Capítulo 1

Al principio, nos dijeron que el amor solo debía nacer entre el binomio hombre-mujer. Hoy, el amor es cosa de hombre-mujer, mujer-mujer y hombre-hombre. Al principio, nos dijeron que el sexo único y verdadero es el suave y amable. EL BDSM demuestra que también hay otro tipo de sexo. Ni bueno ni malo. Diferente.

Días atrás solo era Cleo Connelly, teniente policía de Nueva Orleans. Vivía feliz en la calle Tchoupitoulas y solo tenía a un macho en su vida; su camaleón, Ringo. Nunca antes había probado el BDSM, y el único azote que había sentido en sus nalgas era el de la mano de su padre cuando hacía alguna trastada de pequeña.

Pero seis días atrás, recibió la mala noticia de que su hermana, Leslie Connelly, había desaparecido en una misión, y el FBI llamó a su puerta para reclamar su ayuda, ya que necesitaban a alguien del mismo perfil que Leslie para introducirlo en el complicado y delicado caso que en el que su hermana participaba. Confiaban en que L siguiera con vida; por eso deseaban rescatarla. Y necesitaban su ayuda.

Ahora, en la actualidad, era Cleo Connelly: agente infiltrada del FBI en un torneo de dominación y sumisión llamado Dragones y Mazmorras DS, en el que interpretaría el rol de sumisa y ayudaría a revelar la identidad de los diseñadores de la droga popper y de los traficantes de blancas a los que perseguían desde hacía un año y que utilizaban el torneo como tapadera para sus delitos federales.

Hacía unos días, su corazón estaba entero y era libre.

En ese momento, intentaba reunir los trozos que Lion Romano, el agente al cargo de la misión Amos y mazmorras en la que se veía inmersa, e instructor de su doma, había partido, violando su confianza, infravalorando su capacidad como agente y, también, menospreciando su aptitud como mujer para mantener su interés.

Cleo Connelly nunca se había sentido tan devastada ni decepcionada como lo estaba ahora por y con Lion.

Aquello no iba a quedar así. Y si Lion pretendió sacarla del caso, fuera por el motivo que fuese, se la iba a encontrar de nuevo de pleno y, esta vez, él tendría las de perder.

Viajaba en un vuelo de US Airways dirección Washington D. C.

No le gustaba volar. En absoluto. De hecho, todos los trayectos los hacía en coche, por muy largos que fueran… Pero se le acababa el tiempo e iban contrarreloj para asistir al torneo en el que todo se destaparía; así que haría una excepción y pasearía por las nubes para encontrarse en Washington con su nuevo partenaire: el agente del FBI, Nick Summers, su sumiso.

El FBI había utilizado la tarjeta de invitación que Cleo recibió la noche anterior de parte de la Reina de las Arañas. La Reina, o alguien que contestaba por ella, les señaló que las invitaciones personalizadas tenían un código QR cifrado y oculto en la parte trasera. Si lo escaneaban, les llevaba directamente a la elección de una butaca en un avión que saldría desde Washington D. C. y les llevaría directamente a las Islas Vírgenes de Estados Unidos, más concretamente a la isla de Saint Thomas, y al aeropuerto Cyril E. King.

Habían puesto en marcha todas las tramitaciones con el rol, y Cleo Connelly se iba a infiltrar en el segundo torneo de Dragones y Mazmorras DS alias “domines y mistresses” como la rechazada y apaleada Lady Nala, la ex sumisa de Lion King, que ahora retomaba el rol de ama.

¿Qué llevaba en la maleta? Dos corsés que sumaban más de cinco mil dólares entre los dos, junto con puñados de rabia y deseos de venganza.

Madre mía, iba a ser carne de cañón para la Reina de las Arañas, estaba convencida de eso… En cuanto esa rubia Reina sádica de las nieves viera que empezaba el torneo separada de Lion, iría a por ella y la provocaría. No se lo iba a poner nada fácil.

Cleo intentaba devorar las lecciones de BDSM a través de su iPad para, al menos, tener una oportunidad de salvarse y no caer eliminados a las primeras de cambio. Esperaba que Nick le echara una mano y la guiara un poco… Había practicado como sumisa de Lion, pero no sabía cómo debía comportarse como ama. Tenía la estantería virtual de su librería electrónica atestada de cubiertas con medias de rejilla, taconazos de diez centímetros, fustas, látigos… ¿Sería suficiente fingir durante un día que era una dómina de escándalo hasta que desarrollara el plan que tenía entre manos?

