Capítulo 13

«En la sumisión y la dominación, como en la vida, siempre hay penalidades».

Annaberg/Gwynneth - Cita del Umbra

Territorio de los Orcos y la Reina de las Arañas

Pantalla suma de personajes: 90 puntos

Habían construido jaulas de pájaro flotantes, que quedaban sobre sus cabezas, unidas por escaleras metálicas, a través de las cuales caminaban los Orcos, las crías de las arañas y la Reina, de un lado al otro, comprobando que estaba todo en orden. Se reían y gritaban excitados por la nueva jornada de dominación y sumisión.

Cleo miraba hacia arriba y abría la boca anonadada. Pero si dirigía la mirada hacia abajo, su estupefacción era la misma: potros, cruces, cadenas que colgaban de las jaulas para que pudieran alzar a los sumisos, sillas de tortura, camas redondas y camillas de sujeción…

Todos los amos golpearon las escaleras metálicas que llevaban a las jaulas cuando vieron entrar a la pareja, que se había erigido como la favorita para ganar la competición. Ese fue el modo de recibirlos, pero también de alertarlos de que iban a ir a por ellos en cuanto tuvieran la posibilidad.

Daban miedo y, a la vez, no podían apartar la vista de ellos. Vestían de cuero y látex negro. Las mujeres llevaban colas altas, los hombres, el pelo suelto, sin máscaras, sin nada que les ocultara el rostro… Allí no había que esconderse de nada. Lo más espectacular eran los arneses de gladiador con los que todos iban caracterizados: rodeaban el torso, las caderas y la cintura con tiras negras de cuero, pero no cubrían los pechos, ni los de ellas ni los de ellos.

Sharon era la única que sí se cubría; y Cleo no entendió por qué. Tal vez porque la Reina de las Arañas no se mostraba ante cualquiera… La rubia se agarró a los barrotes de una de las jaulas, y coló el rostro entre ellos para estudiarla como haría un halcón.

Ambas se miraron la una a la otra, aunque Cleo no vio esta vez el creciente desdén que había entre ellas días atrás. Sharon solo la miró; y después repasó a Lion, sin hambre. Estaba estudiándolos, valorándolos como pareja.

En otra jaula, golpeando el mango de su flogger contra los barrotes, se hallaba Prince como Orco castigador. Y no dejaba de sonreírle con amabilidad, como intentando tranquilizarla. Para Cleo, era mucho peor ver ese gesto condescendiente en aquel amo cuyas sonrisas nunca llegaban a sus ojos; por eso no se podía conmover. El cuerpo elegante y marcado de Prince se hacía dueño de la jaula, que pretendía retenerle. Dejó caer el cuello hacia atrás y rugió como un animal.

Lion y Cleo tomaron asiento entre las gradas. Cuando llegaran las veinte parejas de amos protagónicos que quedaban, empezaría el espectáculo.

***

Y el espectáculo fue sublime.

Llovía.

Las parejas que tenían dos llaves en su poder, querían seguir jugando y, aunque perdieran los duelos, se entregaban a las Criaturas con total abandono, sin utilizar en ningún momento la palabra de seguridad. Todavía quedaba un día más de torneo; y si conseguían otro cofre podrían clasificarse para la final. Y llegar a la final de Dragones y Mazmorras DS era algo demasiado valioso.

Las performances que se ofrecían eran escandalosas. Una mujer para cuatro hombres. Cuatro mujeres para uno.

Azotes, latigazos, pinzas… Uno de los Orcos cogió a dos sumisas y les puso a ambas un montón de pinzas de la ropa unidas por un cordel. Cuando las tuvo todas bien colocadas, les preguntó:

—¿Preparadas?

Ellas asintieron, nerviosas y excitadas. Y el amo hizo ¡Zas! Tiró de los cordeles a la vez y las pinzas salieron disparadas de la carne de las sumisas, así, de golpe. Cleo habría jurado que mientras gritaban se estaban corriendo de placer. ¿Cómo era posible?

No… Ella no se iba a engañar. No creía poder llegar al orgasmo si le hacían eso. Eso era doloroso. Pero ahí radicaba la tolerancia al dolor de cada sumiso; y ella aguantaba unas cosas, pero no otras.

Una pareja de amo y sumisa estaba colgada de la cadena boca abajo. Las crías de las arañas les azotaban y, mientras tanto, ellos se besaban y gemían. Él tenía una vela roja prendida en el ano y toda la piel de la espalda con gotas de cera ya secas.

Y luego había un Amo Presto, el que tenía el objeto de la electricidad, jugando con su sumisa, pasándole un magiclick por el cuerpo, que era como un encendedor que se prendía y proporcionaba descargas eléctricas.

Los gritos, los llantos, los gemidos… Todo mezclado en una orgía de sexo y de dolor. BDSM auténtico.

Durante esos días, Cleo había leído por encima algunas novelas románticas eróticas de BDSM de esas que le había recomendado Marisa. Su iPad había echado fuego desde entonces.

Sí, estaban bien. Eran entretenidas y hacían que una deseara ese tipo de experiencias. Pero no representaban lo que eran en realidad esos juegos sexuales ni las relaciones entre sus parejas.

Algunos libros hablaban de simples juegos eróticos y, si además añadían perfiles de hombres millonarios que trataban como una reina a sus sumisas, aunque luego les daban algún azote, era normal que causaran furor y que la gente quisiera practicar ese BDSM creyendo que era la auténtica dominación y sumisión.

Pero nada más lejos de la realidad.

La dominación y la sumisión iban mucho más allá. Ella estaba en un auténtico torneo, con parejas de auténticos amos y sumisos; y lo que hacían ahí era de todo menos una novela romántica. Y, sin embargo, hacían todo eso porque confiaban en los demás a ciegas. ¿Y eso no era un tipo de amor? Entregarse, darse de aquella manera… Guau, era estremecedor.

