—No voy a permitir que te toquen. No entraremos a la final. Lo tengo decidido. Controlaremos a los Villanos desde otro lado y haremos la redada en el momento adecuado…
Cleo estaba estirada sobre él. Acariciaba su pecho y disfrutaba de las caricias de las manos de Lion sobre su espalda y sus nalgas desnudas. Lo habían hecho dos veces más; y estaban cansados. Cleo tenía la piel de las nalgas rojas y Lion lucía arañazos en la espalda y el pecho.
Después de la actividad sexual, el agente Romano había aprovechado para explicarle todo lo descubierto hasta ahora.
—No puedes hacer eso. No podemos hacer eso.
—Quiero que pronuncies la palabra de seguridad, Cleo. Que en el momento en el que no puedas más, la digas. No quiero que esa gente juegue contigo.
—Ya veremos. Mañana debemos dejar el hotel e irnos a Saint Croix, a Norland. Es allí donde se celebra la última jornada y la posterior final —susurró Cleo sobre su pecho—. Estamos tan cerca… ¿Sabes qué?
—¿Qué?
—Hoy he recibido una invitación directa para encontrarme con los Villanos.
—¿Hoy? ¿Cuándo? —su asombro se reflejó en su voz.
—Antes de bajar a la fiesta. Salí del vestidor y me encontré con el sobre en el suelo. Una limusina me vendría a buscar y me llevaría hasta ellos.
—¿Y… no lo has hecho? No me lo puedo creer —sonrió—. ¿Te has quedado aquí? ¿Por qué? Siempre haces lo que te da la gana.
—No lo he hecho porque no quería molestarte. —Levantó el rostro de su pecho y acarició su barbilla con el índice—. Porque lo he visto demasiado arriesgado; no me ha dado buena espina. Además, querían que fuera sola.
—Bien. —Lion masajeó su nuca y besó su coronilla y su frente—. Ya nada tiene buena pinta, Cleo. Le estamos viendo las orejas al lobo, y no me gusta. —La abrazó con fuerza y cogiéndola de las axilas, la levantó por encima de él como si fuera una cría—. Mañana llega el final. Nosotros no tendremos que participar en la jornada, pero debemos investigar los alrededores de las islas y recoger las armas que ha dejado la estación base para nosotros. Las han dejado en Buck Island, al lado de Saint Croix. Así que no debemos movilizarnos mucho.
—Sí. —El pelo rojo de Cleo caía en cascada y los ocultaba a ambos del mundo.
—Casi lo hemos conseguido —la dejó caer poco a poco sobre su cuerpo y los tapó a ambos con la sábana.
—Casi —sonrió, dejando que Lion la cubriera de atenciones.
—Buen trabajo, agente Connelly. El FBI estará muy orgulloso de tener a una agente tan valiosa en sus filas.
—Gracias, señor. Pero todavía no formo parte del FBI. —Y, después de todo, tal vez no quisiera formar parte de él. Pero eso se lo guardaba para ella.
Con ese pensamiento, y los balsámicos besos de Lion sobre sus párpados y sus mejillas, Cleo se durmió. Quedaban cuatro horas para el amanecer y necesitaban descansar antes de afrontar la final de Dragones y Mazmorras DS.
***
La habitación estaba en silencio, no habían pasado ni dos horas después de que se durmieran cuando Lion abrió los ojos y se encontró con Cleo amordazada, mirándole de hito en hito, igual de sorprendida que él. El agente intentó hablar, angustiado, pero tenía cinta en la boca y tampoco podía emitir ni un sonido.
No podían moverse. Les habían inyectado una especie de paralizante o alguna droga parecida.
Unas manos duras y exigentes los levantaron a los dos y les colocaron de rodillas frente a frente.
—Tapadles los ojos y atadles las manos a la espalda.
Lion y Cleo parpadearon incrédulos ante lo que les estaba sucediendo. Eso no entraba en sus planes. La voz era la de una mujer soberbia; y ellos conocían a esa mujer con aires de grandeza.
—Los Villanos os esperan. —Claudia se alejó de la esquina menos iluminada de la suite y apareció vestida toda de látex, con un látigo en la mano y una táser en la otra—. La puta ha rechazado la invitación —gruñó dándole un latigazo doloroso a Cleo en los muslos desnudos—, y eso los ha puesto muy nerviosos. Ahora os quieren a los dos. —Esta vez, el latigazo golpeó en la espalda de Lion.
Cleo gritó para que Claudia parara, pero el ama no tenía ninguna intención de hacerle caso. Dos armarios encapuchados, vestidos de negro, custodiaban a la domina.
—Me temo —dijo Claudia pasando los dedos por el látigo y después saboreándolo con la lengua—, que os han descubierto, chicos. La selva era demasiado grande para vosotros.
Cleo y Lion se miraron el uno al otro.
¿Por qué? ¿Quiénes les habían descubierto? Tenían las bases de datos privados completamente modificados, nadie conocía su verdadera identidad. ¿Cómo habían revelado sus identidades?
—Os llevaré frente a Tiamat. Ellos decidirán qué hacer con vosotros.
Con esas palabras, Claudia salió de la habitación con aires de grandeza. Los dos hombres armario cargaron con los cuerpos de Cleo y Lion, cubriéndolos con bolsas protectoras de equipaje.
Nadie sabría que, en realidad, acababan de secuestrar a dos agentes del FBI.
Una vez en el puerto, los subieron a una lancha y los tiraron de mala manera al suelo. Los dos se golpearon la cabeza al hacerlo.
