Nueva Orleans
Cárcel de Parish
A Leslie le gustaba Nueva Orleans. Había nacido allí, se había criado allí, entre sus campos de algodones, azúcar moreno y maíz; nadando en el río Misisipi y disfrutando del barrio Francés, su música y de las historias de brujas y vampiros que contaban en sus calles.
Había muchas cosas sobre las que podía hablar con cariño y nostalgia; pero no de ese lugar al que se dirigían.
Si había algo en Nueva Orleans de lo que debían avergonzarse no era ni de sus practicantes de vudú, ni de sus tradiciones de la Norteamérica profunda que seguían vigentes; su vergüenza, su mancha, era la cárcel de Parish, un complejo tercermundista, sucio y siniestro.
Parish Prison era una de las cárceles más escandalosas del mundo, y tras sus muros se habían cometido actos terribles y denigrantes contra la dignidad humana. Hacía unos años, un grupo de prisioneros habían interpuesto una demanda por malos tratos y vejaciones de todo tipo por parte de los funcionarios de las prisiones.
El sistema penitenciario de la Administración de la ciudad era ridículo. Además, ni el estado ni el Gobierno hacían nada para remediarlo, lo cual convertía a Parish en un foco de violencia y represión inaudita.
Sabía por Cleo que las reformas que se llevaron a cabo debido a la vergonzosa demanda recibida, no había mejorado las cosas demasiado. Todavía coleaban las imágenes que habían emitido por la televisión, en las que se veía a los presos bebiendo cervezas, tomando drogas, apostando dinero e incluso con armas.
Debía haber un acuerdo entre el Departamento de Justicia y el sheriff de la ciudad para asignar fondos y mejorar el estado de la cárcel. El sheriff encargado de la prisión había sido muy incompetente. Era algo que todo el mundo sabía, pues los vídeos lo habían dejado en evidencia.
El caso se llevó a juicio y al final la audiencia decidió aprobar la reforma, pero los costos de mantenerla anualmente podía poner en peligro la seguridad pública.
En definitiva: todo seguía igual.
Leslie sabía por qué razón la cárcel seguía siendo un infierno de corrupción: si había delincuentes a los que debían controlar, no serían a los que ya estaban entre rejas, sino a los que todavía pululaban por las calles.
Por eso, la cárcel de Parish no había evolucionado ni mejorado en ese tiempo.
***
Markus la había pasado a recoger muy puntual, en coche. Un Dodge Nitro de color negro y ventanas tintadas.
Conducía serio, sin errores, con la vista fija en la carretera.
Sin música, sin una mísera canción que animara el trayecto. Vestía unos pantalones caquis y una camiseta blanca de manga corta.
Sus tatuados brazos lucían grandes y marcados músculos definidos, sin llegar a ser desagradables. Calaveras, cruces invertidas, estrellas, frases, tribales y gatos… Era como una declaración de principios. Ninguno bueno, por cierto. Todos eran tatuajes típicos de expresidiarios. Cada uno de ellos anunciaba: «No me toques las pelotas».
Leslie lo había mirado varias veces de reojo.
Su perfil perfecto la distraía; su pelo a lo mohicano hacía que le apeteciera ponérselo más recto todavía.
¿Qué tenía ese hombre que le llamaba tanto la atención?
—Este lugar es una alcantarilla —dijo al llegar a la entrada de la prisión.
Y Leslie no podía negarlo. Lo era.
Solo faltaban los lobos aullando en la puerta para que acabara de parecer sacado de una novela de Hitchcock.
—No voy a replicarte —contestó ella.
Un policía con gafas de sol y camisa de manga corta los saludó con un gesto de la barbilla. Estaba sudando, y es que el calor en Nueva Orleans es sofocante.
Era joven, no tendría más de treinta años, y ya sabía quiénes eran. Los había reconocido.
Levantó la mano, en la que colgaban unas llaves grandes y pesadas:
—¿Vamos?
Markus y Leslie se miraron el uno al otro y asintieron, sin decir una palabra más.
La situación parecía mucho más surrealista de lo que habían imaginado. El FBI había trasladado a un preso de alto rango a una prisión de mala muerte de Nueva Orleans porque ahí no iba a tener conflictos con las mafias rusas… Pero tal vez lo tendría con una jeringa en mal estado, de esas que podían traspasarte la hepatitis en un santiamén.
¿Tendrían a Belikhov ahí hasta que el caso llegara a buen puerto?
Era arriesgarse demasiado.
