El niño estúpido y su madre adoptiva estaban pasando la tarde en un centro comercial cuando oyeron el aviso. Era verano y estaban haciendo las compras para volver a la escuela, el año que él tenía que hacer quinto de primaria. Ese año que tienes que llevar camisas a rayas para integrarte. De aquello hace un montón de años. Aquella era la primera de sus madres adoptivas.
Rayas verticales, le estaba explicando el niño a la madre adoptiva cuando lo oyeron.
El aviso:
—Doctor Paul Ward —le dijo la voz a todo el mundo—, por favor, reúnase con su mujer en el departamento de cosméticos de Woolworth’s.
Aquella fue la primera vez que su madre fue a buscarlo.
—Doctor Ward, por favor, reúnase con su mujer en el departamento de cosméticos de Woolworth’s.
Aquella era la señal secreta.
De forma que el niño mintió y dijo que tenía que ir al baño, pero en cambio fue a Woolworth’s, y allí, abriendo cajas de tinte para el pelo, estaba su madre. Llevaba una peluca amarilla enorme que hacía que su cara pareciera demasiado pequeña y olía a cigarrillos. Estaba abriendo una caja de tinte usando las uñas y sacando la botella de color marrón oscuro. Luego abrió otra caja y sacó la otra botella. Puso la botella en la primera caja y la devolvió a la estantería. Luego abrió otra caja.
—Esta es guapa —dijo la madre mirando la foto de una mujer sonriente que había en la caja. Cambió la botella de dentro por otra. Todas las botellas eran del mismo color marrón oscuro.
Abrió otra caja y preguntó:
—¿No crees que es guapa?
Y el niño era tan estúpido que dijo:
—¿Quién?
—Ya sabes quién —dijo la madre—. Además, es joven. Os he estado viendo mientras mirabais ropa. Le estabas cogiendo la mano, así que no mientas.
Y el niño fue tan estúpido que no supo reaccionar y marcharse corriendo. Tampoco se le ocurrió pensar en los términos concretos de la libertad bajo fianza de su madre ni en la orden de no acercarse a su hijo, ni en por qué había pasado los últimos tres meses en la cárcel.
Y mientras metía las botellas de tinte rubio en las cajas de tinte para pelirrojas y las botellas de tinte negro en las cajas para rubias, la madre le dijo:
—Entonces, ¿te gusta o no?
—¿Te refieres a la señora Jenkins? —dijo el niño.
Sin acabar de cerrarlas perfectamente, la madre volvía a colocar las cajas en la estantería de forma un poco descuidada, un poco apresurada. Y dijo:
—¿Te gusta?
Y como si aquello fuera a servir de algo, el pequeño bufón dijo:
—No es más que una madre adoptiva.
Y sin mirar al niño, mirando todavía a la mujer sonriente de la caja que tenía en la mano, la madre dijo:
—Te he preguntado si te gusta.
Un carro de la compra pasó traqueteando por el pasillo junto a ellos y una señora rubia extendió el brazo y cogió una caja con la foto de una rubia pero con una botella de otro color dentro. La señora metió la caja en el carro y siguió su camino.
—Esa se cree que es rubia —dijo la madre—. Lo que tenemos que hacer es confundir los paradigmas de identidad de la gente.
Era lo que la madre llamaba «terrorismo contra la industria cosmética».
El niño se quedó mirando a la señora hasta que estuvo demasiado lejos para hacer nada.
—Ya me tienes a mí —dijo la madre—. ¿Cómo llamas entonces a esa madre adoptiva?
Señora Jenkins.
—¿Y te cae bien? —dijo la madre, y se giró para mirarlo por primera vez.
Y el niño fingió que se lo pensaba y dijo:
—No.
—¿La quieres?
—No.
—¿La odias?
Y aquella sabandija cobarde dijo:
—Sí.
Y la madre dijo:
—Haces bien. —Se inclinó para mirar al niño a los ojos y le dijo—: ¿Cuánto odias a la señora Jenkins?
Y el pequeño gilipollas dijo:
—Un montón.
—Un montón y otro montón y otro montón —dijo la mamaíta. Le ofreció la mano para que se la cogiera y dijo—: Tenemos que darnos prisa. Tenemos que coger un tren.
Luego lo llevó por los pasillos, tirando de su brazo blandengue hacia la luz del día que brillaba al otro lado de las puertas de cristal, y le dijo:
—Eres mío. Mío. Ahora y siempre, y que no se te olvide nunca. —Y tirando de él a través de las puertas, le dijo—: Y por si la policía o alguien te lo pregunta en algún momento, te voy a contar todas las cosas guarras e inmundas que esa supuesta madre adoptiva te hace cada vez que te tiene a solas.