Lion sentía que el corazón se le iba a salir por la boca. Acababan de llevárselos del hotel y desconocían adónde los llevaban.
Estaban en serios problemas.
***
Media hora después, los dos gigantes volvían a cargarlos; y después de caminar con ellos durante lo que parecieron ser horas por lo que se parecía a un terreno arenoso, les internaron en una especie de gruta.
Lion escuchaba los sonidos de las estalactitas gotear sobre el suelo húmedo y encharcado. Y también los pasos de los matones y el sonido de los tacones de Claudia hacer eco.
Sabía que Cleo tenía un localizador en el collar de sumisa y, también, una cámara. Pero aquello estaba muy oscuro. ¿Grabaría buenas imágenes?
El equipo estación no debería tardar en llegar y socorrerlos.
Les quitaron las bolsas y los dejaron a los dos en el suelo, recolocándolos de rodillas. Después, les descubrieron los ojos. Ambos parpadearon; lo primero que hicieron fue buscarse el uno al otro. Cleo frunció el ceño: Lion tenía un nuevo golpe en el pómulo.
—Tiamat y Venger no tardarán en llegar —aseguró Claudia tomando del pelo a Cleo.
Esta se quejó y apretó los ojos con fuerza.
—Tú, pequeña zorra, me eliminaste a la primera de cambio. Vas a pagar por ello. —Claudia le colocó un arnés de poni.
Cleo odiaba esas prendas porque los hacían parecer animales.
«Sí; ya me imagino cómo voy a pagar», pensó Cleo.
Lion luchaba por liberarse de la mordaza y desatar las cuerdas de sus manos, pero le era imposible. Mientras tanto, los dos guardaespaldas le ponían un único slip de cuero negro con una cremallera en la parte anal.
—No me lo hubiera imaginado de ti, King. Que te conformaras con alguien como ella. —Claudia se dirigió a Lion y lo tomó de la barbilla con fuerza, dejándole la marca de los dedos. Sus ojos negros echaban chispas—. Y lo que no sabía era que ocultabais vuestras verdaderas identidades. Por suerte, hay alguien aquí que os conoce y ha abierto la caja de Pandora —Claudia prestó atención—. Creo que oigo el motor de su lancha. Ya están al llegar.
Cleo y Lion se miraron el uno al otro, incrédulos ante las palabras de Mistress Pain. Estaba claro que Sombra espía les había tomado el pelo a todos. Pero ¿quién les conocía? ¿Quién sabía que eran agentes federales?
—Estoy convencida de que esta sorpresa no la vais a olvidar nunca en la vida —aseguró Claudia.
A través de la entrada de la gruta, se acercaron seis personas, vestidas con túnicas negras y capuchas amplias. Llevaban unas máscaras doradas; dos de ellas sonreían y las otras cuatro tenían un rictus triste.
Una de ellas era una mujer, más bajita que el resto. Y esta y otro hombre, muy alto, ayudaban a caminar al más corpulento y alto de todos, cuya máscara sonreía. Ese individuo cojeaba un poco y tenía los puños apretados, como si sintiera mucha rabia o mucho dolor.
Cleo tragó saliva y Lion intentó caminar de rodillas hasta donde ella estaba; pero uno de los gorilas lo tiró al suelo al darle una patada por la espalda.
—Aquí os presento a Tiamat —dijo Claudia acariciando su látigo arriba y abajo—. Cómo sabéis, es un dragón de cinco cabezas. A ver, ¿cuántas personas hay aquí? Uno, dos, tres, cuatro, cinco, y el que viene de más, seis —contó señalando con el dedo. Exhaló como si estuviera cansada y levantó a Cleo por el pelo.
«¡Zorra! ¡No me toques! Lion, por Dios…», desvió la mirada hacia el moreno, que intentaba levantarse.
El hombre enmascarado dio un paso al frente, asegurándose de que el más grande de todos se mantenía en pie.
—Quítale el esparadrapo, Mistress Pain —pidió educadamente. Tenía un marcado acento sureño.
Claudia se lo arrancó sin ceremonias. Cleo se relamió los labios y movió los músculos faciales. Le había escocido.
—Seguramente estés un poco aturdida, ¿verdad, Cleo Connelly?
Cleo dio un respingo y miró a Lion de reojo.
—Sí, jovencita. Te conozco perfectamente.
—¿Quién eres? —preguntó sin miedo.
—¿Quién soy? —¡Plas! La bofetada que el Villano le dio volteó su cabeza de izquierda a derecha.
Cleo se pasó la lengua por el labio inferior y notó el corte sangriento que le había dejado. No sabía quiénes eran, pero eran miembros de la Old Guard con toda seguridad.
—Te conozco a ti. Conozco a tu padre, un héroe de Nueva Orleans. Y conozco a Lion, también. Y conozco a los padres de Lion. ¡Os conozco a todos! —emitió una carcajada hueca.
Mierda. Si los conocía… Eran de Nueva Orleans. Lion prestó atención y observó fríamente la cabeza de Tiamat.
—A ti no te había visto nunca en este mundillo, Cleo. Sí había visto a tu hermana… Leslie. Pero a ti, no.
—¿Qué…? ¿Quién… eres?
—¿La pregunta es, quién eres tú? ¿Por qué, siendo policía de Nueva Orleans, estás en este torneo como una joven de padres adoptivos texanos y dices que trabajas en una galería de arte? Te hemos pillado, Cleo. Así que no te avergüences y responde a mi pregunta.
