Capítulo 4

El subdirector Montgomery estaba sentado en el sillón orejero del salón. Su calva brillaba de vez en cuando, y sus ojos azules analizaban a Markus y a Leslie. Vestía un traje chaqueta de color gris claro y una camisa blanca. Había dejado la americana pulcramente doblada sobre el ancho reposabrazos del sillón, y bebía del café con hielo que le había servido Les.

La joven agente no dejaba de darle vueltas a lo que podría pensar un representante de los altos cargos de la organización más importante de agente federales de Estados Unidos, cuando ella, la única que iba a ser admitida para los SWAT, había sido cazada en un jacuzzi bitermal, desnuda, cantando un tema de Inna y Daddy Yankee; y, ahora, allí estaba, con el pelo mojado y peinado, y un albornoz de la Pantera Rosa, intentando aparentar que seguía siendo tan íntegra y mesurada como antes.

Elias Montgomery carraspeó y entrelazó los dedos de sus manos, sin dejar de estudiar a la pareja de agentes que debían colaborar juntos.

—Como saben —anunció sin preámbulos—, el caso Amos y Mazmorras ha tenido otras derivaciones. Descubrimos con éxito cuál era la finalidad del torneo y para qué servían las sumisas y los sumisos que secuestraban; también pudimos averiguar cuál es esa droga de diseño tan evolucionada que utilizaban en las domas. Tenemos a sus camellos. Tenemos a los villanos y a los sádicos asesinos. Sin embargo, lo que nos atañe y en lo que ha desembocado el caso es al eje de toda la investigación entre la SVR y el FBI: el foco de los secuestros y la trata de blancas a nivel internacional. La organización que perseguimos tiene su origen en Rusia —dijo Montgomery abriendo su inseparable maletín y sacando un fajo de hojas grapadas—. Estamos ante un conflicto que llena las arcas de los delincuentes; traficantes de personas que llevan en el negocio desde hace décadas. Hablamos de la mafia rusa, cuyos tentáculos se afianzan firmemente alrededor del mundo. Hemos bautizado este caso, pues es un ramal de AyM, como «Amos y Mazmorras: en los Reinos Olvidados», para hacer referencia a los países del este y crear un símil que tuviera continuidad con Toril y los reinos olvidados de Warcraft, tal y como hacían en el torneo.

Montgomery tomó su café helado y le dio un largo sorbo, procurando mantener la tensión y la atención de sus agentes.

—El motivo por el que he venido sin avisar y sin tiempo para apenas preparar nuestro siguiente movimiento ha sido que ha pasado algo con lo que no contábamos.

—¿Qué ha sucedido? —preguntó Leslie, interesada.

—Belikhov ha sido acuchillado en la cárcel preventiva de Washington, a semanas vistas de la celebración del juicio —contestó Markus sin mirarla—. Ha sobrevivido, pero lo han trasladado al hospital de la cárcel de Parish, de Nueva Orleans, donde pueda estar alejado de influencias rusas y de cuentas pendientes.

—Parish no es precisamente un remanso de paz —apuntó Leslie, arqueando una ceja.

—Pero ahora es la mejor opción para él. Creen que los tentáculos de Yuri Vasíliev llegaron hasta Belikhov para que acabaran con su vida. Ambos estaban en la misma cárcel.

Leslie no se sorprendió, pues sabía que, en asuntos de mafias y bandas, muchos de los temas pendientes se solucionaban entre rejas, casi siempre con la muerte. Solo había un lugar donde había más corrupción y vandalismo que en la calle: la prisión.

Lo que a Leslie le sorprendió de verdad fue que Markus estuviera al corriente de todo eso antes que ella.

—¿Lo sabías? —le preguntó, tapándose más con el albornoz.

—Sí —contestó Markus.

—¿Desde cuándo?

—Hace tres días. Mi superior me alertó y acordamos que debíamos reunirnos contigo cuanto antes para que pudiéramos ponernos en marcha.

Se sintió mal y poco informada.

—¿Por qué a mí no se me puso al tanto de lo sucedido con Belikhov? —preguntó Leslie.

