—Joder, Demon. —Tyoma se acercó a él sin dejar de apuntarle, mientras no paraba de negar con la cabeza.
El moreno de pelo largo y piel semiaceitunada, vestía con camisa blanca arremangada hasta los codos, pantalones negros de pinza, zapatos impolutos y brillantes, y tenía la melena recogida en una cola.
Sus ojos, negros como el betún, lucían incrédulos ante la aparición de un hombre que todavía seguía vivo, a pesar de todo lo que había hecho para destruirle.
Sus manos sostenían una Magnum plateada, con el mango de oro. En su mano tenía el famoso tatuaje del dragón. En cada dedo se había grabado una calavera.
Era un asesino. Un torturador. Un mafioso. Un vor.
Markus, malherido, en un arrebato de rabia, corrió a placarle por la cintura. Lo estampó contra la pared, pero Tyoma alzó el codo y se lo clavó en la cabeza con un golpe seco, que le provocó un corte, y lo atontó dejándolo de rodillas ante él.
—Ya has hecho demasiado —le dijo Tyoma, sonriendo con malicia—. ¿Fuiste tú quien jodió la criba del Soho? Debí sospecharlo… La matrioska en la boca de Ilenko me dio qué pensar. —Tyoma le golpeó en la cara con el culo de su Magnum, lo que le abrió una brecha en la ceja derecha.
Markus cayó de lado sobre el suelo, pero se levantó de nuevo, mirando a Tyoma con toda la ira de su infierno interior.
—Es una pena, en serio —se lamentó Tyoma tirando de su cresta—. Tenías un gran futuro como vor. Pero el código es inviolable. Y tú nos engañaste.
—Ella no os hizo nada. ¡No teníais por qué matarla! ¡No tenías por qué hacerle nada de eso…! —replicó él.
—El vor no tiene esposa, ¿recuerdas? ¡No haberte casado, capullo!
—¡Dina no se merecía una muerte así! ¡Ella no tenía culpa de nada!
—¿Recuerdas el vídeo? —preguntó él levantándolo por el pelo—. Yo sí. Recuerdo cómo gritaba mientras Ilenko y yo la violábamos. Y cómo lloraba cuando la matamos…
—¡Cállate! ¡Cállate!
Los guardias del gulag, pagados por la bratva de Tyoma, permitieron que sus secuaces le mostraran el vídeo entero de lo que los mafiosos habían hecho con Dina.
Dina había sido su mujer mientras vivió en Rusia. Sin embargo, el haberse casado complicaba todo para su infiltración, pues era una de las reglas de todo vor v zakone.
Markus y Dina nunca habían tenido gente a su alrededor, solo se habían tenido el uno al otro. El inspector jefe de la misión, Vladímir Vólkov, accedió a guardarle el secreto para que pudieran infiltrarle en las cárceles soviéticas. Prometió que ella siempre estaría protegida. Pero cuando Tyoma e Ilenko salieron del gulag, les dieron el soplo sobre Dina.
Aquello echaría por tierra los avances de la infiltración de Markus dentro de los gulags y lo alejarían de la misión.
La mataron sin compasión, después de torturarla durante horas.
—Dina nos decía: «¡Os diré todo lo que sé!». —Tyoma se rio. Le dio un rodillazo en el estómago—. «Pero, por favor, no me hagáis daño…».
Markus apretó los dientes. Una ira satánica se desató en su interior. Markus y Dina tenían un secreto: ninguno de los dos era lo que aparentaba ser.
—Debiste haberla escuchado… —susurró mientras se agarraba el vientre y luchaba por coger aire, rendido, en el suelo.
—¿Cómo? —Tyoma acercó su oído a la boca del ruso.
—Que debiste haberla escuchado, gilipollas…
El vor se apartó y sonrió sin ganas.
—La escuché. La escuché durante horas. Escuché sus gemidos…
—Si no la hubierais amordazado, sabríais toda la verdad. Pero perdisteis la oportunidad… —Markus volvió a incorporarse—. Estaba vendiendo su voluntad y no le hicisteis caso.
—¿No te cansas de que te den hostias? —preguntó Tyoma, que hizo crujir los dedos de las manos y se guardó la pistola en el pantalón—. Dina se quedó sin voluntad después de que Ilenko y yo nos la folláramos a la vez —soltó con crueldad.
—Sí, la voluntad de su cuerpo…, pero yo hablo de la voluntad de su juramento. De un juramento que hizo ante la ley de su país. Ante su bandera.
Tyoma frunció el ceño y se echó a reír.
—Las promesas y los juramentos del este no valen nada. ¿Acaso no lo sabías?
—Las del este puede que sí. Pero no las de Estados Unidos. Si no os hubierais cegado en torturarla y en actuar para la cámara, para intimidarme, ahora yo no estaría aquí, echando todo vuestro negocio por tierra.
—¿Qué dices? Estás loco.