Leslie se retiró las gafas carrera de pasta negra y cristales bitonales, y echó una vistazo a la fachada.
Efectivamente. Hacía años que no pasaba por ahí, pero seguía siendo tan desagradable como antes.
—Nueva Orleans es una ciudad curiosa —añadió Markus sin ninguna expresión en su rostro.
Leslie sabía que era el gesto que utilizaba cuando estaba en una misión. Markus era un hombre de contrastes. Y todavía no sabía por dónde pillarlo.
—¿No te gusta? —preguntó siguiendo al oficial—. A mí me encanta.
—Todavía estoy decidiendo si me gusta o no —repuso ella, que iba detrás.
—Y eso que no has visto todavía las procesiones de muertos y los rituales de santería —bromeó—. Entonces seguro que adorarás a esta ciudad.
—¿Por qué?
—Porque es tan morbosa y extraña como tú —le dijo mirándolo de arriba abajo por encima del hombro.
—Pasen por aquí —los interrumpió el oficial guiándole a los vestidores; grandes habitaciones de taquillas metálicas, suelo de cemento y un banco de madera alargado y central, que iba de punta a punta—. A estas horas todavía queda un rato para que vengan los del turno siguiente —dijo, nervioso.
—¿De cuánto tiempo disponemos?
—Tres cuartos de hora. El preso ha ingresado hace poco para que le hagan una revisión de las heridas. Tendrá que darle calmantes para el dolor y desinfectarlo. Póngase guantes.
Leslie asintió. Tenía experiencia en primeros auxilios y sabía cómo atender heridas de cuchillazos.
—Aquí tiene el traje naranja de convicto, señor. Colóqueselo —le ordenó a Markus—. Y este es para usted —le dijo a Leslie ofreciéndole un traje de enfermero—. Es lo único que he encontrado. No sé si será de su talla.
—Por supuesto que no lo es —contestó Leslie cogiéndolo de mala gana. Ni siquiera lo habían lavado y olía a sudor de hombre mayor—. James.
—¿Sí, señorita? —contestó el joven, sorprendido por que le llamara por su nombre.
—Usted encárguese de que no entre ningún guardia más en las dependencias médicas —sugirió Leslie.
—Sí, señora.
Markus arqueó las cejas al ver la veneración con la que el hombre miraba a Leslie. Estaba esperando a que Leslie se cambiara delante de él.
—Gracias, James —dijo Markus—. Puedes esperar fuera.
El joven dio un respingo y salió del vestidor.
Leslie sonrió por debajo de la nariz y se dio la vuelta para quitarse la camiseta blanca de tirantes y el pantalón tejano.
Llevaba una ropa interior sencilla y discreta, de color negro. Se recogió el pelo en una cola alta y sacó de su pequeña mochila de piel una liga con una pequeña pistola Beretta PICO. Se la colocó alrededor del muslo y después se puso los anchísimos pantalones, que tuvo que atarse con su propio cinturón.
Se dio la vuelta de golpe, dispuesta a colocarse la bata, pues con lo ancha que era no podía llamarla otra cosa, y se dio de bruces con Markus.
—¿Llevas siempre tu Beretta encima? —preguntó estudiándola.
—Sí.
—¿Y si te registran?
—¿Quién me va a registrar aquí?
—¿Y si a Belikhov le parece todo muy sospechoso y decide tomarte como rehén? ¿Y si ve que llevas una pistola?
Leslie parpadeó, incómoda. ¿De verdad estaba preocupado por eso?
—¿Has visto estos pantalones? Parezco el hombre del saco, Lébedev. Relájate. Estoy completamente asexuada y no se me marca nada. —Se colocó la bata por encima de la cabeza y gruñó al notar lo mal que olía—. Además, vienes conmigo, ¿no? Si pasa algo, lo reduciremos entre los dos.
—¿Asexuada? —Markus la ayudó a ponérsela, un gesto que a ella la tomó por sorpresa—. ¿Asexuada, dices? —Se rió—. Se ve a la legua que eres una mujer. —Se arrodilló ante ella y le dobló los bajos del pantalón, pues los arrastraba por el suelo. Lo volteó cuatro veces; cuatro perfectas, simétricas y exactas veces—. No le mires a la cara. —Se levantó y le echó el flequillo por encima de los ojos, cubriendo bien esa mirada clara y plateada—. No hables. Solo haz tu trabajo y escucha.
Leslie tenía ganas de echarse a reír. La estaba tratando como a una niña pequeña.
—Sí, padre.
—No bromeo.
