A las cuatro de la mañana, mientras todos dormían, cinco agentes estaban reunidos en el salón de la casa de Leslie Connelly, a punto de desvelar los códigos y las conversaciones desencriptadas que contenía el disco duro que Markus Lébedev había sustraído del Alamuerte.
Milenka dormía en el sofá, acompañada de Rambo y de su inseparable peluche Pascal.
Los adultos estaban sentados alrededor de la mesa blanca de madera, que tenía una bandeja rotadora en el centro, ubicada en un rincón especial del salón en el que había una librería y unas vistas completas del jardín. Una jarra de café con hielo y limón, y una tarrina de helado de nata pasaba de comensal en comensal como si se tratara del mostrador de un restaurante japonés.
Lion les había explicado todo lo que había hablado con Magnus. Este era un buen amigo de Cleo y no querían involucrarlo más de la cuenta. Pero lo cierto era que tenían que informarle de lo que estaba pasando, pues él siempre estaría ojo avizor y al final no se le escaparía nada. Y no querían levantar sospechas ante él. Así que el agente Romano le había contado toda la verdad, al margen del agente Tim Buron, que insistía en ver a Leslie y a la cría. Y a cambio de su silencio, Lion le ofreció la posibilidad de ascender de rango dentro del cuerpo de policía no solo de Nueva Orleans, sino estatal.
—No me jodas, Romano —le había espetado Magnus—. Ya me metiste en un problema cuando me encontré al hijo de los D’Arthenay deformado por completo en el jardín de la casa de Cleo. Tu novia me pidió que montara vigilancias por Tchoupitoulas y eso he hecho. Han saltado las alarmas de la torre de Leslie y a eso he venido, a averiguar qué sucede. No vuelvas a decirme que no pasa nada porque no me lo trago. Con vosotros —le había señalado la nariz—, siempre pasa algo.
Lion había metido a Bromsom en la caseta del jardín, pero no podían tener un cadáver fermentando el suelo de la casa. Además, el olor llamaría la atención tarde o temprano.
—Magnus —Lion se acercó a él con actitud confidente y le puso una mano en el hombro—, sabes que no pondría en peligro a las Connelly, ¿verdad?
—Lo sé. Pero quiero transparencia. Nueva Orleans es mi territorio, ¿comprendes?
—Sí, lo comprendo. Pero lo que sucede está por encima de tu jurisdicción. Ya sabes que soy agente federal, ¿verdad, tío? —Lion intentó apostar al colegueo que no tenían, aunque sí que se tenían un gran respeto profesional.
—Lo sé. Te huelo, Romano. No me engañas.
—De acuerdo. Escúchame bien: si me ayudas en esto, tengo un billete directo para tu ascenso. Es algo muy gordo y estamos a un paso de desmantelarlo.
—¿Cómo de grande sería la porción que me toca?
—Enorme —le había asegurado.
Los ojos, que eran inusualmente claros para alguien de color oscuro, se entrecerraron con interés.
—Dímelo ya.
—No. Debes tener paciencia, Magnus. Déjame veinticuatro horas más y te diré lugar y hora para que lleves a tu equipo.
A Magnus pareció convencerle la idea. Después de darse la mano como caballeros, pero cruzándose las miradas como pistoleros, Lion le sujetó antes de que él se soltara y le preguntó:
—Por cierto, necesito que me saques un muerto de encima.
—Espero que sea en sentido figurado, Romano.
—No, lo es en sentido literal.
—Eres un hijo de puta…
Después de eso, Magnus le había ayudado a retirar el cuerpo de Bromsom. En ese momento, ya no había rastros de allanamiento de morada en casa de Leslie.
—Entonces, ¿vas a darle la operación de los contenedores a ese tal Magnus? —le preguntó Markus, que no las tenía todas consigo.
—Sí. Necesitamos que colaboren, no que nos vean como enemigos. Y es un modo perfecto para hacer las paces entre nuestras jurisdicciones. —Miró a Cleo de reojo, y esta sonrió al comprender el significado de esas palabras: «Magnus, te robé a la chica que nunca fue tuya, pero, a cambio, te ofrezco un ascenso fulminante».
Después de eso, leyeron lo que les había imprimido Nick.
Despeinados, cansados y algunos malheridos, se centraron en la información apenas sin parpadear, pasmados y confundidos ante lo que tenían delante.
