23

Yukiko Kitano se estaba arrastrando por el suelo de cemento de la plataforma de vigilancia hacia Yumiko Kusaka. Le ardía el estómago y se sentía paralizada, pero de algún modo consiguió arrastrarse hacia ella. Yukiko iba dejando un reguero de manchas de un rojo intenso en el lienzo de cemento del suelo de la plataforma.

—¡Yumiko!

Yukiko dio un grito que le desgarró el estómago, pero no le importaba. Su mejor amiga había caído desplomada y yacía allí inmóvil. Eso era lo único que le importaba en ese momento.

Yumiko había caído hacia delante, frente a Yukiko, pero ahora tenía los ojos cerrados. Un charco rojo y viscoso empezaba a formarse bajo su cuerpo.

Una vez que Yukiko alcanzó a su amiga, luchó por enderezarla. Luego intentó cogerla por los hombros.

—¡Yumiko, Yumiko!

Al gritar, un leve rocío rojo salpicó el rostro de Yumiko, pero Yukiko ni siquiera se dio cuenta de que esas salpicaduras procedían de su propia boca.

Yumiko abrió lentamente los ojos y dio unas últimas boqueadas.

—Yukiko…

—¡Yumiko! ¡Levántate…!

Yumiko hizo una mueca de dolor. Luego, por fin consiguió hablar.

—Lo siento mucho, Yukiko. Fui una tonta… Date prisa… Huye…

—¡No! —gritó Yukiko, y negó con la cabeza, desesperada—. ¡Tenemos que irnos juntas! ¡Vamos!

Yukiko miró frenéticamente a su alrededor. No había ni rastro de la persona que las había atacado. Probablemente les habían disparado desde lejos.

—¡Vamos, deprisa!

Intentó levantar el cuerpo de Yumiko, pero era imposible. Inmediatamente se dio cuenta de que apenas podía con su propio cuerpo. El dolor era cada vez más intenso, y le hendía el estómago cuando gritaba. Se derrumbó hacia delante. Todavía tuvo fuerzas para mirar a Yumiko.

El rostro de Yumiko se encontraba justo delante de ella. Sus ojos, anegados en lágrimas, observaban a Yukiko. Le preguntó con voz débil:

—¿No puedes moverte, Yukiko?

—No… —Hizo todo lo posible por esbozar una sonrisa—. Me temo que no.

—Lo siento mucho… —volvió a decir Yumiko bajito.

—Está bien… Hicimos… hicimos lo que debíamos, ¿no? ¿Yumiko?

Estaba segura de que Yumiko estaba a punto de llorar. Aunque Yukiko pensaba que no estaba seriamente herida, estaba comenzando a desmayarse. Los párpados le pesaban cada vez más.

—¿Yukiko?

Yukiko regresó a la consciencia con la voz de Yumiko.

—¿Qué?

—Hay algo que no te dije cuando hablamos antes…

—¿Eh…?

Yumiko sonrió un poco.

—Yo también estaba colgada por Shuya.

Durante unos instantes Yukiko ni siquiera pudo entender de lo que estaba hablando su amiga. No podría haber dicho si ello se debía a que no se esperaba semejante declaración o porque estaba a punto de desmayarse.

Al final, las palabras de Yumiko llamaron a la puerta del corazón de Yukiko y entraron. Así que era eso lo que pasaba…

Entonces, mientras su mente se hundía en la niebla, Yukiko recordó una escena. Ella y Yumiko habían ido de compras juntas. Era una ganga en rebajas, de 3.000 yenes, pero encontraron un par de preciosos pendientes, y aunque generalmente no compartían los mismos gustos, acabaron discutiendo cuál de las dos se iba a quedar con ellos. Al final acordaron dividir el gasto de modo que cada una se quedara con un pendiente. En realidad esa fue la primera vez que compraban una joya. Y ahora, como siempre, aquel pendiente permanecía oculto en un cajón de su escritorio, en casa, cerca del límite entre Shiroiwa y la ciudad vecina.

Por alguna razón, Yukiko se sentía increíblemente feliz. Era extraño, ya que se estaba muriendo.

—De verdad… —dijo Yukiko—, de verdad…

Yumiko volvió a sonreír débilmente. Yukiko abrió la boca solo una vez más. Solo pudo decir una última cosa. La verdad, no estaba segura de que la religión sirviera de algo, pero si la Iglesia Halo le había ofrecido alguna vez algo precioso, eso era Yumiko. «Nos encontramos en la Iglesia, y hemos estado juntas desde entonces».

—Yumi, soy muy feliz por haber sido…

Cuando Yukiko estaba a punto de decir «amiga tuya», la cabeza de Yumiko se sacudió violentamente. Se le hizo un agujero rojo en la sien derecha… y entonces Yumiko apenas pudo esbozar un grito agónico hacia ella. La mirada perdida en la lejanía que tenía podría haber sido inintencionadamente apropiada, dado el lugar en el que estaban, la plataforma de vigilancia.

Yukiko abrió la boca conmocionada y aterrada cuando oyó otro disparo, esta vez acompañado de un violento golpe en la cabeza. Fue la última sensación que tuvo en esta vida.

Kazuo Kiriyama (el estudiante número 6) permaneció agachado, de modo que nadie podía verlo desde fuera de la plataforma. Bajó el Walther PPK que había pertenecido a Mitsuru Numai y recogió las mochilas de las dos chicas muertas.

QUEDAN 27 ESTUDIANTES