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Noriko siguió la mirada de Shuya y se volvió. Su rostro se crispó de repente. ¿Qué iba a hacer Tatsumichi? ¿Era un enemigo o no?

Tatsumichi Oki se quedó allí, mirándolos fijamente. Shuya sintió que su campo de visión se estrechaba por la tensión, igual que ocurre en un coche a alta velocidad, pero por el rabillo del ojo aún fue capaz de distinguir la gran hacha que Tatsumichi traía en la mano derecha.

Como con un acto reflejo, Shuya se llevó la mano al cuchillo que llevaba en el cinturón.

Aquello lo desencadenó todo. Tatsumichi contrajo la mano en la que llevaba el hacha y entonces comenzó a correr hacia ellos.

Shuya empujó a Noriko, que todavía tenía al gato en brazos, hacia los arbustos.

Tatsumichi ya estaba justo delante de él.

Shuya rápidamente levantó su mochila. El hacha fue a clavarse directamente en ella, rajándola y dispersando su contenido por el suelo. El agua estalló cuando la botella recibió el golpe. El filo alcanzó el brazo de Shuya. Un dolor punzante recorrió su piel.

Arrojó al suelo la mochila destrozada y se giró para ganar distancia. El rostro de Tatsumichi estaba tan tenso que el blanco de sus ojos parecía inyectado en sangre.

Shuya no podía creérselo. Sí, estaban en una situación extrema, y él también había desconfiado durante unos instantes, pero ¿cómo podía…? ¿Cómo era posible que aquel muchacho, tan alegre y agradable, estuviera haciendo aquello?

Tatsumichi rápidamente se volvió hacia donde estaba Noriko. El rostro y los labios de ella se congelaron ante la mirada de Tatsumichi. El gato ya había huido.

De repente, Tatsumichi se giró hacia Shuya y esgrimió su hacha hacia ambos lados.

Shuya paró el golpe que le lanzó Tatsumichi con el cuchillo. Por desgracia, todavía no lo había desenfundado, pero, en cualquier caso, se produjo un chasquido metálico. Consiguió parar el golpe a menos de cinco centímetros de su mejilla. Shuya pudo ver las ondulaciones azuladas en la hoja del hacha, probablemente formadas cuando se forjó.

Antes de que Tatsumichi pudiera retirarse, Shuya desenfundó su cuchillo y agarró el brazo con que su contrincante sostenía el hacha. Tatsumichi intentó darle otro golpe; fue lento, pero consiguió rozar el lado derecho de la cabeza de Shuya. Volaron algunos cabellos ligeramente ondulados por encima de la oreja derecha, y un afilado rasguño le hirió el lóbulo de la oreja. No le dolió mucho. Una idea tonta, ridícula, cruzó su mente: «Bueno, no es una gran pérdida. Shinji incluso se puso un pendiente».

Tatsumichi se cambió el hacha de mano, pero antes de que pudiera golpear de nuevo a Shuya, este le barrió los pies con la pierna izquierda. Las rodillas de Tatsumichi se doblaron. «¡Eso es! ¡Cáete!».

Pero consiguió mantenerse en pie, se tambaleó y luego avanzó por un lateral, abalanzándose contra Shuya, que retrocedió internándose en los arbustos. Todo eran ruidos de ramas quebrándose.

Shuya siguió retrocediendo. Forzado por la increíble fuerza de Tatsumichi, estaba prácticamente corriendo hacia atrás. El rostro de Noriko desapareció de su vista. En aquella irreal situación, otro pensamiento absurdo cruzó su mente. Se acordó de los entrenamientos en la Liga Infantil de Béisbol. «Shuya Nanahara, el campeón, un especialista corriendo hacia atrás, ¡bravo!».

Entonces sus pies notaron algo raro.

De repente recordó que había una fuerte pendiente que bajaba hasta la llanura donde se encontraba el templo sintoísta.

«¡Me caigo!».

Los dos rodaron dando tumbos por la ladera atestada de arbustos. El brillante cielo matutino y manchas verdes del follaje por todas partes. Pero aun así consiguió sujetar la muñeca de Tatsumichi.

Le pareció como si estuvieran cayendo desde una enorme altura, pero probablemente solo era una ladera de unos diez metros o así. Sus cuerpos se estamparon contra el suelo con un golpe sordo, y allí se quedaron inmóviles.

La zona estaba bañada por el sol. Habían caído en la llanura.

Shuya estaba aplastado bajo Tatsumichi. Se retorció sobre sí mismo para intentar levantarse antes que su rival y… Pero entonces fue cuando notó algo raro. Aunque Tatsumichi había ido a por él con la fuerza de un compresor de aire, el vigor de sus brazos parecía haberle abandonado por completo en ese momento. Estaban fláccidos.