Markus agarró el pescuezo de Tyoma con un movimiento rápido y sin fisuras.
El ruso abrió los ojos como platos, sorprendido por la velocidad de Markus. Intentó soltarse de su agarre. Como no pudo, luchó por coger de nuevo su Magnum.
Sacando fuerzas de donde no las tenía, Tyoma alzó la pierna e impactó la rodilla contra las costillas del mohicano. Markus lo soltó, muerto de dolor.
Tyoma le apuntó a la cabeza, echó el martillo hacia atrás y dijo:
—Estás muerto, Demon. Incluso tú tienes que morir algún día.
¡Pum!
Una bala atravesó la mano de Tyoma que sostenía la pistola.
El ruso levantó la mirada, llevó la mano izquierda a la parte trasera de su pantalón y extrajo una hoja de navaja para lanzarla contra la agente morena y de ojos plateados que tenía lágrimas en los ojos.
La hoja rozó la parte izquierda del cuello de Les y la cortó. Chocó contra la pared. Con su mano libre, taponó la herida profunda que había sufrido.
Markus gritó con todas su fuerzas, recogió la HSK del suelo y aplastó a Tyoma contra la pared. Después le obligó a abrir la boca y le metió el cañón en el interior.
—¿Te han follado alguna vez por la boca, Tyoma? —preguntó con inquina—. Se acabó tu juego, hijo de puta.
El hombre negó con la cabeza, intentando apartar a Markus. Pero este había recobrado las fuerzas y parecía más fuerte que nunca.
Markus voló la cabeza de Tyoma y estucó la pared lisa del yate con color rojo sangre.
Después se dio la vuelta y miró a Leslie. Observó su herida. Quiso ir a socorrerla, pero la joven le quitó las ganas de hacerlo cuando levantó la mano que sujetaba su Glock. Esta tenía una cámara que lo grababa todo y un puntero láser que iba dirigido a la frente de Markus.
—Te dije —dijo Markus, malherido como ella— que tu barco era el Daval Prestor.
—Sí, también creía que era el tuyo. —Hizo un gesto de dolor y se miró la mano llena de sangre de su cuello.
—Es solo un corte superficial —le explicó él para tranquilizarla.
—Claro, y tú solo estabas casado. Y el tatuaje de tu matrioska con calavera representaba a tu esposa. Solo eso —apuntó con sarcasmo.
Markus ensombreció la mirada y echó hacia atrás el cargador de la HSK.
—Montgomery te dirá la verdad.
—¿Ah, sí? ¿Montgomery? ¿Tengo que esperar a que él me diga todo lo que tú, capullo, te has negado a explicarme?
—Déjame ir, Les…
—No te vas a ir de aquí, Markus —le aseguró Leslie desde el suelo, apuntándole mientras se levantaba renqueante, apoyándose en la pared—. No vas a entrar ahí a matar a nadie más. El Drakon y tu inspector son míos.
—Esta misión nunca fue tuya —dijo él—. Siempre perteneció al Demonio. —Dio un paso hacia atrás, acercándose a la puerta en la que se ocultaba el verdadero Drakon.
—No des un paso más, maldito mentiroso —dijo ella, dolida con él y con sus secretos—. Ya has vengado suficiente a tu mujer. Ya está bien. Si das otro paso, no dudaré en dispararte.
—Si me lo impides, superagente, yo tampoco dudaré en dispararte a ti.
Ambos se atravesaron con los ojos.
Los de Leslie estaban llenos de lágrimas de resentimiento y de dolor. Todo lo que había hecho Markus tenía que ver con su mujer. Markus había estado casado y enamorado. ¿Por qué no se lo había dicho?
¿Por qué no le decía que solo buscaba vengarse por la muerte de su esposa?
Dina…
Sin embargo, no podía sentir rabia. Pero sí celos. Pero no rabia hacia esa mujer, pues le daba pena todo lo que le hicieron. Dina tuvo que sufrir lo indecible a manos de esos sanguinarios sin escrúpulos.
—No es lo que tú crees. Deja que acabe con esto —suplicó Markus apuntándola con su arma—. No me obligues a hacerte daño.
—Tal vez ya me lo hayas hecho, cretino. Pero, claro, entiendo que no te hayas dado ni cuenta, tullido emocional. —Leslie echó el martillo de su semiautomática hacia atrás. Sí. Se sentía herida y engañada.
Markus tomó la decisión rápidamente.
Apuntó a la parte del gatillo de la Glock de la agente del FBI para distraerla.
—No serías capaz de dispararme —dijo él, confiado.
—No me des motivos —Leslie se limpió las lágrimas con el antebrazo.
Mientras tanto, con la mano de su brazo herido, Markus hurgó en su cinturón y sacó una pequeña ampolla metálica. La abrió y la dejó caer al suelo, a los pies de Leslie.
—Deja eso, Markus.
