Capítulo 5

Milenka no tardó ni diez minutos en soltarle a Lion que había una momia llamada señor Markus con Leslie. La pequeña le contaba todo al agente Romano, que, con su encanto particular, la embaucaba para que le contara todo lo que sucedía en aquella casa.

Lion sintió que se le avivaba el tic en el ojo. Tim salía de la caseta del jardín con los flotadores y los manguitos de Milenka, y no había oído nada. Pobre ignorante.

—Tim, te dejo a Lenka, ¿vale? Voy a hablar un momento con Leslie.

—De acuerdo —respondió él, que estaba hinchando los flotadores a pleno pulmón—. Pero ¿Leslie va a bajar? He traído smoothies y donuts para todos.

—Yo los guardaré para que nos los tomemos bien fresquitos, Tim —dijo Cleo mirando a Lion de reojo—. Ella está acabando de ordenar su botiquín de… medicinas. Ya sabes lo maniática que es con el orden.

Tim sonrió y asintió.

—¿Dónde están? —le preguntó Lion a Cleo.

—Arriba, en la habitación de invitados —contestó en voz baja.

Lion le dio una cachetada en la nalga y ella se quejó.

—¿Y eso? —preguntó frotándose la piel.

—Por no decírmelo —le contestó él mientras se alejaba.

—Romano… Si supieras las cosas que no te digo… —le insinuó provocadora, riéndose de él.

—No te preocupes, bruja. Luego te las sacaré una a una. —La miró por encima del hombro y le guiñó un ojo.

Lion desapareció por la puerta del salón. Cleo suspiró de amor.

—Qué hombre, por Dios.

***

—Si está ahí adentro, quiero hablar con él.

Leslie negó con la cabeza. Había cerrado la puerta y se había atrincherado para proteger al ruso de la ira de Lion.

—Ahora no, Lion. Ha tenido un pequeño desfallecimiento al ver a Milenka. Dale un margen. Necesita comer algo y encontrarse mejor. Esta noche venís a cenar y hablamos con él.

—Ese hombre —señaló la puerta— podría ser el culpable del atentado contra los coches de los federales, Les. Montgomery está en coma con un balazo en la cabeza, y un montón de compañeros más han muerto.

—Él no lo hizo.

—Sé que no lo hizo.

—¿Entonces? ¿Por qué dudas?

—¡Porque tengo que hacerlo! ¿Tú le crees?

—Sí.

—¿A ciegas?

—Sí, Lion. A ciegas —contestó sin dudarlo ni un ápice.

—Esto no me gusta… Parece que nos estemos ocultando de la organización que se supone que debe protegernos.

Lion estaba contrariado. Se suponía que no podía formar parte de complots ni ocultar información de ese tipo. Markus estaba en búsqueda y, posiblemente, captura por la CIA y el FBI; aun así, ellos lo ocultaban en una preciosa habitación en Nueva Orleans.

Pero, por otra parte, nunca había dudado de la intuición de Leslie y de su convicción. Si ella creía en Markus, sus razones tendría, y seguro que eran de peso.

Leslie era su mejor amiga. Tenía que confiar en ella.

—Si hay algo que aprendí de la misión en los reinos olvidados es que no puedes confiar en nadie —aseguró ella. Vladímir Volsov, el inspector jefe de Markus, era un claro ejemplo de lo que podía llegar a corromper la mafiya—. Markus tiene información, Lion. Información muy importante.

—¿La has encontrado?

—No. Cuando llegó a casa, parecía Tom Hanks en Náufrago. Solo llevaba consigo la andrajosa ropa que vestía. Nada más.

—Tuvo que llegar de algún modo. Tal vez lo guardara en su coche o…

—Vino en uno de los autos que se vieron afectados en las explosiones de Washington. Él se ocultó en la azotea de uno de los edificios de la 233, la carretera de acceso al aeropuerto, donde ocurrió todo.

—¿Y qué coño hacía ahí? —Se frotó la cara con nerviosismo—. Eso lo coloca en el lugar equivocado en el momento adecuado. No podemos obviar que es sospechoso de ser el responsable del atentado.

—No, Lion. Markus quería acabar con Yuri él mismo. Sabía cuándo lo iban a trasladar porque disponía de esa información. Presenció el atentado en primera persona. Según me ha contado, cogió el Dodge del conductor herido y viajó con él. Cuando entró en Luisiana, continuó hasta Nueva Orleans, y una vez aquí dejó caer el coche al Misisipi. El resto del trayecto hasta Tchoupitoulas lo hizo andando.

