Capítulo 10

«No importa cuán grandes sean las lágrimas de una sumisa; será amada y venerada por cómo las deja caer».

Plancha del Mar

Saint John

El maldito parche le picaba y presionaba su ojo demasiado. La ropa de pirata era agradable, pero Lion no se sentía cómodo en absoluto.

La Plancha del Mar era un restaurante muy espacioso y sibarita, ubicado en el interior de la isla. Habían dispuesto varias mesas a lo largo y ancho de la enorme sala y estaba todo decorado con motivos filibusteros. Las luces azules simulaban el interior del mar y teñían las pieles de los asistentes de ese color celeste.

Los participantes, todos vestidos de piratas, bucaneros y doncellas, disfrutaban caracterizados tal y como estaban, con sus antifaces dorados, negros, rojos, blancos… y parches de todas formas y de todos los colores.

Una mascarada pirata. Algunos incluso bromeaban con sus espadas falsas, fingiendo que eran temerarios corsarios.

Lion había pasado una tarde horrible: pensando en Cleo constantemente y temiendo que Markus le hiciera cosas que ella no estaba dispuesta a aceptar. El amo podría darse cuenta de lo poco familiarizada que estaba su compañera con el BDSM y podría sospechar sobre su verdadera identidad. Como mínimo, no entendería qué hacía una mujer como Cleo en un torneo de practicantes avanzados de dominación y sumisión.

Se fue al baño de hombres del restaurante para remojarse la cara y secarse el sudor.

¿Y si Markus le había hecho daño? ¿Y si la había sometido? Para colmo, no había señal audiovisual de la cámara de su collar de sumisa, ni tampoco audio de los micros. Era como si estuviera en paradero desconocido y se la hubiese tragado la tierra.

Nick, con una impecable camisa blanca, un güito con elegantes plumas blancas y pantalones negros con botas, entró al baño y se dirigió a lavarse las manos, posicionándose justo al lado de Lion.

—King.

—Tigretón.

—El calor es insoportable, ¿verdad?

—Sí, lo es. Y todavía más vestidos así.

Lion tenía la vista azulina clavada en el espejo, mirando su propio reflejo, húmedo y goteante por el agua.

—¿Todo bien? —preguntó Nick, a través del cristal, haciendo referencia a la misión.

—Sí. Ya queda poco para la final, ¿verdad?

No habían podido hablar todavía. Thelma tenía ocupado a Nick; aunque esperaba que esa noche, de madrugada, pudieran quedar en el hotel o en las afueras para dialogar largo y tendido sobre los avances de Amos y Mazmorras.

Nick parecía cansado y preocupado por algo. Lion hacía tiempo que no veía a su amigo tan cariacontecido. La última vez que lo vio así fue un año atrás, cuando sufrió todo aquel rocambolesco incidente. Tema que, por cierto, nunca había vuelto a sacar con él, pues comprendía que Nick continuaba violentado por los recuerdos.

—¿Puedo hacerte una pregunta indiscreta, Tigretón?

—Me la harás igual.

—Bien visto. ¿Por qué has eliminado a Sophiestication? ¿Por qué esa necesidad de jugar en pareja con Thelma? ¿Tanto te molestaba la otra sumisa?

Los ojos ambarinos de Nick desafiaron al agente Romano a través del espejo.

—Lo hecho, hecho está. Soy muy celoso de mis amas y necesito que me presten toda la atención. No debe haber distracciones y me gusta monopolizar.

Lion entrecerró la mirada y, aunque estaba lejos de dar esa respuesta como buena, decidió no molestarle más. «No deben de haber distracciones», curiosa contestación.

—¿Sabes algo de Lady Nala? —preguntó el sumiso rubio.

—Solo que Markus la traerá de nuevo a la Plancha del Mar.

—¿Crees que habrá jugado con ella?

—Espero que no; o me enfadaré mucho —amenazó entre dientes.

—Es una posibilidad. Prepárate para cualquier cosa.

—¿Como qué?

Nick se secó la cara con una servilleta de papel del dispensador y se dio la vuelta para salir del baño.

—Sin contrato, sin edgeplay establecido como pareja y sumisa, sin nada de nada… —enumeraba mientras se dirigía a la salida—. Solo la palabra de seguridad podía salvar a Nala. Si no la ha pronunciado en ningún momento, Markus ha podido empujarla hasta hacerle lo que él quisiera. Ese amo tiene unos apetitos insaciables. Todo el mundo apuesta a que Lady Nala ha caído en sus redes.

—¿Sabes algo de él que yo no sepa? —preguntó interesado.

Aquella tarde, el equipo estación le había informado sobre los datos personales de Markus: nacionalizado en Estados Unidos, provenía de una familia de Moscú y se dedicaba a la Bolsa. En sus ratos libres era amo; y también cobraba por ello. Entrenaba a las sumisas para prepararlas en juegos colectivos.

—Nada importante —confesó Nick—. Pero su reputación le precede. Además, esto es Dragones y Mazmorras DS, él se llama Markus y es un Amo del Calabozo —levantó la mano y se despidió de él—; si eso no te acojona, entonces no sé qué lo hará. No necesitas saber nada más para comprender que es capaz de todo. Te esperamos en nuestra mesa. Van a traer la comida y tengo hambre.