Se lo tenía que plantear a Nick antes; y esperaba llevarse bien con él.

—¿Puedo hacerle una pregunta?

Cleo levantó la mirada de su instructiva lectura y miró extrañada a su vecina de vuelo: una mujer de pelo castaño claro con tirabuzones y ojos negros y enormes. Los llevaba pintados con kohl y sombra de ojos oscura, y los labios brillaban con una tonalidad terrosa. Debería tener más o menos su misma edad. Unos veintisiete o veintiocho años.

—¿Sí?

—No quiero parecer indiscreta…

Cleo apagó el iPad y carraspeó. Tal vez la mujer se había escarmentado al ver lo que estaba leyendo. Cosas como:

«A veces, el sumiso no siempre disfruta, y eso se da porque, dependiendo de los castigos que se le inflijan, pueden originarse pensamientos fatalistas como el de querer abandonar la relación de sumisión. Tranquilas. Recordad que el hombre, por memoria histórica, siempre se ha creído superior a la mujer, y para un macho, ser dominado sexualmente por una hembra, no es moco de pavo —decía una ama muy popular—. Por eso mismo, hay que valorar y, también saber premiar, su dedicación y su entrega hacia aquellas que siempre consideraron (equivocadamente, por supuesto) el sexo débil. Los azotes en el pene, la colocación de pinzas y la tortura de los genitales, nunca deberían ejecutarse para eliminar una conducta inapropiada que deseemos erradicar. Debe haber una línea que separe las prácticas que se realizan para provocar placer, de las de los castigos. Debes hacer saber a tu sumiso que el día que le castigues, lo recordará toda su vida. Le puedes castigar haciéndole dormir en el suelo, comportándote con indiferencia ante él (eso lo matará) o bien, negándole el orgasmo, todo dependiendo del error que haya cometido. Pero, si el sumiso reincide una y otra vez en el mismo error, debes plantearte si lo que tú consideras un castigo duro, no es, justamente, un motivo de placer sublime para él y lo está disfrutando demasiado. A veces, los sumisos son un poco farsantes, y ante ello, hay que dar un escarmiento. Que no os tomen el pelo».

—Dime. —Cleo le dirigió una sonrisa, como mínimo, amable y educada.

—Mi marido… —Se quedó callada mientras se enrojecía hasta la raíz del pelo—. A mi marido le gustan esas cosas.

Cleo fingió no comprender la pregunta, pero también enrojeció. Parecían dos tomates parlantes. Fantástico: ahora abriría una consulta de conducta sexual BDSM.

O eso, o una frutería.

—¿A qué se refiere?

Ella arqueó las cejas y sonrió dulcemente.

—Creía que estaba leyendo sobre dominación y sumisión. Solo quería hacerle una pregunta. No importa. —Entrelazó los dedos y miró al frente con educación, retirándose de la conversación como una señora.

Cleo observó su perfil. Era una mujer bonita y fina. ¿Por qué no le podía contestar? No le haría daño hablar sobre ello.

—Hazla. Pero te advierto que no sé mucho. Soy una principiante.

La chica se giró hacia Cleo y volvió a sonreír agradecida.

—Bueno, yo tampoco —le dijo a modo de confidencia—. No sé mucho… ¿Crees que un hombre con esas inclinaciones puede aceptar de nuevo a su mujer?

—No entiendo…

—A su mujer —prosiguió—. La misma que lo denunció por malos tratos en una sesión… íntima. —Le estaba hablando como si fuera una niña pequeña—. Un poco diferente a lo habitual… A lo que estaba acostumbrada.

A ver si lo entendía.

—Te refieres a que… —le habló del mismo modo—, denunciaste a tu marido porque…

—Me tiró del pelo… Y me azotó las nalgas… Y…

—¿Y…?

—Me esposó a la cama. —Carraspeó incómoda, mirando a Cleo como si ella fuera la respuesta a sus dudas.

Cleo se aclaró la garganta. No tenía ni idea.

—¿Él te avisó de que iba a suceder eso esa noche?

—Sí… Bueno… Me dijo que esa noche probáramos algo diferente. Que me disfrazara de doncella y él de pirata…

Roleplay.

—¿Eh?

