Capítulo 15

Marriot Lon County Hall

El mundo era una bola suspendida en el cielo, que giraba sobre sí misma y que sostenía sobre su superficie a millones de personas, que ni siquiera tenían la noción de saber si estaban boca arriba, boca abajo o de lado. Ni siquiera se lo preguntaban, cuando era muy obvio que algunos vivían con la cabeza arriba y otros abajo.

Y del mismo modo que la gente era ignorante en esos aspectos y no se hacían preguntas de ningún tipo más allá de su día a día, también lo era en aspectos mucho más conflictivos como el que ocupaba a los agentes en ese momento. Y no se preocupaban ni se hacían preguntas porque, sencillamente, no les tocaba de cerca; y, era bien sabido, que el ser humano solo se involucraba en ese tipo de asuntos cuando al final golpeaban su propio tejado.

Los ingleses no dejaban de leer los periódicos que hablaban del caso del Soho. Y lo hacían con interés, estupefacción y terror. ¿Cómo podía suceder eso en sus calles y que nadie se diera cuenta?, se preguntaban.

Leslie tenía otras preguntas: ¿cuánto habían pagado a los policías que se encargaban de la zona del Soho para que hicieran la vista gorda? ¿Con qué los habían amenazado? Después de todo lo que le había explicado Markus sobre la corrupción dentro de la propia Fiscalía y de la organización del SVR, ¿por qué no iban a extender sus tentáculos a las bases principales de la seguridad ciudadana?

Pero, como siempre, esas preguntas llegaban tarde o en último momento.

O te golpeaban directamente o no hacías nada.

Como habían golpeado a Markus.

Aun así, si eras un ciudadano de a pie, no podrías luchar contra las bratvas, a no ser que denunciaras todos los movimientos raros que vieras en tu propio barrio. O a no ser que tuvieras una conciencia social muy desarrollada, como Leslie Connelly.

Las personas como ella tenían un alto nivel de responsabilidad y empatía. Debido a ello se prestaban a ayudar a la sociedad, y algunos como ella se convertían en agentes de la ley.

Leslie era agente pura de vocación.

Markus, en cambio, se había convertido en un sicario, salpicado por la brutalidad y la dureza de la vida.

Los dos eran héroes a su manera. Y solo eran villanos para aquellos a los que jodían.

En el Marriot Lon County Hall iban a enfrentarse cara a cara dos agentes infiltrados del FBI y de la SVR contra la parte superior de la estructura de la bratva más influyente, posiblemente, de trata de personas de los últimos tiempos. Al menos, la más poderosa económicamente hablando.

Leslie pensaba en eso mientras esperaba sobre la Ninja, apoyada en los hombros de Markus, vestida con tejanos, unos Martins negros y una camiseta de tirantes verde oscura un tanto ancha, que ocultaba un chaleco antibalas ultra-Slim y todas sus valiosísimas armas. Llevaba su inseparable mochila negra colgada a la espalda y sostenía entre sus dedos unos miniprismáticos digital Minox.

Markus estaba entretenido con un microportátil de alta gama de aspecto militar. Iba vestido todo de negro. El ruso había entrado en el sistema informático del hotel y estaba buscando si la habitación 103 estaba ocupada y, en caso afirmativo, por quién.

Al hacerlo, descubrió algo que no le gustó nada.

—Hace media hora que el inquilino de la suite 103, llamado John Charles, ha abandonado la habitación. Se ha registrado esta mañana y acaba de salir.

—Mmm… ¿John Charles existe? —preguntó Leslie.

—No. Según el registro de identidades oficial de la SOCA, John Charles tercero no existe, no está registrado en el banco de datos tampoco del FBI —contestó mientras revisaba dicho registro.

—Es él. Es el Drakon.

—Sí. Es él —afirmó Markus mirando al frente—. ¿Qué ves tú?

Leslie no bajó los prismáticos en ningún momento.

—Hay dos gorilas hablando tranquilamente en la zona exterior de la entrada del hotel. Uno de ellos es rubio, parece un armario y tiene un dragón en el dorso de la mano. Creo que nos esperan —dijo Leslie.

