Se hospedaron en el hotel Ibis de Londres. Nada demasiado pretencioso, pero sí muy funcional. De ese modo no deberían desplazarse para controlar los movimientos de las llegadas en el aeropuerto y podrían mantener un control de los ganchos que utilizaban para atraer a las mujeres y averiguar dónde se hospedaban para luego ir a buscarlas y secuestrarlas.
—Me sigue dando miedo que haya mujeres que se fíen tanto de su entorno, sobre todo de hombres que no han visto en su vida —dijo en voz alta, mientras, sentada en el pequeño escritorio que daba a la ventana exterior, abría su maleta de viaje y extraía la cubierta, que protegía el compartimento especial, de los rayos láser del control de equipaje y de sus bandas magnéticas. Allí tenía sus armas: su Beretta de bolsillo y su Glock 19 con puntero láser de color rojo. Una preciosa híbrida, negra y elegante como una pantera, de acero y plástico duro. Cargó las dos pistolas con sus balas especiales y las dejó alineadas y juntas la una a la otra—. Todas esas mujeres que se llevan responden a un perfil: son confiadas.
—No son confiadas. Simplemente están desinformadas. No creen que la cosa de la trata de personas vaya con ellas y actúan de forma inconsciente y despreocupada. Estoy convencido de que muchas no saben ni lo que significa el concepto de «trata de blancas». —Markus se había duchado y ahora estaba apoyado en la pared, mirando a través de la ventana, al lado de Leslie. Le gustaba el ritmo de la norteamericana para cargar sus armas; le hipnotizaba cómo las mimaba y las cuidaba, como si fueran…
—Mira esto, ruso. —Leslie levantó su Beretta y le guiñó un ojo—. El mejor amigo de una mujer. Aquí está. Un pequeño revólver que la salve de psicópatas como esos que pululan por ahí… Tiene un proveedor de treinta y tres tiros. Automática.
Markus sonrió. Sí, era eso. Leslie trataba a sus armas como si fueran sus mejores amigos. Con cuidado y tiento para no rayarlas, para no maltratarlas… Siempre las tendría preparadas; listas para la acción.
La chica se quedó mirando su pelo de punta y su cresta, cuyos extremos más caobas miraban hacia arriba. Se había vuelto a vestir: tejanos, camiseta negra y unas Nike de piel de color negro. Estaba arrebatador. El tatuaje del hombro le subía por el pecho y el lateral del cuello, y se camuflaba por detrás de su oreja derecha.
—¿Quieres ver la mía? —preguntó él de sopetón.
—¿Perdón?
—Mi pistola.
—¿Quieres enseñarme tu pistola? —Leslie arqueó una ceja negra y se echó a reír—. Señor Lébedev, no sabía que era usted tan directo.
Markus alzó las comisuras de sus labios y se llevó la mano a la parte baja de la espalda.
—Una HK USP 45 automática. Está hecha de polímero, no requiere ningún tipo de ajuste o mantenimiento, por su sistema de reducción de retroceso. —Pasó los dedos por la pistola oscura, que tenía una pequeña cámara con láser en la parte baja del cañón—. Y después tengo una Beretta. —Volvió a echarse las manos a la espalda—. Como tú. Pero la mía es mucho más grande y gruesa que la tuya.
Leslie negó con la cabeza y se echó a reír.
—Sabes que el tamaño no importa, ¿verdad?
Markus asintió con la cabeza, y se encontró de nuevo, bromeando con ella, mostrando su pistola plateada con el mango negro.
—Ya lo creo que sí, Connelly. Veintidós centímetros de longitud. Toda de acero —murmuró tocando el cañón como si se tratara de su miembro.
Leslie tragó saliva y elevó las cejas.
—¿Dispara bien?
—Nunca falla.
Los ojos amatista de Markus coqueteaban abiertamente. Y los de ella también. ¿Por qué lo hacían si habían acordado que no debían distraerse entre ellos?
