Capítulo 11

«Las verdaderas sumisas, tienen carácter y se enfadan de vez en cuando».

Great Cruz Bay

Westin Saint John

Lion sabía que había cosas que no podía hacer. Como, por ejemplo, quitarse de encima a Claudia y a Sharon diciendo que se encontraba muy mal e invitarlas a que se fueran a sus habitaciones. La joven no se había ido todavía, y seguía sentada en la cama, con la Reina de las Arañas, a la que Lion nunca había visto tan contrariada.

Sharon parecía desubicada y fuera de su salsa. Cosa extraña en ella. Aunque Lion sabía perfectamente por qué estaba así, y a él nunca podría engañarle por mucho que pasara el tiempo.

La verdad era que él no se encontraba bien del todo. Tenía la cabeza un poco aturdida y sentía un leve mareo que solo podía atribuir al consumo de alguna clase de droga. Lo que le llevó a pensar que, en la cena, los organizadores habían incluido algún tipo de estupefacientes en las bebidas o en la comida para que se desinhibieran.

Se había metido corriendo al baño y había llenado un botecito con orina para entregárselo al equipo de estación base.

Estaba sentado en el inodoro. Le había quitado el teléfono a Claudia, sin que ella se diera cuenta, y revisaba la imagen que ese alguien misterioso le había enviado a la mistress.

Ya sabía que no era Cleo, porque la joven tenía un tatuaje de camaleón en el interior de su muslo, y la chica de la imagen abierta de piernas completamente, no tenía ni una sola marca en su nevosa piel. Pero, aunque su numerito con Prince y Markus no le había gustado nada, debía reconocer que creía en su inocencia, y que sabía que actuaba así por exigencias del guión.

El que hacía de Markus en la foto se parecía más él, pero los tatuajes, aunque daban el pego, no eran de verdad. Por tanto, no era Markus. ¿Quién había querido crear tal controversia? ¿Por qué? ¿Por qué alguien se tomaría la molestia de preparar tal montaje solo para desestabilizarlos? ¿Y por qué habían utilizado a Claudia? Además, curiosamente, Claudia había sido eliminada del torneo; y esa misma noche estaba en la Plancha del Mar, con todos los demás, asegurando que los organizadores querían que siguiera en él extraoficialmente.

Lion copió el teléfono desde el que se había enviado la imagen en su agenda. Averiguaría quién era el capullo que quería jugar con él de ese modo.

Se remojó la cara con agua y salió del baño.

Claudia levantó el rostro y se quitó el antifaz negro. Moviéndose con estudiados pasos, llevó sus manos a los lazos del corsé del pecho.

—Mistress Pain, te he dicho que no me encuentro bien —repitió Lion apoyándose en la pared.

—Nosotras haremos que te encuentres mucho mejor, ¿verdad, Sharon?

Sharon parecía tener un debate consigo misma y, después de meditar la respuesta, se levantó sin pizca de alma en sus ojos color caramelo. También se desprendió del antifaz.

Lion arqueó una ceja negra y negó con la cabeza.

Sharon no quería acostarse con él. Después de tanto tiempo sin tener relaciones, sin dejar que nadie la tocara, no iba a ser él quien lo hiciera. Eran dos mujeres muy hermosas y distintas, y estaban dispuestas a tener un revolcón. En otro tiempo Lion lo habría hecho; el sexo era sexo, ¿no? Pero después de reclamar a Cleo, y sabiendo la fuerza de su pasión por ella, ni Mistress Pain ni la Reina de las Arañas podían rivalizar con la leona de pelo rojo y ojazos verdes.

—Tenéis que iros —pidió Lion educado, acompañándolas hasta la salida—. En serio, me siento mareado.

—No pienso irme —repuso Claudia poniéndose las manos en las voluptuosas caderas clavando los talones en la moqueta. Sonrió como si fuera la Reina de Saba—. Yo he venido aquí a comer, King, y quiero que me alimentes.

Lion sonrió ante la visceralidad de la mujer. En otros tiempos, que una mujer hablara así se consideraba escandaloso; pero Claudia estaba de vuelta de todo, y ella siempre se había querido mucho a sí misma. No aceptaba un «no» por respuesta.

—Yo me voy —repuso Sharon desconocida—. No sé qué hago aquí.

Lion asintió con la cabeza, agradecido por su colaboración. Ella seguía siendo su amiga; y había estado muy enamorada y, seguramente, la rubia vería más allá de su actitud esquiva y entendería por qué no quería estar con ellas. Sharon lo comprendería.

—¿Qué le pasa a la Reina de las Arañas? ¿Es todo fachada, nena? —Claudia la miró de reojo.

Sharon no encajaba bien los menosprecios, así que sonrió con indiferencia y le dijo:

—Tú no quieres ver hasta qué punto no es fachada lo que yo tengo encima, Pain —aseguró con tono frío y el rostro sombrío, colocándose a un palmo de su cara—. En realidad, no lo quieres probar. ¿O sí? —se acercó a ella amenazadoramente—. Nunca he jugado contigo. ¿Te gustaría ver hasta dónde soy capaz de llegar, switch?

—Por supuesto —contestó Claudia anhelante—. ¿Por qué no empezamos nosotras y calentamos al león para que salga de su madriguera y ruja, en vez de comportarse como un gato acojonado? —Claudia pasó sus dedos por la mejilla de la rubia—. Enrédame en tu tela de araña, Reina.

Sharon arqueó las cejas e hizo un gesto de desdén con los labios.