—Eso se llama Roleplay. —Se visualizó en una tarima recibiendo un diploma, con cientos de hombres y mujeres cubiertos con máscaras de piel, aplaudiendo su audacia—. Te disfrazas e interpretas a un personaje.

—Sí, ahora lo sé. —Le explicó con ojos tristes—. La cuestión es que lo hice, pero no me imaginé lo que vendría a continuación. Él me…

—Te asustó.

—Sí… —se lamentó—, no me imaginaba que me arrancaría la ropa y fingiría que era un pirata que iba a violar a una doncella. Yo… Él —no sabía cómo explicarlo—… Él me arrancó la ropa y me esposó. Yo gritaba de miedo, pero él lo asoció a mi papel. Y después me tiró del pelo y me azotó con la mano —susurró—. Con la mano abierta en todo el trasero —aclaró, como si aquello fuera un pecado capital—. Con fuerza. Pero…

«¿No había palomitas en el servicio aéreo?». Tenía una imaginación muy vívida.

—¿Le dijiste que se detuviera?

—Sí. Él paró en cuanto vio que estaba llorando. Me quitó las esposas y se puso a llorar conmigo, arrepentido, cuando me vio tan descontrolada. Me puse histérica. —Sacudió la cabeza, como si quisiera borrar ese recuerdo—. Él me explicó que quería jugar a dominación y sumisión conmigo, y que yo también podría hacerlo con él… Sacó una fusta del cajón y me la ofreció para que yo lo azotara. Para que le azotara en sus partes… —sonrió con pena y apoyó la cabeza en el asiento, como si estuviera cansada—. Yo lo taché de enfermo. —Cada una de sus palabras era como si echara sal a sus heridas—. La cuestión es que, esa misma noche, lo denuncié, aunque él me suplicó que no lo hiciera, que me quería y que jamás me haría daño a propósito; que si no me gustaba ese tipo de juego no lo haría nunca más, pero…

—Lo hiciste igualmente. Le denunciaste.

—Sí. Y después de eso no lo vi más, hasta cuatro semanas después cuando nos reunimos con nuestros abogados para pedirle el divorcio.

—Lo siento. —Siempre era triste saber que una pareja se separaba.

—Y yo —contestó ella con la mirada perdida—. Entonces, cuando puse la denuncia, lo vi muy claro; pero después de salir del juzgado… Pasó el tiempo y poco a poco quise averiguar qué era aquello que sucedió aquel día… Me equivoqué al seguir mi impulso, pero tenía tanto miedo, ¿sabes? Hay tantos casos horribles que salen por la tele… y piensas que puede tratarse de eso, que eso mismo te puede pasar a ti… Nos enseñan que el amor y el sexo solo se sienten de una manera… Pero no nos explican que hay otro tipo de caricias y sexo que pueden canalizar el mismo amor, incluso de un modo mucho más divertido. Él solo quería… jugar. Y yo creo que le acusé de una cosa que no era.

Cleo comprendía el miedo de aquella chica. La noche anterior, ella misma se había enfrentado a un verdadero maltratador. Y tuvo que sufrir sus golpes y su fuerza, su maltrato y tortura, como solo un hombre agresivo y malo podía impartir: sin compasión y sin clemencia. Sin embargo, Lion no era nada de eso. Cuando él utilizaba una fusta, era para jugar, calentar, estimular y ayudar a conseguir un fin: un orgasmo demoledor. Cuando Billy Bob utilizó el látigo lo hizo para dañar, herir, menguar y marcar. La habría matado si Lion no hubiese aparecido para salvarla.

Las personas deberían saber diferenciar entre un perfil y otro; sobre todo, las mujeres.

—¿Se lo has dicho? ¿Le has dicho a tu ex-marido lo que me estás diciendo a mí?

—No quiere verme. No quiere hablar conmigo desde hace seis meses. Él lo intentó muchas veces antes, pero yo seguía un poco confusa y asustada. Y después de la orden de alejamiento que le impuse…

—¿Pediste una orden de alejamiento? —estaba sorprendida—. Cada vez lo pones peor…

—Dios, sí; ¿muy mal, verdad? No sé qué me pasó. Supongo que estaba perdida… Después de la orden, se coló una noche en mi casa, entró por el balcón y… Me dijo todo lo que pensaba de mi comportamiento… Rompió todo intento de contacto conmigo —se acongojó—. Yo me mudé a Luisiana, a casa de mis padres. Y no volví a saber de él hasta hace poco…

Cleo no sabía si consolarla o no.

