Capítulo 7

Contrato de sumisión: convenio firmado por D/s en el que quedan reflejados el contenido, alcance, límites, duración de la relación y pactos entre el amo y la sumisa. Este tipo de contratos ya no se estila, puesto que no tiene validez legal. No obstante, no hay palabra que deba dar más confianza que la de una Amo.

Podía una orden ser más erótica? No. Se lo pedía Lion, el hombre que le había dicho todo lo que quería de ella como sumisa y todo lo que él tenía para ofrecerle como su amo y tutor.

Requería verla desnuda.

Sintió un poco de vergüenza, pero las palabras de Lion habían sido tan honestas y reverentes que no había modo de que se sintiera ni fea ni imperfecta.

No se lo pensó dos veces. Se desabrochó el cinturón que había atado alrededor de su talle, y abrió la bata con lentitud, mostrando la nívea piel de su cuerpo, revelando lo que había debajo. Dejó que se deslizara por sus hombros y cayó alrededor de sus pies, como una nube negra.

—Mírame. —Lion se había sentado de nuevo en el sillón y apoyaba la barbilla en una de sus manos.

Cleo levantó los ojos y le miró.

—Quiero que te sientas a gusto desnuda parcialmente, tal y como estás ahora. Estarás así todo el día. Si tienes frío solo tienes que decírmelo.

Cleo movió la cabeza arriba a abajo.

—¿Eres tímida?

—No. —Y decía la verdad. No era tímida, pero su cuerpo reaccionaba ante su escrutinio. Punto que él observaba, punto que se encendía.

—Ya veo —contestó con interés—. ¿Estás cómoda con tu cuerpo?

—Ninguna mujer está cómoda con su cuerpo, señor —contestó arqueando las cejas.

—Todos tenemos las mismas inseguridades, pero deberíamos querernos de cualquier modo. Tú deberías, Cleo. Tienes un cuerpo muy bonito. Hombros elegantes, cintura estrecha, piernas moldeadas y esbeltas, y un estómago levemente redondeado muy gracioso, como las practicantes de danza del vientre.

Cleo esperó paciente a que él dijera algo sobre sus pechos. Sabía que no los tenía muy grandes.

—¿Qué? —Lion leía las expresiones muy bien.

—¿Hum?

—Has puesto cara de esperar algo.

Ella se relamió los labios. Tenía que ser honesta para ser una buena sumisa, dar lo mejor de sí y obtener el Óscar a la mejor actriz en el rol de Dragones y Mazmorras DS.

—No has dicho nada de mis pechos.

Lion apoyó los codos en las rodillas y se inclinó hacia adelante.

—¿Te sientes insegura respecto a ellos?

—No son grandes.

—No importa. Lo que me importa es tenerlos entre mis manos y poder tocarlos. Sean grandes o pequeños son pechos, y los tuyos son muy bonitos. Tienes los pezones rosados y pequeñitos, muy redondos. Me encantan.

Cleo entornó los ojos y se sonrojó.

—Gracias.

—¿Gracias qué?

—Gracias, señor.

—Bien. Acércate y siéntate aquí —se palmeó los muslos.

«Vaya, Papá Noel quiere que le diga lo que quiero para Navidad. Pues allá voy», pensó con descaro.

Se sentó sobre su muslo izquierdo, pero Lion la recolocó sobre él, colocando sus pies sobre el mismo sofá, y sentándola perpendicularmente sobre sus piernas. No sabía como ponerse para que los pechos no quedaran casi justo a la altura de los ojos de Lion. Vale, no era vergonzosa, pero tampoco una completa libertina. Tenía un poquitín de pudor.

—El pudor se irá cuando te acostumbres a estar así conmigo —aclaró el telépata.

—Sal de mi mente, señor —dijo en tono jocoso.

Lion sonrió satisfecho de sí mismo.

—Hoy lo aprovecharemos para que pierdas la vergüenza conmigo mientras te pongo al día del vocabulario BDSM. Antes de irnos a dormir te haré unas cuantas preguntas que tú deberás responder correctamente.

—¿Y si me equivoco?

—Si te equivocas, tendré que castigarte.

Oh. Un reto. Era competitiva al máximo y no iba a fallar. Además, tenía muy buena memoria.

—¿Vas a actuar así en el rol? ¿No estás representando ningún papel, señor? —peguntó para asegurarse.

—Yo soy así, Cleo —contestó al tiempo que sacaba su iPad, que había dejado preparado sobre la mesita del salón—. Y quiero que seas tú misma también. Será el modo de ser auténticos y de jugar justamente el uno con el otro. ¿Te parece bien?

