Capítulo 13

—¡Markus!

Leslie no sabía de dónde venían tantas manos, hasta que se dio cuenta de que solo la tocaban las del ruso. Se suponía que tenía dos, como todos los seres humanos. Pero la verdad era que sus dedos exigentes hurgaban por todas partes con un intensidad y una velocidad que hacían pensar que tenía ocho brazos, como los pulpos.

Ella le rodeó el cuello y se colgó de él cuando le metió la lengua en el interior de la boca para, de un modo vehemente, acariciarla con la suya, rozarse y frotarse como si quisieran crear fuego con la fricción.

Markus tenía un sabor tan excitante, sabía tanto a su caramelo que a ella le apetecía comérselo entero.

Él la alzó por las nalgas y la obligó a que le rodeara las caderas.

Solo los separaban sus prendas íntimas del contacto directo de sexo con sexo, pero se frotaban como si ya estuvieran el uno dentro del otro.

Markus la sacó del baño a trompicones y la llevó a la habitación, en la que una inmensa cama King, con el cabezal de roble, cubierta con una colcha con estampados dorados y naranjas, los esperaba para que la estrenaran. A través de la ventana se veía el precioso jardín que rodeaba el hotel por la parte trasera y las copas de los árboles que poblaban las parcelas.

Parecía irreal que después de salir del turbulento Soho, envueltos en un círculo de abuso y prostitución, pudieran tener aquel paréntesis en una suite de lujo como aquella.

Sin embargo, para Markus, que no se fijaba en los detalles elegantes ni en lo cara que podía resultar la estancia allí, había algo aún más sorprendente que los excelentes tapizados y toda la clase del edificio.

Leslie era virgen. ¿Cómo era posible?

La estampó en la pared veneciana que había junto a la ventana, y una lámpara de pie cayó al suelo, sobre la moqueta.

Leslie se agarró a la cortina dorada oscura que cubría el ventanal blanco. Markus movía las caderas hacia delante y presionaba la vagina abierta de Leslie.

—¿Cómo es posible? —preguntó él como si le faltara el aire. Pasó la lengua por su cuello y la mordió ligeramente.

—¿El qué? —gimió rendida a las sensaciones.

—Que seas virgen, Leslie. Que una mujer de treinta años, atractiva y bonita como tú, no se haya acostado con ningún hombre.

Leslie le agarró de la cresta y tiró de ella de modo dominante.

—Ahora no vamos a hablar de esto, ¿verdad? Quiero que me quites la virginidad. Y después quiero que me folles como tú sabes…

No quería charlas. Estaba a punto de entregarse a alguien que realmente le gustaba y le quitaba horas de sueño desde que lo conoció. ¿Por qué?, preguntaba Markus. Sencillo. Porque para Leslie era, o él, o nadie. Lo había esperado demasiado tiempo y en cuanto su cuerpo reconoció que era un hombre de bandera, dominante, un macho, un zar ruso que escondía más de lo que enseñaba, tal y como ella quería, sus instintos no lo pudieron negar más.

Lo exigían.

Exigían a Markus entre sus piernas.

—¿Como yo sé? ¿Y cómo follo, Leslie?

Ella le agarró la barbilla y le dio un beso húmedo en los labios.

—Follas como luchas. Como un bestia. Como un salvaje que sabe que tiene entrada libre en los clubes más selectos del Infierno. Pues bien, Markus: seré virgen, pero no mojigata. Y te aseguro que te doy entrada libre en mi infierno. Pero tendrás que hacerte con él.

Markus parpadeó una vez y, cuando reconoció en aquellas palabras su abierto desafío, la competición que él deseaba encontrar, el ganarse el trofeo, ya no pudo echar marcha atrás. Iba a por todas.

Iba a por ella.

La echó sobre la cama. No le bajó las braguitas: se las arrancó, tal y como ella esperaba.

Totalmente desnuda, Markus la cogió por los muslos y la acercó a su paquete. La cama era lo suficientemente alta como para tener la altura perfecta para la penetración y las embestidas al hacer el amor.

Pero lo que él hizo, lo que aquel gigante con cresta y dibujos en el cuerpo hizo con ella, no tenía nada que ver con hacer el amor.

Cuando le abrió las piernas de par en par y apoyó los muslos en sus hombros, no hablaba de hacer el amor al uso; cuando colocó sus manazas bajo la parte inferior de su espalda y arqueó su cuerpo hacia él, como si la obligara a entregárselo, no era sexo a lo clásico; y cuando le introdujo la lengua profundamente en su vagina y comenzó a rotarla y a succionarla hasta volverla loca por la estimulación, tampoco era copulación.

