Capítulo 1

Brooklyn Heights

Milenka es una niña muy buena y especial. Por la noche necesita dormir con Pascal, su peluche camaleón. Le gusta que le cuenten cuentos y le canten. La canción de la felicidad es una de sus favoritas. Como todos los niños, adora los dulces. Le vuelven loca los animales, en especial, los perros. Y es alérgica a las almendras —le había explicado la señora Potter con lágrimas en los ojos.

Leslie no salía de su asombro. Tenía a un bicho de cuatro años, sentado en la parte trasera de su todoterreno; sobre sus piernecitas reposaba su maleta de Hello Kitty y observaba el paisaje con ojos abiertos y curiosos. Ojos amatista como los de su padre.

—En su maletita lleva a Pascal, su pijama y un par de mudas. Señorita…, si se lleva a Milenka es porque se va a hacer cargo de ella, ¿verdad? —le había preguntado la señora Potter—. El señor Montgomery me dejó claro que cuando vinieran a recogerla sería para darle un hogar que entonces nadie le podía dar. Aquí… —le había susurrado en tono de confidencia—, bueno, todos los críos que tengo… no están en disposición de quedarse con sus padres por…, por motivos profesionales, ¿sabe?

—¿Motivos profesionales?

—Este lugar está protegido por el Estado y se guarda con mucho celo, ¿comprende? Aquí hay muchos niños como Milenka.

—¿Insinúa que todos los niños que hay aquí son hijos de agentes dobles? —preguntó ella con la misma voz baja.

La señora Potter asintió con gesto sereno y complaciente. Pero cuando volvió a mirar a Milenka, sus dulces ojos se llenaron de pena y adoración por la pequeña.

—Milenka es un ángel… Todos aquí la quieren muchísimo y la vamos a echar en falta, ya lo creo que sí…

—¿Mamá Brooklyn? —Había preguntado Milenka tirando del delantal de la señora—. ¿Es esta mi mamá? ¿La de verdad? ¿La que se quedará conmigo por siempre jamás?

—Bueno, a ver… —intervino Les.

Leslie había parpadeado tan sorprendida como asustada. ¿Ella? ¿Mamá? Dios… ¿Dónde se había metido? ¿Qué le estaba pasando a su mundo?

—Sí, cielo. Esta es tu nueva mamá —había contestado Mamá Brooklyn con una seguridad aplastante. Le dirigió una mirada de censura a Leslie—. El trato es inalterable. Quien viene a por los paquetes se hace cargo de ellos indefinidamente, en calidad de papá o de hada de los dientes, si lo prefiere…, me da igual. Pero —la señaló— se hace cargo.

—Pero yo no tenía ni idea de que…

—Así que sí, ratita. —Mamá Brooklyn se agachó y abrazó a Milenka, dirigiéndole una mirada de reproche a Leslie—. Esta es tu nueva mamá.

—La que me llevará a casa —sentenció la niña con la lección muy aprendida. Levantó la mirada hacia Leslie y sonrió—. Es muy guapa, ¿verdad?

Y todo lo dicho sobre tener hijos que había ido repitiendo durante tantos años quedó en el olvido, detonado por la transparencia y la pureza de aquella renacuaja con ojos de adorable diablillo.

Y se sintió perdida y a la vez encontrada, como si hubiera entendido, en el tiempo que duraba la sonrisa de aquella chiquilla, todo lo que no había comprendido en sus treinta años. Su misión en la vida era proteger con uñas, dientes y Berettas a Milenka.

***

So wake me up when it’s all over… —Milenka cantaba la canción que sonaba en la radio Mp3 del todoterreno de Leslie. Solo se sabía esa estrofa, y la repetía cuando tocaba. Movía la cabecita de un lado al otro y las coletitas se movían de un modo cautivador, casi hipnótico. Leslie no podía apartar sus ojos de ella.