Lion asintió y acabó de secarse la cara. Tiró la servilleta a la basura, siguió a Nick y añadió:

—Ya… Pero yo también soy capaz de todo —murmuró en voz baja.

Cuando llegaron a su mesa, Lion se quedó de piedra al encontrarse con alguien con la que no esperaba dar esa misma noche.

Mistress Pain le estaba saludando coquetamente, vestida de doncella y mirándolo hambrienta.

—¿Pain? —Lion se sentó a su lado incómodo con su presencia. Cuando Cleo la eliminó no se habían podido despedir y su salida del torneo había sido muy ruda y poco ceremoniosa—. ¿Qué haces aquí?

Claudia se encogió de hombros y le tomó del brazo, pegando sus voluptuosos pechos a su bíceps. El vestido que llevaba, blanco y rojo, no era nada recatado; y los pezones estaban a punto de salírsele del corsé.

Sus ojos negros le devoraban.

—Bueno, soy una importante mistress, King. ¿No lo recuerdas?

—Por supuesto que sí, mistress.

—Puede que no pueda jugar en el torneo por las manipulaciones de esa arpía de pelo rojo que tienes como pareja; pero los organizadores quieren que siga participando de los eventos extraoficiales del juego. Soy un reclamo para el torneo; más o menos como lo puede ser Sharon.

Lion sonrió con frialdad. Nadie se comparaba con Sharon; y Claudia estaba muy lejos de alcanzarla, por muchas razones que él no iba a señalar.

Thelma puso los ojos en blanco y Nick aprovechó para beber de su copa de vino tinto; todos pensaban igual.

—¿Y dónde está ella? —preguntó Claudia pasándole la mano por la nuca morena, frotando el pelo pincho que nacía corto y con fuerza.

—Les robaron los objetos; y Markus, el Amo del Calabozo, la reclamó para él —explicó Thelma, que llevaba un disfraz de pirata y dos moños rubios en lo alto de la cabeza. Ella prefería el estilo más masculino, y su antifaz tenía lentejuelas brillantes negras y blancas.

—Oh. —Claudia estudió la reacción de Lion y arqueó una ceja oscura y perfectamente delineada—. Te la has sacado rápido de encima, ¿eh? —Apoyó la mejilla en su hombro y se frotó contra él como una gata en celo.

—En realidad, yo me negué, pero Lady Nala no es nada dócil. —Bajó la mirada para amonestar a Claudia—. Y, aunque lo que hizo contigo fue escandaloso, son las reglas del juego, Mistress Pain. Es una chica muy competitiva y una buena jugadora —estaba excusándola.

Claudia levantó una copa despreocupada y exclamó:

—Entonces, ¡por Lady Nala! Y por Markus. —Miró a Lion de reojo—. Si crees que Lady Nala ha salido intacta de su estancia con él, estás muy equivocado, amigo. Markus se tira a todo lo que se mueve.

Lion no brindó; a diferencia de Thelma y Nick, que sí lo hicieron.

El agente Romano estaba cada vez más convencido de que Nick intentaba emborracharse para olvidar y no pensar.

En otra mesa más alejada, las Criaturas empezaban a animar el cotarro. Prince, por su parte, no dejó de mirar a Lion. El amo, vestido todo de negro, con el pelo recogido hacia atrás, levantó su copa y sonrió como si supiera el calvario que estaba pasando, disfrutando de ello.

En otra, Sharon y sus acólitas arañas, todas amas, bebían y brindaban por lo que la noche les deparara.

Más al fondo de la sala se había montado una especie de pasarela, seguramente para algún espectáculo; y como la sala era muy grande, las mesas se habían dispuesto alrededor del tendido. Y, aun así, había mucho espacio para moverse.

En un lugar como aquel, todo el mundo quería devorar a todo el mundo de algún modo. La competitividad se exponía a la máxima potencia; el honor y el orgullo eran una enorme baza que utiliza pero si, además, existían viejas rencillas, entonces el torneo se convertía en realidad en un maravilloso, sexy, sensual y sádico campo de batalla.

Lion se llenó la copa de vino y la bebió toda de un trago.

Joder, tenía una gran habilidad para granjearse enemigos.

***

Después de la cena, la gente estaba mucho más animada gracias a los efectos de una buena comida a base de todo tipo de vegetales, mariscos a la plancha y el ron cajún Spice, que no dejó de correr por todas las mesas.

Lion oteó la botella y leyó la inscripción de la etiqueta. Era un ron que solo había visto en Nueva Orleans; pero, al parecer, también lo comercializaban en las Islas Vírgenes, seguramente porque era la bebida de los piratas y las islas fueron frecuentadas y conquistadas por ellos.

Los camareros retiraron las mesas y poco a poco dejaron la sala vacía, a excepción de la barra de cóctel abierta y disponible para todos.

Miró su reloj: eran ya las doce de la noche.

¿Cuándo se suponía que iban a traer a Cleo? Dio otro sorbo al ron y esperó a que la bebida orleanina apagara las llamas de su ansiedad.

