Luisa María Calderón, senadora por el PAN y hermana del expresidente Felipe Calderón, recuerda en entrevista que la historia de las drogas en Michoacán se remonta a las guerras mundiales.
Personalmente ella constató la situación en 1986, cuando participó en la campaña de “un candidato a gobernador”. Era pública la existencia de campesinos dedicados a la siembra y comercialización de droga en territorios que ya eran considerados peligrosos:
“Nos decían que no fuéramos solos a esas partes, que no llegáramos solos, que ahí había que viajar en convoy para protegerse. Nosotros no entendimos por qué. Llegamos a la plaza de un pueblo en Tierra Caliente y había un chiquillo que tendría unos 13 años con un enorme aparato de sonido, una camioneta de rines de magnesio y un cuerno de chivo. Decía que no iba a la escuela, que él trabajaba moviendo macetas (con amapolas) hacia donde estaban los rayos del sol, luego veíamos a los chiquillos con los dedos negros de estarle quitando la goma a las amapolas.
“Desde entonces se siembra en aquella zona. Luego, en los ochenta, también recuerdo que empezaron a secuestrar a mucha gente. Decían que en tiempo de estío el negocio se equilibraba con secuestros. Empezaban los secuestros de gente adinerada en municipios pequeños, como en Ario de Rosales, pero también en Uruapan, Aguililla. Cuando íbamos a Lázaro Cárdenas ponían en fila a los autobuses, bajaban a la gente, le quitaban las cosas, había violaciones. Así que no es un tema nuevo, tiene muchos años.”
Otros registros históricos señalan que a finales de los ochenta el control de la narcoproducción lo detentaba un hombre llamado Manuel Salcido Auzeta o Azueta El Cochiloco, quien dio paso a las bandas que siguen vigentes.
En 1988 El Cochiloco se encargaba de comprar casi toda la mariguana a los productores de la zona. En ese entonces la producción anual de enervante rondaba las 529 toneladas. En 1990 llegó a 600 toneladas.
Sin embargo, en 1991 –año en el que fue asesinado El Cochiloco en Guadalajara– la producción bajó a 106 toneladas. En 1993 los productores de mariguana se reorganizaron y traficaron a otros niveles, con otros compradores. Ese año la producción estimada fue de 379 toneladas.
Uno de los narcos que abrió caminos internacionales, recuerdan los vecinos de Uruapan, fue Salvador Alcázar, quien 1990 se conectó con dos narcos originarios de Miguel Alemán, Tamaulipas: Juan y July García.
Con ellos logró internar varias toneladas de mariguana a Estados Unidos, vía Texas. Pasaban por Falcon Hights, después las trasladaban por carretera a Hebroville y de ahí, en avión, la droga era distribuida a todo el país.
Salvador Alcázar trabajó con los hermanos García durante dos años, hasta que tuvo un infarto por sobredosis de cocaína en 1993, del cual logró reponerse. Se asegura que el médico que lo atendió le advirtió que si volvía a drogarse podría morir. Ese mismo año, sin embargo, en una bodega en Miguel Alemán, Tamaulipas, poco antes de un enfrentamiento contra una banda rival, lo volvió a hacer, cayó fulminado y así fue traslado por sus guardaespaldas a un hospital en Roma, Texas, en donde falleció.
A partir de la aparición de El Cochiloco se desarrollaron los grupos de narcotraficantes más poderosos en la entidad. Estos “minicárteles” produjeron más de cinco millones de toneladas de la yerba en los últimos 20 años –en promedio 250 toneladas por año– y lograron ingresos de cinco mil millones de pesos, según el documento Michoacán en la Red Internacional del Narcotráfico, elaborado por el maestro en Economía e investigador Guillermo Vargas Uribe.
En los registros policiales están identificados los grupos que operaban entre las décadas de los ochenta y noventa: el primero fue el de los Valencia –Fernando y Manuel–, que operaba en Uruapan, traficaba cocaína y estaba relacionado con los Arellano Félix, ya que un hijo del primero de ellos, cuyo nombre es Christian, mantuvo relaciones sentimentales con una mujer de esa familia.
