Capítulo 10

«Ya he hecho esto otras veces», se dijo mientras acababa de colocarse el pendiente en la oreja. Era un brillante rojo y tenía un micro en su interior para que Markus escuchara todo lo que decían sus secuestradores. Además, tenía un localizador que se conectaba directamente al teléfono de Markus. Así sabría dónde se encontraba en todo momento.

Markus hablaba por teléfono para contratar los servicios de una moto en un local de alquileres cerca de la parada de metro de Holborn, a solo tres calles de donde estaban. Mientras tanto, ella aprovechaba el tiempo para concienciarse sobre la misión.

Se había infiltrado como ama en un caso de masoquistas y sádicos. Habían intentado venderla una vez, y ahora se preparaba para que se la llevaran y la vendieran por segunda vez.

Estaba preparada. Era una agente del FBI, adiestrada para ese tipo de situaciones. Pero no era libre de no sentir miedo.

La inquietud, el saberse expuesta y sin armas ante un grupo de hombres que la desnudarían y querrían incomodarla ponía nerviosa a cualquiera. Incluso a ella, que presumía de ser una mujer de hierro que jamás se dejaba llevar por el pánico.

Markus entró en la habitación en la que ella se estaba acabando de preparar. Llevaba el teléfono vía satélite en su mano derecha.

A través del espejo, Leslie miró de reojo el portátil que acababa de utilizar y que estaba sobre la mesa del escritorio de aquel inmenso dormitorio tipo suite. Lo había cerrado de nuevo.

Lo que el ruso no sabía era que se había puesto en contacto con Cleo mediante su cuenta anónima de correo. Le había explicado todo lo que había pasado desde que habían tomado el avión hacia Londres. Y, además, le había dado la lista de teléfonos que traían los dos móviles que les habían sustraído a Patrick y a Yegor, para que hicieran un seguimiento de sus titulares.

Tal vez todos estuvieran relacionados con las tratas. Le había exigido a su hermana discreción absoluta y que solo hablara de esto con Lion Romano. El agente al cargo de la misión de AyM en las Islas Vírgenes evaluaría bien la situación y sabría qué hacer con todo lo que ella les facilitaba.

Además, había encontrado un documento oficial en Internet, escrito en ruso, que señalaba todos los puntos que se debían seguir en el código de los ladrones de ley.

CÓDIGO DE LOS VOR V ZAKONE

De entre todas aquellas transgresoras normas que se orientaban mucho a un comportamiento sectario, Leslie no podía imaginar cuál había violado el ruso. Seguramente, el de relacionarse con autoridades. Tal vez, el tal Tyoma e Ilenko descubrieron que había trabajado para la SVR, y por eso le castigaron y lo echaron de su bratva.

Lo cierto era que seguía perdida respecto a él, y peor se sentía cuanto más se aproximaban el uno al otro, porque era justamente lo que hacían; llegar a tocarse con las palabras, de modo precavido y cauto. Preguntarse sutilmente quiénes eran…

Y, aun así, aunque Markus se abría a ella a paso de tortuga, Leslie todavía esperaba a que él se interesara por algo de su vida. Y la joven se sorprendía de que hubiera alguien más torpe que ella a la hora de crear vínculos emocionales con las personas.

—¿Habemus moto?

—Una Kawasaki Ninja azul eléctrica. Está abajo.

Markus se colocó tras ella en el espejo y la observó atentamente.

—Cuando te cojan, Leslie, no estarás sola. Yo estaré al otro lado.

—Intentas tranquilizarme. —Sonrió sin ganas—. Soy consciente de mi papel, Markus. —Se recogió el pelo en una cola alta, amarrando también las larguísimas hebras de su flequillo negro azulado, echándoselo hacia atrás. Aquel peinado resaltaba más sus facciones gatunas y elegantes—. Creo que sabré cómo llevar la situación.

Markus sujetó su coleta y le inclinó la cabeza, de modo que ella lo viera a través de la línea negra y tupida de sus pestañas.

—No te encares con ellos, superagente —la advirtió—. No lo hagas. Estarás en inferioridad de condiciones. En el momento en que sientas que estás en peligro, invócame. —Sus ojos amatista relumbraron en el espejo, como si fuera un personaje sobrenatural—. Di: «Demon», y yo apareceré.