Pero Cleo no contestó.
El enmascarado se acercó a ella y acarició su pelo rojo.
—No me importa lo que hacéis aquí ni tú ni tu hermana. Ni siquiera qué hace Lion aquí. Pero te diré algo: hace seis meses metiste a mi hijo en la cárcel. Eso sí que me importa. Por eso no voy a dejar que pases de aquí.
Cleo parpadeó noqueada. ¿Cómo? Al único al que había metido en la cárcel en ese tiempo había sido a Billy Bob… No podía ser. Entonces, no sabían que eran agentes federales… ¿Lo sospecharían?
—¿Crees que Leslie fue escogida al azar? —continuó una de las cabezas de Tiamat—. Ni hablar, bonita. Tú metiste a mi hijo entre rejas; por eso, cuando Leslie empezó a destacar en el rol y, dos semanas antes del torneo, nos enviaron fotos sobre ella, la reconocimos. Tuvimos que apartarla del sumiso que llevaba con ella.
Lion dio un respingo. ¿Clint? ¿Ellos mataron a Clint?
—Así que pedimos ayuda a Mistress Pain para que hiciera los honores.
—Esa noche estuve con Lion en otro local —recordó Claudia—; pero cuando recibí la llamada de Tiamat diciendo que tenían a Leslie y que, sin embargo, su sumiso quedaba suelto y sospechaba algo, no pude decir que no —sonrió fríamente—. Me encantó jugar con ese hombre…
Lion se movió de un lado al otro, gritando, con las venas del cuello hinchadas. Si pudiera, le arrancaría la pierna a mordiscos.
Claudia acababa de reconocer que había matado a Clint.
—¿Mataste a un sumiso? —preguntó Cleo desencajada.
Claudia se cruzó de brazos, levantó la barbilla y asintió orgullosa.
—¿Y dónde está mi hermana? —preguntó Cleo, fingiendo que no sabía la respuesta. No podían sospechar de Leslie; ellos tenían que seguir su plan.
—Ahora, un amo la está sometiendo para que se entregue a nosotros —contestó el enmascarado—. Te la quisimos devolver, Connelly, por lo que le hiciste a mi pequeño, y por eso tu hermana está aquí: por tu culpa.
Entonces, no solo era por su perfil. Había una sorprendente rencilla personal catapultada por el encarcelamiento del maltratador de Billy Bob. Leslie y Cleo estaban en el punto de mira de los Villanos incluso antes de empezar el torneo.
—Mi hermana no está aquí por mí. Está aquí porque su hijo es un hijo de puta maltrata…
¡Plas! ¡Plas! Dos bofetadas seguidas y dolorosas. Los nudillos golpearon en sus pómulos y Cleo apretó los dientes.
—¡Nos íbamos a conformar con Leslie! Pero esto… —observó a los dos—. Es más de lo que esperábamos. ¿Sabes por qué supimos quién eras tú, perra? Ni siquiera nos imaginamos que estabas metida en esto hasta que Claudia nos alertó.
Cleo negó con la cabeza.
—Mistress Pain nos llamó inmediatamente diciendo que una chica la había eliminado a las primeras de cambio y que no podía continuar en el torneo. Nos dijo que se llamaba Lady Nala. Le pedimos que nos enviara imágenes suyas. Y cuando vimos que eras tú, la hermana de Leslie, no nos lo podíamos creer. ¡Dios está de nuestra parte! —alabó alzando los brazos.
«No utilizarás el nombre de Dios en vano», pensó Cleo.
—No estamos al tanto de todos los participantes —explicó el líder de Tiamat—: solo de los sumisos que nos facilitan para nuestras… prácticas. El torneo es solo una tapadera y los amos protagónicos y el concurso en sí nos dan igual. Pero descubrirte aquí fue una agradable sorpresa. Porque a quien realmente me apetece destrozar es a ti.
Lion, que estaba de rodillas en el suelo, comprendió que las llamadas que recibía Claudia al celular móvil de Luisiana, eran de ellos. Claudia estaba en contacto con los padres de Billy Bob. Y no solo eso; ahora entendía por qué Billy Bob había estado en el baile de la mansión LaLaurie: porque él formaba parte del mundo BDSM de la Old Guard, como sus padres. Increíble.
—¿En serio? No me había dado cuenta de que Dragones y Mazmorras DS solo es una tapadera para la Old Guard más radical —repuso Cleo irónicamente.
—Me sorprendes, Cleo —confesó—. Eres una descarada. La noche anterior, Claudia os quiso separar con la fotografía del teléfono, pensó que sin que Lion te protegiera, podríamos cogerte y prepararte para nuestro juego. Pero salió mal. Incluso esta mañana, con lo del trío, esperábamos una división absoluta entre vosotros; pero, entonces, esa metomentodo de la Reina de las Arañas decidió jugar contigo.
—Vosotros no jugáis —replicó Cleo en voz alta—. No sé lo que hacéis… —mintió—. Claudia ha reconocido haber matado a Clint. ¡Secuestrasteis a mi hermana! Iréis a la cárcel. Os lo prometo —espetó furiosa.
—Silencio. Las afrentas se pagan. —Xavier cerró el puño en su pelo y le dio un violento tirón—. Tengo algo preparado para las hermanas Connelly. Tú y tu hermana pagaréis por lo que le hicisteis a mi Billy.