¿Y cómo no iba a hacerlo?, se preguntaba Leslie. No podían engañarse. Se habían comido con la boca el uno al otro y no obviarían eso, aunque Markus sabía hacerse el indiferente mejor que ella.
Leslie se levantó de la silla del escritorio y se colocó frente a él. Estudió sus rasgos cincelados y contundentes.
Cada vez que lo miraba de cerca perdía el oremus. Nunca le había pasado. Nunca se había sentido así con un hombre. Eran sus ojos.
Ni sus tatuajes ni sus músculos ni su barbilla cuadrada… Ni siquiera su pelo.
Sus ojos. En su mirada se escondían miles de secretos y una súplica. Los secretos la asustaban, pero era la súplica la que la atraía.
¿Qué pedía? ¿Qué era lo que clamaban sus ojazos casi rubíes? Aquel ruego había estado ahí desde siempre. Leslie lo identificó nada más verlo.
Markus intimidaba con su presencia y su actitud montaraz y chulesca. Su recurso más utilizado era el sarcasmo. Ácido y agrio en ocasiones, como él. No obstante, Leslie y Cleo estaban especializadas en perfiles y habían aprendido a observar.
Markus callaba. Se hacía a fuego lento, y en algún momento perdería el control. Solo entonces, podría entender la verdadera personalidad del agente soviético.
Mientras tanto, estaba vendida ante él. Porque era incapaz de leerlo, y le gustaba más de lo que estaba dispuesta a admitir. Y eso solo quería decir una cosa: problemas.
El mohicano se dio cuenta de que Leslie intentaba mirar a través de él, y la sensación no le gustó, así que rompió el contacto visual con ella y se dirigió al sofá naranja para sentarse y encender la televisión.
—Mi pistola gana a la tuya, Lébedev —dijo Leslie tomando su Beretta, consciente de que él había roto el momento bruscamente—. Es más pequeña, pero mucho menos pesada. Más ágil y más manipulable.
Markus se encogió de hombros.
—Siempre creí que aquellos que decían que el tamaño no importa eran hombres con pollas pequeñas. En este caso, tú tienes la polla pequeña, vedma.
Leslie se encogió de hombros. Aquel mote cariñoso en ruso le encogió el estómago.
—No te preocupes, Lébedev. Ya me lo agradecerás cuando sea mi pistolita la que te salve de los malos. —Le guiñó un ojo y cogió una toalla del interior del mueble empotrado—. Me voy a dar una ducha rápida.
—¿Hablar de pistolas te ha dado calor?
Leslie negó con la cabeza y soltó una carcajada.
«Guapo, no tienes ni idea…».
—¿De pistolas? Ne, ne, ne… Hablar de pollas me ha puesto caliente —le dirigió una última mirada llena de deseo y se dio la vuelta.
Aquello llamó la atención de Markus, que se quedó sentado en el sofá, viendo cómo esa mujer, imprevisible y terriblemente franca, desaparecía tras la puerta del baño, y lo dejaba a él tieso y sin palabras.
¿Cómo se suponía que iba a sobrevivir a aquella chica?
¿Cómo iban a sobrevivir los dos en aquella misión?
***
No podía.
Estaba sentenciado en el mismo momento en el que escuchó el agua correr y se imaginó a Leslie bajo el potente chorro caliente.
Markus se levantó y abrió la puerta del baño de par en par.
Leslie se dio la vuelta, sorprendida. Se pasó las manos por el pelo y escupió suavemente el agua que se introducía en su boca. Cerró los ojos y se expuso a él, echando la cabeza hacia atrás.
Abandonándose.
—¿Qué vas a hacer, grandullón? —preguntó Leslie con una sonrisa pícara y provocativa.
Markus la acarició con los ojos. Era jodidamente perfecta.
Elegante, estilizada, suave y a la vez dura. Blanda donde debía de serlo.
Tenía las mejillas sonrosadas por el calor y… sonreía.
Fue ella quien abrió la puerta de la cabina y dio un paso atrás, esperando a que él se colara dentro.
—¿Me quieres enjabonar, Markus?
Él asintió, fascinado por la voz y la mirada de aquella mujer.