—Esto asusta —apuntó Leslie pasándose las manos por el pelo y sosteniéndose la cabeza—. La mafia rusa está tan metida en nuestro país que parece que lo controla todo. En este informe hay conversaciones y números de teléfonos de jueces de renombre, fiscales y gente del Gobierno…, personas que se suponía que debían protegernos…, pero que, en vez de eso, se han vendido.
—La mafia rusa extorsiona y, además, resulta atractiva. Si trabajas para ellos, te pagan muy bien —aseguró Markus admirando al detalle el informe de Nick—. Sabía que Suzanne Rocks estaba ahí metida. La fiscal de Washington no podía dar una orden así, sin sentido, en tan poco tiempo, a no ser que le movieran otros intereses. Phillip Saint James, el fiscal de Baltimore; Stuart Klauss, el fiscal de Norfolk; y Rudd Folk, de Newport News. Y el plato fuerte, Robert Dival, el fiscal jefe de Nueva Orleans. Todos y cada uno de estos fiscales han reducido penas por blanqueo de dinero y tráfico de drogas a los culpables de origen ruso o ucraniano, con el apoyo de los jueces que aquí se mencionan. A algunos de estos mafiosos los han deportado libres a sus países; a otros ni siquiera les cayó condena. Muchos de ellos están relacionados con las bratvas del Este. Los expedientes de todos estos fiscales no están claros… —Markus sacudió el manojo de folios—. Y viendo esto, entiendo el porqué.
—Bromsom y Harrelson, los dos agentes que hemos identificado hoy —explicó Lion—, trabajaron como guardaespaldas de Suzanne Rocks. Ahora están en otro departamento en seguridad ciudadana. Son la mano derecha del comisario Ed Cartledege, cuyo nombre también aparece en las conversaciones entre Yuri Vasíliev y del Mago.
—Joder, qué escándalo. Aunque debo matizar que Bromsom ya no está en nada. —Leslie, afligida, dio vueltas a la bola de helado que había echado en el café y que lo tintaba de blanco—. Yo le he matado.
—Ha sido en defensa propia, Les. —Cleo le acarició la espalda—. Yo también habría matado a Bromsom si me hubiese intentado estrangular. La cuestión es que Rocks los mandó —concluyó Cleo—. Quiere una parte del pastel, como todos los demás fiscales.
—¿Y el resto? ¿Qué hay de todos los nombres que aparecen en todas estas conversaciones? —preguntó Leslie revisando el informe—. ¿Son agentes de la autoridad?
—Son agentes destinados en aduanas portuarias. Directores del Servicio de Vigilancia Aduanera —concluyó Markus—. Si os fijáis, Yuri utiliza contenedores ubicados en puertos para mover su mercancía. Se supone que mañana por la mañana hará entrega del contenedor de botellas de ron con popper que tiene en el puerto de Nueva Orleans. Los fiscales jefes involucrados, excepto Suzanne Rocks que está en Washington, pertenecen a puntos de los Estados Unidos con zonas portuarias. Si Yuri y el Mago se mueven a través de buques de carga marina, necesitan que los directores den el visto bueno a lo que tienen y pasen la carga con legalidad, y para ello el Servicio de Vigilancia Aduanera debe hacer la vista gorda. Por eso, todos estos nombres guardan relación directa con los puertos de Baltimore, Norfolk, Newport News y Nueva Orleans. Están metidos hasta las rodillas. Acabamos de descubrir uno de los caminos que utilizan para traficar en Estados Unidos.
—La aguja en el pajar —murmuró Lion con ojos brillantes.
—La aguja en el pajar —sentenció Markus—. El hecho de que Nick haya hecho una copia del disco duro y de que el tercer agente se haya llevado el falso sin descodificar hace que ganemos tiempo para ocultarnos. Pero lo que está claro es que los fiscales están mosqueados, y Rocks, que lo sabe todo y mueve mareas para conseguir lo que se propone, ya ha mandado a sus recaderos. Si nos ha localizado, Yuri y los suyos están al caer, no tardarán en aparecer. Y lo único que podemos hacer para hacernos con pruebas concluyentes, además del disco duro, es esperar a que hagan el intercambio y pillarlos a todos con las manos en la masa.
—¿Y si mientras esperamos los rusos vienen a por nosotros? —preguntó Nick, que engulló parte de su helado de nata—. No es que me preocupe ni nada de eso… Pero tendremos que irnos de aquí.
—Lo que no entiendo es… —señaló Cleo, concentrada en las hojas—. Si hay un fiscal corrupto en Nueva Orleans y Yuri tenía su contenedor aquí…, y su reunión con el Mago también era aquí, ¿por qué no pidió el traslado a Parish, la cárcel de este estado? Mata a Belikhov, obtiene la información y no tiene que hacer tantos viajes —sentenció.