Markus no conocía el misionero. Pero para él, Leslie era la misión. La misión más importante en aquel momento. Y por eso, con ella, de repente, le apetecía ser quien era en realidad; al menos, en la cama.

Aquella parte de él sí que podía mostrársela. Con aquella mujer sí que no se avergonzaría de expresar todo lo que le apetecía hacer con su cuerpo, y lo mejor era que ella estaba ahí porque lo deseaba.

Por eso la saboreó y la saboreó, obligándola a aceptar su deseo y a suplicar más y más estocadas de su lengua. Por eso, cuando se corrió, siguió lamiéndola, a pesar de sus quejas de placer-dolor, y la excitó de nuevo hasta que pudiera correrse por segunda vez.

—¡No lo aguanto! —gritó ella sin poder cerrar sus muslos.

—Sí lo vas a aguantar —le ordenó él sorbiendo toda su excitación y mordiendo el camaleón tatuado que tenía en el interior del muslo, como su hermana Cleo, pero el suyo era diferente. Tenía una cresta roja en la cabeza. ¿Sería una casualidad? Tal vez las brujas como Leslie sabían quién iba a poseerla, y por eso tenía ese tatuaje de camaleón con cresta pegado casi a la zona de su sexo—. Lo vas a aguantar porque lo que viene ahora es lo mejor, y te estoy preparando para eso.

—¡No necesito tanta preparación! —protestó ella temblando, encogiendo y expandiendo el vientre. Siguiendo sus convulsiones.

—La necesitas porque yo no voy a poseerte como los demás, Leslie. —De repente, le introdujo un dedo y, a continuación, otro más. Los removió y la dilató ligeramente para la intrusión mucho más gruesa de su verga. Podía tocar el himen con la punta del dedo corazón—. Qué cachondo me pones… —Empujó un poco la telita de carne que rompería de una estocada.

—¡Argh!

—Me has elegido a mí, ¿verdad?

—Sí.

—Sabes cómo soy y lo que soy.

—Sí. Creo…

Él levantó una ceja, sorprendido por la matización.

—Te llevaré hasta el límite y tal vez hasta lo cruce. —La lamió de arriba abajo—. Hace mucho que deseo hacer esto contigo.

—No hace tanto que nos conocemos —bromeó ella.

—Suficiente, Leslie. Suficiente para mí… —gruñó lamiéndole el clítoris al mismo tiempo que la penetraba con los dedos—. Ahora ya no te puedes escapar.

—No me voy a escapar. Pero házmelo ya, Markus, no aguanto más…

—Tú no das órdenes aquí, ¿recuerdas? —Markus deslizó las manos sobre sus nalgas desnudas y duras y las amasó como si fueran la masa de una pizza—. Las obedeces. —Sus ojos rojizos destellaron con malicia y lujuria.

—Maldito seas…

—¿Te arrepientes de haberme escogido? —preguntó con sus labios todavía pegados a su sexo. Sacó los dedos, le introdujo la lengua de nuevo y volvió a encenderla.

—No. Dios, Markus… —Cerró los ojos y gimió—. Creo que me voy a correr otra vez…

—Perfecto. Córrete. Mójate para mí.

***

Markus se limpió la boca con el antebrazo y dejó el cuerpo laxo de Leslie sobre la cama. La droga haría que cada vez deseara más y más. Leslie no sabría cómo hacerla parar, cómo detener el efecto de sus lenguas de fuego, pero Markus tenía todo lo que ella necesitaba para apagar la olla de presión en la que se habían convertido sus pechos, su vientre y su sexo.

La agente tenía las piernas abiertas y el centro de su cuerpo palpitante, húmedo y brillante. Hinchado y rosado, y le obedecía. Se mojaba para él.

—No tengo condones —murmuró Markus con la esperanza de que aquello no fuera ningún impedimento—. ¿Es un problema? Estoy limpio y sano. Me hice las últimas pruebas para el torneo de Dragones y Mazmorras DS.

Ella inclinó la cabeza hacia un lado y dijo:

—Tomo la píldora. Me hago análisis mensuales y estoy muy sana.

—Lo que estás es muy buena… —dijo él acariciando su cintura y sus caderas—. Agárrate a algo, Leslie. —Se arrodilló entre sus piernas y se acarició él mismo de arriba abajo.

Leslie echó la cabeza hacia atrás y se agarró los pechos.

—¿Esto sirve? —preguntó con tono caliente.

Markus sonrió y le abrió las piernas. Después apoyó la parte trasera de sus rodillas en sus antebrazos y le alzó las piernas.