—No me interesas.

Con esas palabras, dejándola de piedra, Sharon se dio media vuelta y abrió la puerta de la suite.

Pero se encontró con Cleo a punto de meter la llave tarjeta en la ranura de su suite. La habitación que iba a compartir con Lion y que estaba ocupada por dos mujeres.

Sharon no supo qué decirle cuando encontró en los ojos esmeraldas de Cleo la incredulidad y el dolor que ella misma había experimentado años atrás. Pero entonces, eran unos ojos negros quienes la juzgaban y la fustigaban; no los verdes de Lady Nala.

—Fuera de aquí —ordenó la pelirroja con voz trémula.

—Ya me iba.

Sharon pasó por su lado, sin rozarla, y eso que Cleo ni se apartó del marco de la puerta.

—Al final —Cleo no iba a morderse la lengua. Esa mujer había querido hacerle daño desde el principio y ella tenía derecho a devolvérsela—, voy a creer la versión de Prince.

Sharon se recolocó el antifaz para cubrir sus ojos color caramelo, que no habían encajado bien la acusación y se estaban llenando de lágrimas.

—No hables de lo que no sabes —ordenó sin darse la vuelta, alejándose de allí.

—No te metas en camas ajenas —contestó Cleo entrando sola en la habitación, dando un portazo.

Nick se había ido a la suya porque no quería estar presente cuando empezara la tormenta; y eso la dejaba en inferioridad de condiciones con Claudia y Lion, los cuales estaban muy separados el uno del otro. Iba a dejarlos estupefactos con su descaro.

—Se ha ido Sharon —observó apoyándose en la pared de la entrada—. ¿Os sirvo yo?

***

Claudia abrió los ojos pasmada y se echó a reír.

Pero a Lion no le hacía ninguna gracia. Cleo estaba delante de él, con una botella de ron en la mano, vestida de mujer pirata totalmente relajada, igual que lo estaría una gata salvaje oculta detrás de los matorrales, dispuesta a comerse a su presa, pero esperando el momento adecuado.

Le miró de frente, sin reservarse ni una pizca de despecho o de dolor; evaluándolo de arriba abajo como si no valiera nada, o menos que nada. Dios, las miradas de Cleo desarmaban a cualquiera… Y, después, hizo un repaso al corsé deshilado de Claudia y al modo en que asomaban los pezones por completo por encima de la prenda.

—¿Quieres hacer un trío? —preguntó Mistress Pain a Cleo.

—Yo no. —Lion se cruzó de brazos.

«Cómo no, Lion y su particular tiento», pensó Cleo.

Cleo caminó hasta la cama, dejó la botella de ron sobre la mesita y se subió sobre el colchón, cubierto con un cubrecama marrón y blanco, poniéndose de rodillas. Si Lion se pensaba que estando con ella iba a acostarse con otras, es que no la conocía en absoluto. Y si, además, el muy cretino creía que se había acostado con Markus, entonces, ya no solo no la conocía sino que tenía una muy mala imagen de su persona. Enfadada, tiró los mullidos cojines al suelo, para hacer más sitio en la cama.

Estaba en medio de un caso, con un hombre del que había descubierto, recientemente, que estaba enamorada. Y sí, había caído fulgurantemente en sus garras. Y no se avergonzaba.

Pero el caso era más importante que nada y no iba a dejar que otras le amargaran. No tenía por qué pasarlo mal gratuitamente; la tensión del torneo era ya suficiente estrés para ella como para aguantar los escarceos de Lion con sus ex-ligues.

Cleo, descaradamente, se subió la falda y les enseñó las braguitas rojas, que asomaban a través de las medias de rejilla, moviendo las caderas de un lado al otro.

—¿Quién de los dos será el bucanero valiente que me las quite?

—Te he dicho que no quiero tríos. —Lion se acercó a la cama con el rictus severo y recto.

—Ya ves, te tienes que ir, bonita —aseguró Claudia con una sonrisa de oreja a oreja.

Cleo no parpadeó ni una vez mientras miraba a Lion a los ojos. Este se relamió los labios, alimentándose de la visión de la pelirroja.

—¿Quieres que me… vaya, King? —Cleo necesitaba solventar la duda. ¿La quería a ella? ¿O prefería estar con otras?

—Vete, Nala —ordenó Claudia.

—La que debe irse eres tú, Claudia. —Lion no prestó atención al ama mientras pronunciaba aquellas palabras.

Cleo tragó saliva y poco a poco bajó su falda hasta que cubrió de nuevo su ropa interior. Vaya, Lion echaba a Mistress Pain.

—¿Por qué yo? ¡Estaba aquí primero! —exclamó como una cría de diez años.

Fuera lo que fuese lo que había visto en Claudia años atrás, Lion ya no lo veía. Seguramente, porque la personalidad de Cleo borraba todo lo demás y convertía a mujeres como Claudia en simples envoltorios de caramelos.

—Te lo he dicho antes: no me quiero acostar contigo. Sharon ha tenido la buena educación de largarse cuando se lo he pedido; tú deberías hacer lo mismo. Sé elegante y vete.

La morena decidió que, si se iba, se iría por la puerta grande, porque no iba a pasar por alto la ofensa de Lion, ni tampoco que la del pelo rojo saliera victoriosa así como así.

Ella quedaba fuera de la alcoba, pero se encargaría de que ellos tampoco la utilizaran.