—Sí, señor.

—Ven aquí.

***

Se detuvieron para comer. Lion encargó comida japonesa a domicilio.

A los dos les gustaba el teriyaki con un poco de regaliz, y pidieron lo mismo.

Obviamente, fue Lion quien abrió al repartidor.

Cleo comió sentada sobre el agente Romano. Al principio estaba un poco tensa, pero luego empezó a dolerle la espalda y acabó apoyada por completo sobre su pecho. No obstante, había algo que cruzaba su mente constantemente: ¡¿no la iba a tocar?! Estaba deseándolo desde hacía dos horas, y llevaban cuatro estudiando.

A destacar: estaba casi desnuda sobre él. Lion tenía una erección. ¡Una erección permanente desde que lo utilizaba como sofá! Y ese hombre, que lanzaba miradas ardientes a su anatomía, tenía el pulso de las manos perfecto y respiraba como si estuviera durmiendo; cuando ella parecía que acababa de hacer los cien metros en una piscina. ¡El ejercicio que le había impuesto Lion era para que se relajara con él, pero estaba completamente cardíaca!

Lion se sintió mucho mejor cuando vio que ella cedía de ese modo y se abandonaba para estar más cómoda sobre él. No le importaba si percibía o no su erección. Le daba igual, porque era natural tener a una mujer semidesnuda encima y excitarse. Y no una cualquiera, sino a Cleo.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —Cleo removió su pollo con arroz y le miró de reojo.

—Por supuesto —contestó Lion dando un sorbo a su cerveza y fijándose en los pechos de Cleo. Por favor, estaba deseando llevárselos a la boca, pero hoy no. Hoy tendría autocontrol. Quería que Cleo se acostumbrase a sus miradas descaradas y hambrientas; y no se estaba cortando ni un pelo.

—¿De dónde viene el término vainilla?

—Es un término relativamente nuevo. A finales de los noventa, un conocido activista del BDSM dijo que los que practicaban el sexo convencional de manera estricta eran como esas personas que iban a una heladería y, entre un escaparate de más de doscientos sabores y texturas diferentes, iban a lo seguro, a la dulce y empalagosa vainilla. Desde entonces, todas las personas que sexualmente no han probado nada más fuerte ni más picante en su vida son los vainilla.

—Ah, vaya… —Se llevó el pollo a la boca con los palillos japoneses pero, a medio camino, Lion la detuvo.

—Dámelo.

Cleo miró el pollo y después a él. Nunca compartía su comida; era una manía seguramente heredada de su familia neandertal, pero no soportaba ni que picaran de su plato ni estar metiéndose tenedores ni cucharas de uno mismo en boca de otros. Sin embargo, Lion era el amo; y ella debía sacar muy buena nota. Era fácil jugar a ser una niña buena. Cleo no diferenciaba el comportarse de ese modo a ser una sumisa. Y le parecía divertido; así que obedeció y le ofreció el pollo amablemente.

Él lo engulló y se relamió la comisura del labio.

—No compartes nunca tu comida. Recuerdo eso.

—Y tú siempre me la quitabas. Bolsa de patatas que llevaba, bolsa que atacabas. Y no hablemos de los DONETTES. Te encantaba hacerme llorar.

Lion soltó una carcajada y apoyó la cabeza en el respaldo del sillón.

—Eras una niña muy celosa de tus cosas. A mí me enseñaron a compartir desde bien pequeño y me sorprendía que fueras tan tacaña.

—¡No era por tacañería! —replicó ella—. Es una manía que tengo con la higiene. Nadie puede tocar mi comida con sus manos porque a saber dónde se han metido… Y menos utilizar mis cubiertos. Es como una especie de trastorno obsesivo —explicó un poco avergonzada—. Oye…, señor.

—¿Sí?

—¿Te importaría mirarme a los ojos cuando hablo?

—Te estoy escuchando, pero tienes unos senos tan… tan tuyos, que no puedo dejar de mirarlos —contestó ensimismado—. Me preguntaba cómo serían…

Ella se medio incorporó, observándole mientras tragaba lo que tenía en la boca.

—¿Te lo preguntabas? ¿Desde cuándo?

Lion se dio cuenta de su error. No podía admitir tan libremente que siempre estuvo obsesionado con ella o, sino, esa revelación podría influir en su comportamiento en la instrucción.

