Capítulo 6

Si te dan a elegir entre cuatro demonios, el feo, el malo, el bueno y el tío bueno, ¿a quién elegirías? Al final cogerías al tío bueno… ¿No? Pues lo mismo con los amos.

No había muy buena iluminación. No se oía nada; pero, para Cleo, incluso el silencio era más inquietante que cualquier sonido que pudiera darse en las salas de ese club.

Joder, estaba bajo tierra. Nunca se hubiera imaginado que en Nueva Orleans pudiera haber algo así; aunque, por otra parte, ¿dónde habría algo así sino en Nueva Orleans?

—¿Están insonorizadas? —preguntó mientras rozaba con los dedos una de las puertas metálicas.

—Sí. Es el único modo de mantener lo que se hace aquí en secreto.

Todas tenían colores distintos. Al final, se divisaba una puerta negra y grande con un león dorado que hacía de picaporte.

Lion. León.

King. Rey.

Cleo ató cabos y llegó a la conclusión que Lion era el Rey León dentro del mundo del BDSM.

Él sacó la llave y abrió la puerta. Presionó al interruptor y la espartana sala se iluminó con una luz azulada y tenue.

—En este local hay muchas salas distintamente ambientadas. Tienen salas rojas, medievales, salas dungeons, salas fetish y salas a pelo, como esta. Todas están equipadas con todos los juguetes necesarios. Las rojas disponen de un completísimo material para las prácticas SM: cama de tortura, trono, cruz de San Andrés, cepos, jaulas, potros, fustas y látigos de diferentes colas… Las medievales cuentan con su propia prisión, cama de estiramientos, puntos de suspensión, sillas de tortura… Y la sala fetish dispone de ropa de cuero, látex, pvc, botas, zapatos, máscaras, antifaces…

Cleo lo escuchaba y no lo escuchaba. Estaba consternada por la crudeza de aquella sala, y eso que no tenía nada. Solo dos vigas de madera ancladas al suelo con dos cadenas colgando en la parte superior. Nada más. La pared estaba desconchada y el suelo era de cemento. La sala olía a algo menos fuerte que amoníaco, como si la hubieran limpiado y desinfectado. En esos sitios habría lágrimas, sudor y muchos fluidos que después debían desaparecer de ahí por cuestión de higiene.

Cleo no se quería ni imaginar lo que sucedía entre esos muros.

Una vez, en la universidad, su amiga Marisa, que trabajaba en Nueva Orleans como asistente jurídico, le había dicho que las mujeres debían tener en su interior a un ángel y a un demonio, a una santa y a una zorra.

Pues bien, ante aquella situación, Santa Cleo se hacía cruces. Pero Cleo «la zorra» arqueaba una ceja expectante y curiosa.

—¿Qué hacemos aquí? —aunque lo sabía muy bien.

—Vas a hacer una elección. Es tu turno.

Tres hombres entraron en la sala.

Vestían con pantalones de cuero e iban descalzos. Uno era calvo y fornido, de ojos claros; el otro era alto, fibradísimo, guapo, de largo pelo negro, y ojos oscuros pero de aspecto un tanto gótico; y el tercero era… un hombre mayor, muy atractivo, pero le recordaba a su padre.

Ella se puso a la defensiva cuando los tres invadieron su espacio e, inconscientemente, dio un paso para acercarse a Lion. Él la miró analizando su reacción, pero continuó con el gesto impertérrito.

—Estos son Brutus, Prince y Amadeo.

—¿Y ella es? —preguntó el de pelo largo y liso.

—Pussycat —contestó Lion mirándola de reojo.

Cleo torneó los ojos por debajo de la gorra. ¿Minina? ¿Ella? ¡Ella no era una minina!

—Pussycat busca a un amo. ¿Quién quiere ponerla a prueba?

Los tres sonrieron expectantes y caminaron a su alrededor, como hienas deseosas de darle un bocado.

Cleo no podía imaginarse trabajando con uno de ellos. No podría nunca. Le… le asustaban. Ella no… Esos hombres exudaban hormonas dominantes por todos los poros.

Brutus, que era el calvo fornido parecido a un culturista, se colocó delante de ella y con voz dulce le dijo:

—Desnúdate para mí, Pussycat. Déjame ver —alargó la mano decidido a apartarle la capucha, pero Lion le agarró de la muñeca.