Cleo miró a Lion de reojo. Lion encajaba en el papel de amo, sin lugar a dudas. Desprendía poder, seguridad e inflexión por los cuatro costados; aunque fuera de la intimidad podía ser una excelente compañero. Un hombre deseable en la cama y fuera de ella.

Y ese hombre la había rechazado.

Así había sido de crudo. Sentía cosas, pero no lo que ella sentía por él. Si eso no era un rechazo, entonces, ¿qué lo era? Y él todavía creía que tenían una conversación pendiente.

Ella no lo creía. «¿Me quieres? No, no te quiero». Si después de eso confiaba en que quedaba algo por decir, entonces el grado de estupidez que el amo barra agente barra rompecorazones había alcanzado en ese torneo lo ascendía a Máster del Universo.

Observó su rostro recortado por la luz del sol. El peinado al estilo militar, el surco de su barbilla, su ceja partida, aquellos ojos azules claros de día y muy oscuros de noche… Su concentración y su aprobación ante lo que estaba viendo. Y lo moreno que estaba…

Lion era un pecado; y ella había sido un tonta pecadora por reconocer que estaba enamorada de él. Pero si había algo que no se podía amordazar, ni esposar, ni atar, ese era su corazón. Y, al menos, nadie podría decirle que no había sido valiente al ofrecérselo a Lion en bandeja. Aunque se lo hubiera roto.

***

Llegó el momento en el que las cinco parejas que habían encontrado el cofre, debían hacer acto de presencia ante el Amo del Calabozo.

Cleo y Lion, que se quedaron para el final, no querían utilizar ninguna carta más porque pensaban dársela a Nick y Thelma, a los que todavía les faltaba encontrar una llave para llegar a la culminación del torneo. El Amo del Calabozo de la zona de Gwynneth, un armario de piel oscura, rastas y ojos grises llamado Snake, felicitó a Lion y Cleo, Brutus y Olivia y Cam y Lex, tres de las cinco parejas que ya se habían clasificado para la final contra los Villanos.

Lion le había dicho que Snake era un amo de Chicago, y que entre sus especialidades estaba el uso de la cera y los electrodos con pinzas.

Cleo guardó esa información en el apartado «cosas que quiero olvidar inmediatamente» y le presentó el cofre vacío.

Snake sonrió. Tenía las dos paletas superiores un pelín separadas; y eso hizo que Cleo, inconscientemente, se pasara la lengua por las suyas.

—¿Qué haréis con las cartas que ya no podréis utilizar? Mañana no tenéis por qué jugar en el torneo… Ya estáis clasificados.

Las otras dos parejas no quisieron ceder nada y devolvieron sus objetos al Oráculo. Pero Cleo, por haber sido pareja de Nick, decidió en deferencia hacia él, darle todo lo que había recaudado en los tres días de torneo.

—Hemos decidido ceder las cartas a Ama Thelma y Tigretón —explicó Lion.

—Entonces, que se acerquen los elegidos.

Thelma, que estaba roja por los esfuerzos realizados en los duelos con Nick y tenía su cola de dominatrix ladeada, arrastraba por el collar de sumiso al agente infiltrado, haciéndole todo tipo de mimos y carantoñas después de recibir los castigos a manos de las crías de la Reina de las Arañas. La rubia se acercó al Amo del Calabozo y miró con agradecimiento a la pareja de leones.

—Os lo agradecemos —reconoció Thelma.

Cleo y Lion asintieron y sonrieron a Nick.

La enorme pantalla de cine en la que, hasta ahora, solo se reflejaba la puntuación necesaria para la suma de personajes y las mejores performances del torneo, se apagó para, al encenderse de nuevo, mostrar la imagen de un grupo de personas sentadas en tronos dorados, con máscaras blancas venecianas y túnicas negras. Tras ellas, había un impresionante dragón dorado que debía medir unos diez metros de alto. La cámara enfocó a un hombre que iba excelentemente caracterizado de Venger, el malo malísimo de Dragones y Mazmorras. Este, en su papel, miró fijamente a la pantalla dibujando una sonrisa diabólica con sus labios negros y sus colmillos, que Cleo deseó que fueran empastes. Una sombra negra realzaba sus ojos completamente oscuros, sin nada de esclerótica alrededor. Solo se le veía el rostro blanco y pálido, porque cubría su cabeza y su cuerpo una especie de traje rojo de hombre rana. Por la espalda le nacían dos alas de murciélago completamente extendidas. Tenía incrustado, a la altura de la sien izquierda, un único cuerno rojo.

Una voz en Off dio un mensaje a los participantes:

«Queridos amos y amas: En la cena de inauguración del torneo, la Reina de las Arañas os dijo que los Villanos íbamos a proponer una prueba colectiva a todas las parejas participantes, y no sabríais ni cómo ni cuándo apareceríamos».

Cleo y Lion miraron la pantalla con muchísima atención. Entre los Villanos había hombres y mujeres, a tenor de las formas que cubrían las túnicas. Y había unas cincuenta personas.

¿Serían todos los miembros de la Old Guard? ¿Serían las personas que financiaban el torneo? Parecía que estaban en una especie de gruta o de cueva.

«Ese momento ha llegado. Queremos que todos los participantes, y los que han sido eliminados y están en las gradas del torneo, se unan por grupos de amos protagónicos y jueguen con las criaturas. Queremos grupos de Amo Hank, Eric, Bobby, Shelly, Presto y Diana, con sus sumisos y sumisas».

Cleo no quería jugar con las criaturas.

Lion no permitiría que ella jugara con nadie.

Tenían un gran problema.

«A las parejas que ya tienen su entrada para la final, les vamos a proponer un reto. No tenéis que jugar con los demás ni lo haréis aquí, en el castillo de los Orcos».

Venger no abría la boca para nada, pero sonreía ante cada palabra que la voz en off pronunciaba.

