ENTRADA 100
Un corredor estrecho se abría justo detrás de recepción. Unos cuantos armarios metálicos de grandes dimensiones se alineaban silenciosamente en las paredes, semiocultos en la penumbra. Servidores, deduje al pasar a su lado y comprobar el enorme manojo de cables que corrían pegados al zócalo.
El corredor desembocaba en un cuarto de planta cuadrada con una enorme puerta roja con las palabras «Salida de Emergencia» pintadas sobre las jambas. Unas gruesas cadenas estaban cruzadas entre las dos barras de apertura. Zarandeé la puerta, inútilmente. A no ser que llevase un soplete de acetileno en la mochila y no me hubiese dado cuenta de ello hasta el momento, tenía muy complicado abrir aquella puerta por mis propios medios.
Una escalera arrancaba hacia la planta superior, perdiéndose en las sombras. El rayo de la linterna alcanzaba a alumbrar el siguiente descansillo, pero poco más. No podía hacer más que conjeturas sobre adonde podrían conducir, pero era innegable que la ligera corriente de aire venía desde allí.
Con cautela, comenzamos a subir los escalones. Prit llevaba el AK colgado de su correa sobre el pecho, mientras yo sostenía la pistola con una mano y la linterna con la otra. Lúculo, medio estrangulado por la correa que llevaba atada a la muñeca, venía dando botes, pegado a mis tobillos.
Tuvimos que subir tres rellanos antes de llegar a la siguiente planta. Una sala cavernosa y oscura se abría ante nosotros, amenazadora. Una hilera de camas volcadas sobre un lado formaba una especie de trinchera justo delante de nuestras narices. Alguien había tratado de montar una línea de defensa allí, pero no parecía haber surtido efecto. La mitad izquierda de la línea estaba totalmente desbaratada, permitiendo el paso libre.
Un sonido extraño, un pequeño chasquido acuoso, nos puso en alerta. Salía justo de detrás de una de las camas volcadas. Nos acercamos con sigilo, Prit de un lado y yo del otro, procurando hacer el menor ruido posible. Por comodidad, me desenganché a Lúculo de la muñeca y lo dejé atado a la pata de un sillón, con un nudo apresurado. A continuación, cambié la pistola por el arpón. Ya habíamos montado suficiente ruido en la planta baja como para seguir haciéndolo en aquella.
Viktor ya había llegado a la altura de las camas y me esperaba, mirándome desorientado. Con un gesto de la cabeza le indiqué que estuviese preparado. El ucraniano parecía tener la cabeza en otro lado desde hacía un buen rato.
Respiré profundamente y alumbré justo al otro lado de la cama. Agachado en el suelo, un celador o un enfermero (no sabría decirlo a ciencia cierta, pero llevaba puesto el pijama del personal del Hospital), estaba inclinado sobre algo que yo no podía ver. Enfoqué la linterna sobre su cabeza. Al notar la luz se giró con una velocidad asombrosa, lo cual me permitió ver dos cosas. La primera, su cara, cubierta de venas reventadas y con la piel muerta y amarillenta, manchada de sangre fresca, que le goteaba por la barbilla. La segunda, una enorme rata negra despanzurrada y abierta en canal sobre el suelo. El celador me miró furioso, con sus ojos muertos inyectados en sangre. Enfrascado en su comida, le habíamos pillado por sorpresa.
A menos de veinte centímetros de su frente, apreté el gatillo y el virote le atravesó limpiamente el cráneo, salpicándome de sangre putrefacta la cara… Asqueado, apoyé la linterna y el arpón descargado sobre una cama y comencé a limpiarme frenéticamente con el extremo de una sábana.
Totalmente absorto, no vi al segundo No Muerto abalanzarse sobre mí por la espalda. Era un chico joven, con un horrible corte de pelo que recordaba a un cenicero y que llevaba un montón de cadenas de oro colgándole del pecho, que le hacían parecer un Latin King o algo por el estilo.
Un débil gemido de Prit, que contemplaba la escena con ojos vidriosos, me puso en alerta, pero ya era demasiado tarde. Pelo-Cenicero me enganchó por una axila cuando me estaba girando al tiempo que clavaba sus dientes en mi hombro. Su dentadura no podía atravesar la gruesa capa de neopreno del traje, pero me las veía y me las deseaba para evitar que me arañase con sus manos cubiertas de sangre. Además, en cualquier momento podía cambiar de presa y tirarse hacia mi cuello o mis manos. Entonces sí que estaría realmente jodido.