—¿En serio? Pues vas a hacer que me parta de la risa. Cambia tu actitud, ruso. Sé muy bien cuál es mi trabajo. —Se apartó de él, incómoda y nerviosa por tenerlo tan cerca, y se dirigió a la puerta de salida.
—No te acerques demasiado a él. Belikhov no es tonto.
—Ni yo —contestó Leslie, esta vez ofendida.
«Capullo».
***
Una mujer en un cuerpo integrado por hombres siempre estaba expuesta a prejuicios y a sufrir comentarios paternalistas de ese tipo. El machismo existía todavía en muchas formas y variantes.
A ella no le gustaban.
Sufrió igual en las pruebas físicas, estudió lo mismo para los exámenes de entrada y tuvo que fingir como los demás en los psicotécnicos. Se lo trabajó tanto como los hombres, y, de hecho, de su promoción, fue la que mejor nota sacó, solo superada por Lion Romano.
No era justo ni adecuado que Markus la intentara proteger dándole consejos de novata, como si acabara de salir del colegio y no supiera lo que le deparaba el mundo.
No se consideraba feminista, pero no soportaba esos comentarios. Por eso cuando entraron en la enfermería, que necesitaba una reforma urgente, se centró en su trabajo para no darle más cancha a su enfado.
Las paredes eran de color crema; las ventanas, blancas, estaban cubiertas por rejas negras. Solo había tres camillas reclinables automáticas, colocadas en línea.
Y únicamente una de ellas estaba ocupada.
Leslie miró al paciente por una décima de segundo: Belikhov.
La joven acompañó a Markus, que se hacía el enfermo, manteniéndose en silencio, hasta ayudarlo a apoyarse en la camilla y estirarse allí por completo.
La enfermería olía a una mezcla antagónica de sanidad y rancio.
Las sábanas que cubrían el cuerpo de Belikhov parecían limpias, igual que las del resto de las literas.
Belikhov estaba muy delgado, pero fibrado; como Markus, tenía muchos tatuajes por toda su piel. Tenía el pelo negro repeinado hacia atrás, la nariz aguileña, y no aparentaba más de cincuenta años. Su rostro, de facciones angulosas, le recordaban a las de un vampiro: al más sádico y original.
No tenía ni relojes ni anillos ni pendientes…
Los presos debían dejar todas sus joyas en una caja de seguridad de la cárcel para que no pudieran utilizarlas como armas. No sería la primera vez que se producían casos de gente que había deshecho el oro para crear utensilios afilados y cortantes; anillos para golpear y abrir brechas; cuchillas para cortarse las venas, o pendientes para desgarrar corneas.
Sí. Todo en la cárcel era muy salvaje y prosaico.
—Enfermera —gruñó Belikhov con esa voz que le ponía la piel de gallina—, deme algo para el dolor. Me duele el costado.
Leslie se dio la vuelta nada más entrar en las dependencias y buscó el armario de las medicinas. Había un mueble metálico cerrado con llave; James se las había facilitado, así que abrió y esperó a que Markus entablara conversación con Belikhov mientras ella buscaba la dopamina.
Belikhov había recibido un navajazo en la caja torácica con la suerte de que la hoja no había tocado ningún órgano vital. Solo tenía una herida profunda con varios puntos internos y externos.
—Zdras-tvuy-tye. —Markus saludó a Belikhov, esperando que este se girase y se diera cuenta de quién era él.
Y así fue.
Belikhov se volteó, asustado, y miró a Markus de hito en hito. Que alguien hablara ruso ya era de por sí algo excepcional.
Su cara lo decía todo; no esperaba verlo allí, en una cárcel de mierda como aquella. A partir de ahí empezaron a hablar en su idioma.
—¡Joder! ¿Qué demonios haces tú aquí? —preguntó el mediador.
Markus mantuvo el rostro pétreo e inexpresivo mientras le contaba que habían repartido a todos los involucrados del torneo de Dragones y Mazmorras DS por las cárceles del país, para evitar complots.
A él le habían trasladado a Nueva Orleans.
—Llegué esta noche —contestó Markus—. ¿Desde cuándo estás tú aquí?
—Hace días —contestó sin fiarse del todo—. ¿Por qué mierda estás en la enfermería?
—Algo me sentó muy mal en el avión… Voy a echar el hígado en cualquier momento. —Se dobló sobre sí mismo y se provocó una arcada.
—Coño, qué asco… ¡Enfermera! ¡La dopamina! —Belikhov se llevó la mano a la caja torácica.
