23 January 2006 @ 10:05 hrs.

ENTRADA 29

Ya ha amanecido. Esta noche ha sido muy, muy larga. Tan solo unas horas después de que el convoy de evacuación hubiera partido, he sido completamente consciente de la enormidad de mi decisión. Estoy solo. Nadie sabe que estoy aquí. En una zona evacuada. En tierra de nadie.

Tras un primer momento de bloqueo me ha atacado un rapto de actividad febril. He cogido los listones de madera y he apuntalado con ellos el portón principal. Es una estupidez, por supuesto, porque tengo que salir por esa misma puerta tarde o temprano, pero el simple hecho de estar haciéndolo me permitía tener la mente ocupada y sentirme más seguro. Tras eso, he hecho un pequeño balance de situación. Tengo comida para unas tres semanas, si no me importa repetir menú de congelados hasta la saciedad. Tengo unos 25 litros de agua embotellada, y de momento, la presión del agua corriente no parece haber disminuido. La corriente eléctrica, en mi caso, no es problema, porque con los paneles, y economizando el consumo, puedo tener autonomía casi plena. Economizar el consumo no creo que vaya a ser difícil. No tengo pensado dar ninguna fiesta en los próximos días.

El gas si que es un problema aparte. Mi cocina es mixta, tiene dos placas vitrocerámicas y dos hornillos de gas, pero las vitro tienen un consumo eléctrico espantosamente alto. De momento aún tengo gas, pero desconozco cuanto tiempo puede durar esta situación. Supongo que tarde o temprano cortarán el suministro a las zonas evacuadas, para evitar riesgos de explosiones.

El balance de mi arsenal es desolador. Tras una concienzuda revisión de mi casa de arriba a abajo, he reunido todas mis «armas» encima de la mesa de la cocina. Un arpón de submarinismo con siete virotes de acero, un cuchillo jamonero y una pequeña hacha para trocear leños en el patio trasero y que tiene el filo embotado. Estupendo. He cogido mi arma a priori más peligrosa, el arpón. Dejando aparte el hecho de que nunca la he disparado contra nada más grande que un congrio, presenta una serie de problemas. Tardo aproximadamente unos veinte-treinta segundos en montarla de nuevo tras haberla disparado y su alcance es relativamente corto, unos diez metros. Además, su fiabilidad es relativa a cierta distancia. Al fin y al cabo no es un arma de precisión, es un chisme ideado para ensartar pulpos a bocajarro. Si aparecen pandillas de salteadores por aquí, lo voy a tener jodido. Sin duda mi mejor opción es tratar de pasar desapercibido, de momento…

El teléfono se ha puesto a sonar de golpe y casi se me ha salido el corazón por la boca. Hacía días que no sonaba y me había olvidado por completo de él. He dudado por un momento si responder, pero el deseo de oír una voz humana ha sido más grande que la prudencia, así que he descolgado. Eran mis padres. La sensación de alivio ha sido tan enorme que casi me derrumbo. He llorado en silencio mientras oía la voz de mi madre. Están bien, en la aldea natal de mi padre, junto con unos cuantos vecinos y me piden encarecidamente que vaya a reunirme con ellos. Eso dejó de ser una opción factible hace tres o cuatro días, y así se lo hago ver a mis padres. Estoy más seguro aquí que recorriendo cien kilómetros de sabe Dios qué carreteras, con qué controles por el camino y con qué grupos de incontrolados sueltos. Además, a Lúculo no le gusta el campo, le digo a mi madre, tratando de sacarle hierro al asunto. Está realmente preocupada. Mi hermana consiguió salir de Barcelona antes de que aislasen las ciudades y decretasen la Ley Marcial, según le contó por teléfono, pero ahora mismo no sabe donde está. La última noticia es que se dirigían a la masía de Roger. Del resto de mi familia, apenas hay noticias, supongo que la mayoría estarán en algún Punto Seguro, como las cuatro quintas partes de la población de este país. El ser humano es gregario por naturaleza y tiende a agruparse en situaciones de peligro. Solo unos pocos inconscientes no siguen esa pauta. Eso me pone en el lado de los inconscientes, supongo. Con un beso me despido de mis padres, prometiendo llamarles por lo menos una vez por semana, si la línea lo permite (mi madre llevaba tres días intentando contactar conmigo).

Tras esto, me he tranquilizado un poco. Le he dado salida a la presión emocional que llevaba acumulando todos estos días. Me siento más frío, más claro. Así que he empezado a pensar en cosas prácticas que hacer.

En primer lugar, la información. La televisión está desapareciendo. De 80 canales que recibía han desaparecido casi todos. Tan solo me queda La Primera (que emite su señal también por el canal donde hace unos días emitía La 2), Telecinco y Antena 3, con una programación reducida a la mínima esencia, básicamente películas (sin ningún tipo de intermedio), series enlatadas y cada tres cuartos de hora un mini informativo que básicamente consiste en indicar cuales son los Puntos Seguros y la mejor manera de llegar a ellos. También repiten insistentemente que no se debe bajo ningún, ningún concepto intentar contactar con los infectados y en caso de ser inevitablemente atacados por ellos, hay que evitar ser mordidos o arañados. Ha salido un militar con aspecto cansado en la tele diciendo que no pueden garantizar la seguridad de aquellos que todavía permanezcan fuera de los Puntos Seguros y que en caso de ser atacados, tratemos de dañar la cabeza de nuestro atacante. «Con un palo, con un machete, con una bala, como se ha dicho deben tratar de frenarlos volándoles la cabeza. Otra cosa no vale».

Me he quedado extrañado de semejante mensaje, pero las cosas ya llevan demasiado tiempo fuera de control, así que ya nada puede sorprenderme en exceso. De todas formas, parece que la censura informativa va aflojando poco a poco, supongo que porque ya no hay nada que ocultar, o casi nada. Ya está claro que las bandas de salteadores son minoritarias en relación con el problema principal, los infectados, que actúan con suma violencia. En lo que no hay unanimidad es en el auténtico estado físico de estos infectados. Hay quien dice que están sanos, solo que enajenados, otros que afirman que están al borde de la muerte y cada vez más son las voces que afirman que están muertos, por increíble que pueda parecer esto último. Yo, de momento, no he visto a uno solo delante, aunque supongo que eso es algo que cambiará en las próximas horas. De momento, he de resistir aquí. A medida que se vayan sucediendo los acontecimientos, iré actuando. Como es lo más parecido a un plan de actuación que tengo, me he quedado más tranquilo.

Internet también se está cayendo a pedazos. Google y Yahoo hace horas que dejaron de funcionar. Supongo que los servidores donde se mantienen se han quedado sin suministro eléctrico y ahora están apagados. Lo mismo sucede con muchísimas páginas de Internet. De más de cien contactos que tengo en favoritos, tan solo dos docenas siguen activos, casi todos radicados en España, donde el fluido eléctrico aún parece funcionar. Eso posiblemente no dure mucho tiempo, visto lo que ha pasado en los países del norte de Europa, donde la epidemia llegó antes.

Las radiofrecuencias militares crepitan constantemente informando de más contactos y enfrentamientos con «esos cabrones», como les llaman. Sin embargo, parecen tener numerosas bajas. Las 52 Fuerzas originales han tenido que ser refundidas en 40. Los ataques se van concentrando en torno a los Puntos Seguros. Informan que dos de estos Puntos, uno en Toledo y otro en Alicante, han caído, asaltados por hordas de infectados. Docenas de miles de personas deben de haber perecido. Mucho me temo que otras decenas de miles más van a perecer en las próximas horas. Y yo no pienso estar entre ellas. Por mis huevos que no.