—No comprendiste lo que él te pidió aquella noche y tú cometiste un error llevada por los prejuicios.

—Por supuesto que no lo comprendí —murmuró mordiéndose el pulgar, nerviosa—. Ahora llevo seis meses aprendiendo ese tipo de juegos… Aprendiendo a saber cómo actuar. Porque quiero comprender qué fue lo que le llevó a querer hacer eso… Qué fue lo que vio de divertido en disfrazarnos y jugar a someterme. Y, después de lo que he aprendido, ¿sabes qué?

«No me lo digas. Te gusta».

—¿Qué?

—Me gusta. He comprendido, incluso, muchas cosas sobre mí misma… Cosas que antes no sabía. Y creo que puedo recuperarle y pedirle perdón. Al menos, lo voy a intentar.

—¿Lo has localizado? ¿Sabes dónde está?

—Sí. Y voy a cometer una locura… Estoy muy loca. Mucho… Pero solo me queda esta carta para que acceda a escucharme una vez, al menos. Solo una vez —repitió para sí misma, con los ojos oscuros llenos de esperanza—. Después de todo lo que te he contado, ¿crees que podrá perdonarme? —volvió a preguntar, consciente de que era una tarea difícil—. Tú eres ama o dómina, ¿verdad? ¿Crees que puede darme otra oportunidad?

Cleo intentó transmitirle fuerzas con una sonrisa sincera.

—No. No lo soy… Solo me informo. Pero creo que si él te sigue amando y tú le amas… Todo es posible.

—Sí. —Jugó con el anillo dorado que cubría su dedo anular—. Sí… No le he dejado de amar. Le amo con todo mi corazón. Le echo de menos. Todo. Todo de él… ¿entiendes? Y tenemos una niña en común. Mira. —Cogió su bolso de mano, muy caro, y lo abrió para hallar su cartera y mostrarle la foto de carné de una preciosa niña muy rubia y con los ojos negros como ella—. Es Cindy. Tiene solo dos añitos.

—Es una niña muy guapa. Felicidades.

—Sí, y muy buena. Extraña tantísimo a su padre… Nicholas adora a la pequeña. La quiere, siempre la trató tan bien… Pero con lo que yo hice, ya hace tiempo que no la ve… Creo que él me odia. —Sus labios temblaron de la pena.

Cleo puso una mano sobre la de aquella mujer. Su tristeza le había llegado al corazón. Era una historia bastante sórdida, aunque estaba convencida de que iba a ganarse ese perdón con sudor y lágrimas. Pero tenía que pelear.

—No hay nada imposible. ¿Cómo te llamas?

—Sophie —le ofreció la mano, mientras se sorbía las lágrimas y sonreía avergonzada.

—Soy Cleo, encantada.

—Igualmente. Lo siento, no hago esto nunca… No explico mi vida al primero que se cruza en mi camino. Pero te vi leyendo eso y soy del tipo de maleducada a la que a veces le da por leer la revista del de al lado… Y pensé que tú sabías lo que era coger a un hombre por los… —Levantó la mano y colocó los dedos en posición cóncava.

—¿Principios?

—Sí —Sophie se echó a reír.

Acercó su rostro al de ella y le confesó:

—No tengo ni idea, Sophie. Pero voy a dar lo mejor de mí para ponérselos por corbata.

—Los principios, claro.

—Obvio. —Le guiñó un ojo—. Somos mujeres de principios.

—Señores pasajeros, les rogamos que se abrochen los cinturones. El avión está a punto de aterrizar en el Aeropuerto Nacional Ronald Reagan de Washington D. C. Son las cuatro y cuarto, y el día es soleado en la capital. Esperamos que hayan tenido un buen vuelo.

***

Cuando Cleo bajó del avión, después de despedirse cariñosamente de Sophie y de desearle suerte en la reconquista de su ex marido, recogió su maleta, salió de la terminal y se dirigió al lugar de encuentro con Nick Summers.

Un señor trajeado tenía entre sus manos un cartel con su nombre y lo alzaba por encima de la cabeza.

Cleo se acercó a él.

—¿Señorita Connelly?

—Sí, yo misma.

—La guiaré hasta la sala de conferencias.