Markus chasqueó con la lengua.

—El Drakon huye por patas, superagente.

—Claro. La carnicería que hiciste en el Soho pasa factura, ruso —espetó ella—. Ese hombre no es tonto… No va a esperar a que le traigan a su elegida después de que mataran a su brigadier. Seguramente, él y su equipo se dirijan al puerto. Pero ha dejado a sus gorilas para que investiguen y nos cacen.

—Pues no le vamos a dar ese gusto —replicó Markus dando gas a la moto. Guardó el portátil en la bolsa que tenía colgada a la espalda y esperó a que Leslie escondiera sus prismáticos y se agarrara de nuevo a él—. ¿Te apetece ir de caza, Les? —preguntó por encima del hombro.

Ella lo miró desconfiada, pero forzó su sonrisa más auténtica y asintió, como si las palabras de la suite se las hubiera llevado el viento.

Como si, en realidad, ella creyera en él y en sus promesas, a ciegas.

Pero no lo hacía. Estaría loca si lo hiciera.

Markus iba segundos por detrás del Drakon, pero estaba ansioso porque ya le veía la cola.

Del mismo modo que Leslie olía el humo que le salía al ruso por la boca, pues no solo los dragones podían escupir fuego. Los demonios habían vivido eternidades envueltos en las llamaradas del mal y estaban familiarizados con ese elemento.

¿Quién era más peligroso?

¿Quién era más letal? Lo verían.

***

Buscar una flota de un pakhan ruso no era nada fácil.

Markus, como experto violador de sistemas informáticos, se había internado en los sistemas de la PLA, la autoridad del puerto, fundación pública responsable de los canales del Támesis. Además, el puerto no tenía una sola área, porque se extendía a lo largo del río.

En los canales había atracados transatlánticos, transbordadores, barcos con contenedores que transportaban todo tipos de materiales.

Markus revisaba las entradas de todas las embarcaciones y los nombres de los barcos, fueran del tipo que fueran.

En el área central de Londres había gran cantidad de embarcaciones extranjeras. Y todas tenían nombres inverosímiles.

—¿Qué has encontrado en el ordenador? ¿Hay algo que nos ayude a orientarnos? —preguntó Leslie, impaciente—. Las autoridades están haciendo un despliegue en Hyde Park, donde empieza el macroconcierto, y aquí va a haber poquísima gente vigilando. Está oscureciendo y…

—Ya lo sé —lo cortó él igual de desesperado, con la mirada fija en la pantalla—. Todos los propietarios de los barcos tienen nombres ingleses. No hay ni una embarcación a nombre de alguien ruso, árabe o chino, por pedir… —maldijo él.

—Prueba por los nombres de las embarcaciones. Tal vez así…

—Mira los nombres: North Star, Demon Soul, BigChocolate, PandaBallet, The Black Pearl, Littlesun, Neltharion, DeepSea, Deathwing, Sintharia, Cloudnine, Daval Prestor

—Un momento, Markus —dijo Leslie oteando los cabos del puerto de Londres—. Daval PrestorDeathwing

—Sí, ¿qué sucede?

—Vengo del mundo de los roles. Me informé muchísimo en la misión de A&M en las Islas Vírgenes, y había muchísimo fanático del mundo de las novelas de Warcraft.

—Te escucho —dijo él bajándose de la moto. Le pasó el portátil.

Leslie se aclaró la garganta.

—Resulta que el mundo de Warcraft tiene que ver con la magia y los dragones. La primera parte de la novela se llama «El día del dragón».

—Ilenko dijo que hoy era su día. El día del Drakon —resumió Markus cruzándose de brazos.

—Pues bien —prosiguió Leslie sin titubear—. En «El día del dragón» aparece una organización formada por dragones oscuros que buscan someter a Azeroth. El vuelo negro es liderado por Deathwing, o sea, Alamuerte. Alamuerte es el dragón más maligno de todos; destruye ciudades, hace tratos con otras bandas de especies inteligentes e intercambia esclavos y rehenes para torturarlos. Y eso es justamente lo que hace el Drakon. Trata con personas y asesina.