—Esto es un marrón y huele a mierda, Les.

—No lo dudes. Lo único que sé es que quieren coger a Markus como chivo expiatorio. No hay nadie que lo pueda proteger. Montgomery está en coma y Spurs sospecha de Markus porque está tan perdido que necesita señalar a alguien. Estamos hablando de un suceso que salpica directamente la competencia del FBI, de la Fiscalía, de la CIA y de cualquier organismo de inteligencia que se encargue de la seguridad ciudadana y que trabaje contra la mafiya. Están embarrados, ¿comprendes? Esto ha sido una gran cagada y necesitan una cabeza de turco. Van a por Markus. Van a por el hombre equivocado.

Lion escuchó con atención a su amiga. Lo cierto era que aquello olía mucho, y el único que tenía respuestas era el ruso.

—¿Cómo burló el sistema de seguridad de esta casa? —preguntó él impresionado.

—No lo sé. Simplemente, lo hizo.

—Claro. —Sonrió, irritado. Clavó su mirada azul clara en la puerta blanca por última vez y añadió—: Esta noche, Les. No paso de esta noche. O el ruso me cuenta todo lo que sabe, o seré yo quien se encargue de él.

Lion se alejó de la planta superior en la que estaban las habitaciones, bajo la atenta mirada de Leslie.

No dudaba de que Lion cumplía todas sus promesas y amenazas. Sin embargo, lo que Romano no sabía era que, esta vez, era mejor tener al Demonio como amigo que como enemigo.

Porque lo que diferenciaba a Lion de Markus era que el primero tenía escrúpulos. Al segundo, ya no le quedaban.

***

El día había transcurrido con aparente normalidad. Leslie actuó con la mayor naturalidad posible, aun a sabiendas de que tenía a un fugitivo en su casa.

Le subió almuerzo, comida y merienda para que recuperara fuerzas, y le dio la medicación pertinente.

—¿Dónde está la niña? —preguntó él cuando le retiró la bandeja del desayuno.

—Está abajo, con Tim.

El ruso la miró de arriba abajo y se embebió del cuerpo de Leslie. Se estaba recuperando de unas heridas aparatosas, pero la presencia de esa mujer cuidando de él era como magia sobre su cuerpo. Cuando se acercaba y olía su peculiar perfume, la polla se le ponía tan dura como una roca, cuando no debería tener fuerzas ni para mear.

Pero Leslie provocaba eso en él.

Desde que la conoció, estimulaba su cuerpo y su mente calenturienta a niveles que lo sorprendían y lo asustaban.

Cansado, había dejado de luchar contra eso.

—¿Quién es Tim? —preguntó seco.

—Tim Buron. Agente de policía de la comisaría de Nueva Orleans. Es compañero de Cleo y…

—¿Y qué hace aquí?

Leslie se detuvo frente a él, con las bandejas vacías en las manos. Alzó una ceja negra y se encogió de hombros.

—Viene a vernos. Es amigo de Milenka.

Esta vez, el ruso asintió y miró hacia abajo, hacia las sábanas que cubrían sus piernas.

—¿Ha preguntado algo sobre mí?

Leslie parpadeó sorprendida.

—¿Quién? ¿Tim?

—¿Me tomas el pelo, vedma?

Leslie sonrió.

—Por ahora cree que eres una momia. De vez en cuando, mira hacia el balcón de la habitación. Espera que te asomes, creo.

—Ya veo.

¿Era una sonrisa lo que se dibujaba en sus labios? ¿Una sonrisa de ternura? Dios. Leslie quería hacerse nudos en las bragas para que no se le cayeran.

—¿Quieres que suba a verte? Si quieres le digo que venga y…

—No —negó él rápidamente—. No hace falta.

—Como quieras, Markus. —Decepcionada, se dio la vuelta. ¿Cómo era posible que ese hombre no quisiera hablar con su hija?

—Les.

—¿Sí?

—¿Sigues muy enfadada por lo ocurrido en el Alamuerte? —Ella no contestó, y eso bastó como respuesta—. Tienes ganas de darme una paliza, ¿verdad, superagente?

—No lo sabes tú bien… —murmuró—. Pero estás convaleciente. No puedo darte la tunda que te mereces.

A Markus le entraron ganas de reír. Leslie había sido instruida para ser ama. No dudaba de que sus dotes dominantes serían exquisitas. Sin embargo, aún no le había dado la oportunidad de mostrarlas.