Sí. Era una bruja que lo tenía hechizado.
Leslie se llenó las manos de jabón y se untó el cuerpo con ello. La espuma creció sobre su piel; sus dedos resbalaban por cada rincón, por cada recoveco. Y él deseaba llenar cada uno de ellos.
Después, Leslie se llevó las manos a su entrepierna y la llenó de jabón, acariciándose poco a poco, con cuidado.
—¿Quieres hacerlo tú? —preguntó curvando la espalda seductoramente, apoyando los hombros en la pared de azulejos, posando descarada con las piernas abiertas.
—Sí.
—¿Sí?
—Joder, sí. —Markus la cogió de la muñeca y la atrajo hacia él, hasta casi sacarla de la ducha.
Le dio la vuelta, y la colocó mirando de cara a la pared.
Leslie se apoyó en los azulejos marrones y naranjas con las manos abiertas y levantó el trasero para él. El agua caía sobre la parte baja de su espalda y remojaba sus nalgas y sus muslos.
Él estaba tan cachondo que pasó una mano entre sus globos altos y duros. Tenía un buen trasero, uno que podría cubrir sus exigencias más osadas.
Sabía que Leslie no tendría miedo a nada; la misión de Amos la había preparado para todo. Y aquello era genial, porque así no le tendría que dar explicaciones de ningún tipo.
Él nunca se imaginó que su infiltración lo formaría en el mundo de amos y sumisos; jamás creyó que pudiera practicar el sexo de aquella manera. Y, sin embargo, le gustaba. Era exactamente lo que le gustaba. Como si ese mundo de falsas identidades, en el que estaba perdido como persona y había vendido su alma al diablo, le hubiera dado la oportunidad, al menos, de encontrar sus verdaderas inclinaciones sexuales. Algo en todo aquello, sí era real.
—Apóyate bien, vedma —dijo con voz ronca, desabrochando el botón de su pantalón y deslizando la cremallera hacia abajo.
Leslie lo miró por encima del hombro y sonrió, abriéndose más de piernas y afianzando su posición en la cabina.
Markus sacó su erección de los pantalones y apoyó una mano en las nalgas de Leslie. Con la otra guio la cabeza del pene a la entrada de la joven, húmeda del agua y de sus propios fluidos, y lo introdujo poco a poco.
Estudió cómo estiraba su carne y se hacía sitio para entrar, y cuando la cabeza se introdujo por completo, solo la cabeza, lo sintió como una victoria.
Leslie gimió y meneó las caderas instándole a que le diera más duro y entrara por completo.
Markus se empaló en ella con lentitud, disfrutando de su vagina suave y dilatada. Alzó la cabeza y, a través de los cristales de la ducha, miró al espejo de su derecha; quería verse haciéndolo con ella; quería disfrutar de aquella estampa erótica y consentida.
Pero el vaho había empañado parte de la lámina, aunque no la parte en la que se reflejaba la puerta del baño.
Estaba semiabierta, y a través de la rendija había unos ojos perturbados, negros y oscuros como los de un árabe. Tenía tres lágrimas debajo del párpado izquierdo y lo miraba.
Markus lo reconoció al instante.
De repente, la puerta se abrió.
—¡Joder! —gritó Markus.
Tres hombres entraron al baño. Tres hombres que hablaban un dialecto llamado fenya. Era el habla de los criminales rusos, con un vocabulario algo distinto al ruso normal.
El hombre de las lágrimas en el ojo se llamaba Tyoma. Era uno de los presos que había compartido celda con él. Le conocían como El chivato sin Alma.
Su chivato.
Antes de que Markus pudiera reaccionar, lo cogieron y lo echaron de la ducha, empujándolo y empotrándolo contra la pared.
Se golpeó con la cabeza en el sanitario, y quedó medio tendido, casi inconsciente.
Uno de ellos le inmovilizó, rodeándole el cuello y obligándole a mirar lo que le hacían a Leslie.