Entonces, la pasarela se iluminó con los focos.

La música tronó a través de los altavoces; y la fiesta, la verdadera fiesta del ambiente, comenzó. Todos vitorearon y alzaron sus espadas.

En aquel momento, apareció Cleo, vestida a caballo entre pirata y libertina, con su sombrero negro de lacitos y plumas rojas y su vestido extracorto con ribetes negros. Las botas de plataforma con tacón le hacían parecer más alta de lo que en realidad era.

La joven se quedó quieta en medio de la pasarela, permitiendo que el foco la iluminara bien; aunque mantenía la cabeza inclinada y sus ojos verdes ocultos tras un antifaz negro, cubierto por el ala del sombrero.

La letra de Masquerade de BSB acompañaba su performance.

Lion abrió los ojos al verla, petrificado, con la botella de ron a medio camino de su boca. Sus pies, envueltos en las botas tomaron vida propia y le acercaron a la pasarela. Quería recogerla y sacarla de ahí, asegurarse de que estaba bien, de que Markus no se había aprovechado de ella.

This seems so hypnotic, smoke and mirrors, lights and magic/Esto se ve tan hipnótico, humo y espejos, luces y magia

Paper faces in gold/Máscaras doradas

There’s soldiers boy, beauty queens, everyone’s a mystery/Hay soldados, hermosas reinas, todos son un misterio

It’s got me losing control/Hace que pierda el control

Cleo atrajo a la multitud como polillas a la luz. La joven tenía una cuerda entre las manos y emprendió la marcha por la pasarela, moviendo las caderas al ritmo balanceante de la música. A medida que caminaba, las sumisas, que estaban atadas por sus collares a la cuerda que ella sostenía, iban apareciendo en escena, apoyadas sobre manos y rodillas, con sus trajes de látex y sus cabezas todas cubiertas con las máscaras, como si Cleo estuviera exponiéndolas en un torneo de belleza canina.

Era ella quien las mostraba a la multitud. Y no se sentía excesivamente bien con ello, pues sabía en qué estaban metidas; que las drogaban para estar ahí y que las domaban. Pero, por otra parte, conocía que estaban bajo la doma de un miembro de la SVR, y que él no permitiría que les hicieran daño. No obstante, Markus debía mantener su papel hasta el final; como ella, como Lion, como Leslie y Nick…

Lion. Infiltrarse suponía implicarse, comprometerse. Fingir que eras quien no eras. Aunque, a veces, ni uno mismo sabía quién era en realidad.

¿Dónde estaba Lion?

Cleo se levantó el ala del sombrero y buscó entre la multitud de piratas, a ver si encontraba al alto agente del FBI.

En ese momento, Markus se pegó a su espalda y le puso las manos en la cintura, meciéndose con ella al mismo ritmo, de un lado al otro, moviendo la cadera.

It’ s a masquerade, a love parade/Es una mascarada, un escaparate del amor

So won’t you stay and dance with me?/¿No te quedas a bailar conmigo?

All through the night and day/Durante la noche y el día

My masquerade, I need you, baby/Mi mascarada, te necesito, nena

So stay with me tonight/Así que quédate conmigo esta noche

El corsario Markus, sin camisa, con su cresta mohicana y un parche en uno de sus ojos amatista era, si no un pirata, un mafioso punk ardiente y conquistador que hacía las delicias de todas las féminas con su porte altivo y a la vez pícaro.

Los invitados aplaudieron y silbaron, pidiendo más de su particular espectáculo, anhelando que cruzaran esa línea entre lo decente y lo que definitivamente se volvía perverso y sexual.

***

Lion apuró la botella de ron, inmóvil y turbado por el espectáculo que estaban dando Cleo y Markus. En realidad, no hacían nada, pero lo hacían todo. Su manera de moverse, de tocarse, de sonreírse y provocarse… El modo que tenía Cleo de mirar, tan sensual. Y, además, no había soltado la correa de las sumisas; ahora todas caminaban en círculo alrededor de ellos. Markus se frotó contra sus nalgas y levantó las manos de Cleo para que rodeara su cuello y se colgara de él.

Burning, I’m burning, can’t you see it in my eyes?/Ardiendo, estoy ardiendo. ¿No lo puedes ver en mis ojos?

Wanna play in this game of disguise/Quiero participar en este juego de disfraces.

Claudia se colocó detrás de Lion y se alzó de puntillas para murmurarle al oído:

—¿Y dudas de que no se han acostado? —Se echó a reír—. Mira qué cara tiene ella. Y cómo la mira él. Estos dos se han dado un homenaje a tu costa. Huelen a sexo. De hecho, me han dicho que han visto a Markus, en su casa de Peter Bay, follando con una mujer de pelo rojo en pleno porche.

Lion apretó los dientes, intentando no hacer caso de las palabras ponzoñosas Ama Switch.

—Mientes.

—¿Por qué habría de hacerlo?

—Porque estás enfadada con ella.