—Sí. Cuando ayer noche me abriste la puerta con la camiseta gris ancha de la policía y los pezones marcando debajo; pensé «¿cómo serían?». Pero soy un hombre, y eso se lo preguntarían todos los hombres de aquí a Oklahoma.

No obstante, mientras acababan de comer, se iban a lavar los dientes y repasaban términos durante cuatro horas seguidas más, con lo que se quedó Cleo fue con que la noche anterior, cuando ella iba vestida con su pijama hortera, llamó su atención de algún modo; y ahora estaba semidesnuda, sentada sobre sus rodillas, utilizándolo a modo de respaldo mientras seguían con sus clases.

Y Lion era todo un profesional, serio y responsable; y como amo podía tener a una mujer de esa guisa sobre sus piernas, sin ni siquiera inmutarse.

Pero para Cleo, aunque también era responsable, era la primera vez que estaba en topless con un hombre atractivo y este no le hacía nada. Su orgullo femenino, el que decía, «hola, estoy rozando mis pezones contra tu pecho y no es accidental» empezaba a desear que su amo sacara al león.

Pero Lion no estaba por la labor; en cambio la provocaba a menudo. ¿A qué estaba jugando?

***

Estaban en su habitación. Acababan de cenar las sobras del teriyaki del mediodía, más un par de frutas. Cleo estaba preparando la cama para que ambos durmieran ahí de nuevo.

Lion nunca había estado tan complacido con nadie como lo estaba con ella. La chica era mucho más aplicada de lo que se había imaginado. Sabía que era capaz, inteligente y que tenía memoria casi fotográfica, por lo que no le sería difícil recordar todo lo que durante el día había aprendido. Pero se había dirigido a él siempre como señor, y lo había hecho con ese respeto juguetón que la caracterizaba, y a él le ponía a mil. Puede que Cleo fuera una sumisa en potencia, y si no lo era, era una grandísima actriz.

Se habían aseado para irse a dormir. Ya no sabía qué hacer para descargar los huevos. Lo peor era verla con las bragas de cuero rojo de motorista y las cremalleras lanzando reflejos plateados cada vez que se movía.

Era un hombre, un amo, dueño de su destino y de su autocontrol. Pero sabía que iba a eyacular de un momento a otro; era imposible no hacerlo al ver su melena que bailaba al son de sus movimientos y acariciaba sus omóplatos; pelo rojo como sus bragas y ojos tan verdes que le recordaban a la hierba seca.

Llegaba el momento de las valoraciones.

—¿Te ha molestado estar así delante de mí, Cleo?

Ella acabó de retirar la colcha de verano y le miró a los ojos, valorando su respuesta.

—Me he sentido como una fresca durante todo el día, señor. Pero, como es verano, lo he agradecido porque la humedad aquí es horrible.

Lion inclinó la cabeza hacia un lado.

—¿Te has excitado al saber que estaba mirándote a cada instante?

Cleo se encogió de hombros y sonrió de modo suficiente. Ese gesto iba a hacer que se ganase más de una zurra.

—Si lo he hecho, no ha debido importarte mucho, señor.

Ahí estaba. El desafío, la repelencia.

En un santiamén, Lion se colocó delante de ella, cogiéndola de la barbilla y obligándola a que le prestara atención.

—Me importa todo lo que te suceda. Todo. Ahora pídeme disculpas.

Frustración, incomprensión y sorpresa, todo paseaba por el rostro de Cleo, y podía leerlo con facilidad.

—¿Qué he hecho? No sé por qué debo pedirte perdón… —apretó los labios—, señor.

—Te he explicado que hoy ibas a permanecer así durante todo el día. Que el objetivo era que te acostumbraras a mí, a mi cercanía, a estar conmigo; y lo he hecho en deferencia a ti. ¿Crees que no sé que te rozabas contra mí en cada ocasión que tenías? ¿Crees que no veía que tenías ganas de juerga, Cleo? Lo sabía. Y ahora estás enfadada porque sientes que has fracasado y que no has podido hacer que yo me lanzara a por ti. Estás caliente ahí abajo.

—No eres tan irresistible, señor.

—Me estoy apuntando cada una de tus impertinencias, y mañana voy a darte el castigo que mereces por perderme el respeto. —La amenazó con voz dura.

—Dijiste que mi respeto tenías que ganártelo —soltó en tono venenoso.

Lion apretó los labios y le dirigió una mirada llena de advertencias.

—¿Me estás provocando a propósito, Cleo? —preguntó repentinamente iluminado.