El agente Summers la esperaba en una sala privada de reuniones que había alquilado el FBI en el mismo aeropuerto. Estarían solos y podrían hablar de lo que necesitaran, como ponerse al día sobre sus… preferencias y su modo de actuar como pareja.

El avión que les llevaría a la isla de Saint Thomas partía a las seis de la madrugada del domingo y llegaba a la isla a las cinco y media de la tarde. Casi once horas de duración de vuelo y dos paradas en el itinerario: en Newark y San Juan, respectivamente.

La sala estaba vacía, a excepción del hombre corpulento y rubio, con el pelo de punta y despeinado, que permanecía sentado al final de la mesa de reuniones.

Una camiseta de color lila oscuro se pegaba a su torso e hinchaba sus bíceps. Sus ojos ámbar la evaluaron con amabilidad, y se levantó con educación para recibirla. Era alto.

Cleo llevaba una falda negra elástica corta y ajustada, una camiseta de tirantes ancha que no se ceñía a su cuerpo, y unos zapatos con tiras negras y plataformas altas de esparto. Se había recogido el pelo porque le daba calor y, en lo alto, llevaba sus gafas grandes y rojas.

—Te pareces a tu hermana —dijo Nick con simpatía—. Aunque sois… diferentes.

—Sí. Ella es morena y tiene los ojos grises. Yo soy pelirroja —se señaló la cabeza mientras se acercaba a él—, y tengo los ojos verdes. —Dejó la bolsa de viaje en el suelo y le ofreció la mano—. Cleo Connelly. Un placer, Nick.

—Lo mismo digo. —Se la tomó con convicción y le retiró la silla para que se sentara.

Cleo accedió y esperó a que él hiciera lo mismo, pero en vez de eso, se dirigió al bufé que habían preparado para ellos.

—¿Quieres tomar algo, Cleo?

—Una Pepsi Light y —oteó lo que había sobre la mesa con interés— y… ensalada y un sándwich.

Nick asintió y le sirvió un plato y la bebida.

Cleo lo observó intrigada. O era todo un caballero, o se había metido demasiado bien en el papel de sumiso.

Nick se sentó a su lado y la observó mientras comía.

—¿Lady Nala, eh? —preguntó intrigado—. La pareja perfecta del Rey León.

—Eso mismo pensé yo. —Pero no lo era. No era la pareja perfecta. Lion la había retirado.

—¿Qué sucedió?

Cleo lo miró de soslayo.

—¿Cómo?

—¿Qué sucedió para que Lion decidiera retirarte del caso? Eras clave para él y para nosotros. Tu parecido con Leslie es inquietante, te formó durante días… Explícame qué pasó para que pueda entenderlo, por favor. Por lo que sé, Lion no permitió que nadie más te formara. El subdirector Montgomery iba a escoger a otro amo para ti. Pero Lion fue intolerante con esa opción. Le conozco desde hace tiempo y esa actitud no es propia de él.

—No estoy segura de saber la respuesta. Es… complicado.

—Tenemos tiempo hasta que salga el avión. —Hizo un gesto indiferente con la boca.

—¿Incompatibilidad de caracteres? Supongo que no nos entendimos.

—¿Es un amo duro?

Parecía que Nick se divirtiese con la situación, como si nada le preocupase o, peor, como si ya nada le importara. Estaba en una misión haciéndose pasar por sumiso y se avecinaba una semana definitiva para la resolución del caso; si al final había una intervención policial, probablemente, se pondrían en peligro… Y ese hombre, extrañamente relajado, tenía una actitud indolente hacia su papel y su responsabilidad.

—No lo sé. Nunca he tenido un amo antes.

—¿Os habéis ejercitado juntos?

—Sí.

—¿Te ha dado miedo o… asustado?

Detectó algo en el tono de voz. Había algo importante para él en la respuesta de aquella pregunta. Qué extraño.

—Me ha impactado, pero nunca he tenido miedo. Supongo que me conciencié bien. El agente Romano hizo un buen trabajo y se esforzó en tranquilizarme.

—¿Te sentiste cómoda? ¿Cómo es para ti estar sometida? —Su mirada ámbar refulgía con destellos de interés.

—No debe de ser muy diferente a tener a una ama. Lion…, digo, el agente Romano, solo ha tenido esta semana para instruirme como sumisa… Es muy estricto, supongo.