«Piensa lo que quieras, cerdo, pero Leslie no es solo una sumisa. Es una agente del FBI y está acompañada de un miembro de la SVR. Os vais a cagar».
Si entre los miembros de Tiamat se encontraba el padre de Billy Bob, Cleo podía entender muchas cosas que no le habían cuadrado en el torneo. Por ejemplo, las bebidas de ron facilitadas en las dos últimas noches, que las confeccionaba la destilería de Nueva Orleans de la que los padres de Billy Bob eran propietarios. Era una familia muy rica y poderosa, incluso más que la de Lion, y tenía amistades en círculos políticos. Incluso, alguna vez, había colaborado en las campañas publicitarias de los partidos republicanos. Pero nunca se imaginó que la familia D’Arthenay, que venía de linaje francés, estuviera involucrada en un torneo de BDSM; y no solo eso, que además era uno de los miembros que formaban parte de los Villanos. Siempre pensó en ellos con lástima, porque les había salido un hijo enfermo y agresivo, que maltrataba a las mujeres… Ahora, podía comprender por qué Billy Bob tenía esas tendencias violentas. Posiblemente, lo habría aprendido de sus padres.
Leslie le había dicho que los Villanos eran todos gente de mucho dinero y muchísimo peso en la sociedad personas que, curiosamente, eran adictas al sadomasoquismo antiguo que dio origen a la Old Guard. ¿Por qué? No lo sabía, eso tenían que averiguar. Tal vez no había un por qué. Tal vez había gente así; y punto.
—Eres Xavier D’Arthenay —anunció Cleo en voz alta—, y la mujer debe ser Margaret D’ Arthenay, tu esposa. No hace falta que llevéis las máscaras. El olor a podrido me llega desde aquí.
—Puta. —Otra bofetada más.
Cleo tomó aire para calmarse. El pelo rojo desordenado le cubría el rostro; y los miró a través de los mechones, con los ojos verdes y claros como faros.
—Habéis cometido un delito al facilitar botellas enteras de vuestro ron con cristal y popper —espetó—. No hacéis exportaciones a no ser que vosotros traigáis vuestro producto aquí. Y es lo que habéis hecho… Como agente de la ley que soy, os lo debo comunicar. Como practicante de BDSM, os diré que no me gusta que me droguen. Además, sois cómplices directos de homicidio. Si queréis, os leo vuestros derechos. Os va a hacer falta. —Cleo necesitaba ganar tiempo. Al menos, para retrasar su tortura.
Xavier miró a su mujer y esta se encogió de hombros. Ambos se echaron a reír.
—¿Estás de broma? —preguntó la mujer—. ¿Sabes lo que vamos a hacer contigo?
Margaret acercó al hombre cojo y renqueante que tenía la máscara puesta.
—Nos vamos a encargar de que Billy Bob os deje como vosotros le dejasteis a él. ¿Eh, Lion? —preguntó Xavier inclinándose hacia Lion—. ¿Qué te parece? ¿Llorarás cuando veas cómo le da su merecido a Cleo? ¿La querrás igual luego? Y, después, Billy te reventará por dentro y por fuera, ¿eh, machote? —Le dio una cachetada en la cara—. Qué pena, el heredero de la cadena algodonera más importante de Estados Unidos hallado muerto y descuartizado en una gruta de las Islas Vírgenes —proclamó imaginándose un titular.
Lion se removió como un toro e intentó embestirlo con un grito.
«No la toquéis u os mataré uno a uno», se dijo.
Cleo no quería mirar al hombre que tenía ante ella, pero era inevitable no hacerlo. La mujer le quitó la máscara con cuidado y apareció el impresionante y desfigurado rostro de Billy Bob.
Cleo se echó a llorar por la impotencia y la rabia. ¿Es que nunca se iba a librar de él?
—Cleo, cielo —susurró la mujer—. Le daré el pésame a tu madre por haber perdido a sus dos hijas, tan bonitas, en tan poco tiempo. Esto, después de lo que has hecho con mi hijo, no podía acabar de otra manera. ¿Nos comprendes?
—Comprendo que sé demasiado sobre vosotros. Y comprendo que vuestro hijo, que debería estar hospitalizado para luego entrar en la prisión estatal, está aquí, libre. ¿Habéis pagado mucho para liberarlo?
Margaret pareció encogerse de hombros.
—El dinero nunca fue un problema. Y nuestro hijo merece nuestras atenciones. Él no sabe canalizar sus tendencias. Pero nosotros le enseñaremos.
—Sois unos sádicos. ¡Habéis creado a un monstruo! Aunque puede que vosotros también lo seáis.
La suave risa de Margaret puso la piel de gallina a Cleo.
—No somos monstruos, querida. Hacemos lo que hacemos porque podemos. Y hemos decidido que a ti se te ha acabado el tiempo.
«¿Los iban a matar?».
Pero Cleo no la oía. Solo veía a Billy Bob cernirse sobre ella.
El hombre tenía las mejillas inflamadas y una cicatriz que le cruzaba la frente. Los dos ojos estaban coagulados, hinchados y rojos, y le faltaban casi todos los dientes. Billy Bob cara de ángel, se había convertido en Billy Bob el adefesio. Lion había sido su cirujano; no había duda.
—Tú y Lion os quedareis aquí con Billy y Mistress Pain —explicó Margaret con voz de institutriz—. Dejaré que ellos se tomen la revancha que desean y, después, si todavía seguís en pie, os vendremos a buscar para llevaros a nuestra noche de Walpurgis. —Dio dos palmadas como una niña pequeña y se echó a reír—. Os encantará. ¿Claudia?
