25 January 2006 @ 18:38 hrs.

ENTRADA 33

Ya estoy más tranquilo. Esta noche ha sido una auténtica pesadilla. Más tarde, con la luz del día, la situación aunque menos aterradora ha mostrado toda su angustiosa realidad. Pero ahora vuelve a caer la noche. Dentro de unas horas volverá a estar oscuro por completo (ya que ni decir tiene que el alumbrado público está fuera de servicio), y yo no podré ver a esas cosas. Pero sé que están ahí fuera. Y creo, que de alguna manera, ellos saben que hay vivos por aquí cerca, en alguna parte.

Todo comenzó a la una de la mañana, más o menos. Acababa de volver de la tapia del jardín, de hablar con Miguel, el vecino de la casa de atrás, el único ser humano que queda aquí conmigo. Supongo que podríamos haberlo hecho por teléfono y así nos evitaríamos el terrible frío de estas noches, pero la necesidad de ver un rostro humano es enorme. Justo cuando he entrado en casa he trasladado mi cuartel general al piso superior, al dormitorio delantero. No he sido capaz de dormir en esta habitación desde hace dos años. Ahora, no me va a quedar más remedio que hacerlo, ya que es la única cuya ventana da al frente y está por encima de la tapia. Desde aquí puedo ver toda mi calle hasta el cruce con la principal y un pequeño tramo de ésta. He colocado la emisora, el portátil, un pequeño televisor de 14 pulgadas y el arpón de submarinismo alrededor de un sillón y he arrimado éste a la ventana. Me he sentado en él y allí he empezado a esperar.

Al principio no era capaz de distinguir muy bien lo que pasaba. El sonido ha sido lo primero. En el silencio sepulcral de la noche he empezado a oír un ruido extraño, una especie de arrastrar algo contra el asfalto, salpicado con algún ocasional gemido. Se me han puesto los pelos de los brazos literalmente, de punta. Al cabo de un momento he visto al primero. Era un hombre, vestido de civil, de unos 35 años. Llevaba puesta una camisa de cuadros azules y blancos y unos pantalones vaqueros. Le faltaba un zapato. Tenía una herida horrible en la cara y toda su ropa estaba empapada de sangre, que ya empezaba a acartonarse. Detrás de él siguieron apareciendo más, hombres, mujeres (¡¡Incluso niños, por el amor de Dios!!). Todos presentaban algún tipo de herida u otra y algunos, incluso amputaciones severas. El color de su piel es cerúleo, con el sistema de venas marcado en tonos oscuros sobre esa piel pálida, como si fuera un delicado tatuaje. Los ojos tienen la córnea amarillenta. Sus movimientos, son lentos, pero no demasiado, y parecen tener algún pequeño problema de coordinación. En cierta medida recuerdan en su forma de andar a alguien medianamente bebido, tras una noche de fiesta, camino de casa. No está nada mal, si tenemos en cuenta que están muertos. Jodida y totalmente muertos. Porque de eso no cabe ninguna duda.

He visto a unos cuantos de esos engendros, con heridas que tienen que ser mortales de necesidad, y sin embargo han pasado por debajo de mi ventana, andando como si nada. Esto es pavoroso.

Las docenas del principio pronto se han transformado en centenas, quizá miles, no lo sé. Por un momento la calle recordaba una manifestación, o la salida de un concierto, sólo que sumida en un silencio sepulcral, únicamente roto por el arrastrar de pies por el asfalto y algunos ocasionales gemidos. Son una puta multitud y se encaminan directamente hacia el centro, hacia el Punto Seguro. Incansables. Inmutables. Imparables.

El motivo es más que evidente. No sé cuántas personas pueden estar hacinadas en el centro, pero toda multitud humana hace ruido, mucho ruido. En el silencio absoluto de esta noche llena de cadáveres andantes, lo puedo oír lejanamente desde aquí, a más de dos kilómetros. Sonido de altavoces, ruido de generadores eléctricos para proveerlos de luz y calor, ruido de vehículos. Un imán para esta multitud violenta y deseosa de cuerpos humanos palpitantes. Les van a caer encima y no van a poder hacer nada.

Al cabo de unas horas ha empezado a oírse ruido de armas de fuego, cerca del centro. Primero fueron algunos disparos sueltos, aislados. Más tarde el ruido de fusilería aumentó y se convirtió por un momento en un auténtico rugido. Juraría que por un momento incluso he oído algo parecido a cañonazos. La BRILAT fue retirada hacia varios puntos de España estos últimos días pero aún debe quedar aquí un contingente considerable que parece estar arreando de lo lindo. La radiofrecuencia se ha saturado durante horas interminables, llena de mensajes histéricos de unas unidades a otras. Llamadas de auxilio, peticiones urgentes de munición, pelotones rodeados solicitando ayuda urgente, informes de bajas, puntos de reencuentro, han roto por tal punto, nos están sobrepasando por tal otro… Y poco a poco, el silencio. El ruido de armas de fuego ha ido cesando paulatinamente y al rayar el alba no se oía absolutamente nada. Las radiofrecuencias están mudas, muertas. Un par de columnas de humo se elevan sobre el centro, marcando el sitio donde una vez estuvo situado el Punto Seguro de mi ciudad.

Estamos bien jodidos. Una docena o dos de esos monstruos se han quedado dando vueltas por mi calle, como autómatas. Uno de ellos está golpeando monótonamente el portal de la casa de al lado, la del médico. No se por qué hace eso, ya que me consta que esa casa está absolutamente vacía, pero lleva así horas y va a hacer que mis nervios estallen.

La noche va a caer de nuevo. Espero ver la luz del día.