—Porque estaba en Nueva Orleans y estamos cuidando nuestras líneas —contestó Montgomery—. Hace un par de días encontramos un topo en el sistema de emails del FBI. Un variante del NSL que utilizamos nosotros para contraespionaje. No íbamos a ponernos en contacto con usted para hablarle de lo que estaba sucediendo. ¿O acaso cree que los rusos están de brazos cruzados al saber que su mediador y Yuri han desaparecido? En los medios de comunicación no ha habido información alguna sobre el caso de las Islas Vírgenes, ni la habrá hasta que no estemos seguros de que queda todo solucionado y que nuestros informadores no corren riesgo de ningún tipo. Pero eso no quita que los rusos sospechen.

Leslie asintió, pero no pudo evitar mirar a Markus con algo de inquina. Entonces, pensó desapasionadamente, la noche anterior no había ido a verla porque le apetecía. Tanta tontería y, en realidad, él estaba ahí por trabajo. Aprovechaba el viaje y llegaba unas horas antes solo para magrearla, para indicarle quién mandaba y dejarle claro que era un fiel seguidor de la ley del talión: ojo por ojo. En este caso, comida por comida.

No le gustó.

—Entiendo —dijo escuetamente—. ¿Está seguro de que nadie sabe que han trasladado a Belikhov hasta aquí? —preguntó Leslie en su tono más profesional.

—Completamente —sentenció Montgomery.

La chica se levantó, sin importarle ya si veían o no veían el dibujo estampado en su albornoz; tomó las tostadas del equipo de desayuno retro y le dijo a Montgomery:

—¿Le apetece desayunar? Hay tortilla con vegetales y queso, y un par de tostadas recién hechas.

Montgomery se lo pensó, pero después negó con la cabeza con una disculpa.

Markus giró la cabeza, al más puro niña del exorcista, como si estuviera poseído y sonrió:

—Yo no quiero, gracias —contestó, irónico.

Leslie lo miró como si fuera transparente y se sentó de nuevo en el sofá, con otra taza de café hasta arriba, y con las tostadas con tortilla.

Las pequeñas decepciones le daban hambre.

—De acuerdo. Deje que me ubique —apuntó mordiendo la tostada—. Belikhov está en la cárcel de Parish.

—En su hospital —señaló Montgomery.

—Ajá. ¿Qué se supone que debemos hacer nosotros con él?

—Markus y usted siguen con sus tapaderas y son dos piezas indispensables para solucionar todo el entramado. Meteremos a Markus en la cárcel por un día para que contacte con Belikhov. Lo hará como un preso que ha sufrido unas heridas y se encontrará con él por sorpresa, en el hospital. Al mediador lo han querido matar para que no dé ningún chivatazo más, ya que ayudar a resolver el caso al FBI es un atenuante y reduce condena. Belikhov tiene nombres, pues ha sido intermediario y persona de contacto entre clientes compradores y suministradores. Si nos dice cómo llegar hasta los verdaderos jefes de las mafias de tratas, nos allanará el camino. Sin embargo, al ver que lo han apuñalado, se lo pensará mucho antes de hablar de nuevo. Ya lo han pinchado por ello. Pero hablaría. Hablaría con uno como él. Y lo hará con Markus, pues ya habían tenido contacto anteriormente para la doma de las sumisas. Estamos seguros de que lo verá como uno de los suyos.

Leslie asintió con la cabeza. Tenía mucho sentido.

—Dice que ha mencionado un chivatazo más. ¿Qué ha soltado Belikhov por la boca antes de que lo cortaran?

—Ha hablado de un número de cuenta de ingresos especiales, cuya tramitación se realiza a través de un banco de Suiza. Auténticas barbaridades que han pagado por mujeres a las que llaman las vybrannoy (elegidas). Mujeres que deben ser enviadas a altos cargos y a cabecillas de rusos, árabes e incluso mexicanos. Hay muchísima gente metida ahí.

—Las vybrannoy… —repitió Leslie con el vello de punta.

—Sí. Antes de ingresarlo en prisión preventiva, le interrogamos para que nos identificara mediante las fotos tomadas a algunas de esas mujeres elegidas. Algunas de ellas estaban en el barco de las Islas Vírgenes y ya habían sido compradas.

—Pero el envío jamás se realizó —aclaró Markus, serio, mirando la tostada de Leslie. De repente tenía mucha hambre—. Intervenimos el barco. Y, de paso, congelamos la cuenta.