—¿Sí, Maitress Margaret?
—El viaje ha sido muy duro para Billy. Le estamos pinchando esto para el dolor. —Le enseñó un pequeño neceser negro en el que había varias jeringas—. Él ha querido estar aquí y no perderse el espectáculo; sobre todo al saber que teníamos a Cleo. Pero el vuelo le ha pasado factura. Dale esto si ves que desfallece, ¿de acuerdo? —Le entregó un bote de morfina—. Hará que no sienta el dolor y se espabilará.
—Sí, maitress —Claudia inclinó la cabeza en señal de respeto.
—Disfruta de tu sumiso, Sombra. Tengo entendido que este amo siempre te gustó. Ahora es tuyo. Dale su merecido.
—Lo haré —aseguró el ama, dedicándole una mirada venenosa a Lion—. Las traiciones no deben pasar desapercibidas.
—El potro y la cruz están en el interior de la gruta —dijo Xavier—. También hay cadenas en las paredes de la roca. Utilizadlas y, después, recogedlo todo como siempre. Os esperamos en Ruathym a las doce de la noche para iniciar nuestro Walpurgis. Cuando lleguéis, dad la señal y encended la hoguera y las antorchas. Cuando veamos el fuego encendido, apareceremos.
«¿Ruathym? ¿Qué parte de las islas pertenece a Ruathym?», se preguntó Lion, luchando por deshacerse de las cuerdas y rogando para que no le hicieran daño a Cleo. Estaba sumido en la desesperación. El juego, las dificultades del torneo y el miedo por que Cleo fuera sometida no tenían nada que ver con lo que sentía ahora. Su vida pendía de un hilo; porque, si lastimaban a Cleo, lo lastimaban a él. Tenía que encontrar el modo de salir de ahí.
Afuera ya había amanecido. La claridad del día alumbraba la espectacular gruta en la que se encontraban. ¿En cuál de las Islas Vírgenes los tenían confinados?
La última jornada de Dragones y Mazmorras DS empezaría en nada. ¿Qué haría Nick cuando viera que no estaban en su habitación? ¿Y la estación base? Ya deberían saber lo que estaba pasando.
—Allí estaremos —contestó Claudia a las órdenes de Xavier.
Margaret se acercó a su hijo, que no dejaba de mirar a Cleo, y le dijo:
—Cariño, mamá y papá te esperamos en la isla. Devuélvele cada golpe, amor mío. —Le acarició la mejilla mientras se lamentaba de su aspecto.
Después de esas instrucciones, los miembros de Tiamat dejaron a Sombra espía y a Billy Bob con Cleo y Lion en una gruta desconocida.
Los dos guardaespaldas levantaron a Lion por los hombros y lo mantuvieron en pie para llevarlo a rastras al interior de la gruta. Billy Bob empujó a Cleo para que caminara delante de él.
El efecto del paralizante había durado muy poco.
Lion miró a Cleo por encima del hombro.
Esta frunció la frente, asustada.
Él desvió los ojos a su espalda.
Ella estudió sus manos maniatadas y se dio cuenta de que Lion tenía una piedra negra afilada entre los dedos, y estaba cortando la cuerda que lo ataba sin que los demás le atendieran. ¿Cuándo la había cogido? Era del suelo de la cueva…
¿Tendrían una posibilidad antes de empezar a ser castigados? Ojalá que sí; porque Cleo temblaba tan solo con pensar en el látigo de Billy Bob, o cosas peores, rozando su piel.
***
Media hora después, se hallaban en el interior de aquella cueva natural. El potro, la cruz y las cadenas, se encontraban medio iluminadas por la claridad que entraba de la gruta, y lo que les daba un aspecto más desafiante y tétrico del que en realidad tenían.
¿Cómo un hombre que había recibido soberana paliza y que había quedado inconsciente podía estar frente a ella seis días después de tamaña tunda? Eso sí, estaba presente, pero con un aspecto deplorable y deforme, incluso baboso. La boca hinchada no parecía cerrársele bien, y los fluidos manaban de ella. Las cicatrices y los puntos de los hilos resaltaban, rojas, y un poco infectadas. Los ojos inflamados y con derrames le lloraban. Estaba convencida de que Billy no veía bien, pero como los animales carroñeros, seguía el olor del miedo y encontraban a sus víctimas gracias a ello.
Y Cleo tenía miedo.
Los dos guardaespaldas la colocaron en la cruz y ataron las correas de sus manos, extendiendo sus brazos por completo. Le quitaron el collar de sumisa y lo tiraron al suelo, para sustituirlo por uno con parches interiores.
—Lanza descargas eléctricas —dijo uno de los guardaespaldas, vestidos, con ropas negras. Se parecían muchísimo, pero uno era rubio y el otro moreno. ¿Serían hermanos?—. Como las correas de los perros que, al ladrar, reciben un pequeño spray amargo en la boca, ¿sabes? Pues esto es igual, pero con la electricidad.
A Lion lo colocaron delante de ella, de rodillas, para que viera todo el espectáculo.
De repente, Claudia se agachó ante él y le sacó el esparadrapo con fuerza. Después, le besó en los labios, pero el agente Romano retiró la cara.