—Es cierto; no me gustó lo que me hizo. Pero ¿vas a dejar que se rían de ti, King? —continuó Claudia—. Te están provocando. Ya todos vieron cómo perdiste la partida esta mañana; y ahora te está avergonzando… Y mira lo que tengo para demostrarte que no miento. —Claudia le enseñó el iPhone. Había una fotografía de una chica abierta de piernas con el rostro levantado hacia el cielo y el pelo rojo cayéndole por la espalda. No podía identificar su rostro pero, tras ella, había un tío con una cresta como la de Markus que tenía media cara oculta tras el cuello de la mujer y una mano medio hundida entre sus piernas abiertas y desnudas.

Un músculo descontrolado palpitó en la mandíbula de Romano que miró a Claudia con estupefacción.

—Te dije que no mentía —repitió el ama.

Cleo y Markus seguían bailando y, entonces, el ruso le dio la vuelta y la encerró entre sus brazos para hundir el rostro entre su cuello y casi parte de su escote.

Lion no lo podía soportar. Cleo podría interpretar un papel, pero Claudia tenía razón. Parecía más descansada, más segura de sí misma, más… tranquila. ¿A qué era debido?

¿Sería verdad el rumor de Claudia? ¿Y esa foto? ¿Markus tenía una casa en Peter Bay? ¿Qué coño habían hecho? La imagen era borrosa, no se veía bien del todo.

¿Qué había hecho Markus con ella? ¿No se suponía que Cleo debía permanecer quieta como un mueble? ¿Por qué bailaba con él? Aunque haber permanecido quieta en su casa tampoco le impediría al amo follársela si así lo quisiera.

Mierda, qué putada.

Prince subió al escenario, así de repente.

«Éramos pocos… Eso sí que no», pensó Lion.

Cleo se tensó cuando sintió otras manos en sus caderas. Miró por encima del hombro, para ver quién se había unido al baile, pensando que era Lion que había ido a buscarla, y se encontró con el apuesto rostro oscuro de Prince. El hombre se pegó a su espalda e hicieron un sándwich con ella al tiempo que le ofrecía una botella de ron cajún Spice.

«Bueno, bien. Bebamos un poco», pensó Cleo para no huir atemorizada de esos dos hombres llenos de testosterona.

Lion apretó los puños, reconcomiéndose a cada vuelta y cada meneo que daban los tres, solapados pierna con pierna, cadera con cadera.

—¡Que empiece la fiesta! —exclamó Sharon sobre la mesa, moviendo las caderas y alzando los brazos por encima de su cabeza, agitándose el pelo rubio y animando a todos los asistentes a bailar y a mirarla. Cómo no.

A algunos no les interesaba el baile, solo querían desencadenar a las sumisas y empezar a jugar con ellas y a practicar.

A otros solo les gustaba mirar a Sharon. Pero la gran mayoría se puso a bailar bajo su orden.

Ocuparon la pasarela y toda la sala, meciéndose unos con más psicomotricidad que otros, pero moviéndose y bailando, al fin y al cabo.

Cleo no lo estaba pasando mal: a ella le gustaba bailar y los dos hombres lo hacían muy bien pero, en realidad, solo quería bailar con uno.

Lo buscó entre gorros, sombreros, parches y antifaces… Buscó al león, al Rey de la selva.

Y, de repente, lo vio, con el pelo erizado, enseñando los colmillos. Y le acompañaba alguien que ella misma había eliminado: Mistress Pain.

Lion, consciente de que Cleo le miraba por encima del hombro de Markus, tomó a Claudia de la mano y la acercó a su cuerpo para bailar con ella.

Cleo no supo cómo encajar lo que veía. Había echado a Claudia, ella la había eliminado de la competición, ¿qué hacía allí sobando a Lion?

Claudia no tardó ni dos segundos en rodear su cuello con los brazos y plantarle un besazo en toda la boca.

Cleo abrió la boca, confundida y alterada por ver que Lion ni siquiera se apartaba, el cretino. Ella estaba en medio de una performance para el torneo, ¿es que acaso no lo sabía? ¿Qué estaba haciendo con Claudia? ¿Por qué se dejaba tocar por ella? No es que tuviera que permitírselo, porque él no estaba obligado a comportarse ni a mantener las formas; en cambio, ella, sí.

—Bebe y baila, Nala. No le mires tanto —le dijo Prince con suavidad.

Cleo asintió, afectada, y se bebió la botella de ron de golpe, sin detenerse y todo ello moviéndose al ritmo de la música.

Lion miró a Prince, lanzándole dagas azules con los ojos.

Prince se pegó más a ella; y Cleo supo que a ese juego de desafíos y estudio de campo podían jugar todos.

¿No se trataba de eso? ¿De sobrepasar los límites? Aun así, Lion le había prometido, y le había asegurado, que era un amo que no compartía. ¿Por qué no subía al escenario y la sacaba de ahí, aunque fuera a rastras? ¿Por qué no demostraba que le importaba? En vez de estar alegre por verla, se comportaba como si le importara un comino.

Lion sobó las nalgas de Claudia y le metió la lengua en la boca.

Cleo no podía apartar la mirada de él. El agente estaba provocando de algún modo; pero estaba llevando el juego demasiado lejos, porque mientras besaba a Claudia, la miraba a ella como diciéndole: «¿mira, ves qué bien estoy?».