—No disimules ahora, King. —Claudia tomó su bolso y se dirigió a la puerta de la suite—. Antes de que ella llegara, ya te habías acostado con las dos —guiñó un ojo a Cleo, y salió por donde había entrado.

***

La respiración de Cleo se aceleró y apretó los puños para no lanzarse a por Lion como una gata y arañarle el apuesto rostro; que era, justamente, lo que le apetecía hacer.

Él puso sus manos en las caderas y la examinó con impaciencia.

—¿Te has acostado con ellas? —preguntó Cleo, impasible ante su escrutinio, pero agitada por la última frase de la malvada Ama Switch.

Lion arrugó el ceño y su ojos le advirtieron del peligro de seguir ese camino.

—¿Pasaría algo si hubiera sido así?

—Lion, no… Ahora no —quería solo una respuesta, ella intentaría creerlo—. Contéstame, por favor.

—¿Por qué debería obedecerte? Tú no me hiciste ni caso cuando te dije que el juego se acababa para nosotros. Preferiste continuar e irte con un amo que no conoces de nada para ponerte en peligro y ayudarle con el mobiliario de su casa. No has tenido consideración para con mi preocupación. Te ha dado igual que yo estuviera histérico todo el día por tu culpa, Lady Nala.

Cleo levantó la mano para que se detuviera y cerró los ojos, echando mano de una paciencia que no tenía. No podían hablar allí, no en un hotel reservado por la misma organización.

—Ponte un biquini. Nos vamos a la playa —Lion, que había entendido su gesto, también le había leído la mente. Debían salir de allí.

Cleo hurgó en su bolsa de viaje, que Lion había dejado en el armario ropero esperando a que ella llegara, y escogió un biquini de triángulos negros sin importarle si él la veía desnuda. ¿Qué más daba ya? El agente se colocó un bañador ancho y largo, azul oscuro, mientras la miraba fijamente y no se perdía un centímetro de su desnudez.

Sin dirigirse una palabra más, ambos tomaron sus toallas y su mal humor, y salieron de la suite.

El hotel villa quedaba muy pegado a la playa. Al salir por la recepción y la entrada, caminaron por la zona de hamacas y piscinas, a través de los puentes de madera y las cabañas cóctel, y llegaron a la arena blanca y lisa del Caribe.

Ella necesitaba remojarse, necesitaba nadar y llegar a un punto en el que estuviera tan cansada que no le apeteciera decirle nada.

Pero, conociéndose, sabía que iban a alzar la voz, que él la incitaría a pelearse, a discutir… A sacar toda la rabia. Y sentía mucha.

Cleo se quitó de una patada las zapatillas y dejó caer la toalla de mala manera para dirigirse como un vendaval a darse un chapuzón.

Lion hizo lo mismo pero, antes de que Cleo tocara el agua del mar con sus pies desnudos, la alzó con un solo brazo y se la colocó sobre el hombro.

—¡Bájame ahora mismo! ¡Suéltame!

—¡No te oigo! ¡Los muebles no hablan! —exclamó él dándole un azote en la nalga para, después, lanzarla al mar.

Cleo se sumergió y emergió como una sirena vengativa. Como el agua del mar del Caribe no cubría hasta pasados unos cincuenta metros de la orilla, le llegaba por los muslos.

El pelo rojo se pegaba a su cara; y los ojos felinos echaban chispas.

Uno de pie delante del otro, como auténticos pistoleros.

Ella echó la melena hacia atrás, soltó un gruñido y se lanzó a por Lion con brazos y piernas, furiosa con él…

Lion no la vio venir hasta que sintió el hombro de Cleo en el estómago y cómo lo empujaba hacia atrás con toda la fuerza que tenía, demasiada para lo pequeña que era. Se desequilibró y ambos se hundieron.

Lion le dio la vuelta bajo el agua para levantarse con ella en brazos. La espalda pegada a su pecho, y los brazos oprimiéndole la cintura.

—¡Suéltame!

—¡No!

—¡Eres un… grghksjdhasdjal! —Lion la sumergió en el agua.

—¿Soy un qué? —la sacó de nuevo para que tomara aire.

—¡Un cerdo come mie…rfsghdvsjhdgssdaaa!

Lion se echó a reír mientras ella pateaba e intentaba golpearle en la cara. Pero no podía, porque la había inmovilizado.

—Hable bien, señorita Nala.

—¡Un mentiroso folladljkncdkjfhdskfndksjfndsf! —El maldito la volvía a sumergir.

—Lavaremos esa boquita con agua y sal —murmuró mientras la volvía a sacar del agua.

Cleo se quedó muy quieta, cogiendo aire, con los ojos cerrados.

—No pelees conmigo, mesita. Estaba deseando que regresaras para estrangularte con mis propias manos, bruja. ¡¿Tienes idea de lo preocupado que he estado?! —gruñó en su oído sin permitir que tocara fondo—. ¡No me vuelvas a hacer esto!

—¡Ja! ¡Ya veo lo preocupado que has estado! ¡Preocupado haciendo un trío!

—¡No!

—¡Lo he visto con mis propios ojos! —protestó ella afectada—. Esperaba que me vinieras a buscar a la pasarela y, en vez de eso… ¡Claudia te enseña una foto con su teléfono y tú vas y te la crees!

—¡No la he creído, Cleo! —Caminó con ella hasta que el agua les empezó a cubrir. No había barcas alrededor, ni tampoco bañistas. Solo estaban ellos dos, la luna inmensa y las estrellas.