Tal vez porque él fuera mucho más dominante que ella. O puede que fuera porque no le había dado ninguna oportunidad en nada.

A Markus no le gustaba ponerse en manos de nadie.

—Por supuesto —asintió Markus—. Cuando esté bien, seguro que me la darás… Pero ¿te puedo pedir algo?

—Depende.

—¿Te quedas un rato conmigo?

Él levantó la mirada y sus ojos transmitieron una necesidad que demolió el corazón de la agente.

—¿Por qué no te sientas a mi lado y me cuentas cómo es la cría? —Se echó a un lado del colchón y le dejó sitio.

¿Markus le estaba poniendo caritas? ¿Así? ¿De repente? Con aquel pelo a lo loco y su rostro cansado, tan lleno de vendas por todas partes… Ella no le podía decir que no.

«Patética, superagente —se dijo a sí misma—. Eres patética».

Asintió como un robot y arrastró los pies hasta su cama. Dejó la bandeja vacía sobre la mesita de noche y se sentó a su lado, como si tuviera todo el derecho a estar con él de aquella guisa.

—¿Qué quieres que te cuente?

—Todo —contestó él tragando saliva—. Desde que la recogiste.

Leslie obedeció sin rechistar, iluminada por el interés de Markus. Menos era nada, ¿no?

Y se dio cuenta de que aquel era el momento emocionalmente más íntimo que habían compartido hasta la fecha.

—En definitiva, Markus: tienes una hija muy dulce, con un don de gentes espectacular. Todos la adoran.

—Ya veo.

—Por supuesto, no ha salido a ti. No tiene ni pizca de ogro.

—No —coincidió él, pensativo—. Dina tampoco era ni tan cariñosa ni tan risueña como ella.

Leslie no esperaba que nombrara a su mujer de aquel modo, pero se quedó callada y lo estudió con atención. Al recordar a Dina se ponía serio, pero no melancólico. Y, aun así, a ella le hacía daño.

«Fantástico. ¿Ahora tienes celos de una muerta? No eres solo patética. También eres una zorra», se recriminó.

—¿Te la quieres quedar? —preguntó él, así, de sopetón.

—¿Perdón?

—A la cría. ¿Te la quieres quedar?

¿Cómo le decía a Markus que ella ya la consideraba suya? ¿Que, en caso de que él no hubiera regresado, Leslie la habría adoptado? ¡Hasta había reclamado los papeles de adopción!

—¿Si me la quiero quedar? ¿Cómo quien regala unas camisetas?

—Cuando todo esto pase… —le dijo muy serio—. Cuando tú y Milenka estéis a salvo, he pensado que, tal vez, te podrías hacer cargo de ella como su mamá.

A Leslie el cerebro se le cortocircuitó.

—¿Me estás pidiendo que me quede con vosotros? Markus y ella tenían mucho de que hablar, pero la idea de quedarse con él y la niña era más de lo que podía pedir. Ahora el ruso le estaba pidiendo que formara parte de ellos.

Markus pestañeó repetidas veces.

—¿Con nosotros? No. Con ella. Que te quedes con ella. Yo no pinto nada ahí.

Entonces esos segundos de esperanza se tornaron oscuros y depresivos. Ese cretino le estaba ofreciendo a su hija, pero él no se involucraba.

—¿Cómo dices, Markus?

—Ya sabes lo que he dicho.

—¿Insinúas que, cuando todo pase, te irás? —preguntó con frialdad y la espalda muy erguida.

—Es una niña limpia y pura. No tiene esas cosas feas…, desagradables a su alrededor. ¿No lo ves? No sé formar parte de… esto. Yo atraigo cosas malas. Es mejor que, mientras esté aquí, ella no se acerque a mí.

—¿Y crees que, si te alejas, lo feo y desagradable no llegará a Milenka? ¿Eso crees, estúpido?

—No me insultes.

—Sí te insulto. El mundo está lleno de cosas horribles, y estoy convencida de que tú protegerías a tu hija de ellas. No le transmitirías nada malo. ¿Cuántos traumas tienes, eh? —Le golpeó la sien con el índice.

—No quiero esto —replicó a la defensiva—. En realidad, no quiero nada de esto. Ni una familia. Ni una mujer. Quiero estar solo. Es mejor así.

—Solo, ¿eh? Así nadie te molestará. Así no tendrás preocupaciones. Solo tu soledad y tu miseria.

—Leslie… es mejor que ni tú ni ella os acerquéis demasiado a mí. Yo os protegeré. Esa es mi misión. Y, cuando esté seguro de que nada ni nadie os acecha, entonces, os dejaré libres.