—Sin embargo, sus compradores —informó Montgomery—, tarde o temprano reclamarán el dinero invertido.

—O a las mujeres —dijeron Leslie y Markus a la vez.

Se miraron el uno al otro y volvieron la vista al frente.

—La cuestión —recalcó el subdirector jefe— es que había un ingreso en esa cuenta que triplicaba los ingresos de los demás compradores. Se trataba de ocho cifras. Más de diez millones de dólares por una sola mujer. Belikhov nos dijo que esa vibrannay era la más cara de todas y la más especial, porque iba destinada al líder de la Organizatsja, el ladrón de ley conocido como Vor v Zakone.

A Leslie, el mundo de las mafias rusas le parecía apasionante. Había estudiado sobre ellas en el FBI y conocía todas los nombres y códigos de esas organizaciones.

Sabía que la mafia rusa tenía más de cuatrocientas bandas repartidas por todo el mundo: desde Estados Unidos, Alemania, Francia, Reino Unido, España, Latinoamérica, Sudáfrica… Estaban en todas partes. Eran como una plaga, casi imposible de exterminar.

Sus miembros podían tener diferentes nacionalidades: chechenos, armenios, rusos, coreanos, uzbecos, georgianos… Entre ellos había desde exagentes de la KGB a púgiles de lucha libre, boxeadores, veteranos militares del Ejército Rojo, atletas campeones olímpicos… De ahí que fuera la mafia más violenta y poderosa en esos momentos. En sus filas no había ciudadanos cualesquiera. Eran hombres y mujeres muy preparados mental y físicamente, que hacían de la mafiya la red criminal más grande y extendida del mundo y la que amenazaba mayoritariamente a todas las democracias.

Se dedicaban a los fraudes fiscales, narcotráfico, venta de armas, extorsión… Y, sobre todo, a la trata de blancas.

El fin del secuestro de mujeres podía tener varios destinos: la explotación sexual, la prostitución, el sadismo, como en el caso de Amos y Mazmorras, o bien, calmar el capricho de un multimillonario con una adolescente o una virgen. O sea, colmar el apetito de un enfermo mental.

A veces se utilizaban a esas mujeres como regalos entre dinastías y bandas; algunas sobrevivían e incluso acababan formando parte activa de las bandas. Otras morían bajo los tratos a los que las sometían.

Era una realidad triste y aterradora. Pero una realidad, al fin y al cabo.

—El Vor v Zakone es el pez gordo —resumió Markus mirando a Leslie penetrantemente—. El Pakhan. Si llegamos a él, podemos destrozarlos. Pero necesitamos pruebas fehacientes de lo que hacen. ¿Cómo realizan sus negocios? ¿Cómo captan a las chicas?

—En AyM vimos que operaban mediante el foro rol —apuntó Les.

—Sí, pero, utilizan diferentes medios de captación. Hablamos de una captación masiva —aclaró—. Su origen. Su modus operandi. Vamos a tratar directamente y de cara con el tema.

Leslie parpadeó sin comprender a qué se refería Markus. Por supuesto que iban a tratar con el tema.

—¿Cuál es el problema? —preguntó de repente.

Markus desvió la vista hacia Montgomery, que asintió como si le diera el permiso para decir lo que tuviera que decir.

—Tenemos a la vibrannay que reclamó el vor.

—Perfecto —afirmó Leslie echándose su larguísimo flequillo húmedo hacia atrás—. Eso que tenemos ganado. Podemos jugar con ello. ¿La tenemos identificada? ¿Tiene protección? ¿Acepta colaborar con nosotros?

Markus afirmó con la cabeza, sin dejar de observar sus ojos.

—Sí, acepta colaborar con nosotros… Eres tú, Leslie.

—¿Cómo?

—Tú eres la vibrannay que quiere el vor.

***

Leslie siempre había soñado con ser agente del FBI. Su hermana y ella fantaseaban con convertirse en las nuevas María L. Ricci, la famosa agente especial de contrainteligencia del FBI.

Había imaginado con desentramar ardides políticos y con ser la responsable de meter al mayor terrorista del mundo entre rejas.

Soñar era gratis, y Leslie creía al máximo en sus posibilidades y sus virtudes. En las virtudes de su inteligencia.

Lo que nunca imaginó fue que su físico llamaría la atención de un capo de la mafia rusa y que pagarían tantos millones de dólares por ella.