Tyoma cogió a la joven agente y la empujó contra el cristal con fuerza. Ella intentó luchar con él, pero aquel hombre había pertenecido al ejército ruso, y era un maldito asesino.
Ella estaba desnuda e indefensa. No tenía armas, pero podía utilizar las manos. Le había dicho que podía tumbarlo con dos de sus dedos, ¿por qué no tumbaba a Tyoma?
Porque Tyoma tenía más poder que ella.
El ruso le dio la vuelta y acabó la faena que Markus había empezado.
La violó sin ningún tipo de remordimientos, haciendo caso omiso a sus gritos de dolor y de rabia. A su llanto que suplicaba que se detuviera.
—¡Suéltala, hijo de puta! ¡Te mataré! —Markus se sacó al tipo que lo agarraba de encima. Y le reventó la nariz de un codazo.
Quería coger a Tyoma, ir a por él, pero su otro guardaespaldas se interpuso y lo tumbó sobre el suelo. Le piso la cabeza y le apuntó con una pistola en la sien.
—Mira bien, capullo. Mira bien lo que le hacemos a tu putita —le dijo.
Tyoma puso a Leslie de cara hacia él. Esta tenía todo el pelo negro sobre el rostro, chorreante del agua de la ducha.
—¿La ves? —preguntó Tyoma tirando del pelo de Les y mirando fijamente a Markus—. Mírala bien. Para ser un vor debes respetar el código de los ladrones. Tú lo has violado.
Markus se sacó al guardaespaldas de encima, corrió hacia Tyoma para intentar detenerle; pero este ya había clavado un puñal en el estómago de la agente y lo retorcía con saña.
—¡Ne! ¡Ne! ¡Dina! ¡Ne!
Markus, muerto de la rabia y de la impotencia, se lanzó con todo lo que tenía a por Tyoma.
Iba a estrangularlo.
***
—¡Markus! ¡Lébedev! ¡Para!
Leslie había salido de su apacible ducha como una posesa al escuchar los gritos desamparados del agente.
Estaba dormido en el sofá. Era una pesadilla. Su cuerpo, convulso, sufría espasmos y luchaba contra algo o alguien que le estaba haciendo daño.
En su intento por despertarle, Leslie lo había zarandeado con suavidad, pero cuando el ruso sintió su contacto, aún dormido, la había tumbado en el suelo del pequeño salón y se había colocado sobre ella.
La toalla se le había abierto por completo y ahora tenía a un hombre de unos cien kilos de músculo sentado sobre su vientre: estrangulándola.
—¡Lébedev! ¡Stop! ¡Stop!
La estaba asfixiando y no encontraba fuerzas para liberarse. Así que utilizó uno de sus múltiples recursos de defensa personal y le introdujo los dedos índices y corazón debajo de las axilas, presionando en un punto extremadamente doloroso que propició que el ruso diera un salto hacia atrás y la soltara; pero no se salió de encima.
Markus abrió los ojos, desorientados y perdidos. Miró a su alrededor y se encontró encima de Leslie, desnuda sobre la moqueta. Mirándolo con serenidad, como si comprendiera y hubiera visto todo lo que su mente había creado.
Mierda, se había dormido. Había caído en coma en el mismo momento en que se había quedado pensando en ella, escuchando la voz monótona de la televisión…
En un imperdonable momento se había relajado… ¡y zas!
No podía dormirse. Si lo hacía, venían las pesadillas… Las que lo hostigaban y le oprimían el alma con una boa constrictor. Y no se lo podía permitir.
Se sintió tan avergonzado por su comportamiento ante ella que no supo cómo reaccionar.
Maldita sea, ¡había intentado estrangularla! ¡A ella!
Se puso las manos en la cara y se frotó los ojos y las mejillas.
Leslie respiraba agitadamente debajo de él. Seguro que le había dejado marcas en el cuello; por un momento incluso había temido por su propia vida. La fuerza de ese hombre era extrema y ella tenía una complexión fina. Podría haber muerto.
