19

Después de que Shuya y Noriko regresaran al bosque de matorral donde habían acampado la noche anterior y recogieran sus mochilas, Shogo apuntó que desde aquella posición no tenían una buena visión de los alrededores. Shuya pensó que había elegido aquel lugar con mucho tiento, pero Shogo parecía extrañamente adaptado a aquel medio, así que hicieron lo que él dijo y se trasladaron hacia la montaña. El gato sucio había desaparecido.

—Un momento. Voy a coger las mochilas de Kyoichi y Tatsumichi.

Shogo los dejó en unos arbustos cercanos. Noriko se sentó a descansar y Shuya se puso a su lado. Tenía en las manos el revólver (Smith & Wesson del 38 Chief’s Special) que Shogo le había dado después de arrebatárselo a Kyoichi. No se sentía cómodo con él, y no quería llevarlo encima —había visto aquella carrera de relevos de un solo hombre manco—, pero al final no tuvo más remedio que aceptarlo.

—Shuya, mira.

Noriko había sacado una tirita rosa. Debía de haberla encontrado en la mochila de Tatsumichi Oki, rajada por el hacha que había tenido en su interior. Shuya se tocó la oreja derecha. Parecía que había dejado de sangrar, pero sentía un dolor punzante.

—Estate quieto. —Noriko se acercó a él y abrió el precinto de la tirita.

Mientras le ponía la tirita en la oreja con mucho cuidado, dijo:

—Me pregunto por qué habremos venido tantos a este lugar. Cinco estudiantes, si incluimos a Shogo, y nosotros mismos.

Shuya le devolvió la mirada a Noriko. No se le había ocurrido pensar en aquello, debido a las peleas, pero Noriko tenía razón.

Shuya negó con la cabeza.

—No lo sé. Nosotros vinimos aquí porque fue todo lo lejos que pudimos llegar, ¿no? No queríamos subir la colina ni ir hacia la playa, donde hay demasiada visibilidad. A lo mejor todos hemos pensado lo mismo y al final hemos acabado en el mismo sitio, pensando que estaríamos a salvo aquí, incluido el delegado y… Tatsumichi.

Cuando mencionó a Tatsumichi, volvió a sentir un dolor de estómago y deseos de vomitar. Aquel rostro partido por la mitad, izquierda y derecha, asimétricas, como una nuez. Y aquel cadáver tirado allí… «Damas y caballeros, con ustedes el asombroso Hombre Nuez…».

Aparte de la náusea, los pensamientos de Shuya, que hasta entonces habían permanecido nublados por el chute de adrenalina de la pelea, finalmente comenzaron a esclarecerse. Estaba recuperando el juicio.

—Shuya, estás pálido. ¿Te encuentras bien? —preguntó Noriko, pero este no podía contestar. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo, y comenzó a temblar. Los dientes le castañeteaban sin control, como si estuvieran ejecutando un enloquecido baile de claqué.

—¿Qué ocurre? —Noriko le puso la mano en el hombro.

Shuya contestó, con los dientes aún castañeteando.

—Estoy aterrorizado.

Shuya giró el cuello hacia la izquierda y miró a Noriko. Ella le devolvió la mirada con un gesto de preocupación.

—Estoy aterrorizado. Estoy jodidamente aterrorizado. Acabo de matar a una persona.

Noriko miró a la cara a Shuya durante un buen rato y luego, con cuidado, apartó su pierna herida y se sentó frente a Shuya con las rodillas dobladas. Entonces, cariñosamente abrió los brazos y arropó a Shuya cogiéndolo por los hombros. Su mejilla rozó la temblorosa mejilla de Shuya. Él sintió su calor, y su nariz, que había aspirado el apestoso olor de la sangre, notó un ligero perfume a algo que podía ser colonia o champú.

Shuya estaba sorprendido, pero agradecía la cálida compasión y aquel perfume, y permaneció sentado y quieto, abrazado a sus propias rodillas. Aquello le recordó el tiempo en que su madre lo abrazaba cuando era un niño, antes de que muriera. Cuando vio el cuello marinero del traje escolar de Noriko, tuvo una momentánea visión de su madre. Ella hablaba con voz clara, tan llena siempre de energía. Incluso siendo niño, pensaba que su madre era muy moderna. Su rostro, oh, tío, se parecía muchísimo a Kazumi Shintani. Siempre estaba intercambiando sonrisas con su padre, que, con su bigote, no se parecía nada a esos funcionarios gubernamentales. (En sus brazos, la había oído decir: «Tu padre es abogado y ayuda a la gente que tiene problemas. Es un trabajo muy importante en este país»).

«Algún día me casaré con alguien igual que mamá y entonces me pasaré todo el tiempo sonriendo como papá y mamá». Las sonrisas de sus padres conseguían que se sintiera así.