Nick miró a través de las cristaleras que daban a las pistas de aterrizaje y salida del aeropuerto.

—En realidad, hay diferencias entre un amo y una ama.

—Dímelas —ordenó interesada—. Necesito saber cuánto más, mejor.

—Las mujeres, definitivamente —remarcó, observando cómo despegaba y se elevaba un avión de más de mil toneladas—, sois más duras y crueles que los hombres.

—No estoy de acuerdo.

—No hablo en líneas generales. Pero la dómina tiene que ser así con su sumiso. Los hombres tendemos a relajarnos con una mujer y creemos que son incapaces de hacernos daño. Nos da por vacilar de vez en cuando, ¿comprendes? —giró el rostro hacia ella y sonrió.

Cleo estudió su expresión. Era un hombre de facciones clásicas y hermosas, como las de una escultura griega o un ángel torturado. Le dieron ganas de abrazarlo y aliviarlo de todos sus demonios. Los tenía, y muchos.

—¿Sabes que el rol que vas a desarrollar conmigo es lo opuesto a lo que te han enseñado a comprender estos días? Tienes que cambiar el chip totalmente.

—He leído lo que he podido. Estoy haciendo un maldito intensivo sobre dominación y sumisión. Me preparé para entrar con Lion, pero no esperaba este giro del destino. Lo haré lo mejor que pueda, Summers. Cuento con tu ayuda y tu colaboración.

—Tendrás que ser cruel, Cleo.

Cleo dio cuatro tenedorazos a la ensalada y mordió el sándwich con gusto. Sí, por supuesto que lo sabía. Tenía que comportarse como una dómina, y ella solo había intentado darle órdenes severas a Ringo; y el camaleón jamás le hacía caso. Ese era su don de mando. Vaya cosa.

—Sí. Lo intentaré; pero no creo que estén en mi ADN las actitudes hitlerianas. Por esa razón me gustaría proponerte algo, Nick.

Nick sonrió de medio lado y se cruzó de brazos.

—Las dóminas dan órdenes, nunca sugieren. Vamos muy mal.

Ella lo miró fijamente y se ayudó de la bebida para tragar la comida que tenía en la boca.

—¿Ya estamos en el rol?

—Estoy en el rol las veinticuatro horas del día desde que entré en la misión, agente Connelly.

Cleo se secó los labios con la servilleta y recostó la espalda en el respaldo de la silla.

—Puedo ser dómina si me lo propongo, Nick.

—La dominación —hizo el amago de querer inclinarse sobre la mesa y hablar más de cerca a Cleo. Pero algo lo echó para atrás, y se quedó muy recto en la silla— nace aquí —se señaló en la cabeza—. Una buena dómina, igual que un buen amo, no lo es porque te ponga a cuatro patas, te dé con un látigo y te meta la mano en la bragueta. Una buena dómina te mete la mano en el cerebro, te seduce, te excita y te pone nervioso desde ahí. Dime algo que llame mi atención y que me ponga en alerta para obedecerte, Cleo. Enséñame qué sabes hacer.

La agente entendió la necesidad de Summers por ponerla a prueba. De todo lo que había leído hasta entonces sobre dominación femenina, tenía algunas más claras y grabadas que otras. Debería echar mano de eso.

«Una ama era altiva, pero no prepotente. Todo se basaba en la actitud. Una buena ama redirige las situaciones y las hace suyas. La buena ama aplica disciplinas y no tortura. No teme a hacer daño al sumiso porque él busca ese tipo de estimulación. El tono de voz de la ama es imperativo en todos los sentidos».

«Está bien, Cleo. Vamos a allá. Puedo hacerlo».

Cleo inclinó la cabeza a un lado, se levantó y caminó lentamente hasta colocarse tras la espalda de Nick. Con los zapatos de plataforma parecía más alta de lo que en realidad era… Eso le inspiró un poco más de confianza.

Le acarició la cabeza a Nick y… ¡Zas! Hundió los dedos en su pelo hasta echarle el cuello hacia atrás y susurrarle al oído.

—Está bien, bebé. No sé si eres mi tipo de sumiso, ¿sabes? No sé si tengo feeling contigo. —Apresó su lóbulo entre sus dientes y tiró con fuerza mientras decía—: Pero como sigas hablándome así, te voy a poner un delantal de chacha y vas a limpiarme los zapatos con la lengua.