Ella miró hacia otro lado, con gesto obstinado y también rendido. La chica no sabía qué decirle, pero al final, con lo honesta que era, lo escupió todo:

—¡Tú has hecho lo mismo conmigo todo el rato! ¡Me has tocado, te has frotado contra mí! —le señaló el paquete abultado—, ¡y me rozabas los pechos a cada ocasión! ¡Eso es hacer trampas! ¡Tú también has jugado sucio, señor! ¡No hablaste de tocarnos!

—Cuida tu tono —le apretó las mejillas con ternura—. Te has ganado una buena tunda para mañana. Admite qué era lo que querías de mí y, a lo mejor, la rebajo por arrepentimiento. Mañana empiezan el bondage, la dominación, el spanking, los juguetes eróticos… No sé si vas a estar preparada para todo eso, Cleo.

—Pruébame. Por supuesto que lo estoy —casi se puso de puntillas para alcanzar sus ojos azules oscuros.

—Pídeme perdón por tu impertinencia; dime con sinceridad por qué estás tan arisca, y mañana al mediodía podrás sentarte. Si no lo haces, seré inclemente, Cleo. Y créeme —le alzó la cara, dirigiéndole una mirada siniestra—: Soy muy inclemente.

Él veía que la chica estaba pensando seriamente en doblegarse. Para una joven tan orgullosa como Cleo, reconocer que lo deseaba y pedirle perdón podría ser un trago muy amargo. Pero todavía sentía mucho respeto por los castigos y todo lo que implicaba el DS, así que valoró el probable hecho de que mañana le dejaran el culo en carne viva y, al final, claudicó:

—Perdóname, señor —susurró sin mirarle a los ojos.

—No. No te creo. Mírame a los ojos cuando me pidas perdón.

Cleo levantó las pestañas y lo enfrentó. Lion tenía ganas de echarse a reír. Ahí no había ni un ápice de arrepentimiento real. Pero se lo dejaría pasar: era una novata, y encima era muy rebelde. Novata y rebelde, mala combinación.

—¿Por qué te estás disculpando, Cleo?

—Por… Por acusarte de que no hayas puesto solución a mi… mi excitación. Tú no dijiste en ningún momento que ibas a tocarme ni a tener contacto carnal conmigo; has cumplido tu palabra y yo te he molestado injustamente. Lo lamento. Y por insinuar que no te preocupas por mí y no te haces cargo de mis necesidades. También lo lamento, señor. Y por decirte que no eres irresistible, cuando no es cierto. Si no lo fueras —tragó saliva y levantó los ojos verdes, que brillaron con picardía y atrevimiento, sabiendo que lo que fuera que iba a decir, lo iba a dejar sin palabras—, no estaría tan… mojada.

Lion abrió los ojos consternado.

El pene se movió en el interior de sus calzoncillos.

Eh…, eso había sido una disculpa excelente. Si sintiera de verdad lo que decía, sería motivo para que esa noche le regalara un orgasmo; pero Cleo sabía meterse en el papel, la muy arpía.

Era terriblemente inteligente. Y una brujita divertidísima.

—Aprendes muy rápido, Cleo —apreció.

—Gracias, señor —contestó escondiendo una sonrisa—. ¿Te gusta saber que estoy así por ti?

Lion soltó sus mejillas y miró al frente por encima de su cabeza.

—Aquí las preguntas las hago yo. Ahora apaga la luz y desnúdame. —Le gustaba ese aspecto de Cleo, pero en esos momentos se trataba de su preparación. Y debía enseñarle a obedecer. En el torneo habría muchos ojos sobre ella, no tardaría nada en destacar. Así que lo importante era formarla.

Ella se quedó inmóvil, sin saber qué hacer.

Corrió a apagar la luz tal y como le había ordenado. Solo les alumbraba la claridad de las luces del jardín que entraban por el balcón.

Cleo procedió a sacarle la camiseta ajustada de manga corta por la cabeza. Sus movimientos denotaban una pizca de rebeldía y mal humor, pero eso era lo de menos: lo importante era que obedecía.

Lion la estudiaba mientras ella le desabrochaba los pantalones, dirigiéndole una rápida mirada a su rostro. Quería saber si él cambiaba de parecer en algo, o si daba alguna señal de deseo. Pero se cuidó de permanecer sereno mientras lo desvestía. Le quitó los pantalones y le descalzó las bambas. Después los calcetines. Dios… Cleo miraba sus pies como si les quisiera hacer un monumento. ¿Sería fetichista? No. No lo parecía. Solo le gustaban, eso era todo.