—¿Te gusta la música, Milenka? —le preguntó mirándola por el retrovisor. Hacía un rato que habían salido de Brooklyn, camino de Nueva Orleans. Llegarían al día siguiente al mediodía y pronto les tocaba parar a comer.

—Sí —contestó la niña, sonriente.

—¿Qué canciones te gustan?

Mmm… —la niña se mordió los labios pensativa—. Me gustan todas las de Enredados.

—¿Enredados? ¿Son cantantes?

Noooo. —Se echó a reír mostrándole unos purísimos dientes de leche, diminutos como ella misma.

—¿No? Pues creo que me vas a tener que enseñar muchas cosas que yo no sé…

—¿Tengo hermanos? —preguntó de golpe—. Mis hermanos lo sabrán.

Leslie frunció el ceño y se colocó las gafas de sol para que la cría no leyera en su mirada lo incómoda y perdida que se sentía.

—No…, no tengo hijos, Milenka.

—Oh, qué pena… —soltó haciendo un mohín—. Yo soy la primera hija —concluyó con frescura. Después colocó las manos en los reposahombros del asiento de Leslie y se inclinó hacia delante—. Pero, sí tengo papá, ¿no?

Leslie tragó saliva. Era incapaz de mentirle. Pero tampoco sabía edulcorar la realidad. Milenka se merecía que la cuidaran, fuera como fuera; pero, lamentablemente, era ella quien se iba a hacer cargo. Por ahora, sola.

Ella, que no tenía ni idea. Hasta entonces, sus objetivos tenían que ver con el FBI: ascender y llegar a ser inspectora.

Ella, que no barajaba la posibilidad de tener hijos siquiera. Y con la trayectoria que llevaba, ni siquiera sopesaba tener un marido que la entretuviera y la estimulara para toda la vida.

¡¿Por qué le estaba pasando eso a ella?!

Leslie negó reflejando una disculpa en su rostro.

—No hay papá.

—Oh… —La cría miró la radio, como tratando de entender qué significaba aquello. No tenía hermanos ni papá. ¿Qué mundo era ese al que se dirigía?—. Pero ¿tienes noivo?

—Verás… —Leslie bajó la música—. Te voy a explicar la verdad, Milenka.

—A Pinocho le crecía la nariz cuando dicía mentiras.

—Sí. Nunca digas mentiras. Pinocho, malo.

—¡Nop! Pinocho era bueno —protestó riéndose.

—Ah, vale… Perdón. Mira, la cuestión es que tu papi…

—Se ha morido, ¿verdad? —concluyó con voz dramática.

—No. Tu papi es el demonio y nunca muere —dijo entre dientes.

—¿Qué dices? —no la había oído.

—Que tu papi… Es mala hierba. De esas que nunca mueren, ¿sabes? Es… Él es… Es un superhéroe.

—¡Hala! ¿Cómo el príncipe Eric de La sirenita?

—No, creo que como ese no —respondió, riéndose nerviosamente. ¿Quién diantres era Eric? Ella, como buena ciudadana de Estados Unidos, solo conocía al príncipe Guillermo—. Tu papi es como una especie de GIJOE, ¿sabes?

—No.

—¿Maddleman?

—¿Quién?

—Vale… —A ver cómo le explicaba a Milenka lo que era Markus—. Es un guerrero. Uno que salva a las personas de gente muy mala. Limpia el mundo.

—Ah, ya… Mi padre es basurero.

Leslie parpadeó estupefacta y, de repente, se echó a reír como hacía tiempo que no reía.

La cría también se rio, aunque no sabía de qué.

—Sí, saca la basura del planeta. Viaja mucho, y ahora está fuera de casa. —Ni siquiera sabía si Markus seguía vivo. Pero prefería pensar que sí, no solo por el bien de la cría, sino también por el de su descocado corazón.

—¿Y volverá a casa? Tiene que cenar, cepillarse los dientes y bañarse…

«Sí. Sobre todo cepillarse los dientes antes de que yo le deje sin ellos», pensó Leslie con rencor.

