Yutaka Seto (el estudiante número 12) estaba bajando frenéticamente la ladera, arrastrándose y avanzando con las manos y las rodillas. El abrigo negro escolar, talla S, con el que cubría su pequeño cuerpecillo, casi estaba blanco por el polvo. Sus grandes ojos revelaban una inocencia infantil, pero en aquel momento preciso el rostro del payaso de la clase parecía retorcido por el miedo.
Tras abandonar el edificio de la escuela y hasta pocos momentos antes, Yutaka Seto había estado escondido en los arbustos cercanos a las colinas del norte, aproximadamente cincuenta metros por debajo de la plataforma de vigilancia donde Yumiko Kusaka y Yukiko Kitano estaban llamando a todo el mundo con el megáfono.
Aunque las veía desde una perspectiva en diagonal, pudo observarlas claramente. Había estado dudando si acudir o no, pensando qué sería lo mejor, y justo cuando finalmente había decidido unirse a ellas, había oído el estruendo de un disparo. Creyó ver a las dos chicas mirando en dirección contraria a la que ocupaba él. Entonces, mientras dudaba si ir a averiguar lo que había pasado, escuchó el sonido de una ametralladora y el grito amplificado de Yumiko Kusaka. Vio cómo caía. Y luego también abatieron a tiros a Yukiko Kitano.
En aquel momento probablemente estaban aún vivas. Pero Yutaka simplemente no se atrevió a salir y rescatarlas. Después de todo, él era un bufón… el combate no era su fuerte. Y además, el arma que le habían dado a él era… ¡un tenedor!, el tipo de herramienta que uno utiliza para comer espaguetis. Después oyó un disparo, y luego otro más, a cargo de alguien a quien ya no pudo distinguir. Entonces supo que el agresor había acabado con Yumiko y Yukiko.
En cuanto fue consciente de aquello, cogió sus bártulos y se deslizó arrastrándose colina abajo. «¡Yo soy el próximo, yo soy el próximo! ¡Lo sé! ¡Al fin y al cabo, soy el que está más cerca…!».
De repente se dio cuenta de que bajaba formando una nube de polvo a su alrededor. «¡Oh, no! ¡No! ¡Vaya una mierda! ¡Estoy montando más escándalo que mi madre! ¡Venga, tío, no es el momento de los chistes bobos!».
Entonces Yutaka cambió de táctica y bajó apoyándose en las manos (en la derecha tenía el tenedor, con el puño bien apretado) y en las suelas de sus zapatos para asegurarse de que su cuerpo no se deslizara por la pendiente. Sentía que la piel de las manos se le estaba despellejando, pero no le importó. «Maldita sea, si alguien me viera ahora pensaría que esto es gracioso. Damas y caballeros, el Escarabajo Humano».
Después de arrastrarse de ese modo durante un buen rato, Yutaka finalmente se detuvo. Miró lentamente a su alrededor. A través de los árboles podía ver la cumbre de la colina en la que Yumiko Kusaka y Yukiko Kitano habían sido asesinadas, pero ahora le parecía que estaba muy lejos. Todo parecía en calma. Se esforzó en oír algo. No se percibía ni una mosca.
«¿Conseguí escapar? ¿Ya estoy a salvo?».
Como si respondiera a sus preguntas, alguien le tocó en el hombro.
—¡Serás idiota!
Alguien le susurró aquellas palabras mientras lo sujetaba por el hombro y una mano fría y húmeda le tapaba la boca. Pero Yutaka ignoró completamente aquella voz, convencido de que el asesino lo había atrapado, y en un ataque de pánico, cerró los ojos y se abalanzó contra el asesino esgrimiendo el tenedor que llevaba en la mano.
El tenedor hizo un ruido metálico y se detuvo. Por alguna razón, no ocurrió nada. Yutaka abrió nerviosamente los ojos.
La figura que tenía delante de él también llevaba un abrigo escolar. Había detenido el ataque del tenedor con su enorme pistola automática, una Beretta M92SB-E. Llevaba la pistola en la mano izquierda. Dada la situación de ambos, y el hecho de que tuviera la mano derecha sobre la boca de Yutaka, el tenedor se le habría clavado hasta la empuñadura si hubiera sido diestro. Pero aquel muchacho era zurdo. Y solo había un zurdo en tercero B.
—Eso ha sido peligroso, Yutaka.
Llevaba el flequillo peinado con gomina, y parecía húmedo. Sus cejas se elevaron formando un triángulo, y debajo estaban sus ojos penetrantes pero alegres. Y finalmente, allí estaba aquel pendiente en su oreja izquierda. Era el mejor amigo de Yutaka, El Tercer Hombre, Shinji Mimura (el estudiante número 19), sonriéndole y retirando lentamente la mano de su boca. Estupefacto, Yutaka bajó el tenedor. Y luego, por fin, exclamó a gritos:
—¡Shinji! ¡Eres tú, Shinji!