Los temblores poco a poco disminuyeron y desaparecieron.

—¿Estás bien? —preguntó Noriko.

—Creo que sí. Gracias.

Noriko, lentamente, se apartó de él.

Tras unos instantes, Shuya dijo:

—Hueles bien.

Noriko sonrió con timidez.

—Oh, Dios, si ayer ni siquiera me bañé…

—No, de verdad, hueles muy bien.

Una sonrisa iluminó de nuevo el rostro de Noriko, cuando volvieron a oírse ruidos y crujidos en los arbustos. Shuya la apartó con el brazo izquierdo y levantó la Smith & Wesson.

—No dispares, soy yo.

Apartando el denso matorral, apareció Shogo. Shuya bajó la pistola.

Shogo venía cargado con dos mochilas y la recortada colgada del hombro con una correa. Sacó una pequeña caja de cartón y se la lanzó a Shuya.

Este la cogió en el aire y la abrió, dejando al descubierto la parte posterior de unas balas doradas, colocadas en ordenadas hileras. Por los huecos, era evidente que faltaban cinco balas.

—Balas para tu pistola. Cárgala —dijo Shogo, y luego apartó su arma a un lado y sacó un viejo sedal.

Tiró con fuerza del extremo y Shuya pudo ver entonces cómo el hilo se adentraba directa y profundamente entre los arbustos. Entonces Shogo sacó una pequeña navaja del bolsillo y extrajo la hoja del mango. El arma que le habían dado a Shogo era la recortada, así que la navaja debía de haberla traído él por su cuenta, o eso imaginó Shuya.

Shogo se acercó al tronco de un árbol no más grueso que una lata de cocacola e hizo una muesca en la corteza con la navaja. Luego fijó el extremo tenso del sedal atándolo por la muesca y cortó lo que sobraba. Ató el sedal restante alrededor del tronco del árbol del mismo modo.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Shuya.

—¿Esto? —Shogo dejó a un lado la navaja y contestó—: Podría decirse que es un primitivo sistema de alarma. Nosotros estamos en el centro. El sedal nos rodea en un círculo de un radio que tendrá más o menos veinte metros. En el momento en el que alguien lo toque, se soltará y se caerá del árbol. No te preocupes, el intruso ni siquiera se enterará. Eso nos servirá de advertencia.

—¿Dónde encontraste el sedal?

Shogo hizo una leve indicación con la barbilla hacia un lugar indeterminado.

—Había una pequeña tienda ahí abajo. Quería hacerme con algunas cosas, así que ese fue mi primer objetivo. Ahí fue donde lo encontré.

Shuya parecía atónito. Pues claro. No importaba lo pequeña que fuera la isla, al menos tendría que haber una tienda. Pero aquello ni siquiera se le había pasado por la cabeza. Aunque, desde luego, no le habría sido posible andar dando vueltas por ahí, dado que tenía que cuidar de Noriko.

Shogo se sentó donde pudiera ver las caras de Shuya y Noriko. Comenzó a clasificar las cosas de las mochilas que habían pertenecido a Tatsumichi y Kyoichi. Sacó una botella de agua y un poco de pan.

—¿Desayunamos? ¿Qué me decís?

Aún aferrado a sus rodillas, Shuya meneó la cabeza. No tenía apetito en absoluto.

—¿Qué pasa? ¿Te encuentras mal por haber matado a Tatsumichi? —Shogo estudió el rostro de Shuya y dijo despreocupadamente—: No te agobies, hombre. Digamos que cada uno de nosotros mata a un estudiante. El juego es como un torneo de todos contra todos. Son cuarenta y dos… no, cuarenta estudiantes, así que si matas a cinco o seis, seguramente serás el vencedor. Cuatro o cinco más, eso es lo único que necesitas.

Shuya sabía que estaba bromeando, pero… no, resultaba aún más ofensivo precisamente porque estaba bromeando. Le lanzó una mirada furibunda a Shogo.

Al notar el enfado de Shuya, Shogo se recostó.

—Lo siento, tío, solo estaba bromeando.

Shuya preguntó con tono hostil.

—¿Así que a ti no te dan ganas de vomitar? ¿O es que ya has matado a alguien antes de Kyoichi?

Shogo simplemente se encogió de hombros.

—Bueno, esta vez es el primero —dijo.

Era una manera rara de decirlo, pensó Shuya, pero no tenía ni idea de lo raro que podía llegar a ser. Se quedó perplejo. Si Shogo era el delincuente que proclamaban los rumores, entonces poseería una audacia que Shuya ni siquiera podía imaginar.

Shuya hizo un gesto de desprecio con la cabeza y cambió de asunto.

—¿Sabes?, hay una cosa que no entiendo.

Shogo levantó las cejas. La espantosa cicatriz que tenía por encima del ojo izquierdo se elevó también.