—No se toca hasta que ella os dé permiso —ordenó con voz fría.

Brutus gruñó y obedeció al Rey León.

Amadeo, el que se parecía a su padre, se inclinó sobre su oído.

—Qué bien huele.

Lion apretó los dientes cuando vio que Cleo temblaba ante la cercanía de esos hombres.

—Llevas demasiada ropa. Quítatela —ordenó Amadeo pasándole la mano por el trasero.

—Amadeo, no le pongas la mano encima si ella no te lo ha pedido todavía —gruñó Lion entre dientes.

Cleo se sintió humillada. Lion la estaba presionando y dejaba que esos tres amos la provocaran, creyéndose que ella era sumisa y que obedecería. Pero no lo haría. No con ellos. Se sintió como un trozo de carne con ojos, pero en el fondo comprendió lo que le ofrecía Lion. Él no le haría daño, era alguien en quien podría confiar… No era un hombre completamente desconocido el que la desnudaría y la empujaría hasta sus límites… Era Lion. Y quería instruirla. ¿Habría alguien mejor que él? No para ella. Si te dan a elegir entre cuatro demonios; el feo, el malo, el bueno y el tío bueno, ¿a quién elegirías? Al final cogías al tío bueno. ¿No? Pues decidió que debía de ser lo mismo con los amos.

—No le vemos el rostro, no vemos su cuerpo… No sabemos nada de ella —enumeró Brutus—. No nos hace ni puto caso, Rey. ¿Estás seguro de que es una sumisa?

Prince sonrió diabólicamente y observó la barbilla temblorosa de Cleo.

—Tiene la piel pálida y está asustada —murmuró—. ¿Por qué tienes miedo? No te haremos nada que tú no estés dispuesta a asumir. Bueno —se corrigió—, Brutus sí. Yo no —dijo petulante.

Lion apretó los puños para no reventarle la cabeza al creído del Príncipe. Todas las sumisas se enamoraban de él, pero él… ya no se enamoraba de ninguna.

Brutus gruñó y se tocó el paquete.

—Ya la tengo gorda, Pussycat. Quítate la jodida ropa. Vamos a darte una lección de modales.

Cleo negó con la cabeza y clavó sus ojos verdes en Lion, diciéndole: «¿Piensas alargar esta mierda mucho más?».

—¿Eso es un no? —inquirió Brutus acercándose peligrosamente a Cleo. Le sacaba dos cabezas a la joven agente—. ¿Tan rápido buscas castigo, monada? Ya entiendo… ¿Quieres que te la quite yo?

Brutus era, sin duda, el amo cruel.

Lion la observó, y sus miradas colisionaron.

Como Lion permitiera que uno de esos tres hombres la tocara, no se lo iba a perdonar jamás.

Él se sentía molesto por el mal rato que le estaba haciendo pasar; pero era necesario que viera que no era nada sencillo trabajar con un amo al que no conocía de nada. Otras mujeres sumisas que ya hubieran practicado el BDSM, seguramente no hubieran tenido problema en obedecer las instrucciones que ellos le habían dado a Cleo. Pero para ella todo era nuevo y oscuro. Era normal que se negara.

Necesitaría acostumbrarse a ello. Y tenían pocos días para lograrlo. Pero contaban con su paciencia, la de él, y con el entusiasmo que la joven pondría para no quedarse atrás y seguirle, tan solo para que no pudiera recriminarle nada y no la comparara más con Leslie.

—¿Gatita? —preguntó Lion a modo tentativo—. Tú decides, nena. ¿A qué amo quieres elegir?

Ella estaba tensa como una vara. Agachó la cabeza y tragó saliva.

—A ti —contestó con voz temblorosa.

Lion recibió su rendición como una bendición, aunque escuchar las lágrimas en su respuesta no le dio ningún orgullo.

Podía ser muy rastrero si había algo que le importaba en juego. Ella debía conocer sus defectos. En esos días se conocerían a la perfección, en la intimidad y fuera de la alcoba.

Y Cleo no solo le importaba para la misión. Cleo era importante desde el día en que la conoció. De maneras que ni él comprendía, pero así era.

—¿Cómo has dicho? —preguntó para dejarlo claro ante los demás amos y también ante ellos mismos.

—He dicho que te elijo a ti —replicó alzando un poco más la voz, dolida por la situación.