Cleo cerró los ojos para soportar la increíble amargura que le barrió de dentro hacia afuera, como una supernova. Apoyó la cabeza en el pecho de Prince, un poco mareada por beberse toda la botella de ron casi de golpe. Miró a Lion a través del antifaz mientras Prince le besaba la mejilla y deslizaba los labios a través de su cuello.

Markus estudió a Cleo y vio que se comportaba de manera más desinhibida. Los Villanos mirarían aquella fiesta televisada, el local tenía cámaras. Cleo se estaba comportando como debía: sin miedos, llamando la atención. Pero lo hacía porque quería que su amo fuera a por ella; y el tipo se estaba dando un festín con Mistress Pain e ignoraba a su verdadera compañera.

Eso no era bueno para la misión. Allí había mucha tensión.

Markus la besó en la comisura del labio mientras Prince lo hacía en el hombro, moviéndola al mismo ritmo, meciéndola como olas a la deriva.

La música se deslizó bajo la piel de Cleo, ácida, llena de palabras repletas de verdad. La sala rebosaba de anhelo, al menos por su parte. Con las ganas que tenía de regresar con Lion… Y el hombre no hacía otra cosa que comerle los labios a Claudia. Pero ¿por qué? ¿Qué pretendía con eso? Ella le quería; deseaba ser ella quien bailara con él.

Lion se movía de vicio, el condenado. Sharon lo sabía; Claudia, también. La que no tenía ni idea de cómo bailaba era ella. «Es una mascarada, una parada del amor. ¿No te vas a quedar para bailar conmigo?», tarareaba Cleo mentalmente con la vista fija en Lion.

En aquel momento llegó Sharon y se unió al baile de Claudia y Lion. «Perfecto, otro trío más», pensó la joven, amargamente. ¿Por qué la rubia se metía siempre en medio? ¿No podía estarse quietecita?

Pero Sharon no miraba a Lion mientras lo tocaba y se ponía de puntillas para lamerle el cuello. Sharon, con su vestido de doncella color violeta y su antifaz negro, solo tenía ojos para… Cleo alzó los ojos por encima del hombro y se encontró con Prince, que miraba de igual modo a Sharon.

«¿Pero qué está pasando aquí? ¿Nos estamos utilizando entre todos?», pensó confusa. Era como un duelo entre la Reina de las Arañas y el Príncipe de las tinieblas.

Prince deslizó la mano, poco a poco, por su estómago.

Sharon hizo lo mismo con Lion, pero hacia abajo…

Lion dejó de besar a Claudia y admiró a Sharon por encima del hombro.

—¿Sharon? —preguntó sorprendido.

Cleo y Prince, que miraban los movimientos del otro trío, se tensaron a la vez sobre la pasarela. «No se atreverá a…», pensaron los dos a la vez.

La mano de Prince, que estaba decidido a provocar un altercado, se posó a la altura de pecho izquierdo de Cleo, que se tensó al contacto. Justo en el mismo momento, Sharon tocaba todo el paquete de Lion.

Todos sabían lo que estaban haciendo.

Cleo pensó que o se detenía, o lo que sucediera esa noche no iba a tener vuelta atrás. Ella no quería acostarse con Prince, ni con Markus. No quería estar con ellos. Su cuerpo era suyo; y solo Lion podía hacerse cargo de ella. No iba a sentirse cómoda con nadie más.

Lion permanecía quieto mientras Claudia sonreía a Sharon y al mismo tiempo mordía levemente el cuello de Lion; mientras, la rubia frotaba su erección entre sus dedos.

Las dos amas miraron a Cleo con malicia.

Y la joven no lo soportó. No estaba acostumbrada a esos juegos; y no quería llegar más lejos. La gente era libre de hacer lo que quisiera; de acostarse con quien le diera la gana, de hacerlo a la vez con veinte personas diferentes si eso les placía y se sentían bien haciéndolo; pero dudaba de, si ella lo hacía también, poder levantarse a gusto consigo misma al día siguiente.

Por esa misma razón, apartó a Markus, que le presionaba la entrepierna con su muslo, y retiró las manos de Prince de su cuerpo. Con rostro desafiante y asqueada por la situación, se levantó el sombrero y saludó a Lion despectivamente. «Que lo disfrutes, capullo. Yo me retiro».

Lion la saludó a su vez, desganado. Se llevó a Claudia de la mano, tomando la de Sharon también, y le preguntó a la Reina:

—¿Vienes?

—¿Contigo, King? ¿Adónde? —preguntó sorprendida, pero también sin perder su típica seducción.

Lion no contestó. Solo la miró fijamente, inmovilizándola con sus ojos azules consumidos por la rabia y los celos. ¿Tenía que explicárselo?

No. No hacía falta dar detalles… La rubia echó un vistazo a la pasarela. Prince bebía ron y levantaba la botella, saludándola con gesto inapetente.

Sharon parpadeó y, sonriendo fríamente, tomó la mano que Lion le ofrecía, para irse de la fiesta con él y Mistress Pain.

Cleo, desolada y un poco aturdida por el alcohol, bajó de la pasarela con los ojos verdes llenos de lágrimas; se llevó otra botella de ron de la barra y salió a trompicones del local, escuchando las últimas palabras de la canción.