—¿Qué te ha pasado? ¿Te han pinchado aquí?
—¿Aquí? Esto está lleno de raperos negratas y cocainómanos. Aquí solo te pinchan si les quitas la coca.
—¿Entonces?
—Fue en la prisión de Washington —contestó, apartándose ligeramente para que Leslie le cogiera una vía y le inyectara el calmante—. No te vi allí —repuso, mirándole de reojo.
—Estaba en otra planta. Aislado por completo.
—Se suponía que yo también lo estaba… Pero los tentáculos de la Organizatsja son largos, amigo. Me apuñalaron en uno de los pasillos que van de la celda al patio.
Leslie, por su parte, escuchaba toda la conversación, mientras daba golpecitos con el corazón y el pulgar a la jeringa para que expulsara el aire. Se lo puso en el vial y dejó que la solución recorriera el cable de goma hasta llegar directamente al torrente de sangre.
—Lo tienen todo controlado. No hay cárcel en la que no haya un soplón de la mafiya. Llevan décadas hilando su tela de araña —explicó Belikhov mientras cerraba los ojos.
—Claro —repuso Markus tosiendo.
—Bueno, tú lo sabrás mejor que nadie… —dijo Belikhov abriendo un ojo y echándole un vistazo—. Tus tatuajes te delatan: quieres ser un vor v zakone. Quieres cortar la carne.
Leslie retiró la jeringa del vial y miró a Markus de soslayo. Este no quería ser un vor v zakone. ¿Qué tontería era esa? Pero estaba infiltrado en un caso de mafias y no sabía hasta qué punto su papel lo había perturbado.
Markus captó la mirada de Leslie. Le molestó pensar que ponía en duda su integridad.
—¿Por qué te apuñalaron? —preguntó el mohicano.
—Por todo lo que sé. Por esto. —Belikhov se levantó la camisa como pudo y le enseñó dos ojos tatuados en el pecho.
Markus reconoció el tatuaje. Conocía los significados de todos ellos. Su vida podía contarse por los dibujos de su cuerpo, igual que la de Belikhov.
Los ojos significaban que era un delator. Seguramente, Belikhov estuvo en una cárcel rusa y allí fue marcado con todos los símbolos de las bandas, para que, cuando saliera, pudiera trabajar para un vor.
Belikhov trabajaba para un vor, de eso no había duda. Y no un vor cualquiera. Uno de los vor v zakone más poderosos de Rusia.
Concretamente, el vor que él llevaba persiguiendo desde que le asignaron el caso en la SVR y al que todavía no había podido identificar. Solo sabía que respondía al nombre de Drakon, que significaba Dragón. Era como un hombre invisible. Apenas se dejaba ver. Sabía que la familia Vasíliev tenía negocios con el Dragón, de ahí que Belikhov hubiera recibido el navajazo en la misma cárcel en la que residía Yuri Vasíliev.
Los Vasíliev habían ensalzado su fortuna durante el derrumbe de la Unión Soviética. Con el libre mercado y la anarquía de la sociedad, la economía y los recursos quedaron en manos de oligarquías que se convirtieron en multimillonarios; un mercado negro que se basaba en la venta de empresas a bajo coste, hiperinflación, especulación de precios y nula burocracia. Los Vasíliev habían conseguido su fortuna gracias al mercado negro, que era supervisado por mafiyas.
Vasíliev contrató una seguridad privada, que no era otra que una de las miles de bandas mafiosas que regentaban el país.
De hecho, muchas familias millonarias rusas tenían relación directa con las mafias y las financiaban, a cambio de seguridad y protección.
Pero todo se les volvió en su contra. Las mafias se tornaron tan fuertes y poderosas que extorsionaron a los millonarios hasta hacerles trabajar de algún modo para ellos, ya no a cambio de seguridad, sino a cambio de no matarlos ellos mismos. O pagaban, o morían.
Muchas empresas del país, multinacionales y bancos estaban supuestamente protegidos por las bandas rusas; aunque, en realidad, lo que sucedía era que estaban coaccionados y en manos de un vor v zakone.
Rusia estaba infestada y corrupta, hasta el punto de que altos dirigentes del Gobierno, abogados y banqueros habían sucumbido al poder de los ladrones de ley. De ahí que no hubiera manera de solucionar los casos de tratas, tráfico de drogas, tráfico de armas y otros delitos que día a día se extendían por la Unión Soviética. Todos estaban comprados de algún modo y vivían amenazados por las mafias y los vory.