«La pareja formada por Brutus y Olivia se irá a la fábrica de azúcar. Allí les espera un grupo de Orcos y un grupo de Crías. La otra pareja, formada por Cam y Lex, se dirigirán al molino. Y Lady Nala y King Lion deberán ir a la mazmorra. Sorprendednos y demostrar que sois dignos de enfrentaros a nosotros».

Lion frunció el ceño. Estaban obligados a obedecer las órdenes de los Villanos, y le jodía sobremanera que ahora, que ya estaban clasificados, tuvieran que jugar una última vez bajo sus reglas. Tiró de la cadena de perro de Cleo y la acercó a su cuerpo.

—Esto no me gusta —murmuró.

Cleo se encogió de hombros. A ella tampoco; pero esta vez sí que no podían decir que no, o les ponían a los dos de patitas en la calle. Y estaban a veinticuatro horas de enfrentarse cara a cara con los Villanos y obtener toda la información que pudieran de ellos. No iba a echar todo el trabajo por tierra ahora. Y tampoco iba a permitir que los recelos de Lion destruyesen todos los esfuerzos realizados, durante casi un año y medio, por Leslie, Clint, Karen y Nick.

—Tenemos que pasar por el aro, amo. No nos queda otra opción. Y recuerda que, al no haber entrado como pareja, no tenemos edgeplay.

—Siempre queda una opción. La palabra de seguridad, Lady Nala.

—King Lion —contestó enervada—, a estas alturas sabes que no me pienso echar atrás. No tenemos nada que perder. —Le guiñó un ojo y sonrió—. Juguemos. No tengo miedo. Juguemos.

Pero Lion sí tenía mucho que perder, aunque Cleo no lo entendía porque no había sido claro con ella.

Tenían que jugar y aceptar el rol que los Villanos habían preparado para ellos.

Jugarían.

***

Dungeon Annaberg/Mazmorra

Una celda sobrecogedora llamada mazmorra se ubicaba en la parte sur de los terrenos de Annaberg, construida en el interior de la montaña. Estaba bastante retirada de las otras zonas de acción. Los barrotes se habían oxidado con el paso del tiempo y todavía había marcas y permanecían algunos de los grilletes utilizados para los esclavos de antaño. Todo tipo de plantas trepadoras, desde las híbridas de té a algunas rosas, cubrían la piedra de la entrada en forma de arco, ocultando aquel lugar oscuro y restrictivo de los ojos críticos del mundo. ¿Cómo unas plantas tan bonitas nacían en un lugar que restringía el crecimiento de las personas? Posiblemente, porque lo mejor de las personas debería emerger en la adversidad.

Siglos atrás, mujeres, hombres y niños habían sido esclavizados en contra de su voluntad, encerrados en mazmorras como aquella. En la actualidad, ellos lo hacían voluntariamente, igual que el resto de practicantes de BDSM, porque sabían que, si los encadenaban, era para obtener placer.

Los tiempos cambiaban; y la gente evolucionaba de un modo incomprensible, pensó Cleo cuando se abrió la celda.

Un Orco y una cría de la Reina esperaban a Cleo y a Lion tras una mesa camilla de hierro, con sujeciones en las esquinas.

Para la pareja de agentes lo peor fue encontrarse con el Orco más alto, elegante y atlético de todos. El frío príncipe de las tinieblas: Prince.

***

Lion dio un paso atrás, y todo su cuerpo se enfrió al comprobar que su ex amigo estaba dispuesto a vengarse de algo que él no había hecho. Se iba a desquitar con Cleo. Iba a jugar con ellos, el muy desgraciado, y eso no lo iba a permitir. Cleo no tenía por qué pasar por ello.

Le destrozaría saber que Prince había tocado a Cleo de aquella manera. Lion no compartía. No compartía y punto.

—¿Qué mierda es esto? —preguntó Lion tenso, enfrentándose a Prince—. No hagas esto, tío.

El moreno de pelo largo, que parecía un jodido espartano, se echó a reír.

—¿Tú qué crees, King? Los Villanos han dado la orden y somos sus criaturas. Esto es un juego y hay que obedecerles. Un Amo Orco, o sea, yo, y un Ama cría de la Reina de las Arañas se reunirá en las mazmorras con King y Nala. Esas son las directrices; y aquí estoy —se encogió de hombros y miró a Cleo—. Hola, preciosa. ¿Vienes a pasarlo bien?

—¡No la vas a tocar! —gritó Lion con voz letal.

—Entonces comunicaré a los Villanos que os echen del torneo.

—¡No! —exclamó Cleo—. Haremos lo que tengamos que hacer, Prince —aseguró Cleo, fingiendo una tranquilidad que no sentía. Estaba aterrada.

—¿Sabes lo que vamos a hacer, bonita? —preguntó Prince acercándose a ella—. Vas a estar tan llena que no vas a poder ni moverte. Hoy toca un ejercicio DP. Mientras yo te lo hago por detrás, Sara —señaló al ama que había con ellos—, os azotará y os dará pequeños calambres eléctricos con el MagicClick. Y tengo que lograr que ambos os corráis a los quince minutos.

Cleo abrió los ojos y tragó saliva. Doble penetración. ¿Calambres eléctricos? Eso era una tortura china… No quería sentir a otro hombre en su interior; a ella le bastaba Lion. Solo él. Y, aunque él no la quisiera, estaba demasiado enamorada como para aceptar que otro tocara su piel mientras compartía su cuerpo con el león.

Lion tomó a Cleo por los hombros y la giró hacia él. No quería seguir escuchando a Prince.

—Lady Nala —apretó los dientes. Con sus palabras haría creer que dejaba la respuesta final a su pareja, pero con sus ojos desolados y su tormento demostraba que quería detener el juego ahí—. ¿Tú estás segura de que quieres continuar conmigo? ¿Quieres que Prince juegue con nosotros? Yo no quiero que lo hagas, por eso te suplico, Nala —dijo con voz implorante, con el rictus petrificado— que digas que no. Pronuncia el codeword, y acaba con esto ya. Te lo suplico…

Prince empezó a reír a carcajadas.