—¡Sí, lo has hecho! —reafirmó con voz llorosa—. ¡Por eso te has puesto a bailar con ella y con Sharon, y has dejado que te metieran mano! ¡Y seguro que te has acostado con ellas!

Lion la apretó contra su pecho, reteniéndola entre sus brazos.

—Yo no me he creído la foto, Cleo —reconoció rotundo pero con suavidad—. Escúchame, por favor… Antes de nada tienes que entender que no puedes volver a alejarte de mí así. ¿Me oyes?

—¡Soy mayorcita, Lion! ¡Y soy responsable y competente!

—¡¿Y de qué sirve eso?! La responsabilidad y tu edad no son importantes ante la violencia de unos hombres sádicos, Cleo. Soy el agente al cargo y te estaba dando una orden para que detuvieras el juego. Y me desobedeciste… otra vez. ¿Lo comprendes?

—¡¿Y ahora qué?! ¿Volverás a amenazarme diciendo que hablarás con Montgomery y Spurs; dirás que no soy apta? ¿Sabes qué? ¡Me da igual! ¡Después de lo que he descubierto, por mí, que se pudran!

—¿Qué? ¿Qué has descubierto? Hay un límite para todo, Cleo.

—Yo conozco mis límites, señor Romano. Confío en ellos; pero eres tú quien tiene que confiar en mí.

Lion dejó salir el aire que retenía en los pulmones y los sumergió a ambos en el agua, donde ya flotaban por completo y podían nadar.

—Me muero de miedo si te imagino en peligro, Cleo.

Ella detuvo sus patadas y cesó su ataque, quedándose lívida e inmóvil entre su abrazo. Asumiendo sus palabras.

—No me he acostado con Markus —reconoció sometida por su preocupación—. No lo he hecho… Eso es imposible. Es imposible que yo lo haga.

—No vuelvas a desobedecerme, Cleo. Este torneo no es un juego, ¿me oyes? —Hundió la nariz en su pelo húmedo—. He pasado el día pensando en que ese amo ruso te hacía todo tipo de cosas y tú no podías resistirte. Odio pensar que otro te ha tocado.

—Hubiera utilizado la palabra de seguridad.

—¿Y si no te hace caso, tonta?

Ella intentó liberarse.

—No me llames tonta.

—Y vas y apareces en el baile, vestida así, bailando y provocando al personal… ¿Qué te has creído que soy? ¿Un puto pelele? ¿Por qué no me respetas?

—No lo he hecho con esa intención. Era la performance que había preparado Markus.

—No me ha gustado. —Cerró los ojos y apoyó la barbilla en su hombro—. Y después se ha añadido Prince. Te dije lo que había entre él y yo… ¿Por qué juegas con él?

—¡Yo no juego con él! Y tú te has puesto a jugar con Claudia. ¿Qué demonios hacía contigo? Yo pensé… A mí tampoco me gusta… —Sus mejillas se sonrojaron—. No me gusta que estés con ella. Sé que Claudia ha jugado otras veces contigo, pero mientras estemos juntos en el torneo no aguantaré que tontees con otras. Tengo mi orgullo. Y, para colmo, Sharon tiene ganas de provocarme… ¡Y te ha tocado el paquete!

Lion sonrió y besó su hombro a modo de disculpa.

—La foto no tuvo nada que ver. Pero no encajo bien que otro amo se te acerque. Prince te ha tocado la teta.

Se quedaron en silencio hasta que Cleo dijo:

—Asúmelo, Lion —resopló seca—. Estamos en Amos y Mazmorras. Yo tampoco disfruto viendo que todas las amas del torneo quieren violarte. ¿O acaso crees que me es indiferente? Es como estar rodeada de hienas… —Cleo se obligó a hacerle la pertinente pregunta—: ¿Por qué te pones celoso? ¿Por qué te importo de ese modo?

Lion negó con la cabeza y se encogió de hombros.

—No son celos. Me siento muy responsable de ti. Me preocupo por todo lo que haces y…

—Ya te dije que no necesito un canguro —murmuró decepcionada.

—Y también te dije que me gustas un poco… —confirmó con sus ojos azules velados de diversión y dulzura.

Cleo puso los ojos en blanco. No tenían remedio.

—Esto nos va a volver locos…

—Puede que sí.

Se quedaron callados, nadando, entrelazados en el mar.

—No voy a perdonarte, Cleo —dijo él.

—Ni yo a ti —contestó ella con los ojos fijos en la luna.

El agente Romano por fin sentía que podía respirar con ella a su lado, en contacto piel con piel. Dios… Esa chica se había apoderado de su alma y no se la iba a devolver.

—No me gusta Claudia —enfatizó Cleo.

—Ni Sharon.

—Ni Sharon —confirmó ella.

—A mí ni siquiera me gusta Nick; y eso que es mi amigo. No me gusta que los hombres te ronden. Me pone nervioso…

—No me rondan —contestó sobrecogida por la sinceridad de su voz.

—Eres una inconsciente, Cleo. Todavía no sabes lo que provocas en los demás. Haces que los hombres quieran llevarte a la cama nada más verte.

—Eso no es verdad.

—Y, lo peor, es que no te das ni cuenta. Déjame asegurarme de que Markus no te ha hecho nada y… —la apretó contra él. Se sentía impotente ante los desafíos abiertos de Cleo. ¿Cómo iba a protegerla si se apartaba de su lado?—. Déjame darte tu merecido por lo que me has hecho hoy, o no me quedaré tranquilo…

—Te he dicho que Markus no me ha tocado. Y no creo que debas castigarme por… Tú te mereces una tunda.