—No lo sé. Nunca sé cuándo va a venir. Pero, por ahora, te quedarás conmigo. ¿Tú quieres que yo cuide de ti? —le preguntó de frente—. Solo estoy yo.

Milenka asintió con la cabeza y se frotó la nariz con el antebrazo.

—¿Me contarás cuentos?

—Pues…

—¿Me darás galletas?

—Eh…

—¿Tendré un pero? ¿Me cantarás? Quero un triciclo, un hermanito y una manzana caramezilada… ¿Y me dejarás que te haga penados? Y un kakaroke… Me encantan los kakarokes —susurró, soñadora, abrazando su maletita.

Leslie sonrió con dulzura y asintió a cada uno de los deseos que salían por la boquita de piñón de Milenka.

Y fue así como, de golpe y porrazo, su vida como superagente dio un giro de ciento ochenta grados. Jamás volvería a ser la misma.

Milenka era la hija secreta de Markus.

El ruso la dejó en Mama Brooklyn, en un hogar de protección oficial. La había dejado allí, sabiendo que, al infiltrarse en los gulags, la pequeña podría ser una cabeza de turco para las maquinaciones de sus enemigos. Markus había llegado a sospechar de su jefe de la SVR. Entre Dina y él, mantuvieron el embarazo en secreto, hasta que ella dio a luz. Entonces, viajó a Estados Unidos.

Ahora Markus había desaparecido, pero le había hecho un último encargo: recoger a Milenka y… ¿Y qué? ¿Hacerse cargo de ella?

Lo que el ruso no sabía era que toda acción conllevaba una reacción, y que si pretendía que ella se quedara con Milenka, la decisión sería irrevocable en todas direcciones.

Uno no daba a su hija así como así, a no ser que fuera alguien sin emociones. Un hombre frío y sin escrúpulos.

Leslie sabía muchas cosas de Markus. Ahora sí que las sabía.

Su vida no había sido nada fácil, y eso explicaba su comportamiento. Su necesidad de alejarse y de mantener siempre las distancias tenía una razón de ser.

Pero, por algún motivo, quería seguir creyendo en él.

Un hombre que le había hecho el amor de aquel modo, sin descanso, en Londres, era un hombre que todavía sentía.

Algo debía sentir, a la fuerza.

Por eso Leslie no dudaba de que, tarde o temprano, Markus regresara a por la niña que le pertenecía. Era lo único suyo de verdad. Milenka no pertenecía al Estado ni al FBI, como él.

Milenka era su hija. Regresaría a por ella porque era «su niña».

Y, en sus sueños más optimistas, en los que no existían Dinas ni venganzas, deseaba que también regresara a por su mujer.

Y ella era su mujer.

La mujer del Demonio.

Tomó el iPhone negro que le habían regalado con la compra de su nuevo todoterreno y llamó a su hermana con el manos libres. Cleo y Lion se quedarían ojipláticos cuando supieran que regresaba con compañía.

—¡¿Dónde estás?! —le gritó Cleo al otro lado del teléfono—. ¿Por qué te has ido sin avisar? ¡No sé nada de ti desde ayer!

—Te dejé una nota —contestó Leslie—. La habrías visto si levantaras la mirada de la entrepierna de Lion.

—Oh, cállate y no seas pesada. ¿Ubicación?

—He viajado a Brooklyn —explicó Leslie, que, hasta ese momento, había llevado todo en secreto. ¿Por qué molestar a la feliz pareja de agentes con sus problemas?

—¿Qué se te ha perdido en Brooklyn?

—¡A yo! —dijo la voz de Milenka.

Leslie se aguantó la risa y se hizo el silencio en el coche. Se imaginaba a Cleo parpadeando confusa.

—¿Eso es la voz de una niña? —preguntó Cleo, anonadada.

—Sí —contestaron las dos a la vez.

—¿Es una niña de verdad?