—Perfecto —Lion despidió a los tres amos con un movimiento de cabeza y una simple palabra—: Caballeros, gracias por sus servicios.

Los tres amos se despidieron de él y repasaron por última vez a Cleo.

—Puede que en otro momento, monada —dijo Prince guiñándole un ojo.

—Puede que no —aseguró Lion amenazándolo solo con la voz.

Prince alzó las manos y encogió los hombros.

—Claro, Rey.

La puerta se cerró y los dejaron solos.

Cleo estaba temblando, con la mirada empañada y clavada en sus bambas Adidas de tela azul y blanca. No sabía lo que le pasaba. Como policía había hecho cosas infinitamente más peligrosas que meterse en ese agujero con cuatro amos. Pero se sentía mal… Uno le había magreado el culo. Joder.

Además, una mujer tenía que ser muy valiente para quedarse ahí y entregarse a ellos de ese modo. La sumisión era, o un acto de valor incontestable, o un acto de locura atroz. No lo sabía.

Escuchó los pasos de Lion y vio la punta de sus deportivas.

—Si hubieras sido una sumisa, te habrías excitado con solo oírles hablar. No sé qué tipo de inclinaciones sexuales tienes, Cleo, pero estás dentro de esta misión y yo te voy a enseñar a actuar como una sumisa con su amo. Dentro de la cama —especificó—. Voy a probar en ti todos los juguetitos que utilizaremos en el torneo. —Se detuvo para escoger las palabras adecuadas, pero no le vino nada a la mente que pudiera suavizarlo—. Tendremos sexo. ¿Lo entiendes, Cleo? Dime que lo entiendes… —Apretó los puños, asustado.

Ella afirmó con la cabeza, pero seguía sin mirarlo a los ojos.

—Sé que puede ser incómodo al principio pero, si te relajas, puedes disfrutar con las lecciones. Lo haremos juntos. Lo aprenderás todo sobre este mundo, y puede incluso que te agrade. No lo sabrás hasta que no lo pruebes. Mi misión es conseguir que te guste para que hagas el mejor papel de tu vida en el rol. ¿Estás conforme? Esta vez dime la verdad porque no voy a perder más el tiempo.

Cleo asintió con movimientos mecánicos de su cabeza.

«Mierda, Cleo, mírame…».

Lion levantó su barbilla con dulzura. Ella tenía las pupilas un poco dilatadas por el estrés. Maldita sea; Cleo se había creído que él iba a permitir que los amos jugaran con ella. Lo había creído de verdad. Qué poco lo conocía…

—Eh, mírame, brujita —ordenó con ternura—. ¿Estás bien?

Cleo se relamió los labios y sus ojos lanzaron llamaradas verdes de rabia y confusión al tiempo que le miraba de frente.

—Eres un mamón, hijo de…

—Chist —sonrió con suavidad—. Lo sé. No era mi intención asustarte. Pero quería que supieras con qué tipo de perfiles y de amos podías encontrarte. Los tres son excelentes tíos, en serio. Pero no es lo mismo tratarlos como dómines.

—¿De verdad? No me había dado cuenta.

—Ahora yo me encargaré de ti, agente. Di que aceptas ser mi sumisa a prueba. Hasta el torneo, hasta el fin del caso Amos y mazmorras. Necesito estar seguro contigo y con nuestro papel. Dilo.

—Sí.

—No. Di: sí, acepto ser tu sumisa hasta la finalización del caso. Eso implica empezar el juego a partir de ahora.

Cleo cerró los ojos y se lanzó al abismo. «Por Dios… Voy a dejar que Lion me manosee y haga que me corra como una loca. Voy a dejarle mi cuerpo para que haga y deshaga a su antojo».

—Sí, acepto ser tu sumisa hasta la finalización del caso.

—Prométemelo.

—Te lo prometo. Y tú prométeme que no harás nada que me hiera o me produzca dolor —exigió a cambio.

—Te lo prometo, Cleo. Tu seguridad y tu bienestar son lo primero. En tu casa te enseñaré el tipo de Amo que soy; pero te prometo que conmigo no tienes que temer a nada.

Ella asintió un poco más tranquila y miró nerviosa alrededor.

—¿Podemos salir de aquí ya?

