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—Muy bien, y ahora, veamos, cada dos minutos uno de vosotros abandonará la clase. Una vez que hayáis salido por esa puerta y hayáis girado a la derecha por el pasillo, encontraréis la salida de la escuela. Tenéis que largaros inmediatamente. A los que se queden deambulando por el pasillo les pegaremos un tiro. Ahora, ¿por dónde empezamos? De acuerdo con las normas del Programa, una vez que determinemos quién será la primera persona, el resto del orden corresponderá al que tengáis en vuestra clase. Chico, chica, chico, chica, ¿entendido? Cuando lleguemos al último, seguiremos con el primero. Así que…

En ese momento, Shuya recordó que el asiento de Noriko era el quince. Era el mismo que el suyo, lo cual significaba que él y Noriko podían salir de la escuela casi simultáneamente (a menos que a ella la escogieran la primera, lo cual significaba que él sería el último en salir). Pero ¿podría caminar Noriko?

Sakamochi sacó un sobre del bolsillo interior de su abrigo.

—El primer estudiante ha sido seleccionado por sorteo. Esperad un momento…

De su bolsillo sacó Sakamochi un par de tijeras ribeteadas en rosa y ceremoniosamente cortó el extremo del sobre.

Fue entonces cuando habló Kazuo Kiriyama. Como Shinji Mimura, también parecía bastante tranquilo. Pero su voz sonó gélida, con un tono áspero.

—Me gustaría saber cuándo empieza el juego.

Todo el mundo miró a la última fila, donde estaba sentado Kiriyama. (Shogo Kawada fue el único que no se volvió. Simplemente siguió mascando chicle.)

Sakamochi hizo un ademán con la mano.

—En cuanto salgáis de aquí. Así que todos vosotros podéis esconderos para preparar vuestras propias estrategias, porque ahora mismo es de noche.

Kazuo Kiriyama no contestó. Shuya finalmente confirmó que era medianoche, o la una de la mañana… no, ya era cerca de la una y media.

Después de cortar y abrir el sobre, Sakamochi extrajo una hoja de papel blanco y la desdobló. Su boca formó una O, y exclamó:

—¡Qué coincidencia! Es el estudiante número 1, Yoshio Akamatsu.

Al oír aquel anuncio, Yoshio Akamatsu, que estaba sentado en primera fila, junto a las ventanas cubiertas con planchas metálicas, pareció estremecerse. Medía un metro ochenta y pesaba noventa kilos, así que era grande, pero era incapaz de matar una mosca, ni conseguía dar una vuelta entera corriendo a la pista de atletismo. En clase de gimnasia, Yoshio siempre estaba dándose trompazos. Ahora sus labios habían adquirido un tono azul violáceo.

—Andando, Yoshio Akamatsu —dijo Sakamochi.

Yoshio cogió la bolsa de mano que había preparado para el viaje de estudios y se puso en pie. Avanzó lentamente y uno de los soldados vestidos de camuflaje le entregó una mochila del montón. Ahora sostenían sus rifles junto al pecho. Yoshio se detuvo en la puerta y miró hacia la oscuridad. Volvió la cabeza para mirar a todos con un gesto de terror, pero un instante después desapareció tras la puerta. Se oyeron los ecos de dos o tres pisadas mientras salía corriendo, pero luego se difuminaron. Pareció como si se hubiera caído una vez, aunque después se oyeron más ruidos, como si huyera a toda prisa.

En el aula, completamente en silencio, varios estudiantes inspiraron profundamente para controlar los nervios.

—Ahora esperaremos dos minutos. La siguiente será la estudiante número 1, Mizuho Inada…

Aquella rutina se repitió una y otra vez, implacablemente.

Pero Shuya se percató de algo cuando la estudiante número 4, Sakura Ogawa, tuvo que levantarse. Ella estaba sentada dos asientos por detrás de Shuya, en la última fila. Mientras avanzaba hacia la salida, tocó el pupitre de su novio, Kazuhiko Yamamoto, y dejó un trocito de papel delante de él. Puede que hubiera conseguido escribir un mensaje en la hoja de papel en la que les habían ordenado que escribieran «Nos mataremos los unos a los otros».

Puede que Shuya fuera el único que se dio cuenta de ello. Al menos Sakamochi no parecía haberse percatado. Kazuhiko cogió enseguida el trozo de papel y lo apretó fuerte por debajo del pupitre. Shuya sintió una oleada de alivio. No todos habían sucumbido a la locura todavía. Aún no habían conseguido cortar los lazos del amor. «Pero ¿qué pondría en el mensaje?»., se preguntó Shuya cuando la muchacha abandonaba la clase.