Leslie tragó saliva y lo miró fijamente.

—Trátame bien, ¿eh, mohicano?

Él sintió que algo en el pecho estallaba. Se inclinó sobre Leslie y juntó su frente a la de ella.

Entonces guio su erección a su entrada y comenzó a introducirla lentamente. Leslie podía ser virgen, pero estaba dilatada y tenía ganas de aquello tanto como él.

Le introdujo primero la ancha cabeza, después centímetro a centímetro desapareció en su interior su grueso tallo venoso y oscuro. Ella se relamió los labios y frunció el ceño en un gesto de incomodidad y dolor.

Markus llegó hasta el himen y sonrió.

—¿Quieres que sea yo?

—Sí.

Leslie no lo dudó ni un instante y la respuesta cautivó al ruso en el que nadie confiaba. Solo la superagente creía en él en todos los aspectos, y se sentía tan agradecido que tenía incluso ganas de llorar.

Markus empujó con fuerza y desgarró el himen. Después, de la misma potencia, se introdujo por completo, hasta la empuñadura, en el interior de la mujer que, con los ojos abiertos y llenos de lágrimas, lo había detenido por los hombros hasta clavarle las uñas en la piel.

Él dejó escapar un gruñido de triunfo y se dejó caer sobre ella, disfrutando de sus espasmos.

—Por el amor de Dios… —susurró una impresionada Leslie sobre su hombro—. Me estoy corriendo…

—Lo noto.

Y vaya si lo notaba. La matriz de Leslie se contraía y lo estrujaba con una intensidad abrumadora.

—Joder, Les… —Markus se incorporó, la tomó del pelo para anclarla en un lugar fijo en la cama y, sin dejar de mirarla, empezó a moverse en su interior.

Sin compasión. Sin ningún tipo de consideración. Les daba a los dos lo que querían en ese momento.

—¿Te gusta? —le gruñó él al oído.

Leslie se abrazó a su ancha espalda y le rodeó la cintura con las piernas.

Markus tomó aquella señal para hacerlo con más fuerza, para sumergirse en ella con profundidad y certeza, sin dudas.

Leslie lo aceptaba y se abría para él. Le apretaba, era estrecha y, a la vez, se esforzaba por dilatarse y por dejarle entrar hasta lo más hondo de su ser.

Los golpes de la carne contra la carne, de la humedad contra la humedad, llenaron la habitación con su ritmo constante y despiadado.

—¿Te duele?

Ella asintió y se encogió de hombros, perdida en el dolor-placer que la lanzaría a la nada.

—Pero no pares, me encanta…

Markus le soltó una parte del pelo para dirigir su mano al clítoris hinchado y duro de la agente. Sin embargo, ella le cogió de la muñeca para detenerlo.

—No. No me toques…

—Así sentirás más placer…

—Llevo corriéndome por ahí toda la vida —explicó ella—. Haz que me corra por dentro. —Acercó su cabeza a la de ella y lo besó.

Markus se quedó de piedra ante la honestidad y la franqueza de Leslie. Pero no podía ser de otro modo. Era la mujer más segura de sí misma, sincera y directa que había conocido jamás. En el sexo, sería igual que en la vida.

Iría de cara, sin subterfugios, sin máscaras.

Y frente al derroche de transparencia, Markus se sintió sucio. Sucio porque no le había dicho la verdad.

Por eso respondió al beso con desesperación, como si fuera una boya a la que amarrarse en un mar de turbulencias y mareas altas.

Mientras le hacía el amor de un modo demasiado duro e intenso para su primera vez, tuvo un sentimiento de rechazo hacia él mismo por no haberle explicado a esa superagente con ojos plateados de bruja y rasgos felinos cuál era la verdad.

Tal vez, pensó mientras le sostenía las manos por encima de la cabeza y empezaba a moverse a un ritmo duro y conciso, pudiera absorber para él mismo parte de esa luminosidad diáfana que transmitían los ojos de su vedma y así poder limpiar sus pecados y todas las manchas de su espíritu.

Tal vez, Leslie podría exprimir de él parte del sentimiento de culpa y fracaso que acarreaba desde hacía dos interminables años…

Ella le besó los tatuajes de los hombros y pasó su lengua por su cuello con desidia, completamente en sus manos.

Gemía dispuesta a darlo todo.

Lucharían los dos por su orgasmo.

Y con la liberación de ella, que nacía en su interior como un remolino que todo lo chupaba, también nació la de él, que aguantaba el momento para correrse junto a ella.

Y la última estocada poderosa los llevó a ambos al limbo.