Otra banda se denominaba Los Chelos, encabezada por José Valencia y su hijo del mismo nombre, que operaban en Zamora. El Chelo fue aprehendido en Nayarit por asesinar a un familiar.
También estaban los hermanos Luis y Miguel Pulido en el municipio de Apatzingán, quienes conformaban otra organización importante. Igualmente operaban Los Naranjos, cuya cabeza era Luis Naranjo. Producían y traficaban principalmente mariguana.
Otra banda, dedicada primordialmente a proveer de gatilleros a los narcos de la zona –y que tuvo en su haber más de 40 homicidios– era la de Los Gaytán Ambriz, encabezados por Orlando, Ismael, Everardo y Rangel Gaytán, del municipio de Turicato. El grupo fue desmantelado cuando sus integrantes fueron detenidos en Jalisco y en Michoacán.
Una agrupación más pequeña nacida en Michoacán a mediados de los ochenta –y que en algún momento tuvo el respaldo de los hermanos Héctor y Arturo Beltrán Leyva– fue Los 30.
Indagatorias de la PGR (averiguación previa AP/PGR/MICH/M-1/227/2007) indican que este grupo se inició en Tierra Caliente y se enfrentó al Cártel del Golfo.
La gavilla de Los 30 se hacía llamar también Los Tapancos, y tenía presencia en cinco municipios de Tierra Caliente: Turicato, Tacámbaro, Carácuaro, Nocupétaro y Huetamo. Se dedicaba al asalto, secuestro y a los homicidios pagados. En los noventa arrancaron con el tráfico de drogas, y en 1993 fue la responsable de asaltar la cárcel de Tacámbaro para liberar a un narcotraficante rival, a quien asesinaron de más de 100 balazos.
Por más de 15 años tuvieron el dominio en los municipios mencionados, hasta la desaparición de su dirigente, Alfredo Méndez El Ingeniero, quien mantenía una sociedad con el Cártel de Tijuana, de los Arellano Félix. Su influencia llegó hasta Uruapan, Apatzingán y Lázaro Cárdenas, donde disputaron el control al Cártel del Golfo.
Flavio Rodríguez Espino, quien se quedó como cabecilla, fue detenido el 9 de diciembre de 2006, en la víspera del arranque de la Operación Conjunta Michoacán. Fue trasladado a la Ciudad de México y estuvo preso cuatro meses; regresó a Turicato, donde tiene su centro de operaciones. En la PGR arrancó una investigación interna, ya que se desconocen los motivos de su liberación.
El pueblo de Aguililla se encuentra en uno de los últimos rincones del sur de Michoacán. Hoy es una comunidad dedicada a la extracción de minerales que son explotados por los consorcios de China. Ahí, todos los días, desde que amanece hasta el atardecer, cientos de camiones de carga recorren las carreteras polvosas que llevan a los ejidos de donde se extraen miles de toneladas de minerales. Después, todos los caminos conducen al puerto de Lázaro Cárdenas y, de ahí, el hierro es llevado al continente asiático.
La plaza central del municipio no tiene ningún atractivo si sólo se miran los comercios de ropa, alimentos y aguas de frutas. Pero si la mirada se dirige hacia arriba y se fija en la cúpula de la iglesia, un destello dorado puede cegar los ojos por unos instantes. “Es un reloj de oro que regalaron Los Valencia”, comenta un habitante del lugar que vio nacer el primer grupo del narcotráfico en Michoacán.
El brillo del reloj es apenas un vestigio de los “buenos tiempos” que vivieron Los Valencia en los noventa, cuando se asociaron con el Cártel del Valle del Norte de Colombia y, en México, con los cárteles del Golfo, Sinaloa y Colima para el traslado de cocaína, mariguana, amapola y metanfetaminas hacia Estados Unidos.