—Chist. —La calló con un beso arrollador que hizo que ambos temblaran cubiertos por el agua del mar, que fluía entre ellos libremente, igual que sus emociones. El castigo y el chequeo eran solo una excusa para hacer lo que quería hacer de verdad: tocarla y besarla.

Cleo sabía que aquello era un error.

«No lo hagas, tonta. No vuelvas a caer. Lion siente cosas por ti, pero no te quiere. Ten cuidado», pero, entonces, él le mordió el labio inferior y la obligó a que rodeara su cintura con las piernas.

Se quedaron cara a cara, nariz con nariz y frente con frente.

—Te necesito —susurró él apasionadamente, con la cara húmeda por el agua, y las pestañas mojadas por las gotas saladas del mar.

«Está bien. Disfruta del sexo con él, pero no dejes que entre más. Cúbrete».

Nadaron juntos, entrelazados, hasta que llegaron a una pequeña cala, cobijada de la playa y del mundo en general.

—Tengo mucho que contarte —aseguró Cleo entre beso y beso—. Es sobre Markus.

Lion la estiró sobre la arena húmeda, más oscura, de la orilla.

—¿Crees que puede esperar? —preguntó arrancándole la parte de arriba del biquini y estirándose sobre ella, cubriéndola con su enorme cuerpo. Le alzó las manos por encima de la cabeza y no dejó ni una parte de ella sin permanecer en contacto con él.

Cleo se dio la vuelta e invirtió los papeles. Esta vez ella estaba encima y él debajo. Entrelazó los dedos con los de él y se sentó sobre su vientre.

—No puede esperar —aseguró la joven. Se inclinó sobre su oído y le dijo—: Escúchame bien, Lion: Leslie está viva, y la tiene el Amo del Calabozo.

***

No osó moverse durante los veinte minutos que utilizó Cleo para explicarle su entrada en Peter Bay, toda la conversación entre Markus y Belikov en ruso, la función de Markus en el torneo y su papel como infiltrado de la SVR; la venta de blancas en Rusia y el hecho de que confluyeran intereses del FBI y de la SVR en un mismo escenario como Amos y Mazmorras. Le explicó lo que le sucedió esa noche a Leslie en Nueva York: que la drogaron y fue a parar a manos del ruso. Le dijo que los Villanos estaban formados por miembros de la Old Guard y que esperaban la noche de Walpurgis, que se celebraría al finalizar el torneo, aunque sería un evento privado: solo de los Villanos. Solo entonces, utilizarían a todas las esclavas y esclavos esa noche para sus menesteres. Cleo le explicó que los villanos la querían para ese acontecimiento especial y, además, le dejó claro que el director Spurs y el subdirector Montgomery conocían la ubicación de Leslie; pero la habían reasignado en la misión de Markus, ya que confluían intereses comunes entre ambos países.

El agente permaneció mudo e inmóvil, disfrutando de la seguridad de tener a Cleo sobre él pero, sobre todo, del caudal de información que la bella mujer le estaba proporcionando: nombres como Belikov, agencias federales extranjeras como la SVR metidas por medio; un diseñador de popper como Keon, la Old Guard y la noche de Walpurgis como elementos clave de la finalización del torneo; una Sombra Espía; un chivato en el torneo que informara de todos los movimientos entre bambalinas a los Villanos. Leslie viva y, parcialmente, a salvo, como todos.

Leslie viva. Joder, era la mejor noticia de todas.

Como agente líder no podía vivir tranquilo sabiendo que su amigo Clint había muerto en la misión. Y, según le había dicho Markus a Leslie, una mujer encapuchada, un ama, se lo había llevado.

Clint había muerto por asfixia. ¿Lo habría matado esa dama misteriosa? ¿Quién era?

—Dios, Cleo. —La abrazó con tanta fuerza que Cleo se encontró rendida y entregada entre sus brazos. Completamente a su merced—. Les está viva. ¡Les está viva! —exclamó más contento.

—Sí. —Sonrió y lo besó en el hombro, en el cuello y en la mejilla—. Pero ha dejado de formar parte de Amos y mazmorras. Ahora trabaja con la SVR.

—Eso no importa. Está aquí, en el torneo… Y lo quiera, o no, estamos en lo mismo. Los Villanos nos llevarán a la culminación de la misión por los dos frentes. —La tomó del rostro y pegó su frente a la de ella—. ¿Tienes idea del peligro que has corrido? Hoy has estado con uno de los tipos que tiene contacto directo con los Villanos. ¿Qué habrías hecho si te hubiese secuestrado, eh? —El miedo le endurecía las facciones.

Tenía razón. Lion tenía su parte de razón, pero ser una agente infiltrada de la Ley comportaba riesgos. Arriesgabas la vida por una causa.

—Es mi trabajo, Lion —repuso Cleo—. Pero hice algo más —sonrió con orgullo.

—¿El qué?

—Cuando Belikov aseguró que Keon se encontraría en la Plancha del Mar para facilitar el popper, me puse en contacto con el equipo estación.

Lion se quedó de piedra al oír eso, y todo su cuerpo se endureció. Cleo podía haber llamado, tenía un medio de comunicación; y, en vez de llamarlo a él para calmarlo, había hecho lo que le había dado la gana. Como siempre.

—¿Que hiciste qué? —preguntó sin inflexiones.