—Claro. Te he traído al club de las mujeres Latiffe solo para que dejes de joderme diciendo que ibas a buscar a otro amo —la tomó de la mano y la sacó de la sala de castigo—. Si entras en esta sala con la persona adecuada la ves de otro modo… Lamento haberte asustado.

—Seguro… Has conseguido lo que querías, así que no puedes lamentarlo mucho.

Lion sonrió mientras subía las escaleras y abría la puerta que daba al rellano principal. Subió otro piso más para devolver la llave a Nina, y cuando lo hizo, salieron del edificio cogidos de la mano.

—Antes de empezar con las lecciones en tu casa, quiero que pases por un lugar. Ya he pedido hora para ti.

—¿Hora? ¿Hora para qué?

***

Cleo estaba roja como una cereza. Lion le había pedido hora en una esteticista. La habían depilado completamente ahí abajo, y ahora sentía la piel hormiguear, un poco irritada y también hinchada por los tirones. Pero la sensación era tan contradictoria que no sabía quedarse quieta en el asiento.

Al principio, antes de entrar habían discutido un poco. Ella le había dicho que el pelo púbico era como una protección para la vagina, que no pensaba dejarla calva. Pero Lion se había negado en rotundo y le había dicho que iba a disfrutar todo mucho más si tenía la zona completamente depilada y lisa. Y a él le gustaba mirar.

«A él le gusta mirar». Se lo imaginó arrodillado ante ella, abriéndola como una flor, investigando sus formas y su color. Ay, Dios… ¡Se estaba excitando!

—¿Te ha dolido?

—Ni me hables —contestó de mal humor.

Lion sonrió con la vista fija en la carretera.

—No habrá sido para tanto —bromeó.

Cleo se apartó la capucha y se quitó la gorra. Su melena roja se desparramó por los hombros y la espalda. A desgana, lanzó la gorra sobre el salpicadero.

—¿Por qué no te depilas tú los huevos y me dices qué tal?

—Cleo… —Se echó a reír haciendo negaciones con la cabeza—. Eres tan contestona… Me va a costar domar a esa fierecilla, pero será divertido.

—Sí. Divertidísimo.

—Vas a disfrutarlo. Haré que lo disfrutes —sus ojos azul oscuro brillaron con conocimiento—. Soy un Amo muy bueno.

—Eres un nazi sádico. Eso es lo que eres —contestó, sabiendo que una vez llegara a su casa, su fortaleza, iba a ser prisionera de Lion, y debería obedecerle en todo. Ya no podía escapar.

En la radio sonaba Alejandro de Lady Gaga. Cleo la puso a toda pastilla, y eso hizo que no escuchara las siguientes palabras de Lion que decían: «¿Sabes que esta canción es de DS?».

***

—Estoy esperando —la voz de Lion sonó a través de las escaleras.

Cleo estudió anonadada la bata negra que llevaba. Era de una bellísima manufacturación. Ella era más de batas con panteras rosas, no de ese tipo de prenda tan sexy y llamativa. Su color, como el ala de un cuervo, brillaba y desprendía tonalidades añiles. Cubría sus brazos y medio muslo. Y con la melena roja y los ojos claros tenía un aspecto muy… felino.

El reflejo en el espejo no se correspondía a la mujer de aspecto aniñado y juvenil que veía cuando se levantaba. Bajo la bata llevaba unas braguitas que tenían una cremallera delante, que cubría la entrada a su vagina, y otra detrás, que abría la zona anal. Su sexo estaba tan liso y sensible que notaba cada roce. La braguita era de cuero rojo.

Cleo meneó la cabeza. Lion le había dicho que debía ir así todo el día para ser consciente de su sexualidad y de cómo reaccionaba él a ella.

Como amo y sumisa en prueba, tenían que averiguar lo que les gustaba de cada uno y cómo les gustaba.

—De ahora en adelante, en esta casa, empieza tu entrenamiento, Cleo —le había explicado con las dos bolsas en la mano. Estaban en su habitación y él removía lo que había en el interior del equipaje—. Te dirigirás a mí como «señor». Así es como será en el torneo. Yo no soy un Amo que dé órdenes fuera de la cama, a no ser que haya un juego implícito en ello —detalló—, pero quiero que te acostumbres a tu nuevo rol.

—¿No podré llamarte ni Lion, ni nazi? —preguntó, oteando lo que tenía Lion entre las manos. Unas bragas rojas. ¡Eran unas bragas rojas… muy raras!