Antes de que en 1999 se revelara la existencia de Los Valencia, merced a una operación conjunta entre Estados Unidos, Colombia y México, poco o nada se sabía de la historia de este grupo. Algunos sitúan sus orígenes en la década de los setenta, con el trasiego minoritario de mariguana. Empero, sólo hay certidumbre de que, en los noventa, Armando Valencia Cornelio y Luis Valencia Valencia tendieron las narcorredes desde Colombia hasta Baja California, Chihuahua y Tamaulipas, pasando por Michoacán.
Diversos periodistas e investigadores estudiaron el origen, trayectoria y alianzas de esta banda, entre ellos María Idalia Gómez y Darío Fritz, en el libro Con la muerte en el bolsillo; Alejandro Gutiérrez, en Narcotráfico: El gran desafío de Calderón; Guillermo Valdés Castellanos, exdirector del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen), hizo lo propio en su libro Historia del narco en México, igual que el periodista Ricardo Ravelo en su investigación Los capos. Las narco-rutas de México, y algunos artículos del historiador Luis Astorga.
Con base en lo que escribieron es posible rescatar algunos pasajes de la historia de Los Valencia y su importancia en la evolución del narcotráfico michoacano.
Armando Valencia Cornelio (1959) y Luis Valencia Valencia (1955) nacieron en Uruapan, y a principios de los ochenta emigraron a San José, California, donde se iniciaron en el narcomenudeo. Con las ganancias que obtuvieron compraron ranchos en Michoacán. Regresaron de Estados Unidos a finales de esa década y sus tierras las usaron para cultivar mariguana y almacenar cocaína proveniente de Colombia, que exportaban al norte aprovechando los contactos que ahí hicieron.
Documentos militares evidencian que Armando Valencia Cornelio nació en Uruapan el 28 de noviembre de 1959, es hijo de Armando Valencia y Ángela Cornelio Zavala, y se casó con Dora Alicia Cornelio Caballero (su prima). Procrearon tres hijos: César Armando, Édgar Alexis y Christian Alexander Valencia Cornelio. Al parecer tuvo otro hijo con otra mujer: Luis Armando Valencia Hernández.
Cuando Valencia Cornelio emigró a California se estableció en Redwood, colonia de michoacanos de Aguililla, de donde es originario su padre. La PGR considera que en 1985 ya participaba en el narco. Entonces era uno más de los traficantes subordinados a Miguel Ángel Félix Gallardo. Tras la captura de éste, comenzó a trabajar con los Carrillo Fuentes.
Su primer antecedente penal data del 8 de febrero de 1990, cuando el juez tercero de Zamora ordenó su captura por posesión de cocaína. Un año después obtendría un amparo definitivo contra ese mandato judicial, gracias a que las autoridades no conocían su segundo apellido, y por esa “laguna judicial” se les escapaban de las leyes decenas de “Valencias” que se dedicaban a actividades ilícitas.
El investigador Salvador Maldonado señala, en su ensayo Drogas, violencia y militarización en el México rural. El caso de Michoacán, que Los Valencia pertenecían a una de las familias “tradicionales”, que manejaban tiendas de abarrotes.
“Eran aceptados como buenos intermediarios y eran gente de respeto, como cualquier persona con honor, disciplina y trabajo. Los jóvenes hijos aprendieron de sus padres el arte de comprar y vender, sabiendo lo que la gente demandaba para sus necesidades laborales o suntuarias. En pueblos con un historial largo asociado a las drogas y la migración, como Aguililla, las relaciones entre familias tradicionales, políticos y narcos se vuelven muy borrosas, sobre todo cuando el orden social depende de redes de amistad y parentesco. Rodeados de estos nexos, al parecer los hermanos Valencia deciden migrar a Estados Unidos, donde obtendrán experiencias y establecerán vínculos para construir el negocio de la droga. Pero para estas generaciones de narcos el control regional del cultivo y tráfico de drogas ya no constituye una meta, sino la posibilidad de generar nuevos mercados. Para ello es imprescindible conocer el movimiento de la demanda de drogas, las redes de poder, la ingeniería financiera y los nichos para el lavado de dinero.” (Maldonado Aranda, 2012a)
De acuerdo con la investigación de María Idalia Gómez y Darío Fritz, cuando en 1999 la agencia norteamericana contra las drogas (DEA, por sus siglas en inglés) pidió al gobierno de México y al de Colombia participar en un operativo para desmantelar al cártel de Los Valencia, la PGR manifestó que no sabía nada respecto de este grupo, a pesar de que ya llevaba casi una década operando.