Shuya levantó la mirada, desde el pecho de Tatsumichi, y vio por qué.

Justo por encima de él, el hacha se había clavado en la cara de Tatsumichi. La mitad de la hoja que había quedado fuera parecía la última capa de chocolate de un pastel de Navidad. El hacha había ido a parar a su frente y le había partido limpiamente en dos el ojo izquierdo. Un líquido viscoso resbalaba mezclado con la sangre, y la hoja que estaba dentro de la boca reflejaba un luminoso azul claro.

Tatsumichi aún seguía aferrado al hacha, pero era Shuya quien sostenía sus muñecas. Shuya sintió una horrible sensación corriendo a la velocidad de la luz desde el rostro de Tatsumichi hasta sus muñecas.

Como si estuviera siguiendo el rastro de esa sensación, la sangre resbalaba por la hoja, fluyendo desde Tatsumichi hasta las manos de Shuya, quien dejó escapar un grave quejido, soltó las muñecas de Tatsumichi y salió de debajo del cadáver. El cuerpo de Tatsumichi rodó hasta caer de espaldas. El aterrador espectáculo de un rostro muerto oscureció la luz de la mañana.

Resoplando y jadeando, Shuya sintió una náusea inaplazable.

El insoportable horror de la cara partida de Tatsumichi no era una tontería, pero para Shuya había aún un horror mayor. Sí. Había matado a una persona. Peor aún, a un compañero de clase.

De nada servía autoconvencerse de que había sido un accidente. Después de todo, había hecho todo lo posible por rechazar el hacha, y después dobló las muñecas de Tatsumichi todo lo que pudo para dirigir el filo hacia su cara.

Se sintió increíblemente mareado y con ganas de vomitar. Pero tragó saliva y consiguió mitigar la náusea. Levantó la cabeza y miró hacia arriba, a la cuesta por la que habían bajado dando tumbos.

No podía ver más allá de los arbustos que cubrían la loma. Había dejado sola a Noriko. «Lo más importante ahora es proteger a Noriko», pensó Shuya. No tenía tiempo que perder. «Tengo que volver enseguida con Noriko», se dijo, como si aquellos pensamientos pudieran tranquilizarlo. Se puso en pie y miró fijamente el rostro de Tatsumichi y el hacha durante un instante.

Dudó un poco, pero luego apretó los labios y apartó con dificultad los dedos de Tatsumichi del mango del hacha. Simplemente no podía dejarlo así. Desde luego, no tenía tiempo para enterrarlo, pero el hacha en su cara era demasiado. No podía soportarlo. Agarró el mango e intentó arrancar el hacha de la cabeza de Tatsumichi.

El hacha se había alojado tan profundamente en la cara de Tatsumichi que parecía como si hubiera nacido con ella clavada en el cráneo.

Shuya inspiró profundamente. «Oh, Dios mío».

Luego pensó en su exclamación… «No. ¿Qué tiene que ver esto con Dios? La señorita Anno era una devota cristiana, pero su fe en Él no le sirvió de nada cuando acabó siendo violada por Sakamochi. Alabado sea el Señor».

Shuya sintió otra oleada de furia.

Apretó los dientes, se arrodilló junto a la cabeza de Tatsumichi y colocó una mano temblorosa sobre la frente de su compañero de clase. Con la mano derecha tiró del hacha, lo cual provocó un horrible borboteo cuando la hoja por fin se liberó, y la sangre fluyó libre por toda la cara de Tatsumichi.

Le pareció como si estuviera en una pesadilla. Partida por la mitad, la cabeza de Tatsumichi ahora era asimétrica. Parecía demasiado irreal, como un maniquí de plástico. Shuya se dio cuenta por primera vez en su vida de lo leve y frágil que es el cuerpo humano.

Renunció a intentar cerrar los ojos de Tatsumichi. Su globo ocular izquierdo y el párpado estaban hendidos, y este último estaba tan magullado que sería imposible cerrarlo. A lo mejor el ojo derecho podría cerrarse mejor, pero dejar un cadáver guiñando un ojo era aún peor. Sería de mal gusto, dadas las circunstancias.

Volvió a sentirse mareado.

Pero se puso otra vez en pie y miró a su alrededor. Para regresar con Noriko tendría que dar un buen rodeo por el sendero que subía hacia arriba.

Sin embargo, Shuya se quedó boquiabierto porque…

Había un chico con gafas y chaqueta del colegio en mitad de la llanura… El delegado masculino de clase, Kyoichi Motobuchi.

Y su delegado tenía en la mano una pistola.

QUEDAN 30 ESTUDIANTES