—Si lo haces —dijo él estirando los extremos de la prenda ante sus ojos—, te zurraré —sonrió abiertamente, y a Cleo le recordó al niño que fue de pequeño—. Me temo que vas a recibir muchas zurras.

—Ya veremos… —contestó ella.

—Póntelas —le ordenó—. Y después te pones la bata negra que he dejado colgada detrás de la puerta. Debajo solo llevarás las braguitas; y no quiero que lleves sostén.

Ella abrió la boca, preparada para replicar, pero la mirada que le dirigió Lion la hizo callar de golpe.

—Recuerda tu jodido papel, Cleo. Y no me pongas caras. En estos momentos, tú y yo no nos conocemos; no soy tu agente al cargo. Estoy al cargo de ti como amo, eso sí. Así que borra a Lion Romano de la cabeza. Y da la bienvenida a Lion King.

Ella apretó los labios y cogió la prenda íntima de las manos de su jefe.

Lion tenía algunas cosas en ese par de bolsas que llevaba con él, como por ejemplo juguetes varios y prendas especiales para ella. Aunque ya le había dicho que había encargado a una tienda erótica, que conocía personalmente, los utensilios y accesorios que le faltaban.

Increíblemente, ardía en deseos de ver qué más tenía Lion en las bolsas. Estar con él en esa casa, saber que no podía desobedecerle pero que le provocaría lo justo, sino no sería ella, la ponía en alerta, y también la estimulaba interiormente. Lion era el niño del que una vez estuvo enamorada, el adolescente que se reía de ella y, después, el hombre que la ignoraba y que no le escribía cuando se fue a Washington. Sabía de Lion gracias a Leslie. Sí, conocía sus conquistas y su éxito con las mujeres.

Lion siempre la infravaloró, no quería su compañía; prefirió la de Leslie. Y ahora estaba allí con ella, en una misión, sabiendo que el éxito del caso, el que pudieran rescatar a su hermana y desenmascarar a los supuestos Villanos, dependería mucho de lo que ella llamara la atención y de lo bien que se metiera en su papel.

Tenía inseguridades, como todas. Pero Lion se iba a cagar.

Envalentonada, salió de la habitación que ahora compartía con él, bajó las escaleras poco a poco con la vergüenza reflejada en sus mejillas, y lo miró de frente mientras descendía el último peldaño.

Lion la siguió como un jaguar a su presa. Estaba sentado como un rajá en su sillón orejero rojo, con los pies apoyados en el puf. La seguía con sus ojos de depredador. Una sonrisa implícita llena de admiración en ellos y un gesto apreciativo en sus labios. Le gustaba lo que veía. Le gustaba mucho.

Fascinada por lo bien que quedaba Lion en su sillón, como si ese fuera su lugar de origen, el trono de un rey, se plantó delante de él, retirándose suavemente el flequillo de sus ojos y colocándoselo hacia el lado derecho.

—Bueno… Esto ya está.

Lion no dijo nada. Seguía inmóvil, estudiando la imagen de hechicera que irradiaba su brujita deslenguada.

Cleo se puso las manos en la cintura y achicó los ojos.

—¿Seeeeeeñorrrrr?

—No alargues las letras, Cleo. No utilices mi nombre a modo de burla o eso será motivo de castigo también.

Ella asintió, aparentando docilidad. Lion estaba en modo «Amo Total».

—Hoy vamos a trabajar las bases de mi papel como Amo, y las tuyas como sumisa.

—Sí.

—¿Sí, qué?

«Joder».

—Sí, señor.

—Buena chica —la felicitó—. Todo lo que hagas bien será recompensado, Cleo. Orden que desobedezcas, será castigada. Debes entender que el BDSM, al estar relacionado con látigos, ataduras, azotes, juguetes y prácticas agresivas, la gente tiende a asociarlo con depravación, violación a la dignidad humana e, incluso, humillación y maltrato. ¿Tú has pensado alguna vez en eso? Necesito saberlo.

Cleo negó con la cabeza. Siempre había sido bastante abierta.

—No, exactamente. Le tengo respeto, eso sí. Considero que en el BDSM no se obliga a nadie a someterse a otra persona, porque por lo poco que he visto y sé, luego repiten, se corren y ruegan por más. Así que, puede que deseen que los humillen, los azoten y los provoquen de ese modo —se encogió de hombros—. ¿Estoy equivocada, señor?