Los Valencia habían mantenido un bajo perfil y mucha discreción en sus negocios y en su vida pública. Pasaban como aguacateros y rancheros. Pero en realidad se trataba del grupo que más droga introducía a territorio estadunidense.
Al parecer, en sus constantes envíos de mariguana a través de Ciudad Juárez entraron en contacto con Amado Carrillo, El señor de los cielos, quien a su vez los presentó con el colombiano Alejandro Bernal Madrigal Juvenal, jefe de la organización Valle del Norte, y con Fabián Ochoa, quien se quedó al frente del Cártel de Medellín a la muerte de Pablo Escobar. Fueron estos dos colombianos quienes les enseñaron a introducir la cocaína y les recomendaron tener un bajo perfil, sin muchos lujos ni escoltas, para que las autoridades no los detectaran. Así lo hicieron durante casi una década.
Los cárteles colombianos hicieron muchos negocios con Los Valencia debido a los problemas que tuvieron con otros grupos de narcos mexicanos, que les subían los precios para transportar la cocaína. Y aunque los sudamericanos no dejaron de tener negocios con sus antiguos socios, con discreción se acercaron a los michoacanos.
Los Valencia tomaron en serio su papel y compraron buques atuneros equipados con avanzada tecnología para que no los detectaran. En ellos contactaban a los colombianos en altamar y traspasaban las cargas de cocaína al puerto de Lázaro Cárdenas, para después ocultarlas en las bodegas que ya tenían en sus ranchos y llevarlas hacia Ciudad Juárez y Nuevo Laredo. El destino final era Texas. En aquel momento es cuando entraron en negociaciones con Juan García Abrego, el jefe del Cártel del Golfo hasta 1996, cuando fue detenido.
Los Valencia se convirtieron en “Los Señores de Ultramar”, y fueron quienes introdujeron a los narcotraficantes tradicionales de Michoacán en las grandes ligas del crimen organizado mexicano y colombiano. Pero al mismo tiempo, con ellos empieza la guerra de todos los cárteles por controlar el territorio michoacano, estratégico para transportar mariguana, cocaína, heroína y metanfetaminas hacia Estados Unidos.
Durante su época dorada, bajo un manto de discrecionalidad, Los Valencia tuvieron el control casi absoluto de su territorio en Michoacán y conciliaron con los demás capos del país el traslado de la cocaína a la frontera con Estados Unidos. Tanto en Michoacán, como en buena parte del corredor del Pacífico y en la frontera, estuvieron asociados con los cárteles de Sinaloa, del Golfo y, en Ciudad Juárez, con El señor de los cielos.
Según una investigación del reportero Ricardo Ravelo, es en 1999 cuando la PGR empieza a investigarlos, tras una delación del colombiano Gino Brunetti, su proveedor de drogas. Ante José Luis Santiago Vasconcelos, entonces titular de la desaparecida Unidad Especializada en Delincuencia Organizada (UEDO), Brunetti preguntó a los fiscales antidrogas de la PGR durante un interrogatorio ministerial:
–¿Ustedes tienen conocimiento de cuál es el cártel que más droga mueve en este momento?
–No… ¿A qué cártel te refieres? –le cuestionaron, a su vez, a Brunetti.
–A Los Valencia, al Cártel del Milenio…
–¿Quiénes son Los Valencia? –le inquirieron al testigo colombiano.
–Son los más importantes y poderosos introductores de drogas a Estados Unidos.