Tragó saliva y tomó su taza de café entre las manos. Estaba tan helado como ella.

—El vor ha pagado esa cantidad de dinero porque sabe quién soy —asumió—. Los D’Arthenay tuvieron que informarlos de que trabajaba en el FBI… Quieren mi cabeza.

—No. Nadie descubrió tu tapadera —aclaró Markus—. Siguen creyendo que yo soy un amo ruso que practica domas a las mujeres que les facilitan, y que tú eras una de esas mujeres a las que estaba aleccionando. Si los D’Arthenay abrieron la boca fue para decir que Cleo era policía de Nueva Orleans… Y, aun así, no dijeron nada. Margaret, la mujer de Xavier d’Arthenay, nos dijo que no podían delatar a Cleo a los compradores rusos porque los matarían si se enteraban que habían permitido que una agente de la ley se inmiscuyera en Dragones y Mazmorras DS. Vuestras tapaderas siguen a salvo. La tuya más que ninguna.

—Entiendo. —Alzó la taza de café y bebió tres sorbos seguidos—. ¿Qué se supone que debo hacer yo ahora? ¿Cómo debemos proceder?

—El vor te estará buscando, Leslie —explicó Montgomery—. Lo que no sabe es que Markus escapó de la criba final en Walpurgis y se llevó, inteligentemente, a su vibrannay. Nadie llega al vor por sí solo, son sus intermediarios quienes te acercan a él. Belikhov es el único que hablará, Markus. Es a través de él como podemos empezar por el primer escalón.

Leslie miró a Markus y este ni siquiera parpadeó. Sus ojos amatista lanzaban destellos victoriosos.

—Trabajaréis juntos: tú continuarás siendo su rehén. Markus será tu advokat, lo que ellos llaman tu apoderado.

—Sé hablar ruso, señor —puntualizó Leslie—. Comprendo la jerga de las mafias.

—Lo sé. —Montgomery ignoró el tono molesto de su agente—. Pero no por eso no dejaré de recordarle que es una pieza importante para nosotros y para ellos. Es un cepo, el hueso del sabueso. Y, con sus conocimientos de ruso y sus capacidades, esperamos que llegue muy lejos en la investigación.

Leslie sabía que le estaban dorando la pildorita.

Por el amor de Dios. Encabezaba la lista de deseos de uno de los más poderosos jefes de las bandas rusas. Y sabiendo que llegaban a todas partes y que tenían contactos por todos lados, no era algo de lo que pudiera sentirse orgullosa.

Aun así, era su gran oportunidad.

Leslie había puesto sus objetivos muy altos: quería convertirse en inspectora. Si salía con éxito de «los reinos olvidados», ganaría puntos para lograr su ascenso.

¿Riesgo? Siempre lo había. Donde estaba el cuerpo estaba el peligro. Pero la habían preparado para momentos como aquel y no temería nada.

—Lo haré lo mejor que pueda —prometió dejando la taza sobre la mesa y secándose las palmas húmedas en el albornoz—. ¿Cuándo empezamos? ¿Cómo deberemos actuar? —preguntó ansiosa por empezar.

—Lo primero que debemos hacer es meter a Markus en el hospital de la cárcel de Nueva Orleans. Usted entrará con él como enfermera asistente. Nos aseguraremos de que no haya nadie en el turno y de mantener su inserción en absoluto secreto. No se preocupen de la seguridad. —Montgomery se levantó del sillón y dejó el expediente de AyM: en los Reinos Olvidados encima de la mesa—. Ahí está la información de la cuenta multimillonaria. La disposición de los presos del torneo por todas las cárceles de Estados Unidos. Y la información de los vory. Desde hoy, no volveré a contactar con ustedes hasta que no me den un informe exhaustivo de todo lo que han descubierto. Nos estamos vigilando los unos a los otros; un paso en falso puede acabar toda la operación.

—¿Cuándo ingresamos en prisión, señor Montgomery? —preguntó Markus peinándose la cresta con las manos.

—Mañana por la mañana. Su director de la SVR está en contacto con nosotros. Entre las dos organizaciones gubernamentales estamos preparando toda la operación, pero solo podemos fiarnos plenamente de ustedes dos, que conocen todos los detalles. Esta tarde les enviaré dos móviles ripeados y abiertos a comunicaciones internacionales. Así iremos manteniendo la comunicación entre todos. No les dejaremos solos —aclaró con determinación.