—Porque la orden de mantener a Yuri en Washington —contestó Markus— venía de estancias superiores que Suzanne no podía desacreditar. Además, la estrecha relación que une a Spurs y Montgomery con el fiscal general de los Estados Unidos hizo que este oyera la recomendación de encarcelar a Yuri en Washington y después desplazarlo a las cárceles especiales de aislamiento perpetuo. Y la palabra del abogado en jefe del Gobierno de este país es ley. Además, es desde Washington desde donde se da la orden de trasladar a los presos de las cárceles de alta seguridad. Sin embargo, aunque Suzanne no podía trasladar a Yuri a Nueva Orleans, sí que podía movilizar de nuevo a Belikhov a Washington, con la excusa de que Yuri se iba y de que Parish no contaba con el equipo necesario para su recuperación. Necesitaban a Belikhov para dar el cambiazo, ¿comprendéis?
Los cuatro asintieron. Lo comprendían perfectamente.
Entendían que todo estaba orquestado por personas que ocupaban puestos importantes.
Comprendían que no se podía hacer justicia cuando todos se envenenaban a causa de la ambición y de la avaricia de aquellos que violaban las leyes.
¿Cómo iban a acabar con la mafiya si los que debían cumplir la ley e implantar justicia eran unos corruptos?
—En Rusia sucede lo mismo —aseguró Markus—. Pensad que esta gente no puede avanzar si no les abren las puertas las personas adecuadas. Pero si se las abren…, entonces, los demás, el mundo en general, está perdido, porque estos grupos harán y desharán a su antojo.
—Detenerlos y cortarles las alas parece utópico e inviable. —Leslie se levantó de la mesa y pasó por el lado de Markus sin mirarle—. Pero estoy deseando que sea pasado mañana.
—Será peligroso, Les —advirtió el ruso—. Dos tráileres con explosivos modificados para uso militar están a punto de caer en manos de un tipo que es uno de los señores de la guerra más sanguinarios y buscados por la CIA y por otras organizaciones gubernamentales de todo el mundo. Lo tendremos a tiro, pero no nos lo pondrá fácil.
Leslie abrió el armario de la cocina en el que guardaba los hidratos y los azúcares y cogió una caja de Donettes de veinticuatro. La abrió, la ofreció a todos y se llevó uno a la boca. Aún con el bollo entre los dientes, insistió:
—Estoy deseando que llegue pasado mañana. No me gusta esta situación. —Masticó saboreando el delicioso chocolate—. Odio que me amenacen. Y odio que hayan entrado en mi casa y que hayan asustado a Milenka. Odio que…
—Vaya…, estás llena de odio —murmuró Markus cogiéndole uno de los Donettes.
Ella dejó que cogiera uno, pero lo fulminó con la mirada.
—No te imaginas cuánto odio puedo llegar a almacenar —le dijo entre dientes.
Markus se tensó, pero se llevó el Donette entero a la boca y sonrió como siempre hacía cuando lo provocaban o le recriminaban por su actitud.
—Tenemos que prepararnos. Nos iremos de aquí, a las afueras de Nueva Orleans, a poder ser —sugirió Lion—. Al menos hasta que Petrov y Yuri se encuentren y podamos cogerlos.
—Preparad las cosas y cerrad la casa con llave —dijo Markus—. Nos vamos. —Arremetió con otro Donette más—. ¿Has buscado algún lugar en el que ocultarnos?
Lion asintió, muy serio.
—Sí. Nos esperan por la mañana.
—A mí me parece bien. Pero hay algo más —dijo Nick.
Todos le escucharon con suma atención.
—Markus me pidió que anulara los billetes de vuelta de vuestros padres —explicó confundido, mirando a Cleo y a Leslie.
—¿Y lo has hecho ya? —preguntó la morena.
—Entré los vuelos que vienen mañana desde Italia, pero no había ningún Charles Connelly a bordo.
—¿Cómo que no? ¿Qué quieres decir con eso?
El teléfono de Leslie sonó ruidosamente con la sintonía de Tiburón. Lo había dejado sobre el otro sofá, al lado de donde dormía la pequeña Lenka.
Miró a Cleo, que le devolvió la mirada. Esas horas no eran normales para llamar. Solo conocían a una persona que se atrevería a hacerlo. Entonces, con el vínculo telepático que solo unas hermanas tan unidas podían poseer, dijeron al mismo tiempo:
—Mamá.