—¿Así que Mistress Pain es Sombra espía? —preguntó Lion con desdén—. Tú eras la chivata de los Villanos. Ellos conocían todos los entresijos de los concursantes gracias a ti. Y seguro que tú elegías a los sumisos y sumisas que decidías llevarles, ¿verdad? ¡Sin su consentimiento! —gruñó enfadado.
Claudia admiró las facciones de Lion. Era tan guapo, y estaba tan mal aprovechado…
—¿Qué es lo que te molesta, corazón? No te molesta que yo forme parte de los Villanos: te molesta el no haberte dado cuenta.
—Sí, eso sin duda. Pero no vas a salir impune, Claudia.
—Claro. —Claudia sacó una bolsita de su pantalón de látex negro y le enseñó el paquete de guiches. Las puntas de su corta melena negra acariciaron su barbilla y después, se colocó uno de sus guiches entre los dientes para sonreírle y mostrárselo sin subterfugios—. Lo primero que haré contigo es meterte el guiche entre el ano y los huevos. Siempre quise hacértelo, pero sabía que no me ibas a dejar. Porque eres un amo y no aceptas que nadie te domine, ¿cierto? Pero ahora estás bajo mi bota; y harás lo que yo te diga.
—Mataste a mi mejor amigo, puta —susurró entre dientes—. ¿Acaso crees que te lo voy a perdonar?
—Tendrás que hacerlo, querido. —Se sacó el abalorio de los dientes y jugó con él entre sus dedos—. O no podrás ir al cielo con cuentas pendientes.
—¡¿Por qué lo hiciste?! ¿Por qué haces esto?
Claudia parpadeó, como si aquella pregunta estuviera fuera de lugar o su respuesta en realidad fuera más obvia de lo que él creía.
—Porque puedo, King. Porque puedo.
—¿Porque puedes? ¿Qué tipo de respuesta es esa, perra?
—Bueno —Claudia se levantó—, es la única respuesta válida, la única verdadera. La sensación de tener el poder de decidir quién vive y quién muere, quién sufre más y quién menos. —Alzó la bota y le dio una patada en la cara a Lion—. ¿Ves? Te tengo en mis manos, y ¿qué me detiene de matarte o no hacerlo, de hacerte rogar para que me detenga, o de hacerte suplicar para que acabe contigo? Nada. Nada me lo impide, Lion. Y, como puedo, lo hago. Es como ser un dios en la Tierra. Nosotros, los Villanos, somos como dioses.
—No, Claudia —escupió la sangre de su boca—. No sois dioses. Estáis enfermos y sois unos asesinos. Eso es lo que sois.
—Piensa lo que quieras. Y disfruta de la sesión que Billy le va a dar a Cleo. Esta cueva se va a teñir de sangre… Vosotros dos —ordenó a los guardaespaldas—. Id a cubrir la entrada y vigilad que no entre nadie por sorpresa.
Los dos hombres se alejaron. Parecían dos moteros ángeles del infierno.
Cleo apretó los puños al ver que el enorme villano deformado tomaba entre las manos, un flogger de nueve colas con pinchos y clavos en los extremos.
—¡No lo hagas, por favor! —gritó Lion pidiendo misericordia—. ¡Házmelo a mí! ¡Yo te hice eso! —gritó a Billy—. No la toques a ella… A ella no.
¡Zas! El primer latigazo lo golpeó a él por la espalda. Y había sido Claudia quien se lo había dado, con un flogger exactamente igual que el de Billy.
Lion cayó hacia adelante, conmocionado y dolorido por los extremos cortantes de los pinchos. Iban a hacer una carnicería.
—¡Lion! —gritó Cleo tirando de las correas. En cuanto gritó, el collar de sumisa le dio una descarga eléctrica lo que hizo que apretara los dientes con tanta fuerza que se mordió la lengua. Pero la electricidad atenuó el dolor del primer latigazo de Billy. No notó los clavos arañando las costillas y la cadera izquierda y, aunque sabía que la había herido, el hecho de que no le hubiera dolido le tranquilizó. La carne se despertaría luego. Pero, para entonces, cuando su cuerpo reaccionara, puede que ella ya estuviese muerta. Y lo agradecería…
Lion sacó todo su coraje en cuanto vio que Billy Bob le daba el segundo latigazo a Cleo. La cuerda que mantenía atada a sus manos cedió bajo el filo de la piedra negra que agarraba desde que los internaron en las profundidades de aquel agujero, y aunque sintió que Claudia gritaba asombrada y le daba el azote para que se detuviera, no le importó.
Para él solo contaba Cleo y lo que sufría a manos de ese despojo humano. La cuerda cedió, y libre, arremetió contra la espalda de Billy, que cayó hacia adelante, lanzando el flogger por los aires.
Lion únicamente disponía de sus puños y su furia violenta. Billy intentó darse la vuelta, pero Lion era especialista en lucha libre y no se lo permitió.
Cleo lloraba. Para Lion solo valía que su leona estaba rugiendo entre lágrimas de dolor. La iba a vengar; porque habían hecho daño a la mujer que amaba y que poseía su corazón, y esta vez, no iba a tener clemencia con Billy.
—¡Chicos, ayudad! —clamó Claudia a los dos guardaespaldas que se habían ido hacía un rato.
Lion se sentó sobre la espalda de Billy, cogió su cabeza echándosela hacia atrás con las dos manos y, con un giro seco hacia la derecha, le rompió el cuello. Otro latigazo de Claudia le dio en la espalda, pero apenas lo sintió.
El cuerpo roto de Billy Bob se desplomó sin vida hacia adelante.