—Vas bien por ahí, Connelly. Sorpréndeme.

Ella se echó a reír sin pizca de diversión. Lo hizo con frialdad, asegurándole que no lo iba a pasar bien si la molestaba.

—¿Crees que no lo haré?

«Una buena ama sabe lo que el sumiso quiere cuando le replica.

Él contesta; su ama responde.

Él pide; su ama castiga».

Cleo le pasó las uñas por el pecho, arañándole lo suficientemente fuerte como para que él sintiera sus garras francesas a través de la tela de la camiseta.

—Quiero que me complazcas. Y lo harás en el torneo. —Apresó un pezón y se lo estiró y retorció con fuerza—: ¿Te gusta esto, Nicki?

—No me llames, Nicki —gruñó aceptando gustoso ese trato.

—Te llamo como yo quiero. No te tocaré, ni siquiera jugaré contigo. Lo que quiero, lo que de verdad me placería, es ver cómo disfrutas con las Criaturas.

Nick se echó a reír, gozando con el tirón de pelo y el dolor de su pezón.

—¿Cómo dices? No…

—Silencio.

Nick se calló inmediatamente.

—¿Quieres complacerme? —Volvió a zarandearle por el pelo—. Sí.

—Sí, ¿qué? —«¡Toma ya! Eso me lo enseñó, Lion».

—Sí, ama.

—Pregúntame qué deseo que hagas.

—¿Qué deseas que haga?

—Quiero que te dejes la piel en ayudarme a conseguir el primer cofre en la primera jornada. Es muy importante para mí obtenerlo. ¿Me complacerás?

Nick tragó saliva y la miró de reojo.

—Vuelve a mirarme y te cogeré la lengua con pinzas.

El agente, de lleno en su papel, miró hacia abajo.

—No hagas que te lo repita dos veces, ¿me complacerás?

—Sí, ama. Daré lo mejor de mí para entregarte el cofre.

—¿Escucharás mi proposición?

—Depende.

—Aquí no hay dependes, guapo, o te juro que te pongo los huevos del color de las uvas negras. ¿Escucharás mi proposición? —Le dio un tirón más fuerte que el anterior.

—Sí, ama.

Cleo le soltó y dio un paso atrás. La atmósfera imperativa desapareció poco a poco. Cleo se cruzó de brazos y, fingiendo una seguridad que no sentía, tomó su lugar en la silla.

—Esa es la actitud —confirmó Nick desconcertado.

—¿Sí? —El rostro de Cleo se iluminó con esperanza, y de repente, se puso a aplaudirse a sí misma y a dar votes en la silla como una colegiala—. ¡Bien por mí! ¡Bien por mí!

Nick no sabía cómo actuar ante aquella reacción. La agente Connelly había pasado de ser una mujer dominatrix a una joven groupie.

—Increíble —murmuró Nick intrigado. «¿Y aquella era la chica de Nueva Orleans que había logrado enloquecer al Rey León? Interesante»—. Cuéntame tu plan.

***

Media hora después, Nick intentaba asumir el rol que le confería su nueva ama. Lo cierto era que Cleo y Karen eran totalmente opuestas.

Karen había sido inexorable e intolerable con él. Eso era exactamente lo que Nick Summers buscaba para purgar sus pecados. La misión Amos y mazmorras le había ido como anillo al dedo para poder exterminar sus demonios y desahogarse.

Sin que la agente Robinson lo supiera, le estaba dando terapia. Pero Karen se había roto el brazo y no lo podía acompañar en el torneo; y ahora tenía que emparejarse con la ex sumisa del agente Romano. A saber lo que había pasado entre ellos realmente.

Lionel estaba muy arisco cuando habló con él esa mañana para darle las instrucciones sobre el lugar exacto en el que iban a dejar las bolsas con las municiones en las Islas Vírgenes.

Cleo Connelly era como un conejito en medio de un bosque de lobos. Tenía agallas, porque las tenía. Pero no era dómina. Podía simular serlo en alguna ocasión, como cuando le había hablado, pero la dómina nacía y se hacía. A Cleo le quedaba mucho por aprender.

Y lo cierto era que, para que ambos continuaran con la misión, lo mejor era seguir paso a paso el plan trazado por la joven: uno muy original y estudiado.

Uno que podría tener éxito solo si conseguían uno de los cofres que se ocultarían el lunes.