Y enseguida Brunetti –quien suministraba cocaína a otros cárteles, como el de Tijuana– comenzó a detallar paso a paso cómo estaban conformados Los Valencia. (Ravelo, 2007)
Otra fuente de información para el gobierno mexicano y el norteamericano surgió con las detenciones en Colombia de Fabián Ochoa y de Juvenal, los principales socios de Los Valencia.
Con ellos se tuvieron datos sobre las operaciones de Los Valencia, sus alianzas, rutas, infraestructura, redes de protección, empresas para el lavado de activos y, sobre todo, su flota atunera, principal transporte para mover sus cuantiosos cargamentos de coca por el Océano Pacífico. Curiosamente no había fotos de los jefes del grupo.
Cuando la PGR investigó las propiedades de la familia Valencia encontró que, entre 1989 y 1999, Luis y Armando habían comprado, al menos, 21 casas, seis huertas de aguacate en Uruapan, una empacadora, dos ranchos y dos terrenos. Descubrieron una red de lavado de dinero en la que participaban muchos miembros de la familia, entre ellas muchas mujeres.
Durante los noventa, cientos de toneladas de coca proveniente de Colombia fueron trasladadas desde Michoacán a Estados Unidos. Las autoridades incautaron 28.5 toneladas de dicho enervante en esa década y también grandes cantidades de otras drogas sintéticas, mariguana y heroína. Hay registros de que en esos años se dan grandes inversiones en algunos pueblos de Peribán y Uruapan, destinados a las huertas de aguacate y otros productos como el limón. Dichos frutos eran exportados a Estados Unidos y Europa. Por esa razón a Los Valencia también se les conoció como los “Reyes del Aguacate”.
A Armando y Luis Valencia no sólo se les conocía por sus propiedades, sino también por su actividad violenta, ya que se les relacionó con más de 30 ejecuciones ocurridas entre 1992 y 1999, tanto en Michoacán como en Jalisco.
Según informes judiciales, al menos 11 ejecuciones ocurridas en Michoacán estuvieron vinculadas con el presunto narcotraficante Armando Valencia Cornelio.
La red que durante una década había operado sin mayores problemas comenzó a desarticularse cuando los capos fueron descubiertos por la operación que realizaron los gobiernos de México, Colombia y Estados Unidos. Los Valencia ya no eran el grupo dominante y comenzaron a luchar con otras organizaciones el control de Michoacán y las rutas de trasiego.
Para esas fechas la DEA y la PGR identificaron que en Michoacán había diferentes células criminales: el Cártel de Tijuana, encabezado por los Arellano Félix, controlaba el movimiento de cocaína, mariguana y metanfetaminas en Lázaro Cárdenas, Coahuayana, Aquila, Aguililla, Coalcomán, Arteaga y Tumbiscatío. “Los Cowboys” de Sinaloa o La Eme vendían heroína, cocaína y metanfetamina, y su campo de acción estaba en Tingüindín, Tocumbo, Los Reyes, Sahuayo, Jiquilpan, Purépero, Peribán y La Piedad.
El Cártel de Juárez, comandado por los Carrillo Fuentes, estaba en Zitácuaro, Huetamo, Jungapeo, Tiquicheo, Tuzantla, Benito Juárez y Susupuato. El Cártel de Sinaloa dominada en Carácuaro, Tacámbaro, Nocupétaro, Villa Madero, Acuitzio y Turicato. Los cárteles de Juárez y del Golfo se disputaban Morelia y su zona conurbada.
Los cárteles de Colima y Milenio, regidos por la familia Amezcua y Armando Valencia Cornelio, imperaban en Apatzingán, Taretan, Tepalcatepec, Ario de Rosales, La Huacana, Buenavista, Tancítaro, Santa Clara de Cobre y Nuevo Urecho.
A partir de entonces empezó una de las grandes batallas de Michoacán, una guerra entre todos los grupos criminales del país tratando de quedarse con el control de esta zona estratégica, y de estas bandas con el Ejército y la Policía Federal.