Leslie medio lloró al alcanzar su éxtasis. Markus la sostuvo bien fuerte entre sus brazos.

El ruso cerró los ojos y, egoísta como no era desde hacía tantísimo tiempo, decidió que, si todo salía bien, tal vez encontrara el valor para regresar a ella de nuevo y pedirle que volviera a limpiarlo.

Tal vez Leslie podría convertirse en su última esperanza.

Porque esperanza era lo que le daban sus dulces besos, ahora teñidos por sus lágrimas, que le besaban los tatuajes y que lamían, principalmente, el que lo llevaba al purgatorio y que Les no sabía ver.

No era fácil verlo, pues el tatuaje tenía diseños maoríes y polinesios. No eran solo tribales. Era algo más. Algo más difuminado en el interior de sus cenefas. Un tatuaje en el interior de otro tatuaje, eso era.

Tal vez la joven que temblaba bajo su cuerpo, si salía viva de allí, si ambos lo hacían, pudiera borrarle las marcas de la piel.

Leslie no tenía ni idea.

Pero con su entrega acababa de alumbrar su oscura alma.

***

Markus dormía sobre ella, y todavía no se había salido de su interior desde que lo habían hecho.

Llevaba una hora y media durmiendo.

Leslie le acariciaba la espalda y la nuca. A veces, jugaba con las puntas más claras de su cresta, que solo se levantaba en la parte superior de su cabeza. El ruso estaría igualmente guapo con el pelo todo peinado hacia atrás, pensó con una sonrisa.

Intentaba tener pensamientos vacuos y superficiales para no concentrarse en la intensidad de sus emociones, pues lo que había experimentado con aquel hombre había sido algo casi místico, fuera de lo normal.

Leslie siempre se había reído de los sentimientos que Cleo tenía hacia Lion. Para ella, el amor estaba sobrevalorado porque era como una quimera. Todos lo buscaban, y esas mismas ansias por encontrar a esa media naranja hacían que la gente quisiera ver en ranas a sus príncipes; y en mosquitas, a sus princesas. La gente no escogía bien, y era el miedo a quedarse solos lo que hacía que eligieran mal.

Pero entonces un día la secuestran y le ponen en frente a ese mohicano con aspecto de zar. Y entonces todos los inconvenientes de vivir una aventura y todos los contras de entregarse a alguien se desmoronan con solo una de sus miradas.

Creyó que podría follar con Markus sin entregar nada más; creyó que el sexo era solo sexo, pero se convertía en algo más cuando lo hacías con la única persona que te llamaba la atención.

Y Markus…, Dios, Markus le había enseñado que con él no había nada descafeinado ni a medias tintas. Era todo al rojo, todo al ruso, y podías perder incluso el corazón si no te ibas con cuidado.

Sin embargo, ya estaba perdida. Le escocía el vientre y se sentía irritada, y, aun así, el dolor era una medalla. Acababa de ganar un trofeo fantástico. Su primera vez con el Hombre, con mayúsculas, y sentía ganas de aplaudirse a sí misma por haber esperado tanto.

Ahora a ver cómo se las arreglaba para no sufrir más de lo necesario. Porque Leslie nunca había sido tonta ni soñadora en cuestión de amores. Y sabía que Markus no quería liarse con ella.

Perfecto.

En realidad, era una mierda, pero perfecto en lo que se refería al trabajo.

Le acarició la pantorrilla con el empeine y le besó detrás de la oreja. Encendió la mesilla de noche y focalizó sus ojos en el tatuaje que finalizaba justo ahí, recorría su ancho hombro, los músculos de su brazo y del antebrazo y nacía en su pecho.

Los dibujos eran negros y tenían un diseño peculiar de líneas y figuras simétricas que llenaban el espacio de la piel con distintos tipos de trazos gruesos y finos. En algunas zonas, los trazos dibujaban caras, estrellas y soles… Vaya, eso no lo había visto antes. Tampoco había tenido a Markus para ella, de aquel modo tranquilo y relajado como para darle acceso a estudiar sus tatuajes.

No solo eran cenefas. Eran dibujos. Un lenguaje dentro del tatuaje.

Markus le había dicho que no sabía ver.

Ahora lo estaba viendo.

Podía apreciar también que parte de la tinta era distinta en los trazos del tribal. Como si el dibujo hubiera sido posterior. Como un embellecedor de los dibujos que rodeaba: una rosa de los vientos, una cruz invertida… y una calavera. ¿Una calavera solo?

Leslie repasó el dibujo con el dedo.