—Ayer memoricé el teléfono de Jimmy del HTC y los llamé para que siguieran el quad MGM rojo con el que iba a llegar el traficante. Era el mismísimo Keon quien iba a hacer acto de presencia… Tenían que tomar fotos de la entrega de los paquetes para que hubiera acta del tráfico de estupefacientes. No intervendrían, pues todo debía seguir como hasta ahora, hasta que finalizara el torneo. Markus me recomendó que no te dijeran nada porque necesitaban absoluta normalidad para seguir con la misión.

—Joder, Cleo —Lion cubrió sus ojos con el antebrazo y sacudió la cabeza—. Es increíble. No me puedes ocultar esta información. No puedes hacer lo que te dé la gana.

—Lion, no hago lo que me da la gana, hago lo que debo. Nuestro objetivo es averiguar dónde se celebra la noche de Walpurgis, porque es como una especie de secreto de estado. No faltará ni un Villano a ese acontecimiento y podremos detenerlos con las manos en la masa.

Él se la quedó mirando estupefacto. Cleo le había sorprendido; pero su audacia podría haber acarreado también muchos problemas. Y, no obstante, lo que más le molestaba, era que no había pensado ni un momento en él: ni como jefe, ni como pareja.

—¿No me felicitas, señor? —preguntó pizpireta.

—Así que, en vez de llamarme a mí, que soy tu jefe y quien coordina todos los movimientos con el equipo estación, coges y llamas directamente a Jimmy. —El tono no era nada aprobatorio.

Cleo entrecerró los ojos verdes y lo miró de soslayo.

—Sí.

—¿Sí, Cleo? Y en vez de ponerte en contacto conmigo después para decirme que estás bien y tranquilizarme un poco, preparas tu performance con Markus y Leslie… ¿Para qué decirle nada? Que aguante unas horas más atormentado por mí. ¿Es eso lo que pensabas, Cleo?

Ella se incorporó para mirarlo bien desde arriba. Los ojos azules de Lion amenazaban con tormenta.

Los pechos blancos de Cleo miraban hacia adelante y Lion tenía una preciosa vista estando abajo. Pero ni esa hermosa visión iba a desviarle de lo que vendría a continuación.

—No… Yo… Yo no he pensado eso en ningún momento. Pensé en avanzar en el caso… Y en agilizarlo todo. ¿No te parece bien lo que he hecho, señor?

—No me parece bien —confesó Lion—. Te felicito por tu trabajo, pero no por tu osadía. No puedes asumir tantos riesgos; y no puede importarte tan poco lo mal que yo lo esté pasando cuando una de mis agentes me desobedece en el torneo y se pone en manos de otro amo que, hasta la fecha, no sabíamos hasta qué punto estaba involucrado con los Villanos. Me cabreas, Cleo.

—¡Ha sido para bien! —exclamó ella—. Yo al menos he hecho algo de provecho; no como tú, que te pones a bailar y a mirar fotitos de móviles…

¡Plas! Lion le dio la vuelta y la puso boca abajo sobre sus piernas. Cleo era muy manipulable; y eso le encantaba.

—No pongas en duda mi trabajo, agente —gruñó Lion bajándole la braguita del biquini—. ¿Quién te has creído que eres para hablarme así?

Le propinó una tanda de treinta bofetadas en las nalgas, cada una más dura y picante que la anterior, pero nunca sin rayar la violencia. Cleo apretó los dientes y las soportó. No podía librarse de Lion; y culebrear no servía de nada, así que, si hacerle la disciplina inglesa lo liberaba de parte de la angustia que decía que ella le había provocado, lo aceptaría. Odiaba verlo enfadado con ella o disgustado por algo que ella misma había provocado. No había sido esa su intención. Pero el arrebato de amo de Lion la había tomado por sorpresa.

La joven tembló sobre sus piernas. Ni siquiera le había acariciado el trasero una vez, y la piel ya ardía y clamaba por atenciones más suaves.

Y entonces, Lion la levantó, desnuda como estaba, y la apartó de él, con el trasero rojo como una guindilla.

Cleo dirigió la mirada hacia Lion, que seguía sentado en la arena, estudiando imperturbable su reacción al recibir los azotes y no ser acariciada luego.

—¿Por qué… Por qué me has hecho esto…? —preguntó furiosa y también excitada. Bajo el despecho, bajo cada palmada, había un anhelo de continuar y hallar la liberación.

—¡¿Por qué?! —Se levantó de un salto con una erección de campeonato bajo el bañador—. ¡¿Por qué, Cleo?! ¡Porque no me tienes en cuenta! ¡Era a mí a quien tenías que llamar! ¡No a Jimmy!

—¡Pero no lo hice! ¡¿Y qué?!

—¡¿Y qué?! ¿No te das cuenta, verdad? No te importo como jefe; desobedeces mis órdenes directas, te pones en peligro sin necesidad… Sé que estás acostumbrada a tomar muchas decisiones en tu trabajo pero, aquí no somos tus marionetas. ¡Yo no soy tu marioneta, tienes que seguir el jodido protocolo!

—¿Para qué? El resultado ha sido el mismo.

—Ah, no, nena —Lion sonrió sin ganas—, el resultado, definitivamente, no es el mismo. ¿Quieres que te lo demuestre? ¿Quieres que te demuestre la diferencia entre seguir las normas y no seguirlas?

Cleo apretó los dientes y estalló.

—¡Sí! ¡No te entiendo, Lion! ¡Deberías estar orgulloso de mí y no ponerte de este modo! ¡Demuéstrame qué hubiera pasado si te hubiera llamado en vez de hacer las cosas tal y como las hice! ¡Lo estoy deseando! —le retó envalentonada.