Con Los Valencia, Michoacán fue descubierto por los demás grupos del narco como un pastel del que todos querían la mejor tajada. El más ambicioso de estos grupos era el Cártel del Golfo, que en 2001 envió a sus pistoleros –Los Zetas– a arrebatarle el negocio a los michoacanos.
Para defenderse, Los Valencia se aliaron con Los Amezcua, de Colima; con Ignacio Nacho Coronel, jefe del Cártel del Milenio, de Jalisco, y con el Cártel de Sinaloa, y comenzaron la guerra contra el Cártel del Golfo y sus sicarios –exmilitares y exintegrantes de cuerpos policiacos de élite–, que sólo en 2010 habrían de independizarse y formar su propia banda.
Los Zetas se aliaron con Carlos Rosales El Carlitos, quien había trabajado con Los Valencia, y con Osiel Cárdenas. Hay información periodística acerca de que, por su parte, Los Valencia mandaron a entrenar a sus sicarios con los kaibiles –militares guatemaltecos de élite expertos en contrainsurgencia. De esta manera, la batalla entre estos grupos tuvo un perfil de guerra paramilitar porque en las filas de Los Zetas también había exsoldados guatemaltecos entrenados en la escuela kaibil.
En 2002, un comando de zetas iba a asesinar a Luis y a Armando Valencia, pero fue detenido en Guadalajara. El 18 de febrero de ese año fueron baleados Jorge Luis Valencia González, la colombiana Yolia Rieder Espinosa y los michoacanos Ana Olimpia Guzmán Ontiveros y Adalberto Bejines Prado tras una persecución que terminó frente al Cereso de Morelia.
La matanza se atribuyó a El Carlitos –también conocido como El Tísico. Datos de la PGR indican que Jorge Luis Valencia González supuestamente fracasó en una operación de compraventa de cocaína resguardada en un rancho de Los Valencia y El Carlitos ordenó su muerte pensando que se trataba de una traición.
Vinieron los ajustes de cuentas. Una línea de investigación de la PJEM señala que el Rancho Mendoza, ubicado en la costa, fue usado por Los Valencia como centro de operaciones y que el móvil del múltiple crimen del 18 de febrero fue la desaparición de un paquete de 50 kilos de cocaína.
La PJEM determinó que, desde hacía tres años, cada mes arribaban al Rancho Mendoza cargamentos de cocaína pura para ser empaquetada en pequeñas dosis (grapas) y venderlas al narcomenudeo.
La droga procedía de Colombia y se lanzaba desde avionetas y helicópteros al Pacífico. Los trabajadores del rancho la cargaban en lanchas rápidas y la ocultaban.
A raíz del enfrentamiento entre Los Zetas y Los Valencia, la Fiscalía Especializada para la Atención de Delitos contra la Salud (FEADS) de la PGR detuvo en el Aeropuerto de Guadalajara al capitán Francisco Jaime Madrid Sánchez y a Miguel Ángel Villalobos López, gerente general de la empresa Aerostar, por su presunta responsabilidad en la comisión de delitos contra la salud relacionados con un caso ocurrido en Aquila.
En ese caso se descubrió que Eusebio Mamés Velázquez Mora, exalcalde de Aquila, era pieza clave en las pesquisas por la matanza en el Rancho Mendoza. En esa ola de violencia, el 21 de julio de 2003 en Los Reyes, seis individuos de apellido Valencia fueron asesinados.
Lo que antes parecía inaudito ahora era una realidad: grandes y muy bien organizadas bandas de narcotraficantes se habían declarado la guerra, disputándose la Tierra Caliente.
Esta pugna penetró todas las esferas, incluyendo las gubernamentales. Como prueba: sólo en 2002 siete servidores públicos fueron asesinados.
Entre 2002 y principios de 2003, las autoridades reportaron diferentes ejecuciones ligadas al narco en Jalisco y Michoacán, casi todas atribuidas a la pugna entre los grupos de Osiel Cárdenas y de Armando Valencia.