Se crearon muchas bratvas que dominaban diferentes frentes. Incluso entre ellas se peleaban y creaban auténticas guerras urbanas para conseguir la supremacía y el control del país. Chechenos, eslavos y rusos… Peleaban por la corona. Con el tiempo, cada una definió su posición y su lugar dentro del mercado negro.
Y uno de los vor más importantes y sanguinarios era el Drakon, que extendía su negocio de tratas de personas y de tráfico de drogas por todo el mundo. ¿Cómo se llamaba? ¿Cuál era el nombre que había detrás del personaje que tenían tanto poder como para conseguir aquellos desorbitados ingresos por sus mujeres?
—Entiendo —admitió Markus, retomando el hilo de Belikhov—. Fueron a por ti porque sabían que ibas a hablar. ¿Lo hiciste?
—Sí, maldita sea. Claro que lo he hecho. Tengo… —repuso incómodo—. Tengo familia. A cambio de colaborar con las autoridades, me han prometido protección para ellos y rebajarme la condena.
Al parecer, incluso Belikhov podía tener sentimientos. No importaba que traficara con mujeres y que mediara entre hombres sin alma y sin corazón; tenía familia y quería cuidar de ellos.
—No voy a preguntarte qué es lo que sabes… Pero tal vez tenga un modo de asegurarme de que tu familia y tú os mantengáis con vida.
El ruso achicó los ojos. Sus rasgos afilados, deformados por el dolor, se relajaron poco a poco al hacerle efecto el calmante.
—¿De qué hablas?
—Se trata de la elegida del vor. Está oculta y a buen recaudo.
Belikhov se incorporó sobre los codos y miró a Markus, anonadado.
—La vibrannay —susurró.
—Sí —afirmó Markus sugiriéndole que hablase en voz baja—. Yo también tengo intereses que proteger. Tal vez pueda salir de aquí.
—¿Salir de aquí? ¿Cómo?
—Un pacto. Necesito entregarle la vibrannay directamente al vor.
—No puedes… —murmuró Belikhov con los ojos vidriosos—. No puedes acercarte al vor Drakon, a no ser que pases antes por toda su guardia.
Markus arqueó las cejas, de color castaño oscuro. Vaya, aquello había sido información gratuita. Acababa de confirmar que se trataba de Drakon.
—Pero tú sabes cómo llegar hasta él.
—No. Yo siempre contactaba con intermediarios, nunca directamente con él. —Se relamió los labios y sonrió—. Pero hay una manera de conseguirlo.
—Dímela.
Belikhov negó con la cabeza y estudió el semblante de Markus.
—¿Por qué?
—Puedo ayudarte.
—¿Qué gano yo con ello?
—Si consigo llevarla hasta el vor —contestó el agente soviético—, recibiré privilegios. Podría pedir una garantía de que tú y los tuyos, al aceptar colaborar conmigo, quedéis cubiertos y a su amparo.
—No te creo. Si sales de aquí es para colaborar con el FBI —repuso el ruso—. Si me relacionan contigo, me matarán y descuartizarán a los míos. Yo seré siempre una suqui aquí adentro. Pero a ellas les harán cosas horribles. Tengo una niña pequeña… No quiero que les pase nada.
Markus comprendía la situación de Belikhov. Los rusos como él estaban acostumbrados a vivir en la cárcel, eso no les daba miedo, ni aunque se convirtieran en las perras de los ladrones de ley internos.
Eso era lo que significaba suqui: perra.
—No saldré de aquí para colaborar. Saldré de aquí por mis propios recursos. Tengo muy buenos abogados. Al fin y al cabo, yo no hice nada malo. Solo soy un amo que hacía domas para un torneo. Desconozco quiénes eran esas mujeres y qué hacían con ellas.
—Les dabas drogas. Comprobabas cuál era su efecto en sus cuerpos.
—Sí. Pero ninguna me vio. Nadie sabía que era yo. Estoy considerablemente cubierto.
Belikhov volvió a tumbarse en la camilla, sin dejar de mirar a Markus. No estaba seguro de confiar en él, pero era un soplón; lo llevaba en la sangre, y Markus sabía que tarde o temprano cedería.
—Ayúdame, Belikhov. Será bueno para los dos —le insistió.
El hombre lo meditó unos segundos y después añadió:
—Londres.
—¿Londres?
—Sí. Es el paraíso para las mafiyas. Cada año controlan eventos especiales por todo el mundo en los que haya gran afluencia de mujeres. Buscan vírgenes, ante todo. Les encanta desflorarlas. Londres es ideal para sus negocios.
