04 July 2006 @ 14:04 hrs.

ENTRADA 96

Salimos de Urgencias por uno de los pasillos que se abrían al fondo de la sala. Nada más empujar la puerta, me detuve un momento, titubeante. Aquel pasillo estaba oscuro como el fondo de un pozo a medianoche. Los tubos fluorescentes, sin corriente eléctrica, colgaban como trastos inútiles en el techo, atrapando toneladas de polvo, y la poca luz exterior que conseguía filtrarse hasta allí tan solo permitía adivinar algunos bultos atravesados de cualquier manera en el pasillo. Además, a medida que nos fuésemos internando en las entrañas del Hospital la cosa sería cada vez peor. Por lo menos, ahora aún estábamos relativamente cerca del exterior. Aún llegaba un poco de luz mortecina y podíamos oír el rumor de la lluvia. En cuanto cruzásemos la siguiente puerta, estaríamos en otro mundo.

Sin embargo, el principal motivo para detenerme no era la falta de luz, sino el olor. Nada más abrir aquella puerta un penetrante aroma a podrido nos asaltó como una bofetada en plena cara. Aunque el olor a podredumbre y fermentación está por todas partes en estos tiempos, no había sentido antes nada tan intenso y concentrado como lo que percibíamos en aquel instante.

Aquel efluvio era denso, pesado, potente. Me recordaba al olor que reinaba en las ruinas del Punto Seguro, solo que multiplicado por diez, seguramente por estar en un sitio cerrado, caliente y sin ventilación. Los ojos me lagrimeaban, mientras me ataba de cualquier manera un pañuelo sobre la cara. Tosí, tratando de respirar por la boca. Notaba un nudo en la boca del estómago y unas náuseas crecientes. Una mirada de reojo a Prit me sirvió para confirmar que no era el único afectado por aquella peste. El ucraniano tenía el rostro demudado, mientras trataba de aguantar las arcadas.

Aquel aroma a muerte solo lo podían producir docenas de cadáveres en estado de putrefacción avanzada. Aquel Hospital tenía que estar plagado de cuerpos sin vida. Estábamos a punto de entrar en una fosa común.

Nos adentramos en el pasillo, con Prit alumbrando hasta el último rincón con la linterna mientras yo empujaba su silla, sorteando los cuerpos que nos encontrábamos derrumbados de vez en cuando. Nuestro plan era sencillo. Tan solo teníamos que cruzar parte de aquella planta baja, tratando de mantener una línea lo más recta posible, para llegar a la fachada contraria y salir por allí.

Aquel enorme paseo, antes de la pandemia, le podría llevar a un enfermero que conociese bien el Hospital al menos diez minutos. Suponía que a nosotros, a oscuras y sin conocer aquel laberinto, nos iba a llevar bastante más.

Los primeros cuatro o cinco minutos fueron bastante bien. Cruzamos a toda la velocidad que nos era posible una sucesión de salas y corredores a oscuras, con toneladas de equipo y material médico atravesado de cualquier manera. Era extraño. Daba la sensación de que el Hospital había sido apresuradamente evacuado, pero sin embargo, la enorme cantidad de cadáveres semipodridos que nos cruzábamos decían todo lo contrario. Quizás, tras la evacuación, por algún motivo se habían visto obligados a volver al complejo y los No Muertos les habían atrapado allí. Quien sabe.

La mayoría de los cadáveres presentaban impactos de bala en la cabeza, pero unos cuantos eran restos horriblemente desfigurados y parcialmente devorados, más allá de cualquier posible reanimación. Casi todos estos últimos calzaban botas militares. Los últimos defensores a la desesperada, mientras el resto corría. Corría… ¿Hacia dónde?… No tengo respuesta a esa pregunta…

Los pinchazos en el costado eran cada vez más agudos. Comenzaba a ver puntos blancos bailando delante de mis ojos y las piernas me temblaban. Mi respiración debía ser descompasada, porque Viktor se giró en la silla y me miró con preocupación. Me dijo que en esas condiciones no podíamos seguir y que era mejor que descansásemos un segundo. Estuve de acuerdo. Necesitaba dos minutos para tranquilizarme. Estaba hiperventilando.