De 2002 a 2004, durante el gobierno del Lázaro Cárdenas Batel, la violencia aumentó y se contabilizaron más de 500 ejecutados de ambos bandos. Luego, con el gobierno de Leonel Godoy, también del PRD, la cifra aumentó a 900.
Los enfrentamientos se distinguieron por las particulares formas estratégico-militares de combate, así como por una brutalidad que sólo se había observado en las guerras sucias de Centro y Sudamérica: cabezas cercenadas, cuerpos desmembrados, quemados o colgados de puentes en las carreteras y entradas de los poblados. En ambos bandos era evidente la presencia de exmilitares mexicanos y guatemaltecos formados en escuelas de Estados Unidos. Habían sido “educados” para combatir grupos insurgentes y crear terror en las poblaciones.
A pesar de esto, el grupo de Los Valencia siguió operando hasta que, en 2003, Armando Valencia, uno de los fundadores más importantes, fue detenido en un bar de Guadalajara.
De acuerdo con un reportaje de Ricardo Ravelo (2007), Los Valencia y sus socios michoacanos controlaron buena parte de los destacamentos y oficinas de las corporaciones federales en esa entidad, situación evidente en municipios como Zamora y Los Reyes.
Gracias a un informe de inteligencia elaborado por la PGR y efectivos de inteligencia militar en 2007, se supo que la jefatura del cártel la compartían Salvador Revueltas Ureña El Chava Lentes o El Innombrable y los primos Luis Valencia Valencia y Armando Valencia.
En estos informes se lee que la estructura central de Los Valencia la componían Óscar Nava Valencia El Lobo; Salvador Revueltas Barragán El Borono; Alfonso Revueltas El Poncho; Pedro Rebolledo López La Coya; Armando Valencia González El Tocayo; Cruz Valencia El Cruzón; Gerardo Mendoza Chávez Gerardón; Eleuterio Valencia Valencia; José González Valencia El Cochi; Erick Valencia Salazar El Erick; Juan Carlos Nava Valencia; Mario y Ramón Caballero Valencia; Juan Nava Valencia; Alejandro González Rentería El Guajillo; Librado Villa Gómez Arreguín; Antonio Torres El Monillo; Rutilo Naranjo Quintero, y Francisco García Silva El Fran.
También se encontraban exmilitares como Arturo Alanís N., quien fungió como director de Seguridad Pública en el municipio de Los Reyes y fue comandante de la Policía Ministerial; José Luis Caballero El Cementerio; Ernesto Mendoza Álvarez o Álvarez Mendoza; Rodrigo Urbina García, y Pablo Ángel Vázquez Duarte El Tupo.
El documento al que tuvo acceso Ricardo Ravelo señala que Juan José Farías Álvarez El Abuelo y Salvador Revueltas Ureña El Chava Lentes mantenían una estrecha relación con Arturo Peña Muñoz, conocido como Flaco Peña, quien estaba considerado como uno de los líderes del Cártel del Milenio. Ahora está preso en el penal de La Palma. Mientras que El Abuelo, de hecho, fue visto en febrero de 2014 con el comisionado del gobierno peñista Alfredo Castillo, en las primeras reuniones de negociación con los líderes de las autodefensas en Tepalcatepec, Más adelante se abundará en este hecho.
En el grupo había otra persona también conocida como El Abuelo. Se trataba de Jorge Castro Barriga, quien tiene una hermana que trabajaba en las oficinas de la Policía Federal Preventiva de Zamora, Michoacán. Laura Castro estuvo denunciada por robo y asociación delictuosa en perjuicio de la empresa Transportes Julián, según la averiguación previa 304/204/lV, que se integró en la Agencia Cuarta del fuero común, en la cual se da cuenta de por lo menos 400 robos a camiones de carga.
En un recuadro, el informe confidencial apunta: “La estructura cuenta con protección institucional por parte de dependencias del gobierno, en específico (de) la PJEM y la Dirección de Gobernación –no se precisa si dicha protección es por parte de la actual administración estatal o de anteriores gobiernos–, toda vez que se identificó a dos agentes acompañando a Luis Valencia Valencia a la salida del palenque de Morelia y durante el atentado del 12 de abril se otorgaron facilidades para evadir las acciones de ley”.