Masquerade. Masquerade.

Lion se había ido con dos mujeres… Con dos enemigas: Sharon y Claudia. Y no era tan estúpida como para no saber lo que iban a hacer los tres juntos… Y no tenía nada que ver con jugar al Twister. Se iban a tocar, se iban a besar… Y él lo permitiría. Así de fuertes eran las cosas que sentía Lion por ella. Es decir: una mierda.

***

Cleo se quitó el sombrero, con la garganta dolorida por las lágrimas sin derramar, y cruzó el salón hasta llegar a la terraza.

—Aire, aire… Necesito respirar. —El ron estaba delicioso; tenía ese gusto picante y cajún que la trasladaba y la hacía viajar hasta Nueva Orleans. Pero empezaba a tener unos efectos muy raros en ella… Le hormigueaban la piel y los labios, y le ardía el bajo vientre—. Qué extraño… —murmuró llevándose la mano a la barriga.

Saint John vivía ajeno a la fiesta de piratas de la Plancha del Mar. A lo lejos, los barcos iban y venían, y la música caribeña volaba desde la playa hasta el balcón. Se apoyó en la baranda de madera e hizo caso omiso de las parejas que estaban haciéndose arrumacos en las esquinas del cenador.

Apartó su antifaz para colocárselo como una diadema que sostuviera su pelo rojo, y sorbió sus lágrimas.

—Estúpida. Tonta —se decía a sí misma sin dejar de beber de la botella—. ¿Qué creías que iba a pasar? —susurró con el corazón encogido. Si tenía alguna duda de lo que sentía por Lion, esa misma noche se había borrado de un plumazo. Estaba enamorada de él: le quería. Y no transigía con la idea de que otras mujeres pudieran tocarle. Si ya se ponía enferma al pensar en las mujeres que había tenido a su cargo en el pasado… Verlo en directo, besando a otras y disfrutando de sus tocamientos descarados, la había destrozado.

Y el muy cerdo lo estaba haciendo a propósito, como si la castigara por algo. ¿Por qué? ¿Por bailar con Markus? ¿Qué pensaba que había hecho con él? ¿Lion estaría actuando por despecho o porque en realidad era así de frío y sin escrúpulos? Además, se había ido con dos mujeres; y lo había hecho delante de todos, dejándola a ella en ridículo. ¿Quién se iba a creer que era tan buena en sus prácticas si Lion la abandonaba por otras?

En el interior del restaurante, Cleo era muy consciente de que Markus estaba jugando con Leslie, y la tenía boca abajo sobre sus rodillas. Le iba a hacer un buen spanking.

—Te dije que te haría daño.

Ya conocía aquella voz educada y medio aristócrata. Era la de Prince.

—Te dije que no tiene respeto por nada ni por nadie —le recordó el hermoso amo.

—Es extraño que os llevéis tan mal habiendo sido tan buenos amigos antes —murmuró Cleo secándose las lágrimas disimuladamente—. King tiene una mala impresión de ti también.

—Sí. Él lo niega todo. Y seguramente hoy también negará que está haciendo un trío con Mistress Pain y Sha… La Reina de las Arañas. ¿Y tú le creerás?

Cleo se encogió de hombros. ¿Qué iba a creer ella? No creía en nada, ni en nadie. Pensaba que podía confiar en Lion, en sus palabras, en lo que sucedió la noche anterior… Pero no era así. Se pasó los dedos por el tatuaje de la pieza de puzle. Estaba cicatrizando muy bien y ya no tenía el plástico, pero requería otra limpieza y más crema cicatrizante.

—¿Qué hace aquí Mistress Pain? La eliminé.

—Al parecer, la organización y los Villanos han pedido que ella se presencie en las cenas y los eventos extraoficiales del torneo. Les gusta. Claudia es una atracción para ellos.

—Claudia es una arpía ególatra y fría; y no entiendo cómo Lion ha podido coger e irse con ella…

—A Lion le gustan así. —Prince se apoyó en la baranda hasta que se tocaron hombro con hombro—. Por eso tú no pintas nada con él.

Cleo sonrió con amargura.

—Tampoco pinto nada contigo. Eres un Amo Criatura.

—Solo es un papel. —Prince se giró para mirarla a los ojos. Le retiró un mechón de pelo rojo y le acarició con suavidad—. No soy tan malo.

Cleo miró su mano, asombrada. Prince no se estaba cortando. La luna iluminaba sus facciones cinceladas; sus ojos negros clamaban por un poco de cariño y de amor correspondido.

Su imagen, todo lo que él desprendía, era arrebatadora; y seguro que habría miles de mujeres dispuestas a entregarse a él. Miles de mujeres libres.

Pero Cleo no podía ofrecerle eso. Y menos cuando sabía que el príncipe lo hacía por venganza: porque quería devolverle lo que fuera que le hizo Lion años atrás. Nunca se prestaría a jugar así de sucio.

Ella quería a Lion.

Se fijó en la llave en forma de trisquel que tenía tatuada el príncipe en el interior de la muñeca.