A nuestra derecha, una puerta de madera contrachapada daba a una especie de vestuario, con taquillas alineadas contra las paredes y bancos alargados colocados entre ellas. Al fondo, un par de sofás y un tablón de corcho con docenas de notas y carteles ocupaban toda la pared, mientras un enorme ficus de plástico montaba guardia en una esquina. Un solitario bolso de mujer yacía tirado en el suelo, y parte de su contenido se había desparramado. Podía ver a la luz del foco un pintalabios, una cartera y lo que parecía ser el mango de un cepillo.

El vestuario de enfermeras. No era un mal sitio para descansar un rato.

Tras cerrar la puerta con llave me dejé caer sobre uno de los bancos. Prit acariciaba la cabeza de Lúculo con su mano sana, mientras aguantaba estoicamente el dolor. Un tipo duro. Me saqué la parte superior del neopreno. Estaba horriblemente delgado. Podía contar mis costillas dibujándose sobre la piel. Hacía meses que no tenía una buena comida caliente en condiciones, y mi organismo estaba empezando a pagar las consecuencias. La falta de vitamina C por no consumir alimentos frescos ni verduras era lo más peligroso.

En el costado derecho tenía un enorme hematoma que iba adquiriendo lentamente un profundo color púrpura oscuro. Palpé con mi mano y tuve que contener un aullido de dolor. Joder. Me tenía que haber roto un par de costillas, por lo menos. Bonita putada.

Me tragué un par de Nolotiles y levanté el bolso del suelo. Rebusqué en su interior. Un teléfono móvil sin batería metido en una funda de algodón, un paquete de Lucky arrugado, con un encendedor dentro y un documento de identidad con una esquina doblada. En la foto, una chica morena de ojos verdes, muy guapa, me miraba sonriente. Lucía Torreblanca, ponía debajo. No había ni un solo documento ni identificación en la cartera que la relacionase con el Hospital. Absolutamente nada. De todas formas, gracias por el tabaco, Lucía. Me pregunto quién demonios eras y qué coño hacías aquí.

Le coloqué un cigarrillo en la boca a Prit, que inspiró una profunda calada. A continuación, le deshice el vendaje de emergencia que le había puesto en el concesionario para que pudiese ver sus heridas. El dedo meñique y el corazón habían desaparecido, el primero por completo y el segundo hasta la tercera falange. El dedo anular tenía un desgarro lateral que precisaría de un par de puntos de sutura por lo menos y la palma de la mano tenía un profundo corte que afortunadamente ya no sangraba tanto.

Prit levantó la cabeza, sereno y me dijo que no era para tanto, pero que necesitaba que le practicasen una cura urgentemente. Ya no había pérdida de sangre, pero el riesgo de septicemia era evidente. El problema era que yo, con unas nociones básicas de primeros auxilios, era la única persona disponible para recomponer sus heridas. Vaya papeleta.

Fue todo muy rápido. Algo golpeó con fuerza contra la puerta de madera contrachapada, abriendo un boquete de tamaño considerable en la parte superior. Por el agujero asomó una mano cadavérica, con docenas de astillas clavadas, aunque dudaba mucho que su propietario sintiera dolor.

La mano se retiró y propinó otro golpe, que casi saca la puerta de su marco. Aquel cabrón era condenadamente fuerte. Me eché un par de pasos atrás, sujetando fuertemente la linterna, mientras Prit amartillaba el AK y lo apuntaba hacia la puerta, que no tardaría en caer. Ya podía ver al No Muerto a través del agujero. Era un hombre joven, corpulento, de barba y pelo rizado. Como única vestimenta llevaba una camiseta de Rei Zentolo que le quedaba exageradamente grande. En su pierna derecha, un aparatoso vendaje le cubría toda una pantorrilla. Me jugaba un millón de euros a que sabía qué le había producido esa herida. Solo tenía que mirarle la cara.

De un último golpe, la débil puerta se partió por la mitad y aquel ser se abalanzó hacia adelante. Justo en ese momento, Prit apretó el gatillo. Un enorme boquete rojo apareció donde hasta hacía tan solo un segundo había estado su ojo izquierdo, en medio de un surtidor de sangre y huesos.

El cuerpo del barbudo se derrumbó como un saco justo delante de mí. Le propiné una patada, para tener la total certeza de que no se movía. Había algo extraño en aquel cadáver. Tardé un rato en darme cuenta de que era. Estaba totalmente empapado. Aquel ser había entrado desde el exterior del Hospital no hacía ni cinco minutos.

Lo habían conseguido. La puerta había caído y nos seguían la pista.