—Es una muy buena respuesta —apreció sin moverse del sillón—. Los que jugamos sanamente en el BDSM no obligamos a nadie a hacer nada. Están ahí porque lo desean, porque necesitan eso, y nosotros damos lo que necesitan. Es así de sencillo. Hay muchos tipos de cuerpos y mentes. No todos se excitan con lo mismo —explicó frotándose la barbilla y centrándose en los pechitos que se adivinaban debajo de la bata. Cleo estaba tremenda así vestida, y solo llevaba aquella bata y las braguitas rojas debajo. Tenía una piernas torneadas perfectas—. Hay personas a las que el sexo convencional les aburre, no les excita. No les calientan ni las caricias ni las palabras de amor, ni el misionero ni nada de eso… Sus cuerpos responden a otro tipo de estímulo más rudo porque su cuerpo es así. —Esta vez sí se levantó y se colocó a diez centímetros de ella—. Un azote, un mordisco sutil, amordazarles, atarlos… Eso les gusta y les devuelve a la vida. De esa sensación de liberación y de sentirse vivos, nacen los amos y las sumisas. De ahí nace la dominación y la sumisión. Puede que otra gente frustrada quiera utilizar el BDSM para orientar sus traumas o sus psicopatías… Pero gente loca hay en todos lados, ¿verdad? Y, además, hay muchos más vainillas hechos polvo, destrozados psicológicamente, que no gente DS.

—Porque los vainillas son mayoría, señor.

—No. Porque no tienen modo de liberarse. Están confundidos.

—¿Por qué, señor? —Vaya, ¿así que la gente normal estaba confundida?

—Porque nos enseñan que debemos vivir con una única persona y mantener relaciones sexuales y hacer el amor con ella hasta que la muerte nos separe.

—¿Y eso es malo?

—No; pero el sexo que hay en los matrimonios es aburrido. Hay un momento en el que la mujer o el hombre quiere más. Él la deja de tocar, de besar, de acariciar… Hacen el amor y no se miran a los ojos. Ella también se aburre: es bidireccional. Se han dejado de respetar. Como nos han enseñado a relacionar sexo y amor como un pack, cuando las carencias en la sexualidad del matrimonio comienzan a destacar y a hacerse insalvables, empiezan los problemas en la pareja.

—¿Insinúas que el juego BDSM podría salvar muchos matrimonios?

—Podría salvar muchas diferencias y discusiones; y hacerlo todo mucho más sexy, siempre que haya consenso. La chispa nunca debería morir en una pareja, y el BDSM hace que salten chispas.

—¿Tú, como amo, no unes amor y sexo?

—Para la mayoría de los amos el sexo es una cosa, y el amor es otra. El BDSM es como un ejercicio.

¿A qué se refería con eso? ¿Acaso él nunca se había enamorado?

—¿Nunca has sentido nada por alguna de tus sumisas, señor? —preguntó con la boca pequeña, y molesta por una posible respuesta afirmativa.

Lion se detuvo tras ella y le pasó la punta de los dedos de su mano derecha por el lateral derecho de su cuello. La caricia fue sutil, como el aleteo de una mariposa, pero hizo reacción en todo el cuerpo de Cleo. Los pezones se le endurecieron y la piel se le puso de gallina. Se estremeció.

—Me he preocupado de todas sus necesidades y me he encargado de ellas. Algunas me han podido gustar más que otras, a algunas he creído amar… Pero nunca me he enamorado de nadie, Cleo —pronunció su nombre como si fuera un abrazo rebosante de ternura—. El corazón de un amo está en una mazmorra muy peligrosa, y solo una princesa con alma de dragón puede reclamarlo. Cuando entregue mi corazón, lo entregaré para siempre.

Cleo cerró los ojos y peleó por controlar su respiración. ¿Nunca? ¿Nunca jamás como en el país de Peter Pan? ¿Ni siquiera por Leslie? Él bebía los vientos por ella, siempre estaba a su lado… Y ahora le decía que no se había enamorado de nadie. Nunca jamás era mucho tiempo, demasiado para un hombre joven, sexy y saludable como él. ¿Por qué no se había enamorado? Podría tener a quien quisiera, a quien él deseara… ¿Qué buscaba Lion en una mujer para entregarse a ella para siempre? ¿Qué quería?