—¿En serio, tío? ¿Un amo implorando a su sumisa? Eres patético.

—¡Cállate, ciego hijo de perra! ¡Tu estupidez lo va a joder todo! —Lion se encaró a Prince: quería golpearlo. Los dos eran igual de altos y casi se rozaban nariz con nariz. Pero Cleo se interpuso entre ellos.

—¡Parad! —pidió ella.

—¡Te retaré, Prince! ¡Voy a proponer un maldito duelo de caballeros contigo!

—Atrévete, capullo —contestó el otro atrevido.

—Voy a hacerlo, King —le aseguró Cleo mirándolo de frente. Esa declaración hizo que Lion se detuviera en seco.

—No lo dices en serio.

Cleo asintió, con las pupilas un poco dilatadas por la tensión que acumulaba y, sobre todo, por el miedo de hacer algo que, en otro tiempo, habría encontrado pervertido y obsceno. Pero lo haría y punto.

—Sí, King. Ya he hecho esto otras veces, ¿sabes? No soy una novata —murmuró para hacer ver tanto a Prince, a quien no podía engañar, como a la arañita morena con un moño bien alto y ojos avellanas, a quien sí podía mentir, que no tenía miedo a nada, y que era Lady Nala, la misma que le había puesto un anillo constrictor a Lion en la primera jornada y lo había azotado. Una doble penetración era solo sexo. Nada más. A excepción de que lo hacía teniendo al amor de su vida entre las piernas y, a su peor enemigo, detrás. Con un gesto lleno de carácter se dirigió a Prince y le dijo—: Adelante.

Los ojos de Lion se cubrieron de llamas de enojo e impotencia. Cleo iba a acabar con él.

—¿Y era verdad lo que me dijiste esta mañana en la terraza? —preguntó incrédulo y decepcionado.

—Sí, lo era —refutó Cleo arrepentida.

—Adelante, Sara —ordenó Prince tenso.

La cría morena se acercó a Lion y le puso una máscara de cabeza entera. Una que le prohibía ver y oír. Solo podía respirar y hablar en caso de que alguien le abriera la cremallera de la boca.

Lion agradeció la máscara porque no quería ver nada de aquello, ni oír ningún ruido desagradable. Ojos que no ven, corazón que no siente. Aunque tenía muy claro que iba a sentir cosas… Iba a sentir demasiado y el hada le iba a quemar.

—¿Y a mí? —preguntó Cleo a Prince.

La mirada oscura del príncipe le acechó con compasión y también simpatía, y le dijo:

—Pon las manos a tu espalda, Nala —ordenó sin inflexiones.

—Sí.

—Sí, ¿qué?

—Sí, Prince. No voy a llamarte señor. No te pertenezco y nunca lo haré —pronunció Cleo con gusto y rabia. Prince quería hacer daño a Lion; y seguro que se lo hacía así. Con el sentido de la responsabilidad que tenía el agente Romano, saber que ella tenía que someterse de ese modo cuando nunca en su vida había hecho un trío, le estaría reconcomiendo por dentro.

—¿Eso es un no definitivo a mi propuesta? —arqueó una ceja negra.

—Lo es —aclaró Cleo. Prince le ajustó las correas rojas de piel a las muñecas y después unió la cadena que colgaba de su collar a la junta de las esposas. Estaba inmovilizada.

Mientras la tal Sara ayudaba a estirarse en la mesa camilla metálica al privado sensorialmente Lion Romano, Prince cogió un bote rojo de lubricante que había en el suelo.

—Date la vuelta.

Cleo lo hizo; y, justo cuando Prince llevó sus grandes manos a desabrochar el short negro de la joven, la puerta de la mazmorra se abrió y apareció la última mujer que esperaba ver en ese maldito juego macabro y desafiante.

Sharon, la Reina de las Arañas.

***

La rubia, que tenía el pelo recogido en una cola alta y extremada, entró en la celda y sonrió a su cría para después, mirar a Prince con todo el desdén del mundo.

—Te vas, Orco —le ordenó.

Prince dio un respingo, pero no apartó las manos de encima de Cleo.

—No me voy a ningún lado, reina. Este es mi escenario y es lo que han pedido los Villanos —besó el lateral del cuello de Cleo y esta se apartó.

Sharon miró fijamente a los afectados ojos verdes de la joven y después al cuerpo tenso y de piedra que estaba encadenando Sara a la mesa.

—El juego ha cambiado. Soy la Reina, y los Villanos me dejan participar en todos los juegos. Como soy tu superior, harás lo que yo diga —contestó Sharon sin miramientos.

Cleo abrió los ojos y negó con la cabeza. Si encima tenía que dejar que la otra loca le azotara o azotara a Lion o, peor, que jugara sexualmente con él, se iba a desquiciar. Eso sí que no lo soportaría.

—No vas a tocar a Lady Nala —aseguró Sharon—. Te lo prohíbo.

—¿Por qué?

—Porque lo digo yo.

—Alguien tiene que jugar con ella —murmuró con los dientes apretados—. Las normas de los Villanos…

—Yo lo haré. Tú no.

Cleo abrió los ojos desmesuradamente. ¿Cómo que ella iba a jugar…? ¿Quería decir lo que quería decir?

Sara carraspeó entusiasmada con la situación.

Prince apretó los puños y dio un paso atrás. Sus ojos negros la taladraron, y un frío demoledor arrasó la mazmorra.

—Esta vez no puedes follarte a King, perra —espetó, escupiendo veneno con su lengua.

Cleo vio cómo la mujer se estremeció ante aquellas duras palabras; pero su gesto permaneció impertérrito.

Sharon sonrió de vuelta de todo.

—Puedes quedarte si quieres —murmuró Sharon mientras tomaba de la mano a Cleo y la apartaba de Prince.