Leslie auscultó a Belikhov, y después hizo lo propio con Markus.
Vírgenes como ella, pensó la agente agriamente.
En Inglaterra, el cuarenta por ciento de los delitos los cometía la mafia rusa. Londres, en especial, se había convertido en una especie de Edén para todo tipo de actividades ilícitas y criminales.
Lo más importante: ahí se blanqueaba el dinero que recibían de las ventas de las mujeres. Por esa razón la subasta se realizaría en la capital inglesa. Por esa misma razón, la banda del Drakon se encontraba allí.
El problema de la ciudad era su permisividad mediática y la economía no reglamentaria que propiciaba los fraudes fiscales y económicos, además del poco control que tenían en la venta de armas y los timos cibernéticos.
Además, Londres era un lugar idílico por el turismo. Allí podían coger a todas las chicas que quisieran, ya que era un destino de adolescentes con ganas de fiesta. Allí tendrían todo el venado que deseaban; venado que no viajaba a Rusia, entre otras cosas, por la mafia.
En Londres podrían conseguir chicas de diferentes etnias, colores de piel, de pelo, de ojos… Era como un gran supermercado para ellos.
La SOCA, que era la Agencia para el Crimen Organizado, intentaba detener la irrupción de las mafias rusas; pero a estas se le habían añadido recientemente las bandas albano-kosovares, las triadas chinas e incluso la mafia turca. No daban abasto.
Inglaterra estaba asediada y, para colmo, protegía a los mafiosos. Todavía escocía el caso de Grigori Luchansky, el cabecilla de una organización criminal mafiosa. El tribunal inglés falló a su favor y lo liberó.
Y después estaba el caso de Michael Terney, artífice de una estafa de más de doscientos millones de dólares, y al cual el Reino Unido se negó a detener.
Leslie sabía cuál era el motivo de aquella permisibilidad: los tentáculos de las mafiyas, las influencias de los asesinos y sus amenazas eran difíciles de enfrentar. Y no había mayor terrorismo que ese: inculcarle a las personas el miedo al dolor y a la muerte.
—Después del varapalo de las Islas Vírgenes, buscarán nuevas captaciones; y lo van a hacer de modo masivo —continuó Belikhov—. Yo debía estar al tanto de mover a las chicas que se llevarían esta vez de Londres. Hay muchos clientes sin cobrar ni recibir a las mujeres por las que pagaron en las islas. Los soldados de las bratvas captarán a toda mujer que se mueva y se confíe, y se las llevarán para suplir a las que les quitaron.
—¿Se las llevarán? ¿Cómo? ¿Adónde?
—Eso es lo que no sé… Pero serán mujeres de diferentes nacionalidades; paquetes que deberán viajar a cualquier parte del mundo para llegar hasta los brazos de su comprador. Una vez que las secuestran, pasan por una criba; unas se destinarán para unos fines y otras se destinarán para otros. Para llegar al vor, tienes que contactar primero a través de sus soldados… Pero hay muchas bratvas diferentes operando en los puntos de llegada de los transportes: aeropuertos, puertos y estaciones de tren. Sin embargo, la banda más importante, con la que yo trabajo, tiene un sello distintivo en el dorso de su mano y trabajan, principalmente, en los aeropuertos.
—¿Qué sello es? —Markus no disponía de esa información y sería un buen inicio para emprender la búsqueda y las negociaciones.
—Un dragón que se muerde la cola haciendo un círculo. El símbolo de Drakon. ¿Por qué… estoy tan mareado? —preguntó de golpe.
—¿Mareado? —repitió Markus.
—Joder sí… La lengua me va sola. No entiendo por qué te cuento todas estas cosas…
Leslie, que levantaba la camisa de Markus para colocar el estetoscopio sobre el pecho tatuado del mohicano, fijó sus ojos grises en los amatista de él y le guiñó un ojo.
Markus no se lo podía creer. ¿Le había metido algo de droga en la dopamina? ¿Era eso? Apretó los dientes y negó con la cabeza.
Ella se encogió de hombros y se dio la vuelta para buscar en el armario de las medicinas un poco de vitamina B e inyectársela a Markus en vena.
—¿Qué mierda me está inyectando? —le preguntó Markus a Leslie en inglés. No quería que le pinchara nada. ¡Él no estaba enfermo!
—Ha vomitado mucho. Esto le repondrá y hará que se sienta mejor —le explicó Leslie, fingiendo profesionalidad, metida de lleno en su papel.