Ninguno de los dos podría continuar si seguían juntos.

Ella no podría hacer de ama. Él podría enseñarle a azotar y a realizar algunas técnicas sencillas, pero no podría continuar adelante cuando llegaran las pruebas más complicadas. Cleo no sabría atarlo a la cruz, ni tampoco inmovilizarlo, ni sabía cómo a él le gustaba que lo tocaran. Los eliminarían a las primeras de cambio. Y debían llegar a la final fuera como fuese.

Así que, lo propuesto por su compañera era la mejor opción. Con un nuevo respeto hacia ella, conferido por su agudeza, decidió instruirla en la sala privada. Como mínimo lo básico. El nivel uno de la dominación.

Le indicó cómo debía constreñir el pene con el anillo estrangulador; le explicó en qué zonas del vientre y de las nalgas debía golpear.

—Eres un ama de rango Shelly —advirtió el rubio agente—. Karen tenía ese rango, y tú deberás interpretarlo. Eso quiere decir que en la presentación del torneo deberás llevar este tipo de ropa. —Abrió la bolsa de los accesorios de Karen. Un vestido de látex rosa chillón muy ajustado, con un cinturón ancho de piel de color azul y una especie de capa de seda brillante del mismo color. Acompañaban el «disfraz» las botas negras de charol que llegaban a medio muslo—. Ya sabes. Eres cariñosa y controladora, y utilizarás el látigo.

Cleo se estremeció al oír la palabra látigo. Tenía el cuerpo lleno de marcas porque un maldito maltratador psicópata le había dado varios latigazos a conciencia. El sonido del látigo al cortar el aire y golpear la piel le ponía enferma. Pero si como ama tenía que jugar a dar, daría. Aunque intentaría no tener que utilizar el maldito látigo porque, seguramente haría daño sin querer.

Para ello, necesitaba utilizar bien las cartas.

—Llegaremos a Saint Thomas sobre las cinco y media —explicó Nick—. Nos dirigiremos al hotel. Por la noche acudiremos como pareja a la cena de presentación del torneo. Y, al día siguiente, empezaremos a quemar nuestros cartuchos.

—¿Crees que en la cena podremos obtener algún tipo de información?

—La única información que podremos sacar será la relación de las parejas entre ellas. Las Criaturas estarán en la cena. La Reina de las Arañas nos irá presentando pareja por pareja… Deberemos observarlas y estudiar sus puntos débiles. Y saber con quiénes podremos contar para crear alianzas. Aquí tienes tu pasaporte falsificado. Eres de Texas, Lady Nala.

—Sí. Lo sé.

—De acuerdo —murmuró—. Las pulseras del todo incluido que nos han enviado para el torneo llevarán un chip detector vía satélite. Lion tiene en su poder las falsificaciones que nos han adjuntado los de logística. Cambiaremos unas por otras y podremos salir de los complejos sin que nadie nos controle. Nuestro equipo desplegado nos dejará una bolsa con armas en una de los cuarenta islotes que completan las islas. Es posible que el domingo por la noche o el lunes, alguien contacte con nosotros para facilitarnos material de audio y espionaje. Empezaremos a colocar micros de audio y cámaras satélite en todos los escenarios y locales a los que vayamos. Debemos tener toda la zona completamente vigilada y pasar las imágenes en tiempo real al equipo de control audiovisual.

—Perfecto.

—¿Estás nerviosa, agente Connelly? —preguntó extrañado.

«¿Nerviosa? Nerviosa yo, ¿por qué, eh?, ¿por qué? ¿Porque me muero de ganas de ver la cara del león cuando vea a su ovejita?», rio internamente.

—Estoy ansiosa. Mi hermana Leslie está ahí. Lionel, que me ha apartado de la misión, está ahí. La Reina de las Arañas está ahí. Y quienes sean los Villanos, aparecerán en la final… Y estarán ahí. No estoy nerviosa —aseguró contemplando el mapa de las Islas Vírgenes—. Estoy histérica.

Nick se echó a reír.

—Creo que, si controlas tus nervios y tus ansias tan bien como controlas todo lo que hay a tu alrededor, todo te saldrá a pedir de boca.

Claro. Pero la verdad era que ella no tenía poder para controlar lo de su alrededor.

Prueba de ello era que estaba con una pareja que no era Lion.