***
Ambas corrieron a coger el teléfono, pero Leslie fue más rápida: se tiró en plancha a hacerse con el trofeo. Lo descolgó al tiempo que se retiraba el pelo de la cara.
—¿Mamá?
—Ah, ¿ahora soy tu madre? —preguntó la voz remilgada de Darcy.
—Mamá. —Suspiró, más tranquila—. Llevamos dos días intentando localizarte. ¿Dónde te has metido? ¿A quién se le ocurre salir de Estados Unidos sin un teléfono con llamadas internacionales?
—Pues a nuestros padres —musitó Cleo, con la oreja pegada en la parte posterior del móvil de Leslie.
—No me des el sermón, jovencita. Estoy tan disgustada contigo —dijo con reproche—. Me he tenido que enterar por boca de la madre de Tim Buron, que su hijo y tú tonteáis y que…, y que…
—Darcy, tómate la pastilla de la tensión —decía a lo lejos su marido, Charles.
—Mamá, haz caso a papá y no te sulfures. ¿Dónde estás? ¿Cuándo habéis llegado? ¿No llegabais pasado mañana?
—Sorpresa —contestó con amargura—. ¿Dónde demonios está mi nieta? La madre de Tim me llamó hace nada…
—¿Quiéeeeeen? —¿Ya sabía lo de Milenka?—. Pero ¿qué horas son estas para llamarte? ¿Está loca? ¡Son las cuatro y media de la madrugada! ¿Y qué horas son estas para llamarme a mí?
—Cállate, niña. La mujer creía que seguía en Italia. ¡¿Me han dicho que tienes una niña?! ¡¿Cuándo pensabas decírmelo, desagradecida?! ¿Por qué siempre soy la última en enterarme de todo?
—¿La última? Mamá, ríete de Sherlock Holmes. A tu lado es un mindundi. Si no estás en Italia, ¿dónde demonios estás?
—¿Y mi nieta? ¿Te has comprado la casa de Tchoupitoulas?
—Darcy, céntrate. ¿Dónde estás?
—Aquí. En el aeropuerto de Nueva Orleans. Hemos venido un día antes para no preocuparos.
Leslie cerró los ojos y se puso una mano sobre la frente. No podía comprender cómo su madre, nada más pisar el aeropuerto de Nueva Orleans, sabía tantísimas cosas.
Pero lo entendía si Radio Macuto, conocida como la madre de Tim Buron, la llamaba constantemente. Su madre debía cambiar de amistades a la de ya.
Tampoco podía creerse que tuvieran la mala suerte de tener a sus padres ahí, en ese preciso momento, cuando estaban envueltos en uno de los casos de tráfico de drogas y armas más sonados de la última década. Y cuando Yuri y el Mago ya debían estar tras ellos.
—¿Va a ser la mamá de Tim mi nueva consuegra? Me encanta Tim.
—¿Te encanta Tim? Ya, claro… Y también te gustaba Anthony Hopkins hasta que te creíste demasiado su papel de Hannibal Lecter.
—Qué malo. Se me pone la piel de gallina con solo recordarlo. Pero Tim es ideal para ti.
—Ideal para mí… Sí. Mamá, no digas tonterías.
—¿Te vas a casar?
—Mamá, basta.
—Tenéis una hija, ¿no? Una niña de la que… ¡yo no sé nada! —gritó.
—Tim y yo no tenemos nada. Y de Milenka te hablaré…
—¿Milenka? Qué nombre más bonito. Me suena a Milkybar.
Leslie no se había detenido a pensarlo, por lo que la ocurrencia de su madre le hizo gracia.
—Bueno, ¿cuándo es la boda?
—No habrá boda.
—Tonterías.
—¡Tonterías las tuyas, mamá! ¿Dónde estáis? ¿Os paso a recoger? ¿Y el señor Connelly? Pásamelo. Necesito hablar con alguien que no tenga TDA.
—Tu padre está con jet lag. No se puede poner.
—No es verdad —decía la voz grave de su adorable padre con tranquilidad y resignación.
Cleo agrandó los ojos y miró a Lion, al tiempo que negaba con la cabeza, como diciendo: «Mi familia está loca y me quiero cortar las venas».
Markus y Nick fruncían el ceño, sin entender nada de la conversación.
Y fue ese momento cuando Lion decidió coger el teléfono de manos de Leslie y carraspeó con inocencia.
—Mamá Darcy.
—¡Lion! ¡Mi yerno querido! ¡¿Qué haces a estas horas con Leslie?! ¿Estás en su nueva casa?