—Créeme, Mark. Esto hará que te sientas muuuuucho mejor —canturreó Belikhov clavando la mirada negra y ensoñadora en el techo.
—De acuerdo, Belikhov. —Markus debía centrarse. Apartó a Leslie un poco y miró de nuevo al ruso. Sintió el pinchazo de la jeringa en el brazo, pero no le dio importancia—. Un dragón que se muerde la cola. Dentro de unos días hay un evento en Londres.
—Sí. Es un festival de música. Dura tres días. Empieza pasado mañana. La bratva del Drakon estará hasta última hora para llevarse a sus presas. Contacta con uno de ellos y convéncele para que te vaya acercando al vor. En cuanto les digas a quién tienes contigo… Un momento —se detuvo—. ¿Cuándo piensas salir tú de aquí? No tendrás tiempo de actuar.
—Hoy al mediodía viene mi abogado. Es muy bueno. Me va a sacar de aquí con un chasquido de sus dedos.
—Ah. —A Belikhov le pareció completamente coherente la respuesta y continuó con su chivatazo—. Entonces, coge a la vibrannay y viajad a Inglaterra. Al aeropuerto de Londres, en Heathrow, donde desembarcarán la mayoría de las jovencitas. Cogerán a algunas. Cuando haya pasado la criba y tengan a las chicas preparadas, el vor se presentará en la compra final de la mercancía. No sé cómo ni cuándo ni dónde se hace la compra, porque cada vez es un lugar distinto, pero, si llegas lo suficientemente lejos, te enterarás. Él y otros capos más estarán allí como si se tratara de una subasta de lujo. —Lo miró de arriba abajo—. Podrías hacerte un lugar entre ellos; podrías codearte con ellos, Markus. Y cuando me saques de aquí, yo podría trabajar para ti —se echó a reír.
—¿Trabajar para mí? ¿Por qué dices eso?
—Creo que tienes madera de vor. Ya te lo noté en Peter Bay. Tú has estado en las cárceles rusas, amigo. —Miró sus tatuajes sin disimulo—. Que me corten la mano ahora mismo si no te estás preparando para ello… Quieres ser un ladrón de ley.
Leslie carraspeó. Se alejó de las camillas y se dispuso a dejar todo en orden de nuevo. Caray con Markus. Tenía un expediente muy llamativo.
Apretó el botón del interfono y dijo:
—Al preso dos tres cuatro siete —que no era otro que Markus— ya se le ha administrado la medicina. Pueden venir a recogerlo.
Leslie se apoyó en la pared, esperando que la puerta se abriera para salir de allí. Meditaba sobre quién era Markus, sobre qué había tenido que hacer para ser quien era en ese momento.
Aquel inmenso hombre, postrado en la camilla, con aquel pelo tan peculiar y perfecto todo de punta, le dio la mano a Belikhov:
—Tendrás noticias mías.
—Ya, bueno… Eso espero. O también lo soplaré todo sobre ti —dijo con indiferencia.
Markus se incorporó y se quedó de pie ante él.
—No sabes nada de mí. No voy a colaborar con el FBI. No voy a hacer nada, excepto entregar al vor lo que es suyo y salvarte el culo, Belikhov.
—Ne, ne, ne… —negó él moviendo la cabeza de un lado al otro—. Tu cuerpo y tus marcas me dicen algo, Markus. Violaste el código de los ladrones, y por ello te castigaron en la cárcel. ¿Qué te hicieron? ¿Qué hiciste? Quien rompe el código una vez —alzó el dedo índice y le señaló— lo rompe dos veces.
Markus alzó el labio, dibujando una sonrisa propia de un sicario y contestó:
—Descansa, Belikhov. Bolshoe spasibo. Muchas gracias.
—Pazhalsta. —De nada—. Nos vemos.
***
Cuando llegaron al cuarto para cambiarse de nuevo, Leslie se acercó a Markus para hablar con él. ¿Qué había querido decir Belikhov con el código de los ladrones? ¿Lo había roto Markus? ¿Cuándo?
Lébedev se cambiaba en silencio, de espaldas a ella.
—Markus…
—Leslie. —Él se giró bruscamente y la cogió por la barbilla—. Vamos a dejar las cosas claras, bonita. Cualquier cosa, repito, cualquier cosa que te cruce por esa cabecita que tienes —le clavó los dedos en las mejillas— me lo tienes que comunicar. ¿Qué mierda le has inyectado?
—El pentotal sódico. Lo utilizamos para obtener declaraciones —se excusó ella, aunque para nada se arrepentía.