—Ya lo creo que me quedaré.

Sharon se posicionó tras Cleo para asegurar la sujeción de la correa que iba del collar a las muñecas. Tiró con fuerza y eso hizo que la cabeza de Cleo cayera hacia atrás. La rubia se inclinó para hablarle al oído en voz muy baja.

—Esto no lo hago por ti, mariposita —murmuró—. Lo hago por Lion.

—Lion no necesita tu ayuda. Ni yo tampoco.

—¿Es que eres tonta, niña? —preguntó asombrada.

—¿Cómo dices?

—Obedéceme y cállate. Todo saldrá bien.

Cleo apretó los dientes para estudiarla por debajo de sus largas pestañas. ¿Acaso se pensaba que le hacía un favor?

Sharon no solo lo hacía por Lion. Lo hacía por ella misma. Prince se había vuelto malo: ya no respetaba a nadie, y ella no iba a permitir que hiciera daño a Lion gratuitamente. Solo un ciego no se daría cuenta de lo enamorado que estaba ese amo de aquella mujer con corsé de fantasía. Si Cleo jugaba con Prince y Lion tuviera que tragar ese disgusto, no lo superaría nunca. Igual que ella no había superado la reacción de Prince cuando los encontró en una situación comprometida tiempo atrás.

Pero eso ya pasó; y aunque las heridas permanecían abiertas y no sanaban, Sharon se veía en la obligación moral de no hacer daño a parejas que estaban vinculadas emocionalmente. Cleo y Lion lo estaban de un modo desgarrador.

La joven pelirroja era especial para ese hombre. Y Lion era especial para la Reina; porque había sido su amigo y su escudo en aquella horrible noche: la noche que cambió su vida para siempre.

—Si pretendes ayudarnos, deberías dejar que nos fuéramos de aquí —contestó Cleo.

—Ah, no. —Sharon recogió su pelo rojo con una goma negra que tenía en la muñeca y, cuando lo hubo hecho, tiró del manojo para demostrarle a la joven quién mandaba—. Cuidado con cómo me hablas. Ahora mismo estás en mis manos, y en las de mi cría. Y los Villanos te están viendo —susurró mucho más bajo para que ella le prestara atención—. No me pongas las cosas difíciles. Esta es vuestra prueba, así que elige. ¿Quieres a Prince y destrozar a Lion definitivamente?, ¿o prefieres que sea yo quien juegue contigo?

Cleo no sabía encajar aquella actitud de la altiva mujer. ¿De verdad quería ayudarla? Miró a Prince, que intentaba escuchar la conversación que ambas mujeres mantenían.

—No quiero destrozar a Lion.

—Buena chica —asintió más relajada—. Yo me ocupo de ti. Llevas un corsé precioso. —Sharon deslizó el short de Cleo por las piernas y las acarició con suavidad mientras le quitaba la prenda por los tobillos—. Te lo voy a dejar puesto, ¿te parece?

Cleo asintió. Agradecía no exponerse más de lo que ya lo hacía; y aquel era todo un detalle del ama. «¿Estoy temblando?». Sí, estaba temblando.

—Bonitas botas y bonitas piernas. —Admiró como mujer, acariciándole los muslos—. Y, definitivamente, bonitas bragas —sonrió al ver las braguitas negras de látex con cremallera por delante y por detrás—. ¿Me tienes miedo, Nala? ¿Una switch versada como tú? —preguntó con tono irónico.

—No, no te tengo miedo.

—Yo creo que sí. —Pegó su mejilla a la de ella—. Oye… —cubrió su propia boca con la mano para ocultar sus palabras de los Villanos y le dijo al oído—. ¿Es la primera vez que haces esto?

—No.

Sharon entrecerró los ojos color caramelo. No la creía, y ambas lo sabían.

—No te voy a hacer daño.

Pero Cleo no le contestó. Estaba concentrada en Lion. Sara le había quitado la ropa y solo le había dejado los calzoncillos negros. Sus brazos y sus piernas estaban extendidos, sujetos con correas marrones. Respiraba agitadamente y sudaba. Parecía que sufría muchísimo. Cleo quería calmarlo y decirle que estaba bien, que iba a estar bien. Cuando acabara esa jornada, y se reunieran en el hotel, pediría que la abrazara y que se calmaran mutuamente y todo estaría solucionado… ¿Verdad?

—Te ayudo a subir a la mesa.

Sharon la sostuvo con fuerza mientras Cleo se quedaba de rodillas sobre la fría superficie. Solo el calor de la piel de Lion podría quitarle la destemplanza. Sin embargo, él también temblaba, pero de la rabia.

Afuera, la tormenta tropical irrumpió con fuerza y, a través de la ventana de la celda, la cortina de agua se iluminaba acompañada por los rayos y los relámpagos. El olor a humedad se colaba a través de las rejas.

—Ponte a horcajadas sobre él —ordenó Sharon.

Ella obedeció, pasando una pierna por encima de su vientre y anclando las rodillas a cada lado de sus masculinas caderas. No podía apoyarse con las manos porque las tenía atadas a la espalda.

Prince se reclinó en la pared de piedra y observó el modo de proceder y de ordenar de Sharon. Dulce y, a la vez, convincente. Seda y acero.

Sharon tomó a Cleo de las caderas y la obligó a posicionarse casi sobre las rodillas de Lion.

—Sara, descubre a King.

—No… —Cleo tragó saliva y se mordió la lengua. No podía decir «no lo toques o te sacaré los ojos», que era justo lo que le apetecía hacerle.

—Chist —ordenó Sharon con la cola de Cleo en una mano.

Cleo asintió y parpadeó mientras miraba cómo los dedos de la cría de araña deslizaban los calzoncillos hacia abajo y descubrían el pene semi duro y los testículos de Lion. Estaba excitado, no lo podía negar.