¿Por qué lo había matado? ¿Lo había matado porque sabía hacerlo? ¿Porque podía? ¿Porque ese engendro de Satán se lo merecía? Las razones ya no importaban; para él solo contaba que nunca, jamás, podría volver a poner sus viciosas y manchadas manos sobre su Cleo.
—Jo-der… —exclamó Claudia yendo a por Lion con una táser—. ¡Lo has matado…!
—¡Lion, vigila! —exclamó Cleo renqueante y débil por el dolor, sufriendo una nueva descarga en el cuello.
Lion se agachó y le hizo la cama a Claudia, que, como una fiera, se avalanzaba sobre él dispuesta a electrocutarlo. La lanzó por los aires como haría The Rock en sus tiempos de Pressing Catch y esta cayó de espaldas sobre el suelo duro y húmedo, quedándose sin respiración y dándose un duro golpe en la cabeza.
Lion la miró desde su posición. Vestido solo con el slip y el arnés… Un metro noventa de puro músculo y rabia animal.
Claudia luchaba por devolver el aire a sus pulmones. Tenía los ojos negros demasiado abiertos y estaba asustada porque creía que iba a morir.
No era más que una mujer con ínfulas de divinidad que vivía en una realidad que solo estaba en su cabeza.
Nadie era Dios. Sin embargo, todos podían ser demonios.
Las personas tenían malicia o no la tenían. Y eso era lo que diferenciaba a los unos de los otros. Claudia tenía malicia en su sangre, igual que los Villanos; y la diferencia entre ellos y el resto del mundo era que los Villanos preferían utilizarla. ¿Por qué? Porque podían.
—Lion… —lloró Cleo—. Bájame…
A Lion se le rompió el corazón al escuchar el llanto y la pena de Cleo en ese momento. La obedeció inmediatamente. La liberó de las correas, ayudándola a mantenerse en pie.
Cleo alzó las manos hacia su collar, y Lion se lo quitó rápidamente.
—Quítame… Quítame esto…
—Ya está, nena. Ya está… Fuera esta mierda. —Tiró el collar muy lejos de la vista de Cleo. La tomó del rostro y juntó su frente a la de ella—. ¿Cómo estás, vida? Tenemos que irnos de aquí corriendo, antes de que lleguen los dos orangutanes. No tenemos mucho tiempo. ¿Puedes caminar?
Ella no cesaba de llorar. Miró el cadáver de Billy con desprecio y, después, apartó un poco a Lion para dirigirse con lentitud hasta el cuerpo de Claudia, que seguía luchando por recuperar el oxígeno.
—Tenía una táser… —murmuró Cleo buscando el aparato por el suelo, hasta que lo divisó.
—Cleo, vámonos… —Lion miró la entrada por la que vendrían los dos vigilantes encapuchados.
—No. Espera. —Con manos temblorosas, agarró el aparato eléctrico y observó a Claudia, que la miraba asustada e insegura, arrastrándose por el suelo para alejarse de ella—. Ven aquí —Cleo se agachó y, dolorida como estaba, agarró el tobillo de Claudia y la arrastró hasta ella—. Vas a ver cómo se siente. —Lo ubicó entre las piernas de la dómina sádica y añadió—: ¿Quieres saber por qué hago esto, perra? Porque puedo. —¡Trrrrrrr! La electrocutó hasta que se desmayó y quedó inconsciente.
El instinto animal de Cleo, la ley de la selva, barría su cuerpo y su mente, y clamaba venganza. Pedía hacer daño como querían hacerles a ellos. Ojo por ojo. Por eso no podía ser una agente del FBI. Porque ya no tenía compasión para los demás.
Lion entrelazó los dedos con su mano libre y tiró de ella gentilmente.
—Salgamos de aquí, Tormenta.
Cleo ni siquiera sonrió. Se secó las lágrimas de consternación, terror y rabia, y siguió los pasos de Lion.
El interior de la gruta estaba oscuro, pero la claridad que llegaba de afuera ayudaba a encontrar claros por los que poder caminar.
Lion miró a Cleo por encima del hombro, pidiéndole que hiciera el menor ruido posible. Pero ella era muy consciente de que intentaban escapar y no iba a cometer el error de llamar la atención.
Oyeron los pasos apresurados de los dos orangutanes, que habrían oído el eco de socorro de Claudia. Corrían y decían comentarios entre ellos.
Lion obligó a Cleo a esconderse detrás de una roca. Cogió la táser de las manos de su compañera y se llevó el índice a la mano para que guardara silencio.
Ella asintió.
El primer orangután pasó de largo; y el segundo que lo seguía, que poseía un walkie, se convirtió en la primera presa del león.
El agente salió de su escondite, rodeó su cuello con uno de sus brazos y le puso la taser debajo del oído. El tipo, al sentir la descarga, tiró el walkie al suelo y eso hizo que el primero se diera la vuelta y sacara una pistola de su cinturón.
Disparó dos veces y las dos balas impactaron en el cuerpo de su compañero que Lion utilizaba de escudo. Cayó hacia atrás por el impacto del metal en la carne; y tanto él como el agente del FBI colisionaron en el suelo.
El moreno, poseedor de la pistola, se acercó a Lion, que había quedado completamente expuesto. Lo apuntó al pecho.
—¡No! —gritó Cleo saliendo de su escondite.
El hombre levantó la mirada hacia la chica, sonrió y apretó el gatillo.
¡Boom!