A lo mejor, pensó mientras miraba el mapa que Sakamochi había garabateado en la pizarra, a lo mejor ha fijado una de las zonas como el lugar donde encontrarse. Pero el mapa del encerado era demasiado tosco, y no había garantía alguna de que se correspondiera con los mapas que les habían metido en la mochila. A lo mejor, la muchacha había señalado un lugar en términos generales o una distancia. Además, el hecho de que quisieran encontrarse en secreto solo significaba que no confiaban en nadie más y que estaban seguros de que los otros intentarían matarlos. Lo cual, al final, significaba que también ellos habían caído en la trampa de Sakamochi.

«No tengo ni idea de lo que habrá fuera de esta habitación, pero, como mínimo, debería ser capaz de esperar en el exterior y hablar con los compañeros que salgan detrás de mí. Ninguna de las normas de Sakamochi me prohíbe hacer eso —pensó Shuya—. Todo el mundo está aterrorizado por la desconfianza, pero si podemos reunirnos y discutir la situación, estoy seguro de que podremos organizar un plan». Además, Noriko era la que saldría inmediatamente detrás de él (¿podría caminar siquiera?). Shinji Mimura también iba tras él. Hiroki Sugimura, sin embargo, saldría delante de él…

Shuya consideró pasarle una nota a Hiroki, pero su asiento estaba demasiado lejos. Además, si intentaba cualquier cosa, acabaría como Fumiyo Fujiyoshi.

Hiroki Sugimura era el siguiente. Sus ojos buscaron brevemente los de Shuya justo antes de salir del aula por la puerta corredera… pero eso fue todo. En su mente, Shuya suspiró profundamente. Solo podía confiar en que Hiroki hubiera tenido la misma idea y estuviera esperando fuera. Si al menos pudiera hablar con los demás para convencerlos de que también esperaran.

Enfrente y delante de él, los impávidos Shogo Kawada, Kazuo Kiriyama y Mitsuko Souma fueron saliendo uno tras otro.

Mascando su chicle, Shogo salió con un gesto de indiferencia en su rostro, ignorando completamente a Sakamochi y a los tres soldados vestidos de camuflaje. Kiriyama y Souma abandonaron el aula del mismo modo.

Por supuesto. Cuando Sakamochi dijo «Hay otros deseando hacerlo», el resto de la clase debió de pensar inmediatamente en aquellos tres estudiantes. Porque eran «delincuentes». Seguro que no se pensarían dos veces lo de matar a los otros si con ello conseguían sobrevivir.

Pero Shuya dudaba que Kazuo Kiriyama lo hiciera, pues tenía su propia banda. Y por encima de todo, su banda era algo más que un típico grupo de colegas. Hiroshi Kuronaga, Ryuhei Sasagawa, Sho Tsukioka y Mitsuru Numai. Las reglas de aquel juego convertían a todo el mundo en tu enemigo, pero que aquellos cinco se mataran entre sí era inimaginable. Además —Shuya tomó buena nota de aquello—, cuando él salió, sus muchachos parecían impertérritos y tranquilos. Seguramente, Kazuo les había pasado una nota a los otros. Era posible que hubiera planeado una huida para los cinco. Kazuo era más que capaz de burlar al Gobierno. Por supuesto, eso significaba que no confiaría en nadie aparte de su banda.

Mitsuko Souma contaba con un grupo parecido. Su asiento estaba demasiado alejado de las otras, Hirono Shimizu y Yoshimi Yahagi, para que hubiera sido posible pasarles alguna nota. Pero Mitsuko Souma era una chica. Era ridículo pensar que pudiera jugar a aquel juego.

Shogo Kawada era el único que preocupaba a Shuya, pues no tenía grupo. De hecho, no tenía ni un solo amigo. Desde que lo habían trasladado a su colegio, apenas había hablado con nadie de la clase. Y por encima de todo, había algo peligroso en Shogo. Aunque ignorara los rumores que hablaban de él, estaban todas aquellas heridas que le cubrían todo el cuerpo…

¿Podría ser que…? ¿Podría ser que Shogo fuera el único que estuviera deseando participar en aquel juego? Desde luego era muy posible.

Pero Shuya sabía que en el momento en que empezara a desconfiar, empezaba a caer en las redes del Gobierno, así que inmediatamente procuró eliminar aquel pensamiento de su mente… aunque tuvo problemas para disiparlo por completo.

Transcurrieron los minutos.

La mayoría de las chicas se iban llorando cuando salían.

Aunque se hizo increíblemente corta, debía de haber transcurrido una hora, según sus cálculos (por supuesto, sin Yoshitoki Kuninobu, el tiempo se había reducido dos minutos). La estudiante número 14, Mayumi Tendo, se perdió en la oscuridad del pasillo, y Sakamochi exclamó:

—Estudiante número 15: Shuya Nanahara.