—¿Sorprendida?

—Mucho.

Lion recorrió con los dedos el punto en el que el cuello y el hombro se unían.

—Lo que debes entender es que en el torneo verás a muchos tipos de amo —evitó el tema del amor. Con Cleo no podría hablar de eso—. Algunos compartirán a sus sumisas, otros no; unos pocos serán extremadamente duros con ellas; y verás a unos cuantos a los que sus sumisas se les subirán a la chepa en un santiamén… Pero no dudes de que todos ellos se preocupan y respetan a sus sumisas a su manera, y ellas les adoran.

—Lo planteas todo desde un punto sexual y romántico a la vez. Parece algo maravilloso… Me confunde. No relaciono la dominación con las palabras que tú describes.

—¿Y si te digo que lo es? ¿Que la sensación de dolor con los azotes, con las fustas, con los cachetes… solo existe en tu mente? ¿Que el BDSM es liberador y a la vez maravilloso? ¿Catalizador?

—Diría que no me lo creo. Todos lloramos cuando nos hacemos daño. Yo misma grité a la de la manicura la semana pasada. No tengo mucha resistencia al dolor.

—Al dolor que yo te voy a provocar sí, Cleo —murmuró inhalando su pelo—. El dolor es una sensación. La puedes dirigir al placer o al sufrimiento, y es nuestra mano quien guía ese termómetro. Y yo quiero tu placer. Todo él. No quiero dejar nada para nadie más. Se llama algolagnia: erotismo relacionado con el dolor, de un modo pasivo o activo.

Esta vez, ella levantó la mirada velada por el deseo y lo observó por encima del hombro. Se quedó en silencio cuando él se inclinó y retiró un poco la bata de su hombro para dejarle un beso húmedo sobre la piel, con los ojos añiles fijos en ella.

—El BDSM no nace de una mente enfermiza —prosiguió hablando sobre su piel—. Mira al frente, Cleo —le ordenó. Ella obedeció inmediatamente—. Nace de una mente atrevida y juguetona. No nace de la necesidad de hacer daño. Al contrario: nace de la necesidad de ofrecer placer, porque eso es lo que el sumiso o la sumisa busca y porque el objetivo de los amos es satisfacerles.

—¿Y satisfacerse a sí mismos, señor? —Apenas podía hablar.

—Como Amo —explicó dando una vuelta a su alrededor—, me satisface ver que te gusta que te sonroje la piel, que deseas que te castigue y te ate, que sabes que te mereces el azote, y que cuando te corras conmigo —susurró en su oído y le dio un beso dulce bajo el lóbulo— derrames lágrimas de placer.

Y él las lamería, tal y como ya le había dicho. Ella tragó saliva con dificultad y se visualizó deshaciéndose sobre el parqué como nata líquida. Las piernas la sostenían porque Dios había creado la tibia y el peroné; porque las rodillas se le habían deshecho por completo.

—Voy a enseñarte a ser sumisa, Cleo. Será una instrucción de veinticuatro horas diarias. Tiempo completo —comunicó lenta y claramente—. Se llama un 24/7. Te ordenaré que hagas cosas, te tocaré y te follaré.

—Nos follaremos mutuamente, claro —contestó la rebelde interior—. Hasta donde yo sé, el sexo no es unidireccional, a no ser que te hagas una paja.

Lion enredó los dedos en su pelo caoba y los cerró en torno a un espeso mechón.

—Tienes una lengua muy rápida. Ya probaremos cuán rápida puede ser más adelante —gruñó sobre su oído—. Pero no quiero que creas que soy así permanentemente. Es solo durante tu instrucción.

—¿Te importa lo que piense de ti, señor? —La pregunta salió sola. No fue procesada por el cerebro, pero sí por la vanidad femenina. Siguió de reojo los movimientos del agente, barra amo, barra Rey León.

Él se colocó delante de ella, todavía con la mano hundida en su melena, y le inclinó la cabeza hacia atrás, mientras con la otra mano coló los dedos por debajo de la bata.

Lion arqueó una ceja a modo de amenaza, una que decía: «esta es la primera prueba, así que no la cagues».

