Capítulo 19

Volvió a casa unos días después, privado por fin, e irrevocablemente, de sus aspiraciones. Necesitaba más medicación para mitigar el dolor. Se trasladaba cada dos por tres al piso de arriba, a una camilla que habían colocado junto a la ventana del salón.

Fueron días de pijama y barba desastrada, de farfullar, pedir y dar constantemente las gracias a todo el mundo por lo que estaban haciendo por él. Una tarde señaló distraídamente la cesta de la ropa sucia, que estaba en un rincón de la sala.

—¿Qué es eso? —me preguntó.

—¿La cesta de la ropa?

—No, al lado.

—No veo nada.

—Es mi último trozo de dignidad. Es muy pequeño.

Al día siguiente entré en su casa sin llamar. No les gustaba que llamara al timbre porque podía despertarlo. Estaban sus hermanas con sus maridos banqueros y tres hijos, todos niños, que corrieron hacia mí gritando «quién eres, quién eres, quién eres» y dieron vueltas por el vestíbulo como si la capacidad pulmonar fuera un recurso renovable. Ya conocía a las hermanas, pero no a sus hijos y a sus maridos.

—Soy Hazel —dije.

—Gus tiene novia —dijo un niño.

—Ya sé que Gus tiene novia —le contesté.

—Tiene tetas —añadió otro.

—¿De verdad?

—¿Por qué llevas eso? —preguntó el primero señalando el carrito del oxígeno.

—Me ayuda a respirar —le contesté—. ¿Gus está despierto?

—No, está durmiendo.

—Está muriéndose —contestó otro niño.

—Está muriéndose —confirmó el tercero, que de repente se puso muy serio.

Por un momento nos quedamos todos en silencio. Me preguntaba qué se suponía que tenía que decir, pero un crío le dio una patada a otro y salieron corriendo, tirándose uno encima de otro en dirección a la cocina.

Me acerqué a los padres de Gus, que estaban en el salón, y me presentaron a los cuñados, Chris y Dave.

Aunque apenas había hablado con sus dos hermanastras, ambas me abrazaron. Julie estaba sentada en el borde de la cama, hablando a un Gus dormido exactamente con el mismo tono al que uno recurriría para decirle a un niño que es monísimo.

—Ay, Gussy Gussy, nuestro pequeño Gussy Gussy.

¿Nuestro Gussy? ¿Se lo habían comprado?

—¿Qué pasa, Augustus? —le dije intentando comportarme como era debido.

—Nuestro guapo Gussy —dijo Martha inclinándose hacia él.

Empecé a preguntarme si estaba de verdad dormido o si sencillamente había apretado con fuerza la bomba de infusión para el dolor para evitar el ataque de sus bienintencionadas hermanas.

Se despertó un rato después y lo primero que dijo fue «Hazel», lo que admito que me alegró mucho, como si también yo formara parte de su familia.

—Fuera —me dijo en voz baja—. ¿Podemos salir?

Salimos. Su madre empujó la silla de ruedas, y las hermanas, los cuñados, el padre, los sobrinos y yo los seguimos. Era un día con nubes, tranquilo y cálido, típico del verano. Gus llevaba una camiseta de manga larga azul marino y un pantalón de chándal. Por alguna razón siempre tenía frío. Pidió un poco de agua, y su padre fue a buscarle un vaso.

Martha intentó hacer hablar a Gus. Se arrodilló a su lado.

—Siempre has tenido unos ojos preciosos —le dijo.

Gus asintió ligeramente.

Uno de los maridos pasó un brazo por los hombros de Gus.

—¿Qué tal te sienta el aire fresco? —le preguntó.

Gus se encogió de hombros.

—¿Quieres medicamentos? —le preguntó su madre uniéndose al corro de los arrodillados.

Di un paso atrás y observé a los sobrinos destrozando un macizo de flores de camino a la pequeña zona de césped del patio de Gus. Inmediatamente empezaron a jugar a un juego que consistía en tirarse uno a otro al suelo.

—¡Niños! —gritó Julie sin prestarles demasiada atención. Luego se giró hacia Gus y le dijo—: Lo único que espero es que lleguen a ser tan atentos e inteligentes como tú.

Reprimí las ganas de vomitar.

—No es tan inteligente —le dije a Julie.

—Tiene razón —dijo Gus—. Lo que pasa es que casi todos los guapos son idiotas, así que supero las expectativas.

—Exacto. Lo principal es que está bueno —dije.

—Estoy tan bueno que puedo resultar cegador —añadió Gus.

—De hecho dejó ciego a nuestro amigo Isaac —dije yo.

—Una terrible tragedia, pero ¿puedo evitar mi mortífera belleza?

—No.

—Cargo con esta cara bonita.

—Por no hablar de tu cuerpo.

—En serio, no me obliguéis a hablar de mi cuerpazo. Dave, mejor que no me veas desnudo. Verme desnudo quitó la respiración a Hazel —dijo señalando con la cabeza la bombona de oxígeno.

—Basta —contestó el padre de Gus.

Y después, sin que viniera a cuento, su padre me pasó un brazo por los hombros y me dio un beso en la cabeza.

—Doy gracias a Dios por ti cada día, niña —susurró.

Aun así, fue el último día bueno que pasé con Gus hasta el Último Día Bueno.