La ampolla de gas lacrimógeno estalló cuando Markus disparó sobre ella. Leslie salió propulsada hacia atrás y una nube de humo blanco llenó el pasillo.
La agente se golpeó la cabeza contra la pared y quedó aturdida, percibiendo un leve pitido en su oído izquierdo.
A través del humo blanco, oyó los gritos del Drakon y a Markus insultando a Vladímir.
Tal y como sospechaban, el inspector jefe de la SVR estaba metido en el ajo.
Ahora solo faltaba saber cuál era la identidad del Drakon.
Leslie se levantó al cabo de unos minutos, desorientada. Sabía que Markus no le dispararía, igual que ella sería incapaz de dispararle a él. Pero el ruso la había sorprendido. No sabía que el impacto de una bala en un artefacto de gas lacrimógeno pudiera detonar de ese modo, con aquella fuerza centrífuga.
Todavía inestable, penetró en el camarote en el que había entrado Markus. Oía sirenas y gritos por todas partes. Los agentes ingleses estarían ayudando a organizar las detenciones, pero ella sentía que, en esa parte del barco, estaba en un universo alternativo y solitario.
Una realidad de ajustes de cuentas.
Leslie enfocó la cámara de su pistola a los dos cuerpos que se encontró. Ambos estaban frente a una mesa con dos ordenadores portátiles abiertos. Se encontraban sentados uno al lado del otro, con un puñal clavado en sus respectivos corazones, que, a su vez, sostenían un folio en blanco con un nombre: se trataba del inspector jefe de la SVR, Vladímir Volsov, y de Aldo Vasíliev, el emperador de una de las dinastías siderúrgicas más ricas de Rusia. Aldo era el padre de Yuri Vasíliev, el Venger del torneo de Dragones y mazmorras DS.
Sin embargo, hubo algo que la dejó sin palabras.
El cartel que sujetaba el puñal de Aldo Vasíliev tenía una palabra escrita en ruso: sovetnik, consejero. Y si Aldo era el consejero de la bratva, entonces el que tenía al lado, Vladímir Volsov, era el pakhan, tal y como indicaba su cartel. Vladímir Volsov, el inspector jefe de Markus era, para su estupefacción, el auténtico Drakon.
Markus había necesitado tan solo cinco minutos para convertir sus cuerpos en coladores. Ni siquiera les dio tiempo a levantarse de las sillas. Después, les ató las manos a la espalda y los retrató para dejarles claro, tanto al FBI como al SVR y a la SOCA, quién era cada cual.
Eso sí. Estaban bien muertos, pues Markus había dejado claro que no creía en el castigo de la cárcel para ese tipo de delincuentes y asesinos.
Leslie revisó la cabina en busca del mohicano, pero no lo encontró.
Una de las ventanas de cristal se había roto por completo. Daba directamente al mar.
Les corrió a asomarse para buscarle entre las aguas del Támesis. El viento refrescó su rostro y el olor del río golpeó sus sentidos, pero la desilusión llenó su alma.
Markus no solo había hecho lo que le había dado la gana.
No solo había conquistado su propia venganza. Además, había huido. Había escapado y la había dejado más sola de lo que jamás se había sentido.
—¿Les?
Leslie se dio la vuelta y se encontró con su hermana Cleo, que avanzaba lentamente y con profesionalidad, con su Glock por delante.
—Tu cuello… —advirtió la pelirroja, preocupada—. Te han herido.
Leslie parpadeó con los ojos llenos de lágrimas, y Cleo tuvo la empatía necesaria para mostrarle su apoyo. Su pelo rojo y sus ojos claros le dieron algo del calor y, sobre todo, el cariño que necesitaba en ese momento cuando la más joven corrió a abrazarla.
—¿Y Markus? —preguntó Lion Romano desde el marco de la puerta de la cabina.
Leslie se sintió perdida y decepcionada, y arrancó a llorar sobre el hombro de su hermana.
Lion Romano miró a Cleo. Esta, asustada por ver a su hermana de esa guisa, se encogió de hombros y la abrazó con más fuerza.
—Buscad en el río… Ha saltado por la ventana —dijo Cleo mirando a Lion con seriedad—. Por favor, Les… Ya pasó… Cuéntame qué te sucede. Nunca te había visto así —le susurró.
Pero Les negó con la cabeza y se sujetó a ella con más fuerza.
Ninguno de ellos sabría que, aunque habían llegado hasta Tyoma, Vladímir y Aldo, Leslie no se sentía ganadora ni vencedora.
En aquellas tierras inglesas, había sido engañada por promesas de aquel ruso. Aun así, había creído en él.
Qué ilusa.
¿Qué podías esperar cuando vendías tu alma al demonio?
Al final, las palabras de Markus eran tan ciertas como cierto era que él nunca la había querido, ni siquiera un poco.
Porque todo lo que había hecho lo había hecho por otra mujer, no por ella.