Y eso le recordó a otro tatuaje, con una simbología parecida, que había visto en la muñeca de la Reina de las Arañas. Miró a Prince a los ojos; y después estudió de nuevo el tatuaje. Aquellas eran marcas simbólicas de pareja.

Sharon tenía un candado en forma de corazón y Prince tenía una llave.

Oh, vaya. ¿Sería posible que…?

Abrió los ojos y se llevó la mano a los labios, estupefacta.

—Es Sharon.

Prince apretó los labios y dio un paso atrás, alejándose de la conversación y de los recuerdos. Se dispuso a dejarla sola.

—Buenas noches, Lady Nala.

—No, espera. —Cleo lo tomó del codo e impidió que se fuera—. Espera, Prince. ¿Es ella, verdad?

—¿De qué me hablas? —replicó muy seco.

—La mujer que te tiene amargado. La mujer que crees que te traicionó. Es Sharon.

Prince rio sin ganas.

—No lo creo. Sé que fue así. —Abrió los brazos exasperado—. ¿Con quién se ha ido Sharon esta noche?

Cleo abrió y cerró la boca como un pez.

—No tienes argumentos para señalar lo contrario —añadió él—. Y no es la primera vez que se acuestan.

—King tiene otra opinión respecto a ese día. Dice que miraste, pero que no viste. Que tus ojos te hicieron creer algo que no sucedió. Y que te equivocaste.

Dio un paso al frente y la arrinconó contra la baranda de madera.

—Ya. ¿Y King se atreverá a decirme esta noche que mis ojos se lo han imaginado todo? ¿Se atreverá a decírtelo a ti? No sé qué tipo de relación tenéis; pero él vino al torneo con otra pareja, que no eras tú. Y después de que tú la eliminaras, esta noche Lion se ha ido con esa misma mujer y con mi… Y con la Reina de las Arañas. ¿Por qué crees que lo ha hecho? —le preguntó con inquina.

No lo sabía. No sabía por qué Lion se había comportado así. No tenía respuesta para eso; excepto pensar que ella no le importaba tanto como sí le importaba él a ella.

—Yo… No lo sé.

Prince suavizó su expresión, se inclinó hacia ella y le habló con ternura.

—Eres una cachorra de leona enamorada del Rey León. Pero el rey tiene colmillos, auténticos y afilados, y los tuyos son de leche. —Incorporándose de nuevo, tomó su mano y la besó sobre su recién adquirido tatuaje—. Buenas noches, princesa.

—No soy una cachorra.

—Lo que tú digas, preciosa.

Cleo le dio la espalda. No quería seguir hablando con él. No quería seguir ahí. Solo quería ir a su hotel, dormir y esperar a que continuase el torneo.

Tenía que ser profesional y explicarle a Lion lo de Markus y Leslie.

Pero… ¿Y si iba a la habitación del hotel y se los encontraba en la cama?

El solo imaginarse la escena le produjo acidez de estómago. Si eso sucedía, tenía que comportarse con naturalidad.

Lion no la quería, y punto. Pero ella tenía mucho que decirle; y era muy urgente.

—¿Lady Nala?

Cleo se dio la vuelta y miró a Nick. Dios, tenía ganas de hablar con él; y, además, necesitaba un quad que le acercara al hotel en el que ahora se hospedaban.

—Hola, Tigretón.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó preocupado, bebiendo de su ron y ubicándose a su lado. Los dos contemplaban el horizonte paradisíaco nocturno—. Oye, ¿me lo parece o este ron está… alterado? ¿No te encuentras un poco… desinhibida?

—Bueno, me encuentro un poco mareada, creo… —Pero el ardor entre las piernas y la sensación de que cualquier roce la ponía en alerta estaban ahí.

—¿Markus te ha hecho algo? ¿Te has acostado con él?

Cleo puso los ojos en blanco y negó con la cabeza. Nick siempre tan directo…

—No.

—Eso no es lo que le ha dicho Mistress Pain a Lion.

Cleo frunció el ceño y giró el rostro hacia él.

—¿Cómo dices?

—He visto cómo Claudia le comía la oreja a King diciéndole que te habían visto en Peter Bay con él, con Markus, en el porche de su casa.

—¡Eso es mentira! ¡Yo no he hecho nada de eso!

—Y… —continuó arqueando sus dos cejas rubias—, le ha enseñado una foto donde se supone que salíais Markus y tú en una situación muy comprometida.

—¡¿Pero cómo puede ser?! —susurró Cleo entre dientes—. Markus me ha tenido todo el rato bajo privación sensorial. No veía nada y tenía el rostro tapado. He hecho de mesa, Tigretón… Solo de mesa. —¿Cómo le decía que había descubierto detalles muy importantes para Amos y Mazmorras?—. ¿De dónde ha sacado esa zorra ese montaje? Es un montaje, Tigretón —aseguró apretándose el puente de la nariz—. Me… me duele la cabeza. Quiero ir al hotel. ¿Me llevas, por favor?

Nick buscó a Thelma con la mirada. Estaba muy entretenida jugando con las sumisas que habían traído Markus y Cleo. Si se iba, no iba a pasar nada; sobre todo teniendo en cuenta la naturaleza de su recién estructurada relación.