Dios, Markus se creía que estaba condenado. Condenado a estar solo, condenado a hacer daño a los demás, incluso sin quererlo. ¿Cuánto daño le habían hecho?

Leslie se llenó de pena y de decepción, pero, al final, la decepción le pudo más.

—¿Que nos dejarás libres? ¿Cómo en el padrenuestro? ¡¿Líbranos del mal?! ¡Memeces! —contestó ella levantándose de golpe de la cama y recogiendo la bandeja como un vendaval—. ¡Solo sabes decir memeces! Joder, Markus…, no sabía que me podías decepcionar tanto. Yo… no tenía ni idea.

—¿No tenías ni idea de qué?

—No pareces eso…

Él gruñó e insistió.

—¿Qué es lo que no parezco?

—No pareces ser un niño asustado y cobarde. No pareces ser un irresponsable egoísta… Por tu aspecto, parece que te comerías el mundo, pero…, pero no.

—Leslie…

—No quiero oírte hablar más. —Abrió la puerta con el pie y el pomo metálico golpeó la pared—. Eres todo lo que no aparentas. No tienes esa cresta por ser un gallo peleón —le soltó antes de cerrar—. La tienes ahí arriba porque… ¡eres un maldito gallina!

¡Zas! Cerró de un portazo y dejó a Markus confuso ante aquel comportamiento tan visceral.

¿Y qué esperaba? Leslie era una mujer con unos principios sólidos, capaz de pensar en una familia. Y él estaba dando la espalda a la posibilidad de crear una.

¿Por el bien de ellos?

¿Por miedo?

Ya ni siquiera lo sabía. Hacía tiempo que huía de vincularse a los demás y había olvidado por qué se comportaba así.

Tal vez porque todos a su alrededor mentían. O porque mentía él.

¿Importaba?

—Por cierto. Tienes ropa en los armarios —dijo Leslie abriendo la puerta de nuevo, sin mirarlo—. A las nueve y media bajarás a cenar y compartirás la información de la que dispones con nosotros. El agente Romano y la agente Connelly vienen a cenar.

—¿Puedo confiar en ellos? ¿Son de fiar?

—¿Que si son de fiar? Mucho más que tú, ruso. Mucho más que tú —contestó ella, resentida.

Cuando volvió a cerrar la puerta, Markus se sintió frustrado y culpable, al ver que, por su culpa, la mirada de Leslie brillaba con unas lágrimas que no se atrevía a derramar.

***

A la hora que le había dicho, Markus bajó a cenar. Leslie vestía unos pantalones muy cortos de color negro y una camiseta de tirantes que se ceñía a su pecho y a su cintura. Llevaba una coleta alta. Parecía Lara Croft, pero sin trenza. Ni siquiera lo miró.

Al otro lado de la mesa, Lion y Cleo, sentados el uno al lado del otro, lo observaban de arriba abajo.

Ella con interés, él con desconfianza.

Markus había pillado lo primero que había encontrado en los armarios. Una camiseta rosa con una calavera negra en medio y unos tejanos oscuros y desgastados. En los pies, solo unas sandalias negras de G-Star. Leslie le había comprado todo un vestidor. De nuevo, la agente le había dejado sin palabras.

Nadie le había comprado nada desde… nunca. Y Leslie no solo le compraba cosas, sino que, además, le cuidaba, le alimentaba, le curaba y le cambiaba los vendajes.

Era como una madre. Una madre a la que se querría follar, así que mejor cambiaba el símil…

—Aquí está: el hombre más buscado del país —dijo Lion en tono irónico—. Con una camiseta rosa…

—Romano —saludó a Lion—. Khamaleona. —Miró a Cleo con más suavidad.

—Markus —lo saludó ella con una medio sonrisa.

—Siéntate —le pidió Leslie sin mirarle, retirando la silla con el pie.

—¿Estás mejor de tus heridas? —preguntó Cleo.

—Sí, mejor —contestó él ocupando su silla.

En el centro de la mesa, un surtido de ensaladas, carnes a la plancha, judías rojas y pollo criollo esperaba a que alguien les empezara a hincar el diente.

Cleo se echó a reír al ver la cara con la que Markus miraba toda aquella comida.

—Has tenido que cabrear mucho a Les. Cuando se enfada, se pone a cocinar como una loca. Ha heredado esa costumbre de mi madre.

—¿A ti no se te ha pegado nada, cariño? —le preguntó Lion.