Lion la tomó de la muñeca y la arrastró hasta el agua, justo hasta la altura en la que los cubría por media cintura.

—¿De verdad lo quieres saber? Porque para un amo, y para mí como Lion Romano, hay una diferencia entre tratarme bien y tratarme mal. Y, si lo haces mal, yo puedo dispensarte lo mismo. Puedo actuar igual y no tener en cuenta tus necesidades.

La acercó a una de las rocas solitarias que separaban la cala del resto de la playa y la obligó a apoyar las palmas de las manos en la negra piedra.

—Agárrate bien, nena. Va a subir la marea.

Lion se bajó el bañador y se pegó a su espalda, dándole el calor corporal que no transmitía con sus palabras.

A Cleo también le gustaba ese Lion. El que se dejaba llevar por los sentimientos y por su visceralidad, y olvidaba por completo que ella era Cleo Connelly y que la conocía desde que eran niños. Ahora, la miraba como a una mujer que le volvía loco y a quien le apetecía castigar.

Se mordió el labio inferior cuando la tocó entre las piernas y palpó la humedad que le habían provocado los azotes.

—¿Tienes miedo? —preguntó con la voz ronca, jugando entre sus piernas.

—No me asustas.

—¿Ves? Eres una inconsciente. —Le introdujo tres dedos de golpe hasta el fondo.

Cleo se puso de puntillas y echó la cabeza hacia atrás para coger aire por la impresión. Con la otra mano, Lion frotó su clítoris al tiempo que metía y sacaba los dedos, con un ritmo pausado y certero. Tocaban lo que tenían que tocar, y rozaban lo que debían de rozar.

Lion comprobó que cada vez se dilataba y se humedecía más, hasta que decidió meterle un cuarto dedo, y con el pulgar que le quedaba libre, rozarle el ano.

—Lion… —susurró ella, clavando los dedos en la piedra que les hacía de soporte. Ya estaba en el límite—. Por favor… Haz que me corra.

—Te juro que vas a ver la diferencia —le aseguró excitado—. Te dije que los castigos no tienen por qué equilibrarse con orgasmos. Si me enfado, me enfado de verdad, Cleo.

Estuvo durante más de media hora penetrándola con los dedos, y acariciándola entre las piernas. Y, cuando Cleo estaba a punto de correrse, él se detenía a propósito…

—¡No! ¡No, Lion! Por favor… —rogó mojada de sudor y de agua del mar—. Por favor…

—Aquí no hay Lion que valga. No has tenido ninguna consideración conmigo, y ya estoy harto —rotaba los dedos y los abría en su interior, y penetraba su otra entrada con el grueso pulgar—. Si quisiera, ahora mismo, Lady Nala, podría meterte el quinto dedo y hacértelo con toda la mano en tu interior. Con el puño. ¿Quieres eso? Es muy impresionante. ¿Lo quieres?

Cleo abrió la boca para tomar aire. Quería todo lo que le hiciera para liberarse. Quería correrse. Lo necesitaba. Lion se lo hacía con las manos y no le daba tregua. No la dejaba descansar: la empujaba, la estimulaba y cuando estaba a punto… Vuelta a empezar.

—Házmelo, Lion. Hazme lo que me dices.

—Muy mal, Lady Nala. No me puedes dar órdenes. No te lo pienso hacer. —A desgana, sacó los cuatro dedos de su interior y mantuvo el pulgar en su entrada trasera.

—No… —protestó Cleo, cansada. Que dejara de torturarla, por el amor de Dios.

—Voy a hacértelo por detrás. Vas a ser mía por aquí. Solo mía. —Apartó el dedo, que movía ensanchando su parte trasera taponada, y lo sustituyó por la ancha cabeza de su miembro.

—No… —Puso los ojos como platos—. Espera, eso no va a caber…

—Chist. Claro que sí. —Lion se pegó a ella hasta que ni el agua podía correr entre sus cuerpos. Empujó con lentitud pero sin reservar su fuerza, y separó sus nalgas para ver cómo entraba en ese lugar secreto y fruncido—. Relájate.

—No… No puedo… —lloriqueó apoyando la frente en la roca.

—Sí puedes, cariño. —La acarició por delante para hacer la invasión más satisfactoria—. Solo molesta al principio. ¡Arg, joder! —la cabeza había entrado por completo. El anillo de músculos duros lo había engullido.

Cleo gritó y apretó las nalgas.

—No, no… Así no. —Lion rodeó su vientre con el brazo libre, y con la otra mano le dio calor a su entrepierna, jugando con su botón hinchado y con la entrada cremosa que sus dedos habían dejado atrás—. Tienes que relajar los músculos del trasero… Así, nena. Muy bien. Ayer noche lo hicimos. Ya hemos ejercitado la zona.

—¡El plug era más pequeño! —protestó con un gemido—. ¡Lo tuyo es demasiado!

—Va a entrar, Cleo. Mira… —Adelantó las caderas y sintió cómo, poco a poco, toda su erección desaparecía hasta estar completamente inmersa en el recto—. Hasta la empuñadura, Cleo.

Ella tenía toda la piel de gallina; las rodillas se sacudían de un lado al otro y el pelo rojo ocultaba su rostro de la mirada de Lion.

Lion la mantuvo ensartada y pellizcó sus pezones para rotarlos con fuerza entre los dedos. Ella sintió el tirón en la vagina y también en el recto; como si todo estuviera comunicado.