Tomó a Cleo de la mano y la sacó de la terraza y del restaurante.

***

Cleo cerró los ojos y permitió que el viento refrescara su rostro. Nick conducía el quad biplaza hasta el Westin Saint John mientras ella miraba su botella de ron cajún Spice con creciente curiosidad.

Era increíble que ese ron de Nueva Orleans llegara hasta allí. Lo peor era saber a quién pertenecía su destilería. Pensar en ello hizo que regresaran el frío y el miedo, y el maldito nudo en el estómago.

Pero estaba bien. Ella estaba bien. Y los padres de Billy Bob, propietarios de la destilería Louisiana cajun Rum, que producía esa bebida tan popular, no tenían la culpa de tener a un hijo que era el mismísimo engendro del diablo.

Esforzándose por eliminar el pensamiento sobre Billy Bob, se centró en Nick.

Cleo no podía explicarle a Nick nada de lo sucedido con Markus, porque los quads disponían de cámaras que televisaban todo para los Villanos; y en la Plancha del Mar tampoco podían hablar de ello por lo mismo. Esa noche, los Villanos no habían acudido; no obstante, lo veían todo.

—¿Por qué Mistress Pain ha hecho eso? —preguntó Cleo con el antifaz encima de la cabeza, sacándoselo con rabia. Se le había enredado en el pelo—. Aparte de que porque es una mala pécora, claro.

—Porque sabía lo que provocaría en King —contestó—. Solo basta con ser un poco observador y darse cuenta de que él no te mira como a las demás, Lady Nala. —Aunque en realidad, le hablaba a Cleo—. Seguramente, sabía que iba a ofenderlo y que provocaría una reacción en él. Como la que justamente ha provocado. —Se encogió de hombros y giró a mano derecha—. Quería vengarse.

Sí: esa podía ser una excelente razón. Una que ella quería creer.

—Oye… —Cleo lo miró por debajo de sus pestañas—. ¿Y se puede saber por qué has echado del torneo a Louise? ¿Cómo eliminaste a un miembro de tu mismo equipo?

—Tres son multitud —repuso Nick.

Ella se calló y permaneció con la mirada fija en la carretera. Sí, por supuesto que tres eran multitud: Lion, Sharon y Claudia, un espectáculo digno de ver; sin un ápice de corazón pero con mucha pasión carnal. Eran como tres ángeles caídos del sexo.

—¿Estabas enamorado de tu mujer, Nick? —preguntó sin atender a las consecuencias de su curiosidad. ¿Por qué le había preguntado eso?

El rubio apretó el volante con los dedos y dibujó una fina línea con sus labios. Aquel no era lugar para hablar de ello, pero no pudo resistirse a contestar.

—Todavía sigo enamorado de ella.

—Oh… Y estando enamorado de ella, en caso de que siguierais juntos, ¿habrías hecho un trío con dos mujeres y ninguna ella?

—No. Jamás. Ella… Me era más que suficiente.

Ese hombre había sido tocado y hundido por el amor y el rechazo que comporta el no ser amado con la misma fuerza.

—¿Por qué ya no estáis juntos?

—Porque a veces las cosas se rompen por otros motivos que no tienen nada que ver con el amor.

—Todo tiene que ver con el amor.

—Pues a mí no me sirvió de nada quererla con todo mi corazón —repuso con tristeza—. Hay cosas que se rompen inesperadamente; y, aunque después quieras recomponer los pedazos, ya no vuelve a ser lo mismo.

—¿Lo has intentado?

—No me dejó.

Cleo levantó la mirada a la noche estrellada y lamentó que ese agente guapo y melancólico tuviera que sufrir por un amor no correspondido.

—¿Por qué no te dejó?

—Me puso una orden de alejamiento —contestó sin darle ninguna importancia.

Cleo parpadeó confusa. ¿Dónde había oído eso antes? Ah, sí. En el avión de Nueva Orleans a Washington. ¿Qué les pasaba a las mujeres con las órdenes de alejamiento? ¡Si no querían ver a sus ex maridos, que se fueran a otro país! Empezaba a sentirse mareada. Notaba el corazón a revoluciones superiores a las normales y le urgía moverse. Salir de ahí, saltar del quad…

—Yo creo que, si todavía hay amor —musitó con una sonrisa de autocomplacencia—, todo se puede solucionar.

—Eres una romántica.

—Puede ser… Y mira cómo me va —murmuró resoplando y riéndose de sí misma. Sufría por amor. Por un hombre que, antes que hablar con ella, prefería tomarse la venganza por su propia mano.

—Ya casi estamos —anunció Nick—. Esta isla es muy pequeña.

Cleo no había visto el complejo hotelero todavía. Y se quedó pasmada ante su majestuosidad.

Aunque no lo disfrutó mucho, porque la escena de Lion le había agriado la noche.

La joven enseñó la pulsera amarilla con los datos biométricos de identidad, y el recepcionista le indicó cuál era su habitación.

Estaba decidida a sacar a esas dos mujeres de la cama de Lion. No era tan fría como para permanecer impasible cuando el hombre al que amaba, que era un completo cegato y un zoquete, le hiciera eso delante de todos.

Ni hablar.