—¿A mí? —preguntó Cleo, asombrada—. Yo lo que hago es el otro cincuenta por ciento. Ellas cocinan, yo me lo como, machote.

Markus se sintió extraño al cenar con ellos. Hacía mucho que no compartía nada tan hogareño con nadie, sin presiones, sin negociaciones de por medio. Sin embargo, ellos estaban ahí con él porque querían aquella información, no porque lo desearan ni les cayera bien.

Miró alrededor en busca de Milenka.

—No te preocupes —le dijo Leslie en voz baja—. Está durmiendo. Las posibilidades de que sufras un ictus son mínimas. No te molestará. —Lo miró con ojos asesinos y después le sirvió el plato con arroz, judías y pollo criollo. Soltó los cucharazos con fuerza, haciendo que la madera repiqueteara en la cerámica.

Markus se sintió mezquino. Como un miserable. Todo lo que le había dicho en la habitación parecía que sonara como si ver a la niña lo irritara… Pero no era así. De hecho, todavía no sabía cómo se sentía al respecto. Todo lo que le había contestado Leslie le había hecho pensar y meditar sobre algunas cosas.

Durante la cena, los acompañó la música ambiente de The Passengers y su Let her go. Leslie tenía el iPod conectado a una estación de radio retro DAB de la diseñadora Emma Bridgewater.

Al parecer, a las Connelly les gustaba ese estilo. Markus todavía recordaba la estación de desayuno tres en uno que había en la casa de Cleo.

—Antes de que nos cuentes todo lo que has descubierto —dijo Lion llevándose el tenedor lleno de ensalada de patata a la boca—, me gustaría saber cómo sorteaste el sistema de alarmas de esta casa.

—Hay una zona ciega —contestó sin más preámbulos—. Una zona sin cubrir. En línea recta es la que va desde la puerta trasera del salón al jardín y al árbol. —Con los dedos dibujó una línea—. Cuando llegué aquí, me fijé en cómo rotaban las cámaras. Esa zona no se podía coger.

—¿Cómo supiste que Leslie vivía aquí?

—No lo sabía. Pero al caminar por Tchoupitoulas vi el coche de Cleo en la entrada.

Lion alzó una ceja y cogió su cerveza.

—Debiste estar un buen rato esperando hasta que nos fuimos.

—El suficiente. —Suficiente eran cuatro horas.

Markus devoró la comida de su plato. Contestaba apenas sin mirar a nadie.

Lion no dejaba de observarle.

Cleo estaba impresionada.

—¿Quieres más? —le preguntó Leslie, inusualmente seria—. Coge más. No te quedes con hambre.

—Creo que nunca había visto a nadie comer con tantas ganas como Markus —aseguró Cleo, que le dio un sorbo a su cerveza.

—No has visto nada —murmuró Leslie.

—Dime, Markus —insistió Lion. No estaba dispuesto a pasar un minuto más sin saber—. ¿Qué fue lo que sucedió en la carretera del aeropuerto de Ronald Reagan en Washington? ¿Hasta qué punto estás lleno de mierda? Ten en cuenta que, si descubro que estás mintiendo —se inclinó hacia delante—, seré yo quien te lleve a prisión.

Markus se sirvió otro plato más, indiferente ante el tono de Lion.

—¿Tú y cuántos más como tú? —preguntó él de golpe.

Lion inclinó la cabeza a un lado. Sus ojos azules se oscurecieron, pero, antes de que el león saltara, Cleo le colocó una mano en el muslo para tranquilizarlo.

—Deberías meterte un trozo de pollo en la boca —le dijo ella advirtiéndole que no quería peleas en casa de su hermana—. Toma. —Al ver que Lion seguía enseñando los colmillos, ella misma se lo llevó a los labios. Su novio, barra amo, barra agente, deseaba arrancarle la cabeza a Markus—. Mastica.

Markus se echó a reír y Leslie lo miró de reojo.

—Tienes mal carácter, Lion —le provocó.

—Cállate ya, ¿quieres? —Leslie le pellizcó el muslo con fuerza, y Markus se quejó.

—¿Qué haces?

—Para, o la próxima vez te estrujaré otra cosa.

Él siguió comiendo. Cuando se sintió lo suficientemente saciado, después de lanzarle sonrisitas victoriosas a Lion, dijo:

—El disco duro de Vladímir está en el árbol. Lo dejé ahí cuando violé el patético sistema de seguridad de Lion.

—Hijo de puta —susurró este.