***
Cleo cerró los ojos. No quería mirar. No quería creer que todo hubiera acabado así.
El hombre seguía apuntando a Lion, que estaba inmóvil, con los brazos estirados hacia adelante, cubriéndose.
¡Boom! Otro disparo.
Cleo no sabía de dónde venían los tiros, pero no impactaban en Lion. Lo hacían en el pecho y el estómago del hombre vestido de negro.
Un paso atrás. Dos. Tres. Y su cuerpo lleno de músculos y anabolizantes cayó desplomado.
A pocos metros de Lion, aparecieron Mitch y Jimmy, cargados con linternas y pistolas, avanzando como un perfecto escuadrón de policía, un pie delante del otro. Con el antebrazo haciéndoles de soporte, cubriendo medio rostro.
—¡¿Lion?! —gritó Jimmy—. ¿Estás bien?
Cleo salió de su escondite y corrió a socorrer a Lion, que se levantaba ladeándose. Él abrazó a Cleo y apoyó la barbilla sobre su cabeza, tranquilizándola.
—Lion… Dime que estás bien.
—Sí, joder… —Respiró más tranquilo. Había visto la vida pasar en décimas de segundo; y se había dado cuenta de lo mucho que le faltaba por hacer y decir. No podía morir aún. No cuando quedaba tanto por lo que luchar—. Sí… ¿Y tú, nena?
—Me duele un poco… Pero estoy bien, creo.
—¿Sí? —Le levantó la barbilla y secó sus lágrimas con los pulgares—. ¿Sí? Déjame ver… —revisó los cortes de sus rodillas y los rasguños y las incisiones de los clavos de los floggers—. Lo sé. Sé que duele…
—¿Y tú? —preguntó ella, pasando las manos por su pecho azotado y cortado—. ¿Tú estás bien?
—Sí, también…
Mitch y Jimmy barrían el lugar y avisaban a las unidades base sobre lo que había pasado. Necesitarían refuerzos para limpiar la cueva.
—El collar lo ha grabado todo —aseguró Jimmy—. Nos ha dado la posición exacta de dónde estabais y hemos ido a buscaros. Nick llamó minutos después de vuestro secuestro diciendo que no os encontraba en vuestra habitación.
Cleo se sentó en una roca, todavía temblorosa, y Lion se acuclilló frente a ella.
—Gracias, chicos. Nos habéis salvado la vida —repuso Lion.
—Todo esto apesta, señor —pronunció Jimmy—. Tenemos a Sombra espía inconsciente y a dos cadáveres. Uno de ellos, el hijo de dos miembros de Tiamat, los cuales son propietarios de la destilería más importante de Luisiana. Lo que hemos grabado es oro. Ya casi los tenemos.
—Pero no es suficiente. Ellos esperan que Claudia y Billy asistan a Ruathym. Han quedado a las doce de la noche allí.
—Ruathym es Savana Island, señor —señaló Mitch acercándose para ver el estado de Cleo—. ¿Cómo estás, agente Connelly?
—Estoy bien —contestó débilmente—. Solo un poco sobrepasada por todo, pero se me pasará.
—Puedes dejarlo aquí, Cleo —sugirió Lion, poniéndole ambas manos sobre los muslos—. Ya has hecho demasiado, agente Connelly.
—Ni hablar. Tú tampoco estás en condiciones. Estás como yo… —Lo miró de arriba abajo. Los dos estaban hechos unos zorros, pero continuarían; porque eran cabezotas y porque era su misión—. Margaret dejó una bolsa de inyecciones contra el dolor para su hijo Billy. Podríamos utilizarlas ahora.
Lion sonrió y negó con la cabeza. Cleo no se iba a rendir; y más ahora que pensaba que lo de su hermana era culpa de ella.
—Cleo.
—¿Qué? —preguntó seca.
—Nada de esto —retiró el flequillo rojo que le cubría los ojos preocupados— es culpa tuya. Tú has sido la clave para que resolviéramos el caso.
—No lo hemos resuelto. No lo resolveremos hasta que no desenmascaremos a Venger y a todos los Villanos para los que trabaja. No son solo ellos, hay más —expuso desesperada—. Yo no sabía que Billy Bob tenía algo que ver con esto… No se me ocurrió…
—Es normal, nena. No lo sabía nadie. Pero estás haciendo un trabajo impecable. Y tienes que seguir adelante, agente Connelly. ¿Continúas conmigo?
Cleo parpadeó confusa. ¿La dejaba continuar? O, mejor: ¿le pedía que continuara con él?
—¿No me vas a obligar a abandonar?
Lion sonrió con sinceridad y negó con la cabeza.
—No. Eres mi pareja. Acabemos juntos con esto.
Lion le ofreció la mano con la palma hacia arriba. Era una palma curtida, de hombre adulto, fuerte; una en la que podría apoyarse y una que la protegía siempre. Cleo la tomó decidida y Lion le ayudó a levantarse.
—Mitch, por favor —dijo seguro de su decisión—. Tráeme esas inyecciones y danos un buen chute. Encargaos de lo que ha pasado aquí. Pero no levantéis revuelo, porque eso podría hacer que los villanos se dieran cuenta de que seguimos vivos. Creen que todavía estamos en sus manos. Cleo y yo todavía tenemos tiempo suficiente como para llegar a la isla y darles una sorpresa.
—Sí, señor —contestó.
—Jimmy —el azul oscuro de Lion brilló con decisión.
—¿Sí?
—Pásame al subdirector Montgomery.