—Su flota está compuesta por cinco barcos. Deathwing es solo una embarcación —apuntó Markus, ansioso.

—De acuerdo, pero hay más. El Demon Soul, Alma de Demonio, es el artefacto en el que los dioses antiguos capturaron el alma de Neltharion, el motivo por el cual se convierte en Alamuerte y se vuelve en contra de los demás dragones ancestros.

El rostro de Markus mostró la congoja que le había provocado escuchar las palabras de la superagente. Leslie era una mujer inteligente y no le extrañaba nada que estuviera tan valorada dentro del FBI.

Sintharia —continuó Leslie señalando la pantalla— era la primera consorte de Alamuerte. Y, Lord Daval Prestor fue la identidad que adoptó Alamuerte en su forma humana para hacerse con el trono del reino humano de Alterac.

—Cinco barcos.

—Sí. Y todos son alter ego de Alamuerte o nombres relacionados con él en «El día del dragón». Se trata de su flota del Vuelo Negro. Ahí tienes a tu Drakon. El pakhan está en uno de ellos.

Markus se echó a reír y negó con la cabeza. Maravillosa, Leslie era maravillosa.

—Hay que joderse, Les. Eres una máquina.

—Lo sé —admitió ella con una sonrisa de oreja a oreja.

Ambos se quedaron mirando en silencio. Markus con unos ojos extraños que hablaban por sí solos, llenos de una admiración que no sabía expresar con palabras.

Leslie estaba expectante. No iba a esperar que él respetara la promesa que le había hecho, pues Markus no lo haría. Lo conocía perfectamente. Cada paso que había dado desde que lo traicionaron le había llevado a aquel momento, y Markus no lo desaprovecharía. Querría acabar con toda la flota.

Tenía la venganza a tiro. Pero ¿qué locura tenía pensada hacer? El solo no podría con todos. Y ella no podía cubrir a un compañero que lo único que quería era exponerse y actuar a quemarropa.

—El Drakon estará en el Daval Prestor —dijo Markus, disimulando.

—No tengo ninguna duda de ello —aseguró Leslie.

—Entonces, rodeemos el barco y vayamos a por ellos —ordenó.

Leslie asintió con la cabeza, aunque sabía que los dos habían mentido.

Markus pretendía que actuaran los dos por lados diferentes. Rodearían el barco y él se escaparía para ir a Alamuerte.

Porque de una cosa estaban seguros: el Drakon, fuera quien fuera, estaba en Alamuerte no en Daval Prestor. Un hombre con tanta ansia de poder y tan vanidoso se ocultaría en el barco que poseyera el nombre más atemorizante de todos. Jamás se ocultaría tras su forma humana más débil, porque él era un dragón.

Y Alamuerte era el líder del Vuelo Negro.

Habían intentado engañarse el uno al otro con un descaro pasmoso.

Las mentiras estaban servidas, pero Leslie también tenía preparada una sorpresa para Markus.

En la moto, le había quitado el móvil sin que él se diera cuenta, y aprovecharía ese falso rodeo al Daval Prestor, para enviar un mensaje a su unidad de apoyo particular. Una unidad con la que estaba en contacto desde que llegaron a la casa de Princeton St y la secuestraron.

Markus se enfadaría mucho con ella, pero le daba igual. Porque, si se enfadaba, significaba que continuaba con vida. De lo contrario, no sobreviviría.

¿Cuál era su objetivo? Que salieran ganadores contra esa ejército negro en el mundo de los dragones más despiadados de todos.

***

Los cinco barcos estaban atracados en la misma zona portuaria. Eran yates ostentosos de lujo de color negro; auténticos palacios flotantes pagados por manos que dominaban el mercado negro y que tenían, muchos de ellos, las manos manchadas de sangre.

Cuatro Mercedes Benz CLS y el espectacular Yacht Plus One conformaban ese vuelo negro del Drakon. Alamuerte era el yate más grande de todos.

Dos gorilas trajeados resguardaban las entradas por los puentes levadizos de cada yate. En total eran diez guardaespaldas.