—Ayúdalo a que se endurezca más. —Sharon guió la cabeza de Cleo hasta el pene de Lion y la obligó a que lo lamiera y lo excitara.

Cleo cerró los ojos y obedeció. Siempre había considerado que tenía una gran habilidad para abstraerse de las situaciones que no le gustaban. Aquella no le desagradaba; esa era la realidad: el hacer algo prohibido y sensual como aquello tenía su punto de excitación. Pero estaba siendo observada por Sharon y Prince, que eran una especie de eminencias en aquellos lares, y por la otra cría, que sonreía feliz de presenciar sus habilidades felatorias.

En cambio, lo único que le molestaba era que vieran a Lion desnudo. No le importaba si la veían a ella; pero lo que Cleo no quería era que lo tocaran a él o que disfrutaran de su cuerpo como ella había hecho. Estaba descubriendo que era muy celosa. Pero no podía evitar sentirse así. Para ella, Lion le pertenecía.

Se centró en él y olvidó lo demás; o, al menos, eso intentó, porque mientras se trabajaba a Lion, Sharon le acariciaba la espalda con una mano y después la hacía inclinarse y descender para… ¡Bajarle la cremallera de atrás de la braguita! «Muy bien, Cleo. Tú piensa que es Lion. No, pero Lion lo tengo debajo… ¡No importa, mente perversa! ¡Hay otro Lion igual detrás de ti!», se repitió.

No obstante, las manos de Sharon no eran como las de Lion. Eran más suaves y pacientes, y le acariciaban de otra manera. Además, Sharon olía bien… Como a melocotón. Era agradable.

De repente, sintió que le soltaba la coleta y acariciaba su trasero con dos manos. Siguiendo su forma.

Cleo se tensó, incómoda, por no poder apartarse. No podía echarse atrás.

La cremallera de atrás se deslizó con lentitud.

—Relájate, Lady Nala —susurró Sharon con tono calmante—. Vas a disfrutarlo. Solo piensa en que estás… experimentando. —Llevó una mano a su parte delantera y también bajó el cierre con cuidado. Después, con movimientos hipnóticos, la obligó a incorporarse y a colocarse sobre la erección de Lion—. ¿Cómo estás por aquí abajo? —le preguntó cuando la tocó levemente con los dedos—. ¿Necesitamos ayuda? —Sara le ofreció el bote de lubricante que Prince había tirado al suelo y Sharon se untó los dedos con él. Sin muchas ceremonias, pero con un cuidado exquisito, embadurnó el pene de Lion con la resbaladiza crema, y después untó a Cleo por delante y por detrás.

Ella gimió y sacudió la cabeza. Se estaba calentando. Aquello era un torneo, una competición; y había accedido a jugar con todas las consecuencias. Bien, esas eran las consecuencias. Y el efecto de tener que aceptar lo que te hacían, era que el cuerpo se relajaba muy poco a poco y aceptaba el contacto y las caricias. Cleo no se iba a tensar; no quería que le doliera.

—Apuesto a que estás pensando que no importa que sea una mujer, ¿verdad? —preguntó Sharon—. El cuerpo reacciona igual a los estímulos.

«¿Ahora eres telépata?», pensó Cleo avergonzada.

—Muy bien —dijo Sharon pegando su torso a la espalda de Cleo. La tomó de la cintura y la instó a que bajara poco a poco para empalarse en Lion—. Así. Lion es muy grande.

—No lo mires —espetó Cleo sin querer.

Sara soltó una exclamación ahogada.

Sharon arqueó una ceja rubia y la azotó en la nalga derecha. Cleo apretó los dientes, rabiosa.

—Vuelve a darme una orden, Nala, y le diré a Prince que ocupe tu boca —Sharon la empujó por los hombros, poco a poco, para que sintiera la penetración con más potencia.

Cleo gimió con fuerza. Notó cada centímetro de Lion estirándola, quemándola y ensanchándola. Oh, qué bien. Era muy grueso, pero lo necesitaba. Lo necesitaba en ese momento. Anhelaba el calor de su cuerpo; y no quería sentirse sola.

—Ahora yo te llenaré por detrás, leona. —¡Zas! Le dio una cachetada en la otra nalga. Se puso el cinturón pene de color negro, y ajustó un consolador fálico de color rosa en la parte frontal de su braguita. Echó lubricante por el largo y ancho de su falso miembro.

Cleo la miró por encima del hombro y sus ojos verdes echaron chispas; pero Sharon sonreía divertida y provocadora.

—Seguro que nunca has visto un pene rosa… —murmuró Sharon riéndose de ella. Le ayudó a pegar su pecho sobre el pecho de Lion y llevó los dedos a su parte trasera.

Cleo hundió el rostro en el cuello del agente. Empezaba a sentir cosas. Lion la llenaba por delante y los dedos de aquella mujer la tocaban por atrás… Ay, señor. Ay, Señor…

—El tiempo empieza ya —decretó Sara girando el reloj de arena que calculaba los quince minutos.

Y lo que vino durante los quince minutos siguientes fue una especie de catarsis. Sara utilizaba el encendedor eléctrico y electrocutaba sus cuerpos con él: los brazos, el interior de los muslos, los pechos, las nalgas desnudas… Después se pasaba al flogger, y los azotaba sin remisión.

Lion movía las caderas arriba y abajo y penetraba a Cleo con fuerza, aunque su cabeza iba de un lado al otro, como si negara aquella situación… Cleo levantó el rostro para mirarlo, y, sin pedirle permiso a nadie, cogió la cremallera de la máscara de Lion con los dientes y la abrió para liberar la constricción de sus labios.

—King… —susurró sobre él.

—¡Te mataré, Prince! ¡Te mataré! —gritaba descontrolado, con la voz completamente desgarrada y llorosa.

Prince, que estaba cruzado de brazos en la pared, miró hacia otro lado con gesto serio.

Cleo lo besó para que se callara y acarició su lengua con la de él.