—Sí. Mamá Darcy, escúchame bien.
—Dime, querido.
—Mis padres pasarán un par de días en la casa de cotton fields. Me han dicho que quieren que vayáis —mintió. Necesitaban tener a sus padres a salvo. Y si estaban los cuatro juntos, mejor que mejor—. No puedes decirle que no a mi madre.
—No se me ocurriría jamás.
—Entonces, coged las maletitas que ya lleváis a cuestas e id hacia allí. Os esperan a las diez de la mañana. Nos veremos todos en los campos de algodón de los Romano.
—¿Todos allí? ¿Quiénes? Tim, Cleo, mi otra hija la despegada… ¿Tengo una nieta de verdad?
Leslie cogió el teléfono y colgó, dejando a su madre con la palabra en la boca.
—De verdad que no lo comprendo.
—¿El qué? —preguntó Lion, asombrado.
—No comprendo por qué a mi madre le resulta tan fácil escucharte, y por qué es tan difícil que hable decentemente con nosotras y no como un loro con tres picos. —Se guardó el teléfono en el bolsillo trasero del pantalón.
—Porque tu madre es como Cleo.
—¿Crédula? ¿Ilusa?
—No. —Lion se echó a reír—. Está enamorada de mí.
Cleo soltó una carcajada. Leslie refunfuñó.
—Eres muy presuntuoso. Te han tratado demasiado bien estos años…
—¿Nos vamos? —Markus, que tenía el ceño arrugado, incómodo con aquella extraña conversación entre madre, hija y yerno, deseaba irse lo antes posible de ahí. Caminó hasta Milenka y la cargó en brazos.
La pequeña pareció reconocerlo y se acurrucó entre sus hombros y su cuello. Rambo también quería que lo cogieran, y Markus le complació, pues el perrito meón no podía ser menos.
Entonces los cuatro se quedaron mirando al ruso, estupefactos e impresionados al ver a ese hombre que tenía pinta de ángel del Infierno tan cómodo con una cría de cuatro años en un brazo y un cachorro de bulldog francés de mes y medio en el otro.
—¿Qué miráis? —dijo, rudo.
—Vaya… No queda nada mal, ¿eh? —le susurró Cleo al oído de Leslie.
—Para, Cleo. —Les no quería ni mirarlo. La dejaba hecha polvo verlo con su hija, tan protector, porque sabía que no se la quería quedar; y era doloroso y descorazonador enamorarse más de él y de aquella estampa.
—No perdamos más el tiempo… Andando.
—Prepárate para ser el segundo. —Cleo pellizcó la nalga de Lion y sonrió pizpireta.
—¿El segundo de qué?
—El segundo favorito. Cuando mi madre vea a Markus, se va a pirrar por él.
Leslie tragó saliva y retiró la mirada de aquella bella imagen.
Markus, que captaba las emociones de la superagente a la perfección, se sintió un tanto molesto.
Ella se dio la vuelta y subió las escaleras para empezar a prepararse para el viaje.
Un largo viaje en el que esperaba cerrar todos aquellos frentes abiertos.
Sus padres tenían que estar seguros.
Yuri y el Mago debían acabar entre rejas.
Y ella y Markus no volverían a verse jamás.
Para la paz mental de ambos era lo mejor.
—Voy a asegurarme de que no tenemos localizadores en el coche ni ningún detonador que funcione con el contacto —advirtió Markus.
Ella se detuvo en lo alto de las escaleras. No había pensado en eso. Le gustó que Markus pensara en esos detalles que podían salvarles la vida.
—No te imaginas lo contradictorio que es que hables de bombas y chips con tanta inocencia entre tus brazos —dijo, y, al mismo tiempo, sintió un deseo irrefrenable de arrancarle la ropa y comérselo de nuevo de arriba abajo.
Markus hizo un mohín y se sonrojó.
—¿Y luego te extrañas de que diga que no soy bueno para ella? —Miró a Milenka y después a Leslie, reprochándole el comentario—. Por fin lo reconoces.
—No te equivoques. Yo no reconozco nada ni digo nada. —Leslie hizo un gesto de desdén con las manos y siguió su camino hasta su habitación—. Ya lo dices tú por todos, ¿eh, ruso?
Él también se dio la vuelta y salió de la casa, enfadado consigo mismo por sentir cómo su convicción se agrietaba tras cada minuto que pasaba con aquella mujer que lo volvía loco, tras cada instante que tocaba y arrullaba a aquella niña, la hija que echaría de menos cada día de su vida.