—¿Que te invoque?

—Sí. —Acarició su cola con los dedos e, improvisadamente, inhaló su olor a fruta, mezclado con su perfume. Aquel aroma que lo embriagaba—. Llama al Demonio.

—¿Me estás oliendo el pelo, Markus? —preguntó sin rodeos, estudiándolo a través de su reflejo. Del reflejo de ambos.

Él gruñó en voz baja.

—Es tu maldito olor. —Se intentó apartar.

Leslie se dio la vuelta y lo agarró de la camiseta para que no se fuera. Markus enviaba señales contradictorias que la molestaban. Porque en cuanto él se alejaba y decía que no la deseaba, de repente actuaba como si la química que ella sentía entre ambos y el deseo latente que no podía sepultar fuera algo recíproco. La atracción los golpeaba como una bofetada que decía: «¡Eh, mira! ¡Despierta! ¿Cuántas veces crees que puedes sentir esto por alguien? ¿Crees que sucede cada día?».

—¿Te gusta mi olor? —preguntó ella, absorta en su mirada.

—Sí.

—A riesgo de que suene como una publicista te repetiré que es Hypnotic…

—Hypnotic Poison. Lo recuerdo. —Soltó su coleta disfrutando de cómo resbalaba su melena entre sus dedos, enredándose ligeramente como si se resistiera a ser liberada.

—Me dejas descolocada, ruso… —dijo resoplando y mirando hacia la punta de sus pies.

Él dio un paso atrás, manteniendo distancias no solo físicas, sino también emocionales. Sacó un nuevo korouka rushen de menta de su bolsillo y se lo metió en la boca.

—¿Por qué te dejo descolocada?

—Siempre que coges un caramelo de esos me pones los nervios de punta —protestó—. Me recuerdas al Markus del parque Louis Armstrong.

—Soy el mismo.

—No es verdad. El otro era más amable, más divertido… Me gustaba más. Incluso el de las islas vírgenes era más simpático. Y al menos a él le gustaba un poco —explicó con una sinceridad aplastante—. Lo suficiente como para…

Markus negó con la cabeza.

—Ya hemos hablado de eso. No voy a caer otra vez.

—Para tirarme al suelo y colar su boca entre mis piernas… —continuó ella—. ¿No quieres meter tu mano en mis braguitas y ver si te echo de menos?

—Leslie… —Markus dio un paso adelante y la tomó otra vez por sorpresa. No necesitó tocarla para que ella se derritiera ante su cercanía—. No voy a debilitarme.

—¿No vas a debilitarte? —repitió levantando la cabeza para mirarle a los ojos. Era muy alto—. ¿Pasártelo bien conmigo te debilita? ¿Soy tu kriptonita? —Se rio de él.

—Me distraes. Créeme, es lo mejor.

—No digas tonterías, mohicano —espetó ella fríamente—. Tus explicaciones me aburren. —Se alejó dándole un leve empujón—. Tú no me distraes a mí. Y soy tan profesional como tú. Sé lo que es la misión, y sé lo que es un maldito revolcón para eliminar tensiones.

—¿Un maldito revolcón para eliminar…? —Markus frunció el ceño—. Tú no lo entiendes.

—Oh, sí lo entiendo. —Se echó a reír de nuevo, ofuscada e iracunda por sus reiteradas negativas a sus avances—. Jamás me había prestado tantas veces en bandeja para que me rechacen una y otra vez con esa…, esa… indiferencia, como si se tratara de elegir la bola de un helado. ¿Sabes lo que eres?

—¿Qué soy? —preguntó sin darse la vuelta, pero sin perder el reflejo de Leslie en el espejo.

—Eres de los que elige las bolas de vainilla. Un aburrido, soso y estricto hombre que no acepta el riesgo más allá de lo que él considera seguro. —Se dirigió al armario y escogió otra camiseta distinta a la que llevaba. Se sentía sudada y necesitaba vestirse de otra manera—. Eso no es arriesgarse. Es ser un cobarde. Y un manipulador.

Markus se dio la vuelta y caminó hacia ella.