—Pero viajaremos solos.

—Tendrán una lista de contactos en Londres.

—¿Mi hermana nos podrá acompañar?

—A su hermana todavía la tengo que convencer de que forme parte de nuestros agentes federales. —Miró a la planta de arriba y sonrió—. Ni ella ni el agente Romano deben involucrarse en este caso. No entra en su jurisdicción.

—Tampoco es de la suya; es americana —replicó Markus señalando a Leslie.

—En el momento en el que el delito es internacional y atañe también a ciudadanos norteamericanos, Lébedev —contestó Les mirándolo de reojo—, incumbe al Gobierno de Estados Unidos y a los miembros de seguridad de sus despachos federales. Yo formo parte de ellos.

Montgomery sonrió al ver cómo Leslie ponía a Markus en su sitio en un santiamén.

—Perfecto. —Montgomery se secó el sudor de su calva con un pañuelo blanco—. Mañana a las ocho de la mañana preséntense en la cárcel de Parish. Un guardia les esperará en la entrada, y les hará entrar por otra planta distinta a la de los presos comunes. Tendrán una hora para estar con Belikhov antes de que entre el turno de mañana de la enfermería y hagan preguntas inadecuadas. Nadie allí, solo mi gancho, sabrá que son agentes. Tengan cuidado.

—Sí, señor —contestó Leslie mientras le acompañaba a la puerta.

—Estén preparados. Hagan las maletas y todo lo que crean que les hace falta. Dentro de veinticuatro horas deberán continuar con su misión. Confiamos en ustedes.

—Descuide, señor Montgomery.

—Adiós, agente Connelly.

—Adiós.

Leslie cerró la puerta y apoyó la frente en la madera.

El subinspector se había ido. A partir de ese preciso momento, Markus y ella volvían a ser pareja; binomio, como ellos lo llamaban.

Se dio la vuelta y lo encaró mientras reclinaba la espalda en el portón. Su pelo se había secado rápidamente. Su flequillo, que había echado hacia atrás, estaba retirado de su frente y mostraba unos ojos rasgados e inteligentes; dos bolas inmensas de color plata llenas de intuiciones nada positivas.

—No acaba de gustarte que trabajemos juntos en esto, ¿verdad? Pareces muy celoso de lo que has logrado y tal vez creas que voy a llevarme méritos que no me pertenecen.

Markus negó con la cabeza. Leslie estaba muy equivocada. No tenía nada que ver con eso: era más bien algo personal.

—No es cierto —dijo él—. Respeto mucho tus capacidades y todo lo que haces, señorita Leslie. Pero estoy acostumbrado a trabajar solo. Nunca con mujeres —respondió, y menos con mujeres que lo atraían de ese modo.

—Ah, es eso… —Leslie sonrió y se cruzó de brazos—. ¿Te incomodo, Markus?

—No —espetó él—. Pero puedes ser una distracción. Acaté la orden de colaborar contigo en el torneo; fue un imprevisto que sobrellevé. Pero soy alguien solitario. No trabajo en grupo. La SVR y el FBI nos han obligado a ello. Tendré que aceptarlo, pero aceptarlo no significa que me guste.

—Y, claro —dijo sin ápice de humor—, a eso le sumas el deseo que sientes hacia mí, y todo se convierte en un despropósito, ¿no?

—Puede ser. Intentaré ignorarlo. O… —La miró de arriba abajo, descarado—. Puede que no.

—¿Puede ser? ¿Puede que no? —repitió ella, divertida—. ¿Sabes que vas a trabajar conmigo y que la idea no te gusta del todo, pero vienes al parque Louis Armstrong antes de la visita de Montgomery para meterme la lengua entre las piernas? ¿Y dices que vas a intentar ignorarlo? Tenemos un problema, ruso. Tienes mucha cara.

—No. No hay problema. Tú me la jugaste en el torneo y yo te la he devuelto.

Leslie se descruzó de brazos y caminó hasta él. Levantó la mano. Markus se apartó…

—No voy a hacerte nada, Lébedev —le explicó, sorprendida—. ¿Qué crees que voy a hacer? ¿Reducirte? Puedo tumbarte con solo dos dedos, pero no quiero avergonzarte.

