los dos.

—Shuya, tienes razón. No quiero que los demás sepan cuál es mi plan, y aunque vosotros no se lo dijerais, no me gustaría que otros supieran siquiera que vosotros dos sabéis de qué se trata. Así que no os lo puedo decir.

Shuya estuvo pensando en aquel trabalenguas, luego intercambió algunas miradas con Noriko y asintió:

—Muy bien, entonces. Lo entiendo. Confiaremos en ti. Pero…

—¿Hay alguna otra cosa que te inquiete?

Shuya negó con la cabeza.

—Solo que parece que esta situación no tiene salida. Y por eso…

—¿Perplejo?

Shuya asintió.

Shogo expulsó el humo de su cigarrillo y aplastó la colilla en la tierra. Se pasó la mano por el cráneo casi rapado y añadió:

—Nada es perfecto. Todo tiene sus fallos.

—¿Fallos?

—Sí, un punto débil. Tendré que concentrarme en ese punto débil.

Shuya no entendía nada. Sus ojos bizquearon de asombro.

Shogo añadió:

—Yo conozco este juego mejor que vosotros.

—¿Y eso? —preguntó Noriko.

—No me mires así con esos ojazos, chica. Soy muy tímido.

Noriko se le quedó mirando con un gesto de perplejidad y luego sonrió un poco, y volvió a preguntar por qué conocía mejor el juego que ellos.

—¿Sabéis lo que le pasa a quien sobrevive a este juego? —preguntó Shogo al final.

Shuya y Noriko se miraron y luego negaron con un gesto. Era verdad: había solo un superviviente en cada Programa. Después de que uno consiguiera sobrevivir a este absurdo juego, las Fuerzas Especiales de Defensa exhibían al vencedor delante de las cámaras, y así podían decir que tenían la imagen del ganador («Sonríe. Tienes que sonreír»). Pero no tenían ni idea de lo que ocurría con el superviviente después de esa farsa.

Shogo miró a sus compañeros.

—Obligan al vencedor a trasladarse a otra escuela, donde él o ella tienen la orden de no mencionar siquiera el juego y, por el contrario, se le indica que debe llevar en todo una vida normal. Eso es todo.

Shuya sintió que el alma se le caía a los pies y su rostro quedaba paralizado. Clavó la mirada en Shogo y se dio cuenta de que Noriko se había quedado sin resuello. Al final, Shogo admitió:

—Yo era estudiante de tercer año en un instituto del Segundo Distrito, Kobe, en la prefectura de Hyogo. —Y añadió—: Yo sobreviví al Programa que se llevó a cabo en la prefectura de Hyogo el año pasado.

QUEDAN 27 ESTUDIANTES