—Te voy a decir qué tipo de Amo soy. Soy comprensivo y protector. Me gusta el control, y ni mucho menos creo que lo sé todo. Solo sé cómo hacer que disfrutes, que te entregues; eso sí. No voy a exigirte que me respetes —poco a poco subió la mano por su muslo, masajeándolo suavemente—. Me ganaré tu respeto, intentaré conocerte día a día. Hoy sé más cosas de ti de las que sabía ayer.

—¿Por ejemplo?

—Sé que cuando te pones nerviosa te muerdes el interior de la comisura derecha de la boca. No bebes alcohol: tu frigorífico solo tiene bebidas lights, tés helados o Shandys de manzana. No fumas. Te gusta Lady Gaga. Y, aunque lo niegues, adoras Nueva Orleans. Me he dado cuenta de ello por el modo en que tus ojos se posan en el Barrio Francés o en el Misisipi. Lo admiras, no lo aborreces. Eres muy romántica y te encantan las películas de fantasía. Te pierde la curiosidad: eres como una jodida gatita que lo olisquea todo. Y necesitas desahogarte cuando estás muy estresada; por eso tienes el saco de boxeo de pie en tu jardín. Te encantan las flores y los animales exóticos. Tienes unas pequitas diminutas sobre el puente de la nariz; y tus ojos son de un verde que no puedo describir. Son demasiado claros para ser reales. Me recuerdas a un duendecillo.

—Oh… Vaya, eres bueno, agente. —Por algo Lion era especialista en perfiles.

—Señor.

—Señor —rectificó.

—Quiero ayudarte y guiarte, Cleo. Y me tomo tus preocupaciones muy a pecho, porque ahora también son las mías. Jamás te mentiré y seré siempre sincero contigo, con mis gustos, con mis necesidades. Exigiré lo mismo de ti, ¿de acuerdo? —Sí, señor.

—Cuando te presione lo haré para demostrarte lo fuerte y lo lejos que puedes llegar. Te enseñaré que tienes muy pocos límites. Te conozco un poco como persona, Cleo. Tenemos un pasado en común y sé cómo eras de niña y de preadolescente. Pero no conozco bien a la Cleo mujer. No sé si tienes alma de sumisa, pero lo descubriremos juntos; y si no la tienes, te prepararé para que parezca que lo eres. Necesito conocer tu cuerpo antes que lo que tienes aquí —apartó la mano que frotaba su muslo, y la subió para tocarle la sien—, y aquí —después dirigió la misma mano a su corazón y la dejó sobre su pecho. El pecho de Cleo se hinchó inconscientemente y se puso duro. Vaya, sí que era receptiva, y mucho—. Normalmente es al revés, primero nos ganamos el corazón… Pero no tenemos tiempo para mucho más. Aun así prometo esforzarme para no decepcionarte y no hacerte daño nunca. Para mí eres un regalo: ahora como sumisa y después como compañera en la misión. Y quiero que veas en ti lo mismo que yo ya veo. No quiero que cambies nada de ti, solo que descubras nuevas facetas, en aquello en lo que puedes convertirte cuando te liberes. Quiero que te descubras como una inmensa mujer, única y especial. Dueña de su sexualidad y segura de quién es en la vida. El único espejo en el que te debes mirar es en el de Cleo Connelly. ¿Ha quedado claro mi papel?

Cleo tenía los ojos húmedos por la emoción. ¡Había que joderse! Eran las palabras más bonitas y apasionadas que le habían dicho jamás y se las decía un hombre que no sentía nada por ella como Cleo, pero sí como sumisa y compañera en misión.

Fantástico.

—Sí, señor.

—¿Quieres preguntarme algo más? —¿Cómo… cómo es una buena sumisa?

Lion retiró la mano de su pecho y le acarició la mejilla.

—Una buena sumisa es aquella que se entrega y lo da todo. Da igual que seas tímida, descarada, muy obediente o muy rebelde. Solo sé tú misma, pero ofrécete por completo.

¿Podía hacerlo? Sí. Creía que sí. Tenía la entrepierna como unas castañuelas, así que podría jugar a los amos y las sumisas con Lion. ¿Por qué no? Siempre le habían dicho que era una intrépida, pues haría honor a esa definición.

—Sí, señor.

—Perfecto. Empezamos —exhaló el aire que no sabía que retenía y, mirándola con aprobación le ordenó—: Ahora, desnúdate para mí.