Shuya cogió su bolsa de mano y se levantó. Pensó: «Hice todo lo que pude antes de abandonar la clase».

En vez de dirigirse directamente hacia la salida, cogió el pasillo de su izquierda. Noriko se volvió y vio a Shuya aproximándose.

Sakamochi levantó un cuchillo y la voz:

—¡Shuya! ¡Dirección incorrecta!

Shuya se detuvo. Los tres soldados tenían los rifles amartillados. Se le secó la garganta de repente. Entonces dijo con nerviosismo:

—Yoshitoki Kuninobu era mi amigo. Lo menos que puedo hacer por él es cerrarle los ojos. De acuerdo con la política educativa del Dictador, se supone que debemos respetar a los muertos.

Sakamochi pareció dudar un momento, pero luego sonrió y bajó el cuchillo.

—Qué amable eres, Shuya. Muy bien entonces.

Shuya inspiró un poco de aire y luego caminó hacia delante. Se detuvo enfrente del pupitre de Noriko, donde estaba tendido el cadáver de Yoshitoki.

Aunque había exigido el derecho de cerrar los ojos de su amigo, no pudo evitar sentirse paralizado.

Ahora que se encontraba cerca, vio la carne enrojecida y algo blanco en el pelo corto y ensangrentado de Yoshitoki —cortesía del soldado con aire modernillo—. Se dio cuenta de que era el hueso. Gracias a las balas alojadas en su cabeza, los grandes ojos de Yoshitoki eran más saltones que nunca. Parecía estupefacto, con la mirada vuelta hacia arriba como un refugiado hambriento que esperaba su turno en la cola de la comida. Un liquidillo rosáceo y viscoso, mezcla de sangre y saliva, resbalaba de su boca, que estaba ligeramente abierta. Una sangre negra brotaba de su nariz. Resbalaba por su barbilla e iba a caer al charco de sangre que brotaba de su pecho. Era horrible.

Shuya dejó su bolsa junto al cadáver y se inclinó. Levantó el cuerpo de Yoshitoki, que estaba tendido boca abajo. Cuando Shuya lo enderezó, la sangre comenzó a manar libremente del pecho, a través de su desgarrado y ennegrecido uniforme, y salpicó el suelo. Su desgarbado cuerpo parecía increíblemente ligero. ¿Se debía a la sangre que había salido de él?

Sujetando el liviano cuerpo de Yoshitoki, Shuya ocultó su rostro. Más que tristeza o temor, lo que rebosaba su pecho era rabia.

«Yoshitoki… voy a vengar tu muerte. Te juro que lo haré».

No había mucho tiempo que perder. Limpió de sangre el rostro de Yoshitoki con la palma de la mano, y luego le cerró los ojos con mucho cuidado. Volvió a tender el cuerpo y entrecruzó las manos sobre su pecho.

Entonces, como si se equivocara al ir a recoger su bolsa, se inclinó sobre Noriko y, acercándose a ella tanto como pudo, le susurró rápidamente:

—¿Puedes andar?

Eso fue suficiente para provocar que los tres soldados levantaran su rifles, pero Shuya se las arregló para recibir un levísimo gesto de asentimiento por parte de Noriko. Shuya se volvió hacia Sakamochi y los soldados, apretó el puño para que lo viera Noriko y señaló con su pulgar la salida para indicar: «Te estaré esperando. Estaré esperando ahí fuera».

Shuya no se volvió para mirar a Noriko, pero por el rabillo del ojo vio a Shinji Mimura, al otro lado del pupitre donde había estado Yoshitoki. Shinji miraba fijamente hacia delante, sonriendo levemente, con los brazos cruzados en el pecho. Puede que hubiera visto la señal de Shuya, que se sintió mucho más que aliviado. Era Shinji. «Si Shinji está de nuestro lado, podremos escapar sin problemas».

Pero puede que Shinji Mimura fuera más consciente de su situación que el propio Shuya. Quizá con aquella sonrisa le estuviera diciendo: «Bueno, bueno, esto es un bye-bye, my friend, Shuya». Sin embargo, esa idea no se le pasó a Shuya por la cabeza en aquel momento.

Shuya se tomó un momento para pensar antes de recibir su mochila negra, e hizo otro tanto cuando se aproximó al cadáver de Fumiyo Fujiyoshi para cerrarle los ojos. Había querido quitarle el cuchillo de la frente, pero al final decidió no hacerlo.

Cuando salió del aula, sintió una punzada de arrepentimiento y pensó que debería habérselo quitado.

QUEDAN 40 ESTUDIANTES