14 February 2007 @ 10:53 hrs.

ENTRADA 116

Enfoque a donde enfoque los binoculares, los puedo ver. Los No Muertos. Hay cientos, miles de ellos, pululando por todas partes. Supongo que el incendio los habrá forzado a salir de la ciudad y ahora vagan por los campos y por los pequeños pueblos y urbanizaciones del extrarradio, buscando algo a lo que echarle el diente o sabe Dios lo que. Confío en que el fuego se halla llevado por delante a muchos de ellos, atrapados en el dédalo de calles de Vigo, pero por lo que puedo comprobar, la mayor parte ha podido huir a tiempo. Viniendo hacia aquí tan solo nos hemos cruzado con un par de ellos, y a bastante distancia, pero es tan solo cuestión de tiempo que se dejen caer por aquí.

Así que nos vamos. Y muy lejos, además.

Lo hemos decidido. Nuestro destino será Tenerife, en las Islas Canarias. Es la única salida lógica. En cualquier sitio del continente europeo donde nos quedemos tendremos los mismos problemas y las mismas dificultades que aquí. Hoy por hoy no hay sitio para el ser humano en esta parte del mundo. Estamos hastiados de todo esto. Yo estoy cansado de vivir como un animal acorralado. Necesitamos un sitio donde haya paz, comida, electricidad, y lo más importante, gente. El ser humano es un ser sociable por naturaleza, necesita de la presencia de otros humanos para poder existir. Necesitamos ver caras nuevas, gente nueva, ideas nuevas, o nos volveremos locos. Temo que si no nos encontramos con un grupo más amplio de gente, pronto empecemos a perder parte de nuestra humanidad.

Con la radio del helicóptero hemos podido captar algunas transmisiones muy débiles y llenas de interferencias, pero que no dejan lugar a dudas. Son transmisiones militares y hacen referencia al tráfico aéreo en el aeropuerto de Los Rodeos, en Tenerife. Ese aeropuerto por lo tanto sigue operativo y suponemos que eso debe implicar que hay un asentamiento de población en sus alrededores. Lucía ha recordado muy juiciosamente que el espacio marítimo y aéreo de las Islas fue cerrado para evitar que llegase más gente, pero eso fue hace muchos meses ya. Quiero creer que la llegada de un nuevo grupo de supervivientes, a estas alturas, será bien recibida.

Un problema no dejaba de dar vueltas en mi cabeza: La enorme distancia a recorrer. Hay más de mil setecientos kilómetros entre esta parte de la Península y las Islas Canarias. La autonomía de un helicóptero como el Sokol está en torno a los cuatrocientos kilómetros, con lo cual a mi no me salían las cuentas de ninguna manera. El vuelo en linea recta queda totalmente descartado, así que la única alternativa es ir volando sobre la Península, cruzar el Estrecho y llegar hasta Tarfaya, la zona de Marruecos más cercana a las islas. Una vez allí, apenas un par de horas de vuelo nos separarían de Fuerteventura.

La posibilidad de repostar por el camino era, cuando menos, problemática. No sabíamos cual era el estado de los aeropuertos y aeródromos que quedaban por el camino, ni siquiera si estarían allí cuando llegasemos. El combustible de un helicóptero no se puede obtener en una estación de servicio cualquiera, sino que tiene que ser un tipo específico que solo se obtiene en refinerías y aeropuertos, lo cual acrecentaba el problema. Así que por más que me estrujaba los sesos no era capaz de ver como solucionar aquel dilema.

Hoy por la mañana Viktor y yo estábamos trasteando alrededor de un mapa, mientras comentábamos las diversas posibilidades que nuestra escasa autonomía de vuelo nos permitía.

El ucraniano era partidario de volar hacia el Sur, sobre la costa portuguesa y tratar de repostar en las inmediaciones de Oporto y posteriormente en Lisboa, Huelva, Tánger, Rabat, Casablanca y así progresivamente hasta llegar frente a las islas.

A mí, después de la experiencia de Vigo, la posibilidad de tomar tierra en las cercanías de una metrópoli de varios millones de habitantes como Oporto, me parecía una pesadilla. Yo era partidario de ir bordeando por el interior, sobre zonas despobladas, y tratar de repostar en pequeños helipuertos y aeródromos olvidados como aquel. Por supuesto, era consciente de que las posibilidades de encontrar «secos» a esos aeródromos, es decir, sin una gota de combustible, era considerablemente más alta que en un gran aeropuerto, pero aun así lo considerabla preferible a acercarme a las inmediaciones de una gran ciudad.

Cualquiera de las dos opciones implicaba un montón de dificultades. En definitiva, un viaje lleno de horrores.

La solución, una vez más, vino de manos de Lucía. Mientras Viktor y yo discutíamos sobre el plano, ella nos escuchaba, mientras dirigía miradas cada vez más pensativas a la parte inferior del helicóptero. De repente, nos interrumpió.

—Viktor, ¿qué es eso? —dijo, mientras señalaba a una estrafalaria cestilla que estaba apoyada justo debajo de la panza del enorme Sokol.

—¿Eso? —respondió el ucraniano—. Eso es el Bambi.

Al observar la expresión de extrañeza que se dibujaba en mi cara y en la de Lucía se sintió obligado a explicarse.

—El Bambi es como le llamamos a la bolsa que se llena de agua para apagar los incendios. Normalmente, llevaba a las cuadrillas hasta el fuego y después desplegaba el Bambi, lo llenaba en cualquier río cercano y lo vaciaba sobre las llamas. A continuación, repetía el proceso una y otra vez. —Sonrió—. Era mi trabajo ¿sabes?

—¿Y que capacidad tiene? —volvió a preguntar Lucía, ahora con un brillo inteligente en la mirada.

—Unos dos mil litros más o menos, pero no veo que demonios importa eso ahora —respondió Pritchenko, malhumorado.

—Espera, creo que veo por donde va —le interrumpí yo—. Dos mil litros son…

—¡Pues claro! ¡Dos toneladas! Y si en vez de llevar agua, llevamos combustible, entonces nuestra autonomía pasaría a ser de… —Lucía miró inquisitivamente a Pritchenko, pero este ya nos había dado la espalda mientras se abalanzaba sobre un papel, donde hacía cálculos apresuradamente. Finalmente, al cabo de un par de interminables minutos, emitió un par de gruñidos satisfechos, se giró sonriente hacia nosotros y nos guiñó un ojo.

—Creo que puede funcionar —empezó a decir—. Llevando el depósito lleno hasta los topes y con una cisterna de dos mil litros de combustible colgando debajo de nosotros, podríamos llegar sin necesidad de repostar en ninguna parte. Va a ir un poco justo, sobre todo si nos encontramos viento de frente por el camino, pero podría llegar. —Se interrumpió con la mirada perdida en una pared, mientras su mente seguía haciendo cálculos—. Podría llegar —repitió con un brillo emocionado en la mirada—. Sí. Podría funcionar.