28 March 2006 @ 20:58 hrs.

ENTRADA 73

Está amaneciendo. Algunos débiles rayos de luz se cuelan por los pequeños agujeros que tiene la verja metálica, interrumpidos de vez en cuando por las sombras de los seres que están agolpados ahí afuera. El interior de la tienda huele a sangre, mierda, sudor, miedo y pus. Waqar acaba de morir hace diez minutos en medio de una espantosa agonía. Usman y Shafiq están recitando monótonamente una oración fúnebre que suena como un mantra mientras velan el cadáver con una mano en el AK y la otra en un Corán. Pritchenko y yo también lo estamos velando, pero por otros motivos.

Waqar va a volver en cualquier momento. Mejor dicho, algo parecido a Waqar se va a levantar en cualquier momento. Joder. Es un hecho tan horroroso, tan inconcebible, que no hay palabras para definir esta angustia. Me tiembla el pulso al escribir estas líneas en el diario. Parece la letra de un niño de seis años.

Viktor y yo estamos respirando aceleradamente, notando la sangre bombeando en nuestras sienes. Sabemos que vamos a ver nacer uno de esos seres, de alguien que hasta hace unos minutos si bien no era un amigo, sí que era un compañero. Cuando vuelva, él será un depredador y nosotros, las presas.

La agonía de Waqar ha sido espantosa. A las dos horas de perder la conciencia empezaron a aparecer petequias por todo su cuerpo. Las petequias son pequeñas manchas moradas, del tamaño de una moneda de diez céntimos, que se producen por anoxia, falta de oxígeno. El sistema circulatorio de Waqar estaba fracasando, no era capaz de llevar oxígeno a todo el cuerpo. Su organismo empezaba a morir, lentamente, asfixiado.

A las tres horas sucedió algo espeluznante. El sistema circulatorio superficial de Waqar, sus vasos capilares más finos, comenzó a hacerse visible sobre su piel. Todas las diminutas venas se podían seguir perfectamente, como si fuera un dibujo de una facultad de medicina. No tenía manera de medir su tensión arterial, pero calculo que para obtener ese volumen, tenía que estar disparada. Su corazón latía salvaje, descompasadamente, calculo que a unas 130 pulsaciones por minuto. El pobre Waqar sudaba a chorros, pero no dejé que Pritchenko le secara el sudor sin guantes. Si el Ébola se transmite por el contacto con el sudor no veo el motivo para que esta plaga no lo haga.

La triste verdad es que nadie sabe una puta mierda de esta enfermedad. En otro tiempo, en otro mundo mejor, este chico estaría en una UVI, monitorizado y atendido por al menos un regimiento de médicos y enfermeras, en una unidad aislada y aséptica, en una lucha total por su vida. Sin embargo ahora estaba agonizando en medio de sus propios excrementos, en el suelo de una sucia tienda saqueada, en medio de una ciudad abandonada y muerta, como estaba toda Europa, como estaba todo el jodido mundo.

A las tres horas y media se empezaron a hacer visibles las venas del sistema principal: La cava, la aorta, se dibujaban perfectamente, como gruesos cables en su cuerpo. Al mismo tiempo, el exceso de presión sanguínea empezaba a hacer estallar las pequeñas y delicadas venas del sistema radial debajo de su piel.

Waqar empezaba adoptar un aspecto terriblemente similar al de las cosas que me llevan atormentando desde hace meses. En ese momento todos supimos, incluso los pakistaníes, que Waqar se estaba convirtiendo en uno de ellos.

A las cuatro horas de perder la conciencia el cuerpo de Waqar empezó a sangrar abundantemente por la boca, los oídos y los ojos, y sospecho que también por el ano y el pene (y digo que sospecho porque nadie tuvo cojones para acercarse a sacarle la ropa). En esos momentos, menos Kritzinev, que dormía la mona, todos estábamos congelados contemplando aquel terrorífico espectáculo, sin pronunciar palabra, demasiado asustados como para reaccionar. Mientras, de fondo, un coro de gemidos y golpes en la cada vez más destartalada verja saludaba el nacimiento de un nuevo miembro de la legión de No Muertos. Era la situación más angustiosa que se pudiera imaginar.

A las cuatro horas y cuarenta minutos, Waqar empezó a verse sacudido por contracciones musculares espasmódicas. Parecía como un ataque de epilepsia. Su cuerpo se arqueaba hasta extremos increíbles y las extremidades pateaban sin control el suelo, incluso su cabeza golpeaba rítmicamente contra el hormigón donde estaba apoyada. No podíamos hacer nada. Con cada contracción, con cada sacudida de sus miembros, Waqar lanzaba chorros y goterones de sangre mezclada con pus y excrementos a las cuatro esquinas del cuarto. O mucho me equivoco, o el contacto de una mínima parte de esa miasma con cualquier zona abierta del cuerpo podría ser letal para los supervivientes.

Ordene a Pritchenko y a los dos pakistaníes que se retiraran lejos de Waqar. Cogí un antiguo expositor de plexiglás que algún día había servido de soporte para cremas faciales y utilizándolo como improvisada pantalla permanecí inmóvil contemplando aquella muerte tan horrible. No se si Waqar podía sentir algo, pero rezaba para que su mente estuviese ya muy lejos.

A las cuatro horas y cincuenta y cinco minutos de entrar en coma, el cuerpo de Waqar quedó inmóvil. No fue hasta pasados diez minutos que me atreví a salir de la precaria protección del plexiglás para acercarme al cuerpo aún caliente. Parecía no respirar. No estaba seguro. Decidí acercarme un poco más, a tan solo dos metros. El cuerpo yacía inmóvil, en medio de un charco rojizo de fluidos. El olor era nauseabundo. Me acerqué hasta estar en cuclillas al lado del cadáver (ni por todo el oro del mundo me hubiese arrodillado en medio de aquella porquería).

Me incliné hacia delante, tratando de percibir su respiración. No respiraba…

De repente Waqar abrió los ojos, completamente cubiertos de coágulos de sangre y de lagañas y abrió la boca, emitiendo un profundo estertor. Juro que me llevé el susto más grande de mi vida. Con un chillido que avergonzaría a una chica, me levanté de un salto y di un par de pasos de espaldas hasta caerme de culo en el cemento, mientras contemplaba aterrado el cuerpo de Waqar, sospechando que se iba a levantar.

Pero nada de eso sucedió. Mientras trataba de dominar los latidos desbocados de mi corazón… Viktor, Shafiq y el malherido Usman asomaron por la puerta, atraídos por mi poco varonil chillido. Reconozco que no me sentí avergonzado. Cualquiera en mi lugar se habría cagado de miedo.

Me incorporé y contemplé de nuevo el cuerpo. Aquello había sido el último estertor, tan violento e inesperado que casi me mata a mí del susto. Waqar había muerto. Ahora solo quedaba por ver por cuanto tiempo…

Ese es el menor de nuestros problemas. La única salida de este local es la puerta principal, donde se agolpan sin cesar esos monstruos. Y esa puerta va a ceder, tarde o temprano. Llevamos tres días aquí encerrados, los dos últimos casi sin agua ni comida. Waqar ha muerto hace tan solo quince minutos, pero no creo que esa puerta aguante más allá de un par de horas más.