Ella estaba acuclillada delante de él, con la vista fija en sus calzoncillos blancos, que dibujaban perfectamente sus formas.

Calvin Klein había hecho un buen trabajo. Tenía la polla tan bien cogida que no había tienda de campaña a la vista. Ahora tenía que quitarle los calzoncillos. Ella se detuvo mirando su entrepierna.

—Quítamelos también, Cleo.

Ella abrió la boca y se pasó la lengua por el labio inferior.

—De acueeerdo —canturreó con insolencia—. Pero si lo hago, te vas a quedar completamente desnudo. ¿Te has traído algún pijama?

—No, nena. Vamos a dormir así. Piel contra piel.

La incredulidad de Cleo se manifestó con un sonido ahogado.

—Quítame los calzoncillos.

—Sí, señor.

Ella obedeció y lo dejó desnudo. Se levantó, con la vista clavada en él y en cómo se ponía erecto en un santiamén.

Sabía que tenía un miembro muy grande y pesado. Pero eso a las mujeres les encantaba. Y esperaba que a Cleo también.

—Por Dios santo, Lion… —murmuró Cleo colocándose el pelo detrás de la oreja, impresionada con su tamaño. Ese hombre sufría gigantismo en esa parte de su anatomía.

—Vamos a la cama, anda —él la cogió de la mano y la obligó a subirse al colchón con él. No era Lion, era señor. Pero también se lo perdonaría. Un shock era un shock—. ¿Necesitas taparte? —preguntó cogiendo la colcha para cubrirla.

—Eh… no —Cleo se estiró y apoyó la cabeza sobre la almohada—. Ayer por la noche no pasé frío.

—Bien. —Lion dejó ir la colcha y se estiró a su lado, frente a frente—. Sigamos repasando el día. De todo lo que hoy has aprendido y que sabes que se practica en el BDSM, dime qué es lo que no se incluirá en nuestro código de conducta como pareja. Lo que no estás dispuesta a hacer como sumisa. Pactemos nuestro consenso aquí para presentar nuestras bases en el torneo. Deben conocer los límites, el edgeplay de cada pareja, y saber en qué pueden empujarles en los duelos. ¿Cuáles son tus límites, Cleo?

Cleo puso cara de «¿cómo quieres que pacte nada contigo en pelotas en mi cama?». Pero, haciendo uso de su competente profesionalidad, utilizó su memoria fotográfica y dijo:

—No quiero momificaciones, me dan claustrofobia. No me gusta lo bizarro, no estoy preparada para eso —se detuvo, esperando que él objetara algo pero, ante su silencio, prosiguió—. Nada de breathing control ni asfixias. Si siento que me falta el aire, me da por gritar, ¿qué tontería no? —sonrió por su propia broma y Lion hizo lo mismo—. Considero denigrante el animal play; no soy ni un cerdo, ni un perro, ni un pony… No pienso jugar a eso.

—¿Y el age play?

—No sé —arrugó la nariz—. ¿De verdad me quieres ver como un bebé al que tengas que vestir, alimentar y todo eso…?

—Puede que quiera verte de colegiala.

—Fantasías de ese tipo no me molestan. Pero nada de infantilismo: mi edad límite es dieciocho años, de ahí no bajo o tendré que denunciarte por pederasta.

Lion se cubrió la cara con la mano y rio ruidosamente. Esa chica era un caso.

—Y no acepto el trampling: no quiero que me pisen ni con el pie descalzo, ni con una bota, ni de ninguna otra manera. Ni tampoco nada que tenga que ver con el intercambio de fluidos corporales como escupitajos, meados y excrementos. No entiendo qué placer se consigue con eso, ni ganas de intentarlo.

—Se llama salirofilia —le explicó él—; es un fetichismo en el que se obtiene placer denigrando y ensuciando el mismo objeto de placer con los propios desechos corporales salinos. Sudor, saliva y semen —enumeró con normalidad.

—Pues no. No paso por ahí. Eso incluye Bukkake, coprofilia y urofilia. No me gusta y no lo quiero.

—De acuerdo. ¿Y para todo lo demás?

—Mastercard.

Lion puso los ojos en blanco y Cleo hundió el rostro en la almohada riéndose de él.

—Te lo he puesto a huevo.

—Sí —asintió ella todavía sonriente—. Todo lo demás no me da tanto miedo. Me dan respeto muchas cosas, pero creo que puedo soportarlas.

