The Goring

Leslie estaba decidida a sacar partido de la tarjeta en la que habían ingresado los quinientos mil dólares del torneo de Dragones y Mazmorras DS. Markus estaba herido y no podían ir a ningún hostal de mala muerte a compartir literas con otra gente. Por eso necesitaban discreción.

La discreción que otorgaba la buena educación inglesa.

Irían a un lugar en el que, pagando, podías entrar sin dar explicaciones. Se llamaba The Goring, y estaba muy cerca de Buckingham Palace.

Antes de viajar a Londres, Cleo le había dado una lista de lugares que debía visitar. Leslie dudaba de que viera uno siquiera, si estaba en medio de una misión como aquella, pero se le presentaba la oportunidad de hospedarse en el hotel donde Kate Middleton pasó su noche de bodas y, la verdad, no le daba la gana de perdérselo.

Antes de ir a la recepción, habían comprado un maletín de primeros auxilios y una bolsa de viaje negra en la que poder meter varias prendas nuevas de ropa que compraron en las tiendas nocturnas londinenses. Markus se cubrió con una sudadera negra de manga larga para que nadie viera su herida, y tomó a Leslie de la mano cuando bajaron de la moto. Sacó sus respectivas bolsas con todas sus armas y dispositivos del interior del asiento, y se colgó las dos en su hombro sano.

El botones de la entrada los saludó educadamente, y los dos se internaron disimulando el dolor y el colocón lo mejor que sabían.

Leslie dio su tarjeta y su identificación. Pagaron por adelantado y se dirigieron al ascensor que los llevaría a una de las sesenta y nueve suites del hotel.

En silencio, en el ascensor, uno en frente del otro, se dirigían al Deluxe King. El botones los guiaba a su habitación, concentrado en mirar cómo se encendían los indicadores de los pisos que iban pasando. El chico era ajeno al olor a sangre y al estrés que sufrían los dos agentes.

La sangre empezaba a asomar por la manga larga de Markus, y Leslie entrelazó los dedos con los de él y le obligó a meterle la mano en el interior de su bolsillo delantero.

Ni un gesto de dolor cruzaba el rostro del ruso. Era de piedra. O, al menos, lo parecía.

Aunque Leslie ya se había dado cuenta de que no era tan duro e indiferente como él creía.

Al llegar a la habitación, ella le dio al botones unas cuantas libras como propina, solo por guiarlos, como si ellos solos no hubieran sabido encontrar su suite.

Después de un escueto «gracias», el botones los dejó.

Cuando entraron en la habitación, Markus cerró la puerta y se quedó apoyado en ella. Cerrando los ojos. Ni siquiera miró la lujosa decoración, ni el caro tapizado de las sillas ni la preciosa moqueta clara ni tampoco los muebles y las lámparas de estilo inglés.

Simplemente, cerró los ojos y cedió.

Fue entonces cuando se permitió relajarse. Y con la relajación llegaron los sudores fríos, el destemple y también los pinchazos de dolor.

Leslie se descalzó y lo llevó de la mano hasta el baño; un híbrido de mármol negro y láminas de madera en color pistacho. Tenía una amplia cabina de ducha y una preciosa bañera antigua de color negro, con las patas plateadas que simulaban garras de animales.

Las toallas, todas blancas, acabarían desdobladas y manchadas de sangre. Un precioso centro con tulipanes blancos reposaba sobre el mueble del baño. El suelo de cerámica negro y lustroso solo se empañaba por las leves gotas escarlatas que caían desde las puntas de los dedos de Markus.

La chica se quitó los pantalones delante de él, sin una muestra de vergüenza. Le bajó la cremallera de la sudadera y se la retiró con cuidado. Después lo liberó de la camiseta y le desabrochó el botón del pantalón. Le bajó la prenda por las caderas hasta llegar a los musculosos muslos.

Markus, sin dejar de mirarla, pateó el pantalón y se lo quitó de los pies.

Ella abrió la puerta de la cabina y dejó que corriera el agua hasta que se calentara.

—¿Prefieres la tina? —preguntó mirando la bañera—. La puedo llenar si quieres…

—No. —Markus la empujó adentro y cerró la puerta de la cabina tras él. El agua los empapó a los dos poco a poco.

Se sentía cansado y emocionalmente derrotado. Que Leslie hubiera estado a punto de ser cruelmente violada había reabierto todas sus heridas. Y no sabía como hacerle frente.

Jamás había padecido tantas emociones juntas, y estaba descubriendo que era un inepto para encararlas.

En cambio, Leslie actuaba con precisión y dulzura. Ahora lo estaba enjabonando, limpiándole la sangre y mojándole la herida, tanto el agujero de entrada como el de salida de la bala, con agua muy fría.

—¿Has encontrado a Ilenko? —preguntó de modo profesional.

—Sí.

No dijo más al respecto. A Leslie no le hizo falta más para entender que lo había matado. Igual que había matado al grupo de seguridad y de apoyo que tenía Ilenko tras él.