—Por Dios, King… No es Prince —murmuraba improductivamente. Lion no la oía—. No es él… Cálmate —lo besó de nuevo para que dejara de gritar.

Sharon hacía su trabajo, introduciéndose en ella con movimientos rítmicos, acariciando sus caderas con las manos y estremecida por los gritos de Lion.

Cleo se sentía completamente rellena. Lion tocaba un punto tan a dentro de ella que la volvía loca, y hacía que se moviera con un vaivén mucho más rápido e intenso.

—Cinco minutos —gruñó Prince.

!Zas! ¡Zas! Latigazos. Y, después, quemazones leves de la electricidad. El dolor duraba tan poco que no sabía si era dolor. Y, a continuación, toda la energía se trasladaba de golpe a sus sexos. Parecía que iban a estallar, a volar los dos por los aires.

—Vamos, Nala. Estás a punto. Córrete y él se correrá. —La apresuró Sharon, controlando el reloj de arena. Con decisión llevó la mano a su parte delantera y colocó un dedo en su clítoris, para moverlo haciendo círculos con suavidad.

—No, no…

—Sí, Nala. Claro que sí. Déjate ir. ¡Ahora!

—¡Oh, Dios! —Cleo cerró los ojos, mordió la barbilla de Lion y empezó a correrse con el consolador de Sharon y el pene de King en su interior, haciendo estragos.

—¡Diiioooossssss! —rugió Lion furioso, echando la cabeza hacia atrás y estirando todos los músculos del cuello. Intentaba mover brazos y piernas. Se corría con Cleo—. ¡Hijo de putaaaaaa! ¡Prince! ¡Hijo de putaaaaaaa! ¡Te equivocaste con Sharon y ahora te equivocas conmigo! ¡Pregúntale a Dom lo que pasó! ¡Pregúntaselo! ¡A ver si se atreve a decírtelo!

Sharon detuvo sus caderas y retiró la mano del sexo de Cleo.

Parpadeó incrédula.

¿Qué había dicho Lion? ¿Cómo se atrevía a decirle nada a Prince y a sacar ese tema, enterrado, de nuevo? El ama dio un paso atrás, impactada por esa última frase, y salió del ano de la chica.

Ya había hecho su trabajo. Había logrado que Prince no tocara a Cleo y, con ello, había calmado al león interior de Lion. Ahora debía irse de ahí corriendo. Porque si se encaraba con Prince, entonces, ¿qué pasaría? Odiaba cómo la miraba, cómo la juzgaba, cómo la rebajaba a menos que una mierda. Y le dolía, y era tan injusto todo…

Con el rostro pálido por completo, guardó el consolador y se dispuso a irse de allí, pero Prince la tomó del antebrazo con fuerza y la detuvo antes de que desapareciera de su vista.

—¿Qué dice King? —exigió saber el amo.

Sharon fijó su mirada color caramelo en los dedos que, como auténticas esposas, rodeaban su piel, y la quemaban con solo rozarla, como antaño. Como siempre había pasado entre ellos.

No la había tocado desde entonces. Nunca más lo hizo desde aquel día. Y, en aquella celda, en aquella mazmorra, era la primera vez que volvía a sentir su contacto.

—No dice nada —aseguró Sharon.

—Maldita sea. —Los ojos de Prince se oscurecieron y la desafiaron a responder—. ¿A qué se refiere con lo de Dominic?

Sharon sonrió con tristeza e inclinó la cabeza a un lado.

—No te importó cuando sucedió todo. No me escuchaste entonces e hiciste tus propias cábalas… Tampoco te importa ahora —se encogió de hombros—. Desatadlos y que se vayan —ordenó mirando a Sara.

La mujer procedió a obedecer órdenes, aunque seguramente habría deseado comprar unas palomitas para escuchar aquella bronca.

Sharon apartó el brazo de un tirón y salió de la celda, dejándole con la intriga y una extraña sensación de desasosiego que hacía tiempo que no experimentaba.

Por eso la siguió.

***

Lion quería controlar su respiración, pero no podía.

Entre la bruma de la indignación, atisbó a comprender que alguien le estaba quitando las correas de los pies.

Las manos de Cleo que, todavía palpitaba a su alrededor, le sacaron la máscara de piel.

Cleo lo miró asombrada y sus ojos verdes se llenaron de lágrimas.

—Lion… ¿Has… Has llorado? ¿Estás llorando? No llores, por favor… —suplicó besándole las mejillas y tratándolo con dulzura.

—Bájate —la orden fue clara y concisa.

Cleo parpadeó confusa y, poco a poco, se apartó para sacarlo de su interior. Quería limpiarlo; pero Lion no se lo permitió. En cuanto el agente estuvo libre, se subió los calzoncillos, apartó a Cleo casi tirándola de la mesa camilla, y corrió tras Prince.

Lo divisó a unos cincuenta metros. Parecía que se estaba discutiendo con Sharon.

Cleo le llamaba a lo lejos, con urgencia. Pero él no podía hacerle caso ahora. Lo veía todo rojo. Habían tocado lo que más quería en el mundo. Lo habían hecho para hacerle daño, pero también le habían hecho daño a ella. Cleo no tenía por qué vivir esa experiencia si ella no lo elegía.

Y Prince había sido el tercero del trío: el puto amo vengativo y estúpido que había perdido a la mujer que amaba. Y la había perdido por gilipollas. Sharon quería lo mejor para él: no quería provocarle problemas y no se defendió, la muy tonta.

Llegó a tres metros de ellos, lo suficientemente cerca para oír cómo Sharon le pedía que no la tocara; pero Prince ya no pudo decir nada más porque sintió el hombro de Lion en los riñones y, después, el duro impacto del suelo en su pómulo.

—¡¿Qué hacéis?! —gritó Sharon asustada—. ¡Parad!

Lion sostuvo a Prince por el pecho para darle un puñetazo en toda la cara.