—Cada uno de estos individuos forman parte de la unidad de élite. Son máquinas de matar —informó Markus a Leslie mientras se resguardaban detrás de un yate de menor estatus que los que tenía enfrente.

No hacía falta ser un lumbreras para darse cuenta de que esos hombres eran auténticos guerreros.

—¿Cómo vamos a hacer para entrar sin que nos vean? —preguntó ella en voz baja—. Se me ocurre que podríamos sumergirnos en el agua. Todos los yates tienen una entrada trasera y ahora mismo sus miembros están en las cabinas interiores. No oigo música ni voces ni brindis en copas de champán… No están cenando afuera. Además… —Leslie se detuvo—. ¿Qué pasa?

—¿Mmm?

—¿Por qué me miras así?

Sus ojos rojizos brillaban mientras la escuchaban. El ruso sonrió con ternura y levantó una mano para colocarla sobre la mejilla de la agente.

—Leslie, préstame atención.

Ella frunció el ceño. Siempre le escuchaba y le prestaba atención. ¿Por qué le acariciaba el pómulo con tanto cuidado?

—¿Qué quieres?

Markus se aproximó a ella y unió sus frentes para observarla con más profundidad. No quería meterla en aquello, pero, si no salía vivo de allí, alguien tendría que hacerse cargo de su problema.

—Necesito que me hagas un favor.

Leslie parpadeó prendida de su expresión. Por primera vez desde que lo conocía, veía a un Markus completamente sincero, como si lo que dijera a partir de ese momento fuera la mayor de sus verdades.

—¿El qué? —preguntó ella queriendo abrazarlo para que se sincerara.

Markus le miró los labios y después clavó sus ojos amatista en los plata de ella.

—Cuando salgas de aquí, tienes que decirle a Montgomery que te entregue el paquete.

—Decirle a Montgomery que… —repitió hipnotizada—. ¿Qué? ¿Qué paquete? —Se cuestionó de súbito—. ¿A Montgomery?

—Chis —le ordenó él poniéndole el pulgar sobre los labios—. Sí, Les. No hables con nadie más de esto. Ve a Montgomery y dile que te entregue el paquete. Él sabrá qué hacer.

—Pero… —Leslie estaba confundida. ¿Se estaba despidiendo de ella? No lo comprendía.

—Solo confío en ti. Solo en ti —murmuró embebiéndose de ella.

—No te entiendo… Manda huevos que me digas estas cosas ahora, ruso.

—No hace falta decirlas en otro momento. Es ahora o nunca —carraspeó—. Yo tengo otro plan para encararnos a los guerreros —le contó, cambiando de tema bruscamente y mirando al frente.

—¿De qué hablas ahora? —preguntó perdida—. ¿Otro plan? ¿Cuál?

Markus le dirigió una última mirada y la besó.

La besó en los labios.

Fue un beso rápido y tierno. Uno que expresaba una ternura que no mostraba en ningún momento del día. Y a Leslie le tocó directamente el corazón, por lo novedoso y lo hermoso del momento.

Envueltos en una guerra malvada, a punto de morir y de arriesgar sus vidas, uno por venganza y la otra por deber, Markus le acababa de regalar un beso de verdad.

Uno nacido de la pureza que decía que no tenía su alma.

Y descubrirlo la llenó de luz y empatía. Si ese era Markus, entonces, había valido la pena vivir toda aquella experiencia con él.

Cuando la soltó, Leslie cayó sin fuerzas sobre la tarima de madera del puerto.

—Este es mi plan —dijo él lanzando algo al aire, como si ese beso no le hubiera afectado en absoluto.

—¿Qué haces? —preguntó Leslie desde el suelo.

El artefacto cayó al mar, entre dos de los buques insignia del Drakon. El Sintheria y el Devil Soul.

El mohicano le guiñó un ojo y le dijo:

—Te veo en el Daval Prestor. —Volvió a mentirle.

A esas alturas ambos sabían que Alamuerte era su destino. Se levantó y se mostró ante los guardias de la unidad del pakhan.

Ellos lo miraron con cara de pocos amigos y fruncieron el ceño, pues no comprendían qué hacía ese hombre de pelo pincho saliendo de un yate menor que, se suponía, no tenía inquilinos.