—¿Has descubierto algo más? —preguntó, evitando mirar la sangre que teñía el suelo de la ducha.

Markus afirmó con la cabeza.

—Sí.

—¿Te han dado un balazo en la lengua? —preguntó de repente.

—No, joder.

—Entonces, habla conmigo —protestó Leslie—. No tiene sentido que no me cuentes las cosas cuando estoy metida hasta la cabeza en este desacato total a mis superiores y a mi organización. Me podrían echar del cuerpo, ¿lo sabes?

—No te echarán cuando les des los nombres y apellidos de todos los implicados.

—No tenemos los nombres de la cúpula del Drakon.

—Mañana los tendremos. Confía en mí.

—¿Sabes qué es lo peor? —dijo incrédula por saber cuál era su pecado—. Que confío. Confío en ti por razones que ni yo misma entiendo —añadió irritada.

Markus le dirigió una mirada imperturbable y ella puso los ojos en blanco.

—¿Cuál es el siguiente paso?

—Mañana el Drakon te espera, Les. Te ha reconocido.

—El Drakon no es tonto. Es mucha casualidad reencontrarme. Sabrá que alguien…

—No está seguro de que seas tú. Quiere comprobarlo con sus propios ojos.

—¿Y cuál es el plan?

—Te llevaré hasta él. No cuentan conmigo. Mañana tiene pensado utilizar una flota para movilizar a todos sus clientes y regalarles a unas cuantas mujeres por haber perdido dinero en las islas vírgenes.

Leslie tragó saliva y asintió.

—Y él… me quiere a mí.

—Sí.

La chica se quedó callada y sacó a Markus de la ducha. Lo secó como buenamente pudo y después lo sentó en una silla. Abrió el botiquín de primeros auxilios y extrajo esparadrapo, aguja e hilo.

—¿Sabes coser? —preguntó él de golpe.

Leslie lo miró a los ojos y sonrió.

—Y cocinar, señor —contestó mientras le daba las primeras puntadas al agujero de la espalda.

—Tienes las pupilas dilatadas.

—Bueno, es el shock, supongo. —Se encogió de hombros.

—O es el popper, que te excita de un modo que no puedes controlar.

Leslie pasó a la herida de delante y le cosió con rapidez, pero no contestó a su suposición.

Después se dio la vuelta para no seguir viendo toda aquella piel tersa y tatuada, con heridas de guerra. En su muslo derecho tenía otro alambre que le rodeaba el cuádriceps y le subía por la cadera.

Leslie no iba a hacerle más preguntas que él no iba a contestar, pero se moría de ganas de saber cuántos años había pasado entre rejas. Cada espina del alambre era un año. Así que, teniendo en cuenta el que le rodeaba el bíceps, con dos espinas, y el del muslo, con otras dos, Markus había pasado cuatro años entre rejas. Infiltrado.

¿Cuánto podía llegar a atormentar al alma una estancia tan larga en un gulag?

—Cuatro años, Les. Pasé cuatro años en la cárcel —le explicó él sin esperar ninguna pregunta—. Entré en el gulag por robo a mano armada. —Le señaló el gato negro que reposaba en su antebrazo derecho, el que simbolizaba que era un ladrón que trabajaba solo—. Allí, maté para sobrevivir —le enseñó las calaveras en los dorsos de sus dedos; una calavera por cada muerto—, y también para entrar en la bratva con Tyoma. Tenía que cumplir los cuatro años, así que me forjé una vida y una personalidad en las celdas. Vendí droga como ellos, consumí y me convertí en un especialista; en un negociador. El que me desafiaba lo pagaba caro —aseguró pasándose los dedos por la cresta húmeda y medio levantada—. Pero, a los dos años de estar ahí, Tyoma e Ilenko salieron y me jodieron. Me echaron de la bratva.

—¿Qué te hicieron?

—Lo que me hicieron ya no importa. No sé cuándo la misión de Amos y los Reinos Olvidados dejó de ser un caso institucional para convertirse en uno personal. Bueno —rectificó haciendo una leve muesca de dolor—, sí lo sé. Pero lo único que cuenta es que ya no los puedo perdonar. Y no descansaré hasta que acabe con ellos. Lo demás ya no importa.

—Sí que importa, Markus. Puedo morir por algo que no sé. Sí que importa… —aseguró Leslie, cansada de las mismas respuestas.

—Mis tatuajes hablan de lo que me pasó. Ahí está todo lo que necesitas saber. Solo tienes que ver para mirar.

—Conozco el simbolismo de los tatuajes —repuso ella, disgustada—. Lo que no entiendo es por qué te cuesta tanto hablar de ellos. Pero no importa. —Se dio la vuelta y se quitó la camiseta para quedar en braguitas y en sostén frente a él—. Tienes calaveras, cruces invertidas, estrellas, y un tribal en el hombro que me recuerda a un tatuaje hawaiano… Pero nada de lo que veo me habla de tu pecado.

Markus miró hacia otro lado.