—¿Y qué es?

—El delegado de clase… Kyoichi…

—¡Eh! —Shogo lo señaló con la barbilla para interrumpirlo—. Pensé que lo habías entendido. No tuve otra opción. ¿Me estás diciendo que debería haber dejado que me matara? Yo no soy Jesucristo, ¿vale? No puedo resucitar, aunque tampoco lo he intentado…

—No, no es eso lo que quería decir…

Shuya se preguntó si Shogo estaría bromeando de nuevo. ¿Era Shogo Kawada del tipo graciosillo?

—Creo que la razón por la que Kyoichi intentó dispararme fue que me vio… matar a Tatsumichi. Yo maté a Tatsumichi. Y por eso fue por lo que me atacó…

Shogo asintió levemente.

—Así que simplemente era normal que Kyoichi intentara matarme.

—Cierto. Puede ser. Pero aun así yo…

—No —dijo Shuya, interrumpiendo a Shogo—. Olvídalo. Lo que quería decir es que Tatsumichi… Tatsumichi me atacó, aunque yo no le había hecho nada. Y además, estaba con Noriko. ¿Por qué nos atacaría?

Shogo se encogió de hombros y colocó la botella de agua y el pan junto a sus pies.

—Le daría por ahí. Eso es todo. ¿Qué hay que entender?

—No, bueno… teóricamente, sí, pero… no lo pillo. ¿Cómo es posible que Tatsumichi…?

Shogo cortó el dubitativo discurso de Shuya.

—No hay ninguna necesidad de entender nada.

—¿Qué?

Los labios de Shogo se retorcieron como si estuviera sonriendo de un modo muy raro.

—Yo solo soy un estudiante trasladado, así que no sé mucho de vosotros y de vuestros compañeros. Pero ¿qué sabes tú de Tatsumichi? A lo mejor tenía a alguien muy enfermo en su familia, y por eso le pareció que debía sobrevivir. O a lo mejor solo estaba siendo egoísta. O a lo mejor se volvió loco por el miedo y perdió su capacidad de raciocinio. Y hay incluso otra posibilidad: tú estabas con ella. Puede que pensara que habíais formado un equipo. ¿Cómo saber si sería bien recibido o no? Puede que tú y la chica hubierais decidido que él era una amenaza. Y si estuvierais participando de verdad en el juego, entonces podrías usar esa misma excusa para matarlo… —dijo Shogo—. Eh, ¿lo provocaste o algo?

—No… —Shuya se detuvo, recordando cómo instintivamente se había llevado la mano al cuchillo al encararse con Tatsumichi. El propio Shuya había temido por su vida. Había temido a Tatsumichi.

—¿Pasó algo?

—Me llevé la mano al cuchillo —dijo mirando a Shogo—. Pero eso no es suficiente para…

Shogo negó con la cabeza.

—Oh, pues claro que es suficiente, Shuya. Tatsumichi podría haber pensado: «Tengo que ir a por ti porque tienes un arma». En este juego todo el mundo se pone muy susceptible. —Y añadió, como para dar por zanjado el tema—: Pero, al final, lo que pasó es que a Tatsumichi le dio por ahí. Ese es el mejor modo de entenderlo. Y, mira, no hay ninguna necesidad de entender nada. Lo que se saca en claro es eso. Una vez que tu enemigo te ataca con un arma, no dudes. O morirás. No te puedes permitir el lujo de pensártelo. Lo primero que tienes que hacer es anticiparte a tu enemigo. No deberías confiar demasiado en la gente… mientras dure este juego.

Shuya inspiró profundamente. «Pero ¿Tatsumichi quería realmente matarme?». Por otra parte, como decía Shogo, tampoco tenía mucho sentido pensar demasiado en ello.

Shuya levantó la mirada hacia Shogo otra vez.

—De acuerdo —dijo.

—¿Qué?

—Hay una cosa que se me olvidó preguntarte.

—¿Y qué es? Adelante.

—¿Por qué te has quedado con nosotros?

Shogo levantó las cejas y se humedeció los labios.

—Buena pregunta. Podría ir a por vosotros también.

—Eso no es lo que quería decir —dijo Shuya negando con la cabeza—. Me salvaste la vida. No: también arriesgaste tu vida intentando detener a Kyoichi. No desconfío de ti.

—Bueno, Shuya… lo pillaste mal. Me parece que no entiendes bien este juego todavía.

—¿Qué quieres decir?

—Permanecer en grupo te da ventajas en este juego —explicó Shogo.

Shuya pensó en lo que había dicho Shogo y luego asintió. Tenía razón. Así se podían establecer turnos de vigilancia, y el grupo sería más fuerte en caso de ataque.

—¿Y?