Y entonces sucedió.

Una inmensa explosión que nacía en el interior del mar y que pilló de pleno al Sintheria. Los daños colaterales también alcanzaron al Devil Soul. Hizo que se tambaleara y destrozó parte de su esqueleto.

Los guardias se dieron la vuelta para ver qué había sucedido. Varios hombres salieron volando debido la fuerza centrífuga de la explosión.

Leslie agrandó los ojos y se dio cuenta de que el ruso le había robado sus microexplosivos DIME: unos pequeños dispositivos de diseño ideados por la ingeniería del Ejército norteamericano. Leslie había adquirido tres explosivos de ese tipo. Tenían forma de pila redonda y se imantaban a aquello que se quería detonar.

Se sacó la mochila de la espalda y los buscó. Le había dejado sin ninguno.

¡Será hijo de puta!

Se levantó con rapidez y lo siguió a través del humo que rodeaba la sección del puerto en la que se encontraban.

A lo lejos, se empezaban a escuchar las sirenas de la policía.

Y lo más importante, ya no tenía que avisar a su equipo de refuerzo para indicarles dónde se encontraban. La humareda y el espectáculo los llevaría hasta ellos.

Esperaba que llegaran antes de que fuera demasiado tarde.

Pero Markus había empezado a disparar su HSK con una mano y su Beretta con la otra. Avanzó sin dudar, sin grietas, con un hacer y una profesionalidad que a Leslie le recordó a los héroes de las películas.

Los casquillos volaban a su alrededor mientras seguía avanzando metros, hasta entrar en el Deathwing.

Los guardias salían a su encuentro, pero Markus no fallaba.

Leslie corrió tras él para cubrirle y ayudarle en su avance. La joven agente cargó sus dos pistolas, y le siguió, con ambas manos ocupadas con su Beretta mini y su Glock 19. Se encargó de acabar de derribar a los guardias que seguían en el puerto y que intentaban derribarlos.

Cuando la cubierta del impresionante yate Yacht plus one quedó limpia de enemigos, Markus ya había desaparecido en su interior. Leslie, que seguía en el exterior, se dio cuenta de que empezaban a navegar por el Támesis. Habían soltado amarres.

El Alamuerte acababa de zarpar con los dos agentes a bordo.

***

Markus empuñaba las pistolas y no titubeaba al disparar. Le recordaba a su adiestramiento en las salas de tiro. Diana que aparecía, diana que agujereaba en el centro.

Aquello era más o menos lo mismo. Solo que esta vez las dianas se movían y sus balas te herían si te daban. Como ya habían impactado una en su muslo, y otra le había rozado la mejilla.

Pero eso no importaba.

Las chicas, semidrogadas en las camas de lujo, vestidas con braguitas de brillantes y cubrepezones, estaban demasiado inconscientes como para gritar o asustarse. Lo miraban y le dejaban continuar, como si aquella guerra no fuera con ellas.

Como si esa realidad no les hubiera tocado de lleno y hubiera manchado su pureza o su conciencia. No había llegado a tiempo para que algunas de ellas no fueran violadas por hombres mucho mayores ansiosos de adrenalina y lujuria, pero, al menos, seguían con vida.

Cada camerino del yate había quedado vacío. No había más guardias en la cubierta ni en su interior. Y no dudaba que iba a encontrar a sus principales objetivos en la sala principal.

Las manos le temblaban por la ansiedad de encontrarse de nuevo con Tyoma. Él sería el último escollo antes de llegar al Drakon. Estaba seguro de que el expreso era su mano derecha, su seguridad particular.

Markus no era de fijarse en detalles, y no se desconcentraría con el increíble interior de aquel yate de alto standing. Olía a limpio con una mezcla incómoda de pachuli. Las puertas de cristal negro se abrían automáticamente, las paredes eran paneles delicados de madera lisa, el suelo de parqué ahora estaba moteado por las gotas de sangre de sus víctimas, pero antes había permanecido impoluto.