—Yo ya no puedo decirte más. Solo te aseguro que estoy de tu parte y que no permitiré que nadie te lastime de nuevo. Estamos juntos en esto. Y la misión es la misma para los dos: acabar con la principal bratva de trata de mi país.

—Sí, Markus. La misión es la misma. Pero los métodos han cambiado para mí. Estoy matando para conseguir mis objetivos, y, no solo eso, no estoy informando a mis superiores sobre mis avances. Simplemente, no sé lo que hago. Pero, sea lo que sea, lo estoy haciendo por ti. —Se pasó los dedos por el pelo—. Y eso es lo peor: que hago las cosas por un tío que no se molesta en explicarme por qué las hago.

—¿Tú no querías ser como María L. Ricci? —replicó él—. Ella tampoco se preguntaba demasiado por qué hacía las cosas que hacía. Solo se centraba en intentar hacer el bien a su manera. Y créeme que anular a los traficantes de personas, se mire por donde se mire, se anule como se anule, es algo bueno para todos. Eres… Eres una compañera excelente, Leslie —dijo él con sinceridad—. La mejor que puedo tener. Aunque, seas también la peor opción para mí. —Se levantó de la silla y quedó en calzoncillos, ante ella, con sus tatuajes, sus cicatrices y sus puntos en la piel.

—¿Y ahora de qué hablas? —Leslie se iba a quitar el sostén delante de él, sin importarle si le provocaba algo o no, porque, lo cierto era que Markus le había dicho por activa y por pasiva que no iba a suceder nada más entre ellos. Así que, ¿qué más daba si se desnudaba?

—Hablo, joder… —Markus se relamió los labios y la observó sin vergüenza alguna—. Hablo, Leslie, de que, como te quites eso delante de mí, no voy a poder evitar ponerte las manos encima.

Ella detuvo los dedos que hurgaban en el broche delantero de su sujetador. Levantó la mirada y arqueó una ceja negra.

—¿Qué has dicho?

—Lo que oyes. Puedo ignorarte dos veces, pero la tercera será muy difícil. —Aquella mujer le licuaba el sentido común y echaba por tierra todas sus reservas—. Estás tan excitada que veo tu humedad entre las piernas. Es la droga, y vas a necesitar que alguien te baje el calentón o podrías sufrir un shock debido a una sobredosis. Y te juro que nadie va a tocarte otra vez para calmarte.

Él se aproximaba a ella con agresividad.

—¡Ese hijo de puta no me tocó para calmarme! ¡Me quería violar! —exclamó ella dando dos pasos hacia atrás para guardar las distancias con el ruso.

—Lo sé, Les —aseguró con gesto arrepentido.

—¡Y me hizo daño! —protestó ella. Sí que le había hecho daño. Había intentado forzarla por atrás, y la había irritado—. Y lo peor es que…, es que… ¡mi cuerpo iba a permitir que me lo hiciera! ¡Porque lo deseaba! ¡Pero no lo deseaba a él! —gritó, confundida y avergonzada por haber tenido esa reacción—. ¡No deseaba aquello! ¡Pero la droga…!

Markus la agarró de la muñeca y tiró de ella hasta abrazarla con fuerza. Leslie hundió el rostro en su pecho y se derrumbó sobre él, sorprendida por la actitud de ambos.

—¡Es horrible! ¡Podría haber dejado que cualquiera me follara! ¡Incluso ahora! ¡Estoy tan caliente que necesito…!

—Chis, Les… —Markus le acarició el pelo con dulzura. Hacía tiempo que no tocaba así a ninguna mujer. Muchísimo tiempo. Lo había hecho con Dina, cuando estaba sobrepasada por la situación y el miedo había podido con ella. Cuando la extorsión la obligó a delatarlo a sus espaldas. Pero la había tocado sin deseo, solo con compasión. Y a Leslie, ahora que la tenía entre los brazos, no la compadecía. La admiraba, la respetaba y la deseaba como un poseso—. Tranquilízate, por favor…

—¡Y no me quito la sensación de encima!

—Lo sé, vedma. Lo sé. —Apoyó la barbilla sobre su cabeza y sonrió indulgente—. Pero yo voy a quitártela.

—¡Y lo peor es que el único hombre que quiero que me toque y que me folle eres tú! ¡Y es humillante saber que no quieres nada de eso conmigo!

Markus la tomó de la barbilla y la obligó a que lo mirase.

—Te equivocas. Sí que lo deseo.

—¡Mentira!

—Ah, no. —Sonrió malignamente moviendo la cabeza de un lado al otro.

—Pero me dijiste que…

—Al diablo con lo que dije. Al diablo con las consecuencias. Y al Demonio…, joder, ¡al Demonio lo que es del Demonio!

Markus la besó poseído y sobrepasado por todas las emociones.

Tal vez se equivocara al ceder a la necesidad que tenía de esa mujer, pero se había equivocado tantas veces haciendo cosas que no quería hacer que ¿qué más daba si se equivocaba cediendo a aquello que deseaba y que le enloquecía?