En un anexo titulado “Red de Vínculos de estructura ‘Milenio’, Protección Institucional”, se menciona como cómplice a Javier Pérez Solórzano, exprimer comandante de la PJEM. Y en la Dirección de Gobernación aparecen como protectores del cártel, de acuerdo con el diagnóstico criminal de la PGR y de inteligencia militar, Juan Gaona Gómez, coordinador de agentes de Gobernación en el estado; Armando Cuadra Vega, agente de Gobernación en Uruapan, así como los “hermanos Pablo y Gerardo Sánchez, agentes de Gobernación del estado de Michoacán que acompañaban a Luis Valencia Valencia en el palenque de gallos de Morelia”.
Los Valencia, asentó la PGR, estuvieron ligados con el empresario Zhenli Ye Gon, preso en Estados Unidos, acusado de introducir enormes cargamentos de pseudoefedrina, base de las drogas sintéticas.
En el organigrama citado por Ravelo aparecen muchos integrantes de la familia Valencia: Sofía Valencia Cortés, madre de Luis Valencia, y sus hermanos: Angelita, Baltasar, Elvia, Albina, Rosa, Amparo, Elías y Ventura.
Incluye también a Jorge Luis Valencia González, a quien se identificó como uno de los operadores del cártel en Aguililla. Se afirma que “es hijo de Elías Valencia Valencia”. También están Jorge, Érika, Alejandra y Selma Yamira, hijos de Jorge Luis Valencia Rodríguez e Irma Rodríguez Valencia.
Pero toda esa estructura falló y Los Valencia empezaron a perder la guerra contra Los Zetas en el año 2000. Sus principales líderes fueron detenidos posteriormente: Armando Valencia Cornelio en 2003, y su hijo Elías en 2006; José Valencia y su hijo Jorge Armando, también ese año; en 2009 fueron detenidos Luis Valencia y Moisés Valencia, Juan José Farías El Abuelo, considerado lugarteniente del grupo, y también Orlando Nava Valencia El Lobo. En 2007 Ventura Valencia Valencia apareció ejecutado en Tepalcatepec.
Los saldos de esta guerra pintaron de rojo una buena parte de Michoacán. El gobierno estatal señaló que en 2003 se perpetraron 464 asesinatos en la entidad, y atribuyó 71 de ellos a ejecuciones del narcotráfico. A mediados de 2004, se reportaron 25 personas acribilladas.
En enero de ese año, Carlos Rosales El Tísico aún controlaba la plaza y presuntamente intentó orquestar la fuga de cinco reos del penal de Mil Cumbres y de 24 más del penal de Apatzingán. Se afirma también que intentó liberar a su jefe y compadre Osiel Cárdenas Guillén del penal de máxima seguridad de La Palma, pero fue detenido el 24 de octubre en un fraccionamiento de Morelia.
A la caída de Osiel Cárdenas, El Tísico fortaleció su estructura. Dentro del Cártel del Golfo ya encabezaba una célula que operaba en Querétaro, Guanajuato, Estado de México, parte de Guerrero y Michoacán, su sede.
En busca del poder, los cárteles establecidos en el país iniciaron una nueva guerra sin cuartel. Entre 2005 y 2006, en Michoacán, las ejecuciones se dispararon en 75%.
El Cártel del Milenio cedió el territorio michoacano a Los Zetas. Este grupo comenzó a controlar Michoacán mediante el terror, estableciendo un modelo de dominio hasta entonces no visto. Cobró “protección”, extorsionó, secuestró y controló gran parte de la actividad económica y política.
Empero, en 2006 apareció una nueva banda local, con características distintas, una mezcla de movimiento social, con perfil de secta religiosa, que nació como grupo de autodefensa y se hizo llamar La Familia Michoacana. Ese sería el punto de partida para una nueva etapa en la historia del narcotráfico en Michoacán y en todo el país.