Se quedaron en silencio, mirándose el uno al otro, disfrutando de aquella calma y la extraña comodidad que había en el lecho.

—¿Y cuál será tu palabra segura, Cleo?

Cleo no lo dudó ni un segundo.

—Scar.

Lion se lo debería haber imaginado. Scar era el antagonista del rey león en la película de Disney.

—Hecho.

—¿No firmaremos un contrato de sumisión? ¿No se suele hacer eso?

Él nunca haría un contrato así con Cleo. Ella era más que una sumisa para él y no quería ponerla a la altura que las demás. No haría lo mismo que había hecho con ellas.

—No es necesario. Solo en algunos sectores minoritarios del BDSM lo hacen. Pero como carece de efectividad legal, y es más simbólico que otra cosa, no lo haremos. Te doy mi palabra de que voy a respetar cada uno de los límites que tú no quieras cruzar. ¿Me crees?

Ella afirmó con la cabeza y lo hacía con sinceridad.

—Te creo. Te tomo la palabra —los ojos pasearon por su cuerpo, en busca de valles y sombras—. ¿Tú tienes límites, señor?

—Nunca me someto. Y no me gusta el Fem dom. Eso de que te vistan de mujer en los roles. No me va.

Y ella lo entendió. Disfrazar a un hombre tan viril de mujer era, como mínimo, un sacrilegio. Lion era un tipo de los de antes, no un metrosexual. Por eso, a algo tan macho, nunca se le debía feminizar.

—Ahora necesito que me acaricies y que me toques, Cleo. —Cerró los ojos con una sonrisa—. Necesito dormir, ha sido un día duro para mí.

—¿Cómo dices? —se incorporó sobre el codo—. ¿Que yo te acaricie a ti? ¿Ha sido un día duro para ti? —miró su pene—. Ya. Ya veo.

—¿Tengo que repetírtelo, Cleo? —abrió el ojo izquierdo y la fulminó.

La mujer estaba tan ofendida que no cabía en sí. Era ella quien se había paseado por la casa semidesnuda, aguantando sus provocaciones y su cercanía, deseando que él diera un paso más y que dejara de tocarla «sin querer» para que lo hiciera queriendo. Lo había necesitado todo el día. Y ahora que la había obligado a desnudarle, decía que a quien tenían que calmar era a él.

—¿Quieres complacerme? Entonces, haz lo que te digo. Así conocerás mi cuerpo. Duérmeme.

—¿Te canto una nana también, señor? «Duérmete niño, duérmete ya, que viene Cleo y te la cortará».

Lion se mordió los labios, luchando contra la sonrisa. Menuda sumisa estaba hecha.

—Cuatro azotes más. Súmalo a tu cuenta de mañana.

Cleo abrió la boca como un pez y después la cerró. Si protestaba, mañana tendría el trasero como una guindilla. Y no sabía cómo iba a reaccionar al spanking. ¿Y si le dolía demasiado? ¿Y si no lo soportaba? ¿La ataría primero? ¿La amordazaría para que no gritara? ¿Con qué la azotaría?

Sin ser consciente de ello, sus manos obraron magia sobre el cuerpo desnudo de Lion. Tocarlo la tranquilizaba, y la sumía en un deseo permanente, que incluso era relajante. Estaba duro y suave, hinchado y musculoso; caliente.

Quería acariciarlo ahí abajo. La Virgen santa… Eso tenía que medir cinco centímetros de grosor por unos veintipico de largo.

Pasó la mano por su pecho y la deslizó hasta las abdominales, que le recordaron a las racholas grises del baño de arriba.

—Cleo… —La voz rasposa de Lion la sacó de sus pensamientos.

—¿Sí?

Lion se quedó en silencio, y ella torneó los ojos.

—¿Sí, señor?

Lion sonrió.

—Eres muy valiente y estoy muy orgulloso de ti. Hoy has hecho muy buen trabajo.

Cleo siguió acariciándole, aceptando aquellas palabras, y tocándolo por todo el cuerpo. Era tan grande, tan diferente a ella. Más moreno, mucho más. Más alto. Más corpulento y musculoso. Sus bíceps, incluso relajados, estaban marcados; y tenía unos antebrazos que la hacían salivar. El pecho, liso y marcado; las abdominales, perfectas. Las caderas, los muslos, los gemelos, sus pies… Era un puto amo del sexo perfecto.

—Gracias, Señor.

Lion nunca sabría que Cleo daba gracias al Señor, al único que ella siempre había conocido, por dejar en la Tierra a semidioses como él.