—No soy manipulador, vedma. Elijo lo mejor para los dos…

—Discúlpame, pero seré yo quien escoja lo mejor para mí, ¿no crees, Míster Indiferente? Tú no decides sobre la vida ni los movimientos de tu binomio.

El ruso se llevó la mano al bolsillo, caminando airadamente hacia Leslie. Sacó las braguitas que le había quitado en Nueva Orleans y se las mostró a un par de centímetros de su cara.

—¡Ya me tienes harto! —gritó. Él jamás perdía los nervios. Pero Leslie sabía cómo picarle y provocarle para que saliera de esa zona de seguridad que no quería cruzar—. ¡¿Crees que esto es ser indiferente?!

Leslie entrecerró los ojos y se quedó muerta cuando vio que eran sus braguitas las que ocultaba entre sus enormes dedos. Y olían a ella. A su perfume, como si él las hubiera rociado.

—¡Las cosas son como son y no pienso darte más! ¡Pero no me taches de algo que no soy! —le dijo entre dientes.

—¿Y cómo eres, Markus? —preguntó ella en voz baja, compasiva—. ¿Lo sabes? ¿Cómo puedes saber quién eres entre tantas capas de represión y tantas máscaras y dobles identidades? No tienes ni idea…

—¡No! ¡Tú eres la que no tienes ni idea! ¡No me conoces!

—¡Ni tú a mí! —replicó alzando la voz.

En medio de la discusión y del enfrentamiento entre ellos, algo sucedió.

De repente, oyeron cómo intentaban forzar la puerta de la casa.

Se callaron. Él se llevó el índice a los labios, advirtiéndola de que no hiciera un solo ruido.

—Ya están aquí —dijo ella con los ojos muy abiertos.

Markus asintió. Fue el ruego en los ojos de la agente lo que le desarmó.

—Ya están aquí —repitió él, consciente de que, si algo salía mal, no vería a Leslie nunca más. Se la llevarían a cualquier continente y el Drakon abusaría de ella.

—No me abandones, ruso —le pidió ella fulminándolo con sus ojos—. Tenemos una conversación pendiente.

Markus tragó saliva y sintió la necesidad de abrazarla y de besarla, de decirle que todo iba a salir bien.

—No lo haré. Invócame, Leslie. Yo cuidaré de ti —le dijo en voz muy baja, tomándole el rostro entre las manos. Le dio un beso en la frente.

Leslie cerró los ojos y se agarró con fuerza a sus muñecas.

Ya no había tiempo para decirse nada más.

Cuando los abrió de nuevo, Markus había desaparecido y no había nadie en aquella inmensa alcoba; solo ella, su respiración y sus nervios.

Esperó paciente a que los secuestradores de la bratva entraran en la habitación. Tomó aire con fuerza y cerró los ojos por segunda vez.

Se abandonaría a ellos. No lucharía. No sabía fingir que no sabía luchar, porque lo cierto era que era una auténtica máquina de matar si se lo proponía, así que no daría ni un golpe ni una patada ni una llave… Debían llevarla a la criba sin sospechar nada de ella.

Tres hombres vestidos con ropas oscuras entraron en la habitación y fueron a por ella como hienas.

Leslie se dio la vuelta, puso cara de asombro y esperó que todas las expresiones de terror y pánico cruzaran su rostro, antes de fingir que se desmayaba.

Antes de que la cargaran sobre una de sus espaldas y se la llevaran.

Cuando los tres hombres salieron de la casa, Markus dejó que el viento vespertino de Londres acariciara su rostro. Estaba agazapado en la fachada, al lado de la ventana. Miró fijamente como una furgoneta Volkswagen de color blanco, estacionada en el portal del edificio, recibía el nuevo paquete.

El ruso apretó los dientes, encendió el teléfono móvil y esperó a que el localizador de Leslie diera señal.

Cuando empezó a parpadear y a moverse recorriendo las calles de la ciudad, Markus se metió de nuevo en la habitación y corrió para ir en su busca.

No perdería la señal.

Nadie le iba a hacer daño.

Ni hablar.

De lo contrario, el Demonio estaba decidido a quemar la criba con las llamas del Infierno.