—Sí —afirmó Leslie, divertida con la situación.

—¡Sí soy de verdá! —Milenka miraba a todos lados, confusa.

—¿Hay algo que yo no sepa? ¡¿Algo que me hayas ocultado durante, no sé…, nueve meses?! —replicó Cleo.

—Cuando llegue te lo explicaré.

—¡Soy tu hermana!

—¿Es mi tita? —preguntó Milenka con interés, moviendo las piernecitas arriba y abajo con excitación.

Leslie afirmó con la cabeza y le guiñó un ojo.

—¿Qué ha dicho? ¿Holaaaaa? —Cleo insistía, desesperada.

Leslie podía visualizar a su hermana con la oreja pegada a su teléfono, subiéndose por las paredes.

—¡Hola! —saludó Milenka levantando la manita abierta.

—Ah… Cleo, préstame atención —pidió Leslie—. Necesito que me hagas un favor.

—¡¿Un favor?! ¿Quién es esa niña, por el amor de Dios?

—¡Me llamo Milenka y sé cantar! —gritó la niña mirando al techo del todoterreno. ¿De dónde venía esa voz?

—Ya te lo ha dicho. Se llama Milenka y sabe cantar —repitió Leslie—. Necesito saber si el señor Collins todavía tiene en venta la casa que está frente a la tuya, en Tchoupitoulas.

—Sí, sigue en venta. La ha reformado por dentro, está completamente amueblada y sin estrenar, y es muy espaciosa. Tiene cuatro habitaciones, un estudio en la parte de arriba, un porche trasero con jardín y piscina, dos plazas de aparcamiento en la entrada…

—¿Te interesa a ti?

¿Por qué Cleo sabía tanto sobre la vivienda?

—No, a mí no. Yo estoy feliz con mi casa. Es que la fui a ver el otro día porque su mujer me insistió en que la visitara y pudiera decir a los curiosos lo bonita que era por dentro. Esa casa ya llama la atención por su fachada y todo el mundo pregunta… Incluso saldrá este mes de agosto en la revista Decoración de Orleans. Parece un castillito y destaca mucho. Es fabulosa.

—¿Cuánto pide?

—Doscientos mil. ¿Por qué? ¿Te interesa?

—Sí. La quiero.

Le interesaba y la podía pagar gracias al cheque de quinientos mil dólares que les había dado Nick Summers a todos sus compañeros agentes del Torneo Dragones y Mazmorras DS.

Si de ahora en adelante debía vivir con Milenka, se aseguraría de rodearla de un ambiente sureño sano y positivo, en una casa acogedora y hermosa, con su nueva familia alrededor, que la visitaría y la cuidaría cuando ella no pudiera hacerlo.

—¿Sí? ¿En serio? —Cleo no se lo podía creer—. ¿Te vienes a vivir a Nueva Orleans? ¡Pero si te encanta Washington! ¡¿Qué te pasa?!

—No me pasa nada. Me encanta Washington, pero debo tomar una decisión. Llegaré mañana y me encantaría poder mudarme ya.

—No hablas en serio. —Se quedó callada y después dijo—: ¿Hola? ¡¿Milenka?!

—¡Hola! —volvió a contestar la niña alzando la mano al cielo, como si Cleo pudiera verla.

—Increíble… No me lo he imaginado… —respondió Cleo.

—Sí hablo en serio —insistió Leslie—. Consigue el número de cuenta, ve a hablar con ellos y diles que hoy mismo tienen el ingreso. Que te den las llaves. Hazlo ya.

—Estás loca de remate. Eres una completa…

Leslie colgó el teléfono, esperando no ser demasiado brusca delante de la cría. Milenka, por su parte, miraba debajo del asiento de Les, del suyo, por encima del hombro… La voz había desaparecido, y hacía un momento estaba en el coche, en sus cabezas y hablaba con ellas.

Ante aquel fenómeno inexplicable, preguntó:

—¿Mi tita es Dios?