No, no solo era una calavera… La calavera estaba dentro del cuerpo de una muñeca rusa. En la cabeza tenía dibujada la calavera, y esta tenía una pequeña lágrima en el ojo derecho. El cuerpo de la muñeca rusa tenía flores, y en el centro una cruz.

Si observabas con atención, veías como el dibujo salía del tribal como si fuera una imagen tridimensional. Pero no lo era. Simplemente, se difuminaba con los diseños y perdía magnetismo.

Pero no ahora.

¿Qué significaba la muñeca rusa con una calavera? Además, estaba situada sobre su hombro y, a través de su silueta, otras líneas y trazos subían por el cuello y se escondían tras la oreja.

Leslie se quedó pensativa. Abrazó al ruso para recordarse que, en ese momento, no importaban sus dibujos.

Solo importaba que él estaba allí con ella.

En su interior.

Acercó su boca a su oído y le dijo en voz baja:

—No sé quién eres, Markus… Sé que no me has contado la verdad y sé que no eres fácil, pero… menya s uma. Me vuelves loca.

Markus tembló entre sus brazos, sacudiéndose, intranquilo.

Leslie sonrió con tristeza y lo besó.

Y así, dándole leves besos en la mejilla y acariciándole el pelo, empezó a quedarse dormida, con un gigante soviético sepultado en su interior.

Hasta que los fantasmas la sacaron de su entumecimiento.

—¡No, Dina! ¡No! —gritó Markus entre dientes.

Peleaba contra sus pesadillas, sacudiéndose con violencia sobre el cuerpo de Leslie. La agente, asustada, intentaba atraerlo a la realidad.

Y volvió a suceder lo mismo que en el hotel Ibis.

En un intento por defenderse de sus fantasmas, acabó por rodear el cuello de Leslie, que, indefensa, sometida bajo su cuerpo y ensartada todavía por él, intentó sacárselo de encima.

—¡Markus! ¡Prosnut’sya! ¡Despierta, me estás ahogando!

Los ojos rojos del agente parpadearon confusos, pero seguían sin verla a ella, mientras le apretaba el cuello.

Leslie movió las caderas para que él notara que estaba en su interior, y levantó la cabeza para besarlo a la desesperada en la boca…

—¡Mar… Markus! ¡Mírame! ¡Mírame! —gritó con los ojos enrojecidos, y le dio una dura bofetada.

Eso lo despertó al momento.

Sacudió la cabeza y la miró, con las pupilas dilatadas, envuelto en sudor frío. Respiraba agitado y los estremecimientos le recorrían como olas incontrolables llevándolo a la deriva. Tragó saliva y negó con la cabeza.

—No vuelvas a dejar que me duerma… —suplicó derrumbándose sobre ella. Empezó a mover las caderas y a encontrar algo de alivio y cobijo en el cuerpo de aquella mujer.

—Por el amor de Dios, Markus… —Leslie, que estaba tan descontrolada como él, no podía ni moverse. ¿Qué pasaría si un día no pudiera despertarle? Le dolía la vagina, la tenía irritada, pero no encontró fuerzas para decirle que se detuviera—. Cuéntamelo —pidió, rendida a él.

—No, Les. Lo siento. No puedo.

—Cuéntamelo, por favor. Tal vez así las pesadillas no te den tanto terror —suplicó conmovida por sus temblores.

Que un hombre tan enorme y corpulento se despertara atemorizado como un crío, la dejaba conmocionada.

—No te quiero para eso —contestó a la defensiva—. No tienes por qué…

—Chis. Cállate, ruso. —Leslie le tapó la boca. Si en ese momento de vulnerabilidad él le decía algo hiriente como que solo quería un polvo, no le iba a sentar nada bien, así que lo acalló—. Está bien, Markus… Hazme lo que quieras. Úsame para sentirte mejor.

Él apretó los dientes y la miró rabioso, como si no le comprendiera.

Si Markus necesitaba aquello de ella en ese instante, se lo daría. Porque, a Leslie, nada le había tocado el corazón como los ojos llenos de tormento y lágrimas sin derramar de aquel hombre traumatizado por su pasado.

Él la poseyó hasta el fondo y no le dio cuartel. Se corrió de nuevo en su interior, y cuando ella gimió llegando de nuevo al orgasmo, tampoco se detuvo.

Entonces, Leslie lo comprendió.

Markus no dormiría de nuevo en toda la noche. No cerraría los ojos a su lado nunca más.

Se entretendría con ella, con su cuerpo. Con su boca, pues no dejaba de besarla. Pero no dormiría otra vez con ella.

Y no le importó. El dolor pasaría.

Pero, al menos, podría darle algo de paz a ese guerrero. Por una noche se convertiría en su particular cazador de sueños.