El amo empezó a moverse de dentro hacia afuera, rotando las caderas, introduciéndose hasta el fondo, para mantener a Cleo a punto de liberarse en ese precipicio que haría que volara muy lejos. Pero no le dejaba alcanzarlo y ella estaba llorando por la impotencia y del placer que sentía.

Lion la tocaba por todos lados. Su presencia animal marcaba cada rincón de su alma como si fuera de su propiedad. Y lo era. Él no sabía hasta qué punto ella lo era. Y, aunque su castigo estaba estimulándola y le daba muchísimo placer, comprendió que había diferencias entre herirlo de verdad, y solo molestarlo.

Cleo no le había molestado con su actitud: le había herido. Se notaba en sus envites poderosos, en sus gruñidos a caballo entre la queja y la reprimenda. Lo captaba en sus manos, que acariciaban solo para castigar, no para calmar.

Y, también, en lo poco que hablaba con ella mientras lo hacían; ni siquiera le miraba a los ojos.

Cleo no se consideraba parlanchina en el sexo; de hecho, prefería actuar. Pero Lion siempre le había explicado todo; y, en el fondo, siempre era dulce y considerado con ella.

Esta vez no era así. Sabía que le estaba dando placer, pero solo eran dos cuerpos fornicando. Y ella quería más. Siempre querría más.

—Quiero correrme, Lion. Estoy a punto desde hace más de un hora… —Y empezaba a sentirse irritada. El agua del mar y las dimensiones de su miembro podían ser una mala combinación.

—Lo que tú quieras no me importa. Igual que todo lo que yo te he pedido y he querido tampoco te ha importado a ti. —El sonido del agua al salpicar entre ellos era enloquecedor. La penetró con más fuerza y tomó su clítoris entre los dedos—. Esta noche no hay salida para ti, preciosa.

—No… —sollozó Cleo—. Sí que me importa lo que quieres.

—No. No es verdad. —Lion alzó su pierna derecha, dobló las rodillas y abrió más a Cleo para poder poseerla mejor.

En esa posición, sentía las embestidas hasta en el estómago; y creía que de verdad la iba a partir en dos. Se sostenía gracias a la roca, porque hubo un momento en que ni siquiera el pie izquierdo tocaba en la arena.

—Oh, madre de Dios… —Se apoyó por completo en el torso de Lion y dejó que él hiciera con ella lo que quisiera. Dos embestidas más y se correría. Sentir esa zona de su cuerpo temblar por un inminente orgasmo era algo increíble. El ser humano tenía una educación sexual patética; y Lion le estaba enseñando lo ignorante que había sido toda su vida—. No te detengas… Por favor, por favor… No pares, Lion…

Lion ya no aguantaba más. No iba a correrse tampoco, aunque como amo podría hacerlo, porque Cleo se lo tenía bien merecido. Pero no podía. No la dejaría así después de estar tanto rato poseyéndola.

Antes de que ella y él alcanzaran el orgasmo a la vez, se retiró de su interior y se apretó la base con fuerza para no eyacular.

Cleo cayó desmadejada sobre la roca, apoyada con las manos, los pechos y la mejilla en ella, respirando agitadamente. Descontrolada y enfadada porque, después de todo, Lion había cumplido su promesa.

Lo miró por encima del hombro y vio que él permanecía recortado a través de la noche, con su espléndido cuerpo hinchado y marcado por el esfuerzo, y su erección entre las dos manos; y ni así la cubría por completo.

Ella no sabía si ese castigo se lo merecía o no. En parte sabía que sí. Pero tener ese conocimiento no la hizo sentirse mejor. Anhelaba el contacto de Lion, que le acariciara y le hiciera volar como había hecho cada una de las veces que habían empezado a tocarse. Nunca, jamás, la había dejado en ese estado: abandonada, sola, dolorida y vacía.

Cleo se dejó caer al agua, sumergiéndose por completo. Cuando emergió de nuevo, tenía todo el pelo rojo hacia atrás, como una cortina que cubría su espalda. Los ojos verdes no expresaban nada más que un leve desconcierto y mucha frustración.

Ni odio, ni rabia, ni simpatía, ni cariño, ni desdén. Nada.

—Esa es la diferencia, Cleo. Esto es un castigo de verdad: el castigo sexual de un amo disgustado con su pareja. Dolor-placer sin orgasmo. No te lo has merecido.

—Entonces… Procuraré no hacerte enfadar la próxima vez, señor —susurró sin reverencia alguna. Como él no le contestó, Cleo tragó saliva y se encogió de hombros. Sin decirle nada más, pasando por su lado con el cuerpo laxo, llegó hasta la orilla y se colocó el biquini de nuevo para volver al mar. Lion seguía completamente empalmado, con las manos a su alrededor—. ¿Ahora te sientes mejor? —le preguntó mirándolo de reojo y lanzándose de cabeza para nada y huir de él.

Lion se hundió en el mar de su miseria personal y gritó bajo el agua. Gritó de impotencia y también de furia contenida.

Cleo había hecho un grandísimo trabajo, se lo reconocía; pero había arriesgado demasiado. Y para Lion, era muchísimo más importante ella que el jodido caso.

Ahí radicaba el motivo de su ofuscación.

El mar se convirtió en sal para sus heridas. Sal para las heridas de ambos.

Iniciando una potente brazada, siguió a Cleo.

Volverían al hotel y hablarían con Nick sobre todo lo sucedido.