Sujeté fuertemente por la cintura al No Muerto y traté de separarlo de mi cuerpo, pero aquella bestia era terriblemente fuerte. Comenzamos a girar por toda la sala, chocando de manera torpe contra todo lo que se interponía en nuestro camino. No cesaba de pegar gritos pidiéndole ayuda a Prit, pero el ucraniano, hecho una bola en el suelo, no cesaba de gemir mientras se balanceaba hacia delante y detrás.
El No Muerto y yo nos debatíamos furiosamente enlazados. Parecíamos un pareja de bailarines dementes ejecutando un agarrado mientras intentábamos degollarnos mutuamente. Estaba en un buen lío. Si soltaba alguna de mis manos para coger la pistola que llevaba colgada a la cintura, aquel monstruo me dominaría y acabaría conmigo, pero si no lo hacía, tarde o temprano, atinaría a morderme y entonces todo se habría acabado.
No sé en que momento golpeamos la linterna, pero cuando ésta se hizo trizas contra el suelo nos quedamos sumergidos en la oscuridad más absoluta. En ese instante, la situación pasó a ser realmente angustiosa. Ahora forcejeábamos en silencio, con la bestia mordiéndome obstinadamente el neopreno mientras procuraba sujetar sus manos con un brazo y con el otro le agarraba por el cuello, tratando de inmovilizarle la cabeza.
Tropezamos contra algo duro, que nos hizo perder el equilibrio. Me balanceé como un borracho, agitando furiosamente una pierna para recuperar el equilibrio, pero la inercia ya era imparable. Noté como caíamos aún agarrados. Un borde afilado se me clavó en el costado magullado, haciéndome soltar un alarido de dolor, pero no tuve tiempo para nada más. Nuestro baile mortal nos había llevado hasta el borde de las escaleras y en ese momento el No Muerto y yo nos precipitamos rodando por ellas a toda velocidad.
No sé que pasó en los siguientes minutos, ni siquiera estoy completamente seguro del tiempo que transcurrió a continuación. Solo sé que me desperté sumergido en una bruma de dolor difuso que surgía de todos los poros de mi cuerpo. Notaba un sabor salobre en la boca. Sangre. Me palpé los labios y descubrí que me había mordido la lengua. Traté de incorporarme, pero un ramalazo de dolor me sacudió todo el cuerpo, como una descarga eléctrica surgiendo de mi costado magullado. Si antes me dolía, ahora me ardía.
Poco a poco mi mente se fue aclarando. Me acordé del Pelo-Cenicero… ¿Dónde diablos se había metido aquel bastardo? Tanteando en la funda que llevaba atada a la pierna, saqué el arrugado paquete de Lucky con el mechero que había encontrado un rato antes en el bolso. Era un encendedor barato de butano, y por el peso daba la sensación de estar en las últimas. Lo encendí. Una débil llama azulada alumbró suavemente la escena. Estaba tirado en el descansillo de las escaleras, con la cabeza pegada a la pared. El cuerpo del No Muerto yacía justo a mis pies, sacudido por unas extrañas convulsiones. Entre estallidos de dolor conseguí incorporarme a medias para echarle un vistazo.
Aquel hijo de puta había salido peor parado que yo en la caída. Se debía haber fracturado la espina dorsal en algún sitio malo, porque no era capaz de mover las piernas ni los brazos. El muy cabrón sacudía la cabeza espasmódicamente de un lado a otro, chasqueando los dientes como un cepo. Me miró, con odio reflejado en sus ojos muertos. Aquel idiota ya no era una amenaza para mí. Que se jodiese.
De una patada lo mandé rodando por el siguiente tramo de escaleras, confiando en que se abriese la cabeza contra alguna esquina afilada. Me incorporé, dolorido y exhausto. El tobillo de mi pierna derecha estaba tomando unas dimensiones nada halagüeñas y cada vez que inspiraba notaba como un navajazo en el costado. La boca aún me sangraba y tenía un dolor de cabeza de los que marcan época. En resumidas cuentas, estaba hecho un cromo.
Subí renqueando las escaleras, apoyándome en el pasamanos para no perder el equilibrio. El mechero me quemaba la mano y su llama era cada vez más débil y azulada. Mi mochila estaba apoyada en el suelo, justo donde la había dejado cuando cambié la pistola por el arpón. Rebusqué en su interior y saqué la linterna de repuesto.
Barrí con el rayo de luz toda la cavernosa estancia, que parecía haber sufrido los efectos de un tornado devastador. Prit seguía hecho un ovillo en el mismo sitio de antes, aparentemente indemne. De repente, noté que toda la sangre me afluía a los pies. El sofá donde había dejado atado a mi gato estaba volcado patas arriba. Y Lúculo había desparecido.