—Te irá bien saber que yo puedo matarte solo con uno. Pero no nos pondremos a prueba. Ya hemos tenido todo el contacto que debíamos tener.

—Está bien, como quieras… —Pero la idea no le gustó en absoluto. Ella iba a querer tocarlo. Estaba convencida. ¡Si era ahora, y le picaban los dedos por quitarle la camiseta! Al parecer, el ruso lo tenía claro. Mientras trabajaran, nada de toqueteos ni relaciones íntimas—. No habrá nada más mientras trabajemos, pero… —Volvió a levantar la mano que había dejado a medio camino—. Déjame quitarte a Pato.

—¿Pato? —Levantó la mirada para alcanzar a ver lo que fuera que tenía en la cabeza.

—Mi camaleón. Se ha escapado del terrario, le encanta realizar expediciones por la casa y se camufla perfectamente. Lo tienes en la cresta.

—No lo he notado.

—Lo notarías si no la tuvieras tan tiesa. —Sonrió cogiendo a su reptil, un adorable camaleón que mutaba del color castaño rojizo del pelo de Markus al color verde de su piel.

Markus se mordió la lengua. «Tiesa».

Tiesa tenía otra cosa. Aun así, él sabía perfectamente que, una vez que empezara la misión, debía olvidarse de sus instintos más bajos, por muy deseable y apetecible que fuera Leslie para él.

—Los reinos olvidados siempre se trataron desde la SVR, Leslie. —Tomó la muñeca de la joven, la que sostenía al camaleón y la miró fijamente—. Llevo muchísimo tiempo infiltrado. He hecho de todo, ¿me oyes? De todo. Cosas que no te puedes llegar ni a imaginar para llegar al jardín de los traficantes de personas. Y ahora estoy a punto de entrar en su casa. No quiero que nadie me joda todo el trabajo. Llevo años tras esto.

—¿Crees que yo te lo joderé? —Leslie estaba psicoanalizándolo a la velocidad de la luz. Markus tenía muchos secretos y no parecía que fuera un hombre ególatra ni ambicioso, ni siquiera que se preocupara mucho de su reputación; así que ¿cuál era su verdadero móvil? ¿Qué era lo que temía?—. Tengo tantas ganas como tú de que esto salga bien; está en juego mi futuro profesional. No voy a cagarla, así que no me jodas tú a mí, punk. Es tu gente la que se ha reproducido como una plaga por todo el mundo, ruso. No me culpes a mí por ello.

—No lo hago. Pero no voy a permitir errores. Soy tu apoderado, recuérdalo. Nada de jodernos mutuamente.

—Sí. Y tú recuerda que, en realidad —se alzó de puntillas y se soltó de su amarre—, soy una agente federal. Que no te absorba tu propio papel, Lébedev. Remamos los dos en la misma dirección; vamos en el mismo barco.

El ruso asintió, miró a Leslie y a Pato por última vez, y después se fue hacia la puerta de entrada, no sin antes robar dos rebanadas de pan de molde de la cocina.

—Mañana a las seis y media paso a recogerte —anunció sin mirarla.

—¿Tú a mí? ¿Por qué no yo a ti?

—Porque no sabes donde me hospedo, listilla. —Mordió el pan y con la boca llena le recordó—: A las seis y media.

—Sé puntual. No empieces con mal pie. —Ella sonrió con malicia, a sabiendas de que era eso justamente lo que Markus quería decir.

El ruso cerró la puerta tras él. Al hacerlo, una vivaz, feliz y desahogada Cleo Connelly bajó por las escaleras. Vestía solo con la camiseta ancha de Lion; llevaba su pelo rojo y largo al viento.

Excitada se dirigió a zarandear a su hermana mayor.

—Primero —enumeró, ante la sorpresa de Leslie—: más te vale que vigiles tu pellejo a partir de ahora. Como te maten, te mato, ¿de acuerdo?

—Cleo…

—Y, segundo: ¡¿me estás diciendo que Markus te ha lamido como un helado esta noche?! ¡¿En el parque?! ¡Ya me lo estás contando todo, fresca!

Leslie se echó a reír.

Típico de su hermana.

Donde hubiera una intriga sexual, que se apartaran los mafiosos y los traficantes.