—¡Para, King! —pedía Sharon, espantada por la agresividad y la violencia de Lion.

—¡No a ella! ¡A ella no! —gritaba Lion, con los ojos llenos de lágrimas y sin dejar de golpear a Prince—. ¡No tenías derecho a tocarla!

Sharon se llevó las manos al rostro. Tenía que pedir ayuda o Lion mataría a Prince a golpes.

Pero, entonces, Prince le dio un rodillazo en el vientre, y Lion quedó doblado en el suelo, sin respiración. El otro amo se encaramó encima y aprovechó para golpearle.

—¡Tú empezaste! ¡Tú empezaste! ¡Me traicionaste! ¡Eras mi amigo!

—¡Yo no te traicioné! —exclamó Lion; volvió a recuperar la posición y a colocarse encima de Prince.

—¡Te follaste a mi mujer! —gritó con el rostro compungido—. ¡Os reísteis de mí!

—¡Ninguno de los dos lo hicimos!

—¡Lion! Por favor —suplicó Sharon entrelazando los dedos y rezando para que no dijera nada—. Por favor… Cállate.

—¡¿Qué tiene que callar?! —le gritó Prince—. ¿¡Que para ti no es suficiente con uno!?

Sharon apretó los dientes y negó con la cabeza.

—No sigas, Prince —le pidió la mujer sobrecogida.

—Entonces, ¡¿qué?!

—Sharon nunca se acostó conmigo. ¡Nunca se acostó con nadie!

—¡King! —gritó Sharon con todas sus fuerzas.

Lion la miró con disgusto, a caballo entre la decepción y la impotencia.

—¿Por qué le sigues protegiendo? —el agente no comprendía que Sharon no aclarase todo aquel asunto—. No se lo merece. No te merece… ¡¿Por qué no te defiendes?!

—Basta, por favor. —El hermoso rostro acongojado de la dómina suplicaba porque aquello fuera solo un mal sueño. Por que pudiera despertarse y seguir con sus juegos desinteresados y sin emociones.

—Dile la jodida verdad. ¡Haz que se arrodille y te lama las botas, joder! ¡Haz algo! —la apremió Lion soltando a Prince a disgusto, como si el simple hecho de tocarlo le diera asco.

—¿Qué…? —Prince no entendía nada. Se incorporó sobre los codos, y miró a uno y a otro. Confuso.

Sharon se limpió las lágrimas y las miró sorprendida. Hacía tiempo que no lloraba; y no podía creer que todavía tuviera fuerzas para ello. Prince le rompió el corazón; lo exterminó. Las cosas ya no le dolían como antes, excepto la vieja herida. La que acarreaba su alma; el alma que compartía con el amor de su vida hasta que él decidió menospreciarla. Hasta que decidió no creerla y la partió en dos.

—No vale la pena. Ya he dejado de luchar —susurró el ama, dándose media vuelta.

—¡No puedes abandonar así! —protestó Lion.

—Pues lo he hecho. Tenéis que dejar de pelear. Y Lion…

—¿Qué?

—No ha sido Prince quien ha hecho el trío contigo y tu pareja. He sido yo. —Le miró por encima del hombro, con una expresión de disculpa, pero también de confidencia. Ella había visto los verdaderos sentimientos de Lion por Cleo; y no iba a permitir que Prince le rompiera el corazón. Entendía el sentimiento de posesividad hacia una persona y el no querer compartirla porque ella había sentido lo mismo por su ex pareja—. Tu corazón de amo sigue entero y a salvo —sonrió con un leve toque de pundonor. Se alejó del camino de arena en el que había surgido aquel duelo de caballeros inesperado—. Ahora, solo hace falta que la reclames; porque esa chica no tiene ni idea de lo que sientes por ella. Y no es justo. Ni para ti. Ni para Nala.

Lion se levantó del suelo estupefacto, pero también agradecido. Que hubiera sido Sharon, cambiaba las cosas radicalmente para él. No había sido otro hombre en el cuerpo de Cleo, sino un juguete controlado por una dómina. Definitivamente no era lo mismo.

Pero el shock, la angustia y la presión sufrida, seguía ahí. La tensión de saber que estaba en el interior de la mujer que amaba, al tiempo que otro también disfrutaba de ella a la vez, le había hecho llorar de rabia como un puto adolescente.

No se lo iba a perdonar a ninguno de los dos. No por ahora.

Prince se levantó con lentitud, limpiándose la arena del cuerpo y la sangre del labio partido. Se recogió el pelo largo y negro en un moño bajo y, con la cabeza cabizbaja, se fue por donde se había ido Sharon.

—Déjala en paz, Prince —pidió Lion con un tono que no aceptaba réplica.

—¿A quién?

—A las dos. Deja a mi mujer; y deja tranquila de una vez a la tuya. Suficiente le has hecho ya.

Prince apretó los puños y tensó los hombros.

«¿Suficiente?», pensó el amo de las tinieblas. ¿Suficiente él? ¡Si le habían jodido por todos lados! Y ahora parecía que era él quien se había equivocado. No… No podía ser. ¿Qué estaba pasando en ese torneo?

Cuando los dos amos se fueron, Lion se secó con el dorso de la mano el labio superior, que también sangraba. Prince golpeaba duro.

Se dio la vuelta para ir a buscar a Cleo y sacarla de ahí. Pero Cleo estaba tras él, con la mano sobre los labios y los ojos llenos de lágrimas. Impactada por lo que había escuchado allí. Vestida por completo, como si un momento atrás no hubiese estado haciendo un trío sobre la mesa camilla de dominación.

Lion levantó la barbilla. ¿Qué había oído?

—Lion… ¿qué quería decir con…?

—Ni una palabra más. No quiero oír ni una palabra más. Vámonos. —Lion se acercó a ella como un vendaval, entrelazó sus dedos con los suyos más grandes, y se dispuso a salir de la isla. Para él, la jornada ya había finalizado.