Tampoco era consciente de la cojera de su pierna. Una bala se había introducido en su cuádriceps y le rasgaba los músculos impidiendo que se pudiera mover cómodamente. Aun así, seguía adelante, con la mirada fija en la última puerta que no había abierto y que permanecía cerrada al final del pasillo.

Allí era. Allí el Demonio acabaría por enfrentarse al dragón y a su vuelo negro. Allí por fin…

¡Pum!

Recibió un impacto por la espalda en el hombro malherido. El chaleco detuvo el avance de la bala, pero le dolió igual.

Markus se dobló sobre sí mismo y miró hacia atrás.

¡Pum!

Otra bala le atravesó el antebrazo derecho y eso hizo que dejara caer su Glock.

El hombre con las tres lágrimas bajo uno de sus ojos; el hombre que fue su amigo en la cárcel y que después le traicionó de la peor de las maneras estaba ante él.

Tyoma, atónito, le apuntaba con una pistola cuyo cañón desprendía un pequeño hilo de humo.

Leslie actuaba de coche escoba.

Recogía a todas las chicas que se hallaban libres y drogadas en los camerinos en los que había entrado Markus para apuntillar a los multimillonarios pederastas, violadores y fetichistas.

Markus no los había matado. Los diez hombres, todos de diferentes nacionalidades, habían sido derribados por balazos en sus rótulas. Nunca podrían volver a caminar bien, y Leslie se aseguraría de que, si caminaban, lo hicieran siempre entre rejas.

Cuando acompañaba a una de las chicas a la cubierta, para que escapara del tiroteo y de todo lo que estaba pasando ahí dentro, oyó el sonido de las hélices de un helicóptero, justo encima de sus cabezas.

El foco entraba a través de los pasillos y de las ventanas, e iluminaba todo a su paso.

Llevó a las chicas al exterior y miró hacia arriba.

Asomados a la puerta externa de un helicóptero negro, con el cuerpo medio echado hacia afuera como si estuvieran a punto de saltar, Lion Romano y su hermana Cleo sobrevolaban el Alamuerte en un helicóptero de la SOCA inglesa.

El agente Romano y su hermana habían ido en su busca. Leslie se había puesto en contacto con ellos, porque no sabía a quién más recurrir para pedir ayuda. Ya no se fiaba de nadie.

Les los miró a ambos y sonrió, abriendo y cerrando los brazos para que la localizaran.

Los dos la vieron y la saludaron alzando el pulgar hacia arriba. Llevaban ropas de operación. Cleo tenía el pelo recogido en un moño alto perfectamente recogido. Su flequillo se mecía con el viento y miraba a su hermana como una mezcla de orgullo y miedo por ella. No se tranquilizaría hasta que estuviera a su lado.

Leslie jamás había querido tanto a su hermana como en ese momento. Había corrido en su ayuda, cruzando el océano por ella. Estaba arriesgando su pellejo. No había más gesto de amor que ese.

Lion estudiaba con sus ojos azules claros todo el percal. El yate seguía avanzando por el Támesis y lo principal era detenerlo. Calculador como era, ordenaba al piloto aterrizar en la parte de arriba del yate, el techo principal, en el que había un helipuerto. El piloto hacía maniobras para conseguirlo.

Los otros dos yates, el Daval Prestor y el Altherion, que habían intentado huir con el Alamuerte, estaban rodeados por lanchas motoras de la policía inglesa.

Leslie supo que la situación estaba controlada, pero ni mucho menos finiquitada.

Ella consideraría la misión cerrada cuando, tanto Markus como ella, salieran de allí vivitos y coleando.

Por eso, cuando el helicóptero aterrizaba, gritó a su hermana y a su amigo:

—¡Las chicas están todas vivas! ¡Sacadlas de aquí y dadles asistencia médica! ¡Sus compradores han sido derribados, pero siguen con vida! ¡Rusos, jeques, japoneses…, hay de todo! —Repasó la munición que tenía en sus dos pistolas y añadió—: ¡Voy adentro a sacar a Markus!

—¡Espera, agente, voy contigo! —gritó Lion, a punto de saltar del helicóptero.

Pero Les no le oyó. Markus estaba solo con el pakhan y la cúpula de la bratva.

Le ayudaría.