Sin embargo, ¿qué iba a reprocharle? Markus estaba perdido entre sus dolorosos recuerdos. Ni siquiera entraban en la categoría de dolorosos, pues los sueños que no se diferenciaban de la realidad eran aterradores, los más peligrosos sin duda.
Y Leslie tenía la necesidad de conocerlos y aplacar su tormento.
Levantó las manos hacia Markus y lo agarró de la cara para que sintiera un contacto humano, la calidez de su piel y la suavidad de sus dedos.
Ella era real. No formaba parte de un sueño. Y quería que el ruso lo entendiera.
Markus se quedó de piedra cuando notó que ella lo tocaba y le obligaba a mirarlo.
—¿Fantasmas? —le dijo ella tiernamente. Parpadeó con comprensión y sonrió, para que supiera que lo había disculpado.
Markus la miró atónito. Tocó su garganta y protestó contra sí mismo. Le iban a salir morados. Después pasó los dedos por su estómago y vientre desnudos, para asegurarse de que Tyoma no le había hecho daño.
—Él no te ha tocado. Estás bien —lo dijo en voz alta para asegurarse.
Estaba desnuda, como Dios la había traído al mundo. Se encontraba encima de ella y no daba con las fuerzas para apartarse.
—¿Él? No. Quienquiera que sea, no está aquí. Solo está en tu cabeza. —Leslie le acarició las mejillas con los pulgares.
—Lo siento mucho, Leslie —musitó avergonzado.
—¿Has dormido en el avión?
—No.
—¿Cuánto hace que no duermes? —Lo tomó de la barbilla y también le acarició allí.
De repente, tenía la necesidad de consolarle y de convertirse en su paño de lágrimas. ¿Qué se sentiría al ser el principal consuelo de un hombre tan frío y dominante como aquel? Se asustó al darse cuenta de lo mucho que deseaba convertirse en su alivio particular.
Markus negó con la cabeza e intentó levantarse.
—Generalmente no duermo mucho. —Se incorporó como si no fuera digno de recibir ningún tipo de mimo.
Leslie no iba a quedarse tumbada sobre la moqueta, en cueros, así que lo siguió, dispuesta a darle un poco de calor. De cobijo.
—¿No duermes mucho? Necesitas descansar.
Markus quería gritarle que se apartara de él. No iba a permitir que esa mujer corriera peligro alguno por relacionarse con él.
Estaba marcado por las bratvas. Marcado por la fatalidad. Podría hacerle daño en cualquier momento.
Y ella… Ella estaba totalmente desnuda.
Markus se dirigió a la nevera y tomó una pequeña botella de JB. La abrió y se la bebió entera, sin pausas.
—Mierda de bar… —gruñó.
—¿Markus? A no ser que ese frasco contenga un poco de relajante, no deberías bebértelo. —Alzó la mano para quitárselo, pero ya estaba vacío.
—Y tú no deberías andar desnuda delante de mí.
—No es culpa mía que me hayas intentado estrangular y me hayas arrancado la toalla.
De repente, la habitación se hizo muy pequeña. Tenía a Leslie detrás, ofreciéndose para hablar con él, para que contara con ella no solo como compañera, sino también como amiga. Y no lo podía permitir.
—¿Te he pedido ayuda? —preguntó de forma arisca.
Leslie apretó los labios y negó con la cabeza. No. En ningún momento le había pedido ayuda, pero ella, que era experta en no meterse en asuntos ajenos, se veía obligada a involucrarse en la vida de Markus.
—No hace falta que me la pidas. La necesitas. Habla conmigo, Markus. No sé nada de ti, y mucho me temo que este asunto de las mafias y las bratvas te toca más de cerca de lo que parece.
—Yo no necesito hablar contigo ni abrirte mi corazón, Leslie —se burló de ella—. He venido aquí a trabajar. No a hacer terapia ni psicoanálisis. Y, mucho menos, he venido a follar. Amos y Mazmorras acabó en las Islas Vírgenes. Y mi venganza contra ti finalizó en Nueva Orleans.
—¿Venganza? ¿Te refieres a la felación que te hice?
