A pesar de su vida social aparentemente frívola, Vronski odiaba el desorden. Ya en sus tiempos en el cuerpo de pajes, había sufrido la humillación de que le negaran un crédito que había solicitado para pagar una deuda. Desde entonces no había vuelto a verse en semejante situación.
Para que nada se le escapara de las manos, se recluía unas cuatro o cinco veces al año, dependiendo de las circunstancias, y ponía en orden sus asuntos. A eso lo llamaba «echar cuentas» o faire la lessive[12].
Al día siguiente de las carreras se despertó tarde. Sin afeitarse ni lavarse, se echó una guerrera sobre los hombros, distribuyó sobre la mesa el dinero, las cuentas y las cartas y se metió en faena. Petritski, sabiendo que en tales momentos su compañero solía estar de mal humor, se vistió en silencio y salió sin molestarle, en cuanto se despertó y lo vio sentado al escritorio.
Cualquier persona que conoce al detalle las complicaciones de su situación se figura que esos apuros y ese embrollo son una especie de fatalidad personal, y no se le pasa por la cabeza que los demás viven rodeados de las mismas dificultades. Tal era la impresión de Vronski. Y no sin cierto orgullo interior y algún fundamento pensaba que cualquier otro en su lugar se habría entrampado hacía mucho tiempo y se habría visto abocado a cometer alguna mala acción, de haberse encontrado en una posición tan complicada. No obstante, se daba cuenta de que había llegado el momento de hacer cálculos y aclarar las cosas de una vez, antes de que fuera demasiado tarde.
En primer lugar, por ser lo más fácil, pasó a ocuparse de su situación financiera. Después de anotar en un pliego de papel de carta, con su letra menuda, las cantidades que debía, las sumó y descubrió que sus deudas ascendían a diecisiete mil rublos y algunos centenares, de los que prescindió en aras de una mayor claridad. A continuación calculó el dinero que tenía en efectivo y en talones de banco, y vio que no le quedaban más de mil ochocientos rublos, y no podía contarse con ningún ingreso antes de Año Nuevo. Después de repasar la lista de deudas, las dividió en tres categorías. A la primera pertenecían las deudas que había que pagar cuanto antes o, al menos, tener el dinero disponible, para saldarlas sin dilación en cuanto se las reclamasen. Esas deudas llegaban casi a los cuatro mil rublos: mil quinientos por el caballo y dos mil quinientos de la fianza de su joven compañero Venetski, que había perdido ese dinero jugando con un tramposo en su presencia. Vronski había querido pagar en el momento, pues llevaba la cantidad encima, pero Venetski y Yashvín habían insistido en que pagarían ellos, porque Vronski no había jugado. Todo eso estaba muy bien, pero él sabía que en tan turbio asunto, en el que sólo había intervenido para responder de palabra por Venetski, necesitaba tener a mano esos dos mil quinientos rublos para tirárselos a la cara a ese fullero y no entrar en discusiones con él. Así pues, para hacer frente a la primera categoría de deudas, la más importante, necesitaba disponer de cuatro mil rublos. En la segunda categoría entraban deudas menos importantes, por un montante de ocho mil rublos. Estaban sobre todo relacionadas con su caballo de carreras: la cuadra, el proveedor de heno y avena, el entrenador inglés, el guarnicionero, etcétera. Para quitarse esa preocupación de encima bastaría con distribuir de momento dos mil rublos. En cuanto a la tercera categoría, en la que entraban las tiendas, los hoteles y el sastre, no le quitaba el sueño. En definitiva, le hacían falta al menos seis mil rublos, y sólo contaba con mil ochocientos. En principio, no eran deudas muy significativas para un hombre como Vronski, con cien mil rublos de renta, como le atribuía todo el mundo. Pero el caso es que no disponía ni mucho menos de tal cantidad. La enorme fortuna de su padre, que producía unos ingresos anuales de doscientos mil rublos, había pasado indivisa a los dos hermanos. Cuando su hermano mayor, que había contraído un sinfín de deudas, se casó con la princesa Varia Chirkova, hija de un decembrista[13], sin medios ni bienes de ningún tipo, Vronski le cedió todas las rentas de la fortuna de su padre, reservándose sólo una cantidad de veinticinco mil rublos anuales. Vronski le dijo entonces a su hermano que le bastaría con esa suma mientras no se casara, algo que probablemente no haría nunca. Y su hermano, comandante de un regimiento que exigía grandes gastos, y que además acababa de casarse, no pudo rechazar ese regalo. La madre, que tenía sus propios medios de fortuna, le pasaba veinte mil rublos más al año. Vronski se gastaba todo el dinero que recibía. En los últimos tiempos, la madre, descontenta de su relación con Anna y de su marcha de Moscú, había dejado de enviarle dinero. Como consecuencia, Vronski, que estaba acostumbrado a gastar cuarenta y cinco mil rublos y que ese año sólo había recibido veinticinco mil, se encontró en una situación bastante complicada. Y para escapar de sus apuros no podía pedirle dinero a su madre. La última carta de ella, que había recibido la víspera, le había irritado de manera especial, pues se había atrevido a insinuar que le ayudaría a alcanzar el éxito en el gran mundo y en su carrera, pero no a llevar una vida que escandalizaba a toda la buena sociedad. Ese intento de comprar su voluntad le había herido en lo más hondo y lo había distanciado aún más de su madre. Pero tampoco podía reconsiderar la generosa oferta que le había hecho a su hermano, aunque se daba cuenta, al sopesar con cierta vaguedad algunas de las consecuencias de su relación con Anna, que había actuado de manera irreflexiva, pues, aunque seguía soltero, era muy probable que necesitara esos cien mil rublos de renta. En cualquier caso, no podía echarse atrás. Le bastaba recordar a la mujer de su hermano, la dulce y encantadora Varia, que siempre que se le presentaba la ocasión le recordaba y le agradecía su magnanimidad, para comprender que era imposible revocar su decisión. Sería algo tan abominable como pegarle a una mujer, robar o mentir. La única solución, que Vronski adoptó sin vacilar, era pedir diez mil rublos a un usurero, algo que no ofrecía ninguna dificultad, reducir gastos y vender los caballos de carreras. Una vez tomada esa decisión, se apresuró a escribir una nota a Rolandski, que más de una vez le había propuesto comprarle los caballos. Luego envió en busca del inglés y del usurero, y destinó el dinero de que disponía a diversos pagos. Una vez resueltos todos esos asuntos, escribió una respuesta fría y seca a la carta de su madre. Luego, sacando de la cartera tres notas de Anna, las leyó de nuevo y las quemó. Recordó entonces la conversación de la víspera y se quedó pensativo.