—¡Serás idiota! —le susurró Shinji Mimura a Yutaka, y una vez más volvió a taparle la boca. Luego la bajó y le dijo—: Así, muy bien. No digas ni una palabra. Solo sígueme… —Y avanzó delante de él, abriéndose paso entre los arbustos.
Mientras Yutaka le seguía, perplejo y confuso, poco a poco comprobó que había descendido desde casi la cumbre de la colina hasta la zona más baja. En cuestión de minutos había recorrido una buena distancia.
Yutaka entonces observó la espalda de Shinji Mimura. Pero entonces de repente se vio asaltado por una idea horrible y le temblaron las piernas.
«A lo mejor a Yumiko Kusaka y Yukiko Kitano las ha asesinado Shinji… ¡En ese caso, el asesino de Yutaka también sería Shinji! Pero entonces… ¿por qué no me ha matado todavía? Es decir, en fin… siempre pensé que era mi mejor amigo, y Shinji lo sabe. Si estamos juntos, él podría, por ejemplo, utilizarme como vigía e incrementar así sus posibilidades de supervivencia. Luego, cuando solo quedáramos los dos, Shinji podría matarme. Vaya, ¡qué gran idea! Si esto fuera un videojuego, eso sería lo que yo haría… ¡Pedazo de idiota! ¿En qué estás pensando?».
Yutaka procuró alejar aquellos pensamientos. Shinji no tenía una ametralladora… y nada más que una ametralladora podía hacer aquel sonido que oyó. Estaba seguro de que no la tenía, y además, por encima de todo, ¡era Shinji! Era su mejor amigo. Nunca habría matado a aquellas dos chicas como si fueran moscas.
—¿Qué pasa, Yutaka? —le dijo Shinji en un susurro, volviéndose hacia él—. Vamos, deprisa.
Yutaka, todavía confuso, siguió los pasos de su amigo.
Shinji avanzaba con cuidado. Una vez que hubieron cubierto una distancia de unos cincuenta metros, se detuvieron. Con la pistola en la mano derecha, señaló hacia abajo, a sus pies.
—Pasa por encima de esto —advirtió a Yutaka, quien entrecerró los ojos y descubrió un trozo de hilo muy fino tendido entre varios árboles.
—¿Esto es…?
—No, no es una trampa —dijo Shinji después de pasar por encima del hilo—. En un extremo tengo atada una lata vacía. Si lo tocan, se caerá y sabremos que alguien anda por aquí.
Yutaka asintió, con los ojos abiertos como platos. Shinji había estado escondido. Y aquello era una especie de alarma-trampa. Impresionante. El Tercer Hombre era bastante más que un deportista de primera.
Yutaka pasó por encima del hilo.
Llegaron a un claro de arbustos veinte metros más allá. Shinji se detuvo.
—Sentémonos —le dijo a Yutaka.
Este se sentó enfrente de Shinji. Se dio cuenta de que todavía llevaba el tenedor en la mano. Lo dejó en el suelo cuando de repente sintió un dolor punzante en la palma de su mano izquierda y en el puño derecho. Tenía las manos despellejadas y los nudillos en carne viva.
Al verlo, Shinji dejó la pistola y sacó lo que parecía ser una mochila de un arbusto cercano. Sacó una botella de agua y una toalla, empapó un extremo con el agua, y le dijo a su amigo:
—A ver esas manos, Yutaka.
Este se las mostró y Shinji se las lavó bien, pero con cuidado. Luego rasgó la parte seca de la toalla en tres tiras y le vendó las manos a su amigo.
—Gracias —dijo Yutaka, y luego le preguntó—: ¿Así que has estado escondido aquí?
—Sí —asintió Shinji con una sonrisa—. Me pareció verte de refilón desde aquí, corriendo entre los arbustos. Ibas a toda velocidad, pero estaba seguro de que eras tú. Así que, aunque fuera un poco arriesgado, fui a buscarte.
Yutaka estaba emocionado. «Shinji ha arriesgado su vida por mí…».
—Si no te andas con cuidado, esto es muy peligroso.
—Sí… —Yutaka estaba a punto de llorar—. Muchas gracias, Shinji.
—Me alegro… —resopló Shinji—. Aun a riesgo de morir, necesitaba volver a verte.
Ahora los ojos de Yutaka estaban anegados en lágrimas. Sin embargo, consiguió reprimir el llanto y cambió de asunto…
—Estaba allí… al lado, muy cerca de Yumiko y Yukiko. Yo… yo… no pude ayudarlas…
—Ya —asintió Shinji—. Ya lo vi… por eso te encontré. No te vengas abajo. Yo tampoco pude hacer nada por ellas.
Yutaka asintió. Y al recordar cómo habían muerto Yumiko Kusaka y Yukiko Kitano solo unos momentos antes, tembló.
QUEDAN 27 ESTUDIANTES