—Yo no. ¿O acaso crees que Belikhov no reconoce todas las sustancias que le inyectan? Es un puto mafioso. ¡Ha probado de todo!
—Puedo utilizarlo cuándo y cómo me convenga. No eres mi superior, Markus.
—Exacto. Trabajamos en equipo. —Le soltó la barbilla—. Así que más te vale que te comportes y que me digas en todo momento qué tienes pensado hacer… ¿Y dónde coño te has metido el pentotal?
—En una pequeña funda de la liga —explicó, tranquila, reprobándolo con la mirada—. No vuelvas a cogerme así de la cara o te raparé el pelo al cero, Markus. No estoy bromeando. Además, gracias a mí, Belikhov no ha tenido problemas para explicarte lo de la banda del Dragón.
—¿Gracias a ti? —Tal vez Leslie tuviera razón. Pero no se lo reconocería, entre otras cosas porque acababa de ponerles en peligro—. En todo caso, si Belikhov hubiera reconocido que se le había drogado, no habría dicho nada. Es una negligencia por tu parte.
—¿Negligencia? —repitió ella cada vez más enfadada—. Negligencia es no informarme de que estuviste en una maldita cárcel rusa ni de lo que te pasó ahí.
—No es determinante.
—¡¿Cómo que no lo es?! Si Belikhov conoce tu historia, otros más como él también la sabrán. ¿Qué significan todos esos tatuajes que llevas? Debería estar al tanto de todo lo que concierne a mi binomio. ¿Querías ser un vor v zakone? ¿Ese era tu papel como infiltrado? ¿En serio? ¿Qué mierda está pasando? ¿Ahora resulta que tendré que preguntarle al director Spurs o al subdirector Montgomery con qué tipo de compañero me han juntado?
—No somos un binomio. Solo estamos trabajando juntos, excepcionalmente. Yo no tengo pareja. No tengo binomio.
—Perfecto. No somos un binomio. —Genial. Markus solo retenía lo que le interesaba—. Yo informaré al FBI por mi parte, y tú por la tuya, si así lo quieres. Pero vas a tener que contarme qué código rompiste y por qué.
—No tengo que explicarte nada de lo que he hecho, Leslie. Es información confidencial y no la voy a compartir contigo. Pertenece al servicio de inteligencia exterior ruso, no a un agente de del FBI. ¿Entendido? Yo no te pregunto nada sobre tu pasado ni sobre cosas que hayas podido hacer y que te hayan convertido en lo que eres ahora.
—Ya veo. Ya veo que no te importa nada.
—No es que no me importe… Es que es intrascendente.
Los músculos de la mandíbula de Leslie se tensaron. Markus acababa de decirle abiertamente que no le importaba nada de lo que había hecho en su vida. En Peter Bay se habían contado muchísimas cosas, pero todo eran detalles actuales, de gustos y preferencias; nada demasiado íntimo ni demasiado profesional.
Intrascendente, esa era la palabra para definir todo lo que se habían revelado el uno al otro.
Leslie no conocía a Markus.
Markus no la conocía a ella.
—¿Podemos centrarnos en lo que nos concierne, agente?
—Claro, ruso —le replicó ella, beligerante.
Leslie entendió algo al instante.
Markus trabajaba solo porque era incapaz de confiar en nadie más.
Cuando lo conoció de amo, en Peter Bay, la hizo sentirse segura porque él era un agente de la ley igual que ella; nunca le haría daño.
A pesar de la seguridad de entonces, ahora no tenía que ver con su relación actual. El trabajo era trabajo. Nada más.
Markus no quería que lo molestaran y, aunque sentía que él la deseaba y que la miraba con ojos de anhelo, porque era una mujer y se daba cuenta de ello, Markus la percibía más como una carga que como un refuerzo para la misión.
—Muy bien, agente Lébedev —aceptó Leslie a regañadientes—. Me ha quedado claro que tengo un colaborador de trabajo, no un compañero. Sabiendo eso, estos son nuestros roles. Iré contigo en calidad de rehén; seré la elegida del vor. Tú serás mi apoderado, o como quieras llamarlo.
—Apoderado está bien.
—Y esto es lo siguiente que tenemos que hacer: primero coger dos billetes para Londres de carácter urgente para esta misma noche. Debemos poner en marcha nuestros móviles internacionales y empezar a buscar a los miembros de la banda del dragón. ¿Estás de acuerdo?
—Cien por cien.
—Entonces, futuro vor v zakone —repitió con inquina—, salgamos de esta pocilga.