—Tú piénsalo. —Shogo dio unas palmaditas a la recortada que descansaba sobre sus rodillas—. ¿De verdad crees que me arriesgué mucho para detener a Kyoichi? ¿Crees que darle el alto habría podido tener algún efecto real para detenerlo? A lo mejor ya estaba pensando en cargármelo. ¿Tenía que matarlo? Kyoichi no me parecía del tipo de gente que forme un grupo, pero a lo mejor le dije que se detuviera para daros una posibilidad de que os unierais a mí. ¿No estaría actuando en mi propio interés uniéndome a vosotros y pensando que luego, más adelante, ya os podría matar?

Shuya se quedó mirando atónito a Shogo, sorprendido ante aquella serie de explicaciones evidentes y lógicas. Era verdad que Shogo era un año mayor que ellos. Pero hablaba como un adulto… un adulto maduro y listo. En ese sentido, le recordaba a Shinji Mimura.

Shuya pareció contrariado.

—Acabaremos mal si empezamos con desconfianzas. Tú no estás contra nosotros. —Y se volvió para mirar a Noriko—. Eso es lo que creo.

—Yo también —asintió Noriko—. Si no podemos confiar en nadie, estamos perdidos.

—Es un pensamiento muy noble, niña —asintió Shogo—. Si lo quieres ver así. Lo único que te digo es que tengas cuidado en este juego. —Y luego preguntó—: ¿Qué?, ¿algo más?

Shuya de repente se dio cuenta de que él era el único que estaba haciendo preguntas.

—Tú. ¿Por qué confías en nosotros? Asociarte con nosotros no implica necesariamente que no vayamos a atacarte. Lo has dicho tú mismo. No tienes ninguna razón para confiar en nosotros.

—Ya —contestó Shogo, como si aquello le divirtiera—. Una pregunta muy pertinente. Ya le vas cogiendo el tranquillo, Shuya.

—Vamos, di, quiero una respuesta.

Al decir aquello, Shuya agitó la mano en la que llevaba el revólver. Shogo se inclinó hacia atrás como si quisiera advertirle que aquellos movimientos resultaban un tanto peligrosos.

—¿Y bien? —insistió Shuya.

Shogo volvió a levantar las cejas. Entonces reveló aquella leve sonrisa en su rostro. Miró las ramas del árbol que se inclinaban sobre ellos y luego se giró hacia Shuya y Noriko. Ahora parecía serio.

—Lo primero de todo…

Shuya vio un algo poderoso en la mirada tranquila de Shogo. No sabía qué podía ser, pero era poderoso.

—Bueno, tengo mis razones. Tengo un problema con las normas. No, con el juego en sí mismo.

Shogo se detuvo por un instante.

—Tienes toda la razón, pero, verás, me da un poco de vergüenza admitirlo, pero yo siempre he basado todas mis decisiones en mi conciencia. Así que…

Shogo cogió los cañones de su recortada, que tenía entre las piernas como si fuera una caña de pescar, y los miró. Un pájaro estaba cantando en lo profundo del bosque. Shogo parecía solemne. Shuya lo estaba escuchando nervioso.

—Hacéis una bonita pareja. Eso fue lo que pensé cuando os vi esta mañana, y todavía lo pienso.

Shuya lo miró atónito, con la boca abierta.

«¿Pareja?».

Noriko se atrevió a hablar primero. Estaba colorada como un tomate.

—Estás muy equivocado. No somos pareja. No soy…

Shogo miró a Shuya y a Noriko y sonrió. Luego estalló en carcajadas. Era una risa amistosa e inesperada. Siguió riéndose durante un rato.

—Por eso confío en vosotros. Además, vosotros mismos lo habéis dicho: una vez que comienzan las sospechas, ya no hay remedio. ¿No es suficiente?

Shuya al final sonrió. Luego dijo sinceramente:

—Gracias. Me alegra que confíes en nosotros.

Shogo continuó sonriendo.

—Oh, no: el honor es mío.

—Supe que eras un individualista desde el día que te trasladaron a nuestro colegio.

—Déjate de terminología fina. Lo siento, pero nací con esa tara. No parezco muy amistoso, no puedo evitarlo.

Noriko le dedicó una cálida sonrisa y dijo:

—Me alegro. Ahora somos uno más.

Respondiendo a Noriko, Shogo se frotó con el dedo el bigote incipiente que tenía bajo la nariz e hizo un gesto inesperado. Se volvió hacia Shuya y le ofreció la mano derecha.

—Yo también me alegro de no estar solo.

Shogo se estiró, pasando por delante de Shuya y le ofreció la mano a Noriko.

—Gracias.

Noriko le estrechó la mano.

Entonces Shogo vio la pierna de Noriko y añadió:

—Se me había olvidado eso. Enséñame primero, y luego hablaremos sobre nuestros planes.

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