—Sí. Y ya está. No hay más. Parece que estés detrás de mí buscando ese polvo, esa aventura que no te voy a dar. —La miró de arriba abajo—. Si necesito revolcarme, lo haré en otro lugar, con otra mujer, no contigo. Vístete, joder. Deja de humillarte.
Leslie parpadeó confusa y aturdida por sus duras palabras. Era una maestra en encajar golpes y también encajaría aquella muestra de desdén y rabia.
—Eres un cretino, Lébedev.
—Sí, y más te vale que lo tengas en cuenta. Ahora concentrémonos solo en la misión, ¿de acuerdo? —pidió, más calmado.
Leslie no iba a rebajarse de nuevo ante él. Era ella quien intentaba establecer vínculos, era ella quien se aproximaba al hombre de hielo. Pero este no quería tener nada que ver con ella. Lección aprendida.
—No tendré ningún problema en hacerlo, Lébedev. Pero dale el mismo consejo a tu polla. Es la única que tiene expectativas aquí. —Le señaló la erección que tenía entre las piernas.
Leslie se dio la vuelta y se agachó para coger la toalla y cubrirse con ella. Nunca había sentido vergüenza ni de su cuerpo ni de sus actitudes, a veces, desvergonzadas, directas y faltas de filtro; pero el rechazo tan abierto de Markus a yacer con ella, o a tener sexo, sí la hirió.
Y entendió por qué. Porque Markus era el único hombre que de verdad le llamaba; que la atraía irremediablemente a sus treinta años. El único contra era que, casualmente, se trataba de su compañero, que tenía secretos y estaba un poco traumatizado. Ah, y no quería tener nada que ver con ella físicamente.
Pensándolo bien, eran varios contras.
Leslie se metió de nuevo en el baño y sacó la cabeza por la puerta para preguntarle:
—Lébedev, ¿me llevo la pistola o esta vez, cuando salga, mi vida ya no correrá peligro?
Markus apretó los dientes y negó con la cabeza.
—No volverá a pasar.
Leslie asintió, seria, y desapareció tras la puerta.
Volvió a meterse bajo el chorro de la ducha; tal vez así podría lavarse su humillación y el agua, purificadora, se llevaría las feas palabras del soviético. Puede que el jabón lo limpiara todo.
Ella no era una jodida ninfómana. No lo había sido jamás. Más bien se comportaba como una frígida. Por el amor de Dios, ¡si a su edad todavía era virgen!
El problema era que sentir esas cosas hacia alguien era algo completamente nuevo para ella. De todos era sabido que era competente y disciplinada en todo lo que se proponía, pero ¿quién le enseñaba cómo actuar frente al hombre que deseaba? ¿Quién le explicaba cómo encajar los desprecios cuando su corazón había salido malparado de aquel enfrentamiento?
Ella siempre había sido fuerte, casi indiferente a todo aquello que intentaba molestarla o sacarla de su espacio vital, sereno y perfecto.
Por eso se extrañó cuando, en el agua que recorría su rostro y colmaba su boca, percibió el sabor salado de sus propias lágrimas.
***
Markus estaba arrepentido.
Muy arrepentido. No había querido hablarle así, porque la verdad era que mentía. Deseaba acostarse con ella, y no había hecho otra cosa que pensar en eso desde que llegó a sus manos como sumisa. Desde entonces la deseaba.
Pero el deseo podía hacer mutaciones, como en ese momento; si la joven, además, era divertida, inteligente, valiente y comprensiva, como Leslie, se podría convertir en anhelo.
Anhelo por tener lo que nunca había tenido. Y él huía de cualquier vinculación afectiva, porque las vinculaciones reportaban fracasos. ¿Quién iba a querer tener nada que ver con un hombre que no sabía ni quién era?
Además, no estaba siendo justo con ella. Sus motivaciones profesionales tenían una rencilla personal.
Y Leslie era solo el medio que lo llevaría a aquel fin.
El fin de todos.
Seguramente, su propio fin.
Tal vez, entonces, las pesadillas remitirían y él podría vivir más tranquilo.